Emma, Cleriga de Sune

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Filoscuro
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Emma, Cleriga de Sune

Mensaje por Filoscuro »

Emma nació en Eternlund, en una casa de piedra humilde, donde las flores crecían en el alféizar y la fragua crepitaba desde el amanecer. Su madre, Ilyana, era clériga de Sune, y había convertido una habitación del hogar en una capilla sencilla pero llena de calidez: cortinas carmesíes, estantes con velas, frascos de aceites aromáticos, pequeños espejos y macetas donde florecían geranios, incluso en invierno. Allí, cada mañana comenzaba con una oración a la Dama del Cabello de Fuego, y cada noche se cerraba con una plegaria por la belleza del día, aunque hubiese sido gris.

Su padre, Galric, era herrero. Un hombre de manos fuertes, espalda ancha y mirada paciente. Había forjado armas antes de conocer a Ilyana, pero tras enamorarse de ella, colgó su martillo de guerra y prometió que no volvería a crear instrumentos de destrucción. Desde entonces, solo fabricaba utensilios para la labranza, clavos, bisagras, herraduras y herramientas que ayudaban a construir en lugar de destruir. El último martillo de guerra que forjó lo colgó en la fragua, con el mango tallado en forma de llamas y rosas. Nunca lo usó. Decía que era su despedida a las armas.

Emma creció entre esos dos mundos: el hierro y los pétalos, el calor de la fragua y la ternura de los aceites. Desde muy pequeña acompañaba a su madre a realizar tareas de ayuda en la comunidad. Ilyana no predicaba desde púlpitos, sino desde los gestos sencillos: peinar a ancianas solitarias, limpiar con delicadeza las manos de una madre agotada, guiar a una joven hasta su primer baile, o llevar flores a la puerta de alguien que sufría. Emma absorbió esa forma de fe como parte de su naturaleza. Aprendió que cada sonrisa ofrecida era una oración, y que cada lágrima consolada era un acto de belleza.

Cuando Emma tenía once años, su padre murió en un accidente en la fragua. La noticia llegó como el golpe de un yunque caído sobre piedra, pero en casa no hubo llanto desbordado. Ilyana no cayó en desesperación, ni dejó que la oscuridad se instalara en su corazón. Ella le enseñó a Emma que el amor verdadero no muere con el cuerpo, que permanece como calor en la memoria y perfume en el aire. “El amor no se extingue con la muerte”, le decía, mientras encendían juntas una vela frente al espejo. “Cuando recuerdas con ternura, cuando haces algo bello por los demás, él sigue aquí.”

Emma nunca olvidó esas palabras. Y con el tiempo, su deseo de llevar ese mensaje más allá de su hogar empezó a crecer como una llama suave pero persistente. A los diecisiete años sintió que debía partir. No porque quisiera alejarse, sino porque necesitaba extender esa luz a otros. Su madre lo comprendió sin preguntas. El día antes de marcharse, Emma bajó sola a la fragua. Sus ojos se detuvieron en el viejo martillo, colgado donde siempre. Lo tomó entre sus manos. Era pesado, pero no por el metal, sino por el recuerdo. Fue entonces a ver a su madre, y se lo mostró en silencio.

Ilyana lo miró durante un largo instante.

¿Lo llevarás para destruir o luchar?

Lo llevaré para proteger. Para defender la belleza, la bondad… y a quienes no tienen voz.

Tu padre lo forjó como despedida a la guerra.

Y yo lo alzaré solo cuando lo exija el amor.

Ilyana asintió, y posó sus manos sobre las de Emma.

Entonces, llévalo. Pero prométeme algo: jamás lo uses por odio. Que cada golpe que des sea por amor a la vida. No por odio.

Emma prometió. Esa noche encendieron juntas todas las velas de la capilla. Y al amanecer, con el espejo en su zurrón, el símbolo de Sune sobre el pecho, y el martillo en la espalda, partió.

Días después, durante su viaje por las tierras del norte, la nieve la obligó a buscar refugio en una torre abandonada en medio del bosque. Allí encontró a una joven encapuchada, herida y temblando. No preguntó quién era ni de dónde venía. Simplemente la arropó, compartió con ella su escasa comida, cuidaba sus heridas y le ofreció calor, sin palabras. Durante los días que compartieron en la torre, Emma le habló de flores, de bodas, de su madre y su hogar. La joven apenas hablaba, pero escuchaba con los ojos.

Finalmente, le preguntó por qué lo hacía.

Porque tu alma me lo pidió sin hablar —le dijo Emma—. Porque si tú no puedes ver tu belleza… yo estoy aquí para recordártela.

Esa noche, cuando la joven dormía, Emma se arrodilló frente al fuego. Sostuvo el espejo entre sus manos, y sin palabras exactas, ofreció una plegaria en forma de pensamiento: “¿Estoy caminando bien, Señora? ¿Es esto lo que deseas de mí?” Entonces, sintió una brisa cálida en medio del frío. El espejo se empañó sin razón, y por un instante, vio reflejado un rostro que no era el suyo: una mujer de fuego y ternura que le sonreía con una dulzura infinita.

Al día siguiente, al ir a tratar la herida de la joven como hacia cada mañana, cuando iba a poner las vendas nuevas sobre la pierna herida de la joven, sintió algo nuevo en sus dedos y susurró una plegaria que jamás había aprendido… pero de pronto conocía. Una energía vibrante, suave, como una canción que no se canta, pero se siente. Y bajo sus manos, la herida comenzó a cerrarse, envuelta en una luz rosada, tenue, hermosa. La joven la miró con asombro. Emma solo sonrió.

Sune nos vio. Y donde hay amor… ella siempre responde.

Cuando la joven se fue, más tranquila, Emma retomó su camino. Y días después, cruzó las puertas del pueblo nevado de Nevesmortas, con su martillo al hombro y una luz nueva en el corazón. Ya no era solo una joven amable con enseñanzas en el alma. Ahora era una clériga de Sune. Y el mundo la necesitaba.

Emma nunca ha dejado de sonreír. A veces basta eso para cambiar un día entero en la vida de alguien.

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Filoscuro
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Re: Emma, Cleriga de Sune

Mensaje por Filoscuro »

Carta a mi madre:

Mis primeros meses en Nevesmortas

Cuando llegué a Nevesmortas, lo primero que encontré no fueron muros fríos, sino gente amable. Pronto me crucé con tres compañeros que me abrieron camino: Nodin, siempre con los ojos puestos en el horizonte, buscando emboscadas antes de que nosotros siquiera pensáramos en ellas; Erick, que parecía no temerle a nada y se lanzaba contra cualquier obstáculo; y Mico, que sabía de transportes y mercancías como si hubiera nacido con un carro y un buey bajo el brazo.

Gracias a ellos conseguí mi primer trabajo como porteadora de bueyes. No era el oficio más bello del mundo, pero me dio lo suficiente para mejorar mi equipamiento… y, lo más importante, me regaló amistades y experiencias que nunca olvidaré.

Poco a poco empecé a acompañar a grupos de aventureros, y allí encontré mi lugar como sanadora. No era fácil, pero con cada herida cerrada y cada rostro aliviado sentía que Sune estaba orgullosa de mí. Me conmovió ver que muchos de los encargos que recibíamos eran por amor: familias buscando a sus desaparecidos, gente que no quería perder a quienes quería. Eso me recordó por qué dejé mi hogar: para que nadie olvidara que el amor también se defiende.

A la vez, descubrí un nuevo mundo en la alquimia. Como buena sunita, siempre me han encantado las plantas y flores, así que me lancé a estudiar sus secretos. Al principio mis pociones eran torpes y sencillas, y yo misma las probaba antes de entregarlas. Pero con el tiempo empecé a donarlas y a vender algunas, y descubrí la alegría de ver cómo algo hecho con mis manos podía ayudar tanto.

Con el oro ahorrado, compré una casa en Nevesmortas. Mi primer impulso fue levantar allí una capilla de Sune, pero hablando con mis amigas comprendí que el amor y la belleza no se encierran entre paredes. Así que ahora sueño con construirla en un lugar abierto y hermoso, donde cualquiera pueda encontrar consuelo bajo el sol y las flores.

Hoy me enfrento a algo mucho más grande de lo que jamás pensé: el extraño calor que azota la región, los aires sofocantes del Este, los animales momificados que muerden no solo la carne, sino el alma… y esas terribles zonas de magia muerta. Se habla de un Faraón, aunque aún no sé bien qué significa. Confieso que me siento pequeña frente a todo esto, pero también sé que no estoy sola: me dejo aconsejar por quienes saben más y confío en mis amigos… y, sobre todo, en la luz de Sune.

Estos meses han sido intensos, extraños y a veces duros. Pero sigo sonriendo. Porque si algo he aprendido es que incluso en medio de la oscuridad más amarga, siempre hay algo hermoso por lo que luchar.

Y últimamente… siento cambios en mí. No solo en el corazón, también en mi propio cuerpo. Mi piel luce más suave, mi cabello se siente más sedoso, y a veces cuando me miro al espejo creo ver un brillo distinto en mis ojos. Como si Sune, poco a poco, me estuviera transformando para que pueda reflejar mejor su belleza y su amor en el mundo.

— Emma
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