La historia de Ruby.
Moderadores: DMs de tramas, DMs
La historia de Ruby.
//Bueno... no me ha quedado como me hubiera gustado, pero algo es algo. Que ya estaba tardando en ponerla.
PRIMERA PARTE: El Yermo.
El Yermo… una tierra árida, un desierto inexpugnable, un erial de muerte en el que si te descuidas, tu próximo paso puede ser el último. Es una tierra donde el agua es el bien más preciado, y donde una pequeña charca puede, no solo mantener un clan entero, sino provocar sangrientas y terribles luchas por su control. El Yermo, mi hogar.
Nací en una noche de lluvia, una de esas pocas (por no decir la única) que se dan a lo largo de la estación menos calurosa. Hija de Rhuarc, jefe del clan de Los Guerreros de Fuego, y Aviendha, su esposa y mi madre. No, haber nacido como hija del jefe del clan no me dio ningún privilegio (tampoco los quiero, las personas se diferencian por su forma de ser no por su nacimiento) puesto que aquí el jefe se decide por méritos propios, no es un cargo hereditario.
Ashla y Jade fueron las sabias que asistieron a mi madre en el parto y las primeras personas en verme llegar al mundo. Ambas auguraron que tendría un largo sueño y una salud de hierro, pues en mi tierra existe la creencia de que las criaturas que nacen en una noche de lluvia gozarán de buena salud y de una larga vida. Hasta el momento no se han equivocado.
Fui la pequeña de cinco hijos. Mis hermanas mayores, Aviendha y Elanie habían tomado El Camino de la Lanza (y aún hoy día siguen recorriéndolo), al igual que mis dos hermanos, aunque su sueño terminó hace años. A los pocos años yo también tuve que elegir: El Camino de la Lanza o La Disciplina del Desierto. Debido a mi constitución no era difícil adivinarlo, nunca tuve mucha fuerza pero si cierta agilidad y rapidez de movimientos. Me decanté por La Disciplina y, desde un principio, trabajé duro para… ¿perfeccionarla? Imposible… una disciplina de lucha nunca se perfecciona pues siempre hay algo nuevo que aprender, digamos que para ser diestra en ello. Cabe decir que hay un tercer camino: La Senda del Arte, pero eso ahora no viene al caso.
Sin embargo los años pasaban y yo no progresaba demasiado. Los estudios teóricos se me daban de maravilla, si, tanto el estudio de la anatomía de las distintas criaturas que pueblan el mundo, como los detalles de las técnicas; pero el caso práctico era bien distinto. Un día, harta de caer una y otra vez por un resbalón tonto, me arranqué los zapatos y, con un grito de rabia, los lancé bien lejos y volví al entrenamiento. Aquel gesto sorprendió a bastante gente, pero nadie dijo nada ni puso pegas. El problema de soportar la arena, ardiente de día y congelada de noche, era únicamente mío. Y he ahí la razón de porque siempre camino descalza, en apenas un año mejoré mucho más que en todos los años anteriores.
En mi tierra a la gente no se la diferencia entre madura e inmadura por la edad, sino que se diferencian entre los que pueden sobrevivir en el Yermo, y los que no. Apenas un par de años después de aquel día, pude someterme a la prueba de madurez y, sino no estaría hoy aquí, la superé con creces. Desde entonces pude disfrutar de verdad de la vida en el Yermo. Escorpiones de las arenas, tiburones de las dunas, serpientes diez pasos… Cada día era una aventura y sobrevivir, el premio gordo.
Mi vida allí me gustaba, es más hay días en que la hecho de menos y algún día regresaré. No obstante, yo quería ir más allá. Al Yermo llegan pocos extranjeros, al menos pocos capaces de sobrevivir, y uno de ellos era un extraño buhonero, era como un reloj venía todos los años el mismo día, que siempre traía todo tipo de aparatos extraños, libros, e increíbles historias que contar. El mundo más allá del Yermo llamaba mi atención cada día más.
Una soleada mañana (como todas) me decidí. Reuní a mi familia y, con una firme determinación, les expuse mi decisión de partir al mundo más allá de las arenas. Entre otras cosas me contaron que no era la primera que decidía hacerlo, y también que posiblemente fuera difícil que me aceptaran. Pero a mi me daba igual, nunca me importó, y sigue sin hacerlo, lo que el resto de la gente piense de mi. Tras la despedida, no voy a entrar en detalles sobre ella, partí.
//Espero que no os hayais aburrido mucho xD la segunda entrega otro día.
PRIMERA PARTE: El Yermo.
El Yermo… una tierra árida, un desierto inexpugnable, un erial de muerte en el que si te descuidas, tu próximo paso puede ser el último. Es una tierra donde el agua es el bien más preciado, y donde una pequeña charca puede, no solo mantener un clan entero, sino provocar sangrientas y terribles luchas por su control. El Yermo, mi hogar.
Nací en una noche de lluvia, una de esas pocas (por no decir la única) que se dan a lo largo de la estación menos calurosa. Hija de Rhuarc, jefe del clan de Los Guerreros de Fuego, y Aviendha, su esposa y mi madre. No, haber nacido como hija del jefe del clan no me dio ningún privilegio (tampoco los quiero, las personas se diferencian por su forma de ser no por su nacimiento) puesto que aquí el jefe se decide por méritos propios, no es un cargo hereditario.
Ashla y Jade fueron las sabias que asistieron a mi madre en el parto y las primeras personas en verme llegar al mundo. Ambas auguraron que tendría un largo sueño y una salud de hierro, pues en mi tierra existe la creencia de que las criaturas que nacen en una noche de lluvia gozarán de buena salud y de una larga vida. Hasta el momento no se han equivocado.
Fui la pequeña de cinco hijos. Mis hermanas mayores, Aviendha y Elanie habían tomado El Camino de la Lanza (y aún hoy día siguen recorriéndolo), al igual que mis dos hermanos, aunque su sueño terminó hace años. A los pocos años yo también tuve que elegir: El Camino de la Lanza o La Disciplina del Desierto. Debido a mi constitución no era difícil adivinarlo, nunca tuve mucha fuerza pero si cierta agilidad y rapidez de movimientos. Me decanté por La Disciplina y, desde un principio, trabajé duro para… ¿perfeccionarla? Imposible… una disciplina de lucha nunca se perfecciona pues siempre hay algo nuevo que aprender, digamos que para ser diestra en ello. Cabe decir que hay un tercer camino: La Senda del Arte, pero eso ahora no viene al caso.
Sin embargo los años pasaban y yo no progresaba demasiado. Los estudios teóricos se me daban de maravilla, si, tanto el estudio de la anatomía de las distintas criaturas que pueblan el mundo, como los detalles de las técnicas; pero el caso práctico era bien distinto. Un día, harta de caer una y otra vez por un resbalón tonto, me arranqué los zapatos y, con un grito de rabia, los lancé bien lejos y volví al entrenamiento. Aquel gesto sorprendió a bastante gente, pero nadie dijo nada ni puso pegas. El problema de soportar la arena, ardiente de día y congelada de noche, era únicamente mío. Y he ahí la razón de porque siempre camino descalza, en apenas un año mejoré mucho más que en todos los años anteriores.
En mi tierra a la gente no se la diferencia entre madura e inmadura por la edad, sino que se diferencian entre los que pueden sobrevivir en el Yermo, y los que no. Apenas un par de años después de aquel día, pude someterme a la prueba de madurez y, sino no estaría hoy aquí, la superé con creces. Desde entonces pude disfrutar de verdad de la vida en el Yermo. Escorpiones de las arenas, tiburones de las dunas, serpientes diez pasos… Cada día era una aventura y sobrevivir, el premio gordo.
Mi vida allí me gustaba, es más hay días en que la hecho de menos y algún día regresaré. No obstante, yo quería ir más allá. Al Yermo llegan pocos extranjeros, al menos pocos capaces de sobrevivir, y uno de ellos era un extraño buhonero, era como un reloj venía todos los años el mismo día, que siempre traía todo tipo de aparatos extraños, libros, e increíbles historias que contar. El mundo más allá del Yermo llamaba mi atención cada día más.
Una soleada mañana (como todas) me decidí. Reuní a mi familia y, con una firme determinación, les expuse mi decisión de partir al mundo más allá de las arenas. Entre otras cosas me contaron que no era la primera que decidía hacerlo, y también que posiblemente fuera difícil que me aceptaran. Pero a mi me daba igual, nunca me importó, y sigue sin hacerlo, lo que el resto de la gente piense de mi. Tras la despedida, no voy a entrar en detalles sobre ella, partí.
//Espero que no os hayais aburrido mucho xD la segunda entrega otro día.
//Vaale, vale, estaba estudiando (cuela?) porque tenía examenes, aquí va la segunda parte para los que les haga gustado jeje. Y menos quejas Rusi, que la tuya aun no esta xD
SEGUNDA PARTE: Los Reinos Olvidados y La Costa de la Espada.
Durante unos años estuve recorriendo distintos lugares de los Reinos. Desde grandes urbes como Aguas Profundas, hasta pequeñas poblaciones que no tendrían más de cuatro casas.
Fue una época bastante solitaria pues, en la mayoría de los sitios “La loca descalza”, como me llamaba la mayoría, simplemente era un bicho raro al que molestar, o intentar atacar. Y digo intentar porque los pocos que se atrevían aprendían rápidamente la lección (no es que me sienta orgullosa de pegar a esos paletos, pero no iba a quedarme de brazos cruzados. Si me atacan, me defiendo). Por ello no pasaba más de uno o dos días en las pequeñas poblaciones, no me gusta iniciar conflictos y aquella gente no merecía mi tiempo.
Donde me sentía más a gusto era en las grandes ciudades. Allí la mayoría de la gente va a lo suyo y no se paran a prestarte atención, por lo que podía dedicarme a lo mío sin que nadie me molestara. Siempre hay excepciones, pero a todo se acostumbra una.
Al cabo de unos años llegué a La Costa de la Espada, el primer sitio donde me sentía a gusto, por lo que decidí asentarme un tiempo. Estuve recorriéndola a lo largo y a lo ancho: Naskell, Beregost, etc… Tuve el privilegio de entrar en El Alcázar de la Candela (o Candelero) donde me encontré unos escritos realmente interesantes acerca de las técnicas que emplean aquellos a quienes llamáis monjes, e incluso pase unos días con una de ellos, Danica se llamaba. Era una mujer alegre, extrovertida, sin prejuicios, con una gran disciplina y una tremenda fuerza de voluntad. Ambas aprendimos muchas cosas una de la otra, aunque al cabo de un par de semanas tuvo que marcharse. Una pena. Espero que le vaya bien allí donde esté.
En uno de mis pasos por Beregost me topé con un grupo de aventureros, una hechicera, dos guerreros y un bardo, que me hablaron de una expedición a las ruinas de Ulcaster. Algo había escuchado sobre ellas, pero según tenía entendido no eran más que unas pequeñas ruinas. Sin embargo, uno de ellos resultó tener un pergamino con instrucciones acerca de cómo descubrir un pasadizo a niveles inexplorados desde hacía siglos. Con una oferta así, ¿quién podría negarse? Yo no, desde luego. Y negociar mi parte no fue difícil ya les dije que para ellos el tesoro, yo me conformaba con ir.
E hice bien, es el mejor recuerdo de cuantos tengo de aquella zona (si exceptuamos el desenlace…). Las ruinas en cuestión resultaron ser un gran reto y un sitio plagado de curiosas criaturas. Al principio no nos topamos más que con trampas y algún animal salvaje que utilizaba el primer nivel como madriguera, pero conforme íbamos bajando empezamos a ver todo tipo de criaturas no muertas, además de algún que otro golem. Además de diversos acertijos que nos impedían avanzar si no eramos capaces de resolverlos. Hasta, finalmente, descubrir que un liche custodiaba el lugar. Fue un combate duro, esos malditos bichos tienen una magia poderosa y aguantan bastante más que una persona normal, pero íbamos bien preparados por lo que pudimos con él.
Todo parecía ir bien, sin embargo cuando salimos los dos guerreros mostraron su auténtico rostro. Yo sólo había tomado una daga con dos rubíes engarzados en la empuñadura (no tenía propiedades mágicas ni nada, simplemente me había gustado y, como nadie se opuso, decidí cogerla), Xella, la hechicera, algunos artefactos mágicos y libros de magia, Cid, el bardo, varios tomos antiguos, mientras que los otros dos iban cargados hasta arriba de oro, joyas y diversos artefactos y armas.
De repente, uno de ellos, Reinhart desenvainó y atravesó a Xella sin mediar palabra, a la par que el otro, Rick, hacía lo propio con Cid. Quedó claro que estaban compinchados desde el principio, pues durante la aventura descubrí que ellos dos eran los que habían reunido al grupo en el mismo Beregost, para hacerse con todo lo que encontraran. Claro que su error fue dejarme para el final. Uno de ellos murió durante el combate, ensartado por su propio compañero en una acción fortuita y el otro… Me pregunto si habrá sido capaz de volver a andar. Cuando se te rompen las dos rodillas, además de la tibia y el peroné de una de las piernas creo que es complicado recuperarse sin magia de por medio. Bueno, que no se queje demasiado, que después de lo que hizo suficiente tuvo con que lo llevara de vuelta y lo dejara a cargo de un curandero, que se quedó algo sorprendido de que lo trajera cuando le relaté lo sucedido. Me dijo que cuidaría de él pero que no le permitiría ningún tipo de curación mágica, esa sería su penitencia.
Fue una pena… pensé que por fin había encontrado compañeros de viaje, y supongo que habría pasado una buena temporada con Xella y Cid si no hubieran sido asesinados a sangre fría por los otros dos, pero así es la vida. Todos, sin remedio, despertamos tarde o temprano de este sueño.
Después de aquello decidí dirigirme a Puerta de Baldur y pasar allí cerca una temporada tranquila donde poder entrenar en paz. Al menos en las grandes ciudades nadie me molestaba, o eso creía yo.
//Ale, para el que aún aguante, el tercer fasciculo para la proxima semana (espero).
SEGUNDA PARTE: Los Reinos Olvidados y La Costa de la Espada.
Durante unos años estuve recorriendo distintos lugares de los Reinos. Desde grandes urbes como Aguas Profundas, hasta pequeñas poblaciones que no tendrían más de cuatro casas.
Fue una época bastante solitaria pues, en la mayoría de los sitios “La loca descalza”, como me llamaba la mayoría, simplemente era un bicho raro al que molestar, o intentar atacar. Y digo intentar porque los pocos que se atrevían aprendían rápidamente la lección (no es que me sienta orgullosa de pegar a esos paletos, pero no iba a quedarme de brazos cruzados. Si me atacan, me defiendo). Por ello no pasaba más de uno o dos días en las pequeñas poblaciones, no me gusta iniciar conflictos y aquella gente no merecía mi tiempo.
Donde me sentía más a gusto era en las grandes ciudades. Allí la mayoría de la gente va a lo suyo y no se paran a prestarte atención, por lo que podía dedicarme a lo mío sin que nadie me molestara. Siempre hay excepciones, pero a todo se acostumbra una.
Al cabo de unos años llegué a La Costa de la Espada, el primer sitio donde me sentía a gusto, por lo que decidí asentarme un tiempo. Estuve recorriéndola a lo largo y a lo ancho: Naskell, Beregost, etc… Tuve el privilegio de entrar en El Alcázar de la Candela (o Candelero) donde me encontré unos escritos realmente interesantes acerca de las técnicas que emplean aquellos a quienes llamáis monjes, e incluso pase unos días con una de ellos, Danica se llamaba. Era una mujer alegre, extrovertida, sin prejuicios, con una gran disciplina y una tremenda fuerza de voluntad. Ambas aprendimos muchas cosas una de la otra, aunque al cabo de un par de semanas tuvo que marcharse. Una pena. Espero que le vaya bien allí donde esté.
En uno de mis pasos por Beregost me topé con un grupo de aventureros, una hechicera, dos guerreros y un bardo, que me hablaron de una expedición a las ruinas de Ulcaster. Algo había escuchado sobre ellas, pero según tenía entendido no eran más que unas pequeñas ruinas. Sin embargo, uno de ellos resultó tener un pergamino con instrucciones acerca de cómo descubrir un pasadizo a niveles inexplorados desde hacía siglos. Con una oferta así, ¿quién podría negarse? Yo no, desde luego. Y negociar mi parte no fue difícil ya les dije que para ellos el tesoro, yo me conformaba con ir.
E hice bien, es el mejor recuerdo de cuantos tengo de aquella zona (si exceptuamos el desenlace…). Las ruinas en cuestión resultaron ser un gran reto y un sitio plagado de curiosas criaturas. Al principio no nos topamos más que con trampas y algún animal salvaje que utilizaba el primer nivel como madriguera, pero conforme íbamos bajando empezamos a ver todo tipo de criaturas no muertas, además de algún que otro golem. Además de diversos acertijos que nos impedían avanzar si no eramos capaces de resolverlos. Hasta, finalmente, descubrir que un liche custodiaba el lugar. Fue un combate duro, esos malditos bichos tienen una magia poderosa y aguantan bastante más que una persona normal, pero íbamos bien preparados por lo que pudimos con él.
Todo parecía ir bien, sin embargo cuando salimos los dos guerreros mostraron su auténtico rostro. Yo sólo había tomado una daga con dos rubíes engarzados en la empuñadura (no tenía propiedades mágicas ni nada, simplemente me había gustado y, como nadie se opuso, decidí cogerla), Xella, la hechicera, algunos artefactos mágicos y libros de magia, Cid, el bardo, varios tomos antiguos, mientras que los otros dos iban cargados hasta arriba de oro, joyas y diversos artefactos y armas.
De repente, uno de ellos, Reinhart desenvainó y atravesó a Xella sin mediar palabra, a la par que el otro, Rick, hacía lo propio con Cid. Quedó claro que estaban compinchados desde el principio, pues durante la aventura descubrí que ellos dos eran los que habían reunido al grupo en el mismo Beregost, para hacerse con todo lo que encontraran. Claro que su error fue dejarme para el final. Uno de ellos murió durante el combate, ensartado por su propio compañero en una acción fortuita y el otro… Me pregunto si habrá sido capaz de volver a andar. Cuando se te rompen las dos rodillas, además de la tibia y el peroné de una de las piernas creo que es complicado recuperarse sin magia de por medio. Bueno, que no se queje demasiado, que después de lo que hizo suficiente tuvo con que lo llevara de vuelta y lo dejara a cargo de un curandero, que se quedó algo sorprendido de que lo trajera cuando le relaté lo sucedido. Me dijo que cuidaría de él pero que no le permitiría ningún tipo de curación mágica, esa sería su penitencia.
Fue una pena… pensé que por fin había encontrado compañeros de viaje, y supongo que habría pasado una buena temporada con Xella y Cid si no hubieran sido asesinados a sangre fría por los otros dos, pero así es la vida. Todos, sin remedio, despertamos tarde o temprano de este sueño.
Después de aquello decidí dirigirme a Puerta de Baldur y pasar allí cerca una temporada tranquila donde poder entrenar en paz. Al menos en las grandes ciudades nadie me molestaba, o eso creía yo.
//Ale, para el que aún aguante, el tercer fasciculo para la proxima semana (espero).