Drazharm
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Drazharm
*Carisma base 14*
Alto y con bastante músculo, pero no le falta cerebro. Tal vez esto sea lo que más define a este apuesto aunque joven guerrero de metro ochenta y cinco, cuyos ojos verdes esmeralda miran con intensidad y casi pasión a lo que le rodea; ansioso de saber, ver y experimentar. En sus mismos ojos se puede ver un brillo bienintencionado.
Su pelo es rubio, bastante claro y le llega a más o menos la mitad de la espalda, haciendo contraste con su armadura vieja y destrozada a la par que en su cinto se puede apreciar una pesada espada bastarda sobre la cual suele llevar un escudo colgando
La constitución de este atractivo joven no se sale de lo normal, aunque tampoco es moco de pavo, por lo que los músculos no están del todo endurecidos ni notables por la falta de pellejo, pero sí se nota su presencia, siendo duros y formados, pero no marcados de semejante manera hasta llegar a ser un saco de tendones antiestéticos andante.
A su cuello, si se es observador, se puede apreciar el colgante de un reluciente dragón plateado pulido, tal vez el objeto de más valor que tenga en su poder en esos momentos... Y junto a eso, se pueden observar dos grilletes en sus muñecas, sin cerrojo ni forma de abrirlos aparentemente. Están hechos de adamantino puro y con unas extrañas runas mágicas, que para cualquier arcano, son identificadas como “detección y castigo” para los esclavos, muy populares entre los magos zhayinos.
Porta una pequeña barbita rubia, sin afeitar de un par de días; cosa que demuestra que no acostumbra a cuidar demasiado su imagen y aunque no suele darle forma ni se la cuida, resulta darle cierto atractivo. Sin embargo, cuando se la afeita, se pueden apreciar unas pequeñísimas cicatrices en su mentón y mejillas, resaltando dos en concreto, en la mandíbula. En su cuerpo seguramente sea donde más cicatrices guarda él. Aunque la mayoría no son más que pequeños cortes perfectamente curados y que casi no se notan sobresale una enormísima cicatriz que recorre todo su brazo izquierdo, la cual tiene forma de ser un profundo zarpazo cuya profundidad es tal, que le ha atravesado el brazo. Viendo esa cicatriz, cualquiera pensaría que es un milagro que siga conservando el brazo.
A pesar del pequeño matiz antiestético, esas mismas cicatrices acostumbran a darle un aire aguerrido y experimentado, así como medio salvaje aunque sin perder esa juventud y curiosidad que tanto lo caracterizan, así como esa enormísima pasión con la que mira casi todo.
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El nacido entre lobos
Es bien sabido que todos los grandes nacimientos acostumbran a estar marcados por un gran acontecimiento. Muchos dicen, que cuando ocurre uno de estos grandes acontecimientos, los propios dioses los han preparado para dar vida y forma a cada una de las vidas que se acaban de formar. Tempus prepararía una gran batalla, Selûne la noche con mayor luna de la historia, Mystra donaría sus poderes al pequeño o pequeña que acabasen de nacer…
Y en este caso, no es excepción. Era una noche cerrada y de nevada ya de madrugada. El enorme valle del Viento Helado estaba siendo azotado por una temible tormenta, y los guardianes del asentamiento Uthgard estaban más alerta que nunca por los temibles aullidos de los lobos que el viento arrastraba con él. Dicho poblado, no era más que una pequeña reunión de chozas de piedras colocadas una encima de otra con un pequeño techo de paja que apenas resistía a las inclemencias del tiempo, y entre todos estos castros, en el centro se hallaba la plaza central, el patíbulo, o como más era usado, el recinto de combates. La nieve había apagado la hoguera central del poblado, y casi todos dormían dentro de su intranquilidad.
Casi todos porque, dentro de una de estas humildes chozas, se estaba produciendo el bien llamado milagro de la vida. Las paredes estaban mal construidas y era casi un milagro que se sostuviese en pie con tantísimo viento y tanta nieve. Aunque las ráfagas de aire no pasaban entre la piedra, el frío sí lo hacía y calaba hasta los huesos a todos los presentes en aquella pequeña e improvisada sala de partos, en cuyo interior sólo se podían apreciar tres muebles; un camastro sobre el que se hallaba postrada la afortunada y futura madre. Apenas rozaría el metro setenta con suerte, y sus cabellos castaños como la caoba estaban pegados a su perlada frente a causa del sudor. Sus rasgos marqueños eran más que evidentes: Sus facciones eran suaves y las curvas del cuerpo lo justamente atléticas como para no perder el toque femenino, la nariz ni recta ni demasiado respingona y los ojos, verdes esmeralda. Compungida por el dolor, lanzaba gritos y maldiciones, así como amenazas a su marido de que, como le hiciese tener otro hijo, iba a cortarle ella misma la virilidad.
Sin embargo, a pesar de todo el dolor y la sangre que caía, estaba resultando un parto relativamente fácil, y las comadronas, dos uthgard ya ancianas y expertas en ese tipo de procesos; vestidas con las típicas túnicas de piel de huargo, trabajaban con absoluta calma. Sin embargo, habían dos presencias más en el parto. Dos guerreros uthgard, de la élite de los cazadores. El primero, enorme y de cabellos dorados cuyo semblante agrio no admitía felicidad alguna, vestido con unas pesadísimas pieles negras como la propia noche para guarecerse así del frío y una espada enorme encajada en una vaina a su espalda, observaba cruzado de brazos. Sus ojos pardos observaban la escena con desagrado, y sin lugar a dudas, ni un ápice de emoción.
El otro, mucho más bajo y de pelo moreno cuya longitud era tal que le llegaba a los hombros aunque sus ojos eran azules, también vestía las pieles negras, pero a diferencia del otro, portaba un arco largo, invención élfica cruzado en sus hombros, acompañado de un pesado carcaj con flechas hechas por él mismo colgando de su cintura para poder coger las flechas con más facilidad. Éste último observaba el proceso con una mezcla entre horror y alegría. Horror por lo que estaba viendo, la cavidad entre las piernas dilatarse, sangrar tanto, ver la cabeza de un niño asomar… Al pobre cazador le costaba aguantarse las arcadas, sin lugar a dudas. Sin embargo, también sus ojos azules ocultaban alegría por su hermano que en apenas unas horas, sería padre.
-Tobb, ¿no te alegras?-Preguntó el moreno, mirando la escena pálido como un muerto. Los semblantes de ambos, típicos de los uthgard; de trazos rectos y firmes, así como con la nariz recta y de tabique reducido. El enormísimo guerrero negó dos veces y el arquero bufó.-Anda ya… ¡Alégrate hermano! ¡Estás a punto de traer prole, un descendiente al mundo…!-Un berrido de la mujer lo interrumpió:
-¡¡Un jodido niño que me está desgarrando!! ¡¡Cuando termine esto, Tobb, Cyric va a parecer caperucita roja a mi lado, te lo juro!!-El cazador se rió ante tal amenaza, mientras la mujer seguía chillando y gritando.
Sin embargo, de repente todos los presentes en la cabaña pudieron escuchar cómo los guardianes del poblado tocaban con apuro los cuernos de batalla. Tanto Tobb como Lhaur se miraron y luego a la madre. Con una profunda mirada de disculpa y pena en los ojos de ambos, los dos hermanos cazadores salieron al exterior de la tienda con apuro. Los otros cazadores también se reunieron en el poblado, mientras algunos felicitaban a Tobb a pesar de que no les gustase el mestizaje entre uthgard y miembros de otras regiones, los vigías gritaron, alarmados:
-¡Lobos! ¡Lobos negros! ¡A las armas, uthgard!
-¿Cómo es posible que estén atacando un poblado entero?-Preguntó Lhaur mientras corría a una de las empalizadas y subía a una improvisada torre, cogiendo el arco mientras lo cargaba. Tobb por su parte, salió junto a los demás cogiendo su espada bastarda, arma de triple runa y fuerte acero enano, perfecta para combatir. Observaron las criaturas bajar por la ladera de la montaña, e inmediatamente supieron que no se trataban de simples lobos: Para empezar, se movían demasiado rápido. Sus aullidos eran más bien amenazas de muerte, las zarpas delanteras apenas tocaban el suelo para dar un impulso cada una y así aumentar la velocidad de la carga, y sus ojos eran rojos como la sangre recién derramada. Faltaban pocos metros para el choque de fuerzas, y los cazadores uthgard lanzaron la primera descarga de proyectiles, que impactó implacablemente sobre los primeros miembros de la línea enemiga.
Los pocos licántropos que cayeron ante la descarga, volvieron a levantarse con la fuerza renovada, de forma increíble y rápida. Aquella iba a ser una noche muy larga… Tobb ya golpeó al primero, rebanando su brazo izquierdo con un tajo ascendente, mientras Lhaur disparaba entre ceja y ceja a todos los que podía, conociendo su capacidad de destrucción.
-¡Que no pasen a la villa!-Gritó el jefe de los bárbaros, un hombre mucho más grande que cualquier otro, pelirrojo y con un enorme mazo entre las manos. A diferencia de los demás, vestía con unas vestiduras de malla ligeras acompañadas de algunas escamas de pequeño tamaño, y su yelmo estaba adornado con dos cuernos apuntando al frente, símbolo de su mandato. La fuerza del mazo se descargó sobre la cabeza de uno de los hombres lobo, aplastándolo contra el suelo y terminando con su vida, mientras las vísceras se esparcían y la sangre teñía la blanca nieve del suelo. Sin embargo a pesar de las órdenes del enorme líder, los licántropos superaban a los cazadores en tres a uno, por muy habilidosos que fuesen éstos.
Tobb seguía peleando, con dos licántropos a la vez, uno del tamaño de un oso terrible, mientras que el otro apenas sería más grande que él. Peleaba a la defensiva, haciendo que ambos hombres lobo perdiesen el equilibrio todo lo posible, para después asestarles un tajo en la espalda. Sin embargo, por muchas veces que golpease, las dos criaturas lobunas regeneraban sus heridas, una y otra vez sin parada ni descanso y por muchos golpes que recibían, sus ansias de sangre no descendían.
Sin embargo, las flechas de Lhaur sí que tenían un efecto sobre las viles criaturas: Las puntas estaban hechas de plata, y aquel metal era letal para los hombres lobo. Cada flecha que alcanzaba a un licántropo, era un licántropo que quedaba en el suelo, o bien muerto, o bien agonizando de dolor. El joven cazador tal vez era el que más bajas había causado en las tropas enemigas gastando el mínimo esfuerzo. Sin embargo, podría haber hecho más, de no ser porque estaba pendiente de su bien apreciado hermano Tobb. El enorme bárbaro seguía peleando, habiendo despachado ya a los dos de antes y ésta vez, se metió en medio de toda la formación bárbara, junto a su líder.
Los poderosos cazadores comenzaron una carga, gritando un airado “¡Por Tempus!” durante el trayecto entre sus filas y las de los licántropos. La carga resultó devastadora para ambos bandos, pues los licántropos ya habían perdido a más de tres cuartos de sus efectivos, mientras que los uthgard apenas habrían perdido unos diez u once hombres. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, los licántropos inexplicablemente lograron superar al grueso de los uthgard, y se adentraron en el poblado, bajo una plateada lluvia de flechas. Los guerreros los siguieron y continuaron la batalla en medio del poblado. En cuanto creyeron que no quedaban más enemigos por despachar, observaron las bajas. Apenas habrían caído los cuatro guerreros más jóvenes de poblado, y el resto, los más ancianos. Eran pérdidas que había que lamentar, pero no tan graves como creyeron.
Sin embargo, en cuanto bajaron sólo un poco la guardia, la silueta de un nuevo enemigo se formó detrás de Tobb. Lhaur gritó:
-¡Tobb! ¡Cuidado, detrás!-El hombre lobo era mucho más pequeño que los demás, y sus músculos mucho menos notorios, pero aún así, era un enemigo letal. Al guerrero no le dio ni tiempo de girarse, cuando una albina zarpa atravesó su esternón, haciendo que su sangre cayese al suelo. La zarpa fue sacada del cuerpo, con un aullido de hiena del hombre lobo y miró a los demás, hambriento de carne humana. Lhaur no se lo pudo creer; acabó de ver cómo su hermano era asesinado… ¡Y no pudo hacer nada!
Una extraña furia comenzó a emerger desde el estómago del cazador bárbaro, su respiración se agitó e inmediatamente, un intimidatorio grito se materializó en su boca, mientras recogía la espada bastarda de su hermano. Pesaba muchísimo, pero le daba igual. La rabia había sacado de sus entrañas toda la fuerza con la que iba a asesinar a aquel malnacido asesino y justo antes de lanzarse al ataque, el albino hombre lobo aulló, escabulléndose entre los cazadores, hacia la tienda en donde estaba naciendo su sobrino.
-¡Eso sí que no!-Rugió el cazador, saliendo detrás de él con una rapidez casi inhumana. El líder uthgard gritó:
-¡No, Lhaur, no! ¡Es peligroso!
-¡Ha matado a mi hermano! ¡No permitiré que haga lo mismo con mi sobrino!-Rugió, mientras entraba en la estancia, en donde se escucharon los gritos de las mujeres al ver a la criatura aparecer.
Dos, tres y cuatro zancadas dio el intrépido cazador, hasta que llegó a la tienda, en donde las dos ancianas comadronas estaban en un rincón, con las sartenes cogidas por si esa criatura iba a atacarlas. Pero ella tenía la mirada posada en las presas fáciles. Sin pensárselo dos veces, el cazador atravesó el pecho del licántropo ensartando su vil corazón con semejante fuerza, que manchó a la madre y al niño. La criatura perdió las fuerzas y finalmente, cayó al suelo empapando éste de sangre.
Y así llamaron al joven que nació aquel día: El nacido entre lobos; Drazharm.
Alto y con bastante músculo, pero no le falta cerebro. Tal vez esto sea lo que más define a este apuesto aunque joven guerrero de metro ochenta y cinco, cuyos ojos verdes esmeralda miran con intensidad y casi pasión a lo que le rodea; ansioso de saber, ver y experimentar. En sus mismos ojos se puede ver un brillo bienintencionado.
Su pelo es rubio, bastante claro y le llega a más o menos la mitad de la espalda, haciendo contraste con su armadura vieja y destrozada a la par que en su cinto se puede apreciar una pesada espada bastarda sobre la cual suele llevar un escudo colgando
La constitución de este atractivo joven no se sale de lo normal, aunque tampoco es moco de pavo, por lo que los músculos no están del todo endurecidos ni notables por la falta de pellejo, pero sí se nota su presencia, siendo duros y formados, pero no marcados de semejante manera hasta llegar a ser un saco de tendones antiestéticos andante.
A su cuello, si se es observador, se puede apreciar el colgante de un reluciente dragón plateado pulido, tal vez el objeto de más valor que tenga en su poder en esos momentos... Y junto a eso, se pueden observar dos grilletes en sus muñecas, sin cerrojo ni forma de abrirlos aparentemente. Están hechos de adamantino puro y con unas extrañas runas mágicas, que para cualquier arcano, son identificadas como “detección y castigo” para los esclavos, muy populares entre los magos zhayinos.
Porta una pequeña barbita rubia, sin afeitar de un par de días; cosa que demuestra que no acostumbra a cuidar demasiado su imagen y aunque no suele darle forma ni se la cuida, resulta darle cierto atractivo. Sin embargo, cuando se la afeita, se pueden apreciar unas pequeñísimas cicatrices en su mentón y mejillas, resaltando dos en concreto, en la mandíbula. En su cuerpo seguramente sea donde más cicatrices guarda él. Aunque la mayoría no son más que pequeños cortes perfectamente curados y que casi no se notan sobresale una enormísima cicatriz que recorre todo su brazo izquierdo, la cual tiene forma de ser un profundo zarpazo cuya profundidad es tal, que le ha atravesado el brazo. Viendo esa cicatriz, cualquiera pensaría que es un milagro que siga conservando el brazo.
A pesar del pequeño matiz antiestético, esas mismas cicatrices acostumbran a darle un aire aguerrido y experimentado, así como medio salvaje aunque sin perder esa juventud y curiosidad que tanto lo caracterizan, así como esa enormísima pasión con la que mira casi todo.
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El nacido entre lobos
Es bien sabido que todos los grandes nacimientos acostumbran a estar marcados por un gran acontecimiento. Muchos dicen, que cuando ocurre uno de estos grandes acontecimientos, los propios dioses los han preparado para dar vida y forma a cada una de las vidas que se acaban de formar. Tempus prepararía una gran batalla, Selûne la noche con mayor luna de la historia, Mystra donaría sus poderes al pequeño o pequeña que acabasen de nacer…
Y en este caso, no es excepción. Era una noche cerrada y de nevada ya de madrugada. El enorme valle del Viento Helado estaba siendo azotado por una temible tormenta, y los guardianes del asentamiento Uthgard estaban más alerta que nunca por los temibles aullidos de los lobos que el viento arrastraba con él. Dicho poblado, no era más que una pequeña reunión de chozas de piedras colocadas una encima de otra con un pequeño techo de paja que apenas resistía a las inclemencias del tiempo, y entre todos estos castros, en el centro se hallaba la plaza central, el patíbulo, o como más era usado, el recinto de combates. La nieve había apagado la hoguera central del poblado, y casi todos dormían dentro de su intranquilidad.
Casi todos porque, dentro de una de estas humildes chozas, se estaba produciendo el bien llamado milagro de la vida. Las paredes estaban mal construidas y era casi un milagro que se sostuviese en pie con tantísimo viento y tanta nieve. Aunque las ráfagas de aire no pasaban entre la piedra, el frío sí lo hacía y calaba hasta los huesos a todos los presentes en aquella pequeña e improvisada sala de partos, en cuyo interior sólo se podían apreciar tres muebles; un camastro sobre el que se hallaba postrada la afortunada y futura madre. Apenas rozaría el metro setenta con suerte, y sus cabellos castaños como la caoba estaban pegados a su perlada frente a causa del sudor. Sus rasgos marqueños eran más que evidentes: Sus facciones eran suaves y las curvas del cuerpo lo justamente atléticas como para no perder el toque femenino, la nariz ni recta ni demasiado respingona y los ojos, verdes esmeralda. Compungida por el dolor, lanzaba gritos y maldiciones, así como amenazas a su marido de que, como le hiciese tener otro hijo, iba a cortarle ella misma la virilidad.
Sin embargo, a pesar de todo el dolor y la sangre que caía, estaba resultando un parto relativamente fácil, y las comadronas, dos uthgard ya ancianas y expertas en ese tipo de procesos; vestidas con las típicas túnicas de piel de huargo, trabajaban con absoluta calma. Sin embargo, habían dos presencias más en el parto. Dos guerreros uthgard, de la élite de los cazadores. El primero, enorme y de cabellos dorados cuyo semblante agrio no admitía felicidad alguna, vestido con unas pesadísimas pieles negras como la propia noche para guarecerse así del frío y una espada enorme encajada en una vaina a su espalda, observaba cruzado de brazos. Sus ojos pardos observaban la escena con desagrado, y sin lugar a dudas, ni un ápice de emoción.
El otro, mucho más bajo y de pelo moreno cuya longitud era tal que le llegaba a los hombros aunque sus ojos eran azules, también vestía las pieles negras, pero a diferencia del otro, portaba un arco largo, invención élfica cruzado en sus hombros, acompañado de un pesado carcaj con flechas hechas por él mismo colgando de su cintura para poder coger las flechas con más facilidad. Éste último observaba el proceso con una mezcla entre horror y alegría. Horror por lo que estaba viendo, la cavidad entre las piernas dilatarse, sangrar tanto, ver la cabeza de un niño asomar… Al pobre cazador le costaba aguantarse las arcadas, sin lugar a dudas. Sin embargo, también sus ojos azules ocultaban alegría por su hermano que en apenas unas horas, sería padre.
-Tobb, ¿no te alegras?-Preguntó el moreno, mirando la escena pálido como un muerto. Los semblantes de ambos, típicos de los uthgard; de trazos rectos y firmes, así como con la nariz recta y de tabique reducido. El enormísimo guerrero negó dos veces y el arquero bufó.-Anda ya… ¡Alégrate hermano! ¡Estás a punto de traer prole, un descendiente al mundo…!-Un berrido de la mujer lo interrumpió:
-¡¡Un jodido niño que me está desgarrando!! ¡¡Cuando termine esto, Tobb, Cyric va a parecer caperucita roja a mi lado, te lo juro!!-El cazador se rió ante tal amenaza, mientras la mujer seguía chillando y gritando.
Sin embargo, de repente todos los presentes en la cabaña pudieron escuchar cómo los guardianes del poblado tocaban con apuro los cuernos de batalla. Tanto Tobb como Lhaur se miraron y luego a la madre. Con una profunda mirada de disculpa y pena en los ojos de ambos, los dos hermanos cazadores salieron al exterior de la tienda con apuro. Los otros cazadores también se reunieron en el poblado, mientras algunos felicitaban a Tobb a pesar de que no les gustase el mestizaje entre uthgard y miembros de otras regiones, los vigías gritaron, alarmados:
-¡Lobos! ¡Lobos negros! ¡A las armas, uthgard!
-¿Cómo es posible que estén atacando un poblado entero?-Preguntó Lhaur mientras corría a una de las empalizadas y subía a una improvisada torre, cogiendo el arco mientras lo cargaba. Tobb por su parte, salió junto a los demás cogiendo su espada bastarda, arma de triple runa y fuerte acero enano, perfecta para combatir. Observaron las criaturas bajar por la ladera de la montaña, e inmediatamente supieron que no se trataban de simples lobos: Para empezar, se movían demasiado rápido. Sus aullidos eran más bien amenazas de muerte, las zarpas delanteras apenas tocaban el suelo para dar un impulso cada una y así aumentar la velocidad de la carga, y sus ojos eran rojos como la sangre recién derramada. Faltaban pocos metros para el choque de fuerzas, y los cazadores uthgard lanzaron la primera descarga de proyectiles, que impactó implacablemente sobre los primeros miembros de la línea enemiga.
Los pocos licántropos que cayeron ante la descarga, volvieron a levantarse con la fuerza renovada, de forma increíble y rápida. Aquella iba a ser una noche muy larga… Tobb ya golpeó al primero, rebanando su brazo izquierdo con un tajo ascendente, mientras Lhaur disparaba entre ceja y ceja a todos los que podía, conociendo su capacidad de destrucción.
-¡Que no pasen a la villa!-Gritó el jefe de los bárbaros, un hombre mucho más grande que cualquier otro, pelirrojo y con un enorme mazo entre las manos. A diferencia de los demás, vestía con unas vestiduras de malla ligeras acompañadas de algunas escamas de pequeño tamaño, y su yelmo estaba adornado con dos cuernos apuntando al frente, símbolo de su mandato. La fuerza del mazo se descargó sobre la cabeza de uno de los hombres lobo, aplastándolo contra el suelo y terminando con su vida, mientras las vísceras se esparcían y la sangre teñía la blanca nieve del suelo. Sin embargo a pesar de las órdenes del enorme líder, los licántropos superaban a los cazadores en tres a uno, por muy habilidosos que fuesen éstos.
Tobb seguía peleando, con dos licántropos a la vez, uno del tamaño de un oso terrible, mientras que el otro apenas sería más grande que él. Peleaba a la defensiva, haciendo que ambos hombres lobo perdiesen el equilibrio todo lo posible, para después asestarles un tajo en la espalda. Sin embargo, por muchas veces que golpease, las dos criaturas lobunas regeneraban sus heridas, una y otra vez sin parada ni descanso y por muchos golpes que recibían, sus ansias de sangre no descendían.
Sin embargo, las flechas de Lhaur sí que tenían un efecto sobre las viles criaturas: Las puntas estaban hechas de plata, y aquel metal era letal para los hombres lobo. Cada flecha que alcanzaba a un licántropo, era un licántropo que quedaba en el suelo, o bien muerto, o bien agonizando de dolor. El joven cazador tal vez era el que más bajas había causado en las tropas enemigas gastando el mínimo esfuerzo. Sin embargo, podría haber hecho más, de no ser porque estaba pendiente de su bien apreciado hermano Tobb. El enorme bárbaro seguía peleando, habiendo despachado ya a los dos de antes y ésta vez, se metió en medio de toda la formación bárbara, junto a su líder.
Los poderosos cazadores comenzaron una carga, gritando un airado “¡Por Tempus!” durante el trayecto entre sus filas y las de los licántropos. La carga resultó devastadora para ambos bandos, pues los licántropos ya habían perdido a más de tres cuartos de sus efectivos, mientras que los uthgard apenas habrían perdido unos diez u once hombres. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, los licántropos inexplicablemente lograron superar al grueso de los uthgard, y se adentraron en el poblado, bajo una plateada lluvia de flechas. Los guerreros los siguieron y continuaron la batalla en medio del poblado. En cuanto creyeron que no quedaban más enemigos por despachar, observaron las bajas. Apenas habrían caído los cuatro guerreros más jóvenes de poblado, y el resto, los más ancianos. Eran pérdidas que había que lamentar, pero no tan graves como creyeron.
Sin embargo, en cuanto bajaron sólo un poco la guardia, la silueta de un nuevo enemigo se formó detrás de Tobb. Lhaur gritó:
-¡Tobb! ¡Cuidado, detrás!-El hombre lobo era mucho más pequeño que los demás, y sus músculos mucho menos notorios, pero aún así, era un enemigo letal. Al guerrero no le dio ni tiempo de girarse, cuando una albina zarpa atravesó su esternón, haciendo que su sangre cayese al suelo. La zarpa fue sacada del cuerpo, con un aullido de hiena del hombre lobo y miró a los demás, hambriento de carne humana. Lhaur no se lo pudo creer; acabó de ver cómo su hermano era asesinado… ¡Y no pudo hacer nada!
Una extraña furia comenzó a emerger desde el estómago del cazador bárbaro, su respiración se agitó e inmediatamente, un intimidatorio grito se materializó en su boca, mientras recogía la espada bastarda de su hermano. Pesaba muchísimo, pero le daba igual. La rabia había sacado de sus entrañas toda la fuerza con la que iba a asesinar a aquel malnacido asesino y justo antes de lanzarse al ataque, el albino hombre lobo aulló, escabulléndose entre los cazadores, hacia la tienda en donde estaba naciendo su sobrino.
-¡Eso sí que no!-Rugió el cazador, saliendo detrás de él con una rapidez casi inhumana. El líder uthgard gritó:
-¡No, Lhaur, no! ¡Es peligroso!
-¡Ha matado a mi hermano! ¡No permitiré que haga lo mismo con mi sobrino!-Rugió, mientras entraba en la estancia, en donde se escucharon los gritos de las mujeres al ver a la criatura aparecer.
Dos, tres y cuatro zancadas dio el intrépido cazador, hasta que llegó a la tienda, en donde las dos ancianas comadronas estaban en un rincón, con las sartenes cogidas por si esa criatura iba a atacarlas. Pero ella tenía la mirada posada en las presas fáciles. Sin pensárselo dos veces, el cazador atravesó el pecho del licántropo ensartando su vil corazón con semejante fuerza, que manchó a la madre y al niño. La criatura perdió las fuerzas y finalmente, cayó al suelo empapando éste de sangre.
Y así llamaron al joven que nació aquel día: El nacido entre lobos; Drazharm.
Re: Drazharm
//Así ha salido de frenético el varón -.- . . . (Sólo te falta relatarme en las decapitaciones de las batallas las salpicaduras de sangre o cómo acaba incrustándose el filo del arma y girando para desgarrar... vale, ya me callo xD)
Ale, sigue sigue, que soy cotilla.
(Ta' muy bien, sobrinito)
Ale, sigue sigue, que soy cotilla.

Re: Drazharm
Y todo por un botín...
-¡Qué pasa, Drazharm! ¿Te pesan los bártulos?-Preguntó con mofa un infante de cabello corto y pelirrojo, cubierto como era tradicional en los uthgard, por un montón de pieles mal curtidas de huargo. En medio de la espesura del yermo helado, un pequeño grupo de niños salió a realizar su “primera hazaña como uthgard”, como habían hecho sus padres y sus abuelos, sus bisabuelos o sus tatarabuelos. Ninguno cargaba con nada, ninguno llevaba… Menos Drazharm. Los niños le habían cargado a él la peor y más aburrida de todas las tareas: Llevar las espadas cortas, los arcos, las flechas, las cazuelas, las pieles, las tiendas de campaña… Todo.
-Me… ¡Me pesa mucho!-Protestó, mientras los niños se reían de él. No comprendía por qué lo trataban así; por qué a pesar de ser mucho más alto y más fuerte que ellos lo trataban así de mal, si se suponía que un uthgard debía ser como él; fuerte y diestro. Desde que había empezado a crecer, los demás niños conocían su ascendencia y lo despreciaban; su sangre mestiza era la causante de ello y aunque a él no le causaba un gran dolor, seguía molestándole. El pequeño refunfuñó, mientras arrastraba los pies por la fría nieve a causa de tantísimo peso, hasta que resbaló por la ladera por la que estaban todos bajando y los adelantó, cayéndose él y todos los trastos que llevaba encima. De nuevo, más carcajadas.
-¡Miradle, es tan sucio que ni para llevar bártulos sirve siquiera!-De nuevo, el chico pelirrojo lo señaló como objeto de mofa. Era el hijo del jefe de la tribu por aquella, y el más consentido, creído y arrogante de todos. El resto de chicos, era su manada de perros de caza, donde él pisaba, ellos comían ansiosos por obtener un premio mucho mayor. Drazharm no era menos unos años atrás: Intentó hacerse su amigo, pero sin saber por qué, lo echó de su lado, casi a base de patadas y puñetazos. Si no fuese porque su tío le había obligado a ir con aquellos muchachos, él no habría salido siquiera de la villa y por tanto, no habría sido objeto de tanta burla. El muchacho se llamaba Urakoth, o como lo llamaba su padre “Puro entre puros”, aunque no fuese de corazón ni de alma. El joven rubio se frotó la rabadilla por el golpe propinado al resbalar mientras refunfuñaba y maldecía a todos los dioses que conocía –que por ese momento no eran demasiados- mientras cogía las cosas del suelo esparcidas por la nieve mientras los otros seguían con su rumbo por la espesura, mofándose de él.
Volvió a cargar con todos los bártulos ejerciendo la fuerza sobre las piernas como había visto hacer a los cazadores de su tribu al levantar las presas que solían llevar cada semana para alimentarse. El muchacho echó a caminar como podía apurando el paso para alcanzar a la pequeña expedición de chiquillos procurando no resbalar como antes mientras se calaba los huesos por culpa del frío invernal y los músculos se le entumecían. Tanto peso y tanto dolor le hicieron parecer que el día se le hacía eterno, hasta que al final; el sol se puso por las montañas orientales del Valle.
Acamparon en una pequeña explanada, entre unos pocos árboles pelados; unos robles que apenas habrían alcanzado la etapa madura de su crecimiento, o tal vez ni eso incluso. Y como no, le tocó a Drazharm montar el campamento. Aunque algo pusilánime, el chico tenía carácter y se oponía; pero en cuanto escuchaba a los demás… No era capaz de resistirse a tanta presión, se angustiaba y un nudo anidaba en su pecho, impidiéndole emitir ninguna otra queja. De bueno, pecaba de estúpido.
El muchacho terminó de erigir las tiendas de campaña y la hoguera, mientras sus compañeros volvían con sus presas; unos conejillos de las nieves. No eran peligrosos, pero sí grandes y difíciles de cazar puesto que su pelaje blanco níveo les hacía muy difíciles de ver en semejante paraje. Sus orejas eran enormes, mucho más grandes que las de los conejos normales que se suponía que había al sur, y sus patas, más musculadas por el hecho de tener que impulsarse en la nieve. Los echaron todos a la olla y Drazharm se fue a descansar, sentándose en un tocón de alguno de los robles jóvenes entre los que se habían asentado. En cuanto terminaron de cocinar, comieron todos unos insulsos caldos hechos con los conejos, así como la carne hervida en la olla. Desde luego, los uthgard no destacaban por sus mañas en la cocina, no.
La noche terminó siendo completamente cerrada, y el sueño empezaba a atenazar al pequeño grupo de “cazadores”. Todos se dispusieron a irse a dormir, hasta que Drazharm advirtió:
-No estamos en casa… Mi tío dice que cuando se duerme fuera alguien tiene que hacer guardia-Urakoth esbozó una sonrisita pícara y luego dijo:
-Adivinas quién va a hacerla, ¿verdad?-Se rió, mirándole mientras cogía una de las espadas cortas forjadas con hierro simple y se la tendió. Drazharm frunció el ceño, enfurruñado y negó, replicando:
-¡Pero… Estoy cansado!-Urakoth también frunció el ceño.-¡Que la haga alguien, somos cinco!
-Pero tú eres el mestizo.-Replicó el pelirrojo, cruzándose de brazos
-¡Mestizo!-Exclamó Drazharm, enfadado. Por primera vez en su vida, tuvo un ataque de rabia tan fuerte, que le obligó a darle un puñetazo a su semejante. El golpe acertó en toda la nariz y tumbó al corpulento muchacho escuchándose un sonoro “CRAC”, indicando que la nariz resultó rota por la potencia del golpe. Dos de los compinches del cabecilla lo sujetaron antes de que cayese al suelo mientras éste gemía de dolor y se llevaba la mano a la ensangrentada y rota nariz.
-¡Mi nariz!-Gritó levantándose y miró con sus ojos azules al rubio con una mirada cargada de ira y odio.-¡Ahora me las vas a pagar, mestizo!-Chilló cogiendo la espada corta. Se lanzó contra Drazharm con la espada en alto, deseando acabar con él y el chico no supo qué hacer. El muchacho se agachó, en un intento por distraer la atención del atacante y a la vez protegerse del impacto, aunque fuese en vano. El pelirrojo tropezó con el cuerpo del chico, pillado por sorpresa por haberse agachado y cayó de morros contra la nieve.-¡Hijo de puta!-Gritó enrabietado mientras se levantaba y volvía a atacar al rubio. Drazharm se enzarzó en un forcejeo con él, mientras los compinches del pelirrojo no hacían sino gritar “¡Pelea, pelea, pelea!” ansiando ver cómo esos dos enemigos acérrimos se partían la cara mutuamente. Ambos cayeron por la ladera abandonando el campamento entre insultos y maldiciones de toda índole, hasta que finalmente acabaron dentro de unos arbustos casi deshojados, a puñetazo limpio. Urakoth había dejado el ojo negro a Drazharm, y éste le había propinado varios puñetazos en las mejillas, enfurecido. Sin embargo, pararon la pelea en cuanto escucharon unas palabras en un extraño idioma, al otro lado de los arbustos. Las voces eran chillonas e irritantes y hablaban muy, muy rápido. Ambos muchachos sacaron las cabezas de entre los arbustos y observaron la escena, atónitos: Un grupo de cuatro trasgos pálidos estaban discutiendo, dando saltos en el sitio. Iban vestidos con harapos apenas, y eran horriblemente feos –como todo trasgo que se precie, claro-, de rostros completamente arrugados y compungidos en muecas de bobaliconería que a cualquier humano le resultaría terriblemente graciosa, de no ser porque las dagas de sus taparrabos estaban bien afiladas. Ambos contrincantes se miraron, y luego a los trasgos.
-¡Zí, zí! ¡Midad, Thadurath’orcar encontrar objeto mágico increíble!-Gritaba uno de los trasgos mientras daba saltos con una especie de bolsa entre las manos, muy pequeña. Observando el escenario; Drazharm se dio cuenta de que al fondo había el cadáver de una joven muchacha morena, delgada y bastante mal armada; una trovadora errante tal vez. Mala suerte para la chiquilla.
-¿Qué encontrar?-Preguntó otro de los trasgos, mientras cogía las monedas de oro del cadáver y luego daba saltitos.-¡Yo encontrar objetoz bdillantez para arrojar! ¡Zí, zí, zí! ¡Y Khoras no dar nada a zuz trazgoz, no, no, no!-El tercer trasgo hurgó entre los bártulos de la trovadora y se encontró con su laúd. Tocó una de las cuerdas y soltó un chillido de emoción en cuanto la afinada nota salió del instrumento, gritando como un loco:
-¡Zíiii! ¡Yo zed ed maz podedozo! ¡Como el pedo de odco! ¡Yo, gran Yukoth, encontad gan maza que haced duidoz bonitod!
-¿Gan maza?-Preguntó uno de los otros trasgos.-¡Puez tu dad a Thadurath’orcar!-Exclamó. El llamado Yukoth gritó un irritante “¡No!” y estampó el laúd en la cabeza del trasgo, dejándolo tirado en el suelo. La madera se abolló y un sonoro y afinado sonido salió del laúd.-¡Yukoth sed máz podedozo!-Gritó triunfal mientras el otro trasgo seguía groggy en el suelo mientras farfullaba “Eztrellitaz, eztrellitaz del máz allá…”
Ambos muchachos heridos se miraron y luego a los trasgos, haciendo un silencioso acuerdo. Cogieron sus espadas cortas y gritaron, saliendo de entre los arbustos haciendo todo el alboroto que podían hacer. Los trasgos chillaron de miedo al verlos emerger armados de entre los arbustos, pero en cuanto vieron que eran solo infantes, se envalentonaron. El que robó el oro de la trovadora cogió su daga y el otro alzó el laúd en alto, dispuesto a hacerles lo mismo que le hizo con su compañero.
-¡Vozotroz no quitad objetos magicoz!-Gritaron, mientras cargaban contra los jóvenes uthgard. Ambos chiquillos se lanzaron también con un grito imitando a sus progenitores.
-¡Por Tempus!-Fue el grito que lanzaron, antes de chocarse entre ellos. Patadas, puñetazos… De todo menos usar las espadas, vaya. Drazharm se encaró al del laúd mientras éste intentaba golpearle en la cabeza con la “poderosa maza sónica” que portaba en vano, mientras el chico la apartaba con la mano o la esquivaba. Le propinó un puñetazo en el estómago, mientras el trasgo refunfuñaba y trataba de golpearle de nuevo en vano. De nuevo, un barrido de pies acabó haciendo que el trasgo terminase en el suelo, y finalmente, el joven rubio lo remató clavando su espada corta en el pecho de la criatura, mientras la sangre emergía casi a borbotones del pecho de ésta y el trasgo se convulsionaba hasta su muerte.
Urakoth por su parte, se dedicó mucho más a distraer al otro trasgo, como si eso le divirtiese. Los movimientos de éste eran torpes, y apenas daban dos pasos sin tropezarse pero aún así, podrían ponerles en un aprieto. El trasgo saltó encima del pelirrojo intentando degollarle, pero éste le encajó un puñetazo en el pecho haciéndolo caer en el suelo. La espada corta hizo el resto, rebanando su inmundo cuello de goblin.
Ambos chiquillos gritaron por su victoria con el cuerpo mancillado de sangre, mientras los demás bajaban la ladera a buscarles y los dos jóvenes combatientes recién bautizados en fuego y sangre, se hacían con su botín; Ochocientas monedas de oro, un laúd abollado y una bolsa de contención raída.
-¡Qué pasa, Drazharm! ¿Te pesan los bártulos?-Preguntó con mofa un infante de cabello corto y pelirrojo, cubierto como era tradicional en los uthgard, por un montón de pieles mal curtidas de huargo. En medio de la espesura del yermo helado, un pequeño grupo de niños salió a realizar su “primera hazaña como uthgard”, como habían hecho sus padres y sus abuelos, sus bisabuelos o sus tatarabuelos. Ninguno cargaba con nada, ninguno llevaba… Menos Drazharm. Los niños le habían cargado a él la peor y más aburrida de todas las tareas: Llevar las espadas cortas, los arcos, las flechas, las cazuelas, las pieles, las tiendas de campaña… Todo.
-Me… ¡Me pesa mucho!-Protestó, mientras los niños se reían de él. No comprendía por qué lo trataban así; por qué a pesar de ser mucho más alto y más fuerte que ellos lo trataban así de mal, si se suponía que un uthgard debía ser como él; fuerte y diestro. Desde que había empezado a crecer, los demás niños conocían su ascendencia y lo despreciaban; su sangre mestiza era la causante de ello y aunque a él no le causaba un gran dolor, seguía molestándole. El pequeño refunfuñó, mientras arrastraba los pies por la fría nieve a causa de tantísimo peso, hasta que resbaló por la ladera por la que estaban todos bajando y los adelantó, cayéndose él y todos los trastos que llevaba encima. De nuevo, más carcajadas.
-¡Miradle, es tan sucio que ni para llevar bártulos sirve siquiera!-De nuevo, el chico pelirrojo lo señaló como objeto de mofa. Era el hijo del jefe de la tribu por aquella, y el más consentido, creído y arrogante de todos. El resto de chicos, era su manada de perros de caza, donde él pisaba, ellos comían ansiosos por obtener un premio mucho mayor. Drazharm no era menos unos años atrás: Intentó hacerse su amigo, pero sin saber por qué, lo echó de su lado, casi a base de patadas y puñetazos. Si no fuese porque su tío le había obligado a ir con aquellos muchachos, él no habría salido siquiera de la villa y por tanto, no habría sido objeto de tanta burla. El muchacho se llamaba Urakoth, o como lo llamaba su padre “Puro entre puros”, aunque no fuese de corazón ni de alma. El joven rubio se frotó la rabadilla por el golpe propinado al resbalar mientras refunfuñaba y maldecía a todos los dioses que conocía –que por ese momento no eran demasiados- mientras cogía las cosas del suelo esparcidas por la nieve mientras los otros seguían con su rumbo por la espesura, mofándose de él.
Volvió a cargar con todos los bártulos ejerciendo la fuerza sobre las piernas como había visto hacer a los cazadores de su tribu al levantar las presas que solían llevar cada semana para alimentarse. El muchacho echó a caminar como podía apurando el paso para alcanzar a la pequeña expedición de chiquillos procurando no resbalar como antes mientras se calaba los huesos por culpa del frío invernal y los músculos se le entumecían. Tanto peso y tanto dolor le hicieron parecer que el día se le hacía eterno, hasta que al final; el sol se puso por las montañas orientales del Valle.
Acamparon en una pequeña explanada, entre unos pocos árboles pelados; unos robles que apenas habrían alcanzado la etapa madura de su crecimiento, o tal vez ni eso incluso. Y como no, le tocó a Drazharm montar el campamento. Aunque algo pusilánime, el chico tenía carácter y se oponía; pero en cuanto escuchaba a los demás… No era capaz de resistirse a tanta presión, se angustiaba y un nudo anidaba en su pecho, impidiéndole emitir ninguna otra queja. De bueno, pecaba de estúpido.
El muchacho terminó de erigir las tiendas de campaña y la hoguera, mientras sus compañeros volvían con sus presas; unos conejillos de las nieves. No eran peligrosos, pero sí grandes y difíciles de cazar puesto que su pelaje blanco níveo les hacía muy difíciles de ver en semejante paraje. Sus orejas eran enormes, mucho más grandes que las de los conejos normales que se suponía que había al sur, y sus patas, más musculadas por el hecho de tener que impulsarse en la nieve. Los echaron todos a la olla y Drazharm se fue a descansar, sentándose en un tocón de alguno de los robles jóvenes entre los que se habían asentado. En cuanto terminaron de cocinar, comieron todos unos insulsos caldos hechos con los conejos, así como la carne hervida en la olla. Desde luego, los uthgard no destacaban por sus mañas en la cocina, no.
La noche terminó siendo completamente cerrada, y el sueño empezaba a atenazar al pequeño grupo de “cazadores”. Todos se dispusieron a irse a dormir, hasta que Drazharm advirtió:
-No estamos en casa… Mi tío dice que cuando se duerme fuera alguien tiene que hacer guardia-Urakoth esbozó una sonrisita pícara y luego dijo:
-Adivinas quién va a hacerla, ¿verdad?-Se rió, mirándole mientras cogía una de las espadas cortas forjadas con hierro simple y se la tendió. Drazharm frunció el ceño, enfurruñado y negó, replicando:
-¡Pero… Estoy cansado!-Urakoth también frunció el ceño.-¡Que la haga alguien, somos cinco!
-Pero tú eres el mestizo.-Replicó el pelirrojo, cruzándose de brazos
-¡Mestizo!-Exclamó Drazharm, enfadado. Por primera vez en su vida, tuvo un ataque de rabia tan fuerte, que le obligó a darle un puñetazo a su semejante. El golpe acertó en toda la nariz y tumbó al corpulento muchacho escuchándose un sonoro “CRAC”, indicando que la nariz resultó rota por la potencia del golpe. Dos de los compinches del cabecilla lo sujetaron antes de que cayese al suelo mientras éste gemía de dolor y se llevaba la mano a la ensangrentada y rota nariz.
-¡Mi nariz!-Gritó levantándose y miró con sus ojos azules al rubio con una mirada cargada de ira y odio.-¡Ahora me las vas a pagar, mestizo!-Chilló cogiendo la espada corta. Se lanzó contra Drazharm con la espada en alto, deseando acabar con él y el chico no supo qué hacer. El muchacho se agachó, en un intento por distraer la atención del atacante y a la vez protegerse del impacto, aunque fuese en vano. El pelirrojo tropezó con el cuerpo del chico, pillado por sorpresa por haberse agachado y cayó de morros contra la nieve.-¡Hijo de puta!-Gritó enrabietado mientras se levantaba y volvía a atacar al rubio. Drazharm se enzarzó en un forcejeo con él, mientras los compinches del pelirrojo no hacían sino gritar “¡Pelea, pelea, pelea!” ansiando ver cómo esos dos enemigos acérrimos se partían la cara mutuamente. Ambos cayeron por la ladera abandonando el campamento entre insultos y maldiciones de toda índole, hasta que finalmente acabaron dentro de unos arbustos casi deshojados, a puñetazo limpio. Urakoth había dejado el ojo negro a Drazharm, y éste le había propinado varios puñetazos en las mejillas, enfurecido. Sin embargo, pararon la pelea en cuanto escucharon unas palabras en un extraño idioma, al otro lado de los arbustos. Las voces eran chillonas e irritantes y hablaban muy, muy rápido. Ambos muchachos sacaron las cabezas de entre los arbustos y observaron la escena, atónitos: Un grupo de cuatro trasgos pálidos estaban discutiendo, dando saltos en el sitio. Iban vestidos con harapos apenas, y eran horriblemente feos –como todo trasgo que se precie, claro-, de rostros completamente arrugados y compungidos en muecas de bobaliconería que a cualquier humano le resultaría terriblemente graciosa, de no ser porque las dagas de sus taparrabos estaban bien afiladas. Ambos contrincantes se miraron, y luego a los trasgos.
-¡Zí, zí! ¡Midad, Thadurath’orcar encontrar objeto mágico increíble!-Gritaba uno de los trasgos mientras daba saltos con una especie de bolsa entre las manos, muy pequeña. Observando el escenario; Drazharm se dio cuenta de que al fondo había el cadáver de una joven muchacha morena, delgada y bastante mal armada; una trovadora errante tal vez. Mala suerte para la chiquilla.
-¿Qué encontrar?-Preguntó otro de los trasgos, mientras cogía las monedas de oro del cadáver y luego daba saltitos.-¡Yo encontrar objetoz bdillantez para arrojar! ¡Zí, zí, zí! ¡Y Khoras no dar nada a zuz trazgoz, no, no, no!-El tercer trasgo hurgó entre los bártulos de la trovadora y se encontró con su laúd. Tocó una de las cuerdas y soltó un chillido de emoción en cuanto la afinada nota salió del instrumento, gritando como un loco:
-¡Zíiii! ¡Yo zed ed maz podedozo! ¡Como el pedo de odco! ¡Yo, gran Yukoth, encontad gan maza que haced duidoz bonitod!
-¿Gan maza?-Preguntó uno de los otros trasgos.-¡Puez tu dad a Thadurath’orcar!-Exclamó. El llamado Yukoth gritó un irritante “¡No!” y estampó el laúd en la cabeza del trasgo, dejándolo tirado en el suelo. La madera se abolló y un sonoro y afinado sonido salió del laúd.-¡Yukoth sed máz podedozo!-Gritó triunfal mientras el otro trasgo seguía groggy en el suelo mientras farfullaba “Eztrellitaz, eztrellitaz del máz allá…”
Ambos muchachos heridos se miraron y luego a los trasgos, haciendo un silencioso acuerdo. Cogieron sus espadas cortas y gritaron, saliendo de entre los arbustos haciendo todo el alboroto que podían hacer. Los trasgos chillaron de miedo al verlos emerger armados de entre los arbustos, pero en cuanto vieron que eran solo infantes, se envalentonaron. El que robó el oro de la trovadora cogió su daga y el otro alzó el laúd en alto, dispuesto a hacerles lo mismo que le hizo con su compañero.
-¡Vozotroz no quitad objetos magicoz!-Gritaron, mientras cargaban contra los jóvenes uthgard. Ambos chiquillos se lanzaron también con un grito imitando a sus progenitores.
-¡Por Tempus!-Fue el grito que lanzaron, antes de chocarse entre ellos. Patadas, puñetazos… De todo menos usar las espadas, vaya. Drazharm se encaró al del laúd mientras éste intentaba golpearle en la cabeza con la “poderosa maza sónica” que portaba en vano, mientras el chico la apartaba con la mano o la esquivaba. Le propinó un puñetazo en el estómago, mientras el trasgo refunfuñaba y trataba de golpearle de nuevo en vano. De nuevo, un barrido de pies acabó haciendo que el trasgo terminase en el suelo, y finalmente, el joven rubio lo remató clavando su espada corta en el pecho de la criatura, mientras la sangre emergía casi a borbotones del pecho de ésta y el trasgo se convulsionaba hasta su muerte.
Urakoth por su parte, se dedicó mucho más a distraer al otro trasgo, como si eso le divirtiese. Los movimientos de éste eran torpes, y apenas daban dos pasos sin tropezarse pero aún así, podrían ponerles en un aprieto. El trasgo saltó encima del pelirrojo intentando degollarle, pero éste le encajó un puñetazo en el pecho haciéndolo caer en el suelo. La espada corta hizo el resto, rebanando su inmundo cuello de goblin.
Ambos chiquillos gritaron por su victoria con el cuerpo mancillado de sangre, mientras los demás bajaban la ladera a buscarles y los dos jóvenes combatientes recién bautizados en fuego y sangre, se hacían con su botín; Ochocientas monedas de oro, un laúd abollado y una bolsa de contención raída.
- TanisHAnderson
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Re: Drazharm
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Re: Drazharm
¡Yo no soy una mercancía!
-¿Y cuánto deseáis por este varón?-Preguntó un encapuchado ataviado en una gruesa túnica marrón, cuya capucha tapaba toda su cara a excepción de una espesa barba que le ocultaba toda la papada y no hacía sino, hacerlo inquietante. Sus botas eran de cuero de cerdo, seguramente hechas sólo para viajar grandes distancias, y a juzgar por la espada que colgaba de su espalda, el hombre estaba acostumbrado a ello. A ello, y a luchar. Su voz era grave y temible, así como ligeramente rasposa, como si tuviese una lija en la garganta. Drazharm estaba atado con las manos a la espalda, despojado de sus pieles y muerto de frío a las puertas del poblado, con el sol saliendo ya por las montañas occidentales. Sólo se le permitió conservar sus pantalones de cuero gris. Las cicatrices del cuerpo resaltaban sobre la piel de gallina y el vello erizado de los brazos del muchacho ya adolescente.
Urakoth sonrió, esbozando una sonrisa cuanto menos cruel a su lado, mientras lo mantenía agarrado del cuello como si se tratase de una cría de perro de la que iban a despojarse. El pueblo entero estaba asistiendo a la triste y patética escena en la que iban a venderle a aquel esclavista, el pueblo entero, menos su madre y su tío. Su madre había cedido a un ataque de nervios e histeria, llegando a abofetear al enorme jefe cuando fue a buscarlo a su choza en plena noche, y su tío Lhaur, la trataba de calmar en su choza. Incluso allí, a las puertas del asentamiento uthgard, se escuchaban sus sollozos y lamentos por perder a su hijo.
-Veinte mil monedas de oro.-El esclavista no hizo ningún gesto de sorpresa: El muchacho tenía buena planta para el trabajo físico, y seguramente en Calimport le diesen el triple o más por él. Sus músculos trabajados y marcados, así como el hecho de que fuese ya un diestro guerrero y cazador, decían mucho de él y su valía. Sin embargo, para aquellos uthgard no significaba nada, y el esclavista no podía evitar preguntarse el por qué, si parecía un buen guerrero incluso. El hombre se giró hacia su carromato; un largo carruaje tirado por dos caballos amnianos blancos hecho con madera posiblemente de hojazul o alguna especie de árbol norteño extraño, perfecto para aguantar los largos viajes pues aparte de no ser muy duro, era barato y no muy difícil de reparar uno mismo, si se sabía tratar la madera con el suficiente mimo. Subió al carromato y al rato salieron dos esclavos, dos hombres flacuchos y demacrados cuyas costillas estaban marcadas por la mala alimentación y de brazos sin apenas músculo; cargando con un pesado cofre. El joven uthgard los observó, alzando un poco la cabeza. Notó que dos lágrimas de angustia le brotaban de los ojos, por lo que volvió a bajar la cabeza, demasiado orgulloso para que se le viese así en público, y más aún entre su tribu. El esclavista salió justo después de los dos reos dando un pequeño salto de la caravana al suelo y abrió el cofre, un recipiente sencillo de madera aunque grande, sin ninguna clase de adorno ni marca ni sello, simplemente, una caja muy grande. Las monedas reposaban a miles en el interior, y tanto Urakoth como su séquito de perros falderos sonrieron ante la enorme cantidad de dinero que reposaba allí. El pelirrojo dio una patada en el culo a Drazharm, incitándole a avanzar mientras éste gruñía y avanzaba. Miró con los ojos llenos de furia a su eterno rival y al resto de su pueblo, mientras el esclavista lo cogía del antebrazo.
-Algún día… Os arrepentiréis de haberos deshecho de mí.-Les prometió, con un ardiente odio en sus ojos, mientras el esclavista lo arrastraba hacia la carreta-¡Os acordaréis de Drazharm, y suplicaréis porque reconozca que soy un jodido miembro de vuestra maldita tribu de cobardes!-Rugió, resistiéndose ante el esclavista, que aunque menos corpulento que él, era mucho más fuerte. El hombre le susurró:
-Calma chico, calma, ahora eres mercancía…
-¡¡No soy mercancía!!-Gritó, mientras ya lo estaba metiendo entre las lonas del carromato.-¡¡Soy un hombre libre, no un esclavo!! ¡Me niego!-Enfurecido, seguía forcejeando dentro del carromato. El interior estaba lleno de otros esclavos, hombres y mujeres de todas las edades, desde niños hasta ancianos. La mayor parte eran familias humildes que no tuvieron más remedio que entregarse a los esclavistas para sobrevivir, y otros, presos de guerra o simples vendidos como él. El mercante de humanos lo tiró al suelo, dejándolo allí tumbado y le cortó las cuerdas que le apresaban las manos a su espalda. Drazharm a la desesperada, trató de golpearle con el puño, para asombro de todos los esclavos allí presentes; tal vez por su temeridad o su furia. Sin embargo, el esclavista detuvo el puño con una facilidad impresionante, a pesar de la prodigiosa fuerza del guerrero y aplastó al muchacho contra el suelo, inmovilizándole.
-¡Escúchame chico, he pagado mucho dinero por ti! ¡Ahora eres mi propiedad, y si no te estás quieto, tu cuerpo será pasto de los lobos de aquí en cuestión de segundos!-Le gritó, mientras un único ojo negro lo miraba dentro de la capucha. El joven bárbaro pudo observar que un parche cubría su ojo derecho, mientras una cicatriz atravesaba verticalmente este mismo. Drazharm se estuvo quieto en el suelo, y el hombre desapareció de la fría estancia. Los chirridos que vinieron a continuación y los caballos al relinchar indicaron que el carromato se ponía en marcha. Drazharm se quedó en el suelo, temblando por el miedo y la angustia. Había demostrado ser mejor en la caza que el propio Urakoth usando su astucia y los trucos de su tío, ¿por qué seguían despreciándole en su antiguo hogar? ¿Qué sería ahora de él? ¿A quién sería vendido? ¿Para qué fin lo usarían? Todas esas preguntas comenzaron a surgir en su cabeza, una tras otra y no servían nada más que para hacerle pensar peor y peor, y sumergirse en un pozo oscuro que empezaba a eclipsar su habitualmente fresco ánimo. Se arrastró como pudo a una de las paredes de hojazul y se recogió, abrazándose a sus rodillas como un niño pequeño asustado, mientras los otros esclavos lo miraban, algunos con miedo, otros con curiosidad y otros con lo que parecía pena. Apartó la mirada de ellos y enterró su cara entre las rodillas, no quería que lo viesen derrotado… Le daba vergüenza, y eso era una deshonra. Escuchó cómo unos tímidos pasos se acercaban a él, y luego un cuerpo que caía a su lado con suavidad, pesando como una pluma. Unas suaves aunque pequeñas manos acariciaron sus hombros desnudos, como intentando tranquilizarle, y él alzó la cabeza. Una mediana de sonrisa afable y reconfortante, estaba intentando reconfortarlo, aunque le era difícil por su tamaño. El pelo de ésta era corto, apenas le llegaría un poco por debajo de las orejas, y su cara era fina y redondeada, con una naricilla respingona que se alzaba un poco. Su cabello era moreno, negro como la propia noche en contraste con su piel pálida de mediana de las colinas, e iba vestida con unos sucios harapos que difícilmente podrían servir durante mucho más tiempo.
-¿Por qué…?-Comenzó a hablar el joven humano, pero la mediana negó.
-Sabemos lo que es eso.-Su voz denotaba el nerviosismo habitual de los medianos, aunque era dulce como una cucharada de miel.-Estar solo, siendo vendido y de repente empezar a ser de alguien.
-Pero…
-Pero nada… Deja que te ayudemos.-El jovencísimo muchacho sonrió amargamente y de forma muy débil. La mediana lo abrazó reconfortantemente, aunque sus bracitos apenas le rodearían medio cuerpo. Los gestos de algunos esclavos cuando vieron que no oponía resistencia se suavizaron y ese miedo que sentían antes ante tan fiero bárbaro pareció desaparecer en gran medida. En los días siguientes, Drazharm se habituó al modo de vida de aquella gente: Por las noches salían afuera a por una ración de pan rancio con queso duro y volvían dentro del carromato con su miserable cena. Los mejores días, tocaba caldo de las sobras del esclavista, cuando éste no se las daba de comer a los perros de caza que lo acompañaban para defender el carromato en caso de ataque. La mediana se llamaba Mirya, y pertenecía a la familia de los Hierbaseca, era la menor de seis hermanos. Era una familia simple aunque muy acogedora, y todos eran amables entre sí y con los demás esclavos aunque muchísimas veces gustaban de hacer pesadas bromas que enfadaban un poco al personal, como al resto de los medianos. Aquella pequeña mediana se había convertido en una hermanita pequeña para Drazharm en cuestión de apenas un par de días, pues aunque su carácter despreocupado y nervioso a veces lo irritaban, era una chiquilla que se hacía de querer entre todos los esclavos.
Luego, estaba una pareja de aventureros, una hechicera pelirroja y con unas extrañas escamas cobrizas en las manos. Se llamaba Lorah, y su carácter era ligeramente apagado, en contraste con su compañero Audre, un guerrero proveniente de Aguas Profundas. Además de ser un gran hombre, se comportaba como un padre respecto a Drazharm, pues muchísimas veces le relataba las batallas que mantenían la hechicera y él contra los orcos y los zhentarim, hasta que al final fueron derrotados y vendidos a este esclavista. Drazharm no pudo sino, interesarse por los relatos de ese hombre; ávido de conocer y saber más y más y ante todo, conocer los estilos de pelea de otra gente, o la magia que la hechicera guardaba en sus venas. El joven uthgard poco a poco, se fue integrando en esa pequeña sociedad variopinta de esclavos, e incluso pudo hablar varias veces con su “amo”, que los llevaba de ciudad en ciudad sin venderlos y los metía en unas extrañas cajas con los ojos vendados y les pedía silencio. Cuando los guardias le preguntaban qué llevaba dentro, él respondía que pescado, carne, cerdos o algún animal para lugares exóticos, más allá de Puerto Calim. Y en parte era verdad.
Finalmente, llegaron a Aguas Profundas, en donde embarcaron en una extraña galera. Una vez dentro del barco, Drazharm salió de su caja, estando en una bodega amplia, mucho más amplia que el carromato. Se sintió ligeramente perdido y el estómago se le revolvía por el balanceo del barco, pero era capaz de aguantar las arcadas por aquellos momentos. La mediana y su familia por el contrario… No. La pobre Myria estaba en un rincón angustiada, y como era costumbre, el bárbaro fue junto a ella a ayudarla. La mediana se sentó entre sus piernas y se abrazó a él, temerosa de que el barco se hundiese.
Si algo había aprendido de ella, es que no aguantaba los balanceos ni los movimientos bruscos, y menos en un barco, en donde la joven se mareaba cada dos por tres.
-No me sueltes, no me sueltes…-Suplicaba, con un miedo tremendo. Drazharm la mantenía abrazada, negando.
-No va a pasar nada…-Sin embargo, él la abrazaba, cumpliendo con sus deseos. La pequeña mediana siguió sollozando así durante varias horas hasta quedarse dormida y acomodada en su fuerte cuerpo. La familia de la mediana estaba desperdigada por toda la bodega, corriendo histérica mientras algunos de los otros esclavos trataban de cazarles, sobre todo al liante del hermano mayor, Tobías; un pequeño liante que hasta incluso sin material era capaz de gastar toda clase de bromas. Sólo necesitaba una tabla suelta para ello, y para un manitas como él, eso era la cosa más fácil del mundo.
Drazharm no supo cuánto tiempo estuvo viajando, ni cuántos meses habían pasado. Sólo sabía que pasó mucho tiempo pues en cuanto se dio cuenta, su pelo ya le llegaba por los codos por la ausencia de corte, y cuando le vendieron al esclavista, apenas lo tendría un poco por debajo de la nuca. Debieron de pasar meses… Incluso medio año, se atrevería a decir. Sin embargo, no se esforzó en hacer cálculos, pues no sabía ni contar ni leer, ¿cómo iba a medir semejante tiempo? Sin embargo, si había algo que sí sabía, era que el lugar decisivo en donde se decidiría su destino estaba a apenas unas dos o tres semanas de viaje:
Calimport. La ciudad sureña.
-¿Y cuánto deseáis por este varón?-Preguntó un encapuchado ataviado en una gruesa túnica marrón, cuya capucha tapaba toda su cara a excepción de una espesa barba que le ocultaba toda la papada y no hacía sino, hacerlo inquietante. Sus botas eran de cuero de cerdo, seguramente hechas sólo para viajar grandes distancias, y a juzgar por la espada que colgaba de su espalda, el hombre estaba acostumbrado a ello. A ello, y a luchar. Su voz era grave y temible, así como ligeramente rasposa, como si tuviese una lija en la garganta. Drazharm estaba atado con las manos a la espalda, despojado de sus pieles y muerto de frío a las puertas del poblado, con el sol saliendo ya por las montañas occidentales. Sólo se le permitió conservar sus pantalones de cuero gris. Las cicatrices del cuerpo resaltaban sobre la piel de gallina y el vello erizado de los brazos del muchacho ya adolescente.
Urakoth sonrió, esbozando una sonrisa cuanto menos cruel a su lado, mientras lo mantenía agarrado del cuello como si se tratase de una cría de perro de la que iban a despojarse. El pueblo entero estaba asistiendo a la triste y patética escena en la que iban a venderle a aquel esclavista, el pueblo entero, menos su madre y su tío. Su madre había cedido a un ataque de nervios e histeria, llegando a abofetear al enorme jefe cuando fue a buscarlo a su choza en plena noche, y su tío Lhaur, la trataba de calmar en su choza. Incluso allí, a las puertas del asentamiento uthgard, se escuchaban sus sollozos y lamentos por perder a su hijo.
-Veinte mil monedas de oro.-El esclavista no hizo ningún gesto de sorpresa: El muchacho tenía buena planta para el trabajo físico, y seguramente en Calimport le diesen el triple o más por él. Sus músculos trabajados y marcados, así como el hecho de que fuese ya un diestro guerrero y cazador, decían mucho de él y su valía. Sin embargo, para aquellos uthgard no significaba nada, y el esclavista no podía evitar preguntarse el por qué, si parecía un buen guerrero incluso. El hombre se giró hacia su carromato; un largo carruaje tirado por dos caballos amnianos blancos hecho con madera posiblemente de hojazul o alguna especie de árbol norteño extraño, perfecto para aguantar los largos viajes pues aparte de no ser muy duro, era barato y no muy difícil de reparar uno mismo, si se sabía tratar la madera con el suficiente mimo. Subió al carromato y al rato salieron dos esclavos, dos hombres flacuchos y demacrados cuyas costillas estaban marcadas por la mala alimentación y de brazos sin apenas músculo; cargando con un pesado cofre. El joven uthgard los observó, alzando un poco la cabeza. Notó que dos lágrimas de angustia le brotaban de los ojos, por lo que volvió a bajar la cabeza, demasiado orgulloso para que se le viese así en público, y más aún entre su tribu. El esclavista salió justo después de los dos reos dando un pequeño salto de la caravana al suelo y abrió el cofre, un recipiente sencillo de madera aunque grande, sin ninguna clase de adorno ni marca ni sello, simplemente, una caja muy grande. Las monedas reposaban a miles en el interior, y tanto Urakoth como su séquito de perros falderos sonrieron ante la enorme cantidad de dinero que reposaba allí. El pelirrojo dio una patada en el culo a Drazharm, incitándole a avanzar mientras éste gruñía y avanzaba. Miró con los ojos llenos de furia a su eterno rival y al resto de su pueblo, mientras el esclavista lo cogía del antebrazo.
-Algún día… Os arrepentiréis de haberos deshecho de mí.-Les prometió, con un ardiente odio en sus ojos, mientras el esclavista lo arrastraba hacia la carreta-¡Os acordaréis de Drazharm, y suplicaréis porque reconozca que soy un jodido miembro de vuestra maldita tribu de cobardes!-Rugió, resistiéndose ante el esclavista, que aunque menos corpulento que él, era mucho más fuerte. El hombre le susurró:
-Calma chico, calma, ahora eres mercancía…
-¡¡No soy mercancía!!-Gritó, mientras ya lo estaba metiendo entre las lonas del carromato.-¡¡Soy un hombre libre, no un esclavo!! ¡Me niego!-Enfurecido, seguía forcejeando dentro del carromato. El interior estaba lleno de otros esclavos, hombres y mujeres de todas las edades, desde niños hasta ancianos. La mayor parte eran familias humildes que no tuvieron más remedio que entregarse a los esclavistas para sobrevivir, y otros, presos de guerra o simples vendidos como él. El mercante de humanos lo tiró al suelo, dejándolo allí tumbado y le cortó las cuerdas que le apresaban las manos a su espalda. Drazharm a la desesperada, trató de golpearle con el puño, para asombro de todos los esclavos allí presentes; tal vez por su temeridad o su furia. Sin embargo, el esclavista detuvo el puño con una facilidad impresionante, a pesar de la prodigiosa fuerza del guerrero y aplastó al muchacho contra el suelo, inmovilizándole.
-¡Escúchame chico, he pagado mucho dinero por ti! ¡Ahora eres mi propiedad, y si no te estás quieto, tu cuerpo será pasto de los lobos de aquí en cuestión de segundos!-Le gritó, mientras un único ojo negro lo miraba dentro de la capucha. El joven bárbaro pudo observar que un parche cubría su ojo derecho, mientras una cicatriz atravesaba verticalmente este mismo. Drazharm se estuvo quieto en el suelo, y el hombre desapareció de la fría estancia. Los chirridos que vinieron a continuación y los caballos al relinchar indicaron que el carromato se ponía en marcha. Drazharm se quedó en el suelo, temblando por el miedo y la angustia. Había demostrado ser mejor en la caza que el propio Urakoth usando su astucia y los trucos de su tío, ¿por qué seguían despreciándole en su antiguo hogar? ¿Qué sería ahora de él? ¿A quién sería vendido? ¿Para qué fin lo usarían? Todas esas preguntas comenzaron a surgir en su cabeza, una tras otra y no servían nada más que para hacerle pensar peor y peor, y sumergirse en un pozo oscuro que empezaba a eclipsar su habitualmente fresco ánimo. Se arrastró como pudo a una de las paredes de hojazul y se recogió, abrazándose a sus rodillas como un niño pequeño asustado, mientras los otros esclavos lo miraban, algunos con miedo, otros con curiosidad y otros con lo que parecía pena. Apartó la mirada de ellos y enterró su cara entre las rodillas, no quería que lo viesen derrotado… Le daba vergüenza, y eso era una deshonra. Escuchó cómo unos tímidos pasos se acercaban a él, y luego un cuerpo que caía a su lado con suavidad, pesando como una pluma. Unas suaves aunque pequeñas manos acariciaron sus hombros desnudos, como intentando tranquilizarle, y él alzó la cabeza. Una mediana de sonrisa afable y reconfortante, estaba intentando reconfortarlo, aunque le era difícil por su tamaño. El pelo de ésta era corto, apenas le llegaría un poco por debajo de las orejas, y su cara era fina y redondeada, con una naricilla respingona que se alzaba un poco. Su cabello era moreno, negro como la propia noche en contraste con su piel pálida de mediana de las colinas, e iba vestida con unos sucios harapos que difícilmente podrían servir durante mucho más tiempo.
-¿Por qué…?-Comenzó a hablar el joven humano, pero la mediana negó.
-Sabemos lo que es eso.-Su voz denotaba el nerviosismo habitual de los medianos, aunque era dulce como una cucharada de miel.-Estar solo, siendo vendido y de repente empezar a ser de alguien.
-Pero…
-Pero nada… Deja que te ayudemos.-El jovencísimo muchacho sonrió amargamente y de forma muy débil. La mediana lo abrazó reconfortantemente, aunque sus bracitos apenas le rodearían medio cuerpo. Los gestos de algunos esclavos cuando vieron que no oponía resistencia se suavizaron y ese miedo que sentían antes ante tan fiero bárbaro pareció desaparecer en gran medida. En los días siguientes, Drazharm se habituó al modo de vida de aquella gente: Por las noches salían afuera a por una ración de pan rancio con queso duro y volvían dentro del carromato con su miserable cena. Los mejores días, tocaba caldo de las sobras del esclavista, cuando éste no se las daba de comer a los perros de caza que lo acompañaban para defender el carromato en caso de ataque. La mediana se llamaba Mirya, y pertenecía a la familia de los Hierbaseca, era la menor de seis hermanos. Era una familia simple aunque muy acogedora, y todos eran amables entre sí y con los demás esclavos aunque muchísimas veces gustaban de hacer pesadas bromas que enfadaban un poco al personal, como al resto de los medianos. Aquella pequeña mediana se había convertido en una hermanita pequeña para Drazharm en cuestión de apenas un par de días, pues aunque su carácter despreocupado y nervioso a veces lo irritaban, era una chiquilla que se hacía de querer entre todos los esclavos.
Luego, estaba una pareja de aventureros, una hechicera pelirroja y con unas extrañas escamas cobrizas en las manos. Se llamaba Lorah, y su carácter era ligeramente apagado, en contraste con su compañero Audre, un guerrero proveniente de Aguas Profundas. Además de ser un gran hombre, se comportaba como un padre respecto a Drazharm, pues muchísimas veces le relataba las batallas que mantenían la hechicera y él contra los orcos y los zhentarim, hasta que al final fueron derrotados y vendidos a este esclavista. Drazharm no pudo sino, interesarse por los relatos de ese hombre; ávido de conocer y saber más y más y ante todo, conocer los estilos de pelea de otra gente, o la magia que la hechicera guardaba en sus venas. El joven uthgard poco a poco, se fue integrando en esa pequeña sociedad variopinta de esclavos, e incluso pudo hablar varias veces con su “amo”, que los llevaba de ciudad en ciudad sin venderlos y los metía en unas extrañas cajas con los ojos vendados y les pedía silencio. Cuando los guardias le preguntaban qué llevaba dentro, él respondía que pescado, carne, cerdos o algún animal para lugares exóticos, más allá de Puerto Calim. Y en parte era verdad.
Finalmente, llegaron a Aguas Profundas, en donde embarcaron en una extraña galera. Una vez dentro del barco, Drazharm salió de su caja, estando en una bodega amplia, mucho más amplia que el carromato. Se sintió ligeramente perdido y el estómago se le revolvía por el balanceo del barco, pero era capaz de aguantar las arcadas por aquellos momentos. La mediana y su familia por el contrario… No. La pobre Myria estaba en un rincón angustiada, y como era costumbre, el bárbaro fue junto a ella a ayudarla. La mediana se sentó entre sus piernas y se abrazó a él, temerosa de que el barco se hundiese.
Si algo había aprendido de ella, es que no aguantaba los balanceos ni los movimientos bruscos, y menos en un barco, en donde la joven se mareaba cada dos por tres.
-No me sueltes, no me sueltes…-Suplicaba, con un miedo tremendo. Drazharm la mantenía abrazada, negando.
-No va a pasar nada…-Sin embargo, él la abrazaba, cumpliendo con sus deseos. La pequeña mediana siguió sollozando así durante varias horas hasta quedarse dormida y acomodada en su fuerte cuerpo. La familia de la mediana estaba desperdigada por toda la bodega, corriendo histérica mientras algunos de los otros esclavos trataban de cazarles, sobre todo al liante del hermano mayor, Tobías; un pequeño liante que hasta incluso sin material era capaz de gastar toda clase de bromas. Sólo necesitaba una tabla suelta para ello, y para un manitas como él, eso era la cosa más fácil del mundo.
Drazharm no supo cuánto tiempo estuvo viajando, ni cuántos meses habían pasado. Sólo sabía que pasó mucho tiempo pues en cuanto se dio cuenta, su pelo ya le llegaba por los codos por la ausencia de corte, y cuando le vendieron al esclavista, apenas lo tendría un poco por debajo de la nuca. Debieron de pasar meses… Incluso medio año, se atrevería a decir. Sin embargo, no se esforzó en hacer cálculos, pues no sabía ni contar ni leer, ¿cómo iba a medir semejante tiempo? Sin embargo, si había algo que sí sabía, era que el lugar decisivo en donde se decidiría su destino estaba a apenas unas dos o tres semanas de viaje:
Calimport. La ciudad sureña.
Re: Drazharm
El valor de la libertad
El viaje en barco fue cuanto menos agotador. Los días pasaban, y ninguno de los esclavos sabía dónde estaba su destino. Cada mañana, cada tarde y cada noche, eran como un infierno para todos ellos, monótono y sin mayor cambio que la salida y la caída del sol por Occidente y por Poniente respectivamente.
Las noches, tal vez eran lo peor pues entre todo el silencio de cada esclavo que intentaba dormir, una frágil mediana sollozaba y temblequeaba entre los brazos del joven úthgard suplicando que no la soltase, muerta de miedo por el mero hecho de estar en un barco. La familia de dicha mediana no se separaba del muchacho ni de ella ni un momento, excepto para ir a coger las raciones de queso rancio y pan duro que les daban para que no muriesen de hambre en aquella inmunda bodega de la galera. Muchas veces escuchaban truenos, y cómo las olas rompían contra el casco. En aquellos momentos de desesperación, muchos de los aldeanos esclavos suplicaban clemencia a la diosa de los mares, Úmberlee, y al parecer siempre daban resultado, pues no hubo mayores incidencias dentro del barco ni en la bodega excepto el suelo totalmente encharcado y un par de magulladuras por parte de la mercancía.
Finalmente, y tras lo que a ellos les pareció una eternidad, arribaron a Puerto Calim. El esclavista bajó a la bodega, ésta vez con la cara descubierta y ataviado con una gruesa armadura de cuero en su pecho; una chaquetilla hecha posiblemente con un lobo del desierto, unos pantalones de lino muy típicos que se solían llevar por aquella zona, holgados y metidos por dentro de las botas de combate, mientras un sable decoraba su cinturón. A cada uno de los esclavos les puso un collarín, encadenándolos los unos a los otros impidiendo así su escape. Agarró a la primera de todas las esclavas, una mujer de Cormyr rubia, de piel callosa y endurecida, aunque pálida y bastante alta. Era Chrystal, una de las pocas esclavas sin familia que conoció en la carreta; una mujer todavía joven pero desposada con un indeseable que la vendió al esclavista. A pesar de todo, sus ojos pardos rezumaban vida, y sus palabras eran entusiasmadas, aunque a pesar de todo; en el fondo de éstas se podían detectar claros dejes de la más profunda amargura.
Drazharm pensaba que deprimirse porque lo vendiesen a uno, era comprensible. Deprimirse porque el ser amado lo traicionase, no. Para él, el amor no era más que una simple sensación, algo que llevaría a hacer las mayores locuras y estupideces habidas y por haber, una sensación más, una muesca en su espada que no impediría que él siguiese cortando cabezas. En cuanto la conoció, el joven esclavo se prometió a sí mismo que jamás, y nunca jamás, se enamoraría ni sufriría como lo hizo ella; pues su meta no la sabía pero no debía haber nada en su camino, si hallaba esa misma meta. El esclavista tironeó de la cadena y todos se empezaron a mover casi al unísono mientras subían las escaleras a la cubierta superior de la galera. El olor a salitre se hizo cuanto menos insoportable en cuanto llegaron arriba, y todos se vieron obligados a cerrar los ojos y a cubrirse con las manos al no estar acostumbrados a la luz solar. El esclavista sin embargo, tironeó y ellos caminaron a oscuras hasta que notaron cómo un tramo comenzaba a bajar. Entonces, Drazharm abrió los ojos y vio el agua salada a unos tres o cuatro metros por debajo de él. No pudo evitar dar un respingo, pero sí dar pasos atrás, ya que eso ocasionaría que todos cayesen. El calor era insoportable, y él comenzaba a odiarlo cada vez más, ahora entendía por qué el esclavista vestía de aquella manera y no como en el Valle del Viento Helado. El pelo se pegó a su pálida y perlada frente mientras la comitiva de esclavos avanzaba por las atosigadas calles de Calimport. Éstas eran estrechas, y daban una fuerte sensación de agobio gracias a los múltiples tenderetes callejeros que anunciaban sus dueños. El aire estaba cargado y viciado por el calor, y todo aquello, a Drazharm lo asfixiaba.
-¡Compren carne de perro! ¡Vino caliente! ¡Carne de perro!-Gritaba una de las tenderas, una moza de temprana edad, cabello azabache y piel tostada por el sol.-¡Vamos señores, anímense a comprar carne, bien conservada y en perfecto estado!-La muchacha sujetaba un pedazo de carne en conserva sujeto por una cuerda de cáñamo introducida dentro del pedazo de chicha mientras con la mano libre, lo señalaba.
Sus tripas rugieron, a pesar de que aquella carne procediese de un cánido. Tantos días sin comer nada más que una hogaza de pan duro y algo de queso… Sin embargo, la comitiva siguió caminando. Se metieron por un angosto callejón aún guiados por el esclavista y finalmente, éste abrió una puerta trasera de uno de los múltiples edificios y quedando él afuera, fue metiéndolos uno tras otro, mientras repasaba cuentas mentalmente:
-Myria, Anthon, Chrystal, Drazharm, la familia Hierbafresca…-A cada uno les daba un golpecito en el hombro para que pasasen por la puerta aprisa, mientras vigilaba los alrededores con una mano en el sable, concretamente la diestra. Drazharm entró, seguido del caballero cormyrita y vio cómo entraban en la trastienda de lo que a él le pareció una posada. Tras la puerta se escuchó un bullicio muy poco alentador. Aunque las voces eran humanas, para él eran como lobos de caza que usaban los orcos en su hogar para acabar con los cazadores uthgard cuando se adentraban demasiado en su territorio. La estancia era grande, lo bastante grande como para que cupiesen todos los esclavos sin mayor problema, así como varias cajas. Una mujer entró apresurada cerrando la puerta de golpe y porrazo, apoyándose en ésta. Vestía con un vestido largo, marrón como la corteza de un roble y un delantal blanco algo manchado por la cerveza y la carne de los animales que solía servir; sin duda se trataba de una camarera. Era morena y dos mechones de pelo caían con elegancia sobre sus ojos mientras tenía el resto del cabello recogido en una coleta para que no le estorbase al trabajar.
-Ah, ya llegasteis.-Sonrió, poniendo la bandeja de latón debajo de su brazo.-¿Y Markus?-Preguntó, mirando a la puerta. ¿Markus? Tal vez era el esclavista.
-Estoy aquí, Olive.-Contestó el tratante de esclavos mientras cerraba tras él con llave y bajaba las escaleras.
-¿Nueva mercancía? Provechosa por lo que veo.-Comentó, observando a cada uno de los presos, comenzando por el caballero cormyrita y terminando por Drazharm. Al ver a la adorable mediana, sonrió y se agachó ante ella con infinita dulzura, mientras hablaba para todos suavemente.-Lo siento, pero aquí sólo se quedarán a trabajar las chicas, Markus.
-¿De qué vamos a trabajar?-Preguntó Myria con temor. La camarera le acarició la cara mientras negaba con una sonrisa en sus dientes ligeramente amarillentos
-De camareras. No te preocupes, estarás bien mantenida, te lo prometo.-La mujer se levantó y se dirigió a una de las cajas, posando una mano sobre ésta y miró al esclavista.-¿Cuánto por todas?
-¿Seguro que las quieres a todas?-Preguntó el hombre enarcando una ceja, completamente escéptico. Drazharm tampoco se lo podía creer; ¿cómo una camarera podía tener tanto dinero como para comprar semejante cantidad de esclavas? Sin embargo, no era eso todo lo que se le pasó por la cabeza. Si no iba a trabajar él allí, ¿dónde lo haría? ¿Quién lo compraría? Y lo más importante; ¿volvería a ver a Myria? ¿Volvería a ver a la mediana que tanto apoyo le prestó en la caravana? ¿Y a la hechicera de cobre?
Sin embargo, Drazharm miró a Audre, cuyas cejas pobladas estaban fruncidas. Estaba claro que le molestaba que lo separasen de Lorah. Otra vez… Amor. Cuántas patrañas, cuántas tonterías estaba viendo el uthgard. ¿De qué les servía el amor a unos aventureros, si tarde o temprano iban a separarse por un motivo u otro? ¡De nada! ¿Para qué?
-Sí, estoy segura.-Asintió la camarera cruzándose de brazos mientras levantaba la tapa de la caja. Un pequeño resplandor azulado emergió de la caja, y a Drazharm casi se le encendieron los ojos: Zafiros. Montones y montones de zafiros. El esclavista sonrió suspicaz y asintió, mientras liberaba a las esclavas de sus cadenas. Éstas miraron a sus compañeros con compasión y preocupación, así como con infinita tristeza. Lorah se acercó a Audre y tras cogerlo de la cara y darle un dulce beso, derramó dos lágrimas de amargura retirándose un par de pasos. El caballero cormyrita desvió la mirada, también apenado y sin más, el esclavista cogió la correa del cuello de Drazharm y los hizo salir de la posada. Drazharm escuchó la consternada voz de la mediana despedirlo, a él y a todos los hombres de su familia. El esclavista cerró la puerta tras él y miró a los cinco o seis hombres restantes esbozando una larga sonrisa en sus dientes amarillos.
-No tendréis tanta suerte como esas chicas… Olive es muy tierna.-Rió con sorna y tironeó de ellos más aún por las calles hasta que llegaron a un nuevo local. Ésta vez, era muchísimo más sórdido y pequeño. La despensa era minúscula, y al contrario que en el otro lugar, no había un solo ruido al otro lado. Los varones miraron al esclavista, el cual comenzó a desenvainar el sable. Las miradas de todos y cada uno de ellos se tornaron en terror, pensando que iba a asesinarles, pero se detuvo. Sin dar previo aviso, tironeó de la correa de Drazharm otra vez, conduciéndolo hacia un sitio próximo a una cortina y sin más, los ató a todos de las manos y les quitó las cadenas del cuello de cada uno.
-Bien... Ahora esperad aquí, y a medida que os llame… Salís por la cortina y no hacéis nada más. ¿Entendido?-Los esclavos asintieron sumisamente, mientras dejaban sus manos atadas reposar sobre su regazo. El hombre salió por la pequeña cortina, mientras su voz empezaba a sonar, fuerte como un trueno:
-¡La subasta comienza, señores! ¡Comencemos por algo pequeño, viene de Esmeltarán y es un pequeño bribón! ¡Un mediano que seguro que para muchos es la salvación, Thom!-Uno de los hermanos de Myria salió por la puerta, sin demasiado ánimo. Todos los varones fueron pasando por la puerta uno a uno, escuchando las pujas, desde tres mil míseras monedas, hasta la friolera suma de cuarenta mil. Finalmente, el esclavista alzó aún más el tono.
-¡Y para finalizar, dos fieros guerreros del Norte! ¡Un cormyrita y un bárbaro uthgard, que seguro que para muchas resultan de gran utilidad! ¡Drazharm y Audre!-El caballero lo miró torciendo el morro y luego dijo:
-Vamos muchacho. Sea como sea, nos van a vender en lote.-Aseguró, asintiendo, y ambos salieron por la cortina. Se hallaron en una sala enorme, inmensa repleta de gente. Éstas mismas personas, iban ataviadas con atuendos elegantes y suaves, muchos tenían la piel tostada y sus rasgos rectos y frágiles, delataban que eran o bien elfos, o bien miembros de la nobleza. Algunos asientos estaban vacíos, pues los compradores una vez compraban a alguien se marchaban.-Empecemos la puja… ¿Qué tal cincuenta mil por los dos?-Una mujer ataviada con una suave túnica verdosa alzó la mano. Los cabellos pelirrojos contrastaban con su ropa, y su nariz recta le daban un porte severo, pero elegante. Sus ojos resultaban frívolos, bajo su tonalidad verdosa, y su fría sonrisa era blanca. Una dama de noble porte sin duda…
-¿Cincuenta mil? ¡A la de una…!
-¡Cincuenta y cinco mil!-Exclamó un noble, ataviado en una armadura de mallas ligera, cuya cabeza rapada estaba tapada por un grueso turbante negro. Sus ropas eran holgadas, como la mayor parte de los calishitas.
-¡Sesenta mil!-Exclamó la mujer pelirroja, alzando la mano llena de abalorios y anillos. El caballero se sentó, mientras ambos esclavos examinaban la pelea que mantenían por su posesión. Drazharm susurró a Audre:
-No lo entiendo, no comprendo cómo pueden subastar a seres humanos por dinero…
-No te sorprendas-Respondió el guerrero.-No es la primera vez que alcanzaríamos los ciento cincuenta mil.
-¡Setenta mil!-Exclamó una voz al fondo. Correspondía a una mujer ya anciana, de cabello canoso aunque piel todavía ligeramente tersa, posible resultado de los infinitos tratamientos de belleza arcana y clerical a los que se debía de someter sólo por parecer bonita. La mujer pelirroja, indignada, volvió a alzar la mano y gritó:
-¡Cien mil por ambos!
-¡He escuchado cien mil!-Gritó el esclavista, emocionado por la enorme suma que estaban alcanzando los dos guerreros. Audre esbozó una sonrisa, divertido y susurró al joven uthgard:
-Nunca pensé que dos andrajosos como nosotros valdrían tanto, Waukeen debe de estar contenta con esta mujer.-Drazharm no pudo evitar una sonrisa, mientras veía su salvación en una doncella de cabellos pelirrojos. Lo peor que le podía hacer era llevárselo a la cama un día o el resto de su vida, o hacerle trabajar un poco, o eso pensaba él, confiando en la pureza de las mujeres que había conocido hasta el momento. Sin embargo, sus esperanzas se desmoronaron en cuanto un hombre calvo y ataviado en una pesadísima túnica roja, apoyado en un cayado con una zarpa agarrando un orbe se levantó. Su calva estaba repleta de tatuajes cuanto menos inquietantes, y finalmente, gritó:
-¡Doscientos mil por los dos! ¡El cormyrita y el uthgard!-El esclavista chilló, al borde de la histeria por su inmensa avaricia:
-¡Vendidos! ¡Vaya si están vendidos!-La pelirroja, indignada, se sentó, engurruñando su vestido entre sus manos, morruda. A Audre se le agrió la cara. Drazharm no supo por qué.
-Un mago rojo Thayino…-Murmuró el cormyrita.-Estamos perdidos, Drazharm.
-¿Por qué lo dices, por qué…?
-Ya lo sabrás muchacho… Ya lo sabrás.-Dijo, mientras el altivo mago dirigía una mirada de superioridad a cada uno de los presentes, hasta llegar a sus posesiones. La gente empezó a retirarse, hasta que el mago se retiró a la bodega junto al esclavista. Al rato, salió apoyándose en su terrorífico bastón, tras escucharse cómo un relámpago hacía que algo cayese. No hacía falta ser un genio para saber qué es lo que ocurrió con el esclavista. El mago thayino sonrió a sus adquisiciones, de una forma cuanto menos vil y de su bolsa de contención, sacó dos grilletes separados y sin cerradura. Estaban abiertos, y dentro de éstos, habían decenas de runas grabadas sobre la adamantita.
-Las manos, sirvientes.-Ordenó. Ambos pusieron las manos, y el hombre cerró los grilletes alrededor de cada uno, mientras conjuraba un hechizo de cerradura sobre éstos, grabando de nuevo, una runa más sobre donde debería estar la abertura. Cortó sus cuerdas y sin más, les dio la orden de seguirlo.
Drazharm miró a su ahora mismo sombrío compañero sin saber que su sentencia acababa de ser dictada.
El viaje en barco fue cuanto menos agotador. Los días pasaban, y ninguno de los esclavos sabía dónde estaba su destino. Cada mañana, cada tarde y cada noche, eran como un infierno para todos ellos, monótono y sin mayor cambio que la salida y la caída del sol por Occidente y por Poniente respectivamente.
Las noches, tal vez eran lo peor pues entre todo el silencio de cada esclavo que intentaba dormir, una frágil mediana sollozaba y temblequeaba entre los brazos del joven úthgard suplicando que no la soltase, muerta de miedo por el mero hecho de estar en un barco. La familia de dicha mediana no se separaba del muchacho ni de ella ni un momento, excepto para ir a coger las raciones de queso rancio y pan duro que les daban para que no muriesen de hambre en aquella inmunda bodega de la galera. Muchas veces escuchaban truenos, y cómo las olas rompían contra el casco. En aquellos momentos de desesperación, muchos de los aldeanos esclavos suplicaban clemencia a la diosa de los mares, Úmberlee, y al parecer siempre daban resultado, pues no hubo mayores incidencias dentro del barco ni en la bodega excepto el suelo totalmente encharcado y un par de magulladuras por parte de la mercancía.
Finalmente, y tras lo que a ellos les pareció una eternidad, arribaron a Puerto Calim. El esclavista bajó a la bodega, ésta vez con la cara descubierta y ataviado con una gruesa armadura de cuero en su pecho; una chaquetilla hecha posiblemente con un lobo del desierto, unos pantalones de lino muy típicos que se solían llevar por aquella zona, holgados y metidos por dentro de las botas de combate, mientras un sable decoraba su cinturón. A cada uno de los esclavos les puso un collarín, encadenándolos los unos a los otros impidiendo así su escape. Agarró a la primera de todas las esclavas, una mujer de Cormyr rubia, de piel callosa y endurecida, aunque pálida y bastante alta. Era Chrystal, una de las pocas esclavas sin familia que conoció en la carreta; una mujer todavía joven pero desposada con un indeseable que la vendió al esclavista. A pesar de todo, sus ojos pardos rezumaban vida, y sus palabras eran entusiasmadas, aunque a pesar de todo; en el fondo de éstas se podían detectar claros dejes de la más profunda amargura.
Drazharm pensaba que deprimirse porque lo vendiesen a uno, era comprensible. Deprimirse porque el ser amado lo traicionase, no. Para él, el amor no era más que una simple sensación, algo que llevaría a hacer las mayores locuras y estupideces habidas y por haber, una sensación más, una muesca en su espada que no impediría que él siguiese cortando cabezas. En cuanto la conoció, el joven esclavo se prometió a sí mismo que jamás, y nunca jamás, se enamoraría ni sufriría como lo hizo ella; pues su meta no la sabía pero no debía haber nada en su camino, si hallaba esa misma meta. El esclavista tironeó de la cadena y todos se empezaron a mover casi al unísono mientras subían las escaleras a la cubierta superior de la galera. El olor a salitre se hizo cuanto menos insoportable en cuanto llegaron arriba, y todos se vieron obligados a cerrar los ojos y a cubrirse con las manos al no estar acostumbrados a la luz solar. El esclavista sin embargo, tironeó y ellos caminaron a oscuras hasta que notaron cómo un tramo comenzaba a bajar. Entonces, Drazharm abrió los ojos y vio el agua salada a unos tres o cuatro metros por debajo de él. No pudo evitar dar un respingo, pero sí dar pasos atrás, ya que eso ocasionaría que todos cayesen. El calor era insoportable, y él comenzaba a odiarlo cada vez más, ahora entendía por qué el esclavista vestía de aquella manera y no como en el Valle del Viento Helado. El pelo se pegó a su pálida y perlada frente mientras la comitiva de esclavos avanzaba por las atosigadas calles de Calimport. Éstas eran estrechas, y daban una fuerte sensación de agobio gracias a los múltiples tenderetes callejeros que anunciaban sus dueños. El aire estaba cargado y viciado por el calor, y todo aquello, a Drazharm lo asfixiaba.
-¡Compren carne de perro! ¡Vino caliente! ¡Carne de perro!-Gritaba una de las tenderas, una moza de temprana edad, cabello azabache y piel tostada por el sol.-¡Vamos señores, anímense a comprar carne, bien conservada y en perfecto estado!-La muchacha sujetaba un pedazo de carne en conserva sujeto por una cuerda de cáñamo introducida dentro del pedazo de chicha mientras con la mano libre, lo señalaba.
Sus tripas rugieron, a pesar de que aquella carne procediese de un cánido. Tantos días sin comer nada más que una hogaza de pan duro y algo de queso… Sin embargo, la comitiva siguió caminando. Se metieron por un angosto callejón aún guiados por el esclavista y finalmente, éste abrió una puerta trasera de uno de los múltiples edificios y quedando él afuera, fue metiéndolos uno tras otro, mientras repasaba cuentas mentalmente:
-Myria, Anthon, Chrystal, Drazharm, la familia Hierbafresca…-A cada uno les daba un golpecito en el hombro para que pasasen por la puerta aprisa, mientras vigilaba los alrededores con una mano en el sable, concretamente la diestra. Drazharm entró, seguido del caballero cormyrita y vio cómo entraban en la trastienda de lo que a él le pareció una posada. Tras la puerta se escuchó un bullicio muy poco alentador. Aunque las voces eran humanas, para él eran como lobos de caza que usaban los orcos en su hogar para acabar con los cazadores uthgard cuando se adentraban demasiado en su territorio. La estancia era grande, lo bastante grande como para que cupiesen todos los esclavos sin mayor problema, así como varias cajas. Una mujer entró apresurada cerrando la puerta de golpe y porrazo, apoyándose en ésta. Vestía con un vestido largo, marrón como la corteza de un roble y un delantal blanco algo manchado por la cerveza y la carne de los animales que solía servir; sin duda se trataba de una camarera. Era morena y dos mechones de pelo caían con elegancia sobre sus ojos mientras tenía el resto del cabello recogido en una coleta para que no le estorbase al trabajar.
-Ah, ya llegasteis.-Sonrió, poniendo la bandeja de latón debajo de su brazo.-¿Y Markus?-Preguntó, mirando a la puerta. ¿Markus? Tal vez era el esclavista.
-Estoy aquí, Olive.-Contestó el tratante de esclavos mientras cerraba tras él con llave y bajaba las escaleras.
-¿Nueva mercancía? Provechosa por lo que veo.-Comentó, observando a cada uno de los presos, comenzando por el caballero cormyrita y terminando por Drazharm. Al ver a la adorable mediana, sonrió y se agachó ante ella con infinita dulzura, mientras hablaba para todos suavemente.-Lo siento, pero aquí sólo se quedarán a trabajar las chicas, Markus.
-¿De qué vamos a trabajar?-Preguntó Myria con temor. La camarera le acarició la cara mientras negaba con una sonrisa en sus dientes ligeramente amarillentos
-De camareras. No te preocupes, estarás bien mantenida, te lo prometo.-La mujer se levantó y se dirigió a una de las cajas, posando una mano sobre ésta y miró al esclavista.-¿Cuánto por todas?
-¿Seguro que las quieres a todas?-Preguntó el hombre enarcando una ceja, completamente escéptico. Drazharm tampoco se lo podía creer; ¿cómo una camarera podía tener tanto dinero como para comprar semejante cantidad de esclavas? Sin embargo, no era eso todo lo que se le pasó por la cabeza. Si no iba a trabajar él allí, ¿dónde lo haría? ¿Quién lo compraría? Y lo más importante; ¿volvería a ver a Myria? ¿Volvería a ver a la mediana que tanto apoyo le prestó en la caravana? ¿Y a la hechicera de cobre?
Sin embargo, Drazharm miró a Audre, cuyas cejas pobladas estaban fruncidas. Estaba claro que le molestaba que lo separasen de Lorah. Otra vez… Amor. Cuántas patrañas, cuántas tonterías estaba viendo el uthgard. ¿De qué les servía el amor a unos aventureros, si tarde o temprano iban a separarse por un motivo u otro? ¡De nada! ¿Para qué?
-Sí, estoy segura.-Asintió la camarera cruzándose de brazos mientras levantaba la tapa de la caja. Un pequeño resplandor azulado emergió de la caja, y a Drazharm casi se le encendieron los ojos: Zafiros. Montones y montones de zafiros. El esclavista sonrió suspicaz y asintió, mientras liberaba a las esclavas de sus cadenas. Éstas miraron a sus compañeros con compasión y preocupación, así como con infinita tristeza. Lorah se acercó a Audre y tras cogerlo de la cara y darle un dulce beso, derramó dos lágrimas de amargura retirándose un par de pasos. El caballero cormyrita desvió la mirada, también apenado y sin más, el esclavista cogió la correa del cuello de Drazharm y los hizo salir de la posada. Drazharm escuchó la consternada voz de la mediana despedirlo, a él y a todos los hombres de su familia. El esclavista cerró la puerta tras él y miró a los cinco o seis hombres restantes esbozando una larga sonrisa en sus dientes amarillos.
-No tendréis tanta suerte como esas chicas… Olive es muy tierna.-Rió con sorna y tironeó de ellos más aún por las calles hasta que llegaron a un nuevo local. Ésta vez, era muchísimo más sórdido y pequeño. La despensa era minúscula, y al contrario que en el otro lugar, no había un solo ruido al otro lado. Los varones miraron al esclavista, el cual comenzó a desenvainar el sable. Las miradas de todos y cada uno de ellos se tornaron en terror, pensando que iba a asesinarles, pero se detuvo. Sin dar previo aviso, tironeó de la correa de Drazharm otra vez, conduciéndolo hacia un sitio próximo a una cortina y sin más, los ató a todos de las manos y les quitó las cadenas del cuello de cada uno.
-Bien... Ahora esperad aquí, y a medida que os llame… Salís por la cortina y no hacéis nada más. ¿Entendido?-Los esclavos asintieron sumisamente, mientras dejaban sus manos atadas reposar sobre su regazo. El hombre salió por la pequeña cortina, mientras su voz empezaba a sonar, fuerte como un trueno:
-¡La subasta comienza, señores! ¡Comencemos por algo pequeño, viene de Esmeltarán y es un pequeño bribón! ¡Un mediano que seguro que para muchos es la salvación, Thom!-Uno de los hermanos de Myria salió por la puerta, sin demasiado ánimo. Todos los varones fueron pasando por la puerta uno a uno, escuchando las pujas, desde tres mil míseras monedas, hasta la friolera suma de cuarenta mil. Finalmente, el esclavista alzó aún más el tono.
-¡Y para finalizar, dos fieros guerreros del Norte! ¡Un cormyrita y un bárbaro uthgard, que seguro que para muchas resultan de gran utilidad! ¡Drazharm y Audre!-El caballero lo miró torciendo el morro y luego dijo:
-Vamos muchacho. Sea como sea, nos van a vender en lote.-Aseguró, asintiendo, y ambos salieron por la cortina. Se hallaron en una sala enorme, inmensa repleta de gente. Éstas mismas personas, iban ataviadas con atuendos elegantes y suaves, muchos tenían la piel tostada y sus rasgos rectos y frágiles, delataban que eran o bien elfos, o bien miembros de la nobleza. Algunos asientos estaban vacíos, pues los compradores una vez compraban a alguien se marchaban.-Empecemos la puja… ¿Qué tal cincuenta mil por los dos?-Una mujer ataviada con una suave túnica verdosa alzó la mano. Los cabellos pelirrojos contrastaban con su ropa, y su nariz recta le daban un porte severo, pero elegante. Sus ojos resultaban frívolos, bajo su tonalidad verdosa, y su fría sonrisa era blanca. Una dama de noble porte sin duda…
-¿Cincuenta mil? ¡A la de una…!
-¡Cincuenta y cinco mil!-Exclamó un noble, ataviado en una armadura de mallas ligera, cuya cabeza rapada estaba tapada por un grueso turbante negro. Sus ropas eran holgadas, como la mayor parte de los calishitas.
-¡Sesenta mil!-Exclamó la mujer pelirroja, alzando la mano llena de abalorios y anillos. El caballero se sentó, mientras ambos esclavos examinaban la pelea que mantenían por su posesión. Drazharm susurró a Audre:
-No lo entiendo, no comprendo cómo pueden subastar a seres humanos por dinero…
-No te sorprendas-Respondió el guerrero.-No es la primera vez que alcanzaríamos los ciento cincuenta mil.
-¡Setenta mil!-Exclamó una voz al fondo. Correspondía a una mujer ya anciana, de cabello canoso aunque piel todavía ligeramente tersa, posible resultado de los infinitos tratamientos de belleza arcana y clerical a los que se debía de someter sólo por parecer bonita. La mujer pelirroja, indignada, volvió a alzar la mano y gritó:
-¡Cien mil por ambos!
-¡He escuchado cien mil!-Gritó el esclavista, emocionado por la enorme suma que estaban alcanzando los dos guerreros. Audre esbozó una sonrisa, divertido y susurró al joven uthgard:
-Nunca pensé que dos andrajosos como nosotros valdrían tanto, Waukeen debe de estar contenta con esta mujer.-Drazharm no pudo evitar una sonrisa, mientras veía su salvación en una doncella de cabellos pelirrojos. Lo peor que le podía hacer era llevárselo a la cama un día o el resto de su vida, o hacerle trabajar un poco, o eso pensaba él, confiando en la pureza de las mujeres que había conocido hasta el momento. Sin embargo, sus esperanzas se desmoronaron en cuanto un hombre calvo y ataviado en una pesadísima túnica roja, apoyado en un cayado con una zarpa agarrando un orbe se levantó. Su calva estaba repleta de tatuajes cuanto menos inquietantes, y finalmente, gritó:
-¡Doscientos mil por los dos! ¡El cormyrita y el uthgard!-El esclavista chilló, al borde de la histeria por su inmensa avaricia:
-¡Vendidos! ¡Vaya si están vendidos!-La pelirroja, indignada, se sentó, engurruñando su vestido entre sus manos, morruda. A Audre se le agrió la cara. Drazharm no supo por qué.
-Un mago rojo Thayino…-Murmuró el cormyrita.-Estamos perdidos, Drazharm.
-¿Por qué lo dices, por qué…?
-Ya lo sabrás muchacho… Ya lo sabrás.-Dijo, mientras el altivo mago dirigía una mirada de superioridad a cada uno de los presentes, hasta llegar a sus posesiones. La gente empezó a retirarse, hasta que el mago se retiró a la bodega junto al esclavista. Al rato, salió apoyándose en su terrorífico bastón, tras escucharse cómo un relámpago hacía que algo cayese. No hacía falta ser un genio para saber qué es lo que ocurrió con el esclavista. El mago thayino sonrió a sus adquisiciones, de una forma cuanto menos vil y de su bolsa de contención, sacó dos grilletes separados y sin cerradura. Estaban abiertos, y dentro de éstos, habían decenas de runas grabadas sobre la adamantita.
-Las manos, sirvientes.-Ordenó. Ambos pusieron las manos, y el hombre cerró los grilletes alrededor de cada uno, mientras conjuraba un hechizo de cerradura sobre éstos, grabando de nuevo, una runa más sobre donde debería estar la abertura. Cortó sus cuerdas y sin más, les dio la orden de seguirlo.
Drazharm miró a su ahora mismo sombrío compañero sin saber que su sentencia acababa de ser dictada.