
De su llegada a Nevesmortas y su por qué
Khay llegó a la Ciudad hará ahora año y medio. Imberbe y muy páldio, con la pinta de un chiquillo extraviado en la Marca. La espada mellada y sin escudo, y la armadura colgando de un hombro. Y en Nevesmortas por fin encontró un lugar donde descansar.
Llegó por su puerta norte, sucio y cansado, con arañazos en la cara y gesto triste y contrariado, cuando se presentó a los guardias. Les contó a duras penas su viaje, y pidió un lugar donde descansar y reponer fuerzas. Ya acostumbrados a visitantes extraños uno de ellos le acompañó a la posada, y allí lo dejó. Rosa le ofreció cama y un buen yantar, y lo estuvo cuidando durante 3 días. Exhausto había llegado, pero al salir de la posada volvía a ser el hombre de siempre, un apuesto seguidor de Tyr. Salió por primera vez a conocer la villa, y empezó a conocer a sus gentes por sus nombres, y a empaparse de sus costumbres.
Su llegada a estas tierras no era casual. Hacía años, allí en el Norte, había conocido a un tal Arien Amandil, amigo de la infancia con el que descubrió un mundo de fantasía y aventuras en los lindes de las tierras de su tío. Más allá de la cerca que rodeaba aquellas posesiones los bosques se poblaban de criaturas maravillosas, las cuevas tenían mil rincones que explorar, y los montes escondían misterios lejos de las llanuras donde vivían. Cuando nadie se enteraba salían ambos a conocer y descubrir todo aquello que leían en los cuentos. Pero esa es otra historia, y quizá algún día se revele.
Ahora bien, ni rastro halló de Arien en el pueblo. Sólo la anciana Clarie recordaba ese nombre, pero Khay nunca supo si era cierto o sólo una ilusión causada por sus largos años de vida. Poco a poco fue perdiendo la esperanza de encontrarlo, y recorrió las tierras de alrededor continuando su búsqueda, pero cada vez los viajes eran menos frecuentes, y las distancias recorridas mucho menores. Hasta que al final sólo una llamita permanece aún en su interior, que le recuerda de vez en cuando por qué está aquí, y quién es (o fue) su gran amigo, Arien.
De sus primeros pasos y las primeras decisiones
Una vez asentado en la posada, empezó a conocer a las gentes de allí. Rosa y Martillo eran como sus nuevos padres, siempre tenía un caldo en la mesa y carne, y cama caliente, pero muy atareados con la posada poco tiempo le podían dedicar más allá de algún rato libre. Así pues trató con Argyle, quien le dio trabajos sencillos y le ayudó a conseguir sus primeros ahorros; Trente, el Herrero del Sur, le enseñó los misterios de la minería, y despertó en él un nuevo deseo de conocer cómo tratar los metales, cómo darles forma y cómo convertirlos en bellos y brillantes lingotes, para luego ser golpeados y moldeados hasta convertirse en grandes armas; Shard le mostró cómo talar árboles, pero no le gustó demasiado el poder dañarlos si daba un hachazo muy profundo, y no siguió ese camino; Ásnhar le curó en muchas ocasiones cortes y heridas sufridas en el trabajo y en sus salidas al bosque, y los aventureros de la zona le dieron su acogida y le ofrecieron consejo y tiempo.
Fue así como poco a poco se fue estableciendo. Cuando podía se acercaba a la Atalaya, y allí dejaba como donativo gran parte de sus primeros ahorros. Luego vinieron las primeras aventuras, los primeros viajes a Fuerte Nuevo y Sundabar, con bueyes detrás... El día que conoció Adbar... Felbarr... Fue conociendo valles y bosques, cuevas y minas, e incluso la entrada al pozo, ese misterioso y oscuro sendero descendente al que nunca le gusta demasiado ir, pues tiene recelos de la negrura que allí habita, y de los dioses que veneran sus habitantes.
Oyó también hablar de los gremios, las órdenes y las agrupaciones sociales. Leyó carteles que hablaban de la Flecha del Destino, y escuchó rumores de la Orden de los Magos, pero lo que más llamó su atención fue la Orden de los Caballeros. Por increíble que parezca aún no conocía su fortaleza allá en el oeste de la ciudad, cuando le hablaron de ella; así pues, se dirigió en cuanto pudo a sus salones, y quedó maravillado con sus torres y fuentes, con los caballeros que por allí paseaban, y con el ambiente de calma y serenidad que reinaba. Así fue como conoció a Lady Oira, con quien tuvo una agradable charla, pese a lo nervioso que se sentía. Supo entonces quiénes eran, y qué estilo de vida seguían, y quiso formar parte de todo aquello.
De su marcha del hogar y la nueva vida
Porque como le contó, no siempre había sido un fundidor despistado, sino que en él había una luz que necesitaba salir y alumbrar a su alrededor, y llenar de bondad y tranquilidad a los que la recibieran con agrado.
Era el hijo mayor de una familia humilde, allá en el Norte. Vivían en una casa que el hermano de su madre les ofrecía a cambio de ayudarle en sus tierras. Su tío era un pequeño terrateniente, tenía su casa de dos pisos en forma de U, con una gran escalera y anchas columnas. Vivía con sus cuatro hijas, su primogénito y su mujer cómodamente instalado. Y los sirvientes de la casa tenían una propia cerca de ésta, y vivían felices. Bien relacionado con el clero y su señor regentaba los campos con honradez y buen criterio. Pero un día llegó del sur una hueste de hombres salvajes armados con cuchillos y hazadas, y poco pudieron hacer. No eran más que una banda de proscritos, pero tenían los estómagos vacíos hacía semanas, y el hambre da más fuerza que cualquier magia arcana. Asolaron las tierras, arrasaron los huertos y los campos, y dejaron un fuego detrás de ellos que quemó cultivos y pastos. Por suerte pudieron protegerse tras las fuertes puertas de la casa principal, y allí las dos familias esperaron a que pasara el vendaval.
Al salir fuera vieron que las casas de los trabajadores, las caballerizas y la casa de la familia de Khay eran cenizas y humo. Gran trabajo costó rehacerlo todo, y pasaron malos tiempos, pero consiguieron resurgir y volver a cultivar los terrenos, y volvieron a aflorar los campos, más fuertes y vigorosos, puesto que el fuego había quemado los rastrojos y maleza. Fue entonces cuando Khay y su primo Tom fueron enviados por sus padres a formarse como escuderos de su señor. Tom era de reflejos rápidos y estocada feroz, pero Khay era más dado a curar las heridas de sus amigos que a herir a los oponentes. Un clérigo vio su bondad y escuchó sus palabras de consuelo a los heridos, y le habló de los dioses, de la tríada y demás, y así fue como su fe empezó a crecer en su interior. Poco a poco se convirtió en un gran sanador, entre golpe de espada y espada.
Dos años estuvieron con su señor, y al volver ni el propio Arien reconocía a Khay. Curtido en las escaramuzas y docto en la fe había vuelto renovado de su período de aprendizaje. Tom se había convertido ya en caballero, y aspiraba a ser un gran guerrero, y ambos contaron en casa historias que ninguno de ellos había escuchado nunca.
Pero la desgracia volvería a cebarse con Khay y su familia, poco tiempo después. Esta vez no fueron salvajes los que llegaron, sino una horda de orcos. Pocas de las mujeres que allí vivían consiguieron sobrevivir, sólo dos sirvientas y la menor de sus primas, además de su tía, que estaba fuera. Su madre cayó la primera mientras recogía legumbres, y el corazón de Khay se encogió como un puño. La vio caer con sus propios ojos, bajo la gran alabarda del liíder de los orcos, y pocas veces se ha visto una furia semejante en un combate. Khay luchó por diez hombres, y Tom acudió a ayudarlo, pero poco pudieron hacer por salvar la vida de las mujeres. Consiguieron rechazar el ataque, pues los orcos vieron la ira de Tyr en sus ojos, y eso es algo a lo que no estaban preparados para enfrentarse. Muchos días tardó en recuperarse, pues muchos cuerpos tuvieron que enterrar, hasta que no pudo más y pensó en partir.
Se aseguró de que su hermano de once años y su padre se quedaran con su tío a vivir, y les ayudó durante un tiempo, pero la marcha era cada vez más inminente. Oyó rumores de una guerra en ciernes, y cuando fue a visitar a su amigo Arien encontró a su familia degollada y la casa en llamas, pero de él no halló resto alguno. Fue la gota que colmó el vaso, y así decidió que marcharía en su búsqueda, pues lo quería como a un hermano. Cogió rumbo al Sur, pues su corazón le indicaba que hacia allí caminaba, y su instinto le decía que Arien seguía vivo.
Y así llegó a La Marca y a Nevesmortas, donde aún hoy permanece Khay, olvidando en parte su pasado, y buscando un nuevo futuro.
De los tiempos que han pasado y lo que está por llegar
Y conoció aventureros valerosos, caballeros honorables, bardos y druidas, magos y hechiceros, elfos y enanos, y medianos dicharracheros...
De la primera persona que conoció, Lara Lander, poco sabe ahora... tiempo ha que desapareció, y no parece haber vuelto. De Nerea aprendió que las alas son algo hermoso, y que las gemas hacen que las armas se vuelvan poderosas y mágicas. De Astinus escuchó que no hay que dejarse influenciar por los sentimientos así como así, y que aún le queda mucho por aprender. Sharuka le ofreció grandes ratos de exploración por nuevas y lejanas tierras. Anderney le ofreció su primera paga por un trabajo en la fundición y sus primeros encargos, y le ayudó a sacar el mineral para aprender a fundirlo. Idril la hechicera le hizo aprender que no todos los habitantes son fáciles de tratar, y hay que llevar cuidado con lo que hacen, así como de la tiflin Aryeh. De Lady Oira, la Capitana Setanta y el fallecido Sir Nathell aprendió lo que es el honor y cómo debe comportarse un caballero, un auténtico seguidor de Tyr, un paladín al fin y al cabo. La Sta Saphirra le hizo valorar sus palabras y sus actos, y con el Sr Hayden y Bizarro vivió grandes momentos en los caminos, contra todo tipo de enemigos. Ánder le hizo ver que las plantas pueden curar y mejorar el cuerpo si se preparan debidamente. Gorm el enano le hizo pasar momentos inolvidables, montados en sus monturas, cabalgando por caminos y montes. Dan fue una caja de sorpresas para Khay, dominaba muchas artes a la vez, y tenía una fortaleza inmensa. Erik le acompañó en viajes temibles por el norte, y Lirdiagur le abrió puertas que nunca otros le hubieran abierto. Trogg fue una sorpresa para él, pues se vio capaz de hacerle pensar por si mismo, y hacerle poder cambiar su propia opinión prefabricada por otros. Ving le enseñó que las gemas son maravillosas, y Alud fue el último que conoció, hasta hoy... Y Radha... Radha le descubrió el amor, pero también lo que es el desamor, y aún lo sufre.
Porque en este año y medio Khay luchó con orcos y trasgos, con magos oscuros, los umbras, y con espectros alados, y también con gigantes, osgos y ogros, elementales, acólitos del gran mal y la bestia del shar, y con gárgolas oscuras, gnolls, bárbaros ¡y hasta con un dragón! Y ayudó al capitán Mánnock a desmantelar un campamento orco, y a Clarice le limpió la casa infestada por una plaga de ratas. Y encontró un tesoro, y rescató a un enano preso. Pero aún quedan muchos caminos por recorrer... muchos, muchísimos. Y quién sabe si volverán los vampiros, o si aparecerá de nuevo un nigromante en la cripta para sembrar el terror, o si...
Y poco a poco fue creciendo en su senda del caballero, centrándose más en su vida, descubriendo el honor y la justicia, y haciéndose de respetar desde el uso del bien y la razón, aunque no todos lo vean aún. Pero parece que ya sabe lo quie quiere, y eso es bueno.
La de cosas que aún están por pasar. Y esa historia llegará a cantarse algún día en las posadas y tabernas, porque una vida así es digna de la mejor canción.
Porque con semejante compañía ¿cómo no puede ser la vida de Khay una vida de leyenda?
Ahora bien, Arien está vivo en algún lugar, pero eso Khay aún no lo sabe...