Tras la muerte de Taark de los orogs
Nevesmortas
La discusión con Korissa duró poco tiempo tras su regreso. Le había costado solucionar lo que había que solucionar con los enanos de Felbarr, y después con la guardia de la villa. Sin embargo, aunque Korissa ya no le diera importancia, lo cierto que las frases se habían repetido, una y otra vez, como bofetadas, por parte de todos. “Suficiente la has cagado…”, “Intentad la próxima vez no llevarnos al matadero…”, “Lo has torcido todo, Seda”, "Tus planes nunca funcionan bien"...
Y razón no les faltaba. ¡Qué fútil todo hasta el momento! Ni sus argucias de contraespionaje, ni sus intentos de dividir a sus aliados, ni su presencia en los combates o siquiera la información que conseguía a través del dolor del tatuaje había servido para nada. Había muerto gente por todo ello y aquellos que confiaron en Seda habían salido malheridos. Un recordatorio más de que, en el fondo, ella jamás había sido una persona fiable.
En su cabeza, la idea de apartarse de nuevo, eliminar la marca del Gran Clan de su espalda a traves de la magia de Jarol y dejar que otros resolvieran los problemas con Talonar era tentadora. Pero también se había prometido que, por muy poderoso que fuera el orog, aunque no pudiera acabar ella misma con él, se convertiría en el mayor dolor de muelas que pudiera tener el piel gris en lo que le quedara de vida.
Sin embargo, esta vez no pensaba arriesgar a nadie con sus intentos temerarios. (Bueno, era cierto que arriesgaba a Bicho, pero tenía la sensación de que a Bicho también le interesaba librarse de Talonar cuanto antes).
La joven partió aquella misma noche, con las ropas más ligeras que pudo, la mochila cargada de explosivos y venenos, y sin el anillo de la familia Rillyn, que quería mantener a salvo en caso de captura. Sola no podía enfrentarse con los orcos que habían tomado los pasos a Argluna, pero podría hacerles la vida más complicada siempre que no se dejara ver u oír...
Hondonada de Auvan, horas después...
—¡La Paloma está por la zona! ¡Firmes y atentos todos!
Seda maldijo entre dientes en todos los idiomas que conocía mientras bajaba a las profundidades de la torre. Visto que no funcionaban los desplazamientos mágicos, había preparado dinamita para volar la muralla y avisado a los supervivientes para correr a un sitio donde poder transportarlos, pero de alguna forma los orcos habían averiguado que
ella estaba allí. ¿Cómo?
Cuando Seda había llegado, los orcos aguardaban en el exterior y las murallas estaban cerradas por fuera, protegidas por barricadas de cadáveres y armas. El interior de Hondonada estaba inquieto, pero las gentes seguían vivas, y aquello trastocaba sus planes. Tenía que encontrar la manera de liberar los rehenes de los orcos, así que había intentado organizar la escapada de la población. Sin embargo, primero tenía que sacar de la cárcel a los jefes de Auvan que quedaban vivos.
Seda extremó precauciones cuando se infiltró en la fortaleza. Forzó las cerraduras, invocó la oscuridad más oscura para cegar a los orogs de guardia, pronunció el habla funesta para destruir la extraña piedra roja que custodiaban en la cárcel (aquello fue un "por si acaso"), y cubrió a los dignatarios con su manto de sombras, para que salieran indemnes con ella. “Corred conmigo”, les dijo. Al menos veía un buen final para ellos.
Hasta que advirtió el brillo de un puñal a su espalda. Aquellos hombres estaban confabulados con los orcos y trataban de matarla (aunque ahora esperarían cubiertos de ámbar a que los orcos lo rompieran en pedazos).
Mientras huía a todo correr, vio al enano con el que había hablado primero gritando “¡BUSCADLA TODOS! ¡SE HACE LLAMAR SEDA!”. Había caído en una trampa por idiota, y además había perdido un barril de dinamita.
Apretó dientes. Invocó, con todas sus fuerzas, el poder del Habla Oscura contra la muralla y los maderos se deshicieron en cenizas, lo suficiente para pasar de un salto y seguir corriendo.
Aunque, ahora, los orcos le preocupaban un poco más y los supervivientes le importaban algo menos.
Sabotaje
Avanzó lo más rápido que pudo sin ponerse en riesgo. Llegaba a los puntos que veía estratégicos, colocaba las cargas para boicotearlos, y partía de nuevo.
La dinamita funcionó para bloquear el acceso al puesto de vigilancia del Paso de Argluna, así como ciertos puentes estratégicos en el camino. Cuando se quedó sin dinamita, derribó árboles con su voz para que obstaculizaran el paso de las tropas orcas y causaran algunas bajas sorpresa. O, al menos, que obligaran a sus chamanes a gastar sus poderes en el camino en vez de en las escaramuzas.
Sin embargo… una idea venía una y otra vez a su mente. Incluso estando en alerta... ¿por qué había tan pocas tropas? ¿Estarían todas en Khelb? El camino estaba despejado, sólo los gigantes rondaban sus cavernas como de costumbre. Esquivándolo todo y a todos, corrió hasta que volvió a hacerse la noche.
La noche sobre Khelb
Los exteriores de Khelb, como los de Hondonada de Auvan, estaban repletos de orcos y orogs. A esas alturas, los cuernos sonaban por todo el paso de Argluna alertados por su presencia. Las tropas que rodeaban el poblado, y la población interior atrincherada, la buscaban. Podía vanagloriarse, al menos, de conservar todavía los recursos para ser como una sombra, aunque a veces extrañara el abrazo de estas.
En cualquier caso, desconocía los motivos de todo el colaboracionismo que habían encontrado los orcos en los locales (¿rehenes, miedo, amenazas?), pero a esas alturas primaba ya otro objetivo. Seda se dedicó sistemáticamente a envenenar toda la comida y bebida almacenada en el pueblo que pudieran aprovechar los orcos. “Tierra quemada”, le habían enseñado sus severos maestros en Puerta de Baldur… Aunque, al final, no sería una tierra tan quemada como pretendía cuando salió de Nevesmortas.
Partió de Khelb, decepcionada porque el fuego (como el que arrasó la mansión cuando huyó de su casa) siempre la había fascinado.
Llegó hasta las cercanías del mythal de Argluna sin encontrar, de nuevo, grandes tropas. Aquello le preocupaba. Si no marchaban por el Paso de Argluna, tendrían que hacerlo con barco desde Puntalhuven, y Eterlund seguía en pie todavía. ¿Podría ser que Argluna no fuera el siguiente movimiento? ¿Serían capaces de abrir sus portales mágicos en la misma Gema del Norte?
Al final, todo eran incógnitas. Seda buscó un refugio en el bosque cercano a Argluna que le permitiera descansar con seguridad, se arrebujó en su capa y siguió pensando hasta quedarse dormida, el tiempo justo para, con las primeras luces del alba, iniciar su siguiente tramo del viaje.
