Bagel Aloden

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Bagel Aloden

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Capítulo 1: El vuelo del águila

La Marca Argentea, la Frontera Salvaje, tierra inhóspita e inaccesible para aquellos mortales que la han querido abordar en su totalidad. Tras la intensa bruma que precede al alba, un águila sobrevuela los cielos esperando una orden, el cumplimiento de un presagio, un cometido en la inefable epifanía que le fuera revelada a uno de los altos rangos de la Orden Druídica Suprema del Bosque Alto. Sus meses transcurrían a la espera del llanto del niño recién nacido, recorriendo impaciente las trescientas millas que recorren estas tierras desde las profundidades del Bosque alto hasta los esbeltos picos, solo evocados en leyendas, del Espinazo del mundo; y las quinientas millas desde Surbrin hasta las majestuosas dunas de arena de Anaurokh. La Marca Argentea, que desde las alturas se yergue altiva, exuberante e inocente, menos ante la mirada inquisitiva y penetrante de Aldaron, nuestra águila expectante, la ave de rapiña que guardaría en su memoria la desgracia de los caídos, que admiraría bajo el velo del recuerdo el Rauvin, el antiguo Delzun y la Tierra de la Luna. Aquel llanto se alzaría inconfundible y la seguridad de sus garras transportarían al niño desde el Bosque Luna al Bosque Alto, luego ya podría descansar, sabiendo que su misión estaba concluida.
Era la octava luna llena del 1289 CV, los lobos aullaban alzando su voz, Aldaron, posado sobre la rama de un roble observa desde un pequeño claro del Bosque Luna una pequeña choza construida en madera de forma rústica. Una puerta entreabierta dejaba entrever luz del interior, al igual que las dos ventanas improvisadamente tapadas por una tela fina que translucía la vida interior de aquel hogar. El techo de paja servía de cobijo a algunas ratas y comadrejas del bosque, sus incesantes chillidos quedaban apagados por el continuo llanto de un niño, los lobos, como siempre los lobos, y una voz que entonaba suave un canto en un élfico rústico:

Bajo la luz pálido de la luna
entre la danza de la dríada
ante los ojos del padre roble
nace un niño, y trae luz.
Sobre la tupida mata del bosque luna
ante los robles más antiguos
donde el claro se hace vida
nace un niño, y trae luz
Aquel día trajo el alba
los rumores del pasado
y entre dríadas y elfos
nace un niño que es la luz…


El canto continuaba, dulce, acogedor, pero Aldaron ya no lo escuchaba. Un paso, otro paso, las copas de los árboles se agitaban con la brisa fresca del norte. Más pasos, el ave giró su cabeza escrutando en la espesura de donde provenían los ruidos. El aullido ahogado de un lobizón, y más pasos, no de animales, debían ser elfos y estaban cerca. El canto había lanzado un manto de tranquilidad sobre el bosque que se tornaba mágico, y casi había hecho olvidar al águila su cometido, pero ahora veía entre la oscuridad lo que parecían ser, por sus vestimentas, a un druida y a un explorador, el segundo llevaba en brazos un pequeño lobo que no tendría más de unas horas de vida. Estos avanzaban a paso decidido pero ligero, sin dejar rastro de sus pisadas al caminar, los árboles del bosque parecían abrirse a su camino, como si se tratara de viejos conocidos. No pasaron más de cinco minutos hasta llegar a la puerta de la choza, nuevamente Aldaron pudo escuchar la voz de la mujer que repetía las mismas estrofas que minutos antes había escuchado. El elfo con aspecto de druida entreabrió suavemente la puerta, la luz de adentro trazaba los contornos de los recién llegados, sin dudas se trataba de Aerön, un elfo salvaje de unos cuatrocientos años de edad, su tez marrón oscura, sus ojos de un negro azabache, inquietantes e inquisitivos, y sus rasgos fríos, con una constante expresión severa, sus vestimentas llevaban la insignia de Silvanus, una gran hoja de roble estampada bajo el influjo de una magia tan secreta y ancestral como la de los druidas adornaba y daba valor a su enorme capa de pieles con la que se abrigada en las frías noches del bosque. Junto a él se encontraba de pie Loreas, se trataba de otro elfo salvaje pero de aspecto mucho más joven y amable, su tez de una tonalidad más clara y con un suave dejo azulado denotaban sangre de elfo lunar que recorría sus venas. Sus ojos negros, cansinos y piadosos mostraban el alma de quien fue forzado a recorrer demasiados caminos con tan solo ciento cincuenta años de edad. Un pequeño lobizón se revolcaba entre sus brazos recubiertos con el cuero de su armadura de color verde, que intentaban sujetarlo con firmeza para darle contención. El pecho de su armadura mostraba la misma insignia del Padre Roble que llevara su acompañante en la capa.

Al abrirse la puerta el canto cesó. Aerön fue el primero en entrar y al hacerlo destapó ambas ventanas como si quisiera que si alguna dríada habiendo tomado la forma de un árbol estuviera observando, no privarla de aquello. Aldaron ahora podía verlo todo, tras las ventanas, tras la puerta que ya había quedado abierta. El Druida comenzó a hablar en un tono suave y tranquilizador –Eilan, no creerías que podrías escapar de por vida con un hijo entre brazos – y luego de una pausa continuó -como has de llamarlo? - Dijo observando a la elfa que reposaba en una silla, pálida como la luz de luna, con aspecto agotado y débil, y cargando entre sus brazos al recién nacido. Finalmente con vos temblorosa y con un llanto ahogado se dispuso a hablar – Bagel es su nombre, Bagel Aloden-. Aerön se acercó a la mujer y con el revés de su mano acarició la mejilla del bebé, -Eilan, debes saber que he venido a llevarme al niño, sin embargo aún estás invitada a regresar al círculo, al Bosque Alto, tu éxodo será castigado pero las puertas aún están abiertas-. La mujer sollozó un poco y vió como el druida tomaba de sus brazos a Bagel, este lo alzó lo más alto que pudo tratando de observarlo desde lo bajo como si se tratara de una maravilla, -Bagel Aloden, sangre de dríada, padre del lobo, quien fue obligado a ser padre antes que hijo, seguidor de la senda del padre roble – dijo en voz alta aunque por su tono parecía hablarle a alguien que se encontraba afuera del hogar. Luego lo bajó y lo arropó rápidamente, su voz se tornaba cada vez más melancólica – Sabes también que las dríadas lo han reclamado para que vuelva al círculo, nada puedo hacer Eilan, recupérate y regresa a tu hogar-. Luego de estas palabras los dos elfos dejaron la choza, y al salir alzaron su voz a los cielos –Aldaron, dueño de los cielos, te convocamos a este claro del Bosque Luna a que cumplas la misión que te fuera encomendada-. Aldaron sin esperar un segundo más bajó de la rama del árbol que lo mantenía oculto en la oscuridad de la noche y posó sus tremendas garras a los pies de los elfos. – Es la hora de que lleves al niño y a este lobo de regreso al Bosque Alto, dile al consejo que pronto nosotros también regresaremos. Llévalos a salvo bajo el cobijo de tus alas, que nada perturbe tu vuelo gran Aldaron-. Dicho esto el ave tomó al niño y a lobizón, cada uno en una de sus enormes garras, y salió al encuentro de las nubes y del cumplimiento de aquella misión, dejando tras de si los aullidos y el llanto de Eilan que horas después dajaría este mundo sentada en esa misma silla, en esa misma choza que dio vida a Bagel.
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