Nevesmortas, 10 años atrás:
La oscuridad reinaba en el estudio de la casa Melve’tner, justo como su dueño apetecía. Sobre el escritorio yacía un candelabro de tres velas con la única fuente de luz del lugar. A su lado unas cuantas hojas a medio completar. La tinta aún estaba fresca y la arena que se utilizó para secarla estaba esparcida a través del fino tallado en madera de roble.

La tinta que acababa ya de secarse encabezaba los documentos leyendo “Informe de Daedalath Melve’tner. Nuevos candidatos.”
El maestro de la casa se encontraba en ese mismo estudio, guardando su pluma y tintero mientras repasaba mentalmente cada palabra que había escrito hace pocos segundos. Cuán sería su sorpresa cuando supiese el tipo de visita que debía esperar.
La noche se presentaba en ese momento en su punto más avanzado, el frío de la Marca saludaba a todos en la Ciudad. Desde el ebrio local que deliraba en su esquina habitual, hasta el joven huérfano que cruzaba una última vez las calles del pueblo; todos escuchaban el macabro susurrar del viento y sentían su filoso corte gélido. Era un sentimiento familiar para los locales. Agradable incluso, pero uno entre ellos no compartía dicha familiaridad.
Cada susurro de viento, cada crepitar de ramas y cada parpadeo de las lámparas de aceite a lo largo de la ciudad eran aprovechados por esta sombría figura, mientras se acercaba sigilosamente a su destino.
El adinerado sector Este del próspero pueblo siempre daba de qué hablar, y esta noche no era la excepción. El lujo que mostraban las mansiones de los Nottian y Oira parecían competir entre ambos, y simultáneamente confirmando que en el fondo no había mucha diferencia entre una dueña y el otro. La sombra de la Torre de la Maestra Arcana Zerina ensombrecía toda la vida vecina de una forma etérea. Los extraños olores que provenían a veces del estudio del Gran Maestro Elendor eran ya perceptibles mientras el Mensajero Sombrío se cruzaba apenas por los destellantes tonos rosa del hogar de Sharuka y la casa del mercenario Richard, cuya tranquilidad se veía tan extremadamente normal que se volvía incomprensiblemente aterradora.
La sombría figura llegó finalmente a su destino, la casa Melve’tner. El Mensajero de alguna manera habría logrado evitar los tantos dispositivos que se suponía prevendrían la entrada de indeseados a este lugar. Avanzó de alguna manera a través de protecciones divinas colocadas por la poderosa sacerdotisa que ahí vivía, las letales trampas puestas por el dueño y los glifos arcanos que habría colocado Ronan Blake, allegado de la familia.
La Sombra hábilmente dejó atrás todos estos contratiempos para infiltrarse en el estudio, donde el medio elfo que en esa casa residía iba finalizando sus labores, y aun cuando logró atravesar desapercibido a través de tales protecciones, no logró sorprender la última línea de defensa.
Daedelath mismo.
Su instinto se disparó al sentir una mirada en su nuca. La mirada de un profesional entrando a su santuario. El Lobo Asesino sentía al depredador invadir su territorio.
Sylbeth, la única otra persona con la que compartía su hogar se encontraba ahora atendiendo sus deberes al otro lado del continente. En su completa soledad, el Lobo mostraría sus dientes a quien fuese. La Sombra quizá haya planeado acechar al lobo cuando no contaba con su jauría, emboscando en su residencia y no en la Fortaleza del Puño y la Rosa.
“Buenas noches, Lobo. Tengo un mensaje para ti.”
El invitado no deseado fue rápidamente reconocido como un Mensajero Sombrío, protector y heraldo de los sacerdotes del Señor de las Sombras. El brillo mortal en los ojos de Daedelath debió haberle advertido instantáneamente al Mensajero del error que cometió al presentarse frente al dueño de este recinto. Por ignorancia o desinterés decidió presionar su delicada situación cuando, con una sonrisa burlona, abrió su boca.
“No recuerdo haber invitado a ninguna Sombra a mi hogar.”
“Esa no es manera de tratar a un invitado” respondió el Mensajero Sombrío. “¿Me ofrecerás algo de comer?”
“Has entrado en mi hogar sin invitación. Entrega el mensaje que se te ha encargado y márchate.” La voz del Asesino era casi un gruñido, marcando cada sílaba con advertencia de peligro. El Mensajero Sombrío sintiendo finalmente hostilidad abierta hizo desaparecer su sonrisa. “La mismísima Sacerdotisa me ha enviado. Será mejor que me trates con respeto, Daedelath.” Tal osadía hizo desaparecer la paciencia que restaba dentro de Daedelath. Los músculos de sus brazos se tensaron mientras que sus dedos se relajaban. Era mala idea atacar a un enviado de las Sombras. Menos aun siendo un Mensajero. Dae lo sabía, pero poco le interesaba en este momento. Sin embargo, había maneras de tratar con los pomposos Mensajeros de maneras alternativas a derramar su sangre. El cuerpo de Daedelath ya demostraba lo que sus palabras estaban a punto de expresar “No eres más que un simple esbirro glorificado. Soy tu superior tanto en rango como habilidad, y a menos que el deseo que reside dentro de ese putrefacto corazón sea descubrir cuán amplia es la diferencia entre nuestras habilidades, entregarás el mensaje y buscarás la salida.”
La luz que emanaba de la vela sobre el escritorio comenzó a huir mientras la oscuridad misma se doblegó ante la voluntad del Asesino.
Cuando el Mensajero Sombrío finalmente habló, su orgullo era inexistente. “La sacerdotisa desea verte.” Luego se obligó a aventurar unas palabras más. “Y un perro no es superior a su amo.”
La gota cayendo en el vaso se convirtió rápidamente en tormenta. Las sombras absorbieron a Daedelath, apareciendo instantáneamente tras el Mensajero, sus cimitarras gemelas en cada mano, saludando desde la altura y listas para cobrar una vida más.
El Mensajero Sombrío giró sobre sí mismo, desenfundando su estoque y daga. Alzó ambas armas y buscó bloquear un ataque que nunca llegó. En su lugar, una bota pesada conectó contra su pecho y lo lanzó al suelo rodando. Cuando su torso golpeó contra el escritorio, su instinto fue huir hacia las Sombras.
Las cimitarras Iejir y Loreat brillaban con un tono rojo carmesí en las manos del Asesino. “¿Te vas tan pronto?” comentó, sádico, para luego girarse a su derecha y soltar una ráfaga de cortes. el Mensajero se vio forzado a salir de su escondite para bloquear e intentar proteger su vida.
En un único instante el Mensajero Sombrío logró bloquear el primer golpe, el segundo y el tercero. Más no los siguientes cuatro cortes y estocadas. En cuestión de instantes su daga salió volando, el estoque quedó en el suelo, junto con la mano que solía blandirlo.
El rostro de Daedelath cambió de furia a terror en un instante. “¿Qué eres?” dijo sin titubear.
En el suelo la mano cercenada se desvanecía en un pesado humo negro, como hielo seco. En vez de sangrar, el brazo de el Mensajero parecía hecho de la misma materia. Éste simplemente rió y se abalanzó sobre Dae, manos extendidas para un abrazo.
Dae dio un paso hacia atrás, se plantó firme y dejó volar dos cortes simultáneos que dividieron de pies a cabeza al Mensajero. El cuerpo se dividió nítidamente en dos secciones idénticas que cayeron al suelo liberando el mismo humo, como un capullo guardando humo.
Dicho humo comenzó a tomar forma casi humanoide. Las túnicas que ahora vestía, tan diferentes de su atuendo mascarita, eran un telar que conforme se alejaban de su dueño se disipaban entre las sombras. Junto al cuerpo, una espada sombría tomaba forma. Antes de que Daedelath lograse identificar qué se encontraba ahora frente a él, la figura conjuró usando el poder del Hilar Sombrío y desapareció.
Dae cruzó ambas armas frente a él y tomó posición defensiva. Seguidamente cerró sus ojos, dejando a sus oídos guiar.
Segundos pasaron.
Luego, al escuchar finalmente un paso en falso, Dae lanzó su torso hacia atrás, evitando un corte horizontal dedicado para su garganta y dio un paso hacia el Plano Sombrío. Pero éste le rechazó, empujándole de regreso de donde vino.
Anonadado, lo único que el semielfo logró hacer fue colocar ambas cimitarras frente a él para detener otro corte previsto por la nuevamente visible Sombra. La fuerza del impacto era más reminiscente al zarpazo de un dragón que al golpe de una espada.
Rebotando una vez más, Dae se vio volando a través de la estancia. Sintió la puerta detenerle y luego ceder. Cuando su recorrido finalmente acabó, sus armas ya no estaban en sus manos.
“El plan de la Mascarita era incriminarte,” la voz del Mensajero rompía en eco dentro de la habitación principal. “Siempre asumí que su culto favorecía las soluciones complicadas.”
Dae se giró rápidamente en la dirección de dónde provenía la voz y lanzó una pequeña esfera brillante, que detonó en una Bola de Fuego. La llamarada delineó la figura de la sombra mientras ardía, sin verse afectada en lo más mínimo. Conociendo la posición de su enemigo, el Asesino se abalanzó sobre una de sus cimitarras. La sombra se lanzó sobre él nuevamente, blandiendo el mandoble etéreo.
El medio elfo bloqueó y redireccionó el primer ataque, luego, aprovechando el movimiento, giró sobre sí mismo, esquivó el cuerpo de su oponente y asestó un corte a la espalda, donde debería estar la línea vertebral.
La sombra dio dos pasos hacia delante, resintiendo el daño recibido mientras resonaban palabras de poder arcano “Anál nathrach, orth' bháis's bethad, do chél dénmha.”
Cuando el Mensajero Sombrío se giró para mirar a su oponente, notó que los ojos de Dae ahora habían tomado una forma reptiliana. Nuevamente tenía sus dos armas en mano y una expresión hecha de acero en su rostro. Cuando la expresión finalmente se rompió, fue a causa de una sonrisa y escuchar una sola palabra.
“Dumak” conjuró el Asesino y toda la estancia cayó ante las tinieblas.
Sus ojos ahora veían cual serpiente, y notaban los diferentes tonos de rojo acorde al calor de cada cuerpo. Con este conjuro, Dae podría avistar un tejón de Nevesmortas desde las colinas de Sundabar en plena oscuridad; pero no encontraba rastro de su oponente. el Mensajero Sombrío era un muerto viviente, dedujo.
Cuando cayó en cuenta de su terrible error, ya era demasiado tarde. El mandoble de el Mensajero Sombrío perforó un costado del medio elfo, luego sintió la empuñadura conectar contra su quijada y tumbarlo al suelo. Dae aterrizó como un tronco separado de su raíz, y el hechizo de oscuridad se disipó. Entre dientes y aun desorientado, el Asesino sentenció la naturaleza de su contrincante.

“Umbra...”
El semielfo se forzó a recordar la leyenda que corona a los Umbra cómo los hijos malditos del antiguo reino de Netheril. Antiguos seres que obtienen sus poderes del blasfemo Hilar Sombrío. Eran ellos los verdaderos herederos de Shar, la Dueña de la Noche.
Ahora que su coartada había sido descubierta, el Mensajero quedó sin excusa para restringir su poder. Sin mover un dedo, dos copias de sí mismo aparecieron a sus lados. De estas dos copias se crearon dos más, y de estas otras dos; hasta que Daedelath se vio rodeado.
Tres copias de la figura se lanzaron sobre él, quien intentó bloquear los ataques en unísono. Sus armas no chocaron contra el espadón en ningún momento pero las ilusiones se mantuvieron visibles, mientras otras tres se unían al asalto. Pronto el Asesino estaba luchando contra una legión de pesadillas; siempre flanqueado. Mientras sus armas buscaban bloquear una serie de ataques que nunca llegarían, el arma real lograba encontrarle una y otra vez.
“Ladra para mí, perro” las múltiples figuras del Mensajero Sombrío mofaban en unísono, al ver a su oponente en el suelo luego de una brutal descarga. Daedelath gruñó mientras se intentaba arrastrar en dirección de sus armas. La Sombra disipó sus copias, concediendo a sí mismo la victoria de este encuentro. Caminó hacia el cuerpo del Asesino y lo levantó por la chaqueta. Lado a lado, el Mensajero Sombrío era tan alto que los pies de Dae quedaron colgando.
“Ladra para mí, pe-” comenzó a repetir el Mensajero Sombrío cuando un palmo de acero bendito perforó su costado. El rostro ensangrentado de Dae dedicó una vez más su sonrisa característica y respondió “Perro que ladra no muerde”.
El Mensajero Sombrío cayó al suelo, demostrando por primera vez ser un objeto sólido.
La daga comenzó a brillar intensamente. Era un truco barato que perdería su intensidad en unos cuantos segundos, pero eso era todo lo que el asesino necesitaba. Mientras el Mensajero Sombrío removía la daga de su costado, Dae recuperó sus cimitarras y pausó para recuperar su aliento.
Cuando la daga ensangrentada golpeó el suelo de mármol y el Mensajero Sombrío se incorporó finalmente, ambos cargaron uno contra el otro. Cada golpe se sentía pesado para los contrincantes. Con cada bloqueo y contraataque perdían más sangre.
Luego de una interminable danza de aceros, Daedelath vio su oportunidad.
Sintiendo el cansancio de su contrincante, el Mensajero Sombrío hizo una finta e intentó arremeter un golpe definitivo. Con un rápido movimiento, Daedelath redirecció el mandoble con una cimitarra y procedió a desprender la cabeza del Mensajero Sombrío con otra.
Luego cedió ante la inconciencia.