Uno de muy joven cree que la guerra es como la cantan los trovadores, con héroes, aventura y tesoros y damiselas que rescatar. Esas ideas te hacen que dejes tu hogar en busca de fama y fortuna y por supuesto cuando ves de verdad lo que es la guerra....preferirías no haber abandonado tu hogar.
Cuando vi los horrores que vi en el bosque de Nevesmortas, nada me había preparado para ello. Los cuerpos de los caravaneros apilados como leños formando una espantosa hoguera en medio de un círculo de piedras. Osgos cosidos a flechazos en medio del camino, tantos que sólo se los habría podido realizar un sádico que les siguió disparando después de muertos.
Yo, Esabir, que medio en shock miraba esas escenas dantescas con ojos desorbitados, yo no estaba preparado para ver el espantoso culmen de tan terrible espectáculo. Aquella mujer, clavada en el un árbol, no me la puedo sacar del pensamiento. Intento olvidar lo que vi, y no puedo dejar de pensar en ello. Esa imagen hace que note como el horror desgarra mi alma llevándome a los abismos insondables de una locura que acecha en lo mas profundo de mi mente.
Akhasa (que me acompañaba en el bosque) estuvo de acuerdo conmigo en que la Guardia de Nevesmortas debía ser informada de esta masacre. Al decirle que iría yo, se despidió con un lacónico "Bien", y dentro de su metálica armadura no mostró ninguna emoción mas. Creo que ella es así, lacónica y fría. Ella no tendrá pesadillas que la atormenten ni sus manos temblaran cuando empuñe sus armas días después de contemplar la masacre. Me gustaría ser como Akhasa y llevar una armadura que proteja mi alma del horror, pero yo no soy así. Tendré que hacerme como ella si quiero sobrevivir en estas malditas tierras.
Sin saber muy bien con quién hablar, comencé a preguntar por Nevesmortas por el cuartel de la Guardia de la ciudad, con pésimo resultado, pues los lugareños desconfían de forasteros como yo y mas si parece que acaban de contemplar un espectro, empalidecida mi piel por el miedo y el horror. Pero pronto una mujer encapuchada se acercó a mí, escucho mi historia y me guió a la Guardia. No me dijo esta mujer su nombre ni descubrió su rostro en ningún momento, pero, a pesar de que la prudencia aconsejaba no fiarse de ella, mi ansia por vengar a aquella mujer del árbol pudo con la cautela aconsejable.
Ella me acompañó hasta las escaleras que dan a las dependencias de la Guardia y, después de subir unos pocos peldaños me di la vuelta para despedirme de ella, pero ya había desaparecido. Cogí el pomo de la puerta ansioso por si encontraría a los Guardias receptivos ante mi denuncia o tan poco colaboradores como los vecinos de la ciudad, pero el sentido común me decía que cuando les contara todo lo que vi y por añadidura todo lo que sé de la historia de las sádicas criaturas causantes de tanto mal, por lo menos no los dejaría indiferentes.
La denuncia
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