Fëanáro Felagund: El Exiliado

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Lord_Janse

Fëanáro Felagund: El Exiliado

Mensaje por Lord_Janse »

Fëanáro Felagund, un elfo sin nada particular, comenzaba su eterna vida en Arvandor-Taure, una ciudad élfica en la lejana región de Asgoria. Desde su niñez, sobresalía entre sus pares por sus extraordinarias dotes para la magia arcana. Podía aprender con facilidad los conjuros básicos, y ejecutarlos correctamente.
Pero Fëanáro sentía una una gran atracción hacia los conjuros especialmente destructivos, algo anormal en un sujeto que proviene de una respetable familia de druidas. Al principio, su madre era la única que se preocupaba, pero conforme pasaba el tiempo, las manías de Fëanáro comenzaron a preocupar a toda su familia y amigos. El pequeño elfo solía jugar con pequeñas llamas en sus manos, lanzar conjuros para atontar a los pájaros o dormir a sus amigos. Y todo esto lo divertía, aunque era pesimamente visto por los otros elfos de su comunidad. "Es una etapa... espero" le decía su padre a su madre cada vez que Fëanáro hacía gala de sus talentos "ya se la pasara...".
Pero nunca se le pasó. El pequeño elfo creció, y para cuando había cumplido los 75 años (en la escala de tiempo humana) ya dominaba bastantes conjuros avanzados y "destructivos", como los llamaban los Altos Elfos.
Mas allá de los intentos de persuasión por parte de los amigos de Fëanáro, y pese a los esfuerzos de su familia de entrenarlo como druida, el elfo continuó con su entrenamiento, hasta que un día sucedió un incidente que cambiaría el curso de su vida...
Fëanáro iba caminando por el bosque, despreocupado, y jugando con una pequeña llama en su mano. De pronto, gracias a sus sentidos agudos (propios de su raza) percibió que un animal lo estaba observando. Su vista escudriñió los arbustos hasta dar con los ojos de esa criatura. Y esos ojos pertenecian a un enorme Oso Negro. Fëanáro se quedó inmovil. Nunca se había llevado bien con los animales del bosque, quizas por como los molestaba, o tal vez porque simplemente era el único elfo no-druida en millas a la redonda. De cualquier forma, el oso avanzó hacia él, con un paso cada vez mas acelerado. "Acercate si quieres... pero llo haces bajo tu propio riesgo" susurró Fëanáro. Obviamente el oso no comprendió sus palabras, y cuando estuvo suficientemente cerca, intentó embestir a el elfo. Digo "intentó", porque antes que lo lograra, Fëanáro le lanzó un conjuro de "Manos ardientes" que en un instante acabó con la vida del pobre animal. Algo perturbado por lo que había hecho, Fëanáro permaneció largo rato observando el cadaver del oso. No había sido su intencion matarle, esperaba que un animal de ese tamaño soportara un conjuro así, pero se había equivocado... había matado a un oso. Él, justo él, el miembro de una familia de druidas respetada.
No pudo mover sus piernas... se quedó allí, hasta que oyó los cantos de otros elfos que se acercaban. Ni siquiera intentó disimular lo que había sucedido. De pronto, los cantos se detuvieron, y numerosas miradas frías como el hielo se posaron en nuestro elfo. Preocupado por lo que fuera a pasar con él, partió escoltado por los otros elfos hacia su hogar. Allí, le relató a su padre lo sucedido. El bosque entero tembló cuando la ira de este se desencadenó contra su hijo. Le ordenó que, si no iniciaba sus estudios como druida, debía abandonar su casa para no volver jamás. En ese momento, la mente de Fëanáro dejó de lado su preocupación y su miedo por lo sucedido, y tan pronto como su padre dejó de hablar, en completo silencio recogió sus pocas pertenencias, y sin despedirse partió. Pero antes de abandonar el bosque, uno de sus mejores amigos, cuyo nombre no es importante, le comunicó que los Altos Elfos de Arvandor-Taure se habían enterado de lo sucedido, y que había decidido exiliarle como castigo, sin posibilidad de retornar a su ciudad, jamás...
Fëanáro partió así, sin un destino fijo, pero con una meta más que clara: aprender más y más, entrenar hasta agotar sus fuerzas y entregar todo lo que tenía, con tal de llegar a ser un mago tan, pero tan poderosos, como para desafiar a quienes le habían quitado su hogar, sus amigos, su familia, su vida entera...
Ya ha pasado más de medio siglo desde aquel día, pero este elfo de cabellos rojos y alborotados, cuyos ojos verdes de mirada penetrante han estudiado tantos conjuros, y cuyas manos han traído muerte a tantos, sigue con su meta fija. No sabe cuanto falta para lograr su objetivo... ¿pero que es el tiempo para alguien que vive eternamente?

Fëanáro Felagund, Mago Evocador...
Lord_Janse

Mensaje por Lord_Janse »

"...No sabe cuanto falta para lograr su objetivo... ¿pero que es el tiempo para alguien que vive eternamente?"
Así cerraba la primera parte de la historia de nuestro elfo... a 52 años del día de su destierro, lo hallamos en la taberna, sentado en una banqueta, con una gran cantidad de papeles en la mesa. En estos papeles figuraban dibujos y notas relacionadas con muertos vivientes, sus características, origen, forma de vencerlos, etcétera. Estas notas habían sido escritas por Fëanáro mismo, durante sus expediciones a la cripta de Nevesmortas y otras guaridas de zombies, esqueletos, vampiros y demás criaturas de pesadilla. "Bien, tanto mi experiencia de campo como las personas a las que he entrevistado me han provisto con este arsenal de información... lo que resta es completar algunos espacios en blanco, deshacer algunos interrogantes, y compilar todo en un único volumen" murmuraba el elfo.
En medio de esto, un sujeto vestido casi como un mendigo se le acercó. Caminaba encorvado ligeramente, y poco se veía de su rostro, que parecía arrugado y viejo. "disculpe caballero, ¿no tiene un trozo de pan para este pobre anciano?" le preguntó el hombre a Fëanáro. Con algo de impaciencia, pero también con bastante compasión, el mago elfo tomó una gran pieza de pan de su bolsa y se la dio al hombre. Inmediatamente retornó a sus papeles, pero el anciano no se movió. Se quedó observando los escritos, murmurando unas palabras que ni el fino oído elfico pudo descifrar. Finalmente, Fëanáro le preguntó, irritado "¿Necesita algo mas?". El hombre interrumpió sus murmullos y esbozó una macabra sonrisa bajo su capucha "No, nada... está investigando sobre muertos vivientes, ¿no?". Sin sorprenderse, puesto que esto era evidente, el elfo contestó afirmativamente. "Ah... una ciencia por demás interesante y poderosa, la nigromancia" dijo el anciano. Acto seguido, se sentó junto a Fëanáro y le habló en susurros "Y dígame, señor... ¿a que se debe su interés en el fino arte de controlar ejércitos invencibles manipulando la muerte ajena, o incluso el manipular la vida misma, alejando nuestro ser del momento fatal destinado por los dioses para cada uno?”. Sorprendido por las elaboradas palabras de quien aparentaba ser un simple mendigo, el elfo enmudeció. Sin darle tiempo a responder, el hombre siguió hablando: “Mi nombre y mis orígenes no han de importarle… estimo que tendrá cierto grado de curiosidad sobre ellos, pero prefiero no revelarlos. Lo importante es lo siguiente… conozco de nigromancia, lo bastante como para arrasar este pueblucho en una sola noche. Pero no solo para eso puede usarse la nigromancia… ¿Cree que ustedes, los elfos, tienen la vida eterna?” el hombre ríe, con una carcajada escalofriante “No… la vida eterna implica no solo el no morir, sino también el no PODER morir. Y ese poder solo puede ser concedido mediante una sola disciplina: la nigromancia”.
Casi asqueado de las palabras del anciano, Fëanáro se mantuvo en silencio. El hombre siguió: “La mayoría de los magos son seres sedientos de conocimiento y poder… y viendo lo que usted estaba haciendo antes de mi llegada, estimo que usted no es diferente. Pero hay algo que puede hacerlo diferente… algo a lo que pocos se atreven: siga aprendiendo sobre los no-muertos, pero ya no para destruirlos, sino para aprender como crearlos, dirigirlos y emplearlos para su beneficio. Sepa que con esto no gano nada, solo le estoy siendo sincero sobre el mejor método para lograr la meta de casi todo mago: llegar a ser tremendamente poderoso”. Al llegar a este punto, el anciano guardó silencio. Durante ese silencio, este elfo de cabellos rojos y carácter temperamental “digirió” toda esta información. Su mente divagó entre las múltiples posibilidades que el hombre le ofrecía, y que el arte de la nigromancia ofrecía. E inevitablemente, su pasado también apareció en su mente. Esas imágenes que provocaban su ira: su exilio, su sufrimiento… su soledad en este mundo. Y junto a esto, la posibilidad de vengarse… y todo lo que esto conllevaba. Él sabía que ese día llegaría, pero aún no sabía como… y ese hombre, sentado delante de él, le planteaba un “como” tentador, aunque perturbador.
“Hum… lo que dice puede que sea verdad…” comenzó a decir Fëanáro. “¡Y lo es sin duda alguna!” agrego el hombre. “Pero… creo que los muertos vivientes sin criaturas repulsivas, de costumbres tan morbosas, que jamás podría caer en tal bajeza como es el “arte” de la nigromancia”. El anciano suspiró, y su aliento tan frío llegó hasta Fëanáro. De pronto, el elfo notó que la piel del hombre era demasiado blanca, y parecía demasiado fría. “Si tu meta es de verdad tan importante, llegará el momento en que tus valores dejarán de tener tanto peso… y caerás en lo que ahora, desde tu ignorancia e inexperiencia, llamas bajeza. Y sino, deberías hallar una meta que de verdad estés dispuesto a cumplir… porque no veo que desees ceder cosas a fin de lograr tu objetivo. Así jamás llegaras a nada”. Dejando al elfo muy perturbado, cuestionándose los motivos, valores y acciones que lo habían guiado hasta allí, el anciano se levantó y con sorprendente agilidad, abandonó el recinto. “¿Quien demonios era? ¿Por que se dirigió solo a mí? Hay muchos magos por aquí… ¿Tendrá algo de razón en lo que dijo?...”. De pronto, notó que el hombre había dejado el trozo de pan sobre la mesa. “La comida solo fue una excusa… que tonto fui… solo quería hallar un motivo para acercarse a hablar conmigo”.Sin poder seguir concentrado, Fëanáro se levantó, recogió sus cosas y las llevó a una habitación del local, y allí permaneció meditando largas horas…
Lord_Janse

Mensaje por Lord_Janse »

Meses habían pasado ya desde aquel día, desde aquella charla con ese misterioso anciano... ese nigromante (porque con absoluta certeza lo era, el mismo lo había afirmado) le había dicho cosas que su mente había estado repitiendo durante esos largos meses, como un eco lejano, pero ininterrumpido. Y el efecto de tales palabras había producido en Fëanáro un profundo cambio en su manera de pensar… aunque él no lo notara. Eran detalles, tales como que ahora no solo leía sobre los no-muertos para saber como destruirlos, sino que ampliaba su búsqueda más allá de eso… hasta cómo crearlos. Ciertamente, la intriga le había ganado y su sed de conocimiento no se saciaba con el material que había leído en la Escuela de Magia de Nevesmortas y en la Biblioteca de Sundabar. Por eso había vuelto a lo que hacia antes… a las visitas a las criptas, en busca de más información. Y es en una de esas visitas que sucedió…
Fëanáro estaba solo en la cripta de Nevesmortas. Eran cerca de las tres de la madrugada, y llevaba días sin ver la luz del sol. Su piel se aclaraba cada vez más por no sentir la luz del día, y estaba cansado de tanta roca y tantos cadáveres. Había dejado a Linas afuera, y solo se aventuró en las profundidades. Acampaba cuando podía en algún recoveco escondido, donde pudiera reponerse medianamente de los continuos combates. Así llevaba tres días cazando, hasta que al examinar un cofre antiguo, halló un libro de portada negra y desgastada. Lo examinó cuidadosamente, sorprendido de su elaborada encuadernación. Sabía que numerosos tesoros yacían en esa cripta, pero nunca había hallado un libro. “Esto debió pertenecer a Grandie, ese nigromante mediocre al que eliminé hace tiempo… me pregunto sobre que será…”. Dicho y hecho, abrió el libro y comenzó a leer. Su mente absorbía ese conocimiento tan pronto como sus ojos pasaban sobre las palabras, una tras otra a gran velocidad. Hasta que se detuvo.
Un conjuro estaba escrito en el centro de la página. Lo que más le llamó la atención era que algunos de los símbolos ilustrados eran élficos, otros del lenguaje común, y otros en diversos idiomas. Leyó lo que entendía, y al parecer hablaba sobre cierta maldición relacionada con el dominio de la mente. Le sorprendió ese contenido en un libro que parecía ser exclusivamente de nigromancia, por lo que pese a los riesgos intentó descifrar el resto del conjuro.
Tras largas horas, logró hallar el significado de gran parte de este, y lo iba leyendo mientras lo decía en voz baja. De pronto, el libro pareció sacudirse. No, de verdad se sacudía. Pero el resto de las cosas no. Fëanáro miró con temor alrededor, dejó de pronunciar el conjuro y trató de soltar el libro, peor no pudo. Unas manos oscuras formadas por la misma tinta surgieron de las páginas y se enroscaron en su cabeza. Él las sentía entrando por sus oídos, su nariz y su boca. Trató de gritar pero no pudo. De pronto todo se volvió negro.
Al despertar, un terrible dolor de cabeza le molestaba. Trataba de recordar que había sucedido, cuando vio el libro tirado allí cerca. De pronto recordó todo, y con furia le lanzó un conjuro al libro, que ardió hasta quedar reducido a menos que cenizas.
Aún sintiendo un malestar, salió de la cripta casi a rastras, y se tendió sobre la hierba del cementerio. La cabeza le latía y dolía, pero eso no era todo.
Fue como una explosión, como un estallido. La mente se le llenó de información nueva a gran velocidad, al punto que casi se desmaya de nuevo. Se mantuvo consciente a duras penas tratando de comprender que pasaba. “¡El libro! ¿Qué fue lo que hizo?”. De alguna manera, esas manos hechas de tinta habían fijado en su mente todo el contenido del libro: grandes cantidades de información sobre muertos vivientes. Pero eso no era todo. Ahora ya no sentía ese pesar por usar ese conocimiento. Ya no sentía que la nigromancia fuera una bajeza o una aberración. Ahora comprendía las palabras de aquel anciano: la nigromancia es solo una rama más de la magia, quizás la más poderosa de todas.
Pero había un problema: no todos concordaban con él. De hecho, la nigromancia era una magia marginada por la sociedad. Alumbrado por este pensamiento precavido, decidió ocultar su identidad cuando estuviera empleando ese tipo de conjuros. Si era necesario, sería dos personas al mismo tiempo, todo por llegar a dominar el arte de la nigromancia.
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