Éowÿl, relatos de una sombra.
Moderadores: DMs de tramas, DMs
Éowÿl, relatos de una sombra.
Nombre: Éowÿl.
Raza: Elfo (Lunar).
Edad: Desconocida.
Procedencia: Suzail (Cormyr).
Deidad: Máscara.
Clases: Pícaro/Asesino/Danzarín Sombrío.
Descripción:
¡Vaya! ¿Lo has visto? ¿No? Por su complexión parecía un elfo, aunque su rostro era imposible de ver. De su capuchón caían dos grandes mechones de pelo blanco, y diferencié una sonrisa burlona y fugaz. Vestía de un color oscuro y parecía un traje ligero. A su espalda colgaba un arco élfico de casi su tamaño, y en su cintura lucía dos estoques, uno de los cuales tenía una empuñadura vieja y oxidada, y el otro una dorada y brillante. Sus larguiruchos dedos se movían con nerviosismo, y estoy seguro de que escuchó nuestra conversación.
Como vino se fue, esfumándose en las sombras.
Raza: Elfo (Lunar).
Edad: Desconocida.
Procedencia: Suzail (Cormyr).
Deidad: Máscara.
Clases: Pícaro/Asesino/Danzarín Sombrío.
Descripción:
¡Vaya! ¿Lo has visto? ¿No? Por su complexión parecía un elfo, aunque su rostro era imposible de ver. De su capuchón caían dos grandes mechones de pelo blanco, y diferencié una sonrisa burlona y fugaz. Vestía de un color oscuro y parecía un traje ligero. A su espalda colgaba un arco élfico de casi su tamaño, y en su cintura lucía dos estoques, uno de los cuales tenía una empuñadura vieja y oxidada, y el otro una dorada y brillante. Sus larguiruchos dedos se movían con nerviosismo, y estoy seguro de que escuchó nuestra conversación.
Como vino se fue, esfumándose en las sombras.
Última edición por Unairg el Dom Mar 09, 2014 12:20 pm, editado 3 veces en total.
El nombre del impuro.
- ¿Qué demonios haces aquí?
Era una noche fría en las tierras de Suzail, capital de Cormyr. A pesar de las recientes guerrillas ganadas contra los orcos que pretendían apoderarse de cualquier cosa que no fuese suya, la ciudad pasaba tiempos de hambre. Las cuantiosas bajas orcas no habían impedido cumplir uno de sus tantos cometidos, como era el hacerse con las mercancías que se destinaban a los ciudadanos, ´creando así un ambiente de desesperación entre las usuales muchedrumbres que se creaban en torno a algún pobre hombre al que se le acababa despojando de sus pertenencias más queridas. Era pues, habían definido algunos sabios, el hambre, uno de los poderes más mortales conocidos, pues dirigía a cualquiera que lo sufría, hacía matar por él, y si no era así, acabarías muerto en sus manos.
En uno de los recobecos de los varios pobres de Suzail, un niño de ojos envenenados y cabellos plateados, que a la luz de la Luna era resaltado su extraño color, parecía retraído con la mirada fija en el mar, atento a nada, distante de todo. Girado de cabeza y dándome la espalda, me miró tan frío como el clima.
- ¿Acaso te importa, viejo borracho?
¡Oh, sabía que lo conocía de algo! Era el hijo de Éodor, el carpintero que debía a Los Cuchillas de Fuego cierta suma de dinero y que, recordé también en ese instante, había dado muchas largas con respecto al tema. En ocasiones había visitado su casa, haciéndome pasar por un adicto al licor, ya que, como era de esperar, el viejo Éodor no quería que su familia supiera nada de la deuda, un aspecto de la gente que nunca llegué a comprender, al menos, en las tierras de Cormyr.
- ¿Qué hace el hijo de Éodor a estas horas de Luna en un sitio tan asqueroso como los suburbios?- pregunté curioso. Parecía ser que algo iba mal en casa de los Alwên.
El chico elfo incorporó su cabeza de nuevo hacia el mar, sin pronunciar palabra.
- Vamos, dime, ¿cuál es tu nombre?
- Tantas preguntas están empezando a cansarme, piérdete.- dijo en un tono tajante y serio. Parecía que no iba a ser una conversación fácil, pero desde el primer momento supe que no iba a poder resistirse a mi sugestión.
Me senté a su lado con aire tranquilo y amistoso, sacando de mi pequeño zurrón un trozo de pan. Se lo ofrecí con lentitud, sin querer agobiarlo. Lotomó en sus manos y tanteó, vacilando, desconfiado. Cuando dió su aprobación, lo mordisqueó al principio, y luego engulló a una velocidad vertiginosa.
- Vaya, tenías hambre. ¿No has comido nada en toda la noche?
- Llevo sentado aquí desde el alba.- Dijo, mezclando el sentimiento de autocompasión con el orgullo.
- ¿Y eso por qué?- Pensé que quizás serviría para aligerar el pago saber algo más sobre los problemas que sufrío Éodor en aquellos momentos.
Una vez más, el chico dudó, pero tras un instante de silencio, no pudo evitar desahogarse.
- Hace dos lunas que mi padre pega a mi madre cada noche, al volver del trabajo. Aunque diga que no, viene tremendamente ebrio. Ya no podía soportarlo más. - Terminó en un susurro.
Suspiré, pues por mucho que pudiese decirlo, su cabeza aún no sabría asimilar el por qué de los problemas, aunque sí su importancia. Me limité a guardar silencio a su lado, esperando que su voz rajara el silencio, cual daga acechante, y así fue.
- Quería haber cogido una posta hasta Arabel, pero ni siquiera tengo diez monedas para eso.
- Si quieres dinero, deberías buscarte un trabajo.- dije.
El niño me miró como si mirase a un loco.
- Nadie me lo ofrecería, si es que encontrase alguno, pues ahora el dinero es algo demasiado valioso.- filosofó con sabiduría.
- Venga, ¿así de negativo esperas recorrer tu camino en este plano?- dije, dirigiéndole una sonrisa.- El trabajo es para los que verdaderamente quieren trabajar. Si lo buscas, te garantizo que lo encontrarás.
- Sí, claro.- masculló con ironía.- Dime, ¿y quién me va a dar un trabajo?
Noté cómo mis ojos brillaban triunfantes.
- Quizás yo podría darte uno.- respondí con un tono que intentaba quitar importancia al comentario.
Al principio, sus ojos mostraron sorpresa, pero luego desecharon toda ilusión.
- Dudo que los borrachos gasten el dinero en otra cosa que no sea alcohol.- Echó una risa al aire, expresando cierta madurez.
- Bueno, si te sirve de algo, ahora no estoy borracho.- creí que esa frase no tendría el resultado que yo esperaría, y no obstante, me equivoqué. El chico volvió a retomar esa mirada casi alegre, añadiéndole cierto toque de agradecimiento.
- ¿Y en qué consistirá? ¿Cuándo podré empezar?
- Calma, chico, todo a su tiempo.- Me levanté con cierta pesadez, pues el frío había entumecido mis piernas con rapidez, y es que la edad empezaba a ser cruel con mi persona.
Dirigí la mirada hacia los oscuros callejones del barrio pobre. Como de costumbre, nada raro a aquellas horas, sólo la oscuridad que reinaba en la bella Suzail.
- Vamos Éowÿl, te llevaré a mi casa.
Ni siquiera conocía el nombre de aquel chico, algo que aún sigue siendo un misterio para mí, pero el elfo levantó agilmente y se postró a mi lado, con una renovada energía de fuentes sospechosas. Había sido una simple mezcla de los nombres de sus padres, que me ayudaría a recordar éstos, pues era seguro que volvería a tener palabras con ellos.
Agarrándome de la mano, dirigí a Éowÿl entre la multitud sombría, perdiéndonos, mas nunca habría imaginado que aquel acto iba a ser, posiblemente, el acto más trascendental en mi larga vida.
Carles Daganocturna, maestro de Los Cuchillas de Fuego.
- ¿Qué demonios haces aquí?
Era una noche fría en las tierras de Suzail, capital de Cormyr. A pesar de las recientes guerrillas ganadas contra los orcos que pretendían apoderarse de cualquier cosa que no fuese suya, la ciudad pasaba tiempos de hambre. Las cuantiosas bajas orcas no habían impedido cumplir uno de sus tantos cometidos, como era el hacerse con las mercancías que se destinaban a los ciudadanos, ´creando así un ambiente de desesperación entre las usuales muchedrumbres que se creaban en torno a algún pobre hombre al que se le acababa despojando de sus pertenencias más queridas. Era pues, habían definido algunos sabios, el hambre, uno de los poderes más mortales conocidos, pues dirigía a cualquiera que lo sufría, hacía matar por él, y si no era así, acabarías muerto en sus manos.
En uno de los recobecos de los varios pobres de Suzail, un niño de ojos envenenados y cabellos plateados, que a la luz de la Luna era resaltado su extraño color, parecía retraído con la mirada fija en el mar, atento a nada, distante de todo. Girado de cabeza y dándome la espalda, me miró tan frío como el clima.
- ¿Acaso te importa, viejo borracho?
¡Oh, sabía que lo conocía de algo! Era el hijo de Éodor, el carpintero que debía a Los Cuchillas de Fuego cierta suma de dinero y que, recordé también en ese instante, había dado muchas largas con respecto al tema. En ocasiones había visitado su casa, haciéndome pasar por un adicto al licor, ya que, como era de esperar, el viejo Éodor no quería que su familia supiera nada de la deuda, un aspecto de la gente que nunca llegué a comprender, al menos, en las tierras de Cormyr.
- ¿Qué hace el hijo de Éodor a estas horas de Luna en un sitio tan asqueroso como los suburbios?- pregunté curioso. Parecía ser que algo iba mal en casa de los Alwên.
El chico elfo incorporó su cabeza de nuevo hacia el mar, sin pronunciar palabra.
- Vamos, dime, ¿cuál es tu nombre?
- Tantas preguntas están empezando a cansarme, piérdete.- dijo en un tono tajante y serio. Parecía que no iba a ser una conversación fácil, pero desde el primer momento supe que no iba a poder resistirse a mi sugestión.
Me senté a su lado con aire tranquilo y amistoso, sacando de mi pequeño zurrón un trozo de pan. Se lo ofrecí con lentitud, sin querer agobiarlo. Lotomó en sus manos y tanteó, vacilando, desconfiado. Cuando dió su aprobación, lo mordisqueó al principio, y luego engulló a una velocidad vertiginosa.
- Vaya, tenías hambre. ¿No has comido nada en toda la noche?
- Llevo sentado aquí desde el alba.- Dijo, mezclando el sentimiento de autocompasión con el orgullo.
- ¿Y eso por qué?- Pensé que quizás serviría para aligerar el pago saber algo más sobre los problemas que sufrío Éodor en aquellos momentos.
Una vez más, el chico dudó, pero tras un instante de silencio, no pudo evitar desahogarse.
- Hace dos lunas que mi padre pega a mi madre cada noche, al volver del trabajo. Aunque diga que no, viene tremendamente ebrio. Ya no podía soportarlo más. - Terminó en un susurro.
Suspiré, pues por mucho que pudiese decirlo, su cabeza aún no sabría asimilar el por qué de los problemas, aunque sí su importancia. Me limité a guardar silencio a su lado, esperando que su voz rajara el silencio, cual daga acechante, y así fue.
- Quería haber cogido una posta hasta Arabel, pero ni siquiera tengo diez monedas para eso.
- Si quieres dinero, deberías buscarte un trabajo.- dije.
El niño me miró como si mirase a un loco.
- Nadie me lo ofrecería, si es que encontrase alguno, pues ahora el dinero es algo demasiado valioso.- filosofó con sabiduría.
- Venga, ¿así de negativo esperas recorrer tu camino en este plano?- dije, dirigiéndole una sonrisa.- El trabajo es para los que verdaderamente quieren trabajar. Si lo buscas, te garantizo que lo encontrarás.
- Sí, claro.- masculló con ironía.- Dime, ¿y quién me va a dar un trabajo?
Noté cómo mis ojos brillaban triunfantes.
- Quizás yo podría darte uno.- respondí con un tono que intentaba quitar importancia al comentario.
Al principio, sus ojos mostraron sorpresa, pero luego desecharon toda ilusión.
- Dudo que los borrachos gasten el dinero en otra cosa que no sea alcohol.- Echó una risa al aire, expresando cierta madurez.
- Bueno, si te sirve de algo, ahora no estoy borracho.- creí que esa frase no tendría el resultado que yo esperaría, y no obstante, me equivoqué. El chico volvió a retomar esa mirada casi alegre, añadiéndole cierto toque de agradecimiento.
- ¿Y en qué consistirá? ¿Cuándo podré empezar?
- Calma, chico, todo a su tiempo.- Me levanté con cierta pesadez, pues el frío había entumecido mis piernas con rapidez, y es que la edad empezaba a ser cruel con mi persona.
Dirigí la mirada hacia los oscuros callejones del barrio pobre. Como de costumbre, nada raro a aquellas horas, sólo la oscuridad que reinaba en la bella Suzail.
- Vamos Éowÿl, te llevaré a mi casa.
Ni siquiera conocía el nombre de aquel chico, algo que aún sigue siendo un misterio para mí, pero el elfo levantó agilmente y se postró a mi lado, con una renovada energía de fuentes sospechosas. Había sido una simple mezcla de los nombres de sus padres, que me ayudaría a recordar éstos, pues era seguro que volvería a tener palabras con ellos.
Agarrándome de la mano, dirigí a Éowÿl entre la multitud sombría, perdiéndonos, mas nunca habría imaginado que aquel acto iba a ser, posiblemente, el acto más trascendental en mi larga vida.
Carles Daganocturna, maestro de Los Cuchillas de Fuego.
Última edición por Unairg el Jue Jul 24, 2008 8:02 pm, editado 1 vez en total.
Inicios del asesino: Tratos.
Desde los altercados con los orcos, Cormyr era, cuanto menos, una ciudad poco unida. El escaseo de suministros, perdidos en los caminos, seguramente junto con sus bueyes montacargas, había provocado en los habitantes una conducta hostil. La delincuencia había aumentado considerablemente, algo que seguramente nuestro verdadero rey Azoun IV hubiese cortado de raíz. Alusair, la nueva regente desde hacía ya un tiempo, dirigía una monarquía peculiar, dejando las decisiones importantes en manos de sus súbditos Dragones Púrpura, y así dejando que algunos de ellos saciasen su sed de sangre día tras día.
Pero, naturalmente, a Los Cuchillas nos beneficiaba la situación. Durante los últimos meses, muchas familias nobles habían acudido a nosotros en secreto, pidiendo ayuda, protección o información. Las familias pobres pedían matanzas a los ladrones que de vez en cuando acechaban en sus humildes hogares. No obstante, estas últimas ayudas eran negadas, pues nos percatábamos de su falta de oro, y ellos no se percataban de que, muchas veces, sus temidos ladrones éramos nosotros, en contra de los principios del gremio, por supuesto. Pero había gente que no escarmentaba, y ahora huían de nosotros, pensando que quizás nunca les encontraríamos mientras residieran en nuestros dominios. Dementes.
Afortunadamente, también estábamos los que nos ceñíamos a las órdenes de Daganocturna y Máskhara. Cualquier desertor se hubiese dado cuenta al vernos que su vida hubiese sido mucho más feliz de cumplir el trabajo y acatar un par de normas. Y es que, dentro de nuestro gremio, estaba prohibido robar lo que para la víctima sería algo vital, como un único trozo de pan o algo de leche con lo que podría subsistir.
Hoy, lo que fueron las formidables y bellas calles de Suzail, se mostraban oscuras y sin vida. La gente tenía miedo de caminar sola, pues ahora todos eran desconocidos, seres nuevos de los que siempre se suponían las mismas intenciones. No obstante, un viejo y popular comerciante caminaba a la vez que maldecía. Pensaba acercarme a él, pues veía un trato seguro, pero alguien se me adelantó. Éowÿl.
El elfo de cabellos plateados era una buena propuesta para el futuro. Era ágil e inteligente, todo lo que en el gremio se podía desear. No había ascendido nada dentro de la orden desde que apareció, siendo un crío que mantenía las provisiones a buen recaudo. Ahora, era un joven que había pasado la adolescencia, aunque su mente aún era un poco tierna, pero con muchos conocimientos básicos. En pocas palabras, había prosperado lo que se esperaba.
Vestido con un traje de cuero oscuro y una capucha a juego, Éowÿl se plantó delante del comerciante, impidiendo su paso. Este lo miró, sin quitar de su rostro el aire furioso. Me acerqué con sigilo, pues me interesaba escuchar la conversación.
- ¡Apártate de mi camino, sucio elfo! - medio gritó con desesperación.
- No debes tratarme así.- comenzó Éowÿl con palabras tranquilizadoras.- Si me cuentas lo que te ocurre, quizás pueda ayudarte.
- ¡No sabes con quién hablas, ingenuo!- amenazó el comerciante.- ¡Hablas con una de las personas más ricas de la zona, ten cuidado conmigo!
- Desgraciadamente, amigo…- susurró el elfo, y yo sabiendo cómo terminaría la frase.- … podría hacer que toda tu riqueza se la lleve el río.
Cuando nos topábamos con lo que creíamos huesos duros, siempre utilizábamos esa alternativa: la amenaza. Éowÿl enseñó una placa que sacó del bolsillo. Se trataba de una insignia original de Dragón Púrpura, la cuál, pensaría el comerciante, que le identificaba como un miembro de la guardia. Pocas veces fallaba esa estrategia, pues era bastante precisa; la sed de sangre y la corrupción de algunos hombres de ley resguardaban el ansia de conocer las infracciones, y a la vez, imponía tanto respeto que cualquier ciudadano confesaría cualquier cosa.
- Tranquilicémonos.- dijo el hombre tras el gesto, con un tono mucho más relajado, bajando la voz.- os contaré lo ocurrido, mi lord.
- Por tu bien, querido ciudadano.- dijo Éowÿl imitando un tono amable y comprometido.
El comerciante vaciló un instante y comenzó a relatar.
- Verá, como quizás sepa, la leche de mis granjas tiene una gran demanda, leche “Narni, el lechero alegre”. Esto, sin duda, es por su alta calidad y sabor, nunca verá una leche mejor en millas y millas. El caso es que un cliente, hoy en el mercado, ha jurado que mi leche estaba agria, y que iba a dar a conocer la noticia. Como comprenderá, eso sería la ruina para el negocio.
- ¿Sabe quién es ese cliente?- preguntó Éowÿl.
- No conozco su nombre, pero sí he visto su cara en varias ocasiones. Es alto, con bigote y pelo largo, color castaño. Dirige una caravana roja que habrá salido de la ciudad… - el lechero levantó la vista pensativo durante un instante.-… hará una hora, no más, dirección Oeste.
- En ese caso, no debería perder el tiempo, ¿no cree?- se podía adivinar que Éowÿl sonreía.
- Espera un momento.- dijo el comerciante, tomándolo del hombro.- ¿Qué te propones a hacer?
- Justicia, amigo. Aunque he de advertirle que la justicia últimamente está muy solicitada, y es algo cara.
El lechero adoptó un gesto de confusión.
- ¿Pretende usted que le pague por meterle una buena paliza a ese tipo?
- ¿Cree usted que las palizas cierras bocas?- dijo Éowÿl.- Yo diría que las abren.
- Pero… -el hombre estaba cada vez más confuso.-… ¿No pretenderá…?
El elfo sólo asintió.
- Oh, no, no. -negó el lechero con rotundidad.- por los dioses que usted conozca y no conozca. Eso es una locura.
- Para usted sería más locura que se negocio se arruinara, ¿me equivoco?
- ¡Pero no deseo que su flote sea la muerte de alguien!- elevó la voz un poco el hombre.
Éowÿl miró a los lados. Parecía ser que nadie se había alterado con aquel comentario. El lechero pasó de la confusión al temor.
- Los dos salimos ganando, lechero.- presionó Éowÿl.
Desde hacía tiempo, era bien sabido que aquel estúpido hombre iba a sucumbir ante el asesino.
- Hecho. Pero por quien más quiera, no deje rastro de que haya tenido nada que ver, eso sí sería la ruina.
Éowÿl empezó a caminar rumbo al Camino del Oeste, el hombre hizo lo mismo hacia el camino contrario, pero paró un instante. El elfo le llamó la atención.
- Una cosa más… -susurró.-… Espero que pague. No me gustaría decirles a mis compañeros que asistí a un asesinato en el cuál usted tiene el papel protagonista.
Había ejecutado las enseñanzas de Daganocturna a la perfección. Con un poco de sutileza, había conseguido que el lechero llegara a pensar que quería matar al hombre, cuando fue el elfo quien se lo propuso desde un principio y quien lo presionó. Ese proceso era parte del procedimiento que se les requería a los Cuchillas, y por ello se les enseñaba a hacerlo en cuanto ingresaban. El maestro Daganocturna no sólo era un maestro de las sombras, sino de la persuasión y el cuidado. Sus métodos, aunque nunca sencillos, eran los más difíciles de detectar y los que siempre daban más posibilidades a quedar impune en caso de fallar.
Me junté con Éowÿl al salir de la puerta Oeste de Suzail.
- Impecable.- dije medio sonriente.
Él también sonrió.
- Creo que estoy batiendo mis propias marcas.
- ¿De hacer creer a la gente que eres un Dragón Púrpura a pesar de llevar ese traje?
- Casi.- dijo él.- Pero no. De encontrarme gente estúpida. Sin duda, el lechero les supera a todos.
La caravana roja estaba parada, un poco apartada del camino hacia Mársember. Parecía ser que el hombre que había descrito el lechero se tomaba unos minutos de descanso. Había sido ideal para alcanzarlo, e iba a ser ideal para actuar. El frondoso bosque por el que se extendía el sendero nos ayudaría a escondernos, y la bien entrada noche era lo que hacía pensar que El Enmascarado nos observaba cual obra de teatro.
- ¿Crees que ascenderás pronto, Thenon?- me preguntó mientras nos situábamos tras un buen árbol, observando los posibles movimientos que pudiese haber en torno a la caravana.
- Sería muy arriesgado responder.- por aquel entonces, me encontraba, tras veinte años de leal servicio, siendo Segundo Cuchilla. Estaba enterado de que era uno de los preferidos para el ascenso a Primer Cuchilla, y por lo cual, mano derecha del maestro Daganocturna, pero para ello aún faltaban meses, pues las ceremonias de promoción se celebraban en el último mes de invierno, durante el Ritual de Presencia Inadvertida.- Pero sería un golpe de suerte.
Observé a Éowÿl mientras tensaba la cuerda de su arco de rodillas. A pesar de ser un chico comprometido, y seguramente debido a las circunstancias, aún era Quinto Cuchilla, el rango más bajo del gremio. Sin embargo, se había ganado la gracia de muchos o casi todos los miembros, y en especial la del maestro. En más de una ocasión, cuando nos reuníamos los miembros más veteranos, habíamos comentado cuál pensábamos que era del destino que Daganocturna quería elegir para el joven elfo.
Se levantó con arco y flecha en mano y observó la caravana.
- Necesito que lo hagas salir.- me susurró en la noche.
Atendiendo a su petición, salí al sendero. Agarré una buena piedra y la lancé a la parte trasera de la caravana. El proyectil se introdujo en la estancia y golpeó algo, no llegué a saber lo que era, pero al oír el ruido seco, me fundí en las sombras con rapidez, esperando a que el dueño saliese, cual conejo sale de su morada. No esperamos demasiado.
Era el hombre que nos había descrito el lechero; alto, con melena castaña y bigote bien cuidado. Apareció con cara enfadada, parecía estar adormilado. Lo que nunca habría imaginado era que, en escasos segundos, una rápida flecha le atravesó el cuello, dejando su cuerpo ser pasto del suelo.
Lo primero que hice al acercarme fue girar su cuerpo, y así dando a entender que la flecha había sido disparada desde otra posición. Y es que a la hora de los detalles, cualquier precaución siempre era poca para nosotros. Dedicábamos a la escena del asesinato bastante tiempo para manipularla a nuestro antojo, normalmente haciéndola creer que el asesino había sido un ladronzuelo de poca monta o que se trataba de un suicidio. Pero en este caso optamos por esconder el cadáver y la caravana, lo que en un futuro, cuando modificásemos su aspecto, sería una nueva adquisición del gremio.
Al cabo de poco tiempo, habíamos hecho un buen trabajo. Habíamos acordado que yo me llevaría la caravana al bosque, y que él iría a buscar a algún Cuchilla para empezar con la reforma.
- Bien, nos veremos luego, Thenon.- se despidió Éowÿl.
- Estaré cerca del santuario de Silvanos esperando.- añadí mientras montaba y cogía las riendas.
Desde que lo conocí, siempre tuve la idea de que Éowÿl llegaría a ser uno de los maestros asesinos de Cormyr. Luz, Hijo de la Noche, Demonio Blanco, no eran más que identificativos que dentro de unos años quedarían en el olvido.
Thenon Luzdeluna, maestro de sombras, actualmente Primer Cuchilla de Fuego.
Desde los altercados con los orcos, Cormyr era, cuanto menos, una ciudad poco unida. El escaseo de suministros, perdidos en los caminos, seguramente junto con sus bueyes montacargas, había provocado en los habitantes una conducta hostil. La delincuencia había aumentado considerablemente, algo que seguramente nuestro verdadero rey Azoun IV hubiese cortado de raíz. Alusair, la nueva regente desde hacía ya un tiempo, dirigía una monarquía peculiar, dejando las decisiones importantes en manos de sus súbditos Dragones Púrpura, y así dejando que algunos de ellos saciasen su sed de sangre día tras día.
Pero, naturalmente, a Los Cuchillas nos beneficiaba la situación. Durante los últimos meses, muchas familias nobles habían acudido a nosotros en secreto, pidiendo ayuda, protección o información. Las familias pobres pedían matanzas a los ladrones que de vez en cuando acechaban en sus humildes hogares. No obstante, estas últimas ayudas eran negadas, pues nos percatábamos de su falta de oro, y ellos no se percataban de que, muchas veces, sus temidos ladrones éramos nosotros, en contra de los principios del gremio, por supuesto. Pero había gente que no escarmentaba, y ahora huían de nosotros, pensando que quizás nunca les encontraríamos mientras residieran en nuestros dominios. Dementes.
Afortunadamente, también estábamos los que nos ceñíamos a las órdenes de Daganocturna y Máskhara. Cualquier desertor se hubiese dado cuenta al vernos que su vida hubiese sido mucho más feliz de cumplir el trabajo y acatar un par de normas. Y es que, dentro de nuestro gremio, estaba prohibido robar lo que para la víctima sería algo vital, como un único trozo de pan o algo de leche con lo que podría subsistir.
Hoy, lo que fueron las formidables y bellas calles de Suzail, se mostraban oscuras y sin vida. La gente tenía miedo de caminar sola, pues ahora todos eran desconocidos, seres nuevos de los que siempre se suponían las mismas intenciones. No obstante, un viejo y popular comerciante caminaba a la vez que maldecía. Pensaba acercarme a él, pues veía un trato seguro, pero alguien se me adelantó. Éowÿl.
El elfo de cabellos plateados era una buena propuesta para el futuro. Era ágil e inteligente, todo lo que en el gremio se podía desear. No había ascendido nada dentro de la orden desde que apareció, siendo un crío que mantenía las provisiones a buen recaudo. Ahora, era un joven que había pasado la adolescencia, aunque su mente aún era un poco tierna, pero con muchos conocimientos básicos. En pocas palabras, había prosperado lo que se esperaba.
Vestido con un traje de cuero oscuro y una capucha a juego, Éowÿl se plantó delante del comerciante, impidiendo su paso. Este lo miró, sin quitar de su rostro el aire furioso. Me acerqué con sigilo, pues me interesaba escuchar la conversación.
- ¡Apártate de mi camino, sucio elfo! - medio gritó con desesperación.
- No debes tratarme así.- comenzó Éowÿl con palabras tranquilizadoras.- Si me cuentas lo que te ocurre, quizás pueda ayudarte.
- ¡No sabes con quién hablas, ingenuo!- amenazó el comerciante.- ¡Hablas con una de las personas más ricas de la zona, ten cuidado conmigo!
- Desgraciadamente, amigo…- susurró el elfo, y yo sabiendo cómo terminaría la frase.- … podría hacer que toda tu riqueza se la lleve el río.
Cuando nos topábamos con lo que creíamos huesos duros, siempre utilizábamos esa alternativa: la amenaza. Éowÿl enseñó una placa que sacó del bolsillo. Se trataba de una insignia original de Dragón Púrpura, la cuál, pensaría el comerciante, que le identificaba como un miembro de la guardia. Pocas veces fallaba esa estrategia, pues era bastante precisa; la sed de sangre y la corrupción de algunos hombres de ley resguardaban el ansia de conocer las infracciones, y a la vez, imponía tanto respeto que cualquier ciudadano confesaría cualquier cosa.
- Tranquilicémonos.- dijo el hombre tras el gesto, con un tono mucho más relajado, bajando la voz.- os contaré lo ocurrido, mi lord.
- Por tu bien, querido ciudadano.- dijo Éowÿl imitando un tono amable y comprometido.
El comerciante vaciló un instante y comenzó a relatar.
- Verá, como quizás sepa, la leche de mis granjas tiene una gran demanda, leche “Narni, el lechero alegre”. Esto, sin duda, es por su alta calidad y sabor, nunca verá una leche mejor en millas y millas. El caso es que un cliente, hoy en el mercado, ha jurado que mi leche estaba agria, y que iba a dar a conocer la noticia. Como comprenderá, eso sería la ruina para el negocio.
- ¿Sabe quién es ese cliente?- preguntó Éowÿl.
- No conozco su nombre, pero sí he visto su cara en varias ocasiones. Es alto, con bigote y pelo largo, color castaño. Dirige una caravana roja que habrá salido de la ciudad… - el lechero levantó la vista pensativo durante un instante.-… hará una hora, no más, dirección Oeste.
- En ese caso, no debería perder el tiempo, ¿no cree?- se podía adivinar que Éowÿl sonreía.
- Espera un momento.- dijo el comerciante, tomándolo del hombro.- ¿Qué te propones a hacer?
- Justicia, amigo. Aunque he de advertirle que la justicia últimamente está muy solicitada, y es algo cara.
El lechero adoptó un gesto de confusión.
- ¿Pretende usted que le pague por meterle una buena paliza a ese tipo?
- ¿Cree usted que las palizas cierras bocas?- dijo Éowÿl.- Yo diría que las abren.
- Pero… -el hombre estaba cada vez más confuso.-… ¿No pretenderá…?
El elfo sólo asintió.
- Oh, no, no. -negó el lechero con rotundidad.- por los dioses que usted conozca y no conozca. Eso es una locura.
- Para usted sería más locura que se negocio se arruinara, ¿me equivoco?
- ¡Pero no deseo que su flote sea la muerte de alguien!- elevó la voz un poco el hombre.
Éowÿl miró a los lados. Parecía ser que nadie se había alterado con aquel comentario. El lechero pasó de la confusión al temor.
- Los dos salimos ganando, lechero.- presionó Éowÿl.
Desde hacía tiempo, era bien sabido que aquel estúpido hombre iba a sucumbir ante el asesino.
- Hecho. Pero por quien más quiera, no deje rastro de que haya tenido nada que ver, eso sí sería la ruina.
Éowÿl empezó a caminar rumbo al Camino del Oeste, el hombre hizo lo mismo hacia el camino contrario, pero paró un instante. El elfo le llamó la atención.
- Una cosa más… -susurró.-… Espero que pague. No me gustaría decirles a mis compañeros que asistí a un asesinato en el cuál usted tiene el papel protagonista.
Había ejecutado las enseñanzas de Daganocturna a la perfección. Con un poco de sutileza, había conseguido que el lechero llegara a pensar que quería matar al hombre, cuando fue el elfo quien se lo propuso desde un principio y quien lo presionó. Ese proceso era parte del procedimiento que se les requería a los Cuchillas, y por ello se les enseñaba a hacerlo en cuanto ingresaban. El maestro Daganocturna no sólo era un maestro de las sombras, sino de la persuasión y el cuidado. Sus métodos, aunque nunca sencillos, eran los más difíciles de detectar y los que siempre daban más posibilidades a quedar impune en caso de fallar.
Me junté con Éowÿl al salir de la puerta Oeste de Suzail.
- Impecable.- dije medio sonriente.
Él también sonrió.
- Creo que estoy batiendo mis propias marcas.
- ¿De hacer creer a la gente que eres un Dragón Púrpura a pesar de llevar ese traje?
- Casi.- dijo él.- Pero no. De encontrarme gente estúpida. Sin duda, el lechero les supera a todos.
La caravana roja estaba parada, un poco apartada del camino hacia Mársember. Parecía ser que el hombre que había descrito el lechero se tomaba unos minutos de descanso. Había sido ideal para alcanzarlo, e iba a ser ideal para actuar. El frondoso bosque por el que se extendía el sendero nos ayudaría a escondernos, y la bien entrada noche era lo que hacía pensar que El Enmascarado nos observaba cual obra de teatro.
- ¿Crees que ascenderás pronto, Thenon?- me preguntó mientras nos situábamos tras un buen árbol, observando los posibles movimientos que pudiese haber en torno a la caravana.
- Sería muy arriesgado responder.- por aquel entonces, me encontraba, tras veinte años de leal servicio, siendo Segundo Cuchilla. Estaba enterado de que era uno de los preferidos para el ascenso a Primer Cuchilla, y por lo cual, mano derecha del maestro Daganocturna, pero para ello aún faltaban meses, pues las ceremonias de promoción se celebraban en el último mes de invierno, durante el Ritual de Presencia Inadvertida.- Pero sería un golpe de suerte.
Observé a Éowÿl mientras tensaba la cuerda de su arco de rodillas. A pesar de ser un chico comprometido, y seguramente debido a las circunstancias, aún era Quinto Cuchilla, el rango más bajo del gremio. Sin embargo, se había ganado la gracia de muchos o casi todos los miembros, y en especial la del maestro. En más de una ocasión, cuando nos reuníamos los miembros más veteranos, habíamos comentado cuál pensábamos que era del destino que Daganocturna quería elegir para el joven elfo.
Se levantó con arco y flecha en mano y observó la caravana.
- Necesito que lo hagas salir.- me susurró en la noche.
Atendiendo a su petición, salí al sendero. Agarré una buena piedra y la lancé a la parte trasera de la caravana. El proyectil se introdujo en la estancia y golpeó algo, no llegué a saber lo que era, pero al oír el ruido seco, me fundí en las sombras con rapidez, esperando a que el dueño saliese, cual conejo sale de su morada. No esperamos demasiado.
Era el hombre que nos había descrito el lechero; alto, con melena castaña y bigote bien cuidado. Apareció con cara enfadada, parecía estar adormilado. Lo que nunca habría imaginado era que, en escasos segundos, una rápida flecha le atravesó el cuello, dejando su cuerpo ser pasto del suelo.
Lo primero que hice al acercarme fue girar su cuerpo, y así dando a entender que la flecha había sido disparada desde otra posición. Y es que a la hora de los detalles, cualquier precaución siempre era poca para nosotros. Dedicábamos a la escena del asesinato bastante tiempo para manipularla a nuestro antojo, normalmente haciéndola creer que el asesino había sido un ladronzuelo de poca monta o que se trataba de un suicidio. Pero en este caso optamos por esconder el cadáver y la caravana, lo que en un futuro, cuando modificásemos su aspecto, sería una nueva adquisición del gremio.
Al cabo de poco tiempo, habíamos hecho un buen trabajo. Habíamos acordado que yo me llevaría la caravana al bosque, y que él iría a buscar a algún Cuchilla para empezar con la reforma.
- Bien, nos veremos luego, Thenon.- se despidió Éowÿl.
- Estaré cerca del santuario de Silvanos esperando.- añadí mientras montaba y cogía las riendas.
Desde que lo conocí, siempre tuve la idea de que Éowÿl llegaría a ser uno de los maestros asesinos de Cormyr. Luz, Hijo de la Noche, Demonio Blanco, no eran más que identificativos que dentro de unos años quedarían en el olvido.
Thenon Luzdeluna, maestro de sombras, actualmente Primer Cuchilla de Fuego.
Sucio plan. (Anexo a "Göyth, Crónicas de un Destierro")
Oh, de los recuerdos. Ideaos de que sois personas afortunadas, pues os relataré lo que fue mi día que nunca quise vivir.
No era la primera vez que aquel Carles Daganocturna aparecía en la sede oficial de la hermandad mercenaria de La Espada Dorada sin alterar a los hombres y sin saltar ninguna alarma, pero no era algo hostil, ya no. Durante muchos años, los Cuchillas de Fuego y nosotros habíamos cooperado contratándonos los unos a los otros, pues éramos sociedades con hombres de diferentes habilidades, y buscábamos una compenetración que nos beneficiara, sobre todo, económicamente. Edelar, nuestro jefe y fundador del gremio, conocía al jefe de asesinos desde que se le conocía a él mismo, e incluso los hombres más mayores de las tierras de Cormyr decían que cuando eran simples jóvenes era toda una aventura verlos combatir, pues los dos estaban dotados de un excepcional talento.
Nos percatamos todos de que esperaba en la puerta a la sala de reuniones mientras celebrábamos nuestra presencia de informes mensual. Lany suspiró, como de costumbre, pues odiaba cualquier cosa que supusiera trabajar, y no había hecho nunca nada por demostrar ese descontento en cualquier ocasión. De hecho, sólo continuaba en La Espada Dorada por su valía en el campo de batalla, pues no era raro que se escaquease en cuanto se le presentase la oportunidad.
Edelar dio por finalizada la reunión con un movimiento de mano. Los miembros de la mesa se levantaron y comenzaron a dispersarse, unos por el interior del cuartel, y otros por el exterior, quedando Edelar únicamente aún sentado. Daganocturna se acercó a su lado, tomando asiento con descaro, pero con permiso, parecía ser. Estrecharon sus manos y comenzaron a hablar discretamente, mirando de vez en cuando alrededor, por si alguien les escuchaba. Sólo me limité a mirar, pues estaba a una distancia prudente pero, como siempre, estaba seguro de que se había presentado para contratar a alguno de los nuestros. Sus pagas eran buenas, pero sus asuntos siempre eran sucios, llenos de mentiras y de peligro. En una ocasión, hacía ya un tiempo, me habían elegido para escoltarlo hasta Arabel por el camino convencional, el camino de Calantar. Nunca conocí la verdadera razón, pero lo cierto es que nos asaltaron tres veces, y porque no hubo tiempo a más.
Agudizando el oído, llegué a escuchar una parte de la conversación.
- ¿Qué tal está El Abuelo?- dijo Eledar, hablando en voz baja.
- Sigue igual que siempre, joven y energético.- Daganocturna sonrió.
- Bien... ¿y cuánto pagas esta vez?
- Estoy dispuesto a pagar un tercio del cobro.- afirmó el asesino de nobles.
- ¿Un tercio?- Eledar torció el gesto.- Debe se pagar una buena cantidad entonces.
Carles asintió seco.
- Está bien, está bien...- Eledar hablaba con un tono como si evitase una coacción antes de que esta se llevase a cabo.- Llévate a Larry y Hart, ya los conoces.
Miré a otro lado de inmediato, pues sabía que ambos me mirarían y no me gustaría que se dieran cuenta de que escuchaba conversaciones ajenas. Aunque estuve seguro de que me buscaron con la mirada, mentí ordenar las pociones del cinturón, fingiendo estar distraído y plenamente absorto en mis asuntos.
No pasó mucho tiempo hasta que una mano se acogió en mi hombro. Era Daganocturna. Me miró con sus ojos fríos y sus labios que siempre parecían caracterizar su rostro de burlón, como fiel seguidor de Máskhara, y mano derecha de El Abuelo. Éste era el verdadero jefe de Los Cuchillas de Fuego, pero muy poca gente lo conocía en persona. Tenías varios maestros que actuaban en su nombre, aunque pocas veces decidían por él. La organización siempre lo había considerado muy importante, y por ello siempre lo ocultaban en las sombras, como si de un mismísimo Dios se tratase.
- Creo que tienes trabajo, chico.- sonrió.
- ¿Y de qué se trata?- pregunté haciéndome el importante, como si tuviese el más puro derecho de saberlo. Pero la respuesta ya la había intuido.
- Te lo explicaré cuando lleguemos, pues tenemos que ir a una arboleda de Dédhluk. Ve a buscar a tu hermano, nos vamos ya.
Atravesé el corredor y subí las escaleras hacia las habitaciones de la sede sin demasiada prisa. Hacía tres semanas que no nos salía ninguna misión, y por ello se me dibujaba un rostro de satisfacción, pues pensé que iba a envejecer esperando. Cuando llegué a la primera planta, un pasillo con puertas a los lados, donde estaban las habitaciones de los mercenarios, me encontré a Larry en la tercera de la derecha, buscando la llave entre un manojo.
- Tenemos que bajar. Nos han encomendado un trabajo y...
- ¡Maldita sea, ahora que iba a echar una cabezada!- saltó previsiblemente mi hermano.- ¡No lo entiendo, simplemente, no lo entiendo!
- Venga, vamos.- intenté tranquilizarlo.- Hace tiempo que no te mueves. Un poco te acción no le vendrá mal a tu perezoso cuerpo.
- ¿Cuándo tendremos alguna misión realmente importante, hermano?- me dijo mientras guardaba el manojo de llaves y se ponía a mi lado. Nos giramos para tomar escaleras abajo y lo abracé con la derecha amistosamente.
- Puede que este trabajo no sea tan malo.
- ¿Qué trabajo puede ser bueno, si te pagan por hacerlo?
Desde siempre, el entorno natural le afectaba mi cuerpo. Las flores y ese olor tan característico a resina de árbol me producían dolor de estómago. No sé si era por la poca costumbre, o por algún problema de nacimiento, pero odiaba los bosques.
A través de él, se podían discernir caminos hechos por la civilización, tapados entre la salvaje naturaleza. Daganocturna nos guiaba por esas sendas, hasta un lugar donde, afinando el oído entre el rumor del bosque, se oía movimiento.
- Estamos llegando a la arboleda. No hagáis demasiado ruido.- dijo el maestro asesino girando la cabeza hacia Larry y hacia mí.
Asentimos firmes. Conforme seguíamos el camino, los claros rasgos de la arboleda en el bosque se hacían más notables; la hierba comenzaba a presentarse plana y pisada, el rumor de voces se alzaba cada vez más, y el olor del bosque cambiaba a más dulzón debido a la comida cocinada. Poco a poco, fuimos viendo cómo se comenzaban a alzar árboles de clara peculiaridad, pues parecían hechos por la mano del mortal, moldeados para el uso, y de tamaño factible. En ellosno había aves ni ningún tipo de animal, como ardillas o serpientes, sino elfos agazapados entre las ramas, tumbados y disfrutando de la brisa. Larry susurró.
- Imagínate que se caen. Sería un golpe extraordinario, ¿verdad?
Ambos reímos por lo bajo.
- Callaos.- dijo Daganocturna. Incluso si hubiésemos hecho algún comentario al respecto, no nos hubiese prestado atención, pues se adelantó para juntarse con alguien que allí esperaba, alejado de la arboleda, a las afueras de la entrada.
Se trataba de un elfo vestido con un buen traje. Al juzgar por su rostro, debía de haber vivido varios siglos, pues parecía cansado, aunque sabio y curtido en la experiencia. No obstante, había algo en él que denotaba cierta locura o demencia quizás, lo que nos hizo esperar varios pasos alejados de ellos. Ambos hablaban con palabras básicas y cortas. Se olía el secretismo, como de costumbre.
- ¿Todo listo?- dijo el desconocido. Su voz sonaba grave aunque puede que atractiva.
- Traigo la escolta.- respondió Daganocturna, acompañando con un asentimiento.
- ¿Y el vigía?
- Tras ese árbol.- Carles señaló discretamente tras el elfo, a un árbol menudo, de donde para nuestro asombro, apareció otra persona más. Llevaba ropajes similares a los de Daganocturna, aunque, al igual que el elfo de la arboleda, destacaba por una altura considerable y por parecer enclenque y flacucho. Del capuchón colgaban dos mechones de pelo blanco, que caían hasta su pecho.
- Otro elfo más.- volvió a susurrar Larry. Los dos nos fijamos en él un instante, pero Daganocturna y el que parecía ser el cliente, comenzaron a organizar todo.
- Nosotros nos vamos a través de la arboleda.- dijo Daganocturna al recién aparecido, que asentía.- Lleva a la escolta donde te dije.
Sin articular palabra, el elfo de cabellos blancos los hizo una señal para que le siguiésemos, mientras el viejo elfo y el asesino se adentraron hacia aquella civilización salvaje.
Nosotros comenzamos a rodear el lugar, aunque pasó algo de tiempo hasta que nos percatamos. Seguíamos a "El vigía" conocedor del camino, el cual miraba a los lados continuamente, atento alrededor, como un animal de presa. Nosotros optamos por fijarnos en aquella arboleda, una forma de vida para nosotros desconocida, y bastante particular. Parecían fanáticos de la organización, el orden y la rectitud, pues poco hablaban entre ellos, y siempre que lo hacían, utilizaban unos modales exquisitos, dignos de reyes. Si embargo, no se detectaba calor ni demasiado sentimiento, sino que parecía que su existencia se debía a un mandato, a una obligación impuesta, y seguramente muchos vivían contenidos, o simplemente a disgusto.
Llegamos tras una gran torre de la que sólo nos percatamos cuando nos socayamos en su tremenda altitud. Aunque podría juzgarse como la torre de un poderoso mago, automáticamente daba a deducir que realmente era el hogar de un alto mando en aquella sociedad. El elfo nos reunió y habló con voz susurrante, al lado de una pequeña ventana.
- Uno tendrá que quedarse en esta ventana, y el otro, en la del otro lado. Si veis que la guardia actúa y veis la situación difícil para los dos hombres de antes, actuad. Vuestro deber es procurar que salgan impunes.
- Bien, iré a la otra ventana.- dijo Larry, quien se puso en camino, desapareciendo en unos segundos. El elfo asomó la nariz, observando el interior, y tras un instante, hizo una señal de afirmación, y ante mi asombro, comenzó a trepar por las grandes rocas que levantaban la torre con gran versatilidad. Cuando llegó a la primera repisa, donde podía apoyar los pies, y sentarse si lo quería, dado su tamaño, se perdió entre las sombras en un abrir y cerrar de ojos.
Apoyé el hombro derecho contra la pared y observé el interior de la torre. Aunque algo desangelada y sin demasiado decorado, se notaba el lujo del que gozaba aquel tipo; dentro estaban Daganocturna y el viejo elfo, tomando unas copas de lo que parecía vino, aunque tenía un color muy puro y oscuro, como si de sangre se tratase, así que, por lo que había oído, debía ser un buen alcohol. Ambos se sentaban en sillas de madera muy cuidada y bien pulida, con un color muy claro y con líneas más oscuras que formaban detalles sorprendentemente bellos. La mesa era pequeña y baja, aunque no por ello menos lujosa, pues las patas no eran totalmente rectas, sino que los detalles hechos a mano las hacían curvas por la mitad, aunque la mesa se mantenía perfectamente equilibrada, y eso la hacía tan espectacular. Ambos permanecían callados y cabizbajos, dando ligeros sorbos de vez en cuando. Todo permanecía tranquilo y en silencio. En la pared de enfrente, podía ver una ventana de igual diseño que la que me permitía observar el interior, por donde la cabeza de Larry asomaba, girando en torno al lugar, sin perder detalle de aquella magistral torre.
Mas los dos, cautelosamente y por instinto, dejamos de asomarnos con tanta confianza, pues oímos que la gran puerta hacia el recinto se abrió. Se unió a la escena una mujer elfa, alta, morena y bella. Sus ropajes parecían los de un explorador de los bosques, y a su espalda, una lanza colgaba, moviéndose al mismo son que sus largar piernas. El elfo se levantó de su asiento cuando ella llegó frente ellos. Carles se limitó a observar.
- ¿Deseabais algo, padre?- aunque su timbre de voz sonaba como el de un hada, se detectaba una pizca de resentimiento en aquellas palabras. La mujer permanecía seria.
El viejo dio un viraje por la habitación, paseando con las manos entrelazadas en su espalda. Tras unos instantes de expectación, habló con voz profunda.
- Hija mía.- hablaba sin mirar a la cara, observando algunos detalles en las paredes, como cuadros y símbolos.- Has desobedecido mis órdenes, y desgraciadamente, gracias a ese mequetrefe, conoceréis las consecuencias.
- ¿Y cuáles son las consecuencias de amar a una persona, mi querido padre?- cada vez se notaba más el rentintín de las palabras de la elfa. No debía de estar muy amistosa con aquel hombre.
- ¿Persona, dices?- tornó la mirada hacia ella, aparentemente conservando la calma.- ¿Llamarías persona a aquél que mató a tu propio hermano?
- El no tuvo culpa. Fue un accidente.
- ¡No intentes disculparlo!- exclamó, alzando la voz. El tema comenzó a intrigarme.- ¡Cuando mató a Enarlor, acabó con una parte de mi!
- Padre, hace tiempo que vos estáis acabado.- habló con un tono franco, sin perder los modales.- Desde que madre murió...
- ¡Oh, hija! ¿Acaso queréis nombrar hoy, aquí y ahora, todas las desgracias ocurridas en mi vida? ¡Además, no te consentiré que me faltes al respeto!
Su hija lo miró, posicionando los ojos de tal manera que su expresión pasó de seria y decidida a triste y pesimista. Tras un momento de silencio, el viejo elfo continuó hablando.
- Desde que tu madre murió, únicamente he vivido para vosotros. Habéis sido mi único apoyo en este mundo que sobre mis hombros caía. Siempre he deseado lo mejor para vosotros, Alatárël.
- Os equivocáis de nuevo, padre.- replicó la elfa.- Desde que madre murió, os habéis convertido en un demente egoísta, y no aguantáis que alguien que creéis que arremete contra vos queda impune. Sólo deseáis el respeto y el poder. No sois más que un témpano de hielo.
Observé un momento a Larry, que seguía vigilando en la otra ventana. Al parecer, todo esto le empezaba a estremecer tanto como a mí.
- ¿Egoísta me llamáis, y qué hay de ese mequetrefe, que aún conociendo las consecuencias de que os vierais, no renegó de hacerlo?
- Él renegó, fui yo quien quiso hacerlo, padre.
Cada réplica de su hija hacía que el elfo adoptase un repentino rostro como si mil cuchillas se clavasen en su cuerpo.
- ¿Cuál fue el momento en que dejaste de querer a tu padre?- dijo.
La elfa, con paso lento, se acercó a él. Le encaró y, tras unos segundos de intenso silencio, volvió a clavarle mil puñales de fuego.
- Nunca he dejado de querer a mi padre.- dijo con la voz bien alzada. Pero cuando una sombra de sonrisa se dibujó en el rostro de su ascendencia, continuó hablando.- No obstante, vos no sois mi padre. Sólo sois un hombre malvado al cuál espero que los dioses pronto pongan en su correspondiente lugar.
Asombrosamente rápido, el padre sacó una mano derecha y con cierta soltura, le propinó un tortazo en la cara a su hija. Ella se quedó unos segundos con el cuello cruzado, y con expresión de sorpresa. No obstante, cuando volvió a mirar a su progenitor, él se había dado la vuelta, retomando su gesto, y le dio la espalda mientras observaba por un gran ventanal.
- Matadla.- se oyó de repente en la sala, retumbando como si hubiese caído una gran roca.
Tanto Larry como yo permanecimos expectantes a lo que iba a pasar a continuación, y así fue.
Se oyó una silla resbalar en el suelo con un chirrido seco, pero cuando todos miramos hacia el único que había permanecido sentado, Daganocturna, del cuál nos habíamos olvidado, ya no parecía permanecer allí, se había esfumado. La elfa a la que habían llamado Alatáriël echó mano de su lanza, la cuál descolgó de su espalda y tomó con las dos manos. La mantuvo cruzada, en posición defensiva, aunque nadie, ni siquiera ella, sabíamos de qué debía defenderse. Observó de reojo a su padre, el cuál permanecía frente al ventanal, ahora con la cabeza gacha. Sin embargo, en ese breve momento de flaqueza las sombras se arremolinaron frente ella, y de aquel cúmulo negro surgió veloz un estoque que rezumaba ácido, el cuál dejó caer algunas gotas verdosas en el suelo, y ensartó un tajo cruzado en el costado de la elfa.
Alatáriël cayó de rodillas, deshaciéndose a la fuerza de su arma. Se llevó las manos a la grave herida que sufría, mientras que de aquellas sombras, que empezaron a dispersarse, apareció Daganocturna con el estoque en su mano.
- ¿Últimas palabras?- balbuceó. Parecía que iba a reír.
Sin embargo, una vez más, y esta vez todos los presentes, nos sorprendimos.
Las puertas del recinto volvieron a abrirse. Esta vez, por ella entraron dos elfos para unirse a la escena. El más adelantado era pelirrojo y con una buena musculatura, portando un arma entre sus manos. Quien iba tras él conservaba un cabello blanco y bien colocado en sus hombros, y parecía tener un aspecto fino y delicado. El elfo pelirrojo respiraba de manera agitada, y gritó con desesperación.
- ¡Naraldur, detente!
- Naraldur, ¿qué demonios… ¡qué hacéis?- le siguió su compañero.
Sin moverse y siguiendo mirando a través del ventanal, habló con un tono extremadamente frío.
- No os entrometáis, el castigo será cumplido. Proceda.
- Guerrero.- oí por encima de mí. Era el vigía, que agachaba la cabeza de rodillas en la repisa, y hablaba con voz sutil. Alcé la vista para prestarle atención.- Los guardianes se acercan. Estad atentos por si…
Ambos mantuvimos un silencio repentino, pues el secretismo fue cortado por un grito desgarrador de mujer. Ignorando al elfo, observé de nuevo por la ventana, y noté cómo mis ojos se abrían como platos. Carles Daganocturna tenía cogida por la melena a la elfa, parecía que la había levantado a la fuerza, y en el pecho permanecía hundido el estoque del asesino, de forma limpia. Los dos elfos recién aparecidos observaban parados y con expresiones atónitas lo sucedido.
Pero hubo algo que distrajo mi atención. No muy lejos de ese lugar, se oían retumbos acompasados de pisadas. Parecían varios, y sus vainas resonaban con el frío acero de la justicia. Dejé mi puesto frente a la pequeña ventana y me adelanté hacia ese sonido, que cada vez cobraba más fuerza. Ya estaban cerca. Cuando llegué a ver el camino que conducía a la torre, pensé que aquel día no iba a salir de asombros continuos; eran diez guerreros que lucían armaduras de color azulado, y caminaban con el mismo paso, con una organización exquisita. Sus vainas relucían con el breve brillo del Sol que conseguía penetrar en el entorno salvaje, y sus yelmos a juego con la armadura eran menudos y sin detalle.
Cuando casi estaban a la entrada del lugar, las puertas se abrieron ante sus narices. De la torre se vio salir una figura ágil y veloz. Se trataba del elfo de cabellos blancos y aspecto delicado, que portaba en brazos a su compañero, el cuál parecía inconsciente. Los guardianes pararon sus pies ante él, pero del interior de la torre, un grito de furia se pudo oír.
- ¡Matadlo, ese mequetrefe ha matado a mi hija, MATADLO!
Tan sólo un guardia de la primera fila se adelantó, desenvainando su espada élfica. Me mentalicé que ese era el momento de actuar, y eché mano de la empuñadura de mi cimitarra. Para ellos, aparecí como un depredador que esperaba el momento oportuno para dar caza a su presa, y corrí hacia aquel guardián con propósitos equivocados. Aunque podría haberlo matado, pues el factor sorpresa me proporcionaba una gran ventaja, únicamente embestí contra él, derribándolo y haciéndole caer. El elfo, también sorprendido, me miró crítico, pero breve fue el momento, pues gritó mirando por encima de mi hombro.
- ¡Cuidado!
Al darme la vuelta, contemplé cómo otro guardián corría hacia mí, preparado para cargar. Estaba muy cerca, y mis músculos ya no reaccionaban para una defensa, así que sólo miré petrificado lo que creía mi muerte. Pero no fue así.
En mi campo de visión, una figura más apareció, propinando un golpe seco de espada en el hombro del guerrero elfo. Sonreí cuando me percaté de que se trataba de Larry.
- ¡Un buen combate promete una buena misión!- dijo jovial mientras se preparaba para lo siguiente que pudiese surgir.
Eché la mirada atrás, y el elfo asintió. A continuación, echó a correr hacia un lado con el cuerpo de su amigo en brazos, y Larry y yo nos juntamos esperando a los tres guardianes que se nos acercaban. Larry se encargó de dos de ellos, despachando rápidamente a uno con una patada en el pecho. Se notaba que eran buenos luchadores, aunque hacían uso de la versatilidad antes que de la fuerza. Eran especialmente buenos esquivando golpes, pero no entablaban un combate directo, pues sabrían que nuestros ataques serían difíciles de resistir para cuerpos tan poco musculosos como los suyos.
- ¡Ahora!- gritó Larry. Por suerte, sabía qué debía hacer.
Mi hermano echó a correr por el lado contrario al del elfo, y lo seguí cuando vi la oportunidad. Cuando corrimos unos pasos hacia la salida de aquella arboleda, nos miramos extrañados, pues no nos seguían. Aunque pronto nos dimos cuenta de por qué, pues una voz sonó por encima del rumor.
- ¡Cargad!
Nuestras piernas dieron todo lo que pudieron de sí, pues seguramente se nos avecinaba una lluvia de flechas. Pocos segundos pasaron cuando la primera de ellas cortó el aire, rozando mi cabeza con un sonido zumbante. Varias más la siguieron, y aunque sabíamos que era un combate perdido, seguimos corriendo hasta que nuestros cuerpos cayeron al suelo en contra de nuestra voluntad.
Quedé de cara al cielo con dos flechas clavadas en cada pierna, inmóvil, inútil. Eché la vista al lado apenado, pues contemplé cómo aquellos guardianes habían erizado la espada de Larry, quien yacía en el suelo sin vida. Estiré una mano lentamente, y acaricié su cabello. El último día de su vida había sido un héroe.
- Estúpido…
Alcé la vista. Allí estaban Daganocturna y el vigía. Observaban de pie mi inválido cuerpo, aunque esta vez no se burlaban, sino que adoptaban un gesto decepcionado y enfadado. Un resorte sonó en la manga del elfo de cabellos blancos, y en su mano apareció una daga.
¿Órdenes? Quizás la forma de dar una orden no era siempre la más correcta. Pero lo cierto es que ambos habían quedado intactos ante aquel jaleo, y yo consideré que había hecho lo que tenía que hacer. Había cumplido con mi trabajo.
Hart Degerchen, alma en pena de El Plano de Fuga.
Oh, de los recuerdos. Ideaos de que sois personas afortunadas, pues os relataré lo que fue mi día que nunca quise vivir.
No era la primera vez que aquel Carles Daganocturna aparecía en la sede oficial de la hermandad mercenaria de La Espada Dorada sin alterar a los hombres y sin saltar ninguna alarma, pero no era algo hostil, ya no. Durante muchos años, los Cuchillas de Fuego y nosotros habíamos cooperado contratándonos los unos a los otros, pues éramos sociedades con hombres de diferentes habilidades, y buscábamos una compenetración que nos beneficiara, sobre todo, económicamente. Edelar, nuestro jefe y fundador del gremio, conocía al jefe de asesinos desde que se le conocía a él mismo, e incluso los hombres más mayores de las tierras de Cormyr decían que cuando eran simples jóvenes era toda una aventura verlos combatir, pues los dos estaban dotados de un excepcional talento.
Nos percatamos todos de que esperaba en la puerta a la sala de reuniones mientras celebrábamos nuestra presencia de informes mensual. Lany suspiró, como de costumbre, pues odiaba cualquier cosa que supusiera trabajar, y no había hecho nunca nada por demostrar ese descontento en cualquier ocasión. De hecho, sólo continuaba en La Espada Dorada por su valía en el campo de batalla, pues no era raro que se escaquease en cuanto se le presentase la oportunidad.
Edelar dio por finalizada la reunión con un movimiento de mano. Los miembros de la mesa se levantaron y comenzaron a dispersarse, unos por el interior del cuartel, y otros por el exterior, quedando Edelar únicamente aún sentado. Daganocturna se acercó a su lado, tomando asiento con descaro, pero con permiso, parecía ser. Estrecharon sus manos y comenzaron a hablar discretamente, mirando de vez en cuando alrededor, por si alguien les escuchaba. Sólo me limité a mirar, pues estaba a una distancia prudente pero, como siempre, estaba seguro de que se había presentado para contratar a alguno de los nuestros. Sus pagas eran buenas, pero sus asuntos siempre eran sucios, llenos de mentiras y de peligro. En una ocasión, hacía ya un tiempo, me habían elegido para escoltarlo hasta Arabel por el camino convencional, el camino de Calantar. Nunca conocí la verdadera razón, pero lo cierto es que nos asaltaron tres veces, y porque no hubo tiempo a más.
Agudizando el oído, llegué a escuchar una parte de la conversación.
- ¿Qué tal está El Abuelo?- dijo Eledar, hablando en voz baja.
- Sigue igual que siempre, joven y energético.- Daganocturna sonrió.
- Bien... ¿y cuánto pagas esta vez?
- Estoy dispuesto a pagar un tercio del cobro.- afirmó el asesino de nobles.
- ¿Un tercio?- Eledar torció el gesto.- Debe se pagar una buena cantidad entonces.
Carles asintió seco.
- Está bien, está bien...- Eledar hablaba con un tono como si evitase una coacción antes de que esta se llevase a cabo.- Llévate a Larry y Hart, ya los conoces.
Miré a otro lado de inmediato, pues sabía que ambos me mirarían y no me gustaría que se dieran cuenta de que escuchaba conversaciones ajenas. Aunque estuve seguro de que me buscaron con la mirada, mentí ordenar las pociones del cinturón, fingiendo estar distraído y plenamente absorto en mis asuntos.
No pasó mucho tiempo hasta que una mano se acogió en mi hombro. Era Daganocturna. Me miró con sus ojos fríos y sus labios que siempre parecían caracterizar su rostro de burlón, como fiel seguidor de Máskhara, y mano derecha de El Abuelo. Éste era el verdadero jefe de Los Cuchillas de Fuego, pero muy poca gente lo conocía en persona. Tenías varios maestros que actuaban en su nombre, aunque pocas veces decidían por él. La organización siempre lo había considerado muy importante, y por ello siempre lo ocultaban en las sombras, como si de un mismísimo Dios se tratase.
- Creo que tienes trabajo, chico.- sonrió.
- ¿Y de qué se trata?- pregunté haciéndome el importante, como si tuviese el más puro derecho de saberlo. Pero la respuesta ya la había intuido.
- Te lo explicaré cuando lleguemos, pues tenemos que ir a una arboleda de Dédhluk. Ve a buscar a tu hermano, nos vamos ya.
Atravesé el corredor y subí las escaleras hacia las habitaciones de la sede sin demasiada prisa. Hacía tres semanas que no nos salía ninguna misión, y por ello se me dibujaba un rostro de satisfacción, pues pensé que iba a envejecer esperando. Cuando llegué a la primera planta, un pasillo con puertas a los lados, donde estaban las habitaciones de los mercenarios, me encontré a Larry en la tercera de la derecha, buscando la llave entre un manojo.
- Tenemos que bajar. Nos han encomendado un trabajo y...
- ¡Maldita sea, ahora que iba a echar una cabezada!- saltó previsiblemente mi hermano.- ¡No lo entiendo, simplemente, no lo entiendo!
- Venga, vamos.- intenté tranquilizarlo.- Hace tiempo que no te mueves. Un poco te acción no le vendrá mal a tu perezoso cuerpo.
- ¿Cuándo tendremos alguna misión realmente importante, hermano?- me dijo mientras guardaba el manojo de llaves y se ponía a mi lado. Nos giramos para tomar escaleras abajo y lo abracé con la derecha amistosamente.
- Puede que este trabajo no sea tan malo.
- ¿Qué trabajo puede ser bueno, si te pagan por hacerlo?
Desde siempre, el entorno natural le afectaba mi cuerpo. Las flores y ese olor tan característico a resina de árbol me producían dolor de estómago. No sé si era por la poca costumbre, o por algún problema de nacimiento, pero odiaba los bosques.
A través de él, se podían discernir caminos hechos por la civilización, tapados entre la salvaje naturaleza. Daganocturna nos guiaba por esas sendas, hasta un lugar donde, afinando el oído entre el rumor del bosque, se oía movimiento.
- Estamos llegando a la arboleda. No hagáis demasiado ruido.- dijo el maestro asesino girando la cabeza hacia Larry y hacia mí.
Asentimos firmes. Conforme seguíamos el camino, los claros rasgos de la arboleda en el bosque se hacían más notables; la hierba comenzaba a presentarse plana y pisada, el rumor de voces se alzaba cada vez más, y el olor del bosque cambiaba a más dulzón debido a la comida cocinada. Poco a poco, fuimos viendo cómo se comenzaban a alzar árboles de clara peculiaridad, pues parecían hechos por la mano del mortal, moldeados para el uso, y de tamaño factible. En ellosno había aves ni ningún tipo de animal, como ardillas o serpientes, sino elfos agazapados entre las ramas, tumbados y disfrutando de la brisa. Larry susurró.
- Imagínate que se caen. Sería un golpe extraordinario, ¿verdad?
Ambos reímos por lo bajo.
- Callaos.- dijo Daganocturna. Incluso si hubiésemos hecho algún comentario al respecto, no nos hubiese prestado atención, pues se adelantó para juntarse con alguien que allí esperaba, alejado de la arboleda, a las afueras de la entrada.
Se trataba de un elfo vestido con un buen traje. Al juzgar por su rostro, debía de haber vivido varios siglos, pues parecía cansado, aunque sabio y curtido en la experiencia. No obstante, había algo en él que denotaba cierta locura o demencia quizás, lo que nos hizo esperar varios pasos alejados de ellos. Ambos hablaban con palabras básicas y cortas. Se olía el secretismo, como de costumbre.
- ¿Todo listo?- dijo el desconocido. Su voz sonaba grave aunque puede que atractiva.
- Traigo la escolta.- respondió Daganocturna, acompañando con un asentimiento.
- ¿Y el vigía?
- Tras ese árbol.- Carles señaló discretamente tras el elfo, a un árbol menudo, de donde para nuestro asombro, apareció otra persona más. Llevaba ropajes similares a los de Daganocturna, aunque, al igual que el elfo de la arboleda, destacaba por una altura considerable y por parecer enclenque y flacucho. Del capuchón colgaban dos mechones de pelo blanco, que caían hasta su pecho.
- Otro elfo más.- volvió a susurrar Larry. Los dos nos fijamos en él un instante, pero Daganocturna y el que parecía ser el cliente, comenzaron a organizar todo.
- Nosotros nos vamos a través de la arboleda.- dijo Daganocturna al recién aparecido, que asentía.- Lleva a la escolta donde te dije.
Sin articular palabra, el elfo de cabellos blancos los hizo una señal para que le siguiésemos, mientras el viejo elfo y el asesino se adentraron hacia aquella civilización salvaje.
Nosotros comenzamos a rodear el lugar, aunque pasó algo de tiempo hasta que nos percatamos. Seguíamos a "El vigía" conocedor del camino, el cual miraba a los lados continuamente, atento alrededor, como un animal de presa. Nosotros optamos por fijarnos en aquella arboleda, una forma de vida para nosotros desconocida, y bastante particular. Parecían fanáticos de la organización, el orden y la rectitud, pues poco hablaban entre ellos, y siempre que lo hacían, utilizaban unos modales exquisitos, dignos de reyes. Si embargo, no se detectaba calor ni demasiado sentimiento, sino que parecía que su existencia se debía a un mandato, a una obligación impuesta, y seguramente muchos vivían contenidos, o simplemente a disgusto.
Llegamos tras una gran torre de la que sólo nos percatamos cuando nos socayamos en su tremenda altitud. Aunque podría juzgarse como la torre de un poderoso mago, automáticamente daba a deducir que realmente era el hogar de un alto mando en aquella sociedad. El elfo nos reunió y habló con voz susurrante, al lado de una pequeña ventana.
- Uno tendrá que quedarse en esta ventana, y el otro, en la del otro lado. Si veis que la guardia actúa y veis la situación difícil para los dos hombres de antes, actuad. Vuestro deber es procurar que salgan impunes.
- Bien, iré a la otra ventana.- dijo Larry, quien se puso en camino, desapareciendo en unos segundos. El elfo asomó la nariz, observando el interior, y tras un instante, hizo una señal de afirmación, y ante mi asombro, comenzó a trepar por las grandes rocas que levantaban la torre con gran versatilidad. Cuando llegó a la primera repisa, donde podía apoyar los pies, y sentarse si lo quería, dado su tamaño, se perdió entre las sombras en un abrir y cerrar de ojos.
Apoyé el hombro derecho contra la pared y observé el interior de la torre. Aunque algo desangelada y sin demasiado decorado, se notaba el lujo del que gozaba aquel tipo; dentro estaban Daganocturna y el viejo elfo, tomando unas copas de lo que parecía vino, aunque tenía un color muy puro y oscuro, como si de sangre se tratase, así que, por lo que había oído, debía ser un buen alcohol. Ambos se sentaban en sillas de madera muy cuidada y bien pulida, con un color muy claro y con líneas más oscuras que formaban detalles sorprendentemente bellos. La mesa era pequeña y baja, aunque no por ello menos lujosa, pues las patas no eran totalmente rectas, sino que los detalles hechos a mano las hacían curvas por la mitad, aunque la mesa se mantenía perfectamente equilibrada, y eso la hacía tan espectacular. Ambos permanecían callados y cabizbajos, dando ligeros sorbos de vez en cuando. Todo permanecía tranquilo y en silencio. En la pared de enfrente, podía ver una ventana de igual diseño que la que me permitía observar el interior, por donde la cabeza de Larry asomaba, girando en torno al lugar, sin perder detalle de aquella magistral torre.
Mas los dos, cautelosamente y por instinto, dejamos de asomarnos con tanta confianza, pues oímos que la gran puerta hacia el recinto se abrió. Se unió a la escena una mujer elfa, alta, morena y bella. Sus ropajes parecían los de un explorador de los bosques, y a su espalda, una lanza colgaba, moviéndose al mismo son que sus largar piernas. El elfo se levantó de su asiento cuando ella llegó frente ellos. Carles se limitó a observar.
- ¿Deseabais algo, padre?- aunque su timbre de voz sonaba como el de un hada, se detectaba una pizca de resentimiento en aquellas palabras. La mujer permanecía seria.
El viejo dio un viraje por la habitación, paseando con las manos entrelazadas en su espalda. Tras unos instantes de expectación, habló con voz profunda.
- Hija mía.- hablaba sin mirar a la cara, observando algunos detalles en las paredes, como cuadros y símbolos.- Has desobedecido mis órdenes, y desgraciadamente, gracias a ese mequetrefe, conoceréis las consecuencias.
- ¿Y cuáles son las consecuencias de amar a una persona, mi querido padre?- cada vez se notaba más el rentintín de las palabras de la elfa. No debía de estar muy amistosa con aquel hombre.
- ¿Persona, dices?- tornó la mirada hacia ella, aparentemente conservando la calma.- ¿Llamarías persona a aquél que mató a tu propio hermano?
- El no tuvo culpa. Fue un accidente.
- ¡No intentes disculparlo!- exclamó, alzando la voz. El tema comenzó a intrigarme.- ¡Cuando mató a Enarlor, acabó con una parte de mi!
- Padre, hace tiempo que vos estáis acabado.- habló con un tono franco, sin perder los modales.- Desde que madre murió...
- ¡Oh, hija! ¿Acaso queréis nombrar hoy, aquí y ahora, todas las desgracias ocurridas en mi vida? ¡Además, no te consentiré que me faltes al respeto!
Su hija lo miró, posicionando los ojos de tal manera que su expresión pasó de seria y decidida a triste y pesimista. Tras un momento de silencio, el viejo elfo continuó hablando.
- Desde que tu madre murió, únicamente he vivido para vosotros. Habéis sido mi único apoyo en este mundo que sobre mis hombros caía. Siempre he deseado lo mejor para vosotros, Alatárël.
- Os equivocáis de nuevo, padre.- replicó la elfa.- Desde que madre murió, os habéis convertido en un demente egoísta, y no aguantáis que alguien que creéis que arremete contra vos queda impune. Sólo deseáis el respeto y el poder. No sois más que un témpano de hielo.
Observé un momento a Larry, que seguía vigilando en la otra ventana. Al parecer, todo esto le empezaba a estremecer tanto como a mí.
- ¿Egoísta me llamáis, y qué hay de ese mequetrefe, que aún conociendo las consecuencias de que os vierais, no renegó de hacerlo?
- Él renegó, fui yo quien quiso hacerlo, padre.
Cada réplica de su hija hacía que el elfo adoptase un repentino rostro como si mil cuchillas se clavasen en su cuerpo.
- ¿Cuál fue el momento en que dejaste de querer a tu padre?- dijo.
La elfa, con paso lento, se acercó a él. Le encaró y, tras unos segundos de intenso silencio, volvió a clavarle mil puñales de fuego.
- Nunca he dejado de querer a mi padre.- dijo con la voz bien alzada. Pero cuando una sombra de sonrisa se dibujó en el rostro de su ascendencia, continuó hablando.- No obstante, vos no sois mi padre. Sólo sois un hombre malvado al cuál espero que los dioses pronto pongan en su correspondiente lugar.
Asombrosamente rápido, el padre sacó una mano derecha y con cierta soltura, le propinó un tortazo en la cara a su hija. Ella se quedó unos segundos con el cuello cruzado, y con expresión de sorpresa. No obstante, cuando volvió a mirar a su progenitor, él se había dado la vuelta, retomando su gesto, y le dio la espalda mientras observaba por un gran ventanal.
- Matadla.- se oyó de repente en la sala, retumbando como si hubiese caído una gran roca.
Tanto Larry como yo permanecimos expectantes a lo que iba a pasar a continuación, y así fue.
Se oyó una silla resbalar en el suelo con un chirrido seco, pero cuando todos miramos hacia el único que había permanecido sentado, Daganocturna, del cuál nos habíamos olvidado, ya no parecía permanecer allí, se había esfumado. La elfa a la que habían llamado Alatáriël echó mano de su lanza, la cuál descolgó de su espalda y tomó con las dos manos. La mantuvo cruzada, en posición defensiva, aunque nadie, ni siquiera ella, sabíamos de qué debía defenderse. Observó de reojo a su padre, el cuál permanecía frente al ventanal, ahora con la cabeza gacha. Sin embargo, en ese breve momento de flaqueza las sombras se arremolinaron frente ella, y de aquel cúmulo negro surgió veloz un estoque que rezumaba ácido, el cuál dejó caer algunas gotas verdosas en el suelo, y ensartó un tajo cruzado en el costado de la elfa.
Alatáriël cayó de rodillas, deshaciéndose a la fuerza de su arma. Se llevó las manos a la grave herida que sufría, mientras que de aquellas sombras, que empezaron a dispersarse, apareció Daganocturna con el estoque en su mano.
- ¿Últimas palabras?- balbuceó. Parecía que iba a reír.
Sin embargo, una vez más, y esta vez todos los presentes, nos sorprendimos.
Las puertas del recinto volvieron a abrirse. Esta vez, por ella entraron dos elfos para unirse a la escena. El más adelantado era pelirrojo y con una buena musculatura, portando un arma entre sus manos. Quien iba tras él conservaba un cabello blanco y bien colocado en sus hombros, y parecía tener un aspecto fino y delicado. El elfo pelirrojo respiraba de manera agitada, y gritó con desesperación.
- ¡Naraldur, detente!
- Naraldur, ¿qué demonios… ¡qué hacéis?- le siguió su compañero.
Sin moverse y siguiendo mirando a través del ventanal, habló con un tono extremadamente frío.
- No os entrometáis, el castigo será cumplido. Proceda.
- Guerrero.- oí por encima de mí. Era el vigía, que agachaba la cabeza de rodillas en la repisa, y hablaba con voz sutil. Alcé la vista para prestarle atención.- Los guardianes se acercan. Estad atentos por si…
Ambos mantuvimos un silencio repentino, pues el secretismo fue cortado por un grito desgarrador de mujer. Ignorando al elfo, observé de nuevo por la ventana, y noté cómo mis ojos se abrían como platos. Carles Daganocturna tenía cogida por la melena a la elfa, parecía que la había levantado a la fuerza, y en el pecho permanecía hundido el estoque del asesino, de forma limpia. Los dos elfos recién aparecidos observaban parados y con expresiones atónitas lo sucedido.
Pero hubo algo que distrajo mi atención. No muy lejos de ese lugar, se oían retumbos acompasados de pisadas. Parecían varios, y sus vainas resonaban con el frío acero de la justicia. Dejé mi puesto frente a la pequeña ventana y me adelanté hacia ese sonido, que cada vez cobraba más fuerza. Ya estaban cerca. Cuando llegué a ver el camino que conducía a la torre, pensé que aquel día no iba a salir de asombros continuos; eran diez guerreros que lucían armaduras de color azulado, y caminaban con el mismo paso, con una organización exquisita. Sus vainas relucían con el breve brillo del Sol que conseguía penetrar en el entorno salvaje, y sus yelmos a juego con la armadura eran menudos y sin detalle.
Cuando casi estaban a la entrada del lugar, las puertas se abrieron ante sus narices. De la torre se vio salir una figura ágil y veloz. Se trataba del elfo de cabellos blancos y aspecto delicado, que portaba en brazos a su compañero, el cuál parecía inconsciente. Los guardianes pararon sus pies ante él, pero del interior de la torre, un grito de furia se pudo oír.
- ¡Matadlo, ese mequetrefe ha matado a mi hija, MATADLO!
Tan sólo un guardia de la primera fila se adelantó, desenvainando su espada élfica. Me mentalicé que ese era el momento de actuar, y eché mano de la empuñadura de mi cimitarra. Para ellos, aparecí como un depredador que esperaba el momento oportuno para dar caza a su presa, y corrí hacia aquel guardián con propósitos equivocados. Aunque podría haberlo matado, pues el factor sorpresa me proporcionaba una gran ventaja, únicamente embestí contra él, derribándolo y haciéndole caer. El elfo, también sorprendido, me miró crítico, pero breve fue el momento, pues gritó mirando por encima de mi hombro.
- ¡Cuidado!
Al darme la vuelta, contemplé cómo otro guardián corría hacia mí, preparado para cargar. Estaba muy cerca, y mis músculos ya no reaccionaban para una defensa, así que sólo miré petrificado lo que creía mi muerte. Pero no fue así.
En mi campo de visión, una figura más apareció, propinando un golpe seco de espada en el hombro del guerrero elfo. Sonreí cuando me percaté de que se trataba de Larry.
- ¡Un buen combate promete una buena misión!- dijo jovial mientras se preparaba para lo siguiente que pudiese surgir.
Eché la mirada atrás, y el elfo asintió. A continuación, echó a correr hacia un lado con el cuerpo de su amigo en brazos, y Larry y yo nos juntamos esperando a los tres guardianes que se nos acercaban. Larry se encargó de dos de ellos, despachando rápidamente a uno con una patada en el pecho. Se notaba que eran buenos luchadores, aunque hacían uso de la versatilidad antes que de la fuerza. Eran especialmente buenos esquivando golpes, pero no entablaban un combate directo, pues sabrían que nuestros ataques serían difíciles de resistir para cuerpos tan poco musculosos como los suyos.
- ¡Ahora!- gritó Larry. Por suerte, sabía qué debía hacer.
Mi hermano echó a correr por el lado contrario al del elfo, y lo seguí cuando vi la oportunidad. Cuando corrimos unos pasos hacia la salida de aquella arboleda, nos miramos extrañados, pues no nos seguían. Aunque pronto nos dimos cuenta de por qué, pues una voz sonó por encima del rumor.
- ¡Cargad!
Nuestras piernas dieron todo lo que pudieron de sí, pues seguramente se nos avecinaba una lluvia de flechas. Pocos segundos pasaron cuando la primera de ellas cortó el aire, rozando mi cabeza con un sonido zumbante. Varias más la siguieron, y aunque sabíamos que era un combate perdido, seguimos corriendo hasta que nuestros cuerpos cayeron al suelo en contra de nuestra voluntad.
Quedé de cara al cielo con dos flechas clavadas en cada pierna, inmóvil, inútil. Eché la vista al lado apenado, pues contemplé cómo aquellos guardianes habían erizado la espada de Larry, quien yacía en el suelo sin vida. Estiré una mano lentamente, y acaricié su cabello. El último día de su vida había sido un héroe.
- Estúpido…
Alcé la vista. Allí estaban Daganocturna y el vigía. Observaban de pie mi inválido cuerpo, aunque esta vez no se burlaban, sino que adoptaban un gesto decepcionado y enfadado. Un resorte sonó en la manga del elfo de cabellos blancos, y en su mano apareció una daga.
¿Órdenes? Quizás la forma de dar una orden no era siempre la más correcta. Pero lo cierto es que ambos habían quedado intactos ante aquel jaleo, y yo consideré que había hecho lo que tenía que hacer. Había cumplido con mi trabajo.
Hart Degerchen, alma en pena de El Plano de Fuga.
Última edición por Unairg el Mié Jul 23, 2008 11:38 pm, editado 1 vez en total.
Sentencia de vida.
Aunque salir de la rutina dicen que es algo favorable, nunca hubiese venido a Suzail. En los breves ratos que tenía de descanso, siempre hacía un viaje por el pasado, y siempre me abrumaba la nostalgia.
A veces me sumía tanto en mis pensamientos que sentía en mi rostro la brisa de Bosque Alto, a la sombra de El Abuelo Árbol. Con frecuencia me preguntaba qué sería de mi familia, mis padres, mis dos hermanos, y mi tío, a los cuales dejé atrás. Sin embargo, me bastaba recordar eso para imaginar cómo serían ahora sus vidas; el desastre de aquel asesinato les había hecho caer desde lo más alto, hasta el último peldaño de la sociedad. Habíamos sido respetados y queridos por todos, y nuestro apellido había sido bendecido por los sacerdotes de Coleron Larezhian, pero todo estaba roto, y conocía al culpable.
Me acordaba de mi difunta esposa, Amawÿl. Visualizaba su bello rostro, sus ojos claros, sus cabellos blancos y sus labios finos, susurrándome un “Te quiero” enamoradizo y dulce. Había vivido de manera completamente distinta a cómo murió, alegre, adaptada a las malas circunstancias que los dioses nos brindaron, y positiva ante cualquier situación, siempre teniendo fe en que un golpe de suerte nos haría olvidar la mala vida. Nunca le había importado subsistir en lo más bajo, conformarse con menos de lo mínimo y prescindiendo de todo lo que a una mujer le alegraba la vida, como bonitos vestidos y alguna que otra joya preciosa. Quizás pudiese haberle dado una vida mejor, pero…
Y también me acordaba de él. No sabía dónde estaba, y ni siquiera si seguiría vivo o muerto, pero había sido mi hijo. Desde que se escapó con apenas 45 años de edad, no volví a saber nada más de él. ¿Qué niño con toda esa vida por delante y tan poca experiencia podría sobrevivir en un mundo como este? Por aquellas alturas, debía de ser un joven adulto, pero en mi prevalecía la idea de su muerte prematura. Poco recordaba de él ya, sólo me hacía a la idea de que siempre habían dicho que se parecía a su madre, y que su gesto siempre era de descontento hacia todo.
Con el tiempo, había decidido llevarme los encargos de la carpintería a casa, donde podía realizarlos con un poco más de tranquilidad. Aunque mi casa era pequeña y con el poco terreno muy mal aprovechado, había conseguido hacer un sitio para un caballete, y al lado una estantería con algunas herramientas. Estaba sentado en la mesa de la salita principal, que era redonda y tosca, hecha por mí, con unas sillas muy sencillas y bajas, de respaldo de tabla. Contaba la última paga que había obtenido aquella mañana, trescientos leones eran exactamente. No era ninguna miseria, al menos en comparación con lo que había ganado desde mis principios hasta ahora. Me metí unas cuantas monedas en el bolsillo, y las demás las dejé en un compartimiento oculto que había debajo de la mesa.
Me levanté dispuesto a trabajar. Tenía un par de encargos para una nueva tienda de muebles llevada por el gremio de carpinteros, que me habían contratado como afiliado. El trabajo en cuestión era un armario ropero y una butaca que tendría que ir a un tapicero dos días después. Dado que estábamos a finales de semana, me pareció oportuno aprovecharlos de esa manera, y me acerqué a mi lugar de trabajo.
Pero algo me detuvo. Como una veloz ave, algo pasó ante mis ojos sin que pudiese identificarlo, chocando contra la pared de madera, y quedándose clavado profundamente. Me quedé inmóvil, aunque podía ser tanto buena como mala idea sólo con pensar un poco en la situación, así que giré la cabeza, primero a la derecha, contemplando la daga oxidada ahí clavada, aún moviéndose por el impacto, y luego a la izquierda. Allí había una figura, ligeramente agachada y con una mano adelantada. La otra tenía algo brillante, otra daga, pude ver.
Me giré completamente hacia él y levanté las manos con miedo.
- ¡No tengo nada, sólo soy un pobre carpintero!- exclamé. Pero no valió de nada dar pena, pues se acercó a mi con paso ligero, me tomó por la cabeza y me pegó la punta de su arma al cuello. Con un leve movimiento de cabeza, apartó de mi rostro su pelo del color de la nieve, que caía por sus hombros, hasta el pecho.
- Una lástima que no tengas nada que dar… pues tienes mucho que deber.- su voz era joven, aunque algo ronca y dejada.- ¿Recuerdas tu deuda, no?
- ¡Oh!- sabía que ese día, tarde o temprano iba a llegar. Hacía muchos años que había pedido un préstame a la organización de Los Cuchillas de Fuego, un gremio dedicado a matar nobles, aunque desconocía sus motivos, pues según tenía entendido, la gran mayoría de ellos portaban sangre de ricos.- ¡Ahora… ahora no tengo el dinero, te juro que hago lo que puedo por ahorrarlo!
- Vaya, ¿y en todo este tiempo no has conseguido ni una mísera parte, Éodor?- dijo el elfo con algo de malicia.- ¿Y en qué lo gastas, en emborracharte o en matar mujeres?
Aquellas palabras me dejaron aturdido. ¿Emborracharme, matar mujeres, cómo un simple mandado podía tener esa información? Torné los ojos hacia su cara, tapada por una capucha, pero que desde mi perspectiva, era un rostro totalmente visible. Tenía la piel clara, los ojos casi blancos, y su gesto… ese gesto de asco y superioridad… pensé que estaba soñando.
¡Pero… tú… tú eres…!- apenas podía articular palabra por la emoción a la que estaba siendo sometido. El chico retiró la daga y me empujó contra el caballete, recibiendo yo un buen golpe en la espalda. Cuando desde el suele lo observé, se pasó la daga de una mano hacia la otra.
- Hola, padre.
Me levanté como pude, aún dolorido, pero sano. No dejé de mirarle a los ojos, ojos escondidos en la oscuridad, que observaban tranquilos y fríos. Preferí no moverme demasiado, así que sólo me limité a preguntar.
- ¿Dónde has estado todo es tiempo…?
- Éowÿl.- me cortó.
¿Éowÿl?- lo cierto es que hacía demasiados años que no había prenunciado su nombre, pero no quise hacer comentarios al respecto, pues ya me había demostrado que parecía peligroso.
- Éowÿl, de Los Cuchillas de Fuego.- dijo casi en un susurro.
El mundo que veía se me venía encima. Aquel Daganocturna había sabido jugármela, sabiendo que mi hijo había estado vivo, y más aún, protegido y por él y su organización, y nunca había querido sacarme de una de mis dudas más existenciales. Ahora era él a quien habían enviado para el ajuste de cuentas, pero por un momento lo vi idóneo, y puse en marcha un rápido plan para poder escaquearme una vez más de la muerte.
- Así que te envían a ti para que me mates, a mi propio hijo…
- No creas que voy a tener ningún remordimiento por ello.- continuaba con ánimo pasivo, parecía decidido a cumplir con su propósito.
- ¿Por qué ese rencor hacia mí?- al menos intenté darme algo más de tiempo si se podía, y a la vez, tener una última charla con un ser querido desaparecido. Pero deduje que no fue una buena pregunta, pues se dio la vuelta y asestó una patada a la mesa circular, tirándola al suelo con estrépito.
- ¿Qué por qué, QUE POR QUÉ, DICES?- su tono de voz se elevó hasta el grito.- ¡TÚ MATASTE A MI MADRE!
- ¿Qué?- me había quedado incrédulo ante esa afirmación. ¿De dónde había sacado las fuentes este chico para pensar eso?
- ¡La maltratabas cuando volvías a casa borracho! ¿O acaso eso me lo vas a negar? ¡Fue la razón por la que desaparecí de vuestra vida!
Así que sólo se trataba de una suposición. Lo miré fijamente durante unos instantes, comprendiendo que era la hora de contar la verdad.
- Éowÿl, yo no la maté, fuiste tú.
Incluso antes de terminar la frase sabía que había sido peligrosamente brusco decirlo de esa manera, y no me equivoqué al pensar que habría una mala reacción por su parte. Con suma agilidad, se hizo con la daga que había acabado anteriormente clavada en la madera, corrió hacia mi y me lanzó una patada en la espinilla, haciéndome caer de espaldas. Saltó encima de mi cuerpo, inmovilizándome parcialmente, y comenzó a juguetear con las dos armas, de manera temeraria. El olor de la muerte era muy agrio.
- Espero que no des ningún paso en falso, viejo.- volvió a su tono susurrante.- Explica tus palabras, y espero que hayas tenido una buena razón para que saliesen de tu boca.
- ¿No lo entiendes?- alcé la voz ante su incertidumbre.- ¡Desapareciste y ella murió de lástima, se apagó, nunca más volvió a sonreír!
- Mientes.- dijo Éowÿl mientras negaba varias veces con rapidez, pero lo cierto es que noté que en su interior la posibilidad estaba siendo tratada, y cobraba lógica.- ¡Tú eras quien la pegaba, tú causaste su infelicidad!
Bajé la mirada al igual que el tono de voz, considerando que había llegado la hora de esclarecer una verdadera vida de horror. La daga de mi hijo ya no se paseaba de mano en mano, sino que permanecía quieta, inofensiva.
- Verás, hay algo que creo conveniente que sepas.- abrió un poco las piernas para que me incorporase y me sintiese más cómodo, denotando interés hacia lo que estaba por venir.- Nunca nos fuimos de Bosque Alto porque quisimos.
- Es lógico, esto es una cloaca.- respondió él.
- La razón es algo complicada… Éowÿl.- miré a los dos luceros que tenía por ojos, nuevamente asemejándolos con los de su madre.- Me vi obligado al exilio porque me acusaron de un asesinato. Asumí la culpa, pero no fui el culpable.
Éowÿl se levantó con cierta confusión. Aún había explicado poco para que llegase a entender algo, y se dirigió a la ventana, por la que observó el cielo, la ciudad.
- Continúa.- pidió.
- Verás, hay poca gente que conocía a tu madre tal y como era realmente.- comencé a pasearme por la casa, dando cierta animación a la conversación, aunque él no prestase atención a ese aspecto.- En su día, Amawÿl tenía un especial talento con la magia, aunque sus poderes se mantenían en el anonimato, unidos a un culto de la iglesia de Cyric.
- ¿Cyric?- mientras se giraba hacia mi, su tono sonó con una incredulidad increíble. Yo asentí y continué.
- Conocí a tu madre en una reunión de las familias de la zona y me enamoré locamente de ella. Me dio a entender que el sentimiento era mutuo, pero no resultó ser así. Durante un tiempo estuvimos viéndonos asiduamente como la pareja en la que nos habíamos convertido, pero jamás podría haber sospechado que toda esa relación tenía unos fines rastreros. Llegó el día en el que acordamos reunirnos cerca de su hogar, y una vez llegué, atemorizado, encontré un cadáver que identifiqué como el de su abuelo.
- ¿Qué?- dijo Éowÿl aún confuso, pero el silencio que había mantenido durante toda la explicación le habrían ayudado a empezar a comprender.
- Llegó la ley y me apresó.- proseguí.- Allí, recibí la visita de un buen amigo mío, Yliawen, y le conté todo lo sucedido. Afortunadamente, él siempre había indagado en los feos asuntos de la organización de Cyric, y pudo darme información sobre quién era realmente tu madre. Prometió hablar por mi en el juicio, aunque lo que no prometió y sí cumplió fue mucho más fructífero.
- ¿Y qué hizo?- la curiosidad cada vez rebosaba más en él.
- Como mago experimentado, Yliawen apresó a Amawÿl y la llevó a su casa. No bastó mucho tiempo para que confesase que ella era la autora de aquel asesinato.
Se creó un silencio profundo y tenso, y es que las peores historias cualquiera puede contarlas y siempre tendrán el mismo efecto: la desgracia.
- Sin embargo, no todo estaba perdido. Maniobrando con gran astucia, Yliawen hizo acopio de sus mejores habilidades arcanas y borró completamente la memoria de Amawÿl, convirtiéndola en poco más que un recién nacido. De esa manera, conseguimos moldear su nueva personalidad, haciéndola creer que siempre había sido una persona buena y alegre. Por lo que ella supo, un grave golpe en la cabeza acabó con sus recuerdos, y yo le brindé mi confianza y protección como marido suyo, o al menos, eso pensaba ella.
Éowÿl y yo intercambiamos miradas serias por un instante, hasta que observó con detenimiento lo que un día había sido su hogar. Volvió a girarse hacia la ventana y pronunció con voz ronca.
- Entiendo.
- Nunca… nunca podré perdonarle que arruinase mi vida de esa manera.- me dirigí hacia él con lentitud y tomé su brazo con un poco de desconfianza.- También arruinó la tuya.
Ambos miramos a través del cristal, quizás haciéndonos a la idea de cómo podría haber sido nuestra vida en Bosque Alto. La naturaleza en todo su esplendor, bella como ella misma, un aire más puro que el de Suzail, y sobre todo, un futuro próspero.
- No obstante, he de cumplir mi trabajo.- Éowÿl rompió el silencio. Aparté mi mano de su hombro y di unos pasos atrás ante sus palabras, temeroso.
- Pero… pero…- mi boca no conseguía articular más palabras.
- Es tu vida o la mía, y yo no tengo ninguna deuda que saldar por ahora.- dijo mi hijo, mientras retomaba el juego de pasarse la daga entre sus inquietas manos.
- Entonces vete lejos de aquí ahora que puedes, donde jamás puedan encontrarte.
- ¿Y qué más da eso? Si no te mato yo, otro lo hará por mi.- ahora sólo jugueteaba con una sola mano, lanzándola al aire y cogiéndola por la empuñadura. Era obvio que se disponía a lanzarla, así que hice uso de mi última oportunidad para librarme de la muerte.
- ¡Pero no quiero que sea mi hijo quien me de fin!- grité, y cerré los ojos con rapidez, pues antes de que lo hubiese previsto ya estaba viendo el arma volar a gran velocidad hacia mí.
Sonó un golpe seco en la madera, y aunque no sentía daño físico alguno mantuve la vista cerrada unos instantes más. Lo único en lo que podía pensar en ese momento es que la daga no me había alcanzado, a pesar de que su trayectoria acababa en mi gaznate. Lentamente abrí un ojo y después el otro. La daga estaba profundamente clavada a la derecha de mi cuello, lo que me hizo suspirar de alivio. Sin embargo, la puerta de casa se abrió con su chirrido característico, y vi cómo de ella comenzaba a desaparecer Éowÿl hacia el exterior, no sin antes decir unas palabras.
- Si no saldas tu deuda, no hagas planes para mañana.
Tras cerrarse me moví un poco por la caso, observando los destrozos. La daga aún seguía clavada en la pared, y al otro lado, muy cerca de ésta, estaba el agujero que había hecho anteriormente la otra daga, o quizás la misma. Me dispuse a recoger la mesa redonda del suelo cuando de la habitación contigua oí pisadas. Aunque me puse a la defensiva, enseguida supe de quién se trataba.
- Papá, no puedo dormir.- dijo la niña que apareció en el salón vestida con un camisón blanco. Era una elfa de cincuenta y tres años, con melena negra y brillante y ojos oscuros. Parecía somnolienta, pero para nada asustada.
- Tranquila, no pasa nada.- me arrodillé y la abracé con fuerza. Acto seguido me levanté y cogí su mano.- Vamos a la cama, ahora podrás dormir.
Mientras la acompañé a la habitación, eché la vista a la ventana. Tiempos mejores se acercarían.
Éodor Alwên, maestro carpintero, actualmente en paradero desconocido.
Aunque salir de la rutina dicen que es algo favorable, nunca hubiese venido a Suzail. En los breves ratos que tenía de descanso, siempre hacía un viaje por el pasado, y siempre me abrumaba la nostalgia.
A veces me sumía tanto en mis pensamientos que sentía en mi rostro la brisa de Bosque Alto, a la sombra de El Abuelo Árbol. Con frecuencia me preguntaba qué sería de mi familia, mis padres, mis dos hermanos, y mi tío, a los cuales dejé atrás. Sin embargo, me bastaba recordar eso para imaginar cómo serían ahora sus vidas; el desastre de aquel asesinato les había hecho caer desde lo más alto, hasta el último peldaño de la sociedad. Habíamos sido respetados y queridos por todos, y nuestro apellido había sido bendecido por los sacerdotes de Coleron Larezhian, pero todo estaba roto, y conocía al culpable.
Me acordaba de mi difunta esposa, Amawÿl. Visualizaba su bello rostro, sus ojos claros, sus cabellos blancos y sus labios finos, susurrándome un “Te quiero” enamoradizo y dulce. Había vivido de manera completamente distinta a cómo murió, alegre, adaptada a las malas circunstancias que los dioses nos brindaron, y positiva ante cualquier situación, siempre teniendo fe en que un golpe de suerte nos haría olvidar la mala vida. Nunca le había importado subsistir en lo más bajo, conformarse con menos de lo mínimo y prescindiendo de todo lo que a una mujer le alegraba la vida, como bonitos vestidos y alguna que otra joya preciosa. Quizás pudiese haberle dado una vida mejor, pero…
Y también me acordaba de él. No sabía dónde estaba, y ni siquiera si seguiría vivo o muerto, pero había sido mi hijo. Desde que se escapó con apenas 45 años de edad, no volví a saber nada más de él. ¿Qué niño con toda esa vida por delante y tan poca experiencia podría sobrevivir en un mundo como este? Por aquellas alturas, debía de ser un joven adulto, pero en mi prevalecía la idea de su muerte prematura. Poco recordaba de él ya, sólo me hacía a la idea de que siempre habían dicho que se parecía a su madre, y que su gesto siempre era de descontento hacia todo.
Con el tiempo, había decidido llevarme los encargos de la carpintería a casa, donde podía realizarlos con un poco más de tranquilidad. Aunque mi casa era pequeña y con el poco terreno muy mal aprovechado, había conseguido hacer un sitio para un caballete, y al lado una estantería con algunas herramientas. Estaba sentado en la mesa de la salita principal, que era redonda y tosca, hecha por mí, con unas sillas muy sencillas y bajas, de respaldo de tabla. Contaba la última paga que había obtenido aquella mañana, trescientos leones eran exactamente. No era ninguna miseria, al menos en comparación con lo que había ganado desde mis principios hasta ahora. Me metí unas cuantas monedas en el bolsillo, y las demás las dejé en un compartimiento oculto que había debajo de la mesa.
Me levanté dispuesto a trabajar. Tenía un par de encargos para una nueva tienda de muebles llevada por el gremio de carpinteros, que me habían contratado como afiliado. El trabajo en cuestión era un armario ropero y una butaca que tendría que ir a un tapicero dos días después. Dado que estábamos a finales de semana, me pareció oportuno aprovecharlos de esa manera, y me acerqué a mi lugar de trabajo.
Pero algo me detuvo. Como una veloz ave, algo pasó ante mis ojos sin que pudiese identificarlo, chocando contra la pared de madera, y quedándose clavado profundamente. Me quedé inmóvil, aunque podía ser tanto buena como mala idea sólo con pensar un poco en la situación, así que giré la cabeza, primero a la derecha, contemplando la daga oxidada ahí clavada, aún moviéndose por el impacto, y luego a la izquierda. Allí había una figura, ligeramente agachada y con una mano adelantada. La otra tenía algo brillante, otra daga, pude ver.
Me giré completamente hacia él y levanté las manos con miedo.
- ¡No tengo nada, sólo soy un pobre carpintero!- exclamé. Pero no valió de nada dar pena, pues se acercó a mi con paso ligero, me tomó por la cabeza y me pegó la punta de su arma al cuello. Con un leve movimiento de cabeza, apartó de mi rostro su pelo del color de la nieve, que caía por sus hombros, hasta el pecho.
- Una lástima que no tengas nada que dar… pues tienes mucho que deber.- su voz era joven, aunque algo ronca y dejada.- ¿Recuerdas tu deuda, no?
- ¡Oh!- sabía que ese día, tarde o temprano iba a llegar. Hacía muchos años que había pedido un préstame a la organización de Los Cuchillas de Fuego, un gremio dedicado a matar nobles, aunque desconocía sus motivos, pues según tenía entendido, la gran mayoría de ellos portaban sangre de ricos.- ¡Ahora… ahora no tengo el dinero, te juro que hago lo que puedo por ahorrarlo!
- Vaya, ¿y en todo este tiempo no has conseguido ni una mísera parte, Éodor?- dijo el elfo con algo de malicia.- ¿Y en qué lo gastas, en emborracharte o en matar mujeres?
Aquellas palabras me dejaron aturdido. ¿Emborracharme, matar mujeres, cómo un simple mandado podía tener esa información? Torné los ojos hacia su cara, tapada por una capucha, pero que desde mi perspectiva, era un rostro totalmente visible. Tenía la piel clara, los ojos casi blancos, y su gesto… ese gesto de asco y superioridad… pensé que estaba soñando.
¡Pero… tú… tú eres…!- apenas podía articular palabra por la emoción a la que estaba siendo sometido. El chico retiró la daga y me empujó contra el caballete, recibiendo yo un buen golpe en la espalda. Cuando desde el suele lo observé, se pasó la daga de una mano hacia la otra.
- Hola, padre.
Me levanté como pude, aún dolorido, pero sano. No dejé de mirarle a los ojos, ojos escondidos en la oscuridad, que observaban tranquilos y fríos. Preferí no moverme demasiado, así que sólo me limité a preguntar.
- ¿Dónde has estado todo es tiempo…?
- Éowÿl.- me cortó.
¿Éowÿl?- lo cierto es que hacía demasiados años que no había prenunciado su nombre, pero no quise hacer comentarios al respecto, pues ya me había demostrado que parecía peligroso.
- Éowÿl, de Los Cuchillas de Fuego.- dijo casi en un susurro.
El mundo que veía se me venía encima. Aquel Daganocturna había sabido jugármela, sabiendo que mi hijo había estado vivo, y más aún, protegido y por él y su organización, y nunca había querido sacarme de una de mis dudas más existenciales. Ahora era él a quien habían enviado para el ajuste de cuentas, pero por un momento lo vi idóneo, y puse en marcha un rápido plan para poder escaquearme una vez más de la muerte.
- Así que te envían a ti para que me mates, a mi propio hijo…
- No creas que voy a tener ningún remordimiento por ello.- continuaba con ánimo pasivo, parecía decidido a cumplir con su propósito.
- ¿Por qué ese rencor hacia mí?- al menos intenté darme algo más de tiempo si se podía, y a la vez, tener una última charla con un ser querido desaparecido. Pero deduje que no fue una buena pregunta, pues se dio la vuelta y asestó una patada a la mesa circular, tirándola al suelo con estrépito.
- ¿Qué por qué, QUE POR QUÉ, DICES?- su tono de voz se elevó hasta el grito.- ¡TÚ MATASTE A MI MADRE!
- ¿Qué?- me había quedado incrédulo ante esa afirmación. ¿De dónde había sacado las fuentes este chico para pensar eso?
- ¡La maltratabas cuando volvías a casa borracho! ¿O acaso eso me lo vas a negar? ¡Fue la razón por la que desaparecí de vuestra vida!
Así que sólo se trataba de una suposición. Lo miré fijamente durante unos instantes, comprendiendo que era la hora de contar la verdad.
- Éowÿl, yo no la maté, fuiste tú.
Incluso antes de terminar la frase sabía que había sido peligrosamente brusco decirlo de esa manera, y no me equivoqué al pensar que habría una mala reacción por su parte. Con suma agilidad, se hizo con la daga que había acabado anteriormente clavada en la madera, corrió hacia mi y me lanzó una patada en la espinilla, haciéndome caer de espaldas. Saltó encima de mi cuerpo, inmovilizándome parcialmente, y comenzó a juguetear con las dos armas, de manera temeraria. El olor de la muerte era muy agrio.
- Espero que no des ningún paso en falso, viejo.- volvió a su tono susurrante.- Explica tus palabras, y espero que hayas tenido una buena razón para que saliesen de tu boca.
- ¿No lo entiendes?- alcé la voz ante su incertidumbre.- ¡Desapareciste y ella murió de lástima, se apagó, nunca más volvió a sonreír!
- Mientes.- dijo Éowÿl mientras negaba varias veces con rapidez, pero lo cierto es que noté que en su interior la posibilidad estaba siendo tratada, y cobraba lógica.- ¡Tú eras quien la pegaba, tú causaste su infelicidad!
Bajé la mirada al igual que el tono de voz, considerando que había llegado la hora de esclarecer una verdadera vida de horror. La daga de mi hijo ya no se paseaba de mano en mano, sino que permanecía quieta, inofensiva.
- Verás, hay algo que creo conveniente que sepas.- abrió un poco las piernas para que me incorporase y me sintiese más cómodo, denotando interés hacia lo que estaba por venir.- Nunca nos fuimos de Bosque Alto porque quisimos.
- Es lógico, esto es una cloaca.- respondió él.
- La razón es algo complicada… Éowÿl.- miré a los dos luceros que tenía por ojos, nuevamente asemejándolos con los de su madre.- Me vi obligado al exilio porque me acusaron de un asesinato. Asumí la culpa, pero no fui el culpable.
Éowÿl se levantó con cierta confusión. Aún había explicado poco para que llegase a entender algo, y se dirigió a la ventana, por la que observó el cielo, la ciudad.
- Continúa.- pidió.
- Verás, hay poca gente que conocía a tu madre tal y como era realmente.- comencé a pasearme por la casa, dando cierta animación a la conversación, aunque él no prestase atención a ese aspecto.- En su día, Amawÿl tenía un especial talento con la magia, aunque sus poderes se mantenían en el anonimato, unidos a un culto de la iglesia de Cyric.
- ¿Cyric?- mientras se giraba hacia mi, su tono sonó con una incredulidad increíble. Yo asentí y continué.
- Conocí a tu madre en una reunión de las familias de la zona y me enamoré locamente de ella. Me dio a entender que el sentimiento era mutuo, pero no resultó ser así. Durante un tiempo estuvimos viéndonos asiduamente como la pareja en la que nos habíamos convertido, pero jamás podría haber sospechado que toda esa relación tenía unos fines rastreros. Llegó el día en el que acordamos reunirnos cerca de su hogar, y una vez llegué, atemorizado, encontré un cadáver que identifiqué como el de su abuelo.
- ¿Qué?- dijo Éowÿl aún confuso, pero el silencio que había mantenido durante toda la explicación le habrían ayudado a empezar a comprender.
- Llegó la ley y me apresó.- proseguí.- Allí, recibí la visita de un buen amigo mío, Yliawen, y le conté todo lo sucedido. Afortunadamente, él siempre había indagado en los feos asuntos de la organización de Cyric, y pudo darme información sobre quién era realmente tu madre. Prometió hablar por mi en el juicio, aunque lo que no prometió y sí cumplió fue mucho más fructífero.
- ¿Y qué hizo?- la curiosidad cada vez rebosaba más en él.
- Como mago experimentado, Yliawen apresó a Amawÿl y la llevó a su casa. No bastó mucho tiempo para que confesase que ella era la autora de aquel asesinato.
Se creó un silencio profundo y tenso, y es que las peores historias cualquiera puede contarlas y siempre tendrán el mismo efecto: la desgracia.
- Sin embargo, no todo estaba perdido. Maniobrando con gran astucia, Yliawen hizo acopio de sus mejores habilidades arcanas y borró completamente la memoria de Amawÿl, convirtiéndola en poco más que un recién nacido. De esa manera, conseguimos moldear su nueva personalidad, haciéndola creer que siempre había sido una persona buena y alegre. Por lo que ella supo, un grave golpe en la cabeza acabó con sus recuerdos, y yo le brindé mi confianza y protección como marido suyo, o al menos, eso pensaba ella.
Éowÿl y yo intercambiamos miradas serias por un instante, hasta que observó con detenimiento lo que un día había sido su hogar. Volvió a girarse hacia la ventana y pronunció con voz ronca.
- Entiendo.
- Nunca… nunca podré perdonarle que arruinase mi vida de esa manera.- me dirigí hacia él con lentitud y tomé su brazo con un poco de desconfianza.- También arruinó la tuya.
Ambos miramos a través del cristal, quizás haciéndonos a la idea de cómo podría haber sido nuestra vida en Bosque Alto. La naturaleza en todo su esplendor, bella como ella misma, un aire más puro que el de Suzail, y sobre todo, un futuro próspero.
- No obstante, he de cumplir mi trabajo.- Éowÿl rompió el silencio. Aparté mi mano de su hombro y di unos pasos atrás ante sus palabras, temeroso.
- Pero… pero…- mi boca no conseguía articular más palabras.
- Es tu vida o la mía, y yo no tengo ninguna deuda que saldar por ahora.- dijo mi hijo, mientras retomaba el juego de pasarse la daga entre sus inquietas manos.
- Entonces vete lejos de aquí ahora que puedes, donde jamás puedan encontrarte.
- ¿Y qué más da eso? Si no te mato yo, otro lo hará por mi.- ahora sólo jugueteaba con una sola mano, lanzándola al aire y cogiéndola por la empuñadura. Era obvio que se disponía a lanzarla, así que hice uso de mi última oportunidad para librarme de la muerte.
- ¡Pero no quiero que sea mi hijo quien me de fin!- grité, y cerré los ojos con rapidez, pues antes de que lo hubiese previsto ya estaba viendo el arma volar a gran velocidad hacia mí.
Sonó un golpe seco en la madera, y aunque no sentía daño físico alguno mantuve la vista cerrada unos instantes más. Lo único en lo que podía pensar en ese momento es que la daga no me había alcanzado, a pesar de que su trayectoria acababa en mi gaznate. Lentamente abrí un ojo y después el otro. La daga estaba profundamente clavada a la derecha de mi cuello, lo que me hizo suspirar de alivio. Sin embargo, la puerta de casa se abrió con su chirrido característico, y vi cómo de ella comenzaba a desaparecer Éowÿl hacia el exterior, no sin antes decir unas palabras.
- Si no saldas tu deuda, no hagas planes para mañana.
Tras cerrarse me moví un poco por la caso, observando los destrozos. La daga aún seguía clavada en la pared, y al otro lado, muy cerca de ésta, estaba el agujero que había hecho anteriormente la otra daga, o quizás la misma. Me dispuse a recoger la mesa redonda del suelo cuando de la habitación contigua oí pisadas. Aunque me puse a la defensiva, enseguida supe de quién se trataba.
- Papá, no puedo dormir.- dijo la niña que apareció en el salón vestida con un camisón blanco. Era una elfa de cincuenta y tres años, con melena negra y brillante y ojos oscuros. Parecía somnolienta, pero para nada asustada.
- Tranquila, no pasa nada.- me arrodillé y la abracé con fuerza. Acto seguido me levanté y cogí su mano.- Vamos a la cama, ahora podrás dormir.
Mientras la acompañé a la habitación, eché la vista a la ventana. Tiempos mejores se acercarían.
Éodor Alwên, maestro carpintero, actualmente en paradero desconocido.
Última edición por Unairg el Mié Jul 23, 2008 11:41 pm, editado 1 vez en total.
Epílogo (Anexo a "Göyth, Crónicas de un destierro")
Me cubrí a conciencia con la capa, pues no había esperado un clima tan frío. Acababa de llover, y en la villa de Nevesmortas se veía poca gente aquel día, parecía ser difícil acostumbrarse a la condición.
Llevaba ya un par de días vagando en busca de trabajo, y aún no me había hecho con ninguna confianza, ninguna amistad. Me sentía desplazado del resto del mundo, intentando buscarme un lugar con rapidez para acabar de una vez por todas con esa odiosa sensación. Sin embargo, me había hecho a la idea de que sería una meta a largo plazo, pues estas tierras eran hostiles, aunque no me desagradaba. Serían el punto perfecto para comenzar mi camino como guerrero, los obstáculos ya estaba puestos.
Caminaba de vuelta desde el bosque, donde quise pasar para llegar a Sundabar, pero no lo había conseguido por el momento. Me recordaba por un momento al verde paisaje del Bosque Rey, aunque sin tanto esplendor, o al menos eso me parecía. Pensé en tomar una caravana desde Nevesmortas hasta allí, pero ni siquiera tenía dinero para costearme el viaje, así que sólo me quedaba pensar que quizás mañana sería un día mejor.
Sin embargo, sumido en mis pensamientos, algo se chocó contra mí. Casi lo hago caer al suelo, pero se incorporó con rapidez, y aquel elfo encapuchado, que vestía ropas oscuras, se alejó unos pasos.
- Deberías llevar más cuidado.- dije.
- Creo que ninguno hemos tenido cuidado, amigo.- su tono parecía feliz.- Perdona, ahora que te he molestado, ¿sabrías decirme dónde podría comprar un arco? Acabo de llegar a la villa.
Ladeé la cabeza un poco, curioso. Demasiada confianza para un desconocido, aunque sin embargo, acepté.
Tras unos minutos, llegamos a la tienda de Jáskar Rivera. Era un mediano algo presuntuoso, pero no parecía mala gente, aunque lo mejor era que su mercancía era muy asequible. No tardó en sacar de su despensa un arco para el caballero, siempre con una sonrisa. Éste lo tanteó en sus manos y me observó.
- ¿Tú qué opinas?- me preguntó, haciendo de nuevo alarde de su descarada actitud. Yo me encogí de hombros.
- No estoy versado en armas a distancia.
- Entonces me lo quedo.- su tono era muy optimista, y tanto era así que pensé por unos momentos si aquel elfo estaba loco, o simplemente le faltaba un hervor.
Se lo colgó a la espalda tras pagar, y se dirigió hacia mí como si nos conociésemos de hace siglos.
- Oye, podríamos tomar una copa en alguna taberna, ¿no crees?
- Hay una no muy lejos de aquí, se llama El Blasón.- dije mientras me encogía de hombros, indiferente.
Nos dirigimos allí pasando a través de Nevesmortas. El frío había amainado y se veían muchas más caras por las calles, sobre todo en la fuente que hacía sus veces de centro, donde se solían arremolinar las personas por diversos motivos, como el útil tablón de anuncios donde solía haber novedades interesantes, o el ciclo que hacía el agua en la fuente, donde siempre caía un chorro que resultaba en ocasiones bello. Sin embargo, no nos paramos a observar y entramos rápidamente a la taberna que cerca de allí se ubicaba.
No estaba muy frecuentada en aquellos momentos, cosa que me agradaba un poco. Tomamos mesa cerca de la barra, desde donde nos tomaron nota. El longevo pidió un vino, y yo me negué a tomar nada, pues no sabía cuánto más tendría que aguantar el poco dinero que me quedaba, y debía privarme de lujos.
- Oye, ¿cómo te llamas?- dijo el elfo de melenas blancas tras dar un sorbo. Dudé un instante.
- Göyth.
- Vaya, Göyth. Yo soy Éowÿl.- me tendió la mano, y la estreché con poco ímpetu.- ¿Cuánto tiempo llevas por aquí? Esta no es una tierra tuya ni mía.
- Apenas unos días. Vine para buscar trabajo.
- ¿Trabajo?- no fue Éowÿl quien habló, sino la camarera que anteriormente nos había servido.- Puede que yo tenga un trabajo para vosotros, aunque resulta algo peligroso.
Ambos nos giramos encarándola. Se acercó a la mesa y aunque no tomó asiento, apoyó las manos y nos habló con voz baja.
- ¿Sabéis dónde está la cripta de la villa?- miraba a ambos.
- Claro, está al sur.- dije adoptando el mismo tono de voz. Ella asintió sonriente.
- Veréis, allí reside un nigromante que está atemorizando a la villa, y del que personalmente yo estoy harta. Desde hace unos días estoy dispuesta a pagar una recompensa a quien acabe con él. ¿Estáis interesados?
Ambos nos miramos. Lo cierto es que no era una mala oportunidad, y aunque sonaba arriesgado, sin duda era mejor que no hacer nada. Asentí lentamente.
- Escuchad.- se explicó la camarera.- Dicen que el camino es algo complicado debido a que los muertos vivientes levantados por el nigromante salen al paso. Traedme una prueba de que habéis acabado con él y la recompensa será vuestra.
Me levanté dispuesto a conseguir ese reto. Estaba cayendo la tarde, y consideré que era un buen momento para, al menos, conocer aquella cripta y sus peligros, aunque no consiguiese llegar hasta el final.
- ¡Espera, no te vayas sólo!- dijo Éowÿl, apurando su vaso de vino. Miró a la camarera.- Voy a ayudarle, así que cuando volvamos te lo pago, ¿vale?- fue recibido con desconfianza, pero no quedaba remedio.
Salimos con paso firme, volviendo a tomar el aire fresco. Éowÿl iba detrás de mí, pues yo conocía el camino hacia el cementerio de Nevesmortas, sitio que afortunadamente no estaba muy lejos, y a aquellas horas, aún abierto. Después de pasar los huertos, llegamos ante el gran portón de la cripta y nos detuvimos un momento.
- Espero que hagas buen uso del arco que acabas de comprar.- desenvainé mi estoque e hice una floritura con él.
- Lo que yo espero es que no se acerquen demasiado a mi, así que retenlos si quieres que dispare.
- Trato hecho.- dije, mientras abrí la chirriante reja y me adentré.
Olía mucho a humedad, y también a putrefacción. Estaba oscuro y para un humano hubiese sido difícil discernir algo en ese lugar, pero afortunadamente nosotros contábamos con una vista más desarrollada. Bajamos las escaleras hacia el pasillo , donde ambos nos detuvimos rápidamente, pues algo metálico brillaba en el suelo.
- Déjamelo a mi.- dijo Éowÿl adelantándose hacia ella. Dejó el arco en el suelo y metió una mano en un bolsillo, sacando de él unas herramientas que no conocía. Acto seguido, comenzó a tratar la trampa.
- ¿Sabes desmontar esos artefactos?- ciertamente me parecía muy curioso, pues sabía que no todo el mundo podía hacerlo.
- ¿Por qué crees que vine contigo?- dijo sin retirar la vista de la trampa, aunque dejó caer una carcajada.
Se levantó tras unos minutos y de una patada la apartó del camino. La había destrozado.
- A partir de ahora haremos lo siguiente.- me expliqué.- Ve tu delante, y si ves un artilugio similar a este, levanta dos dedos y yo me detendré. Te cubriré las espaldas mientras lo desactivas.
- Es más que correcto.- dijo Éowÿl, y se adelantó a través del pasillo, donde algún que otro horror nos esperaba.
Lo cierto era que, en aquel momento, ese elfo me pareció la primera confianza que iba a tener en las tierras de La Marca Argéntea. Pronto descubrí que poseía habilidades muy particulares, y pensé que sería una buena mano a tener en cuenta a mi lado.
No obstante…
Göyth, guerrero de renombre de La Marca Argéntea.
// Aquí finaliza el trasfondo. Espero que os haya gustado.
Me cubrí a conciencia con la capa, pues no había esperado un clima tan frío. Acababa de llover, y en la villa de Nevesmortas se veía poca gente aquel día, parecía ser difícil acostumbrarse a la condición.
Llevaba ya un par de días vagando en busca de trabajo, y aún no me había hecho con ninguna confianza, ninguna amistad. Me sentía desplazado del resto del mundo, intentando buscarme un lugar con rapidez para acabar de una vez por todas con esa odiosa sensación. Sin embargo, me había hecho a la idea de que sería una meta a largo plazo, pues estas tierras eran hostiles, aunque no me desagradaba. Serían el punto perfecto para comenzar mi camino como guerrero, los obstáculos ya estaba puestos.
Caminaba de vuelta desde el bosque, donde quise pasar para llegar a Sundabar, pero no lo había conseguido por el momento. Me recordaba por un momento al verde paisaje del Bosque Rey, aunque sin tanto esplendor, o al menos eso me parecía. Pensé en tomar una caravana desde Nevesmortas hasta allí, pero ni siquiera tenía dinero para costearme el viaje, así que sólo me quedaba pensar que quizás mañana sería un día mejor.
Sin embargo, sumido en mis pensamientos, algo se chocó contra mí. Casi lo hago caer al suelo, pero se incorporó con rapidez, y aquel elfo encapuchado, que vestía ropas oscuras, se alejó unos pasos.
- Deberías llevar más cuidado.- dije.
- Creo que ninguno hemos tenido cuidado, amigo.- su tono parecía feliz.- Perdona, ahora que te he molestado, ¿sabrías decirme dónde podría comprar un arco? Acabo de llegar a la villa.
Ladeé la cabeza un poco, curioso. Demasiada confianza para un desconocido, aunque sin embargo, acepté.
Tras unos minutos, llegamos a la tienda de Jáskar Rivera. Era un mediano algo presuntuoso, pero no parecía mala gente, aunque lo mejor era que su mercancía era muy asequible. No tardó en sacar de su despensa un arco para el caballero, siempre con una sonrisa. Éste lo tanteó en sus manos y me observó.
- ¿Tú qué opinas?- me preguntó, haciendo de nuevo alarde de su descarada actitud. Yo me encogí de hombros.
- No estoy versado en armas a distancia.
- Entonces me lo quedo.- su tono era muy optimista, y tanto era así que pensé por unos momentos si aquel elfo estaba loco, o simplemente le faltaba un hervor.
Se lo colgó a la espalda tras pagar, y se dirigió hacia mí como si nos conociésemos de hace siglos.
- Oye, podríamos tomar una copa en alguna taberna, ¿no crees?
- Hay una no muy lejos de aquí, se llama El Blasón.- dije mientras me encogía de hombros, indiferente.
Nos dirigimos allí pasando a través de Nevesmortas. El frío había amainado y se veían muchas más caras por las calles, sobre todo en la fuente que hacía sus veces de centro, donde se solían arremolinar las personas por diversos motivos, como el útil tablón de anuncios donde solía haber novedades interesantes, o el ciclo que hacía el agua en la fuente, donde siempre caía un chorro que resultaba en ocasiones bello. Sin embargo, no nos paramos a observar y entramos rápidamente a la taberna que cerca de allí se ubicaba.
No estaba muy frecuentada en aquellos momentos, cosa que me agradaba un poco. Tomamos mesa cerca de la barra, desde donde nos tomaron nota. El longevo pidió un vino, y yo me negué a tomar nada, pues no sabía cuánto más tendría que aguantar el poco dinero que me quedaba, y debía privarme de lujos.
- Oye, ¿cómo te llamas?- dijo el elfo de melenas blancas tras dar un sorbo. Dudé un instante.
- Göyth.
- Vaya, Göyth. Yo soy Éowÿl.- me tendió la mano, y la estreché con poco ímpetu.- ¿Cuánto tiempo llevas por aquí? Esta no es una tierra tuya ni mía.
- Apenas unos días. Vine para buscar trabajo.
- ¿Trabajo?- no fue Éowÿl quien habló, sino la camarera que anteriormente nos había servido.- Puede que yo tenga un trabajo para vosotros, aunque resulta algo peligroso.
Ambos nos giramos encarándola. Se acercó a la mesa y aunque no tomó asiento, apoyó las manos y nos habló con voz baja.
- ¿Sabéis dónde está la cripta de la villa?- miraba a ambos.
- Claro, está al sur.- dije adoptando el mismo tono de voz. Ella asintió sonriente.
- Veréis, allí reside un nigromante que está atemorizando a la villa, y del que personalmente yo estoy harta. Desde hace unos días estoy dispuesta a pagar una recompensa a quien acabe con él. ¿Estáis interesados?
Ambos nos miramos. Lo cierto es que no era una mala oportunidad, y aunque sonaba arriesgado, sin duda era mejor que no hacer nada. Asentí lentamente.
- Escuchad.- se explicó la camarera.- Dicen que el camino es algo complicado debido a que los muertos vivientes levantados por el nigromante salen al paso. Traedme una prueba de que habéis acabado con él y la recompensa será vuestra.
Me levanté dispuesto a conseguir ese reto. Estaba cayendo la tarde, y consideré que era un buen momento para, al menos, conocer aquella cripta y sus peligros, aunque no consiguiese llegar hasta el final.
- ¡Espera, no te vayas sólo!- dijo Éowÿl, apurando su vaso de vino. Miró a la camarera.- Voy a ayudarle, así que cuando volvamos te lo pago, ¿vale?- fue recibido con desconfianza, pero no quedaba remedio.
Salimos con paso firme, volviendo a tomar el aire fresco. Éowÿl iba detrás de mí, pues yo conocía el camino hacia el cementerio de Nevesmortas, sitio que afortunadamente no estaba muy lejos, y a aquellas horas, aún abierto. Después de pasar los huertos, llegamos ante el gran portón de la cripta y nos detuvimos un momento.
- Espero que hagas buen uso del arco que acabas de comprar.- desenvainé mi estoque e hice una floritura con él.
- Lo que yo espero es que no se acerquen demasiado a mi, así que retenlos si quieres que dispare.
- Trato hecho.- dije, mientras abrí la chirriante reja y me adentré.
Olía mucho a humedad, y también a putrefacción. Estaba oscuro y para un humano hubiese sido difícil discernir algo en ese lugar, pero afortunadamente nosotros contábamos con una vista más desarrollada. Bajamos las escaleras hacia el pasillo , donde ambos nos detuvimos rápidamente, pues algo metálico brillaba en el suelo.
- Déjamelo a mi.- dijo Éowÿl adelantándose hacia ella. Dejó el arco en el suelo y metió una mano en un bolsillo, sacando de él unas herramientas que no conocía. Acto seguido, comenzó a tratar la trampa.
- ¿Sabes desmontar esos artefactos?- ciertamente me parecía muy curioso, pues sabía que no todo el mundo podía hacerlo.
- ¿Por qué crees que vine contigo?- dijo sin retirar la vista de la trampa, aunque dejó caer una carcajada.
Se levantó tras unos minutos y de una patada la apartó del camino. La había destrozado.
- A partir de ahora haremos lo siguiente.- me expliqué.- Ve tu delante, y si ves un artilugio similar a este, levanta dos dedos y yo me detendré. Te cubriré las espaldas mientras lo desactivas.
- Es más que correcto.- dijo Éowÿl, y se adelantó a través del pasillo, donde algún que otro horror nos esperaba.
Lo cierto era que, en aquel momento, ese elfo me pareció la primera confianza que iba a tener en las tierras de La Marca Argéntea. Pronto descubrí que poseía habilidades muy particulares, y pensé que sería una buena mano a tener en cuenta a mi lado.
No obstante…
Göyth, guerrero de renombre de La Marca Argéntea.
// Aquí finaliza el trasfondo. Espero que os haya gustado.
-
- Señor de la Guerra
- Mensajes: 524
- Registrado: Dom Jun 15, 2008 5:00 am
- Cuenta en el servidor: Blackwood
- Ubicación: A tomar por culo.
Y ahora… ahora soy la élite de lo que mi red podría desear, mis victorias, recordadas, mis errores, aún por olvidar, e incluso el mismo Máskhara conoce el prestigio. Me he convertido en lo que siempre deseé ser, esa cobra que acecha desde lo más profundo y al final sólo deja a su paso los cadáveres de aquellos que otros desearon ver muertos. El sueño ya está cumplido.
¿… Y qué? Siempre había pensado que el respeto, el temor que infunden los grandes reyes era sólo algo con lo que un mortal podía soñar. Pero ahora, ¿qué? Sólo serví a un ideal, y para ello dejé muerte y dolor por donde pasé. ¿Ese era el precio?
No… el precio fue caer, caer una y otra vez sin poder remediarlo, siendo vencido por aquel que más odiaba. Sin poder decidirlo, fui absorbido por un mundo de sombras y dolor, donde qué importa la amistad, el valor o la dignidad, si no van unidas al poder. Tal vez... mi deseo fue escapar de ello.
¿Cuál es el siguiente paso, expandir el horizonte que aún queda por conocer, doblegar al mundo al poder de Máskhara y así convertirme en uno de sus elegidos? Si es así, nadie dudará en que lo haré. El momento de lamentarse ya ha transcurrido, ahora sólo queda continuar, aunque para ello deba sacrificar cada segundo todo lo que aún poseo. Nadie volverá a engañarme.
Allí, en La Marca Argéntea, en el oculto templo de Máskhara, el elfo se levantó de su sillón ante la mirada de muchos. Les cedió unos segundos para que lo observaran, para que observaran quizás por primera vez en sus vidas a alguien que iba a apostar todo por un ideal que ni siquiera él mismo sabe si existe.
Tal vez… tal vez mañana sea un día mejor.
¿… Y qué? Siempre había pensado que el respeto, el temor que infunden los grandes reyes era sólo algo con lo que un mortal podía soñar. Pero ahora, ¿qué? Sólo serví a un ideal, y para ello dejé muerte y dolor por donde pasé. ¿Ese era el precio?
No… el precio fue caer, caer una y otra vez sin poder remediarlo, siendo vencido por aquel que más odiaba. Sin poder decidirlo, fui absorbido por un mundo de sombras y dolor, donde qué importa la amistad, el valor o la dignidad, si no van unidas al poder. Tal vez... mi deseo fue escapar de ello.
¿Cuál es el siguiente paso, expandir el horizonte que aún queda por conocer, doblegar al mundo al poder de Máskhara y así convertirme en uno de sus elegidos? Si es así, nadie dudará en que lo haré. El momento de lamentarse ya ha transcurrido, ahora sólo queda continuar, aunque para ello deba sacrificar cada segundo todo lo que aún poseo. Nadie volverá a engañarme.
Allí, en La Marca Argéntea, en el oculto templo de Máskhara, el elfo se levantó de su sillón ante la mirada de muchos. Les cedió unos segundos para que lo observaran, para que observaran quizás por primera vez en sus vidas a alguien que iba a apostar todo por un ideal que ni siquiera él mismo sabe si existe.
Tal vez… tal vez mañana sea un día mejor.