Olivia Campoargénteo

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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aladroque

Olivia Campoargénteo

Mensaje por aladroque »

Es el comienzo de la historia cuya extensión no será demasiado larga. Dividida en tres o cuatro partes, nos cuenta cómo y por qué llega a la Marca Argéntea (o al servidor). .

EDIT: ya he completado el dibujo, ésta es Olivia! :D
Link para verla en grande: http://i.imgur.com/UpxSpsR.png





Olivia Campoargénteo


El inicio: parte 1



Sobre la palma de su mano yacía un pétalo de orquídea seco y los colores se habían apagado como su estado de ánimo.

Ahora aguardaba a que la recibieran en la sala contigua. No podía hacer más en ese momento; sólo una espera que la obligaba a realizar la introspección
en un bucle cíclico, para recordar cómo había llegado hasta ahí, para recordar por qué tenía el corazón encogido, y sobre todo para intentar responder la
duda que se presentaba frente a ella con la misma fuerza que una bolsa de oro en Amn.

«¿Qué voy a hacer ahora?».

Su vida hasta el momento no había sido fácil. Bueno, la vida en Amn de por sí no era fácil. Su madre había fallecido dándola a luz, algo tan común en
aquellos días que le sorprendía el hecho de que las mujeres siguieran queriendo quedarse encinta. Su padre tenía un pequeño negocio en un ala de su hogar.
Una modesta herboristería familiar que se encargaba de suplir y satisfacer a la gente de a pie y viandantes. El trabajo no solía faltar, y al final del día
podían alimentarse y gozar de ligeros caprichos donde residía una verdadera felicidad. Pero si bien resultaba tranquila, también difícil. La gente solía hacer
encargos de diversa índole: desde la corriente manzanilla y la cítrica toronjil, a las orquídeas y sus variopintos subtipos. El último encargo había sido de
esta última, una orquídea simpodial de nombre exótico “Zapatito de dama”, cuyo crecimiento se limitaba en las altas montañas. Uno pensaría que subiendo
las escarpadas de los Picos de las Nubes correría mucho más peligro que en la comodidad del pueblo. Que alguna criatura desfavorecida podría enarbolar
el látigo de la muerte y arrastrar tu vida hacia la calma final. No que a la vuelta y al encuentro de la civilización, frente a tu hogar, una daga se hundiera en
tu pecho y terminara todo por ti.

Civilización. Le hacía gracia. Ni siquiera habían robado nada del cuerpo caliente de su padre. Ni la bolsa de orquídeas, ni la escueta bolsa de oro.
Matar por gusto o placer. Así era la gente de Amn. Un hatajo de caos y egoísmo palpitante que engullía todo a su alrededor.

El ceder de los goznes de la puerta anunció que el notario esperaba recibirla.

—Señorita Campoargénteo, si es tan amable. —El hombre de barba espesa y blanca la guió hacia la silla de su escritorio. Una bonita madera de roble
brillante con un manto de pergaminos, tinta y sellos cubriéndola.

Ella se limitó a guardar silencio. El proceder del notario era lento pero preciso. Un sello más, un pergamino extendido… y la nueva de que había una herencia
para ella.

—¿Es la herboristería y mi hogar?

El anciano asintió lentamente. La mirada medio ahogada por las arrugas de su rostro se había vuelto inquisitiva, con un deje triste.

—Me temo que ha contraído la deuda de su padre.

—¿Cómo que una deuda? —El rostro de Olivia se contrajo en una mueca sorprendida. A sus veinticuatro años de edad no había escuchado nada similar.
Pagaban los impuestos de hogar y también los de comercio. Hasta había meses que aguantaban bajo mínimos para poder presentar el dinero anual.

—Se trata de un préstamo de carácter retroactivo. ¿No le iba bien el negocio?

—No. Quiero decir, sí. Nos iba lo suficientemente bien como para…

Negó con la cabeza. Echó una ojeada al pergamino y se detuvo repentinamente. El aliento se le había quedado dentro. La deuda ascendía a la friolera de
mil tarans.

—Lamento las circunstancias en las que se encuentra. Debo decirle que tiene un plazo de una dekhana para producirse el pago. De lo contrario me temo
que recibirá la visita de un confiscador.

Su mirada se tornó borrosa por las lágrimas. El cansancio y la desesperación habían caído sobre ella sin previo aviso. Se vio obligada a cerrar los ojos con
fuerza. Se obligó a sí misma a contenerse y no luchar y patalear contra el mundo.

La voz del notario se fue alejando, perdiéndose en la lejanía, a pesar de estar en su oficina. Y la maraña de pensamientos quedó en un segundo plano cuando
fue sustituida por el poderoso martilleo de su corazón al palpitar, que de pronto se había vuelto tan fuerte como un tambor de Khult.

De algún modo, la luz de la vela de sebo dispuesta en el escritorio le pareció irresistible. O el crepitar del pábilo de madera. O simplemente la danza brillante
de la llama.

Cuando llegó a la puerta de su hogar, la luz de la vela todavía seguía brillando en sus retinas.
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