Prólogo para un héroe (Max y Fray)

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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LoneStar
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Prólogo para un héroe (Max y Fray)

Mensaje por LoneStar »

"Heme aquí en carne y hueso, relatando estas mismas palabras de mi propio puño y letra, que yo, Sir Maximilian de Quayrion, azote de plagas y exterminador de...."
- ¡¡¡Ja ja ja ja ja!!!, perdón, pero es que... ja ja ja, mira como suena: "Soy Maximilian de patatín y patatán, mato ratas y tal."
- Lo de las ratas fue solo un favor a una anciana, me refería a la horda de trasgos.
- ¿Qué horda de trasgos? ¿El grupito de la cueva que nos dio una paliza?
- Yo salí triunfante, libélula impertinente.
- Saliste maltrecho y sangrante y ni siquiera cobramos la recompensa, tarugo.
- ¡El granjero no dijo nada de llevarle una prueba!
- Sí que lo dijo, pero tú no te enteraste porque estarías pensando en Cara Bross o alguno de esos expositores de carne parlantes que tanto te distraen. ¡No te centras!
- ¿Pues por qué no lo escribes tú? Al fin y al cabo narrar mis aventuras fue idea tuya.
- Mírame... La pluma es más grande que yo. Y tú tienes que recopilar de alguna manera tus primeras andanzas por estos lares, así es como se forjan los grandes héroes, labrando cuidadosamente una buena reputación.
- De acuerdo, pero otra impertinencia más y te aplasto contra la mesa como a un mosquito.

"Y he aquí el gran relato epigrafiado de mi propio puño, de como yo, el estoico héroe Sir Maximilian, acudió presto en auxilio de la muy hermosa y gentil Lady Eriurbag para escoltarla sana y salva a través de...."
- Espera, para, para, para... No. De ninguna manera. No puedes hablar de eso. Te lo prohíbo.
- ¿Qué problema tienes ahora, incordio con alas?
- En primer lugar, la pobre Eri ni siquiera llegó a su destino por que la metimos en un avispero de osos.
- Ése es un detalle menor. Lo que cuenta es la cruda batalla que mantuve con el oso norteño.
- Te dio una paliza, Max. Nuestro cliente te sacó inconsciente sobre su hombro. Estás vivo gracias a ella. Y eso no es todo. Mientras cargaba contigo, tú... estando inconsciente se te escapó... ya sabes. Una... ventosidad.
- [.............] ¿Dices... que me tiré un pedo en la cara de nuestra mejor clienta?
- De nuestra única clienta, sí. Y además de una gran fuerza, esa mujer tiene el olfato muy fino.
- [.........................] ¡¡¡JA JA JA JA JA JA JA....!!
- Ja ja ja ja ja ja... vamos a morir de hambre, ja ja ja ja. Bueno, ¡Céntrate! puedes poner lo del bandido que abatiste de un solo golpe en Villanieve. Lo vio mucha gente.
- Éramos cinco contra dos bandidos. El que abatí yo era bizco y cojeaba. Ya me dirás cómo adorno eso.
- Vaya... Pues será mejor salir a buscar trabajo a ver si hay más suerte.
- ¿Antes unas cervezas?
- Venga va, te sigo.
Última edición por LoneStar el Lun Ago 24, 2020 7:00 pm, editado 1 vez en total.
LoneStar
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Re: Prólogo para un héroe (Max y Fray)

Mensaje por LoneStar »

La armadura golpeó estrepitosamente contra las piedras y raíces, mientras el guerrero rodaba por el suelo fuera de control. Trozos de tierra y musgo saltaron por los aires allí donde se clavaban sus pertrechos.

Cuando se detuvo en su alocado rodar, el muchacho intentó levantarse. El yelmo se había movido tanto que apenas podía ver a través de él y la capa se le había enrollado alrededor del cuello.
Consiguió erguirse con rapidez a pesar del dolor que sentía en todo el cuerpo cuando uno de los hombres-jabalí embistió con tanta fuerza que lo lanzó dos metros hacia atrás.
Aún tuvo el coraje de aprovechar el impacto para aterrizar rodando sobre sí mismo y ganar más distancia entre sus rivales.
Un fuerte sabor a hierro le inundó la boca al instante. Se desprendió del fatídico yelmo y escupió un buen chorro de sangre con algunas piezas dentales.

Un segundo hombre-jabalí descargó sobre él un fortísimo golpe con su mano pezuñiforme. El guerrero levantó su espada demasiado tarde y el golpe le destrozó el antebrazo derecho.
Dio unos pasos atrás y comprobó, a través de una grieta del brazal, una herida bastante desagradable cubierta de escamillas doradas ensangrentadas. Dio otro paso atrás para adoptar una posición defensiva e intentar una retirada de aquel desastroso combate, pero entonces su espalda golpeó contra el tronco de un chopo que le impedía la ansiada maniobra.

El maltrecho aventurero tenía un árbol a su espalda, el río a su diestra y tres hombres-jabalí en frente cortándole toda vía de escape.
Aquello pintaba realmente mal.


MOMENTOS ANTES...

Max estaba disfrutando como nunca de aquel viaje. Siempre disfrutaba de los viajes en barco. El agua golpeando suavemente contra la madera, la brisa acariciándole el rostro y la vista de la orilla del Ravuin al pie de las imponentes montañas Nether, eran solo algunas de las delicias del trayecto. Pero por si todo eso fuera poco, aquel día era muy especial. El joven había decidido visitar Cumbre por primera vez desde que abandonara la villa en busca de aventuras, riqueza y respuestas.

Se pasó la mano por la base del cuello notando la aspereza de las escamillas que habían empezado a crecer en aquella parte. Aunque todo aquel asunto de la transformación le inquietaba sobremanera, le gustaba sentir el tacto de las escamitas a contrapelo.

(Por lo que respecta a la transformación, puede salirte hasta cola)

En la mente del muchacho se reproducían constantemente aquellas palabras pronunciadas por María apenas dos años atrás, pero había aprendido a hacer caso omiso a esa tediosa coletilla con la que el subconsciente intentaba atormentarlo.


Había planeado un retorno glorioso a la villa que le vio crecer y no iba a permitir que el pesimismo eclipsara aquel día tan esperado.
Una y otra vez, proyectaba en su imaginación la escena que ofrecería al cruzar la vieja empalizada y ensayaba mentalmente cómo saludaría a los presentes desde su montura. También repasaba las posibles conversaciones en las que “estaría obligado” a explicar cómo se había convertido en un conocido justiciero errante y en un próspero artesano del metal. Además Fray no estaba con él para ridiculizar sus planes.

Comprobó por enésima vez su coraza. Las correas de cuero estaban bien engrasadas y el metal recién pulido refulgía a la luz sol. Atado al mástil, Pelón aguardaba apaciblemente. El equino había sido cepillado con esmero y estaba cubierto con una espléndida loriga adornada de ribetes azules a juego con la capa y el mechón del yelmo que el muchacho pensaba lucir. ¿Qué podía salir mal?

(Mmmmmaaaaaaxxx.... Compra cooosaaas boniiiiitas a Fraaay....)

Las palabras del esbirro sombrío que Max había encontrado en la cripta de Nevesmortas también se repetían con frecuencia en la mente del joven. El maldito Pupneeceec sabía mejor que nadie como estropear un momento épico. ¡Qué falta de consideración!

La tripulación del buque por fin pudo divisar a lo lejos el viejo molino de agua que indicaba que estaban muy próximos al muelle de Puntalhuven.

Max recogió todos sus enseres, se ajustó la magnífica capa azul perfectamente lavada y estirada. Desató a Pelón y dio un punto de ajuste a todos los aperos.

Caballero y montura estaban impolutos y preparados para alardear en aquella ribera de las Nether y el atraque al muelle se les hizo eterno.

Puntalhuven bullía de actividad en aquella mañana soleada. La plebe estaba animada en sus quehaceres pero fueron varios los que se detuvieron un instante para presenciar la magnífica estampa que ofrecía el jinete recién llegado.

Bajó la pasarela, montó en Pelón e inició el paso lento y solemne hacia las puertas de la villa, consciente de que muchas miradas estaban puestas en él.

(Puede salirte hasta cola... hasta cola... puede salirte hasta cola....)

Todas esas ideas desaparecieron una vez estuvo a solas en el camino. El jinete de brillante armadura demandó un trote ligero y el fiel corcel inició el último tramo de viaje hasta la aldea que le había visto crecer.

Estaban llegando al molino de agua que habían divisado apenas una hora antes, cuando Pelón empezó a agitarse inquieto. El corcel reaccionaba así cada vez que intuía una amenaza desconocida.
El jinete se bajó del caballo y lo dejó pastando a la sombra en un recodo del molino. Cuando se sospechaba un mal desconocido, prefería afrontarlo dejando el caballo al margen.
Max nunca vacilaba a la hora de encararse a peligro alguno por muy nuevo o desconocido que fuera, pero este era un caso delicado ya que temía poner en riesgo su inmaculada estampa y arruinar la entrada magistral a la aldea de Cumbre.

(Mmmaaaaax, cuuuiiidaaa de Fraaaaay...)

-(Maldito gnomo…) –Pensó.

Se puso el yelmo y sacó el espadón de su vaina. Aseguró el broche mágico que decoraba su capa y comprobó que el cetro fantasmal estaba en el correspondiente lugar del cinto. Avanzó con paso decidido hasta que vislumbró, a la sombra de una encina, una silueta que le era familiar: Un hombre-jabalí.

Hacía ya cuatro años desde que los Pacificadores del Ravuin se habían enfrentado a un grupo de hombres-jabalí y el encuentro con esas criaturas había hecho mella en un jovencísimo e inseguro Max. Sus camaradas habían despachado sin muchos miramientos a aquellos seres y al joven le pesaba la duda de si los mutantes podían haber tenido alguna otra oportunidad que no fuera el exterminio.

Eleuterio y Tuii eran dos de las personas más versadas que había conocido. Ambos tenían sus dudas sobre el origen y la naturaleza de aquellos seres brutales y sopesaban seriamente el hecho de que sus mutaciones podrían haber sido involuntarias, a través de brujería u otra clase de infortunio que condenara el destino de las desdichadas criaturas.

(Puede salirte hasta cola… Hasta cola. Puede salirte hasta cola…)

Max decidió que había llevado aquella duda sobre los hombros demasiado tiempo.

Se levantó la visera del yelmo y avanzó con el espadón en la mano hasta el lugar donde estaba el hombre-jabalí. Para cuando estuvo a un tiro de piedra, dos hombres-jabalí más, salieron de la espesura.

Con gran determinación, Max volteó su arma y clavó en el suelo la punta de la hoja, en lo que consideró un gesto de paz universal.
Los tres hombres-jabalí que ya avanzaban con pasos rápidos y nerviosos hacia el osado joven, se detuvieron en seco.
¿Qué significaba aquello? ¿Su plan había tenido éxito? ¿Acaso podía establecer alguna suerte de entendimiento con aquellos seres que solo conocían el desprecio y la hostilidad? ¿Quizá era el principio de una nueva era de integración de las razas humanoides en la civilización? ¿Los ojos de los hombres-jabalí se estaban poniendo en blanco? ¿Era espuma lo que salía por su boca?
El caballero de brillante armadura se dio cuenta demasiado tarde de que aquellos seres brutales habían detenido su avance únicamente para entrar en una especie éxtasis furioso...



MOMENTOS DESPUÉS...

La situación ya no podía ir a peor. Acorralado, gravemente herido y sin la capacidad de maniobrar debidamente. Aquella paliza iba a terminar rápido y mal. Muy mal.
En el mejor de los casos llegaría a Cumbre gravemente herido y hecho unos zorros. Estaba claro que no necesitaba a Fray o a Pupneeceec para arruinar sus proyectos. Él mismo se valía solito para eso.

Quizá era el momento de recurrir a las otras habilidades. Aquellas que afloraban casi por instinto en las ocasiones más apuradas. ¿Cómo le había dicho Vetra? “Cierra los ojos y concéntrate en aquello que realmente deseas” Max no tenía muy claro que pudiera llegar a manifestarse la magia innata que corría por sus venas hasta el punto de cambiar aquella calamitosa situación, pero a esas alturas ya no tenía nada que perder. Solo tenía que abandonarse a la concentración absoluta. Cerró los ojos y dejó que las palabras arcanas afluyeran por sí solas a su mente…

(Mmmmmaaaaaaxxx.... Compra cooosaaas boniiiiitas a Fraaay....)

El golpe vino desde abajo. Un hocico coronado de enormes dientes ascendió con tanta fuerza que levantó al joven guerrero del suelo y lo lanzó a las profundas aguas del Ravuin.

-(Maldito gnomo…) - Pensó antes de verse envuelto en la oscuridad.




//Para quien quiera saber de qué va el tema y no quiera leerse el tocho, aquí está el resumen:
De camino a Cumbre los hombres-jabalí me dieron la del pulpo.
Fin.
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Re: Prólogo para un héroe (Max y Fray)

Mensaje por LoneStar »

Pasó los dedos muy despacio por la superficie del lingote. Casi con cariño.

Para un experto en metales, sostener algo tan liviano y a la vez tan sólido resultaba toda una sensación. No era hermoso. Tampoco brillaba ni tenía un color especial. Ni siquiera era un lingote del todo homogéneo. Pero era titanio y eso era lo único que importaba.

Aquel objeto había sido el resultado de mucho, muchísimo esfuerzo. Y tenerlo en la mano era como sostener un valioso trofeo.

-¿Vas a pedirle matrimonio?

-¿Qué?

-Si vas a pedirle matrimonio. Como sigas acariciándolo tanto acabarás teniendo un hijo con él.

-Estoy pensando, Fray. No estoy de humor.

-Siempre creí que cuando lograras dominar el titanio estarías más contento, pero te veo ahí tirado, en silencio, rindiendo pleitesía a un trozo de metal.

La pequeña hada se acomodó en un cojín sin detener las alas del todo.

-Estoy pensando un nombre para la sociedad. –Dijo Max sin levantar la mirada del lingote. -En un principio se me ocurrió que nuestros nombres empiezan por "M" igual que la palabra "metal" así que algo como "M&M Artesanos" podría resultar...

- ¿"M&M"? Pero ahí falta una letra, ¿no? -Interrumpió Fray en tono suspicaz.

-Exacto. La cuestión es que habría que incluir una "J" No sé si eso quedaría bien.

-¿¿Una "J"?? Querrás decir una "F". ¿Qué pasa conmigo? -Protestó.

-Ya lo hemos hablado... -Max Cerró los ojos y se frotó la sien con los dedos. -Somos una sociedad de artesanos. El nombre tendrá que hacer referencia a los artesanos y tú no elaboras nada...

-¡Yo abría la verja del fuerte cada vez que Biagrin estaba de resaca! -Fray se puso en pié y cerró los puños con fuerza.

-Eso tan sólo ocurrió una vez, y no creo que volvamos allí. Oye, tranquila ¿vale? De todos modos no creo que el tema de las iniciales les fuera a gustar ni a Marshall ni a Jennefer. Además sospecho que Marshall piensa que cuando me transforme del todo podríamos usar mi imagen para darnos publicidad. ¿Te imaginas?

Fray se quedó pensando unos instantes antes de volver a la comodidad del cojín.

-Podría funcionar. -Dijo con un hilillo de voz.

-¿En qué estas pensando? -El tono de Max era socarrón. -¿"Dragones de Metal" o algo así? Me niego, es infantil.

-No digas estupideces. Me refiero a algo que suene más serio, más solemne... Que represente el grueso de todo el trabajo que somos capaces de hacer.

-¿Que "somos"? Fray, no empecemos... YO, formaré una sociedad con ellos. Si quieres puedes considerarte MI, socia, pero no NUESTRA, socia. Tienes que entender la dife...

-El nombre, -Interrumpió Fray ignorando completamente la réplica. -...Tiene que sugerir nobleza, dignidad, responsabilidad y compromiso... Lo que sea que decidamos tiene que representar todo eso. Y será para siempre.

-¿Nobleza y dignidad? -A Max parecía hacerle gracia aquello. -Pasamos la mayor parte del tiempo ensuciándonos en minas, ruinas, cavernas y cualquier mazmorra que tenga mineral. Eso no cambiará por mucha imagen dracónica que quiera transmitir.

-¡Pues chico! ¿No querrás que nos llamemos "Dragones & Mazmorras Artesanos"?

-...........................

-¡Pfffff... JA, JA, JA, JA...! Por los nueve infiernos, ja, ja, ja... ¡Qué ridículo!

-JA, JA, JA, JA... Si, si. Es tan absurdo que cualquier institución llamada así estaría condenada al fracaso, ja, ja, ja....

-Quien quiera trato con un grupo de semejante nombre tiene serios problemas de mollera. -Terminó el joven mientras se secaba las lágrimas.

La risa tonta les acompañó durante un buen rato. Luego de recuperar la compostura Fray habló:

-Bueno, ya pareces más animado.

-Estoy bien, amiguita. Es solo que cada vez estoy perdiendo más interés por todo esto. –Elevó ligeramente el lingote que sostenía. –Y a veces echo de menos la ilusión que tenía antes por todas estas cosas…

El joven giró el cuerpo para ponerse de lado y buscó cuidadosamente una posición cómoda en el camastro.

-¿Babita y Berruguita te han dejado de doler? –Preguntó ella.

-No las llames así.

Max giró el cuello cuanto pudo para contemplar la evolución de aquel par de muñones que brotaban de su espalda.

-Me duelen sólo si cargo mucho peso. –Centró su atención de nuevo en el lingote. -Pero seguramente con la luna nueva volverá a acelerarse la transformación hasta el siguiente cambio, y entonces... -Terminó torciendo la boca en una mueca de resignación.

-...Volverán a empezar los dolores. ¡Aish! -Terminó Fray.

La diminuta hada levantó el vuelo, rodeó el camastro y se encaró a las grotescas extremidades que emergían de la espalda del muchacho.

-Cuantos problemas dais, pequeñinas... -Dijo meneando el índice como una madre que regaña a sus hijos.

-¡Que no les hables!

-Son alitas bebé y hay que mimarlas. Fíjate, parece que Babita lleva tiempo sin supurar, habrá que rebautizarla...

-¡Vale! ya he oído suficiente, vamos a dar una vuelta. -Dijo mientras se ponía en pié. -Con suerte algún osgo te envía al plano ese del que provienes y consigo traer de vuelta a una Fray con ideas más útiles...

-¡Imbécil!

-Yo tambien te quiero.
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Re: Prólogo para un héroe (Max y Fray)

Mensaje por LoneStar »

Hace un año...


Hebras de negrura se arremolinaban perfilando una especie de humanoide encorvado y siniestro. Sus ojos de vacío no enfocaban a ningún sitio y a la vez lo observaban todo.

La criatura permanecía impasible y aun así, su mera presencia era una amenaza a todos los niveles. Amenaza para el cuerpo y para la vida. Una amenaza tal, que hacía la atmósfera irrespirable.

Parecía no moverse, pero se estaba aproximando lentamente y con cada centímetro que avanzaba, la sensación de peligro y angustia aumentaban.

Finalmente, las hebras de sombra dejaron de serpentear y la figura se quedó inmóvil en una terrorífica pausa. Algo estaba a punto de suceder. Más angustia.

Entonces los ojos de vacío, de alguna manera diabólica y antinatural, enfocaron al frente con una mirada fulminante y la criatura habló con voz pavorosa: “Tu sangre te traicionará”


Max se incorporó tan repentinamente que su cabeza golpeó el camastro suspendido sobre su litera. El enano que allí dormía se despertó a su vez sobresaltado.
El resto de los huéspedes del Hospicio de Márzhammor se despertaron también. Aquellos que ya estaban acostumbrados a los sueños intranquilos de Max, buscaron una postura cómoda y retornaron a sus ronquidos. Los demás permanecieron alarmados preguntándose que diantres estaba sucediendo.

-Por Moradin, muchacho, ¿Estás bien? – Preguntó Bunar.

Max se apartó el pelo sudoroso de la cara. Hacía tiempo que el sudor no brotaba de su frente.

-Sólo fue un sueño. Lo lamento… -Empezó a decir el joven.

-Olvídalo chico, lo importante es que estés bien. Por un momento pensé que tu instinto de dragón había percibido un ataque o algo. Hace tiempo que no tenías sueños tan movidos.

-¿Instinto de dragón…? – Max reflexionó un instante. -No, Bunar, todo está en orden. No hay ningún…. “instinto de dragón”. Creo que me iré ya.




Max y Fray llegaron al embalse mucho antes de la hora.

Las temperaturas primaverales llevaban toda la semana descongelando el hielo acumulado en las cumbres colindantes y además había estado lloviendo copiosamente durante toda la noche.

El embalse de Sutchard estaba a punto de desbordar.

Al pie de la gran presa, donde discurría el arroyo, posaron sus pertenencias con cuidado sobre el musgo denso y húmedo.

Aquel rincón era un remanso de paz. Las colinas que cercaban el lugar impedían que el invierno alcanzase con sus ventisqueros el diminuto valle y al mismo tiempo atrapaban el calor del sol y la humedad del arroyo, creando un pequeño paraíso climático cuya vegetación daba testimonio de ello.

Max alzó la vista para observar la imponente construcción de piedra.

El maestro cantero responsable del embalse, se personaría allí para su revisión como cada mañana y con toda seguridad abriría las compuertas para que la presa desahogara gran parte de su agua contenida.

Pero Max quiso llegar antes para preparar algunas cosas.

Extendió la esterilla de dormir sobre el musgo y empezó a revisar todo cuanto llevaba encima. Tenía serias dudas sobre como acabaría la jornada que estaba por venir y quería hacer una pequeña recapitulación de los últimos años de su vida.

Un anillo de cobre reposaba ennegrecido en lo más profundo de uno de los petates. El valiente Will Rogers se lo había regalado poco después de su llegada a Nevesmortas, animándole a aprender el oficio de la herrería. Incontables veces había comparado Max los anillos que creaba con aquella muestra, obsequio de su desaparecido amigo.

Depositó el anillo sobre el saco.

Una botellita de miel estaba envuelta en una tela encerada. La botellita representaba una importante deuda que Max tenía con una singular mujer de larga cabellera verde, amazona de osos y fanática de las arañas gigantes. Cada vez que desenrollaba la tela cerosa para comprobar el estado del contenido, numerosos recuerdos se agolpaban en la mente del joven. Algunos alegres, otros angustiosos; nostálgicos todos ellos. ¿Dónde estaba la valiente Liliana con aquel carácter sincero e inocente que la caracterizaba? ¿Cómo habría sido el final de su hermano, el bueno de Zaro? Max había perdido la esperanza de saldar aquella deuda con forma de alimento pero, aún así, siempre cargaba con una botellita de miel fresca. Nunca se sabe.

Depositó la botellita de miel sobre el saco.

Una gema envuelta en terciopelo estaba en uno de sus bolsillos. Brillaba como el primer día que Pupneeceec la pulió. El gnomo había obsequiado a Fray con aquella joya de su propia manufactura. No es que Max echara de menos al extravagante personaje, pero Fray sí lo hacía. Llegó el día en el que la pequeña hada asumió, que posiblemente no volvería a ver a aquel arcano de sombrero picudo y atuendo verde que la comprendía y divertía como nadie. Cada vez que Fray veía la gema, se quedaba largos minutos contemplando su carita de fata reflejada en ella y echaba el resto de la jornada taciturna y en silencio.

Depositó la gema sobre el saco.

Dos tomos de tapas gruesas exquisitamente decoradas con los símbolos de Tyr y Torm, permanecían atados en otro de sus petates. Había leído tantas veces el contenido de aquellos dos volúmenes que se lo sabía de memoria y sus páginas estaban amarillentas por el uso y desuso. No obstante, siempre los llevaba encima. El aprecio que sentía por aquellos libros era indecible. Cuando Lady Benders se los entregó en persona animándole a unirse a La Orden de Caballeros de Nevesmortas, Max sintió la felicidad colmando su espíritu con tanta intensidad que casi se le atragantó. El mero hecho de llevar ambos volúmenes siempre consigo, le hacía sentir mejor y cada vez que contemplaba aquellas tapas, notaba en su ser un leve recuerdo de aquel cálido sentimiento de dicha.

Depositó los tomos sobre el saco.

Finalmente empezó a desprenderse de todo cuanto llevaba puesto. Entonces reparó en uno de los anillos de su manaza. Una joya mágica de propiedades protectoras. Marshall le había obsequiado con aquella maravilla elaborada por Jennefer, como muestra de buena fe en aras de la sociedad de artesanos que habían decidido formar. Parecía que nada podría frenar aquella prometedora sociedad. Nada...

Depositó el anillo sobre el saco.

Contempló el repertorio de pequeños tesoros. Dos libros, dos anillos, una gema, una botellita de miel... Era como revivir de forma acelerada algunos de los recuerdos más importantes y significativos de su vida después de que abandonara Cumbre. ¡¡Lástima no tener un objeto por cada una de las cosas importantes que le habían sucedido desde aquel entonces!!

-Si algo ocurriera hoy, todo esto es tuyo, compañera. -Dijo a Fray.

Max se metió en el riachuelo llevando a Remigio bajo el brazo. Empezó a fijar el muñeco a los cantos rodados del lecho fluvial. Cuando se hubo asegurado de que el estafermo estaba firmemente sujeto, se dirigió hacia el campamento que habían establecido en la orilla del arrollo y reparó en que Fray no estaba observando la gema de Pupneeceec como cabría esperar. En lugar de eso le miraba a él con carita de preocupación.

-¿Estás seguro de esto, verdad? -La pregunta era retórica.

-¿Todavía no confías en mí? -Repuso el muchacho. -¿A caso no he acertado hasta ahora?

-Acertar es tener éxito con la suerte, no en algo planeado. -Repuso Fray cabizbaja.

-Vamos, socia... Ya hemos hecho esto más veces. En esta ocasión sólo habrá más agua.

Max se acercaba a su compañera para tratar de animarla cuando reparó en una figura que caminaba sobre el embalse.

-Vaya, parece que nuestro amigo se ha adelantado.

Max giró sobre sí mismo y volvió al riachuelo, posicionándose de espaldas a la gran presa y encarado a Remigio.

El responsable de la presa de Sutchard era un maestro de cantería que comprobaba la estructura a diario. Desde que Max había descubierto aquella forma de ejercitarse, siempre había sido aquel hombrecillo mayor y achaparrado el que revisaba el embalse en toda su extensión, en busca de posibles fisuras producidas por la humedad perenne. También era el mismo hombrecillo el que abría la válvula de drenaje cuando el nivel del agua estaba demasiado alto y entonces, toneladas de agua se precipitaban al arroyo.

El maestro cantero observó la escena a sus pies y como de costumbre, se quedó mirando al extravagante personaje de alas y cabello dorado en la base de la presa. Sin saludar, sin decir nada. Tampoco hacía gesto alguno. Únicamente juzgaba con su mirada. "Aventureros chalados" -Parecía que pensaba.

Pero esta vez ocurrió algo inusual.
Momentos antes de girar la rueda de bronce que accionaba la compuerta, el hombrecillo miró hacia Max y titubeó. Nunca titubeaba. Si era necesario abrir la válvula, nada impediría que lo hiciera.

Fray tuvo un mal presagio con aquello. Quiso advertir a su compañero, pero ya era demasiado tarde. El hombrecillo se encogió de hombros y giró la rueda con brío.

El hada gritó, pero todas las bocas del gran muro de piedra empezaron a escupir chorros de agua que se precipitaron en un rugido ensordecedor al arroyo, disipando completamente la vocecilla de la fata.

Fray jamás había contemplado un caudal tan intenso como aquel. Remigio había salido volando con el choque del agua y había desaparecido corriente abajo en aquel arroyo que se estaba convirtiendo en un agitado río por momentos.

La pequeña fata se acercó todo lo que le permitía la espumosa turbulencia del agua y pudo distinguir la silueta de Max, encorvado por el peso colosal de la cascada, pero todavía en pie.

¿Estaría bien? ¿Podría salir de allí si aquello le superaba? Fray había tenido aquellos mismos temores todas y cada una de las veces que el joven había recurrido a aquel disparatado método de entrenamiento y al final siempre había salido bien parado de la situación, pero también era cierto que no recordaba ni una sola vez, que aquel ejercicio no le dejara completamente exhausto… Ahora el embalse estaba a rebosar y la caída de agua era más intensa que nunca.


Con el primer golpe de agua, Max tuvo bien claro que algo no iba bien. Normalmente tenía que estar varios minutos bajo el frío chorro antes de sentir que las piernas le flojeaban, pero esta vez, a duras penas pudo mantener el equilibrio nada más empezar.

El simple hecho de permanecer de pie le suponía un esfuerzo extraordinario y la presión del agua aumentaba por momentos amenazando con aplastarle contra el fondo. Quizá había llevado todo aquello demasiado lejos.

Max sintió verdadero temor y la adrenalina se disparó dentro de su cuerpo. El buen juicio gritaba a voces que tenía que suspender aquella locura antes de que las fuerzas le fallaran y fuera demasiado tarde, pero precisamente esa sensación, esa angustia… era justo el tipo de estímulo que hacía reaccionar su potencial interno.

Aquel sentimiento de desesperación era exactamente lo que había ido a buscar allí. Era justo la clase de situación límite que pretendía alcanzar cada vez que realizaba ese tipo de ejercicio suicida y también era el motivo por el que había decidido intentarlo en ese mismo momento: El apogeo del deshielo.

Decidió que aguantaría hasta el final.

Maximilian hizo acopio de todas sus fuerzas y consiguió erguirse. Sabía por experiencia que la postura vertical ofrecía menos resistencia al agua y haría más fácil soportar aquel castigo.

A continuación, empezó con los ejercicios básicos. En primer lugar, trató de mover los brazos en círculos similares a los gestos de conjuración pero apenas podía levantar las manos a la altura del pecho. En segundo lugar, procuró mover sus pequeñas pero bien formadas alas. Eso resultó simplemente Imposible.

Aquellos esfuerzos enseguida se cobraron una fuerte demanda de oxígeno que no tenía… Pero era consciente de que ese momento llegaría. Era parte del ejercicio.

No hizo otro intento de conjurar. Simplemente se concentró en respirar con todo su ser y el conjuro salió prácticamente por sí solo. De inmediato sintió el renovado vigor en su cuerpo.

Deseó con todas sus fuerzas mover las alas. No lo intentó con las alas, si no con el alma. Esta vez el conjuro de fuerza fluyó de manera natural a pesar de la enorme presión que hacía el agua sobre sus lentos brazos.

Desplegó las alas hasta la mitad de su envergadura y aquello hizo que el cuerpo del joven acusara aún más el peso del agua. Aguantó. Hizo un último esfuerzo y desplegó las alas completamente durante un instante. Quizá medio segundo, tal vez dos.

Las fuerzas le fallaron y cayó de bruces golpeándose contra el fondo pedregoso y turbio. Consciente de que se ahogaría en minutos, empleó sus últimas energías en ponerse de pie, pero parecía imposible extender aquellos brazos mientras toneladas de agua caían sobre su espalda. Lo dio todo en un último esfuerzo titánico. Notó los tríceps apunto de estallar mientras estiraban lentamente los brazos venciendo la descomunal presión del líquido. Notó incluso que sus alas se movían en espasmos rápidos e involuntarios.

-Esto es justo lo que querías… -Pensó. -Has logrado hacer reaccionar tu cuerpo y tu mente más allá de lo que puedes dominar. Y como consecuencia, vas a morir aquí…

Luego vino la oscuridad profunda.
Vio luz por primera vez en varios días. No distinguía muy bien lo que tenía encima. Tal vez era un techo de piedra o quizá la tapa de un sarcófago. Estaba muy desorientado.

El primer impulso fue moverse y entonces notó como si millares de aguijones le perforaran la carne hasta el hueso. Intentó revolverse contra el dolor y fue mucho peor.
Solo cuando se quedó inmóvil, comprendió que tenía las agujetas más horribles que jamás pudiera imaginar.

Tenía un hambre antinatural (aunque eso venía siendo lo común) pero a pesar de ello se volvió a sumir en un sueño profundo.



Recientemente...

Los compañeros oteaban los alrededores arenosos en busca de cualquier peligro acechante. Pero incluso los aventureros más avezados pueden olvidar que en las llanuras de Anaurok el peligro puede venir por tierra, por debajo de esta o…

Áymrith descendió como un inmenso verdugo con el sol a la espalda para ocultar su presencia hasta estar encima de las víctimas. Por fortuna el enorme tamaño del dragón hizo que su sombra alertara a los compañeros el tiempo justo para que ninguno acabara aplastado en el estruendoso aterrizaje.

En medio del torbellino de arena provocado, una gigantesca cola blindada con escamas azules emergió de la nube de polvo para barrer todo aquello que no fuera capaz de apartarse a tiempo, mientras que las garras lanzaban zarpazos a diestro y siniestro. Todo aquello no era más que una forma de agotar las maniobras evasivas de sus contendientes y así poder lanzar el terrible mordisco sobre el primer desgraciado que bajara la guardia.

Pero esta vez, Áymrith no se medía con un grupo corriente.

Yonomen lanzaba "hondonadas" de dagas cada vez que el dragón desprotegía un punto vulnerable, provocando pequeñas pero dolorosas heridas.

Dvalin atormentaba a la bestia con golpes prodigiosos en cuanto alguna de las letales extremidades se ponía al alcance de su arma.

Alma destrozaba escamas de la sierpe con cada hachazo de tal forma que parecía una leñadora reduciendo un tronco a serrín azul.

Idrill luchaba a otro nivel. Combatía las defensas mágicas del dragón y distraía la monstruosa boca con proyectiles arcanos al tiempo que dejaba caer sus conjuros más destructores sobre la bestia.

Pero uno de los compañeros no estaba frente al dragón. Uno de ellos entendía a la criatura mejor que los demás. Maximilian permanecía a su espalda, manteniendo a raya la terrible cola mientras observaba el contorneo del cuerpo de la bestia, intentando predecir cada movimiento.

El inconmensurable castigo que sus compañeros estaban propinando a la sierpe comenzaba a hacer mella. La criatura se volvía lenta, sangraba más y más… Sus defensas mágicas habían expirado. Era el momento.

Max visualizó el golpe. Adoptó la postura exacta, cogió el arma fuertemente con la mano derecha y deslizó dos dedos de la mano zurda a lo largo de la hoja al tiempo que recitaba el hechizo. Todo su ser se concentró entonces en el golpe visualizado, en una especie de comunión marcial entre espada, cuerpo y espíritu.

Se lanzó hacia delante. Saltó sobre la cola de la sierpe cogiendo impulso y desplegó sus alas grandes y doradas bajo el sol de Anaurok. Dio dos fuertes aleteos y alcanzó rápidamente la cabeza de la criatura descargando su golpe preciso e infalible.

EL dragón cayó muerto a los pies de los compañeros.
Nadie victoreó y nadie recibió una enhorabuena. En lugar de eso, se concentraron inmediatamente en el siguiente objetivo que tenían por delante, aún más peligroso que el propio dragón. El grupo de aventureros se adentró en lo más profundo del desierto.

Y es que los héroes... hacen esas cosas.




//Sip, lo sé. Me flipé con este relato. Me flipé mucho. Pero era necesario. Se lo debía al personaje.
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