
La mujer de un anciano explorador y defensor de los bosques sentó sobre sus piernas a una niña mediana de poco mas de 9 años, se puso cómoda dispuesta a escuchar una historia.
- Esta es la historia de una niña como tu pequeña, llamada Aethelwyne.-
“ Poco se sabe realmente de ella, no recordaba a sus padres, ni cómo fue que llegó a vivir a aquel hogar esclavista. Según la poca información que había escuchado en susurros de su señor, llegaron a venderla un día en un estado terrible de falta de alimento, Dhar, la actual esposa del hombre y que estaba incapacitada para tener hijos propios, la tomo bajo su tutela, hasta que se reconstituyera su salud.
Nunca tomó un lugar como hija de la casa, pero tampoco fue vendida bajo deseos del mismo dueño de la casa. Durante su estancia aprendió a hacer pequeñas labores domésticas, que fueron mejorando con el tiempo. Mantenía siempre contacto con esclavas y esclavos que pasaban en su hogar para ser vendidos posteriormente. Muchas historias había escuchado provenientes de lugares lejanos que tan solo podía imaginar.
Las hijas de Yor, señor esclavista y dueño de Aethelwyne, eran dos mujeres en la veintena que, aun siendo unas atrayentes mozas, sus actitudes desinteresadas y malintencionadas habían alejado a todos sus pretendientes, por lo cual vivían aun con su padre en una amargura que empeoraba con los años, y descargaban con frecuencia con la niña, a quien desde que llego la llamaban “tejon” como un apodo ante la continua invasión a los bosques que, siendo una niña recién llegada allí acostumbrada a las privaciones, realizaba con asiduidad.
Detestaban las consideraciones que Yor y Bhar tenían con ella, pues les parecía un trato impropio de una simple esclava. Aun así, sus señores eran muy considerados con ella, a espaldas de ambas mujeres. Las rutinas y los pocos momentos de descanso en su mesa de estudio, las noches solitarias bajo las estrellas, eso mantenía a Aethelwyne con vida y en plena condición armónica para enfrentarse a la aventura de cada amanecer.
Su afición a las artes del ki nació precisamente de un hombre de mediana edad a quien conoció, el hombre poseía un vasta sabiduría, sin especificarle nunca a la niña de dónde provenía. Aquél pudo conseguir comprar su libertad, junto a el estuvo hasta los 13 años, en una humilde cabaña en lo alto de una colina.
Llego un día en que llegaron unos mercenarios, no tardaron en llegar a la cabaña, junto a ellos un encapuchado vestido con una túnica negra.
- Entréganos a la niña! Donde la escondiste? -vocifero el encapuchado.-
- no dejare que os la llevéis – respondió el hombre.
La habilidad del hombre fue evidente derrotando a los mercenarios, el encapuchado conjuro y empezó una intensa lucha entre ambos, la ventaja fue por el encapuchado.
- Maldito! –grito furioso.
Por ninguna parte encontró rastro de la niña, aunque intento percibir a la pequeña con su magia, algo bloqueaba su percepción, furioso se alejó del lugar. Al regresar Aethelwyne de jugar en el bosque se encontró con el hombre muerto, se arrodillo junto a el y lloro desconsolada. Pasaron las horas llegando la noche, la pequeña recogió un curioso libro encuadernado que estaba entre las ropas, lo guardo como un tesoro.
Un único recuerdo del hombre que la cuido hasta el último suspiro, se quedó sola mirando la cabaña en silencio. Estuvo varias horas silenciosa llorando, hasta que alguien la escuchó gimotear, la encontró acurrucada en un rincón, con cuidado la cogió en brazos y la llevo a su casa, esa niña eras tu. "
- gracias por encontrarme. -tosió sangre varias veces.-
Aquella misma noche la niña murió de una enfermedad, su cuerpo yacía inmóvil sobre la cama, La mujer se entristeció mucho y desconsolada abrazo fuerte a su marido, se culpaba de no haberla cuidado bien, pero siempre la cuido con un gran cariño y dulzura. Dos semanas después ambos abandonaron su hogar, aquel lugar que recordaba tanto a la pequeña, las ruedas del tiempo avanzaron sin detenerse, el explorador y su mujer murieron cinco años después.
La casa con el tiempo se torno lúgubre y fría, un estado deplorable de abandono. Un cuervo picoteaba el marco carcomido de una ventana, de repente algo asusto al pájaro, huyo aterrorizado, una transparente figura apareció delante de la ventana, su espíritu seguía en la casa.
