Ransell primera parte

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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redron
Tejón Convocado
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Ransell primera parte

Mensaje por redron »

Comenzando el camino
Sentado en una esquina de la taberna observaba a una joven barda cantar una balada sobre héroes pasados, su voz era suave y añadida al calor del ambiente afloraba una sensación de modorra. Otro largo trago a una cerveza tibia hizo que entrara en ese estado de relajación que solo el alcohol puede producir.
Un par de movimientos me acomodaron mas en mi silla, me gustaba “El local de Vándar”, lúgubre y frecuentada por todo tipo de gente peligrosa y lo más importante, allí acudía toda clase de clientes que buscaban las habilidades que yo poseía.
Había pasado virios meses desde mi llegada a aquel pueblo, Villanieve, un lugar perdido del que nunca había oído hablar y que el destino o la fortuna cruzaron en mi camino. Después de otro largo trago me estire en la silla y ajuste mi capucha, la noche estaba tranquila, ningún posible cliente en la sala, solo la fauna común de la zona.

Observando ahora mi vida actual parecía un autentico aventurero, lejos de aquel chiquillo que entro a galope por las puertas de la ciudad sin más recursos que un poco de oro y lo que llevaba puesto. Aquel pequeño que había nacido muy lejos de allí, al sur, en una ciudad portuaria, Talongar, un lugar de paso para todas las rutas comerciales. Otro trago más y mi vista se perdió en el techo de la posada, aunque iba mas allá, se trasportaba a mis primeros recuerdos, a aquellos pasillos de piedra del templo de Deneir donde me crie, mis padres me abandonaron en el templo al nacer. Aun hoy este hecho me plantea algunas preguntas para las que no tengo respuestas.
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El templo de Deneir se encontraba en una colina cerca del puerto, rodeado por un muro de piedra. A ambos lados del templo se encontraban los barracones y las demás estancias que utilizaban los habitantes del templo. Lo que más me impresionaba era la parte de atrás del templo, allí había un enorme jardín rodeado de algunas huertas y establos para los animales.
El templo estaba habitado por decenas de clérigos y sacerdotisas que se dedicaban a la conservación del conocimiento mientras los novicios se encargaban del resto de trabajos necesarios para el mantenimiento del templo y del pequeño orfanato. Todos los días, viajeros de todas partes se pasaban por el templo con algún pergamino o alguna historia que querían que los clérigos guardasen o campesinos que necesitaban que les escribieran algún documento.
Mis primeros recuerdos son de aquellas pareces frías y de Helena, la novicia encargada del orfanato y de nuestro cuidado. Era una mujer corpulenta, siempre con una sonrisa en la cara y un fuerte temperamento. Ella era la que asignaba desde muy corta edad nuestras tareas y nuestro cuidado. Los días en el templo eran siempre iguales, nos levantábamos con los primeros rayos del sol, un desayuno liviano que consistía en un cuenco de leche y un trozo de pan seguido por las tareas del hogar que dependían de la edad de los críos, limpiar suelos, ropa, cacerolas y cuencos hasta los más mayores que se ocupaban de apilar pergaminos, reponer tinta, etc. Después llegaban las horas de rezo y estudio, horas en las que un clérigo nos enseñaba a leer y escribir entre canticos a su dios. Después una comida que solía consistir en alguna sopa o guiso con un trozo de pan, por la tarde mas tareas y horas de estudio y rezo. Era a media tarde cuando se nos permitía salir a la parte trasera del templo, al gran jardín, allí jugábamos hasta la hora de la cena. Era una vida monótona que se rompía por los domingos, donde se nos permitía descansar de nuestros estudios, no ha si de las tareas, en ocasiones especiales la hermana Helena se llevaba a los más mayores a dar una vuelta por la ciudad. Era una vida a la que te adaptabas rápido y aunque no teníamos nada, nuestras necesidades básicas estaban cubiertas.
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El templo estaba dirigido por un sacerdote al que apenas veíamos, los clérigos y sacerdotisas vestían túnicas moradas, mientras que los novicios vestían túnicas blancas, nosotros vestíamos una túnica de hilo blanco que nos cambiaban cada semana.
La vida en el templo tenía sus ciclos, siempre llegaba algún nuevo huérfano que como nosotros había sido abandonado por sus padres, por otro lado, a la edad de 10 años los sacerdotes decidían que hacer con los chicos, si habían mostrado una buena disposición para el estudio se les preparaba para ser novicios y seguir la senda de la fe, por otro lado, si no tenía las cualidades que buscaban se les encontraba una familia que los adoptara.
Mi educación iba por buen camino, a los seis años leía y escribía perfectamente y aunque no era un chico muy fuerte era inteligente y muy ágil, subía a los arboles del jardín sin dificultad, lo que me había acarreado más de una bronca de Helena y el correspondiente castigo.
Nuestro mundo era el templo de Deneir, rodeado de su gran muro blanco de más de tres metros de altura, solo podíamos imaginar lo que se encontraba tras él, el sonido de la gente en las calles, las campañas que resonaban, el ruido del mar, todo eran estímulos que alimentaban nuestra imaginación.
Todo eso cambio cuando pude salir de paseo con Helena, acompañados por Evanek, una chica pequeña con unos grandes ojos verdes y pelo castaño rizado que llego al orfanato el mismo año que yo, por lo que los dos teníamos ocho años.
La salida del Templo me descubrió un mundo nuevo, calles llenas de gentes vestidas con ropas extrañas de los más variopintos colores y formas, un gran mar azul que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un puerto lleno de grandes barcos a los que subían y bajaban enormes fardos de mercancía. Un enorme mercado lleno de puestos que ofrecían todo tipo de mercancía, aquello excedía mi imaginación, embobado miraba a todos lados mientras Helena agarraba mi mano y la de Evanek y nos iba contando un poco de la historia y las costumbres de la ciudad. Aquel día cambio mi monótona vida, me descubrió un nuevo mundo en el que quería vivir. En el camino de vuelta al templo no podía dejar de pensar en todo lo que había visto, la cara de Evanek debía ser muy parecida a la mía, con sus grandes ojos verdes abiertos de par en par.

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A la mañana siguiente me levante con mucho sueño, me había costado dormirme después de la excursión a la ciudad, las horas del día se pasaron lentamente hasta que a la tarde nos dejaron salir como siempre al gran jardín, me deslice entre los arbustos y los arboles hasta perder de vista al resto de los chicos y luego me dirigí a una zona del muro, trepe por él y salte al otro lado. No me aleje mucho del templo ese día, apenas unos cientos de metros antes de volver al jardín, pero ese fue el primer paso para un nuevo comienzo.
Después de ese día los paseos fueron cada vez más largos y a mayor distancia, aunque mi túnica llamaba bastante la atención así que comencé a plantearme lo que necesitaba, encontré un almacén abandonado cerca del puerto que usaba como base, luego robe un par de pantalones y una camisa de un tendal. Al salir me cambiaba de ropa para parecer uno de los chicos de los campesinos que corrían por las calles a todas horas.
El lugar que mas me llamaba la atención era el gran mercado, lleno de decenas de puestos en los que se agolpaban multitud de personas a comprar o simplemente a mirar sus productos. Recorría sus puestos, las calles y evitaba tener contacto con nadie para que no me descubrieran, habían pasado meses desde aquella salida con Helena y ahora conocía como si fuera el templo aquella parte de la ciudad, entonces fue cuando vi como un chiquillo cogía una manzana de un puesto y salía corriendo hasta perderse entre la multitud, el vendedor gritaba, pero ya era tarde, el chico había desaparecido.

Tumbado en la cama mirando el techo pensaba en aquel chico del mercado, eso era robar, pero era la única manera de tener todo aquello que siempre había querido, pensándolo fríamente estaba decidido a hacerlo, pero corriendo solo conseguiría llamar la atención y que lo atraparan, no, sería mejor ocultarlo en las ropas….

Podía oír como su corazón latía desbocado, su respiración estaba agitada, luchaba inútilmente por tranquilizarse, estaba delante de un gran puesto, en una de las cajas que tenía delante veía unas manzanas grandes y rojas. Respiro profundamente un par de veces y miro alrededor, el puesto estaba lleno de gente que hablaban con el vendedor, fue un movimiento instintivo, casi sin darse cuenta una de las manzanas paso a su camisa, con paso lento se dio la vuelta y comenzó a andar por la calle……
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Sentado en el almacén abandonado del puerto notaba el jugo de la manzana recorriendo sus mejillas, nunca había probado algo tan dulce, pero lo que de verdad le había gustado era la sensación, la adrenalina brotando por cada poro de su piel, era una sensación que no podía describir. Termine la manzana y guarde la camisa y los pantalones en un hueco del almacén, me puse la túnica de hilo blanca y camine despacio hacia el Templo, hoy había sido un gran día.

Evanek estaba enfadada conmigo, desde que tengo memoria siempre habíamos estado juntos, pero estos meses la había dejado sola, ella me cubría en mi escapadas para no que no notaran mi ausencia pero ahora también quería salir, era lo que me gustaba de Evanek, era parecida a mí, curiosa, ágil, lista….. Un par de nuevas promesas de que en breve saldríamos juntos de allí y salte el muro.

Como todos los días el mercado era un bullir de gente, desde el día que robe la manzana, me había dedicado a llevarme algo cada día, por el momento no me descubrieron, pero era demasiado riesgo para el beneficio. Tenía nueve años, en breve me convertiría en novicio del Templo y estas escapadas se terminarían, no estaba dispuesto a ello, necesitaba oro para escapar y establecerme en la cuidad por mi cuenta.
Me acerque a un circulo de gente en una de las calles principales, observaban a tres chicos que montaban un espectáculo. Los había visto más veces, el mayor de ellos hacia exhibiciones de fuerza, era un chico moreno, con una musculatura muy desarrollada para su edad.
Mientras la gente observaba como el chico doblaba una barra de metal con sus manos, me deslice entre la gente, delante mía un rico comerciante miraba absorto el espectáculo. Saque un pequeño cuchillo que había robado en un puesto hace unos días y con un rápido movimiento corte la bolsita de oro que colgaba de su cinto. Al volver la vista al frente, el chico que doblaba la barra me miraba directamente y sonreía, no espere nada, di la vuelta y desaparecí entre la multitud.

Otro movimiento rápido y la bolsa cayó en mi mano, como siempre di la vuelta sin llamar la atención y desparecí por un callejón. Habían pasado varias semanas desde que ese chico me había visto trabajando, desde ese momento lo había evitado y seguía haciendo mi labor lejos de él. Hoy había sido un buen día, con esto tenia oro suficiente para escaparme del orfanato, giré en el callejón rumbo al almacena que usaba como base cuando me encontré con los tres chicos.

- Vaya hola, eres difícil de encontrar

Me pare en seco y evalué la situación, el que me hablaba era el chico moreno del espectáculo, fuerte como un toro junto con otros dos que, aunque no tanto como el eran bastante fornidos. No tenía escapatoria, podía correr, pero ellos eran mayores que yo por lo que tenía pocas posibilidades de éxito y si fracasaba lo más seguro es que a parte del oro me llevara una paliza, cosa que ahora era prioritario evitar.

- ¿Qué queréis de mí? – mi voz sonaba temblorosa.
- No te preocupes no te queremos hacer daño, mi nombre es Torin y estés son mis hermanos Bram y Lanker.
- Ransell – dije sin mucho convencimiento.
- Bien Ransell, hemos visto de lo que eres capaz y me gustaría que te unieras a nosotros.
- No puedo, tengo que volver al templo antes de que noten mi ausencia
- Vaya eres huérfano, no tienes por qué volver con los monjes, te puedes quedar con nosotros, tenemos un lugar donde vivir y te protegeremos.
Los dos hermanos asintieron al momento, evalué un momento la situación, uno de los principales problemas que tenía para dejar el templo era donde quedarme, a mi edad sería difícil buscar donde vivir. Acepte, era una oportunidad, si las cosas no funcionaban podría escapar y volver al templo. Hoy empezaba mi vida fuera de lo que consideraba mi hogar.
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