Primer dia
La presa huía a través del bosque, y el cazador iba tras su rastro.
El bosque era inmenso, la madre de todos los bosques, y se extendía en todas direcciones durante millas, cambiando de color, de ambiente, evocando vida en unos lados y muerte en otros. Lo llamaban Bosque Alto, pero el cazador lo llamaba hogar. Su presa, en cambio, no lo llamaba de ninguna forma, ni en la antigua lengua élfica ni en el simple lenguaje común.
El cazador había sido abandonado en una región del bosque extraña para él, desnudo y sin armas. El primer día había conseguido hacer un pequeño cuchillo afilando una roca y enrollando unas raíces para poder asirlo. Con el cuchillo había dado forma a un mango de madera al que había atado otra piedra afilada. Con esa pequeña hacha había talado una rama larga que había convertido en lanza. Con esas herramientas, empezó a explorar la zona. Su presa, en cambio, no necesitaba nada de eso.
El cazador consiguió una buena vista trepando a un árbol, aunque no tenia tampoco un lugar al que ir. Divisó los Montes de la Estrella al sur y vio los Picos Perdidos al norte, ambos accidentes muy lejanos, y ningún asentamiento. Más tarde consiguió agua, puesto que en el bosque llovía con regularidad. Eso le hizo pensar en la necesidad de una capa y comida. Su presa, en cambio, tenia mucha comida a su disposición.
Cuando el sol se escondió, el cazador recogió leña y encendió una hoguera bajo un árbol, pero con precaución de que el fuego no se extendiese. Mejoró la factura de sus herramientas y meditó mirando al fuego. Quedaban once lunas para que le buscasen.
Su presa, en cambio, iba a ser encontrada antes.
//disculpadme por el pequeño homenaje a Stephen King xD
El Cazador
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El Cazador
"En un mundo orgulloso de sus frutas y verduras, aprendí a ser bollería industrial."
Darko, 21st Century Digital Boy
"¡Nanananananana nanananananana maaaagooooooos!"
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Re: El Cazador
Segundo dia
La presa huía a través del bosque, y el cazador iba tras su rastro.
El bosque solía ser silencioso, pero el silencio de un bosque nunca es absoluto. Es un silencio quedo, el rumor de hojas, el trinar suave de algún pájaro, el correteo de alguna ardilla. Pero aquella mañana el silencio había sido roto por la huida. El cazador avanzaba, implacable. Pronto conseguiría la recompensa. Su presa, en cambio, sólo conseguiría la muerte.
El amanecer del segundo día también había sido silencioso. Una suave brisa mecía las ramas, dejando caer gotas de rocío. La luz avanzaba sobre las copas de los arboles, pero se resistía a bajar al suelo. Ese día, el silencio del bosque fue roto por una inspiración profunda que marcaba el fin de la meditación. El cazador se levantó y pensó por primera vez en su presa. Su presa, en cambio, no conocía la existencia del cazador.
Había sido abandonado en esa región del bosque en esas condiciones para mostrar su madurez, para demostrar si era digno. Si moría o se perdía, no sería un lastre para su tribu. Si daba caza a su presa, su tribu sería mas fuerte. La tribu siempre ganaba. El cazador recogió sus herramientas y se encaminó en busca de un rastro. Para un ojo entrenado, sobretodo si este ojo pertenece a un elfo salvaje, el rastro dejado por un venado es muy fácil de distinguir. El cazador se encaminó decidido. Su presa, en cambió, se movía al azar.
Al atardecer, el cazador vio al venado, bebiendo de un pequeño charco. Se acercó cauteloso, en silencio, afianzando la lanza. Tomó una posición de lanzamiento en movimientos terriblemente lentos. Después, dejando liberada toda la tensión y la fuerza, proyectó su lanza hacia el venado, que sólo pudo alzar la cabeza asustado. La herida no lo mató, pero el cuchillo del cazador lo hizo más tarde. El cazador ya había conseguido comida y una capa, pero también algo más. Con los tendones de las patas, el cazador elaboró la cuerda de un arco, rudimentario pero efectivo. Ahora tenía un arma de verdad.
Su presa, en cambio, contaba con todas sus armas, y no era ningún venado.
La presa huía a través del bosque, y el cazador iba tras su rastro.
El bosque solía ser silencioso, pero el silencio de un bosque nunca es absoluto. Es un silencio quedo, el rumor de hojas, el trinar suave de algún pájaro, el correteo de alguna ardilla. Pero aquella mañana el silencio había sido roto por la huida. El cazador avanzaba, implacable. Pronto conseguiría la recompensa. Su presa, en cambio, sólo conseguiría la muerte.
El amanecer del segundo día también había sido silencioso. Una suave brisa mecía las ramas, dejando caer gotas de rocío. La luz avanzaba sobre las copas de los arboles, pero se resistía a bajar al suelo. Ese día, el silencio del bosque fue roto por una inspiración profunda que marcaba el fin de la meditación. El cazador se levantó y pensó por primera vez en su presa. Su presa, en cambio, no conocía la existencia del cazador.
Había sido abandonado en esa región del bosque en esas condiciones para mostrar su madurez, para demostrar si era digno. Si moría o se perdía, no sería un lastre para su tribu. Si daba caza a su presa, su tribu sería mas fuerte. La tribu siempre ganaba. El cazador recogió sus herramientas y se encaminó en busca de un rastro. Para un ojo entrenado, sobretodo si este ojo pertenece a un elfo salvaje, el rastro dejado por un venado es muy fácil de distinguir. El cazador se encaminó decidido. Su presa, en cambió, se movía al azar.
Al atardecer, el cazador vio al venado, bebiendo de un pequeño charco. Se acercó cauteloso, en silencio, afianzando la lanza. Tomó una posición de lanzamiento en movimientos terriblemente lentos. Después, dejando liberada toda la tensión y la fuerza, proyectó su lanza hacia el venado, que sólo pudo alzar la cabeza asustado. La herida no lo mató, pero el cuchillo del cazador lo hizo más tarde. El cazador ya había conseguido comida y una capa, pero también algo más. Con los tendones de las patas, el cazador elaboró la cuerda de un arco, rudimentario pero efectivo. Ahora tenía un arma de verdad.
Su presa, en cambio, contaba con todas sus armas, y no era ningún venado.
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Re: El Cazador
Tercer, cuarto, quinto y sexto dia
La presa huía a través del bosque, y el cazador iba tras su rastro.
El rastro había sido siempre cambiante durante días, pero aun así, pudo tener un disparo limpio a la quinta luna. La presa huyó sorprendida, pero el cazador sabía que era inútil correr. Teniendo un rastro de sangre claro y una presa herida, una persecución apresurada era la enemiga de toda precaución y al cazador no le gustaban las sorpresas. Su presa, en cambio, tenia algunas que ofrecer.
Desde que consiguió su arma, los días habían pasado entre la exploración y el aprovisionamiento de materiales y víveres. Con una supervivencia asegurada y sin más que hacer que encontrar a su presa, el cazador se permitió recapitular todo lo que ya sabía. Sabía que su presa había sido Guardián del Bosque, pero la Bestia había quebrantado su alma. Sabía que en su demencia había matado a mujeres y niños. Sabía que podía vestir pieles. No sabia nada más. Ni siquiera su nombre. No lo necesitaba. Su presa... Su presa tampoco necesitaba saber nada.
Entonces, llegó la quinta luna. Al liberar la flecha desde la rama de un árbol, el cazador empezó la persecución. El quejido sonó extraño y salvaje, rompiendo ya definitivamente el silencio forestal , que no fue restaurado en horas. El alma quebrada de la presa solo le permitía vestir pieles salvajes y peligrosas, y eso le había permitido ser un depredador hasta esa noche. La sensación de ser la presa (y lo fue siempre sin saberlo) le era extraña y le hacia sentir furioso, pero aun podía llevarle a su guarida. El cazador, en cambio, le seguía con fría paciencia e instinto afilado.
Finalmente, el cazador tuvo que adentrarse cautelosamente en una caverna que apestaba a putrefacción y muerte. Sus ojos élficos se adaptaron a la oscuridad al momento y empezó a buscar por todos los rincones, con una flecha preparada. Ambos se acechaban el uno al otro, se intercambiaban los papeles, se buscaban y retiraban, hasta que finalmente, se encontraron.
El cambiante se alzo ante el elfo vistiendo la piel de un oso demacrado. Abrió su boca pero no emitió sonido alguno en la oscuridad. El cazador (¿o quizás era presa ahora?) pudo ver que se había arrancado la lengua en su frenesí. Pudo ver los ojos inyectados en sangre y la zarpa veloz cayendo sobre el. Esquivó el golpe a medias y fue derribado, saltando la flecha por un lado y el arco por el otro. Sus dedos buscaron la pequeña hacha y empezó a golpear la enorme cabeza del oso malarita que se cernía sobre el. Consiguió escabullirse después de dañar el ojo de la bestia y recuperar su arco. Cogió una flecha. Tensó el arco. La bestia se encaró con el. Disparó. Cogió una flecha, tensó el arco. La bestia avanzó. Disparó. Cogió una flecha, tensó el arco, disparó. Cogió una flecha, tensó el arco, disparó.
El cazador dio un paso atrás para apartarse de la caída de su presa, con cuatro flechas clavadas en su pecho, un ojo colgando de su cuenca y un rastro de sangre desde el corazón del bosque.
Al salir de la caverna, el orbe estaba en su punto mas alto. El cazador cayó de rodillas y apoyó una mano ensangrentada en el manto de hojas y habló con voz ronca por primera vez en casi una dekhana.
“Escucha mis palabras, Lobo Solitario.
Vine como un cachorro y me voy como un adulto.
Soy el cazador silencioso.
Soy el ojo que vigila en la sombra.
Soy una manada de uno.
Te entrego mi arco y mi flecha en el bosque que me vio nacer.”
Su presa, en cambio, permaneció en silencio.
//Y con esto termina el relato del rito de madurez de Caelidan, no explica directamente mucho del pj pero creo que se entrevé bastante como es. Espero que os haya gustado.
La presa huía a través del bosque, y el cazador iba tras su rastro.
El rastro había sido siempre cambiante durante días, pero aun así, pudo tener un disparo limpio a la quinta luna. La presa huyó sorprendida, pero el cazador sabía que era inútil correr. Teniendo un rastro de sangre claro y una presa herida, una persecución apresurada era la enemiga de toda precaución y al cazador no le gustaban las sorpresas. Su presa, en cambio, tenia algunas que ofrecer.
Desde que consiguió su arma, los días habían pasado entre la exploración y el aprovisionamiento de materiales y víveres. Con una supervivencia asegurada y sin más que hacer que encontrar a su presa, el cazador se permitió recapitular todo lo que ya sabía. Sabía que su presa había sido Guardián del Bosque, pero la Bestia había quebrantado su alma. Sabía que en su demencia había matado a mujeres y niños. Sabía que podía vestir pieles. No sabia nada más. Ni siquiera su nombre. No lo necesitaba. Su presa... Su presa tampoco necesitaba saber nada.
Entonces, llegó la quinta luna. Al liberar la flecha desde la rama de un árbol, el cazador empezó la persecución. El quejido sonó extraño y salvaje, rompiendo ya definitivamente el silencio forestal , que no fue restaurado en horas. El alma quebrada de la presa solo le permitía vestir pieles salvajes y peligrosas, y eso le había permitido ser un depredador hasta esa noche. La sensación de ser la presa (y lo fue siempre sin saberlo) le era extraña y le hacia sentir furioso, pero aun podía llevarle a su guarida. El cazador, en cambio, le seguía con fría paciencia e instinto afilado.
Finalmente, el cazador tuvo que adentrarse cautelosamente en una caverna que apestaba a putrefacción y muerte. Sus ojos élficos se adaptaron a la oscuridad al momento y empezó a buscar por todos los rincones, con una flecha preparada. Ambos se acechaban el uno al otro, se intercambiaban los papeles, se buscaban y retiraban, hasta que finalmente, se encontraron.
El cambiante se alzo ante el elfo vistiendo la piel de un oso demacrado. Abrió su boca pero no emitió sonido alguno en la oscuridad. El cazador (¿o quizás era presa ahora?) pudo ver que se había arrancado la lengua en su frenesí. Pudo ver los ojos inyectados en sangre y la zarpa veloz cayendo sobre el. Esquivó el golpe a medias y fue derribado, saltando la flecha por un lado y el arco por el otro. Sus dedos buscaron la pequeña hacha y empezó a golpear la enorme cabeza del oso malarita que se cernía sobre el. Consiguió escabullirse después de dañar el ojo de la bestia y recuperar su arco. Cogió una flecha. Tensó el arco. La bestia se encaró con el. Disparó. Cogió una flecha, tensó el arco. La bestia avanzó. Disparó. Cogió una flecha, tensó el arco, disparó. Cogió una flecha, tensó el arco, disparó.
El cazador dio un paso atrás para apartarse de la caída de su presa, con cuatro flechas clavadas en su pecho, un ojo colgando de su cuenca y un rastro de sangre desde el corazón del bosque.
Al salir de la caverna, el orbe estaba en su punto mas alto. El cazador cayó de rodillas y apoyó una mano ensangrentada en el manto de hojas y habló con voz ronca por primera vez en casi una dekhana.
“Escucha mis palabras, Lobo Solitario.
Vine como un cachorro y me voy como un adulto.
Soy el cazador silencioso.
Soy el ojo que vigila en la sombra.
Soy una manada de uno.
Te entrego mi arco y mi flecha en el bosque que me vio nacer.”
Su presa, en cambio, permaneció en silencio.
//Y con esto termina el relato del rito de madurez de Caelidan, no explica directamente mucho del pj pero creo que se entrevé bastante como es. Espero que os haya gustado.
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