Correr. Era la única opción para la supervivencia.
La joven elfa se movía veloz entre el sotobosque que bordeaba el camino de la montaña. Con agiles zancadas saltaba de lugar en lugar, tratando de dejar tierra de por medio entre sus perseguidores y ella.
La sangre manaba profusamente de varias heridas lacerantes en brazos y torso. La contusión del ojo izquierdo, comenzaba a inflamarse nublando su visión.
Atrás quedaba su petate, su arco y su espada. Abandonados a su suerte con el fin de aligerar su peso y salvar el pellejo.
Pero en mitad de la tarde en declive, los gritos de euforia la atormentaban. Los tambores aun resonaban en la lejanía, pero más cerca alcanzaba a escuchar las pesadas pisadas de sus perseguidores.
Esos malditos orcos. Habían diezmado su grupo.
Claimus, con sus fervorosos rezos a Tempus cortados por la flecha que limpiamente le había atravesado la garganta.
Filicus, quien pese a sus artimañas y agilidad había caído bajo el hachazo de uno de sus adversarios.
Hilleas, murmurando y moviendo las manos frenéticamente buscando un modo de salvarse mediante su Arte.
Solo la elfa huía, montaña abajo, rogando a Corellon que sus piernas no fallasen y a Tymora de que sus pies no resbalasen.
Y los minutos pasaban.
La musculatura le pedía clemencia. Cada musculo ardía. Cada respiración aportaba menos aire que la anterior.
Y el camino, estaba tan cerca.
Tan cerca.
Tan cerca.
Pero la fortuna tiene su límite y Beshaba dio una suave caricia a la elfa. Sus pies resbalaron en el musgo de una roca, golpeo con violencia la espalda en la misma roca en la que había resbalado y quedo tendida sobre ella. Ahogando un grito de dolor y a la vez jadeando, tratando de no caer inconsciente ante el dolor y la falta de aire.
Y los vio llegar a los pocos segundos. Cuatro orcos se abrieron camino con sus hachas y espadas, destrozando sin piedad lo que la elfa había sorteado.
La elfa trato de levantarse, incorporase. Pero solo consiguió arrastrarse, moviendo torpemente pies y manos. Arañando centímetros por escapar. Un intento inútil.
Los orcos rugieron y rieron. Escupieron hacia la caída mientras el más grande enarbolaba su hacha y la alzaba sobre la cabeza de su víctima.
- URUG NE KHASHI! – gritó con fuerza y fue secundado por sus compañeros de cacería.
URUG NE KHASHI! URUG NE KHASHI! URUG NE KHASHI! URUG NE KHASHI! URUG NE KHASHI! URUG NE KHASHI!
Los tres gritaban y alzaban el puño eufóricos, su compañero permanecía con el hacha alzada y en silencio… hasta que se desplomó hacia delante cayendo al lado de la temerosa elfa.
Un hacha arrojadiza se había alojado en su nuca silenciosa y certeramente.
Los orcos desenvainaron y descolgaron sus armas nuevamente, mientras dirigían la vista a una figura que se acercaba despacio a ellos.
Las botas embarradas de cuero endurecido pisoteaban alegremente la maleza.
Las piernas cortas, broncíneas y musculosas, mostraban unos tatuajes en verde y negro que recorrían la marcada musculatura.
Algo más que un taparrabos ajustando por un ancho cinto cubría la parte medía de la figura.
El pecho, quedaba protegido por una armadura de cuero y piel tachonada por clavos por doquier. La armadura dejaba a la vista unos gruesos brazos, que al igual que las piernas, eran recorridos por tatuajes de idéntico color.
El antebrazo izquierdo portaba un guantelete de guarnición, del cual salían dos filos serrados de unos veinte centímetros que emitieron un quedo destello ante el ocaso del día.
En la diestra, portaba un hacha de guerra de manufactura enana, tal era la raza a la que parecía pertenecer.
Una barba de trenzas escapaba de un casco con visor. Un casco con infinidad de púas, la mayor parte de ellas con negras manchas de sangre reseca.
La figura del enano se detuvo a escasos pasos de la elfa, mientras alzaba una sonora y ronca carcajada.
- Y BIEN? QUIEN DE VOSOTROS, ATAJO DE MOCOS DE TROLL, VA A SER EL SIGUIENTE? – bramó con fuerza mientras entrechocaba el guantelete y el hacha.
Los orcos se removieron algo inseguros mientras trataban de mirar por detrás del enano. por si alguien más lo acompañaba.
Cerciorados de que estaba solo, uno de ellos rugió y se abalanzó sobre él.
Con los pies firmes sobre el terreno, el enano dio tres rápidos golpes con el hacha. En el primero, el arma del orco salió hacia los aires. En el segundo, un fuerte golpe con el mango del hacha mandó al orco al suelo. Y el tercero, cercenó limpiamente la cabeza del oponente.
El enano sacudió el hacha, regando en parte con sangre de orco a la elfa. Emitió un fuerte rugido y dio un paso adelante.
De los dos orcos que quedaban, uno salió a la carrera montaña arriba. El otro, permaneció inmóvil en su sitio, con el arma dispuesta.
- BAH! Vámonos, orejitas picudas. –dijo mientras colgaba el hacha al cinto y tendía la mano enguantada a la elfa, ayudándola a incorporarse.
Cargando el peso en el hombro del enano, con cuidado de no clavarse alguna de las púas que adornaban las hombreras, se sostuvo y dirigió una temerosa mirada al orco que permanecía con el arma en ristre.
- Y él?
- EH?
La elfa señalo al orco con un leve cabeceo.
La respuesta fue una sonora carcajada por parte del enano, mientras señalaba a los pies del orco.
Enano y elfa llegaron al camino. Poco después el orco emitió un quedo gruñido y bajó la vista al charco de orín que había creado, tras eso, salió a la carrera hacia las montañas, principalmente… en busca del rio para remojarse.
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