Dejando el nido
Sigilosos pies en el bosque, esquivando ramas quebradizas que el pasado uktar ha dejado tendidas en el suelo. La nieve se cuela suavemente por entre las copas de los pinos, casi imperceptible a la vista por momentos pero cubre en gran parte el lecho del bosque. Y es allí donde, debajo de un escudo redondo y una pesada capa de pelambre oscuro, un hombre analiza cuidadosamente los rastros grabados fugazmente en los cúmulos.No tiene una brillante armadura ni parece un gran guerrero. Tan solo una armadura hecha en pieles teñidas de negro, o eso es lo único que deja ver.
Parecen huellas de algún animal grande. Tal vez algo que alimente al cazador y le permita descansar en paz esta noche, tal vez algo de lo que sea mejor esconderse. Se levanta, mirando hacia el este. Sabe que en el Bosque Luna los tigres no son la mayor amenaza, hay algo todavía peor, algo que se alza al norte donde el frío es aún más penetrante y la respiración se acorta en los largos inviernos de La Marca.
Mantiene su paso cauteloso hacia el este por entre los árboles tratando de seguir el rastro, aunque por momentos lo pierde de vista. En su mente la idea de una buena cena se hace cada vez más fuerte, pues está oscureciendo y aún queda mucho camino por recorrer.
Por momentos se ve melancólico mirando tristemente por sobre el hombro hacia el oeste, atrás, donde se alza la piedra del cuervo al sur de Mithril Hall pensando en la vida que ha dejado pero confiado en que el destino depara grandes cosas para este hijo de uthgardt.
De momento la cena es una prioridad, y comienza a ser un privilegio. Han pasado unas cinco horas desde que ha encontrado el rastro y aún no hay señales del animal. Tal vez si apresurara el paso llegaría a Quervarr antes del anochecer y podría descansar en la famosa taberna El Ciervo Silbante con un gran pichel de cerveza en la mano, escuchando las alegres melodías de los bardos. Parece un momento muy lejano con la panza vacía. Se cruza de brazos intentando callar el ruido de las tripas retorciéndose, sin éxito.
De pronto tras una hora de caminata, un gruñido y fuerte olor a suciedad. Las huellas se hacen cada vez más notorias hasta llegar al lugar indicado. El hombre prepara su arco y hace a un lado su capa dejando expuesto el carcaj de flechas que cuelga de su cinturón. Suavemente y procurando no hacer ruido toma una flecha, la coloca, tensa el arco y dispara.