Desde hace algún tiempo, si un viajero cansado o buscador de fortuna entra en La Rosa y el Martillo buscando una cama caliente, buena cerveza y algo de reposo, es posible que se encuentre en la taberna con una figura peculiar. Acodada en la barra charlando con Jédrik, tirada en los cojines junto al fuego, o sentada al fondo del salón, con las botas encima de la mesa cuando Rosa no mira, una joven vestida de negro y encapuchada, delgada y desgarbada, suele permanecer horas y horas bebiendo cerveza, jugando a los dados con los parroquianos o charlando con aventureros de todo tipo y condición.
Si uno se acerca a ella, verá que es pródiga invitando a beber, y que siempre muestra interés por conocer las andanzas de los que pasan por el lugar, quizás demasiado interés. Tras un rato de conversación, el caminante de paso habrá podido apreciar que habla mucho y ríe bastante, con una sonrisa expresiva que puede llegar a resultar insolente, y que se lo toma todo un poco a broma. Con un poco de palique, la muchacha no tardará en presentarse como Daan, simplemente y a secas, y ofrecer sus servicios de perista, intermediaria y tasadora. Riendo comentará al viajero que hace descuento si no se hacen preguntas, y que acepta encargos y trabajos especiales. Y después, si la bolsa del viajero se ve abultada, ofrecerá con una sonrisa desafiante jugar una partida de dados, mientras invita a más alcohol.
Sentados a la mesa, mientras los dados ruedan raudos y cambian de mano en mano, el oído entendido es posible que perciba su fuerte acento balduriano, su jerga barriobajera y el abuso que hace de las imprecaciones, así como el brillo divertido en sus ojos, de color azul intenso, cuando detecta a alguien ofendido por ello. Tras unas partidas, cualquiera allí sentado comprobará que le gustan las apuestas altas, los desafíos arriesgados y los chistes muy malos.
Alguien muy observador, sin embargo, podrá advertir con un poco de atención que bajo todo el desenfado hay algo más en la muchacha. Que a veces se le escapan palabras demasiado cultas para la ratera que parece ser. Que esos ojos tienen un cierto comportamiento nervioso. Que con notable frecuencia se dirigen a la puerta de la taberna y controlan los movimientos de cualquiera que se mueva a su espalda. Que sus manos, que se deslizan siempre con gran agilidad, juguetean mucho en sus bolsillos y cambian mucho de anillos, cuando no están comprobando inconscientemente que la capucha sigue sobre su cabeza antes de beber, haciendo sus facciones menos perceptibles. Y que las sombras creadas por el fuego y los candelabros distraen su atención con bastante frecuencia, oscureciendo su mirada durante mínimas fracciones de segundo, antes de regresar a su permanente estado risueño, cínico y socarrón.
El viajero cansado o el buscador de fortuna es posible que regrese al día siguiente al camino desplumado, o contento con algún objeto provechoso recién adquirido a buen precio tras negociar con ella. O las dos cosas a la vez. Seguramente con resaca y la voz ronca, tras haber hablado y bebido mucho, y hasta muy tarde, de cuarenta mil cosas distintas con la chica descarada y los otros aventureros que se unieran a la mesa. Sin embargo, es posible que en algún momento ese caminante se dé cuenta de que, entre tanta cháchara, la muchacha ha eludido cualquier pregunta sobre su pasado. Y que, tras esa reflexión, se encoja de hombros y continúe su camino sin mirar atrás.
Al fin y al cabo, tampoco es algo importante, ¿verdad? Todo el mundo tiene su historia por detrás…
Si uno se acerca a ella, verá que es pródiga invitando a beber, y que siempre muestra interés por conocer las andanzas de los que pasan por el lugar, quizás demasiado interés. Tras un rato de conversación, el caminante de paso habrá podido apreciar que habla mucho y ríe bastante, con una sonrisa expresiva que puede llegar a resultar insolente, y que se lo toma todo un poco a broma. Con un poco de palique, la muchacha no tardará en presentarse como Daan, simplemente y a secas, y ofrecer sus servicios de perista, intermediaria y tasadora. Riendo comentará al viajero que hace descuento si no se hacen preguntas, y que acepta encargos y trabajos especiales. Y después, si la bolsa del viajero se ve abultada, ofrecerá con una sonrisa desafiante jugar una partida de dados, mientras invita a más alcohol.
Sentados a la mesa, mientras los dados ruedan raudos y cambian de mano en mano, el oído entendido es posible que perciba su fuerte acento balduriano, su jerga barriobajera y el abuso que hace de las imprecaciones, así como el brillo divertido en sus ojos, de color azul intenso, cuando detecta a alguien ofendido por ello. Tras unas partidas, cualquiera allí sentado comprobará que le gustan las apuestas altas, los desafíos arriesgados y los chistes muy malos.
Alguien muy observador, sin embargo, podrá advertir con un poco de atención que bajo todo el desenfado hay algo más en la muchacha. Que a veces se le escapan palabras demasiado cultas para la ratera que parece ser. Que esos ojos tienen un cierto comportamiento nervioso. Que con notable frecuencia se dirigen a la puerta de la taberna y controlan los movimientos de cualquiera que se mueva a su espalda. Que sus manos, que se deslizan siempre con gran agilidad, juguetean mucho en sus bolsillos y cambian mucho de anillos, cuando no están comprobando inconscientemente que la capucha sigue sobre su cabeza antes de beber, haciendo sus facciones menos perceptibles. Y que las sombras creadas por el fuego y los candelabros distraen su atención con bastante frecuencia, oscureciendo su mirada durante mínimas fracciones de segundo, antes de regresar a su permanente estado risueño, cínico y socarrón.
El viajero cansado o el buscador de fortuna es posible que regrese al día siguiente al camino desplumado, o contento con algún objeto provechoso recién adquirido a buen precio tras negociar con ella. O las dos cosas a la vez. Seguramente con resaca y la voz ronca, tras haber hablado y bebido mucho, y hasta muy tarde, de cuarenta mil cosas distintas con la chica descarada y los otros aventureros que se unieran a la mesa. Sin embargo, es posible que en algún momento ese caminante se dé cuenta de que, entre tanta cháchara, la muchacha ha eludido cualquier pregunta sobre su pasado. Y que, tras esa reflexión, se encoja de hombros y continúe su camino sin mirar atrás.
Al fin y al cabo, tampoco es algo importante, ¿verdad? Todo el mundo tiene su historia por detrás…
