Nathan ''Flecha Negra'' Fynolt

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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KingPin_Rojo

Nathan ''Flecha Negra'' Fynolt

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Frío... Demasiado frío para una noche de Aguas Profundas, en el mes de Hammer. Entré por la ventana de la torre, y me moví en las sombras cual negra pantera, negra como la noche y silenciosa como el movimiento de una hoja... El pasillo estaba oscuro…

Pero empezaré mi relato desde el principio. Mi nombre, querida, es Nathan. Nathan Fynolt, como me conocían mis “amigos”, y “Flecha Negra”, para los no tan amigos.

Quizás solo me conozcas como Nathan, aquel joven inquieto que siempre está sentado en el borde de la fuente de Nevesmortas, leyendo o observando a la gente pasar mientras te mira con una sonrisa. Pero son solo apariencias.
Nací en el barrio mas pobre que jamás te puedas imaginar, en mitad de Aguas Profundas.
Mendigos y esclavos poblaban las calles cual hormiguero estaba poblado de hormigas. Nací en el seno de una familia pobre… Mi madre murió, como es normal al nacer en estas condiciones, al darme a luz. O eso dijo mi padre.
Mi padre… Ah, por los ojos de Máscara, mi padre era realmente una persona ruín. Si no me vendió como esclavo en cuanto tuvo la oportunidad, fue por que me podía sacar aún mas provecho bajo su mando.
El era enterrador. Tiene gracia, pues el negocio familiar funcionaba. El se encargaba de enterrar los cuerpos. Yo de conseguirlos…
Hm. Debo contarte un secreto. Mi padre vio en mi algo. Quizás que era demasiado inteligente para mi edad, o que era muchísimo mas rápido que los demás niñatos que poblaban mi barrio. El caso es que, sobre ocho años después de que naciese, no solo mi padre vio aquello. Sino otra gente. No sé quienes eran, solo que servían a un mismo patrón, que, en la época, yo no conocía, pero no era otro que Máscara. No sé si los veré de nuevo… Bueno. Ellos me vieron robando a un mercader.
Al parecer, les sorprendí con mi agilidad. El mercader, sin embargo, se percató de mi presencia, e intento “castigarme” con su espada.
Podría decir que luché contra el mercader, y, a mi corta edad, lo vencí. Pero te mentiría. En realidad, fue gracias a esos hombres por lo que conseguí salir de aquel entuerto.
Se ocuparon del mercader, no sé como. Desde entonces no le ví más.
Esos hombres me llevaron hasta un callejón y hablaron conmigo. Me prometieron riqueza y poder, conceptos muy extraños para un joven de mi edad. Pero no era un joven normal. Me contrataron.
Y… ellos me encargaron la tarea de “suprimir” a ciertas personas…

Te sonará raro. Sí, a mi también me parece raro. Personas que me observaron, me entrenaron a lo largo de varios años, y me ordenaron cazar a las cabezas que ellos me encomendaban.
Impías tareas para la inocente alma de un joven. Pero, como dije antes, ellos no me veían como un joven corriente. Pasé mi vida normal y corriente, junto con mi viejo padre, cumpliendo los trabajos que me mandaron, mientras nos hacíamos… Un poco mas ricos.

Todo era siempre lo mismo. Entrenamiento, y matar a alguien. Normalmente, era gente de poca importancia, gente que había sido colocada bajo el hacha de mi silencioso verdugo debido a un contrato firmado por un tercero. Normalmente era gente que había robado algo importante, o había engañado a su pareja con una bella esclava de burdel.
Sus motivos, poco me importaban. Si me lo ordenaban, yo lo cumplía. Poca parte del dinero pasó por mis manos, pues la mayor parte iba hacia mi padre, mi tutor.
Pero… En contadas ocasiones, y en especial cuando crecí en cuerpo, mente, alma y conocimiento, me ordenaron trabajos mas peligrosos.

El primero de ellos, a mi edad de 12 años, fue eliminar a una familia entera de nobles.
Me entregaron una daga. Una daga de plata, bastante resistente para su material.
En parte, me pareció de veras un trabajo interesante. No solo por la sustanciosa recompensa que me sería otorgada si cumpliese el trabajo, sino por que sería una pequeña… Venganza. Sí, una pequeña venganza personal. Odiaba, y odio, a los nobles. Su prepotencia, su manera de actuar, su egocentrismo… Acepté el trabajo sin dudarlo.

Fue una noche calida, en el mes de Kyzhorn. La oscuridad abundaba en las calles, era como un largo mar que se extendía en el horizonte. La oscuridad nublaba mi vista, aún así, me guié por el barrio noble por mi instinto, hasta llegar a la casa de los nobles.
Era una casa, de hasta dos pisos, bien decorada, cuyas cristaleras despertaban mi envidia.
Escalé por la pared. Mi pequeña daga se removía impaciente en su empuñadura. Las flechas se movían en mi carcaj. El silencio era sepulcral, que de no ser por las lejanas farolas que veía en la lejanía y el calido viento que me azotaba el rostro, juraría que estaba en las criptas que solía visitar a menudo, con la compañía de mi padre.
Llegué hasta el balcón del segundo piso. Con mis ganzúas, otorgadas por mis maestros, conseguí entrar por la puerta.
Estaba en la habitación del noble. Vi que estaba su mujer, una anciana, dormida en la cama, tumbada boca abajo. Fue un golpe de suerte… Aproveché, y apreté su cabeza contra la almohada, cortando su respiración. La anciana pataleó, pero paró a los pocos segundos.
Observé la habitación. Era una habitación bastante grande, tan grande como mi casa. Había muebles, varios cuadros, los cuales supuse que serían antepasados de la familia.
Observé la cama, en la cual yacía la anciana, sin respiración y aparentemente dormida.
Observé el lado vacío de la cama, y de nuevo un nuevo golpe de suerte. Vi que en una pequeña mesa al lado de la cama había una jarra con agua, llena. Cogí un vial de veneno, y lo vacié en la jarra.
Justo en ese momento, oí pisadas. El anciano noble se acercaba a la habitación.
Me dirigí hacia el balcón, y salté por el, agarrándome en el ultimo momento del suelo bajo la barandilla.
Desgraciadamente, se me olvidó cerrar la puerta, así que el anciano se asomó. Yo estaba agarrado por una mano, así que si el anciano miraba hacía abajo, estaría perdido. La luz del primer piso me daba de lleno, y, de no ser por la despreocupación del anciano al girarse y cerrar la puerta, y la ausencia de guardias en ese momento, no estaría aquí, contándote mi relato. En cuanto entró, subí sin mucho esfuerzo, y me asomé por la puerta. El anciano picó el anzuelo, y bebió de la jarra envenenada. Después, se acostó, y, en cuanto fue a besar a su mujer, expiró, y cayó en la cama.
Ambos parecían dormidos.
Salí por la puerta del dormitorio, mirando hacia ambos lados, y salí al pasillo, con una puerta frente a la puerta de la habitación del noble, y varias puertas que comunicaban al final del pasillo con una escalera a ambos lados.
Pero, tal y como dicen, en la moneda de Tymora, al igual que saca cara, también saca cruz. Dos robustos guardias se dirigieron, desde la escalera, hasta la habitación.
Entré rápido por la puerta que tenía enfrente. Y, esta vez, saqué cara de nuevo.
Estaba en la habitación del hijo del noble, un joven arrogante y temerario.
La habitación estaba demasiado decorada. La roja madera de la pared daba un aspecto tenebroso, junto con los numerosos trofeos de caza, y la espada que colgaba encima de la cama del noble.
Je. Cuando pienso en momentos como esos, aún puedo ver lo fácil que es que un humano se dirija hacia su perdición por un simple gusto estético. Me apoyé con cuidado en la mesa que había al lado de su cama, y, desenfundando mi fría daga, corté las cuerdas que sujetaban la gran espada, y esta cayó encima del rostro del joven. No aparté la espada, pues suponía que el crimen debía parecer un accidente, pero supuse que, en cuanto apartasen la espada de su rostro, las personas mas sensibles saldrían de la habitación.
El ruido alertó a los dos guardias que se apostaron frente a la puerta del noble. Fui rápido de nuevo, y me escondí tras la puerta. En cuanto la abrieron, entraron, y observaron el cuerpo del joven con cierto… asombro, me escabullí por sus espaldas, y me dirigí de nuevo a la habitación de los nobles.
Todo parecía perfecto allí. Salí rápido y silencioso como un cuervo por la ventana, pero, ay de mí, al caer por ella, una flecha de mi carcaj salió del mismo, quedándose en el suelo de la habitación del noble.

Volví a mi casa, y descansé. A la mañana siguiente, oí al pregonero. Al parecer, “alguien” había matado a toda la familia de nobles, cuyo nombre no te diré. Supieron que fue una persona, pues hallaron la flecha que perdí entonces. Las autoridades pusieron un precio de cincuenta mil piezas de oro a la cabeza del supuesto “Flecha Negra”, un “experimentado asesino, que entró como una plaga en un hogar sano y lo dejó sin vida al salir”.

Me halagó el comentario. La verdad, tuve suerte en este encargo.
Los años pasaron, el cementerio se llenó de cadáveres, los guardias se sintieron cada vez mas desconcertados…
Mi vida de arrebatador de almas iba en buen camino.
Hasta que llego El Encargo.

Un día, a principios del año, me encomendaron el asesinato de un importante miembro de los Capas Grises de la ciudad. Es, y será, una misión suicida. Al parecer, nadie más que yo tuvo el valor de aceptarla. No sé si fue una buena elección, o no, pero jamás mi vida volvió a ser la misma desde entonces…

Frío... Demasiado frío para una noche de Aguas Profundas, en el mes de Hammer. Entré por la ventana de la torre, y me moví en las sombras cual negra pantera, negra como la noche y silenciosa como el movimiento de una hoja... El pasillo estaba oscuro…
Me adentré en el. Las frías antorchas mágicas que apenas iluminaban la estancia me dejaban el camino claro.
Al parecer, Máscara siempre ha estado de mi lado. No vi a ningún ser vivo en el lugar, excepto a un gato, en mi camino. Entré en la habitación de aquel miembro. Era una habitación, no tan grande como la de aquel noble, pero bastante espaciosa. Tenía una lujosa cama, y al fondo, estaba estudiando, en una mesa localizada en el fondo de la habitación, mi presa.

Me acerqué a ella sigilosamente. El pobre infeliz parecía dormido. Desenfundé mi daga, me acerqué por detrás… Y se la clavé en la nuca. El desgraciado gritó, para mi mala suerte. Un grito ahogado, pero audible.

En ese momento, varios guardias entraron en la habitación. Me vieron, por primera vez. Ellos, furiosos, cargaron contra mí, pero yo conseguí evadirlos, y escapé por el mismo lugar por donde entré.
Se corrió la voz de alarma. Varios guardias patrullaron las calles, buscando al asesino del Capa Gris.
Corrí hacia mi casa. Sorprendentemente, mi padre oyó lo que me sucedió a las pocas horas de mi salida, y corrimos hacia el cementerio.
En el, mi padre me ordenó que me metiese en un ataúd. Pensé que se había vuelto loco.
Aún no estaba muerto… Pero él no se demoró. Caí aturdido al suelo…

Horas después, desperté en un lugar frío. Intenté mover los brazos, y no podía. Intenté mover mis piernas, con total fracaso. Estaba en el ataúd.
Maldecía a mi padre por ello. Sin embargo, sentí movimiento en el ataúd, por lo que supuse que estaba yendo hacía alguna parte…

Pasaron las horas. El ataúd era cada vez mas frío. Busqué varias maneras de salir de el, en vano. Rebusqué en mis bolsillos, y solo encontré mi daga, y una cantimplora.
Intenté salir rompiendo la tapa, pero era demasiado dura. Me desesperé…

Pasaron los días. Conseguí seguir vivo, por suerte, o por el duro entrenamiento que me fue otorgado.
Tenía hambre, pues no tenía comida. Tenía sed, pues el agua de mi cantimplora se acabó. Tenía frío, pues el ataúd era una caja de madera. Tenía odio, pues mi padre me traicionó.

Al pasar unos días, desperté. Oí muchos ruidos, gritos y flechas penetrando en el aire y sentí mucho movimiento. Me armé de valor, y reuní las pocas fuerzas que me quedaban. Cogí mi daga, y, furioso, la clavé varias veces en la tapa del ataúd.
Me sorprendí, querida. Pues conseguí abrir el ataúd. Pero entonces el carro en el que iba volcó, cayendo mi ataúd en una ladera. Violentamente, el ataúd me protegió de los golpes hasta que cayó. Dolorido, conseguí salir de el a rastras. Me levanté.

Mis piernas y brazos estaban atrofiados. Puede que pasase una semana sin comer, y días sin beber.
Fui hacía el camino, y lo seguí… Ya no había nadie en el, aparte del cadáver de un hombre, que seguramente llevaba el carro. Seguí el camino, hambriento y sediento, hasta que llegué a Nevesmortas…


Mi relato aún no ha acabado. Pero lo demás, lo tienes que averiguar por tu cuenta... querida.
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