La semilla maldita

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--Savras--
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Re: La semilla maldita

Mensaje por --Savras-- »

FARR

Pasado:

Farr es el hijo menor de Boris. Su nacimiento fue grotesco, demencial. Emergió del vientre de su madre, desgarrándolo, como una mole deforme de carne. Recién nacido, ya pesaba doce kilos. Creció a ritmo alarmante, a pesar de mantener una inteligencia infantil y deficiente en todo momento. Nunca aprendió a hablar, tan solo a emitir sonidos guturales. Sus hermanos acabaron llamándolo Farr, debido a que repetía ese sonido de forma constante.

Boris trató de deshacerse de él en numerosas ocasiones, pero nunca reunió el valor para hacerlo. Le tenía miedo, había visto a Farr partir en dos una res con sus propias manos sin demasiado esfuerzo con apenas dos años de vida. Acabó dejándolo en manos de su hijo mayor, Prythus, a quién Farr parecía tener cariño. Y así era, Prythus era bueno con Farr, jugaba con él, le daba de comer, y lo trataba con respeto, no como Anen o su padre.

La vida de Farr cambió cuando, tras un bonito regalo de Prythus, entusiasmado y feliz, abrazó a su hermano. Le partió la espalda. Cuando todos comenzaron a gritarle, cuando escuchó el alarido de dolor de su hermano, asustado, Farr arrojó el cuerpo contra el suelo. El impacto destrozó su ojo derecho y sus piernas. Prythus nunca volvió a andar... Y Farr fue cubierto por cadenas, encerrado en un lugar oscuro, con un enorme bozal para mantener apagados sus gritos y llantos.

Un día Prythus volvió. Iba sentado en un pequeño trono con ruedas. A Farr le gustó, pero estaba asustado... Prythus soltó las cadenas, le quitó el bozal, y le dijo que le perdonaba. Farr fue feliz. No sabía por qué viajaban, ni a donde iban, pero siguió a sus hermanos y a su padre cruzando el desierto, hacia unas tierras heladas y lejanas.

Ahora:

Farr se ha mantenido en todo momento junto a Prythus. La muerte de su padre lo puso triste. Se pasó días llorando. La muerte de Anen le puso furioso. Farr destrozó parte de su nuevo hogar, y Prythus tuvo que volver a encadenarlo. Aunque le dejó las piernas libres, y no tapó su boca. Prythus era bueno con él. Le dijo que volverían con su padre, a su hogar. Farr no lo entendía. Su padre estaba muerto, y ese era su nuevo hogar.



PRYTHUS

Pasado:

El primer hijo de Boris en el exilio. Los primeros años de su vida los pasó junto a su madre, una Saga. Un día, su madre le dijo que era hora de volver con su padre, y viajaron durante días hasta encontrar a ese supuesto padre, borracho y apenas consciente en unas ruinas en mitad del desierto. Cuando su madre lo entregó, Boris dejó claro que no lo quería. Lo miró con odio y con miedo, lo despreciaba. Ese hombre lo llamaba monstruo... Prythus no quiso quedarse, pero su madre no le dio opción, igual que no se la dejó a Boris. Finalmente, su madre lo dejó con aquel hombre horrible. Este trató de abandonarlo varias veces, pero Prythus lo seguía allí a donde iba. Llegó a ignorarlo, como si no existiera. Prythus tenía que comer las sobras que dejaba, tenía que esconderse cuando se adentraba en ciudades humanas. Ya había visto lo que los humanos le hacían solo por ser distinto... La indiferencia de Boris hacia Prythus acabó el día que el tiflin lo salvó de unos asaltantes, haciéndolos arder. Sí, la indiferencia acabó, pero no el desprecio. Boris lo toleraba, pero seguía odiándolo. Lo usaba como una herramienta, como un arma para lograr sus fines y caprichos.

Boris tuvo más hijos, y a todos trató de abandonarlos. Prythus era quién los acogía y cuidaba de ellos. Algunos murieron, pobres seres raquíticos sin apenas aliento de vida. Otros, como Leos o Anen, sobrevivieron. Prythus fue creciendo, despreciando a su padre por como los usaba. En secreto, estudiaba los libros de Boris, demostrando ser mucho más hábil que su padre con ellos. Con apenas dieciséis años ya dominaba todo lo que aquellos volúmenes podían enseñar.

Con veinte años, ya era consciente del temor que les tenía su padre. Especialmente a él. Prythus aprendió a usar esto, y la codicia de su padre, en su favor. El desgraciado de Boris pasó a ser una marioneta en sus manos, y, cuando Farr nació, Prythus consiguió un arma perfecta con la que termina de dominar a su padre. Boris sentía pavor por aquel monstruo deforme. Por desgracia, Farr lo arruinó todo. En un arrebato de entusiasmo, estrujó a Prythus partiéndolo como a una rama seca. El tiflin quedó en el suelo, sin poder mover la parte inferior de su cuerpo...La amargura y el recelo se apoderaron de él, y negó el contacto con cualquiera... No había magia ni sanador que pudiera ayudarlo. Descubrieron el don oscuro de Farr del peor modo posible... Y él vivió apartado de todos, usando su don con los espejos como su única ventana al mundo exterior.

Su vida volvió a girar años después. Mientras todos dormían, Prythus escuchó un cántico lejano. Atraído por este, se arrastró por la arena del desierto, siguiéndolo. Un aquelarre de Sagas le daba la bienvenida, y le ofrecían un trato: reunirse con su verdadero padre, a cambio de llevar la moneda maldita que poseía Boris a una tierra lejana llamada La Marca Argéntea. Le hablaron del pasado de Boris, de todo lo que había hecho. Le mostraron los pasos a seguir para poder llegar hasta aquel de cuya semilla habían nacido.

Aquel cometido, salvó a Prythus. Siempre había sabido que aquel infeliz, que aquel desgraciado, no podía ser su padre. Mandó a Leos y a Anen construirle una silla de ruedas, quitó las cadenas a Farr, ignorando las amenazas de Boris por hacerlo, y lo liberó. Lo siguiente era fácil, hacer que Boris quemara lo que le quedaba de la fortuna de los Lindeseco, alimentar sus vicios y excesos, hasta que quedara desesperado y sin nada. Luego, manipularlo para hacerle mirar hacia su antiguo hogar y la gran fortuna que le pertenecía por derecho fue fácil. Antes de lo esperado, estaban de camino a La Marca Argéntea.


Ahora:

Prythus se ha dedicado a guiar a sus hermanos con un único objetivo: adquirir la cabeza de la Arpía. Prythus no mostró preocupación por la muerte de Boris, y asumió de forma natural el liderazgo de la familia. No tiene nada personal contra los personajes, pero tampoco le importa si viven o mueren. La muerte de Anen lo encolerizó, y, cuando descubrió que Leos era el responsable, no dudó en castigarlo severamente. Ahora, con la cabeza de las brujas en sus manos, su objetivo está cumplido.
Daan
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Re: La semilla maldita

Mensaje por Daan »

Relato no presentado a concurso
Se dejó caer en el taburete, apoyó la espalda en la pared balanceándose sobre dos patas y subió las botas sobre la mesa. Antes de abrir la boca, agarró su jarra de cerveza y la apuró como si fuera la última vez en su vida que bebía. Tras ello, exhaló un suspiro de alivio y miró a sus compañeras. Danowl parecía agotada, tras el estrés de haber estado a punto de sufrir una muerte poco agradable y posiblemente con un destino póstumo peor. Val permanecía como siempre, impasible, apartándose el flequillo de la frente y pasando el dedo por el borde de su copa de vino. Su cara no parecía en absoluto la de alguien que llevaba dos cabezas cercenadas extrañamente intactas en la mochila. Y el entorno volvía a ser familiar, La Rosa y el Martillo, con sus parroquianos, sus borrachos y el olor a guiso y especias por doquier.

Ya está, ¿no? Terminó –comentó Daan al aire.

Si los bastardos cumplen su palabra, sí –añadió Danowl, pensando con aprensión en el pelo cortado.

Esperemos que no tachemos una y sumemos tres –sentenció Val.

Era el primer momento de auténtica tranquilidad mental desde aquel fatídico día en el que el aquelarre había salvado la vida al incauto grupo de Tornapetra y exigido el retorno de la Moneda a cambio. Desde que las sagas llegaron a Nevesmortas siguiéndoles el rastro por el portal –por suerte, nadie les había vinculado con ello–, y comenzó la cadena de muertes y la extorsión.

Atrás quedaban las negociaciones fallidas con Percival –maldito renacuajo liante y testarudo–, la emboscada de Villanieve, las innumerables charlas intentando atar cabos, la vigilancia continua de los cuervos de las Sagas y las visiones espeluznantes junto a aquel árbol que –como reloj que en lugar de arena dejaba caer bestias de los Nueve Infiernos– les recordaba que esa zorra infernal de la Condesa no les olvidaba.

Pero ahora las Sagas estaban muertas y el portal cerrado. Yrvin había desaparecido con la moneda. Y contaban con ciertas promesas que, aunque sólo eran meras palabras, esperaban que les dieran al menos algo de tranquilidad una temporada.

Promesas con gente extraña. Vampiros y seres infernales. La imagen en el espejo del tiflin en silla de ruedas, con sus patas de cabra atrofiadas y deformes y la llama azul en la cuenca vacía de su ojo izquierdo no había sido agradable. Las piernas de Farr, enormes como pilares tras el tullido semidemonio, tampoco eran para olvidar. Mejor no tenerlos de enemigos.

Tras una larga charla intercalada con los improperios de Val –¡que manía le había pillado a Leos!–, la cabeza de Arpía se cambió por el pelo de Danowl y un pacto de no hostilidad. Un “Hasta nunca” por ambas partes. Y el espejo de enlace, que había crecido hasta convertirse en un portal, de nuevo reducido a una esquirla que giró como una moneda, hasta quedarse inmóvil en el suelo del Bosque Encantado, apoyado en la hierba deslucida de aquel siniestro lugar.

El silencio fue roto por un suspiro de alivio. A enemigo que huye, puente de Argluna, aunque más preocupante era aquello que había huido de Sundabar dejando un rastro de cadáveres. ¿Habría sido Gael? ¿Se habría llevado a Helen o habría muerto la chica en los incendios? En cualquier caso, no era su problema. Aunque aquello le recordaba un cabo pendiente más.

¿Qué demonios habría sido de Pétalo?

Daan se encogió de hombros. Ya preguntaría, por curiosidad malsana. Lo importante era aquel momento. Levantó la jarra, y las tres mujeres brindaron por los problemas resueltos. Y esperaron que, tras haber tachado uno, no sumaran tres.
Daan - Perista profesional y lianta ocasional en paradero desconocido
Seda - Brujipícara y juerguista en paradero conocido (cualquier taberna)
Troy - Metomentodo a sueldo de pelo verde
Nin - El ki al servicio de Selûne
Talhoffer - Tan sólo una espada
--Savras--
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Re: La semilla maldita

Mensaje por --Savras-- »

EL FRUTO DEL PECADO

(Segunda Parte de La semilla maldita)
Imagen
Hizo danzar las finas hebras del humo del incienso, jugando con ellas entre sus dedos. Aquel día su hermano estaba tardando demasiado, comenzaba a preocuparse. Cada vez le costaba más controlarse, y las investigaciones del gnomo no avanzaban. Se mordió el labio, tratando de no pensar en lo que podría ocurrirle a Gael. Tenía que protegerlo, no soportaba seguir viéndolo sufrir de ese modo.
Deslizó la punta de los dedos por los símbolos sobre los que estaba arrodillada, sin dejar de mirar el cuerpo inmóvil de su hermano frente a ella. Le acarició el rostro, frío, pálido. Era tan hermoso, tan frágil...

Las llamas de las velas encendidas a su alrededor titilaron, tomando un tono azul. Una oscura sombra de silueta humana atravesó los muros cubiertos de runas y símbolos de la alcoba. La desdibujada silueta se retorcía sobre sí misma, distorsionándose a cada paso. Tan solo sus ojos permanecían inertes, mirándola fijamente. Helen sonrió al ver lo que aquella sombra sujetaba en una de sus tenebrosas manos.El ser sombrió se arrodilló ante ella, ofreciéndosela.

" Al fin..." - la aceptó, notando el calor que desprendía el cráneo ennegrecido.

La sombra cerró los ojos, convirtiéndose en una densa masa de humo que envolvió el cuerpo de su hermano, y entonces este abrió los ojos, dando una larga bocanada de aire. Helen lo abrazó, feliz por tenerlo de vuelta. Feliz por volver a sentir como latía su corazón en su hermoso pecho.

"¿He tardado demasiado?" - preguntó él con un débil hilo de voz.

"Ya da igual, lo hemos conseguido. No tendrás que volver a arriesgarte de ese modo."

Tomó la cabeza del joven entre sus manos, y sus labios se unieron en un intenso beso. Necesitaba saborear el ardiente aliento de Gael, saber que estaba ahí, que volvía a ser él. Sus bocas se separaron y, como siempre, Gael sonreía mientras jugaba con su pelo. Era una criatura tan pura...

"¿Quieres hacerlo tú?" - quiso saber, mostrándole la calavera de su padre.

Gael la tomó entre sus manos. A diferencia de ella, él nunca llegó a conocerlo. Aquel desgraciado los abandonó el mismo día que su hermano nació, dejándolo junto al cuerpo sin vida de su madre.

"¿Tienes dudas, Gael?"

El joven negó, acariciando la marca grabada sobre el hueso.

"Adiós, padre. Ha sido un placer poder verte... ¡Espero que te pudras en los nueve infiernos y tu alma no encuentre jamás la paz!"

Con un gritó desgarrador destrozó la calavera contra el suelo, haciéndola pedazos. Los huesos emitieron un chasquido, haciendo saltar una lluvia de chispas y dejando pequeñas llamas ardiendo allí donde golpearon. Gael se mantuvo en pie, con el pecho subiendo y bajando de forma embravecida, como un fuelle maneado por un enano. Sus ojos habían tomado una tonalidad rojiza, y su sombra se agitaba a sus pies, enloquecida. Lo tomó de las manos, acariciándolas y dándole un delicado beso en la mejilla.

"Has hecho lo que debías, hermano."

El joven asintió, abrazándola. Su respiración fue calmándose lentamente, relajándose hasta que solo quedó un chico débil y asustado, temblando entre sus brazos. En ese momento de calma, sintió como los vellos de la nuca se le erizaban, y apenas un segundo después, las velas se apagaron una a una.

"¿Qué ha pasado, Helen?" - preguntó en mitad de la oscuridad su hermano.

"Solo es el viento..." - mintió.

Algo o alguien la buscaba. Fuese quién fuese, lo destruiría, antes de dejar que hicieran daño a Gael. Aunque tuviese que hacer arder el mundo y reducirlo todo a cenizas.
El viento soplaba con suavidad, meciendo los hermosos crisantemos. Los azules pétalos brillaban bajo el cielo nocturno, bañados por la resplandeciente luz de la luna. Una hermosa melodía acompañaba el silbido del viento de la montaña, llevando las delicadas notas del arpa a aquellos que paseaban bajo la nieve, disfrutando de otra noche de paz y armonía tras un arduo día de trabajo.

Un bellísimo ruiseñor de plumaje azul voló hasta posarse en el hombro del músico. El ave cantó al oído de este, llevando consigo la música de lugares lejanos.

"Al fin aparecen..."

La melodía continuó, junto a las flores, el resto de la noche...
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seba172
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Re: La semilla maldita

Mensaje por seba172 »

El joven clérigo se sentó en un claro alejado, destapó una cerveza y sirvió dos vasos. Cerrando los ojos y con una sonrisa, una expresión de paz que duraria unos cuantos días se dibujaba en su cara.

Luego de unos cuantos sorbos se aseguró de rezar una plegaria simple, una plegaria que hizo que el viento a su alrededor sople en suaves brisas que se dirigían perdidas a todos lados y a ninguno a la vez.

-¡Vindt! ¿Me escuchas? ¡He podido hablar con El! Su voz vino en las brisas, tal como tú lo hacías.
Si, lo que escuchaste es verdad, la cague parda. Ayudando a un amigo, solo un hilo de vida ataba su alma a su cuerpo, tuve que hacerlo, no sabía si llegaría al templo.
Si, Nevesmortas es una pequeña villa, pero todo lo interesante pasa aquí, si te contara de las locuras que he visto, desde orcos hasta liches. Debería haberlo visto venir, un sello se rompió cuando conjure dentro de sus muros. Un ataque a su templo. Robaron unos restos, un tal Boris Lindeseco. El clérigo de Lathander me soltó una buena bronca. Hice lo que tu me enseñaste, le pregunté al viento, le pregunté a Él y ¡Me contestó!


“Busca el campo donde crecen los crisantemos azules, allí donde el que tocó el arpa y camino por la noche se encuentra”

Tenias Razón Vindt, El siempre está ahí, el siempre escucha y siempre cuida de nosotros.

Tengo que irme, ya hablaremos, tengo que buscar el campo de crisantemos azules



Apurando la cerveza, Reise se levanto y se dio unos minutos para sentir las frescas brisas del norte en su cara. El camino a seguir estaba claro.
Alud Kcohs, Finrod Caresir, Anager Bolghar, Sebastian Facheringh, Reise Walker.
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Re: La semilla maldita

Mensaje por --Savras-- »


En un lugar sumido en el silencio y la paz. Tornapetra...

La joven amamantaba al bebé, mirando el haz de luz dorada que parecía estar atravesando el cielo. A su espalda, su hermano la rodeaba con los brazos, testigo del mismo fenómeno, pero con mayor temor en su corazón a causa de este. Cuando aquel haz estalló, su luz iluminó todo el cielo nocturno, trayendo un falso día que se alargó varios segundos. Ella contempló el espectáculo, fascinada, él se apartó, cegado. El bebé comenzó a llorar.

- ¿Estás bien Gael? - la joven dejó a la criatura en su cuna, meciéndolo. Su voz, prendida de preocupación hacia su hermano menor.

- Sí... - el joven se frotó los ojos, acercándose a la cuna -. ¿Qué ha sido eso?

- ¿Qué importa? Ven, vamos a la cama. Echo de menos el calor de tu cuerpo...




Días después, en aquel mismo lugar...


La joven lacró el sobre con su sello, se aseguró de que no faltara ni una sola moneda para el pago y, una vez lo dejó todo listo, se puso en pie para ir alimentar a su hermosa criatura que dormía plácidamente en la cuna. Quedó paralizada nada más girarse, viendo a un hombre en mitad de la alcoba. El hombre realizó una reverencia educada, acompañada de una agradable sonrisa.

- Lady Lindeseco, es un placer conocerla al fin - saludó.

- ¿Por qué no he podido notar tu llegada? - ella desefundó un puñal, caminando lentamente hacia la cuna, donde su retoño descansaba.

- No es menester la violencia, milady. No os deseo ningún mal - el hombre extendió las manos, dejando ver que no ocultaba arma alguna.

- Gael te arrancará el corazón antes de que puedas notarlo - le amenazó, arrodillándose junto a su hermoso bebé.

- Lo sé, pero no será necesario. Tan solo traigo un presente para vuestro hijo - el hombre sacó una piedra verde del tamaño de un puño. La luz del llamativo mineral lo iluminaba con un suave resplandor esmeralda.

La mujer se puso en pie, acercándose al hombre, mirando aquel pequeño tesoro con gran interés.

- Nunca había visto algo así. Puedo notar su... - lo acarició, sonriendo ante su agradable tacto -, poder.

Una sombra tomó forma a la espalda del visitante, Gael se materializó, colocando la hoja de una espada en su garganta. El extraño, sin embargo, no borró su sonrisa, ni tan siquiera cuando un pequeño reguero de sangre recorrió su piel. La joven tomó las manos de su hermano.

- Tranquilo, Gael, mi amor. No es un enemigo.

- Cómo... ¿Puedes estar tan segura? - preguntó el joven, luchando por contener la ira hacia aquel desconocido a pesar de la reconfortante presencia de Helen.

- Trae un regalo para nuestro niño. Créeme, es... bueno para él.

De algún modo, podía sentir el poder que desprendía el mineral, una extraña atracción hacia él. Era casi como si este le susurrara. Con ello, no debían temer por Amaranth. Nadie se atrevería a hacerles daño. El pecho de Gael subía y bajaba de forma violenta, su respiración, agitada, parecía estar a punto de liberar una tormenta. Finalmente, el joven se giró, gritando. La tierra tembló, los oscuros nubarrones dejaron restellar rayos. La calma, volvió tan rápido como desapareció la ira del rostro de Gael. El joven agachó la mirada, como un perro manso, abrazando a su hermana.

Viendo que podía actuar, el visitante preparó una infusión mediante distintos componentes pero cuyo principal ingrediente era el polvo de la piedra que llevaba consigo. Lo mezcló y, cuando esta tomó un color verde resplandeciente, se la ofreció a Helen. Ella tuvo que luchar por no beberla, pero la seguridad de su hijo y de Gael era mucho más importante que la suya. Se arrodilló junto a la cuna, tomando al niño por la nuca. El bebé bebió...

- ¿Quién eres? - preguntó Gael, maravillado ante el espectáculo que presenciaban sus ojos.

- La voluntad del Uroboros - el hombre rompió un trozo del mineral, entregándoselo a Gael -. Entrégadle esto a Bulbinbenbul. Sabrá valorarlo, y os ayudará.

Sin decir nada más, el hombre abandonó la casa.
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