La Llamada de la Libertad

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Silmëwen de Lotar

La Llamada de la Libertad

Mensaje por Silmëwen de Lotar »

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La vista a través de los árboles del Weldath ofrecía ya la llegada de los cielos violáceos del alba. Las aves despertaban el día de Suldanessalar, y la brisa de primavera se abría paso entre la ciudad, y todavía el pensamiento de Silmëwen se encontraba lejos de allí; hasta el otro lado de la orilla del mar.

Cuántos son los recuerdos que pueden reunirse en un solo pensamiento. Cuántos son los nombres de los que llegan a formar la parte entera de un solo ser. La elfa recordaba en aquella noche amarga todo cuanto dejó a las orillas de Siempreunidos para volver al lugar que había ocupado, durante la mayor parte de su existencia, su corazón.
Anhelaba el abrazo cálido y fuerte de su marido, y el dulce sabor del everquiist. Las risas de sus hijos mientras jugaban por los salones marmóleos de Leuthilspar y la paz que acompañó durante aquellos años los días de retiro.

Volvió a beber de su copa de vino mientras daba la bienvenida al sol que ahora le iluminaba. El sabor ya no era tan dulce como el de días anteriores, pues todo se había vuelto de un sabor ceniciento; y observó de nuevo la joya de jade entre sus manos. La estrechó entre sus dedos, sintiendo el tacto de los grabados élficos y el nudo opresor que volvía a cerrar su garganta.

Ahora sabía que su padre caminaba por las hermosas arboledas del Arvandor; que estaría en la compañía honrosa de los señores de los Lotar y jamás volvería a conocer días nublados; y aun así, el dolor de la pérdida acongojó los miedos de la elfa, llorando sola en el silencio de la hermosa mañana.
Cuán distinta había sido su llegada a Suldanessalar de cómo la esperaba, aun alentada por la necesidad.

Ahora se encontraba sola, despojada de todo cuanto la había definido hasta entonces. Repudiada por la única familia que en la ciudad le quedaba. Todavía entonces sentía salpicarle las ácidas palabras de su tía, anunciando su relegación en el señorío de la Casa y el apellido Arcolunar.


-Silmëwen Arcolunar…- Murmuró para sí. Necesitaba escuchar esas palabras de nuevo para lograr creérselas. La imagen de la rosa azul de los Lotar se marchitaba ahora presa de la confusión y la duda tras haber vivido una vida que por derecho, no le correspondía. –Ezrai Arcolunar…- Y con ese nombre, apuró la última copa de vino de la botella que le había acompañado durante aquella noche de nostalgia y melancolía.

Cómo se retoma el hilo de toda una vida. Cómo seguir adelante, cuando en tu corazón empiezas a entender, que no hay regreso posible; que hay cosas que el tiempo no puede enmendar; aquellas que hieren muy adentro; que dejan cicatriz.

Abandonó el balcón donde solía disfrutar de las más bellas vistas del Sur del Weldath y el horizonte de los Dientecillos, y se tumbó sobre la lujosa cama de su alcoba, observando como la luz llenaba la estancia. Su menté recordó los caminos por Durmista a lomos de su corcel blanco, hasta el punto señalado por el mapa que le entregó el custodio de su tía, en un momento de compasión y lealtad. Allí encontró un asentamiento élfico, habitado por elfos de los bosques y muy pocos lunares. El apellido Arcolunar atrajo miradas silenciosas y murmullos entre la población, y no fue hasta dar con el sacerdote del lugar que no fue llevada hasta las criptas donde guardaban su cuerpo y su memoria.


Deshonrada. Avergonzada.


El olor a incienso era intenso en el interior de las criptas. Adornadas por la piedra pulida, la propia energía del lugar erizaba la piel y cortaba la respiración. Su acompañante la reconoció como una Arcolunar y sintió la calidez propia de la familia, pese a no compartir lazos ni recuerdos del pasado.
A través de los pasillos subterráneos se adentraron, hasta el centro del mausoleo sellado por una gran puerta y un pedestal de piedra con una espada ornamental incrustada.


Bastarda. Ilegítima.


El Salón de los Héroes, mencionó la elfa Silvana. Los labios de Silmëwen vocalizaron en la soledad de Suldanessalar la misma oración que la acompañante pronunció aquella noche frente a la espada. Los vientos se arremolinaron alrededor del pedestal desatando el recuerdo y las baladas por los héroes silenciosos. Aquellos que lograron defender su pueblo, pero que nunca fueron reconocidos más allá de quienes protegían.

Las luces del interior de la gran sala irradiaban tranquilidad y armonía. Tres grandes estatuas componían la estancia en memoria de tres héroes que guiaron y lideraron el poblado silvano. Tres héroes que en el momento de mayor necesidad, dispusieron sus armas, su coraje y sus almas al Seldarine y la defensa del pueblo ante de las fauces de una terrible sierpe verde que había desolado gran parte del Weldath y sus enclaves.


Consolada. Reconfortada


Despertó entonces del ensueño en que se había sumergido. Volvía a encontrarse en su alcoba, sola, agotada, pero de alguna forma… restablecida. Acaricio con sus dedos el colgante de los Lotar que la Reina le había entregado en nombre de su padre y lo colgó de su cuello. Había comprendido y aceptado las duras decisiones tomadas por sus progenitores; que ante la imposibilidad de engendrar un hijo en la cama señorial de los Lotar, su madre, Merenwen de Haltharar tomó la decisión de yacer en secreto con un elfo lunar en pos de asegurar el nombre de Lotar. De entre todos los que pudieron ser, eligió a un héroe del pueblo. Un héroe que muy pocos conocieron, pero que su valor y su entrega fuera total; y en el más profundo secreto se enterró tal unión. El destino quiso que su madre partiera al Arvandor joven, en el momento en que trajo a la vida a Silmëwen y que Ezrai diera su vida por defender el Weldath cotnra la sierpe.

Ahora los mementos por Celebëar, Señor de los Lotar, resuenan al atardecer de cada día durante toda la dekhana para despedir al gran mago y con él se va a la última persona a quien la elfa volvería a llamar padre.


Salió de la cama y volvió al balcón respirando el soplo de aire fresco que traía el Sur consigo. Por años tuvo claro cuál era su lugar y su papel en aquella ciudad, y fue en aquél instante que descubrió que las cadenas que siempre la mantuvieron atada a un destino, no existían por más tiempo.
Sus pulmones se llenaron de dicha en aquél momento. La congoja y la vergüenza habían evolucionado a la tranquilidad de saber que de sangre o no, siempre fue amada por su padre y considerada su hija y así hablaba el colgante que de su cuello colgaba; y a la libertad que ahora al mundo ofrecía frente a ella.

Borró de su rostro cualquier rastro de lágrimas y retiró de su cabello el pasador y las horquillas que lo mantenían recogido, cayendo sobre sus hombros tirabuzones como ríos de oro. Aquella mañana se alzaría frente a la adversidad como luz en cada amanecer. Tomaría los nuevos caminos que se le abrían, nuevas expectativas e ideales y hallaría, tarde o temprano, de nuevo su lugar viajando más allá de los nunca llegó a pensar. Al norte, entre las montañas, largo camino hasta Argluna, Gema del Norte, donde seguiría la pista de su nueva sangre, su parte Arcolunar, bajo el nombre de Arwyl, la única y nueva familia que le había sido descubierta. Su rostro todavía reflejaba la sorpresa y la expectación de saber que Ezrai tuvo otra hija, legítima en este caso y de quien poco pudieron decirle en el clan silvano, excepto de las canciones que ésta cantaba, odas a la libertad y la belleza, la pasión y la justicia. ¿Dónde sino Argluna para comenzar su búsqueda de una bardo? en la mejor compañía de sus compañeros, emprendería el viaje más allá de la Costa de la Espada y las sombras de las copas de los árboles de Bosque Alto. Entre montañas lunares de la Marca Argéntea buscaría el nuevo camino que se le abría.

-Alassie oloori, Ada…


Liberada.

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