Relatos de Oscuridad (Vilith)

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Glutentag

Relatos de Oscuridad (Vilith)

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PACTO OSCURO

Cerró la puerta tras de sí, los corredores de ese nivel de la casa estaban prácticamente vacíos a excepción de un par de guardias bien pertrechados y silenciosos. Allí se alojaban los nobles varones de rango medio, las habitaciones colindantes pertenecían a dos sobrinos de Szerave.

Llevaba tiempo preparándose, había pasado ciclos enteros arrodillado en el templo, orando a la gran Diosa y rezando por el sufrimiento de todos sus enemigos.

La estancia disponía de comodidades sencillas: una pesada cómoda tallada en piedra negra, un lecho amplio de 2x2 metros, un amplio recipiente de cristal lleno de agua, para asearse, sostenido por tres delgadas patas de metal corrugado, un espejo de cuerpo entero con un marco de talla metálica y una estantería tallada en leño zukh, donde había ido acumulando algunos manuscritos y el material necesario para redactar sus informes.

Cogió un paño para tapar las rendijas de la puerta, no quería que nadie pudiese ni oler lo que iba a suceder allí dentro.

Empujó con fuerza la estantería, desplazándola lateralmente y dejando a la vista un pequeño hueco en la pared. Extrajo lo que había oculto dentro: en sus manos reposaba un pequeño cuenco metálico, pintado en negro y con el símbolo de de una araña más oscura que el color de fondo, con rostro de elfa drow, colgando de una telaraña. Se trataba de un pequeño cuenco de ofrendas

Todo estaba preparado, el recipiente se fue llenando poco a poco de sangre. Los viales de cristal vacíos iban quedando a un lado. Había pasado más de una dekhana cazando sólo y con sus propias manos, diversas criaturas de la antípoda, guardando muestras de su sangre, todo para ese día. Sauriones, basiliscos, quitinosos e incluso la sangre de un terradón…los diversos fluidos se mezclaban ondulantes en el cuenco.

Sacó una pequeña daga, de hoja fina y doble filo. La manufactura era sencilla, no podía conseguir una daga de sacrificios, no todavía… La colocó frente a si, sentándose ante el recipiente y entonó el salmo:

- Oscura mi existencia, negro el destino de aquellos que se os oponen. Mi mano bañada en sangre tendida hacia vos. Permitidme rozar vuestra esencia, permitidme servir a vuestros designios. Mi vida es el instrumento, mi sangre la ofrenda. Que aquellos que ofenden a vuestra grandeza, sólo por su mera existencia, se consuman en un eterno dolor. Dejad, oh Reina inmortal, dejad que mi mano ensangrentada les ofrezca, en vida, una pequeña porción del infierno que les será otorgado tras la muerte. Que mi voluntad sea el camino para alcanzar la vuestra, mi fuerza el medio de llevar miedo y sufrimiento, su muerte un homenaje a vuestra eterna gloria.

Os entrego mi sangre, en símbolo de cuerpo y alma, y la sangre de aquellos que no se inclinaron ante vos. Que mi salmo se escuche a coro con sus gritos de dolor. Mi vida es vuestra, e imploro vuestro veredicto… Reina de las Arañas.


Al mismo tiempo que recitaba cogió la daga con la mano izquierda, deslizando lentamente su filo por la palma derecha, dejando que el afilado dolor le inundase, a él y a sus palabras. La sangre goteó desde su mano, salpicando al tocar los otros fluidos que se entremezclaban en el recipiente. La cerró en un puño e hizo fuerza, sintiendo como el cálido líquido se deslizaba entre sus dedos.

La sangre fluía sin cesar, de una herida que no debía ser tan profunda. Mientras trataba de terminar las palabras que había preparado, sintió como la estancia empezaba a dar vueltas. Una densa neblina trató de atenazar su consciencia, de doblegar su lengua y su voluntad, apenas podía tenerse de rodillas mientras notaba como su cuerpo dejaba poco a poco de responder.

Cuando el salmo estuvo completo, un punzante dolor recorrió su cuerpo, partiendo desde el corte en su mano. Su sangre comenzó a hervir, burbujeaba en la palma de su mano, como un hilarante siseo que se regocijaba a costa de su sufrimiento. El placer por su propio sufrimiento dejó paso a un grito reprimido, a un rechinar de dientes, mientras su cuerpo ardía en el fuego que abrasaba sus venas.

Finalmente cedió, desplomándose sobre el suelo de la estancia…. y la sangre fluía sin cesar.

El olor a putrefacción llamó a sus pensamientos, sacándolos de aquel profundo sopor. Poco a poco abrió los párpados, y una punzada recorrió todo su cuerpo. El macabro espectáculo de su propia mano, tendida hacia la nada, llena de piel muerta y pus allí donde la hemorragia casi había acabado con él, fue lo primero que pudo ver. Su mirada se desvió para poder apreciar el desastre de sangre seca y nauseabunda que se había apoderado del cuarto, pues al caer había volcado el cuenco de ofrendas.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Horas? ¿Ciclos enteros? Se tambaleó y las piernas finalmente respondieron, mientras iba en busca del amplio cuenco de cristal que reservaba para el aseo.

Su mente vagaba por sus recuerdos, al tiempo que iba limpiando su mano, deshaciéndose de los esfacelos de tejido necrosado.

Cuando hubo terminado, observó la palma, enmudecido….
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