
Caía la noche después de haber perdido la cuenta de los días de viaje. Mi último trabajo me había llevado a ejercer de guardaespaldas de una pequeña caravana familiar. Habíamos prácticamente entrado ya en el Bosque después de unas largas jornadas de arena y polvo.
El dueño de tal caravana era un padre de familia apellidado Willhem que viajaba con su mujer y sus dos hijos. De los hijos, la mayor era una chica de unos catorce años y el pequeño un chico de aproximadamente diez. Ambos eran bastante alegres y risueños.
Al parecer el señor Willhem buscaba viajar al sur-oeste por las tierras de La Marca, con el objetivo de establecerse, porque sus tierras anteriores cerca de El Hielo Alto habían perdido casi todo el valor. A decir verdad no presté demasiada atención a su historia, tan solo sé que se había gastado casi todas las monedas en pagarme a mi el viaje y la protección junto con otras dos personas más. Eso hacía que tan solo éramos tres hombres de armas durante el viaje, algo que él y su oro vieron que fue suficiente pero que bajo mi punto de vista los caminos eran bastante peligrosos.
Cuando la familia comenzó a preparase para ir a dormir, los hombres de armas nos jugamos a suerte el orden de las guardias nocturnas. Desgraciadamente, yo fui el primero al que le tocó ejercerla. Los otros dos hombres de armas se fueron a dormir sin problemas, pero esta noche no fueron tan precavidos como las noches anteriores debido a que no habíamos tenido ningún problema. Ni siquiera me molesté a aprender sus nombres como ellos hicieron conmigo, y estaba claro que jamás habían tenido entrenamiento militar por sus maneras de actuar.
Justo tras colocarme cerca del fuego y preparar una pipa de mesa para fumar, el pequeño de la familia Willhem se acercó de manera cautelosa pero a la vez con gran decisión. Tras quedarse unos segundos mirándome con curiosidad, definitivamente decidió dirigirme la palabra.
- Señor… -comenzó con un ligero tono dubitativo- ¿Por qué es así?
Esbocé una media sonrisa tras la pregunta del pequeño. Y puesto que hizo el valiente esfuerzo de venir a preguntarme, no dudé en iniciar una conversación con él. Aunque claro, yo era consciente de que tan solo era un niño. Acto seguido encendí la pipa de mesa y tras una calada, me centré en él.
- A qué te refieres, ¿pequeño? –Pregunté-
- Todas las mañanas hace lo mismo y de la misma manera –respondió después de encoger sus pequeños hombros-, coge sus armas y sus cosas y las revisa atentamente.
Me quedé un tanto pensativo, y tras ello pegué otra calada.
- Son cosas que aprendí en el Desierto en el ejército –dije-, pequeño.
- ¿Usted estuvo en el ejército? –Preguntó antes de acercarse un poco más a mí-
- Antes de tener tu edad –respondí-, ya formaba parte de él. Es cierto que aún no blandía una cimitarra, pero poco me quedaba para hacerlo.
- ¿Tan pequeño? –Preguntó- ¿Por qué?
- Me encontraron de muy pequeño –respondí y tras una pequeña pausa para dar una calada, continué-, un hombre llamado Capitán Abbel Alim me recogió entre las ruinas de un pequeño pueblo nómada que había sido arrasado.
- ¿Y a usted no le pasó nada? –Preguntó de nuevo-
- Tuve mucha suerte y los propios escombros ocultaron mi pequeño cuerpo inconsciente –respondí-. Era tan pequeño que no recuerdo ni quienes fueron mis padres, o si tenía familia.
El chico se acercó a mi lado y me miraba desde abajo.
- ¿Y qué hizo ese Capitán? –Preguntó-
Pegué la última calada a la pipa de mesa y luego la vacié. Cogí un poco de aire y decidí responder.
- El Capitán Abbel Alim me crió –respondí mirándole fijamente-. Me trató como un hijo suyo y me enseñó todo lo que sé. Me adiestró como a un soldado del ejército más y cuando fui mayor estuve luchando a su lado en varias batallas. E incluso gracias a él pude aprender el común de un amigo suyo puesto que solo dominaba el Bendino.
El chico se quedó asombrado y luego lanzó otra pregunta, pues la curiosidad podía más al hecho de la dureza que pudiese encontrar en mis palabras.
- ¿Mató a mucha gente? –Preguntó un poco temeroso-
Perdí la mirada por unos segundos. Mi mente se evadió de la realidad para viajar de nuevo a los recuerdos del pasado. Recuerdos del pasado plagados de golpes de cimitarras, de apuñaladas, de sangre, de personas que en el fragor de la batalla olvidan todo lo que es pecado, y sobretodo, de las palabras que el Capitán Abbel Alim decía sobre mí: “Cuando luchas, parece como si estuvieses poseído por un Demonio”.
Tras eso, respondí.
- He matado a mucha gente –dije-, y también a muchas criaturas como Trasgos, Orcos y un sin fin de escorpiones.
Esperaba una reacción negativa del chico. Pero me sorprendió y siguió a mi lado, para lanzar de nuevo otra pregunta sin reparo.
- Ya no lleva uniforme ni va con el ejército –dijo-, ¿se marchó?
Esbocé de nuevo una media sonrisa.
- Después del paso de los años me he dado cuenta de que matar es lo único que sé hacer –respondí-, pequeño. Pero me di cuenta de que mi vida está vacía y he de encontrar algo por lo que vivir. Encontrar algo que me de sentido. Es por eso que viajo y es por eso que a veces, ayudo a quién lo necesita. Aunque el Capitán Abbel Alim no le gustó lo que hice, yo tomé esa decisión.
El chico asintió con la cabeza, con el aspecto de una persona adulta, como si comprendiese sin problemas todo lo que le estaba diciendo. Aunque imaginé que era mi sensación y no la realidad.
- Mi padre dice que ya no queda mucho para llegar –dijo después de rascarse la nariz-. ¿Me podrá enseñar a pelear?
Me levanté y después le ayudé a ponerse en pie de un pequeño salto. Tras eso le alboroté el pelo y le miré fijamente.
- No debo enseñarte eso –respondí-. Debes de hacer caso a tu padre y que él te enseñe su oficio. Incluso podrías aprender a estudiar o dedicarte a la Fe para ayudar a los demás.
El chico se entristeció tras mis palabras y luego se retiró lentamente para dormir. Cuando ya pude discernir si se había dormido o no, proseguí con mi guardia hasta que me tocó hacer el relevo.
Justo cuando empecé a coger el sueño, algo ocurrió. Unos extraños ruidos me despertaron y pude ver como una figura corpulenta y sin armadura había degollado silenciosamente a uno de los hombres de armas. Eso hizo que me levantase rápidamente y que cogiese mi arma que me acompañaba pegada al cuerpo durante toda la noche. Entonces pude ver que la figura era la de un Orco que se había quitado la armadura para no hacer ruido, y cuando me vio se quedó tan sorprendido que apenas pudo actuar. Momento en el cual aproveché para atravesar su vientre con mi cimitarra y mostrarle mi cara de odio por su brutal acto.
La familia Willhem se despertó y eso hizo que el segundo hombre de armas se levantase y se preparase para actuar. El señor Willhem salió de la caravana con una pequeña espada y en ese momento desde el bosque nos empezaron a llover flechas. Una logró impactarme en mi hombro izquierdo y otra impactó en el Orco muerto que había atravesado mi espada.
- ¡Protégeles! –Exclamé dirigiéndome al hombre de armas- ¡Si no consigo hacer caer a los arqueros, estaremos perdidos!
El hombre de armas asintió con la cabeza y se puso delante de la caravana y tratando de evitar las flechas y a la vez proteger a la familia. Justo en ese momento un Orco apareció delante de mí de entre el bosque e intentó golpearme con un hacha de batalla. Rodé hacía un lado y evité por los pelos un segundo y tercer golpe que iban muy certeros, entonces con rapidez y furia aproveché para cortar las manos del sucio Orco que había perdido el control de su arma al clavarla en el suelo. Su grito se mezcló con el de la hija del señor Willhem que había sido cogida por sorpresa por otro Orco y la agarraba de los pelos. Me giré y pude ver como al señor Willhem le estaba atacando otro Orco y el segundo hombre de armas era asaltado por dos más. Entonces la hija del señor Willhem que evidentemente no se quedaba quieta, sin quererlo golpeó la nariz del Orco que la apresaba y eso enfureció a su captor para terminar exclamando algo en su idioma y seguidamente clavar el hacha sin piedad en el cuerpo de la chica.
Dos flechas pasaron por mi lado y una de ellas se clavó en la espalda del señor Willhem. Entonces decididamente salté al interior del bosque y me encontré con los dos tiradores. Uno de ellos ya se había percatado de mi presencia y había dejado caer el arco para desenfundar una espada, pero la adrenalina que corría por mis venas era muy poderosa y eso pareció hacerle lento a él, que se vio sorprendido al encontrarse con mi cimitarra clavada en su pecho cerca del corazón. El otro Orco tirador se quedó atónito y rápidamente con la mano que no sujetaba el arco intentó sacar un hacha de leñador, pero sin pensármelo dos veces le hice un corte limpio en la garganta aprovechando su postura de rodillas. Eso hizo que me manchase aún más de sangre.
Emití un profundo suspiro y rápidamente volví a la caravana porque mi nublada mente había dejado de oír ruido pero los gritos aún venían de allí. El señor Willhem y el segundo hombre de armas yacían en el suelo, uno fallecido debido a la flecha y el otro tenía una gran hacha clavada en su pecho. A su lado había el cadáver de un Orco.
Aún quedaban dos Orcos. Uno de ellos tenía agarrada fuertemente a la señora Willhem que no dejaba de intentar soltarse y el chico agarraba a su madre tirando de ella con fuerza debido al miedo que recorría su pequeño cuerpo. El otro Orco estaba mirando las posesiones de la caravana sin percatarse de que yo había vuelto. Entonces miré fijamente a los Orcos.
- Soltadles y venid a por mí –dije con decisión-. Voy a mataros como he matado al resto de vuestra escoria que os acompañaba. Porque no merecéis vivir después de vuestros actos.
El Orco que tenía a la señora Groom sonrío y la empujó violentamente contra la caravana. Desgraciadamente eso hizo que tanto ella como el chico se golpeasen contra la madera y pude oír como sus huesos crujieron, haciendo así que sus cuerpos cayesen inertes.
Mi vista se centró en los Orcos. El sonido pareció detenerse y tan solo podía verles a ellos, el resto era oscuridad completa hecha por mi mente.
Me acerqué a paso lento y con gran decisión abrí la guardia momentáneamente para que el Orco pudiese atacarme, y preso de la trampa que le había creado, no pudo hacer más que caer abatido tras un gran corte profundo en diagonal de mi cimitarra.
Tan solo quedaba el último. Al ver mis actos, este dejó lo que estaba haciendo y cogió dos hachas que llevaba en su espalda. Me quedé a unos tres metros delante de él y esperé a que se pusiese en posición de guardia, y tras eso, con un gran grito de guerra el Orco trató de embestirme. Estuvo muy cerca y una vez más tuve que rodar hacia un lado para evitar la gran embestida, por suerte me pude recomponer rápidamente. El Orco volvió a atacar y yo esta vez tan solo pude detener uno de los dos golpes, haciendo que uno de los hachas me hiciese un gran corte en el pecho. Había sido un buen golpe, y estoy seguro que si me hubiesen impactado ambos hachas posiblemente estaría muerto. Pero no era la hora de morir aún, no para mí. El Orco se confió y eso le hizo creer que ya me tenía listo para acabar conmigo, entonces volvió a tratar de golpearme dos veces y esta vez desvié ambos hachas haciendo que no de ellos saliese despedido lejos. Acto seguido y con la guardia abierta, con un gran golpe atravesé el vientre del Orco obligándole así a arrodillarse. Entonces sus ojos y los míos se miraron fijamente, y él empezó a reírse lentamente. Porque los Orcos no piden piedad, al igual que no la tienen. Así que retrocedí dos pasos y acto seguido le separé la cabeza del cuerpo con un corte horizontal.
Me era imposible abrir la mano que empuñaba mi cimitarra. La tensión aún corría por mis venas y comencé a mirar la situación. Ya no había nada vivo a parte de mí aquí. Así que en primer lugar utilicé unas vendas para curarme las heridas, como bien recordaba hacerlo de mis tiempos en el ejército. Acto seguido cavé hoyos para las personas que me habían acompañado en la caravana y luego apilé los cadáveres de los Orcos. Tras incinerar los cuerpos de esas bestias y enterrar todo lo bien que pude a los ex compañeros, recogí todo lo útil y empecé a proseguir mi camino con los primeros rayos de luz del alba.
Una vez más la cosa acabó mal. Y está claro que no soy un héroe y es posible que jamás lo sea. No fui capaz de terminar mi trabajo y tan solo quedé yo vivo. Como de costumbre, como una serpiente en el desierto…
Viajé durante unos días y llegué a Nevesmortas, villa en la que seguramente me vería obligado a estar una buena temporada…
Me llamo Hussan Ibn Nassir. Crecí entre polvo, arena, armas, armaduras, tácticas y conocimientos de guerra. Acompañado de personas que ejercían la misma profesión. Para mi la vida dejó de tener sentido cuando fui capaz de arrebatársela fácilmente a innumerables personas. Porque la muerte no espera, y a veces tan solo quiere que le hagan “el trabajo sucio”. Sé que no soy un héroe, y sé que seguramente jamás lo seré, pero no me importa porque no es lo que busco. Tan solo soy alguien que busca dar sentido a su vida vacía… ¿de qué manera? Aún no lo sé… Pero es algo que espero encontrar…
Descripción General:

Hussan es un hombre atlético y fuerte forjado en las arenas del desierto. Sus ropas y su acento siceante así lo delatan.
En su cara no refleja expresión alguna y de piel tostada a consecuencia del viento del desierto.
Porta una cimitarra al cinto y un escudo de madera a la espalda. Lleva gran cantidad de ropajes de colores vivos, pero por el sonido que hace al andar hace pensar que lleva una buena armadura bajo sus ropajes.
Muchas veces se muestra “ausente” debido a los recuerdos que plagan su memoria sobre su pasado.