Una chiquilla, una niña a medio camino de convertirse en mujer. Tiene la piel morena y el pelo largo, negro como el corazón de un nigromante. De pie en el risco mira hacia el rio, que discurre metros más abajo. Un acantilado. Uno de tantos que se pueden encontrar si vas al monte... sólo a unas horas de camino desde su pueblo.
Pero, ¿qué es eso que asoma en sus ojos? ¿Son acaso las lágrimas? Tras unos segundos queda clara su naturaleza conforme se deslizan por sus mejillas y hacen equilibrio en su barbilla antes de escapar. Gotas de agua salada; gotas de pena condensada que caen al río y se funden con la corriente.
¿Y que le pasa a esa chiquilla, de nombre desconocido y ojos marrones, ahora enrojecidos? ¿Será acaso el mal de amores? ¿La muerte de alguien de su familia? Tal vez sea momento de echar un vistazo a su vida, al pasado.
Se llama Gyndwaene, hija de campesinos y futura madre de campesinos. Nació en un pueblo cómodo y pintoresco, un pueblo para el que los orcos, los no muertos y las plagas son tan lejanos como las ciudades. Un pueblo aislado y pacífico, retraido en si mismo, donde la gente vive y muere sin traspasar sus límites, sin ambicionar otros horizontes.
Se llama Gyndwaene y en unos años los chicos le cortejarán. Se acabará casando con uno de ellos, llevándose un ajuar tejido con sus manos y yaciendo en el lecho de un hombre. Se convertirá en una madre, en una mujer normal. Encerrada entre cuatro paredes, dará a luz a los retoños que su cuerpo aguante, los criará, crecerá y las arrugas surcarán su piel... morirá. No es una mala vida. Las hay peores. La gente que sufre y que lucha; la gente que nunca tendrá amor, hijos o una vejez tranquila.
Sería una buena vida, una vida normal... lo sería si Gyndwaene no desease otra cosa. La joven alza la vista y mira al sol y mira a la montaña que todavía se alza cientos de metros... ¿Qué habrá tras su pico?, se pregunto una vez con ojos ensoñadores. Salió una mañana y no volvió hasta la noche, tras haber llegado a la cima y visto el horizonte. "¿Quien te crees que eres para irte sin avisar?", le espetaron entonces sus padres, cambiando la sonrisa que llevaba en la cara por amargas lágrimas mezcladas con la ira. Luego le mandaron a la cama sin cenar.
Castigada por tu curiosidad, castigada por tu impenitencia, castigada por ir donde no debes, por desear lo que no puedes tener, por saltarte tus tareas con el ganado y la tierra. Castigada, castigada, castigada.
Gyndwaene desea escapar, ver el mundo más alla de esa cima y de todas las cimas que existan. Su curiosidad nació al tiempo que aprendía a leer (cosa extraña donde las haya, qué duda cabe, en un pueblo así) gracias a un viejo buhonero que, ansioso de paz, se había asentado allí. Gyndwaene aprendió a leer y casi al mismo tiempo, a preguntar y buscar, a desear conocer el mundo que atisbaba con las letras.
Por supuesto, tuvo algunas discusiones. Discusiones que se alargaron cuando Gyndwaene fue ganando edad y perdiendo respeto, cuando comenzó a desear con más fervor lo que no podía tener. "¡Eres una mujer!", le gritó una vez su padre, "¿Crees que puedes irte sin más por el mundo?".
No, Gyndwaene no lo creía. ¿Cómo iba a escaparse de casa sin dinero, sin comida? ¿Cómo podría traspasar las montañas en cualquier sentido si no le guiaba alguien del pueblo? ¿Cómo viajar una joven sola, sin nadie que le enseñase o le llevase o le protegiese? No, Gyndwaene estaba convencida de que su sueño era imposible y, quizás por eso mismo, dispuesta a acabar con su vida.
Al fin y al cabo, ¿qué sentido tiene aguantar estoica lo que el mundo quiera? ¿Qué sentido vivir para mirar con deseo las astillas de tus sueños, tiradas en el tiempo? Gyndwaene mira la caída, dispuesta. Hoy si, ahora si. No como aquellas otras tardes en que lo pensó. Nadie en el pueblo le entiende. Achacaron sus ganas a un capricho pasajero y razonaron que no podía irse. Si fuera un chico, quizás, todavía... pero no lo era, y no podría.
Gyndwaene da un paso adelante, luego otro. El cuerpo de Gyndwaene comienza a caer al río, acercandose al abrazo de la muerte. Acercándose con rapidez a un abrupto y temprano final.
Clío, sacerdotisa de Shondakul
Moderadores: DMs de tramas, DMs
Es el 15º día de Tarsakh y el viento está lleno de personas que, transformadas en bruma, cavalgan por los cielos. Es el 15º día de Tarsakh, el día de Cabalvento, y Shondakul observa a sus hijos volar a lugares nuevos...
La tierra se acerca con rapidez y, con ella, la muerte. La
joven desesperada siente el viento revolviendole el cabello y, durante el momento que va a preceder al dolor, se arrepiente de haberse dejado caer. Se arrepiente de su vida y de la falta de soluciones... se arrepiente y lloraría y volvería atrás si tuviese tiempo... pues está comprendiendo que el final es de su vida es la desgracia en si, y no las dificultades que encuentre.
Y el Dios abre su mano, coje la de Gyndwaene.
Y la caída se detiene, y se siente más ligera.
Y Shondakul le salva llevándole en ese sagrado día por los mismos caminos que los sacerdotes, apartándole de su desgracia, dándole al fin la posibilidad de hacer lo que desea... protegiendo a una hija que aún no sabe ni siquiera el nombre del Dios cuyo corazón sirve ya.
Se alza y se eleva, se extasia flotando como un pájaro en el aire. "¿Habré muerto?", se pregunta mientras ve el mundo hacerse más pequeño a sus pies, mientras se aleja del pueblo que le vio nacer arrastrada por la corriente. "No, no he muerto", razona, "al fin y al cabo, siento el fresco, la bruma...".
Mira el paisaje, mira alrededor. Canta una música sin letra, música que se pierde en el cielo, por el goce de estar viva... Y toda su alma, toda su fe, todo su corazón están de antemano entregados al señor de los caminos, a la Mano que Ayuda y proteje a los viajeros...
Shondakul tiene una nueva acólita que está disfrutando de su don... Con la corriente, se aleja de su antigua vida y se dirige a una nueva... Y si tiene miedo, queda anegado en el entusiasmo y en la plenitud de ese momento de su vida.
La tierra se acerca con rapidez y, con ella, la muerte. La
joven desesperada siente el viento revolviendole el cabello y, durante el momento que va a preceder al dolor, se arrepiente de haberse dejado caer. Se arrepiente de su vida y de la falta de soluciones... se arrepiente y lloraría y volvería atrás si tuviese tiempo... pues está comprendiendo que el final es de su vida es la desgracia en si, y no las dificultades que encuentre.
Y el Dios abre su mano, coje la de Gyndwaene.
Y la caída se detiene, y se siente más ligera.
Y Shondakul le salva llevándole en ese sagrado día por los mismos caminos que los sacerdotes, apartándole de su desgracia, dándole al fin la posibilidad de hacer lo que desea... protegiendo a una hija que aún no sabe ni siquiera el nombre del Dios cuyo corazón sirve ya.
Se alza y se eleva, se extasia flotando como un pájaro en el aire. "¿Habré muerto?", se pregunta mientras ve el mundo hacerse más pequeño a sus pies, mientras se aleja del pueblo que le vio nacer arrastrada por la corriente. "No, no he muerto", razona, "al fin y al cabo, siento el fresco, la bruma...".
Mira el paisaje, mira alrededor. Canta una música sin letra, música que se pierde en el cielo, por el goce de estar viva... Y toda su alma, toda su fe, todo su corazón están de antemano entregados al señor de los caminos, a la Mano que Ayuda y proteje a los viajeros...
Shondakul tiene una nueva acólita que está disfrutando de su don... Con la corriente, se aleja de su antigua vida y se dirige a una nueva... Y si tiene miedo, queda anegado en el entusiasmo y en la plenitud de ese momento de su vida.