Epílogo
Llovía copiosamente en toda la costa de la espada, los barcos estaban amarrados en el puerto de Athkatla y nadie osaba desafiar la ira de Talos y Umberlee, las posadas legales e ilegales del puerto de la Ciudad de la Moneda estaban abarrotadas de hombres de mar que bebían y contaban historias, refugiándose de la ira de los dioses y orándole a los mismos en su interior.
En mitad de todo eso, un adolescente temblaba de frio encerrado en un barril de vino de la bodega del Tridente Marino, su cuerpo estaba lleno de morados, estaba solo.
Continuará . . .