Nací en el sur, o eso dicen los que me conocen por mi aspecto, pero no recuerdo ni mi lugar de nacimiento, ni el nombre de mis padres.
Con apenas cinco años de edad, fui llevado del orfanato donde me habían abandonado al Dojo del Maestro Durazno Toller, maestro del uso del Ni y que adoptaba a jóvenes como yo, a los que trataba como a si fueran sus hijos y les enseñaba a canalizar la energía a la que llamaba Ni y los convertía en una familia de jóvenes preparados para un mundo tan hostil, que sin ese entrenamiento acabaría por devorarnos a todos.
Recuerdo el día que llegue al Dojo, recuerdo a Durazno en la puerta, esperando mi llegada y recuerdo sentir miedo al ver a un hombro de musculatura imponente y mirada seria, que se acerco a mi sin media palabra, estaba aterrorizado, pero ese terror se evaporo como el rocío en la mañana, en el momento en que se agacho junto a mi y me sonrió, al mismo tiempo que preguntaba mi nombre, nunca había visto una sonrisa tan sincera, o si la había visto, jamas dedicada a mi persona, de repente me sentía a salvo y sentía que podría hacer cualquier cosa por esa persona, que no lo defraduaria.
Poco después me llevo al Dojo y me presento al resto de alumnos, todos al menos unos 4 años mayor que yo y a otros dos maestros, que no eran mas que dos alumnos, que una vez terminado su entrenamiento, habían decidido quedarse para ayudar al maestro y de esa forma devolverle todo lo que había hecho por ellos.
El primer año, no entrene nada, solo se dedicaron a alimentarme con el fin de que me repusiera de la hambruna a la que había sido sometido en el anterior orfanato, y me dedicaba a verlos entrenar, deseando que llegara el día en que empezara a ser uno mas de esos chicos a los que admiraba.
Ocasionalmente llegaban guerreros de otras regiones o incluso de la misma zona con el fin de retar al maestro y siempre con el mismo resultado, el maestro los vencía y los despedía honorablemente. Me encantaba contemplar esos combates, había veces en el que los retadores eran básicamente, fanfarrones que creían que eran el mejor guerrero de Faerun y otras, las menos, aparecían realmente grandes guerreros que una vez perdían ante el maestro, solicitaban quedarse y aprender de sus enseñanzas.
Con el paso de los años, mi entrenamiento, empezaba a dar sus frutos y poco a poco empezaba a manejar la espada con soltura, aunque aun era pronto para siquiera empezar a dominar mi ki. Conocía los conocimientos básicos, pero me faltaba la experiencia necesaria para dominarlos.
Un día llegaron diez guerreros, todos vestían igual y usaban la katana como arma, todos eran de rasgos extranjeros, de ojos rasgados y semblante serio. Llegaron imprecando a mi maestro, exigiendo que que combatiera con el mejor de ellos, pues decían que ningún maestro debía ser tomado en serio, si no prodecia de kara-Tur. Ese día mi maestro y yo estábamos solos en el Dojo, pues los otros dos maestros habían partido a entrenar con los jóvenes alumnos a un bosque cercano.
El oriental era bueno, pero no tanto como mi maestro, y poco a poco perdía terreno ante el, jamas había visto a mi maestro combatir tan enfurecido, claro que jama antes, le habían faltado al respeto en la previa a un reto. El combate estaba prácticamente ganado, cuando su rival grito algo en un idioma desconocido para mi y el resto de sus acompañantes desenvainaron sus armas y atacaron a mi maestro. Mi maestro parecía uno con su espada y a pesar de su habilidad, poco pudo hacer contra tantos rivales,yo cogí un arma y me lance a luchar junto a mi maestro, pero a una orden suya, solté el arma y me mantuve quieto, viendo lo que quedaba de la pelea. Dhurzo seguía de pie muy mal herido y frente a el, tres rivales, uno de ellos el retador que pasaba por encima de los cadáveres de sus compañeros sin tan siguiera mirarlos. Todos se lanzaron al mismo tiempo contra durzho y pudo abatir a dos mas, pero el cobarde de su rival consiguio dar el golpe fatal que acabaría la vida de mi maestro. El asesino escupió al cadáver de mi maestro y grito enloquecido que no había mejor guerrero que Riuko Otobashi y me miro sonriendo y ante esa provocación no pude contenerme y me lance a por el de manera ciega y olvidado todos lo que mi maestro me había enseñado. Desperté horas después y tardaría meses en recuperarme por completo. Mis compañeros me rogaron que me quedara con ellos, pero no podía, no allí, entre esas cuatro paredes que siempre me recordarían la forma de morir de un gran maestro. Decidí que me convertiría en un usuario del ki, si no tan bueno como Dhurzo, al menos si, tan honorable, pero lo haría en un viaje de peregrinación, que tardase lo que tardase me llevaría a encontrarme con Otobashi algún día, pues aunque el no lo sabia, el día que mato a mi maestro, cometió un error, y ese error fue no asegurarse de que yo estaba muerto, porque algún día, no importa lo que tardase, lo encontraría..
Gavin Stern
Moderadores: DMs de tramas, DMs
Re: Gavin Stern
Me ha gustado la historia, ya sé porque el Melenas entrena con tanto esfuerzo. Hay que ir en busca de su archienemigo Otobashi 
