Historia de Linsivriel

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Myrjala

Historia de Linsivriel

Mensaje por Myrjala »

Verá... es algo de lo que no me es fácil hablar... hay demasiadas cosas que no recuerdo y no querría darle una impresión errónea, tan solo busco la solución a mi tormento.... aunque... quizá... quizá usted... ¿tal vez podría darme su consejo? Creo que puedo confiar en su nobleza, alguien sabio como usted sabrá entender la desdicha por la que paso, no le entretendré demasiado, se lo aseguro...

De aquel día sólo recuerdo que estaba arrodillada en el suelo con mi ropa manchada y rasgada, los ojos llenos de lágrimas, la cara desencajada y no podía dejar de mirar mis manos temblorosas y ensangrentadas sin atreverme a levantar la cabeza.... sabía que allí estaba él, pero sentía que... mi amado estaba sin vida. Sé lo que estará pensado, que yo le maté... en realidad yo... no lo se, no logro recordarlo... algo en mi me dice que no fui yo, le amaba ¿sabe? pero los hechos no dicen lo mismo. Sabía lo que pensaría la gente al verme de aquella manera, así es que me armé de fuerzas para guardar en mi mochila de viaje las cosas imprescindibles, algo de dinero y me marché... no sin antes coger un collar del que colgaba un hermosa piedra que encontré a su lado. Estaba confundida y tenía que conseguir recordar por mi misma... no pretendo huir de mi culpa... si es que fui yo... pero entiéndalo, allí no hubiera resuelto nada... y ¡llegar a la verdad es algo que necesito!

Esta fue la razón por la que abandone mi hogar a mi familia y amistades y me encaminé en busca de ayuda con tan sólo dieciocho años sin más experiencia en la vida que la de trabajar con mis padres en la joyería, no piense que teníamos un gran negocio tan solo tratábamos los minerales que traían los clientes que no eran muchos y los moldes eran caros, mi padre pensó que situando el negocio en aquel poblado cerca de unas cuevas las cosas nos irían bien, pero no eran muchos los aguerridos que se aventuraban en su interior, además yo solo me dedicaba a triturar las piedras que se estropeaban al pulirlas, ese polvo era un bien preciado para los que sabían utilizarlo, mi padre sabía sacarle provecho a cada cosa.... ahora pienso que ellos también me culpan de lo sucedido.

Vagué durante algún tiempo sin rumbo fijo, pero no encontré a mucha gente en la que confiar y mucho menos que consiguiera ayudarme, conocí a brujos, chamanes, curanderos, clérigos, gente ocupada con sus propias vidas o aprovechados sin escrúpulos. Un día caminando distraída, pensado en los acontecimientos más recientes, me crucé con un hombre alto de ropajes sencillos con la cabeza elevada y los ojos cerrados que respiraba profundamente, cuando llegué a su altura le saludé intercambiamos algunas palabras cordiales, ya se imaginará, de dónde viene, hacia dónde se dirige, nada inusual pero, cuando pretendía continuar mi camino me frenó, su rostro era calmado y su mirada profunda... jamás olvidaré sus palabras, “veo dolor en tus ojos” me dijo “tal vez yo pueda ayudarte”. Aquel fue el comienzo del cambio pero no la solución a mi problema. A la edad de veinte años comencé mi aprendizaje como monje.

Fue Galundir Amaluin, un semielfo de avanzada edad que se había criado desde niño en su monasterio ya que era huérfano como otros tantos monjes, el hombre al que interrumpí en medio de su meditación y quien se ocupó de mi durante los siguientes años en el monasterio. Su sabiduría me ayudó a aceptar que el hombre al que amaba ya no volvería a estar a mi lado y que estaba en mi mano la decisión de no sufrir más... sus enseñanzas me ayudaron a controlar mi mente, pero no me hicieron recordar, por lo menos pude calmar mi tormento, ya era un paso adelante.

Aprendí y seguí fielmente los dogmas que me fueron enseñados, no sabía si era el camino adecuado, pero era el que más se acercaba a mi propósito. No me resulto difícil acostumbrarme a su austera forma de vida y a trabajar el campo, disfrutaba especialmente de mis paseos por el jardín donde me gustaba meditar, pero he de confesar que encontraba un desahogo especial en los entrenamientos y prácticas de artes marciales, sentía que el dolor me purificaba, aunque fuera momentáneamente. En poco tiempo me hice valer, no molestaba a mis hermanos monjes y se podría decir que casi disfrutaba con mi estancia en el monasterio, solo tenía una relación cercana con Galundir, el único que conocía plenamente mi vida en aquel lugar y el que me transmitió todo su conocimiento dedicándose por completo a mi.

Después de algunos años, pese a que mi aprendizaje allí no había terminado y viendo que mi perturbación no cesaba a pesar de los años de meditación y nuevo entendimiento, mi mentor me aconsejo que debía conocerme a mi misma viajando, enfrentándome a la vida de nuevo, palpando el mundo a mi alrededor y así lo hice, con veinticuatro años comencé un nuevo camino más sencillo que el que emprendí tiempo atrás por mi nueva forma de observar lo que me rodeaba y mi autocontrol pero el más complicado si significaba llegar a la verdad.

Y así es como he llegado hasta aquí mi nuevo amigo, le confío mi historia, mi conocimiento y mis manos con la esperanza de un nuevo camino hacia la verdad.
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