Naja Ramlat

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

Moderadores: DMs de tramas, DMs

Responder
Lain

Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

El Lazo

(Parte 1)

El sol ya había ardido en lo más alto del cielo aquel día y empezaba su lánguido descenso buscando las dunas del horizonte. El poblado se había vuelto a poner en marcha en sus quehaceres hacía poco tiempo y como de costumbre, su hermana Garayn había acudido corriendo a la jaima de Aydin, uno de los ancianos que había aceptado enseñarle cosas ese día. Cada cierto tiempo a su hermana le daba por pasar las horas detrás de la túnica de uno de los sabios que pacientemente le daba explicaciones a todas las preguntas que ella formulaba. La joven de unos 12 años escuchaba atenta a todas las palabras que le brindaban esas sabias mentes y, como la tierra cuarteada con las primeras gotas de la lluvia, las absorbía con ansia devorándolas al instante. Ese día le había dicho a Shafirya que iban a sacarle el veneno a una serpiente. La pequeña sólo tenía 8 años y poco le interesaban las largas charlas de un decrépito abuelo y a pesar de que su hermana insistía siempre en que le acompañara, ese día no hizo falta repetírselo dos veces. Le atraía la idea de ver cómo se le “sacaba” el veneno del cuerpo a ese animal alargado y ya había imaginado al anciano clavando una daga en la piel escamosa y abriéndole una raja mientras el animal se retorcía y sangraba debatiéndose en vano por un último aliento de vida.


Las arrugadas pero firmes manos del anciano cogieron la cabeza de la serpiente que se contorsionaba enrollándose en el antebrazo de Aydin.

-Mirad. Ahora sólo hay que acercarle el vasito a la boca y ella sola morderá con fuerza la piel con la que lo hemos cubierto.

Se veía claramente que eran hermanas mirándoles a los ojos. Las dos tenían una profunda mirada negra que se clavaba en lo que veían como tratando de atravesar lo que estaba a su alcance. Ambas tenían el pelo negro. Garayn, más parecida a su padre, lo tenía ondulado, con los labios algo más finos y duros y Shafirya, tenía la melena con marcados rizos acaracolados así como unos labios más gruesos, como su madre. Ésta parecía algo decepcionada por la explicación del hombre. Finalmente no parecía que fueran a abrir a la serpiente para sacarle el veneno así es que empezó a perder el interés por todo aquello. Las niñas observaron cómo la serpiente, pocos segundos después de acercarle el vaso, lo atacó sin piedad con un movimiento súbito, clavándole los pequeños dientes varias veces con esa mandíbula flexible.

Ambas dieron un respingo sorprendidas con el ataque y los tres rieron por el susto de las niñas. El anciano desenganchó la boca del ofidio y lo liberó.

-Esto es lo que nos ha dejado.- Dijo destapando la piel del vaso y mostrándoles las diminutas gotas que había pegadas en el cristal.

-Pero, ¿cómo ha podido salir por ahí el veneno?- Dijo Shafirya frunciendo el ceño callándose la idea de que aquel anciano ya había puesto ahí esas gotas que seguramente serían sólo agua.

Garayn miró a su hermana con ternura y cruzó una mirada cómplice con el anciano.

-Si me acompañaras más a menudo sabrías que los colmillos de las serpientes son huecos.

La pequeña miró a su hermana ladeando la cabeza, reflexionando sobre lo que acababa de decir y entonces se tocó un colmillo como buscando un orificio en él, provocando de nuevo las carcajadas en el anciano y su hermana. Cuando los oyó reír se le enrojecieron los mofletes y bajó la mirada avergonzada.

-No te entristezcas, Shafirya. Tu hermana lleva mucho tiempo aprendiendo cosas de estos animales. No hay que avergonzarse de no saber algo, hay que tener curiosidad y seguir preguntando.- La voz del anciano era titubeante y ronca, como si fuera a ahogarse en cualquier momento.

Shafirya asintió un poco aún molesta con el anciano que para ella acababa de llamarla ignorante además de hacer lo que todo el mundo hacía siempre, compararla con Garayn. Su hermana mayor interrumpió el silencio con una pregunta.

-Y ¿sólo con esas gotitas ya se puede morir una persona?

Aydin asintió de forma solemne y carraspeó ruidosamente para contestarle.

-Si no se procede a extraer el veneno inmediatamente, el que ha sido picado morirá.

-Pero, no se puede sacar todo nunca, ¿verdad?- Dijo la joven mirando al anciano como preguntándole si era así.

-Exacto, el veneno es muy rápido y lo más probable es que esté un par de días enfermo como mínimo. De todas formas, hay maneras mejores de evitar que un veneno te afecte. Por ejemplo, desde hace mucho tiempo se sabe que si te administras pequeñísimas dosis del veneno durante mucho tiempo, tu cuerpo acaba acostumbrándose a él y consigues ser mucho menos vulnerable a una picadura.

Estas palabras calaron inmediatamente en las dos pequeñas que miraron al anciano con las cejas alzadas de asombro. Garayn miró a su hermana como ocurriéndosele algo pero la pequeña se limitó a sonreírle divertida.



-Por las noches cuando hace frío están más quietas porque necesitan el calor del sol para moverse.- El susurro de Garayn a penas se oyó en la noche del desierto. Las dos caminaban descalzas, tratando de hacer el menor ruido posible.

-Menuda tontería.- Sentenció su hermana pequeña con el mismo volumen de voz pero con más firmeza.-Están más quietas porque están dormidas, como todo el mundo por la noche.- Dijo muy segura mientras se agachaba mirando debajo de una roca.- Te crees todo lo que te dicen esos viejos.

Garayn miró la tenue figura de su hermana pequeña aguantándose la risa y negó un poco con la cabeza agachándose a su lado.

-¿Ves algo?- Dijo mirando la oscuridad de la grieta que quedaba entre la roca y el suelo.

-Shhh...- La pequeña frunció el ceño y ambas aguzaron el oído y la vista dejando que el silencio casi absoluto las rodeara, oyéndose sólo los distantes sonidos de las jaimas del poblado.

La temperatura había caído en picada y el frío congelaba los sonidos y hacía resentirse al mismísimo desierto. La roca que estaba junto a ellas no era menos y crujió con fuerza fracturándose por dentro. El crujido las hizo dar un salto y caer de espaldas a las dos, la pequeña sobre la mayor, y sin poder evitarlo estallaron en carcajadas.

Unos minutos después, se encontraban agachadas de nuevo a los pies de una gran roca. El brazo de Shafirya se precipitó en el hueco con rapidez y sacó a una serpiente de la cabeza. Garayn la felicitó emocionada y sacó el pequeño vasito que cuidadosamente había envuelto con una piel bien tirante. Mientras ella lo sujetaba, Shafirya acercó la boca de la serpiente al vaso y ésta lo mordió como había hecho la del anciano.

-Ya está, desengánchala.-Dijo Garayn a su hermana, que la desenganchó y se quedó con la serpiente en la mano.

-¿Qué haces? Suéltala ya.- Insistió la hermana mayor mirando a Shafirya con una expresión confusa.

La pequeña hizo un mohín molesto con los labios mirando a la serpiente. <Ya te cogeré...> Pensó dejando ir al reptil que serpenteó alejándose de ellas con pereza.

-Y ahora vamos a la granja de Dajenar.-Dijo Shafirya emocionada.-Tenemos que matarle al menos a una cabra.
Garayn miró a su hermana ladeando la cabeza con los ojos entrecerrados.

-Sí, habíamos quedado en eso pero... He estado pensando...

-¡No!-Gritó la pequeña mirando con enfado a su hermana mayor.-La última moradura me duró dos semanas, esta vez no se lo vamos a dejar pasar.

Garayn asintió un poco a su hermana, comprensiva.

-Ya lo sé, Naja...-Shafirya adoraba el apodo que le había puesto su hermana desde hacía varios años y siempre se lo decía cuando le hablaba con más cariño. Y en realidad, era la única que le hablaba así. Era como los ancianos llamaban a las serpientes que ensanchaban el cuello y Garayn le decía que el negro de sus escamas brillaba como los rizos de su pelo. Sólo se lo decían cuando estaban solas y nadie más podía oírlas. Ni sus propios padres conocían ese apodo- Sabes que me hierve la sangre cuando te veo venir llorando porque te ha vuelto a pegar. Pero por eso mismo... Porque me preocupo por ti, escúchame, por favor.

Garayn adoptaba muchas veces ese tono adulto, tranquilo y conciliador que, como muchos, su hermana no podía evitar escuchar con atención. La joven acarició los rizos despeinados de su hermana y le tomó de las mejillas mirándola con ternura.

-Siempre andas por ahí jugando por los alrededores del poblado. Mamá se preocupa porque hay muchos animales que pueden atacarte o las mismas serpientes que pueden picarte. Shafirya, quiero que te tomes el veneno, muy poco a poco y durante mucho tiempo y así si te pica una serpiente no te pasará nada.

La pequeña miró a los ojos de su hermana que le devolvía la mirada con una expresión de preocupación pero con un aire tierno y esperanzador.

-Pero... lo que dice ese hombre, ¿seguro que es verdad?

Garayn rió un poco y abrazó a su hermana estrechándola contra ella.

-Claro que es verdad.- Susurró a la pequeña acariciándole el pelo.- Además, papá y mamá estarán muy orgullosos si su pequeña es tan fuerte que resiste la picadura de una serpiente.

Shafirya se separó un poco de su hermana abriendo la boca con sorpresa.

-¡Es verdad!- Exclamó emocionada pero enseguida frunció el ceño.-Pero si tú también lo tomas serás igual de fuerte que yo, y les dará igual.-Dijo entristecida.

-Bueno, pues no lo tomaré.

La pequeña miró a Garayn frunciendo el ceño.

-Pero.... si te pica una a ti....- Shafirya bajó las comisuras de los labios asustada.

-No, no te preocupes. Si me pica a mí tú vendrás a sacarme el veneno enseguida y no me pasará nada. Yo te enseñaré cómo se hace.

Shafirya finalmente pareció convencida y asintió sonriendo con alegría, volviéndose a abrazar a su hermana con cariño.
Última edición por Lain el Jue May 24, 2012 7:18 pm, editado 1 vez en total.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

El Lazo

(Parte 2)

Un paño húmedo refrescó su frente y sus mejillas que ardían más que la arena en mitad del día. Su madre llevaba días llorando y rezando a Elah (el nombre midaní de Selûne) para que su hija sanara y siguiera con vida. Aydin se levantó pesaroso con un quejido y varias toses recogiendo las cosas y acercándose a la mujer que levantó la mirada hinchada y enrojecida.

-No lo entiendo... es como si le hubieran picado pero sigo sin encontrar ninguna marca en su cuerpo.... Sólo nos queda esperar y....-La arrugada mano de Aydin se apoyó en el hombro de la mujer que ahogó un sollozo mirándolo- Deberías prepararte para lo peor, Fadima.

La mujer rompió a llorar mientras el hombre salía de la jaima con pasos trémulos.

-Shafirya...-Susurró la voz de Garayn a su lado. Ella también lloraba.-Shafirya, ¿estás despierta?

La pequeña giró débilmente la cabeza y entreabrió los ojos mirando a su hermana.

-No deberías beber más.-La joven sollozó quitándose una lágrima de la mejilla, observando a la pequeña hacer esfuerzos por respirar.

-La última....- Balbuceó la pequeña levantando la mano para tocar a su hermana pero no acertó y ésta tuvo que cogerle la mano.-Sólo una vez más.

Garayn escondió el rostro apoyando la frente en el camastro y sollozó unos minutos con la mano cogida a su hermana pequeña. El vaso donde la serpiente había dejado el veneno lo había llenado de agua y lo había mezclado bien para ir dándole pequeños sorbos a Shafirya. Llevaba una dekhana bebiendo y desde el primer día había empezado a caer cada vez más enferma. Garayn insistía en que no bebiera más pero la pequeña se las arreglaba para convencerla siempre. Este día, su hermana mayor no podía más y había tirado lo que quedaba del veneno, rompiendo el vaso con rabia contra una roca y había cogido otro vaso llenándolo con un pequeño chorrito de agua clara.

Garayn se recompuso desapoyando la cabeza del costado de su hermana y sacó el vasito de entre sus cosas vigilando que su madre no las viera. Le sujetó la pequeña cabeza de rizos negros a Shafirya y le dió a beber el agua, dejándola de nuevo reposar en el camastro.



-Cógelo bien, que no se te caiga.... No, así no, cógelo por debajo.- Su madre le recolocó el bulto entre los brazos para que saliera a dárselo a su padre caminando con cuidado de que no se le cayera. Había adelgazado mucho pero ya no tenía fiebre, respiraba bien y las piernas y los brazos se había fortalecido dejando de temblar.

-Date prisa, maldita sea.-La voz de su padre resonó grave y autoritaria como siempre que se dirigía a ella.- El sol volverá a caer como vengas a ese paso, blandengue.

La niña le dio el bulto a su padre y lo miró con fijeza frunciendo el ceño. Hamner le devolvió la mirada con la misma actitud desafiante y se acercó a ella de una zancada. Shafirya dio un paso atrás levantando las manos como para protegerse, a pesar de que su padre jamás le había puesto una mano encima.

-No me llames blandengue, soy más fuerte que tú. Si me pica una serpiente no me muero ¡y tú sí!

La voz de la niña resonó entre las jaimas de alrededor pero a su padre no le importó.

-Mala hierba nunca muere...-Mustió colocándole el bulto en el lomo al buey de carga.-Además, no seas estúpida, no te ha picado ninguna serpiente. Si escucharas más a los ancianos como hace tu hermana no te habrías pasado casi dos dekhanas en cama como un trapo viejo. A saber qué comiste andando por ahí haciendo el vago.

Su padre gesticuló señalando al desierto y Shafirya no pudo hacer más que guardar silencio mientras él se subía al caballo y partía a cazar algo. El brazo de su hermana mayor la rodeó cogiéndole del hombro y apoyándose en su pecho que se agitó con un leve sollozo. Se había prometido una y mil veces que ya no le importaría más lo que le dijera su padre, no volvería a llorar por sus palabras y esa sería la última vez que lo hiciera.

-Vamos...-Le susurró dejando un pequeño beso en su cabeza.-Mamá me ha dicho que preparemos té. Aydin va a venir a verte en un rato para ver cómo estás.

Ambas caminaron hacia el interior de su jaima con pasos lentos mientras su madre esparcía algo de grano para que las gallinas lo picoteasen.

-Pero es verdad... Si me pican no pasará nada ¿no?

Garayn no levantó la vista hacia ella mientras llenaba el cazo de agua para hervirla.

-Tú mejor no dejes que te piquen. No creo que lo hiciéramos bien.

-Ya te dije que no tenías que creerte todo lo que te decía ese viejo.

La joven esbozó una sonrisa mientras se iba moviendo por la estancia preparando las cosas. Ambas se coordinaban en un baile mudo ensayado cientos de veces. La miel, los pequeños vasos de cristal, la tetera con las hojas de té, las hojas de hierbabuena fresca. Todo tenía su sitio en la superficie de metal en forma de bandeja tallado con motivos que se entrelazaban y se elevaba unos centímetros del suelo apoyada en un tocón de madera.

-El otro día... Aydin me habló de unas organizaciones... Monjes, me dijo que eran. Se instruyen en la lucha con su propio cuerpo y cultivan su mente alcanzando una gran sabiduría...

Garayn hablaba a penas en un leve susurro y su voz sonó trémula. Lo que decía la entusiasmaba pero pronunciar esas palabras en voz alta a Shafirya le producía un tremendo dolor que le oprimía la garganta, haciéndola tragar saliva con angustia.

-He pensado que... aquí los ancianos no van a enseñarme a luchar así... ni pueden enseñarme tantas cosas del mundo como me gustaría saber...

La pequeña se quedó quieta de pronto y guardó silencio mirando a su hermana con el miedo reflejado en el rostro.
Última edición por Lain el Jue May 24, 2012 7:20 pm, editado 1 vez en total.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

El vial se deslizó por sus dedos que jugueteaban con él mientras los ojos negros de la mujer se mantenían fijos en el vacío. La habitación era cálida, confortable y silenciosa. Había comprado ese veneno en Villanieve hacía mucho tiempo y había conseguido conservarlo a pesar de todo lo que habían pasado. Volvió a hacerlo recorrer sus dedos mientras observaba cómo el líquido del interior se movía con turbulencias conforme iba pasando de dedo en dedo.

No iban a recibirlas aun en el templo de Sundabar y la espera sería más larga de lo previsto. La habitación no era el escenario que más le gustaba para esto. Prefería estar en mitad del bosque al lado de un riachuelo donde no importara lo que fuera a ensuciarse y podría darse un baño tranquila después, pero la ciudad permanecía cerrada a cal y canto y no podían salir de allí de momento. Finalmente suspiró y sacó la daga curvada. La dejó reposando sobre su regazo y se untó la yema del dedo con una pequeña gota del veneno. Impregnó apenas la punta de la daga con él y estiró el brazo con el puño cerrado.

Todo su cuerpo se tensó, su respiración se agitó mientras sus ojos miraban su antebrazo estirado y la daga envenenada con esa pequeña cantidad de veneno acercarse a él. La punta del acero traspasó su piel hasta hacerla sangrar un poco mientras su mandíbula se apretaba. Dejó la daga a un lado y se cerró la herida con el dedo para que una venda no absorbiera la poca sangre que había salido.



Todo su cuerpo estaba cubierto de un sudor frío que la hacía tiritar con fuerza bajo las mantas. Permanecía en un rincón de la habitación sentada en el suelo, con los ojos cerrados, pero toda la estancia era una caída en picada desde un precipicio infinito que mantenía su estómago a la altura de su garganta. No la dejaba respirar y había hecho que vomitara ya dos veces en un barreño que se había preparado a su lado preventivamente.

Su mente divagaba en un mar de tinieblas de las que salía la gran boca de una serpiente y le arrancaba las piernas. Millones de caras de ojos vacíos la observaban y seguían su caída moviéndose hacia ella. De nuevo los gritos de una mujer invadían sus oídos y el olor de la sangre impregnaba sus fosas nasales mientras seguía delirando acurrucada entre las mantas.



Dejó escapar una bocanada de aire al sentir la frescura del agua aliviar la piel de su rostro. Lo empapó un par de veces más y terminó de lavarse con la tina de agua fría que había pedido, secándose después con una toalla limpia. Limpió toda la habitación y la dejó tal y como estaba cuando la encontró, abriendo bien las ventanas para que se ventilara. Le temblaban un poco los músculos pero después de ese par de días se había recuperado por completo del envenenamiento. Guardó bien todas sus cosas y conservó el vial de veneno a buen recaudo para la próxima dosis.
Última edición por Lain el Jue May 24, 2012 7:21 pm, editado 1 vez en total.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

La suave luz anaranjada de la media tarde se filtraba por entre las hojas de los árboles del bosque dejando un mosaico luminoso sobre la hojarasca que se movía con pereza, soliviantada por una brisa caprichosa. El viento había cambiado y empezaba a ser más frío con el paso del tiempo. Sin embargo, la calidez de los tonos marrones del bosque le arrancaban una sonrisa serena y la invitaban a aspirar el aire fresco dejando que inundara sus pulmones poco a poco, imbuyendo de calma a su mente.

Mientras aspiraba el aire con los ojos cerrados, oyó los pasos de unas pezuñas cerca suya. Abrió los ojos girando la vista a tiempo para ver la elegante figura de un ciervo blanco como la nieve, moviéndose majestuoso entre los árboles. Se acercó a él con cuidado de no asustarlo, caminando despacio. La cimitarra y la espada corta estaban firmes en sus manos desde que había puesto el primer pié en el bosque pero guardó la espada corta para coger una baya y aplastarla entre sus dedos mientras seguía acercándose al precioso animal que levantó la cabeza con el cuello estirado, mirándola con fijeza y dirigiendo las orejas hacia ella. La mujer sonrió al ver al animal alertarse y movió un poco la mano con la baya hacia él, dejando que el aroma del fruto se deslizara por la brisa hasta sus fosas nasales.

El ciervo estiró la cabeza hacia delante olfateando el aire y dio un primer paso hacia ella con cautela, luego otro y luego otro más hasta que su hocico acarició los dedos de la mujer que lo dejó que lamiera el líquido ácido de sus dedos. Lo acarició con ternura y el ciervo movió la cabeza hacia ella prestándose a sus caricias, bajando después la cabeza para pastar tranquilo mientras ella pasaba la mano despacio por su lomo níveo. La piel del ciervo tembló levemente con la caricia y luego se relajó cada vez más mientras la bedín susurraba junto a él palabras de calma con cariño. Se separó un poco de él y caminó de espaldas un par de pasos mirándolo. El animal le devolvió la mirada ladeando la cabeza y ella le hizo un gesto suave, invitándolo a seguirla. Mientras caminaba desenvainó de nuevo la espada corta despacio, sin hacer ningún ruido. En cambio el ciervo la seguía correteando detrás suya, sorteando con gráciles saltos la maleza.

Avanzó en total silencio, posando con suavidad los pies sobre las hojas que murmuraron como cuando el viento las movía, mirando hacia atrás de vez en cuando, viendo cómo la figura blanca se recortaba entre los marrones calmados. Un osgo emitió un gruñido gutural que alertó al resto pero ella siguió caminando ocultándose agazapada tras los matorrales, con el ciervo, algo temeroso, siguiéndola con paso alegre, haciendo crujir las hojas con fuerza bajo sus pezuñas. Los osgos centraron su atención en el animal y cuando el chamán empezó a conjurar, la mujer ladeó una sonrisa suave estirando los labios. El animal se había quedado petrificado pero ella seguía avanzando entre los arbustos altos, tomando la posición por detrás del chamán que seguía diciendo sortilegios, empezando a crear unas bolas luminosas entre sus manos que salieron precipitadas hacia el ciervo.

Mientras el cuerpo blanco del animal caía, su cimitarra ya había dado una primera estocada revelando su posición al chamán, que no volvió a pronunciar conjuro alguno.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

Al Alba

El desgarrador grito de una mujer despertó al poblado entero de nómadas cortando el gélido frío de los primeros despuntes del alba. Todos salieron apresurados de las tiendas y se miraban con el mismo miedo que lo habían hecho las otras veces. El anciano se adentró en la tienda de donde salió el grito y a los pocos minutos salió de allí rodeando con un brazo a la mujer que se deshacía en llantos. Miró a todos con tristeza y asintió despacio.

-La pequeña Bushra ha muerto... por la picadura de una serpiente negra del desierto...- La voz quebrada de Aydin se elevó entre la gente. Unos segundos de silencio precedieron a los gritos de las mujeres que inundaron de tristeza el ambiente. Los dioses y los espíritus oirían el lamento del poblado durante los tres días que duraría la celebración funeraria hasta que el cuerpo de la joven fuera incinerado.

Shafirya llegaba acompañada del buey cargado con orzas de agua fresca con pasos tranquilos una media hora después. Había oído los lamentos desde lo lejos y, en la distancia, se permitió sonreír con suavidad al oírlos, sabiendo que todo había salido bien. Una vez en el poblado, amarró al buey y cargó con esfuerzo la primera orza repleta de agua del pozo, tambaleándose ligeramente por el peso. Se equilibró como pudo caminando para llevar el agua dentro y ahí estaba su madre, que se secaba una lágrima de la mejilla con el hombro mientras amasaba el pan.

-La tercera persona en dos meses... y esta era de tu edad...- La mujer habló con voz trémula a Shafirya cuando entró por la puerta y la miró mientras dejaba el agua junto a ella.- Que los dioses no quieran que te pase a ti, hija mía.

-Madre, no digáis tonterías...- La chica hablaba con tranquilidad a pesar de las palabras firmes que pronunciaba. La molestia de dirigirse a ellos con respeto se convertía en vana cuando lo que decía era para contradecirles o mentirles. Sin embargo su actitud levantaba más sospechas cuando se comportaba con total educación, como una adolescente modelo.

-¿A dónde vas ahora?- Fadima miró a su hija con el ceño fruncido mientras ésta se cubría la cabeza para salir.

-Estaré de vuelta para la comida.-Dijo la chica con voz queda y se giró para sonreír con amabilidad a su madre.-No te preocupes.

Cuando se dio la vuelta para salir, chocó de bruces con el pecho poderoso de Hamner que la hizo trastabillar hacia atrás. Él ni se inmutó por el impacto, mirándola con dureza mientras se estabilizaba y levantaba la vista hacia su padre. La expresión amable se le borró del rostro al verlo y se quedó quieta a las puertas de la jaima, con el cuerpo tenso y en silencio.

-Entra ahí y ayuda a tu madre.- Sólo dijo eso, sin levantar la voz siquiera, sin moverse, casi se podría decir que ni respiraba. Ella se colocó bien la ropa mirándolo con el mentón deprimido hacia el pecho.

-Madre se las apaña perfectamente sin mí y lo sabe.- De nuevo su trato era educado, su tono era sereno, incluso con todo el cuerpo tenso como las rocas al atardecer. Con esa rigidez, se sacudió con fuerza cuando los fuertes brazos de su padre la cogieron de los suyos y la arrastró con brusquedad hacia las arenas, alejándose unos metros de la casa para que la madre no los oyera. La soltó de un golpe que la hizo caer el suelo con un sonido amortiguado por la arena.

-¿Te crees que puedes seguir así mucho más tiempo? Eres una malcriada que no sirve para nada. No sabes cocinar, no ayudas a tu madre. Te pasas la vida en el desierto haciendo esas cosas raras con las serpientes...-Hamner enmudeció ahogándose con un nudo en su garganta. Mientras hablaba, la muchacha se había apresurado a levantarse de un salto, sin dejar que la humillara con una burda regañina mientras ella se lamentaba en el suelo. Ese no era su estilo. Soportaba los golpes y se reponía todo lo rápido que podía, desafiante.

-¿Cuántas veces tengo que deciros que esa serpiente sólo estaba enferma? Además, era de madrugada, apenas pueden moverse a esa hora. Aydin ya os lo explicó.

-Deja de escudarte en el anciano, Shafirya. Escuchas lo que dice cuando te interesa. Si tan sólo te molestaras por dejar que él te enseñara...

-Si tan sólo dejarais de pretender que sea Garayn...-Las palabras de la joven sonaron en un susurro pero hicieron callar a su padre, que endureció su mirada cuando nombró a su hija mayor.-Garayn se fue, padre... Y no vais a conseguir recuperarla conmigo.

La muchacha comenzó a caminar sin ninguna prisa alejándose de su padre, que le seguía con la mirada impotente, sabiendo que no la seguiría.

-No juegues con la voluntad de N’asr... Las arenas están cada vez más llenas de serpientes, Shafirya, deja de hacer sufrir a tu madre.- Conforme iba alejándose, Hamner iba alzando más la voz para que lo oyera hasta que se dio por vencido.


Abrió los ojos poco a poco y lo primero que distinguió fue el tenue resplandor rojizo de las brasas que iluminaba desde abajo las cenizas que las cubrían. Aun faltaban un par de horas para el amanecer pero solía tener un sueño ligero y no dormía demasiado, así es que aprovechó y se levantó como hacía siempre. El buey protestó cuando lo ensilló con las orzas vacías y ella le chistó para que callara, tranquilizándolo con una caricia cariñosa. Tiró de él y éste comenzó a caminar pesadamente siguiéndola despacio. A esa hora, el desierto se abría frente a ellos silencioso y tranquilo, entregado por entero a sus pasos, dejándose recorrer sin interrupción.

-Ahora tendré que esperar al menos dos dekhanas para poner la serpiente en casa de Zuhra...-La chica hablaba al buey en un susurro para no interrumpir la quietud de las dunas.- Aunque tal vez sea muy descarado después de que me gritara así en mitad del poblado, ¿no?... Sí... Me parece que lo de Zuhra va a tener que ser de otra manera. Acuérdate de que tenemos que ser discretos. Ha sido muy buena idea eso de atacar a la hermana, en lugar de a Imad directamente. Estaría bien que pudiera oír mi risa ahora que no está su hermanita, como yo oí la suya y la de sus amigos esa tarde... –Hizo una leve mueca de disgusto al recordarlo pero suspiró largamente con resignación.- En fin, no todo puede ser como nos gustaría...

Fue llenando las orzas con el agua del pozo cuando el horizonte empezaba a tomar un color azulado, aclarando el negro de la noche.

-Y la pequeña Shafirya, de nuevo, se escabulle en mitad de la madrugada para venir al pozo ella solita... ¿Temes que te quiten el agua, muchacha?

La voz del hombre la sobresaltó con una sacudida que hizo que una de las orzas estuviera a punto de caérsele de las manos.

-Maldit... –Enmudeció al girarse y ver a Khalid mirándola con una sonrisa burlona.- Señor Khalid... –Saludó ella inclinándose con educación hacia el hombre. Éste sacudió un poco la mano con una negativa hacia ella acercándose un paso.

-No, no, no, Shafirya, conmigo guárdate las cortesías. Mira lo lejos que está tu padre ahora para que tengas que comportarte como a él le gusta.- El hombre señaló hacia el poblado, que era apenas un punto en el horizonte que empezaba a reflejar la luz anaranjada del sol que asomaba tímido por el Este.

Tragó saliva algo tensa observando, en efecto, la lejanía de las jaimas. No lo había oído seguirla durante todo el camino ni lo había visto vigilarla, sin embargo, parecía muy enterado de lo que hacía por las mañanas y ahora estaba ahí con ella, sin nadie más delante.

-Sólo... aprovecho que la madrugada es fresca para venir hasta aquí con el buey y llegar a casa cuando aun no ha terminado de salir el sol, antes de que haga demasiada calor.- La muchacha habló con serenidad mientras terminaba de cargar al buey, dándole unas palmadas en el cuello.

-Claro, claro... Una chica muy lista- El hombre observaba con detenimiento los gestos fluidos de la chica, cómo la ropa se movía sobre su cuerpo dejando adivinar sutilmente las formas de lo que ya era una mujer bajo las telas finas.- Tu padre me contó con temor que habías empezado a sangrar hace ya años... cuando todavía parecías una niña.

La muchacha lo miró con porte sereno, analizándolo con los ojos negros.

-Pues no sé el por qué de su temor, él me ha hecho sangrar muchas más veces que mi ciclo.

La carcajada del hombre se elevó divertida mirándola algo sorprendido.

-Y no me extraña. Eres descarada, mujer.

-Si os arrepentís de haberme pedido que abandonara las cortesías, estáis a tiempo de reconsiderarlo.

-No, por favor. Nada de eso. Prefiero que hables sin tapujos ahora que sólo la arena y el buey nos oyen. Lo que trataba de decirte es que tu padre tiene miedo de que seas una mujer y no tengas ningún futuro, que te conviertas en una solterona sin hijos y sin un marido que te ampare... Además de que si por él fuera, seguirías siendo la pulga revoltosa y enana que eras antes.

-Khalid... si hay algo en lo que mi señor padre y yo coincidimos es en que soy una inútil en casa. La diferencia es que él se limita a preocuparse y yo lo soluciono no estando en ella.

-Eres lista, Shafirya, pero pecas de ingenua. Por mucho que te esfuerces eso no va a ser así siempre. No haces más que retrasar lo inevitable.- El hombre se acercó a ella e hizo ademán de alargar la mano pero se detuvo de súbito cuando la mano de la muchacha impactó contra su cara propinándole una firme bofetada.

Khalid se quedó quieto unos segundos más mientras sentía cómo el dolor de la mejilla iba incrementándose y un cosquilleo anunciaba el rubor que debía estar tomando la zona del impacto. Se giró de nuevo hacia ella muy despacio mientras la muchacha lo observaba algo más tensa después de haber dado un ligero paso atrás.

-Vale... Eres rápida...–Susurró él apoyándose los dedos en la mejilla- Está bien... Tienes suerte de ser hija de quien eres... Hamner ha sido siempre como mi hermano, ¿sabes?- El hombre hablaba más pausadamente que antes mientras el dolor de la mejilla se iba disipando poco a poco.

-Termina de decirme lo que sea que hayas venido a decir, Khalid. No creo que hayas salido del calor del lecho de tu mujer para venir a que te de un bofetón.- La muchacha empezaba a impacientarse y el sol cada vez se veía más grande en el horizonte.

-Tienes razón. Mañana le voy a pedir tu mano a tu padre.

Shafirya enmudeció de súbito, mirándolo con los ojos de par en par.

-No me mires así, por mucho que patalees, grites y te opongas, tu padre no va a negarse así es que ya te puedes ir haciendo a la idea.

-No... Desde luego que no va a negarse. En realidad, ni siquiera necesitas su consentimiento para que yo me case contigo...-La muchacha lo miró con tranquilidad estirando los labios con suavidad en una sonrisa. Esto hizo que fuera el hombre el que se quedara perplejo esta vez mirándola en silencio con un gesto de confusión en el rostro que dejó paso a una sonrisa burlona y sesgada.

-Pues me alegra mucho que digas eso, Shafirya... Entonces, ¿vas a ser una buena esposa?

La muchacha ladeó el rostro mirándolo pensativa, como calibrando la respuesta, y finalmente encogió un hombro con suavidad y tiró de la rienda del buey para que se moviera.

-No.- Contestó con sencillez.
Última edición por Lain el Mar May 21, 2013 12:29 am, editado 3 veces en total.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

Té y Arena

-Hazme caso, con media pulgada más en la empuñadura habría sido un arma perfecta.

-Si no tuvieras la mano media pulgada más ancha de lo adecuado no dirías eso.- La sonrisa burlona de Khalid asomó mirando a Hamner de reojo mientras éste endurecía el rostro. No era hombre de bromas y eso era precisamente lo que más divertía a Khalid y le invitaba a hacérselas.

El sol acababa de empezar su lento descenso aproximándose al horizonte de dunas que se desdibujaba con las fuertes ráfagas de viento lejanas que levantaban la arena del suelo. Después del segundo vaso, el té empezaba a enfriarse y a tomar esa consistencia turbia que le daba un sabor más amargo. Fadima salió de la jaima y trajo una tetera que aun hervía dejándola en la bandeja metálica del suelo que estaba entre los dos cojines en los que se hallaban hombres sentados.

A Hamner le encantaba el amargor del té enfriado. Khalid adoraba el dulzor del té recién hecho. No podían ser más diferentes y, sin embargo, a nadie le habría extrañado que los pariera el mismo vientre. Hamner era cerca de diez años mayor que él pero habían sido compañeros de juegos de pequeños, de fechorías de jóvenes, de guerra de no tan jóvenes y de por vida ahora que sus días eran más tranquilos.

Mientras bebían de sus respectivas tazas, Aydin se acercaba a ellos caminando encorvado como de costumbre, recogiéndose las telas de lino de los anchos faldones para no tropezar. Trastabilló cuando un grupo de niños se cruzaron corriendo por delante suya y llegó hasta los dos hombres maldiciendo por lo bajo. Antes de hablar, se aclaró la seca garganta con una tos desagradable.

-Buenas tardes, señores.- Dijo con su voz trémula y áspera de anciano.

Los dos hombres hacía un instante que ya habían dejado el té en la bandeja y se habían apresurado a levantarse, apoyándose una mano en el pecho e inclinándose con respeto hacia el anciano.

-Buenas tardes, Maestro Aydin.- Dijeron casi a la vez en tono bajo.

-Tranquilos, tranquilos...- Más toses que cada vez se hacían más eternas.- Espero no importunaros, caballeros.

-En absoluto, Maestro.- Hamner contestó con seriedad girándose hacia la jaima.- Fadima, saca un asiento para el Maestro.

La mujer sacó el asiento rápidamente, una estructura más elevada de madera con un mullido y grueso cojín encima para que al anciano le fuera más fácil sentarse. Cogió una mano de Aydin para ayudarlo a tomar asiento y, una vez lo hizo, la besó dándole la bienvenida con una sonrisa cálida. Le sirvió un vaso de té y se lo dio con gestos pausados y ceremoniales, inclinándose y volviendo al interior de la tienda de inmediato.

-¿A qué debo vuestra honorable visita a las puertas de mi hogar, Maestro Aydin?- Hamner hablaba con solemnidad al hombre que soplaba el té recién servido.

Aydin siguió en silencio unos segundos mientras le daba un sorbo al líquido ardiente y lo tragaba con rapidez, volviendo a toser de nuevo.

-Bueno, más que nada quería saber cómo estáis tú y tu mujer, Hamner... Sé que vuestra situación no es fácil. Tu hija os tiene preocupados y con razón...

Hamner no pudo más que asentir bajando la vista con un matiz de vergüenza cruzándole el rostro.

-Lo sé, Maestro... Pero Fadima y yo no sabemos qué hacer. La muchacha no parece ser consciente de cómo están las cosas por más que se lo explicamos.- Hamner levantó la vista suplicante hacia el anciano que lo miraba con tristeza en los ojos hundidos en arrugas. -¿Qué podéis aconsejarnos vos que sois sabio y habéis vivido tanto?

Tras una larga pausa en la que el anciano guardó silencio y Hamner y Khalid no pudieron hacer más que mirarse impacientes, finalmente Khalid fue el que rompió el silencio.

-Tal vez deba dejaros a solas para que habléis con tranquilidad...- Dejó la frase en el aire mirando a Aydin que pareció darse cuenta de que tenía que hablar y levantó la vista.

-Bueno, eso me temo que es decisión de tu amigo Hamner, joven.

-No, Khalid. Nada va a decirse que no debas oír tú o que no sepas ya, hermano.- Aun con las palabras amables, Hamner sonaba autoritario y tajante. Pero Khalid supo entenderlo y se acomodó de nuevo tras haber hecho ademán de levantarse de nuevo.

-Veamos...- El anciano parecía haber cogido impulso y siguió hablando pausadamente con voz quebrada. -Shafirya no contó con pretendientes al nacer ni los ha tenido después... Los pretendientes de tu primogénita, si no me equivoco, no se han interesado por ella... Y claro, dado su comportamiento, y visto que no parece dispuesta a cambiar, seguirá sin marido mucho tiempo. Los dioses saben que no soy hombre de presionar, Hamner, pero entre la gente ya se comentan cosas y no es que sean de las que honran tu nombre, hijo.

Hamner hizo un esfuerzo por no lanzar el vaso de té a la arena pero no pudo reprimir una mueca de rabia, aun más avergonzado, y volviendo a asentir en silencio.

-Lo que vaya a ser del destino de Shafirya queda en manos tuyas y de Fadima, Hamner. Está visto que por sí sola no va a conseguir salir adelante, forjarse un futuro y darte nietos.

Khalid permaneció en silencio, removiéndose en el cojín del suelo algo incómodo y miró a su amigo y hermano que tenía los ojos perdidos en la arena, con el rostro endurecido por la preocupación y la vergüenza. La mente de Hamner era un hervidero. Deseaba que su hija tuviera un destino, una vida para ella, pero a la vez se negaba a forzar la situación y buscarle un marido que no fuera a amarla además de apartarla de sus brazos. Esos brazos que hacía tanto que no habían hecho una muestra de cariño a su hija pequeña eran los que ahora no cedían a que ella creciera y se apartara de sus padres a pesar de la necesidad.

Aydin dejó escapar un quejido al hacer ademán de levantarse y tanto Hamner como Khalid saltaron de sus cojines para ayudar al anciano a ponerse en pie. Una vez lo consiguió con esfuerzo, se recolocó las telas amplias y le dio unas palmadas débiles a Hamner en la espalda.

-Búscale una vida a Shafirya, Hamner...- Dijo sin más alejándose de ellos.

Después de un largo silencio mientras los dos observaban al anciano alejarse, Khalid se aclaró la garganta seca mirando de reojo a Hamner.

-Entonces... ¿No hay ningún pretendiente? ¿O es que los has rechazado ya?

Hamner lo miró con el ceño más fruncido.

-No ha habido ninguno... A estas alturas no lo habría rechazado.- Su voz sonó seca y grave, con enfado.

Ambos se volvieron a sentar tranquilamente cogiendo sus respectivos vasos de té.

-Claro.- Susurró Khalid asintiendo un poco, tratando de pensar todo lo rápido que podía sin lograr hablar.

-Nadie va a querer, ¿entiendes? Ya puedo pasarme dekhanas recorriendo las jaimas que ni los terceros hijos recién nacidos van a tener padres que quieran desposarlos con Shafirya. Todo el pueblo sabe que es diferente, indisciplinada, solitaria...- Enmudeció cuando no se le ocurrieron más términos. Todos ellos eran la fuente de sus frustraciones y a la vez el alivio de que su hija no se apartaría de su lado con facilidad.

-Bueno, bueno... Igual tú mismo estás quitándole valor a la muchacha, Hamner.- Khalid trató de sonar tranquilo y su amigo lo miró de nuevo como esperando a que dijera algo más.

El joven titubeó un poco mirando el duro rostro de Hamner y se encogió de hombros.

-En fin, es buena sacrificando corderos... Los animalitos ni se quejan, y utiliza el cuchillo con maestría. Aun no la he visto fallar, siempre acierta en la vena del cuello.

-Por todos los Dioses, Khalid. Eso es trabajo de hombres.- Gruñó el hombre endureciendo más el rostro.

-Pues... a mí no me importaría que matara los corderos de mis fiestas...- La voz de Khalid se iba apagando conforme pronunciaba las palabras, tornándose en un hilo de voz como quien comentaba algo sin importancia.

Hamner se volvió hacia él, airado.

-¿Se puede saber qué estás diciendo?

-Calma, hermano, calma.- Dijo con tranquilidad, riendo un poco. Khalid empezó a ver el rostro de Hamner enrojecerse y eso no era buena señal.- Sabes que siempre he odiado hacer de matarife, eso es todo.- Mintió y Hamner lo supo.

-Khalid Menhaiak, habla ahora o te hago hablar yo.- El poderoso hombre no necesitaba levantar la voz para imponerse. Bastaba la sequedad de sus palabras, la profundidad de su voz y el azote de su mirada para convencerte.

El joven lo miró en silencio, intentando aparentar calma y finalmente habló de forma desenfadada.

-Lo que digo... es que yo me casaré con ella.

Hamner enmudeció. No sabía si le molestaba más el hecho de haber encontrado una solución tan rápida o la seguridad con que Khalid había dado por hecho que eso pasaría sin tener la decencia de pedirle permiso a él. Lo miró largo rato en silencio, sin mover la expresión del rostro ni un ápice. Khalid le devolvía la mirada con el rostro sereno pero los nervios de punta.

-Ella no va a querer.- Sentenció Hamner.

Khalid lo miró arqueando una ceja, casi divertido.

-Los dos sabemos lo poco que eso importa...

-Khalid, no sabes dónde estás metiéndote. No va a darte más que dolores de cabeza. Perderás en salud más que ganarás una esposa. ¿No tienes suficiente con la tuya?

La risa divertida de Shafirya les llegó a ambos mientras esta salía de detrás de la jaima corriendo delante de cuatro cachorros de perro que la perseguían mordiéndole los talones. Cayó en la arena unos metros alejada de ellos mientras los dos la miraban en silencio. Hamner con el rostro serio y ligeramente compungido. Khalid con una expresión más suave y una leve sonrisa en los labios. Los cachorros empezaron a mordisquearle la ropa mientras ella se sentaba en la arena tratando de quitárselos de encima entre risas y estos le ladraban y se tiraban encima suya, frenéticos como sólo un cachorro jugando puede serlo.

-Ella no va a querer.- Sentenció de nuevo Hamner con enfado.

-Hacemos una cosa... Si dice que no quiere, no insistiré. Aunque bien sabemos que si tú le dices que se case conmigo tendrá que hacerlo, Hamner. Eres su padre y es una de las pocas cosas en su vida en la que no va a poder desobedecerte.

El hombre lo sabía perfectamente. Debía aceptar sin más, pero no se paró a pensarlo siquiera cuando el joven le dio una oportunidad, para él, tan fácil. Llamó a su hija mientras ella se retorcía en un remolino de telas de lino, cachorros y arena. La muchacha los miró extinguiendo su risa al verlos a los dos y se levantó como pudo dando un par de zancadas ágiles hacia ellos, sacudiendo la cabeza para quitarse la arena de los rizos negros y llegando frente a los dos hombres salpicando arena mientras se sacudía la ropa. Dos cachorros se habían quedado atrás jugando entre ellos y otros dos aun tiraban de los bajos de su ropa con saña.

-Shafirya, Khalid me ha pedido tu mano.- Dijo Hamner sin andarse con rodeos, mirando a la chica con seriedad. La muchacha cruzó una breve mirada de complicidad con Khalid y se dirigió a su padre con un tono de voz tranquilo y delicado.

-Si vuestro deseo es desposarme con el Señor Khalid, aceptaré vuestra voluntad padre.

Eso era lo último para Hamner, su propia hija, la malcriada, la que siempre hacía lo que quería, la que ni los golpes ni los gritos ni las amenazas amedrentaban, la que siempre tenía una réplica con esa lengua tan larga que más de un bofetón le había costado... Precisamente ella en ese momento le fallaba de nuevo. Y no sólo eso, su amigo y hermano ya sabía cuál iba a ser la respuesta de Shafirya y a caso hecho le había obligado a preguntarle delante suyo. Si hubiera tenido algo entre los dientes, la presión de sus mandíbulas lo habrían partido en ese momento. Al rostro rojo de ira se sumó una vena en el cuello hinchada de rabia.

-Que así sea.- Sentenció en un susurro áspero Hamner levantándose y yéndose.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

Grandes Días

Tres malditos días... Llevaban tres insufribles, agotadores y agonizantes días con la condenada celebración. Su mente clamaba a los dioses porque todo aquello acabara cuanto antes. Comidas con invitados que apenas conocía y habían venido de tribus lejanas, preparativos interminables, planificaciones, peinados, arreglos, vestidos... Por fin era el último. El que todos decían que era el gran día, el importante, y para Shafirya desde luego era importante que fuera el último, más que nada.

Cuando oyó las palabras de Khalid al lado del pozo pareció que tenía la mente más clara que nunca. Todos esos años de tediosa lucha con sus padres por ser alguien que ellos no querían que fuera, o tal vez por que fuera alguien que ella no quería ser. Daba igual el bando que se escogiera, ambas partes estaban más que cansadas de la situación y ella había sido una necia como bien le había dicho Khalid. ¿Cómo podía tener la solución delante de sus narices y no haberla visto hasta entonces? Esos años de escabullirse hacia el desierto, de huir de la jaima por no tener que verles la cara a sus progenitores que tanto se habían preocupado por su bienestar se habrían solucionad hacía mucho tiempo si se hubiera casado. Habría dejado de tener que darles cuenta a ellos de lo que hacía cada minuto hacía ya mucho tiempo y cualquier marido pelele habría sido más fácil de manejar que ellos. El problema es que Khalid no era un pelele. Pero a ese problema ya le encontraría solución de una forma u otra.

-Esta noche Khalid tendrá que meter su serpiente en tu cueva- Dijo una de las chicas que le ayudaba a arreglarse provocando las risas nerviosas del resto mientras ella la miraba con una ceja alzada. Sólo una no reía, Ghaada, la primera esposa de Khalid. Ella aun tenía los ojos algo hinchados por los llantos y se esforzaba por no echarse a llorar allí mismo. Llevaba tres días sin apenas pronunciar palabra pero se había dedicado tanto como el resto de mujeres de la tribu por que todo saliera perfecto.

-No te asustes hija, pero sangrarás un poco- Dijo Fadima a su hija con delicadeza. Shafirya la miró y suspiró largamente.

-Sí, madre...- Dijo en un susurro como quien oye una historia por enésima vez.

-Ay, no he visto una novia menos entusiasmada que esta.- Exclamó la primera chica colocando los brazos en jarra y mirando a Shafirya como quien ve a un perro verde.- Fadima, ¿le has dado algo para los nervios que está tan mustia? No se caerá redonda en mitad de la ceremonia, ¿no?

El resto del diálogo se perdió de los oídos de la muchacha. Mientras su madre y la tan preocupada mujer cavilaban sobre cómo de nerviosa podía estar, por qué no lo parecía o por qué tenía cara de que la fueran a llevar al matarife de la tribu, ella se dejó llevar por sus pensamientos que no alcanzaban a imaginar cómo serían el resto de sus días.




El sol estaba ya bien alto en el cielo y la jaima se había calentado ya perlando sus pieles de sudor. Ambos yacían despiertos pero con los ojos cerrados sin más entre las pieles que usaban de lecho. Shafirya se removió un poco contra el cuerpo de Khalid y este la abrazó con una sonrisa burlona en los labios. Los pasos de Ghaada irrumpieron en la jaima y refunfuñó por lo bajo como hacía de costumbre al verlos a los dos ahí tirados.

-Deja de refunfuñar, mujer del demonio....- Masculló Khalid con un quejido perezoso mientras él y Shafirya arrugaban el rostro con una mueca de fastidio cuando Ghaada abrió la parte trasera de las telas dejando entrar toda la luz del día.

-Hoy también vais a pasaros ahí todo el día imagino...- Masculló la mujer por lo bajo ya resignada, sin esperar una respuesta constructiva a sus palabras. -La gente sabe que estáis aquí sólo porque se os oye por las noches.

Ambos se echaron a reír a carcajadas cuando oyeron a la mujer. Ghaada frunció el ceño y agachó la cabeza encaminándose a la calle avergonzada.

-Espera, Ghaada, cariño.- Shafirya se levantó mientras la risa se extinguía y buscó entre las cosas de la estancia una prenda suelta que ponerse encima.

-Déjala, Shafirya, es una amargada.

-Calla.- Dijo la mujer riendo de nuevo por lo bajo y salió de allí cogiendo a Ghaada del brazo para detenerla.

-Si vas a reírte de mí, mejor déjame tranquila.- Ghaada hablaba sin ánimos, desinflada, cansada y con los ojos ya vidriosos por el llanto.- Khalid era un hombre honorable antes de que tú llegaras a esta casa... Ahora no es más que un vago.

Shafirya la miró con ternura y le quitó un mechón del rostro acariciándole la mejilla.

-Ghaada, Khalid siempre ha sido igual... Mujeriego, descarado y caradura. Deberías agradecerme que he conseguido que se quede en casa en lugar de ir deambulando por ahí.

Al oírla, se la quedó mirando con una expresión de recelo en el rostro pero la joven no se detuvo y siguió hablándole con delicadeza rodeándole los hombros con un brazo y alejándola un poco más de la jaima.

-Cariño, cuando empezaste a compartir tu vida con ese hombre estuviste años ciega. Es normal que haber abierto los ojos de golpe te tenga abrumada pero sólo has de darte un poco de tiempo para ir asimilándolo y adaptarte.... Entiendo que es algo que debería haber pasado hace mucho pero... ¿Qué se le va a hacer?- Sonrió con ternura a la mujer deteniendo los pasos lentos para mirarla con expresión casi maternal.

Ghaada parecía reflexionar las palabras de la joven como si estuviera buscando similitudes entre lo que oía y lo que había estado viviendo hasta ahora, e incluso parecía sorprenderse con que lo que ella estaba diciendo pudiera ser incluso cierto. Shafirya pasó el pulgar por la mejilla de la mujer y le enjugó las lágrimas con suavidad. Se acercó a ella y dejó un beso tierno en su mejilla, abrazándola después con cariño.

-Seca esas lágrimas, cielo. Khalid siempre te va a querer aunque oigas palabras crueles de sus labios. Por algo tú fuiste la primera y yo siempre seré la segunda.

Esas palabras parecieron reconfortarla más y sus labios hicieron un amago de sonrisa que no llegó a producirse.

-Hazle algo de comer a tu marido. Debe estar hambriento.

Ghaada asintió un par de veces y se recogió las faldas caminando más aprisa para empezar a preparar algo de comida bajo la atenta mirada de Shafirya que la observó alejarse con una sonrisa. Caminó de vuelta a la jaima y se acercó a Khalid que seguía tumbado cómodamente sobre las pieles, desnudo y despreocupado por todo. La miró con una sonrisa fiera al verla entrar y dejó que se sentara sobre él, quitándole los rizos del rostro.

-¿Qué ha dicho?- Preguntó mirándola aun adormilado.

-Que no sabe cómo no se ha podido dar cuenta hasta ahora de lo afortunadísima que es por tener el marido que tiene.- Shafirya no pudo terminar la frase sin reírse con una carcajada suave.

-Va, en serio, ¿qué ha pasado?- Khalid movió la cadera empujándola un poco mientras reía con ella.

-Da igual. Ahora traerá algo de comer.- Respondió encogiendo un hombro sin darle importancia.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

Desconocidos

(Parte 1)

El matrimonio había caído en una espiral hedonista en la que la más perjudicada era Ghaada, con la cual mantenían un perpetuo tira y afloja que cada vez la debilitaba más y más. Finalmente se había aferrado a la certeza de que Khalid la seguía queriendo, era su marido y tenía la responsabilidad de cuidar de él. Shafirya se encargaba de que lo tuviera bien presente cada vez que parecía dar signos de perder la esperanza ante la situación. Insistía en que Ghaada siempre sería mejor esposa que ella y señalaba las veces que Khalid se lo había confesado. “Sin Ghaada no seríamos nada, Shafirya”. La joven pronunciaba las palabras tan convencida que la mujer las escuchaba con atención y se las bebía como la arena seca cuando caía una gota de agua. Khalid nunca había sido un hombre que expresara lo que sentía. Ghaada sufría por no escuchar nunca palabras tiernas de los labios de su esposo pero, ese dolor ya lo sentía antes de que llegara Shafirya.

Shafirya tenía lo que quería. Había descubierto el placer que un hombre podía darle y estaba dispuesta a beber de ese pozo hasta saciarse siempre que le entrara sed, pues era todo suyo y le reclamaba que asistiera continuamente. Aun así, ella encontraba sus momentos para alejarse de las jaimas como solía hacer antes, dedicarse a disfrutar del desierto al que realmente amaba, pasar sus largos ratos caminando por las arenas de los alrededores, yacer a la sombra de una gran duna que la cobijara del calor de la tarde. Dejaba que un pequeño roedor se paseara por su vientre donde había colocado unos pocos granos y veía cómo la serpiente negra, que se confundía con sus telas en el regazo, atacaba con rapidez al roedor que pronto se quedaba paralizado dejando que el ofidio se lo tragara allí mismo, sobre su cuerpo. Había conseguido coger a las serpientes con suavidad hasta dejar que se enrollaran en su brazo y se deslizaran sobre ella con total confianza.

Hacía días que veían aquella enorme tormenta de arena en el horizonte y ya había empezado a desvanecerse aquella tarde. Un niño se acercó a Shafirya mientras ella sostenía a una de esas serpientes negras a la altura de su rostro y el reptil sacaba la lengua olfateando a la mujer que la miraba con fascinación, casi estudiando cada pequeña escama que la cubría. El niño se quedó sorprendido de lo dócil que era aquella serpiente.

-¿Quieres cogerla?- Invitó al pequeño con una amplia sonrisa amable. -No tengas miedo. Es como mi hija, la he criado desde que salió de su huevo. Nunca podría hacerte daño si yo la pongo en tus manos.

El niño, encantado, accedió sin pensárselo y Shafirya lo dejó allí con el reptil para volver a su jaima tranquilamente.

Cuando llegó al poblado, había gran alboroto. Un grupo de viajeros habían dado con el lugar huyendo de la tormenta de arena. Estaban exhaustos y desnutridos y había que atenderlos inmediatamente. Shafirya detuvo a una mujer que pasó por su lado apresurada.

-¿Dónde está mi marido?- Preguntó con firmeza a la mujer.

-Aydin ha reunido a los hombres para que hablen con los extranjeros.- La mujer contestó mirando a Shafirya con recelo, apartándose de la mano que la había detenido mientras la miraba con esa dureza que había visto en tantos ojos que la habían juzgado antes.

Sin dudarlo, Shafirya se acercó a la jaima de Aydin y abrió la tela que la cerraba con suavidad. En el interior estaban los cuatro extranjeros, con los rostros más pálidos que ella había visto jamás. Le extrañó no ver sangre por todas partes y que pudieran sostenerse sentados, bebiendo té y comiendo de lo que les habían traído. Khalid se levantó enseguida al verla y se acercó a ella colocándose enfrente suyo, bloqueándole el paso.

-¿Qué haces aquí?- Le preguntó con el ceño fruncido.

-Lo mismo que tú...- Respondió ella, mirándolo con serenidad. –Quiero ver a los extranjeros y oírlos hablar.

-Khalid, échala.- La voz de Hamner sonó tan autoritaria como ella la había oído siempre.

Entonces, uno de los extranjeros, una mujer, habló en común. Shafirya había oído al Maestro hablar con su hermana en ese idioma hacía años mientras le enseñaba pero, como de costumbre, ella no prestó demasiada atención. Sólo conocía algunas palabras sueltas y le fue imposible entenderla. La extranjera se dirigió directamente a Aydin y este le contestó en el mismo común que le habían hablado para después, dirigirse a los demás en su midaní materno.

-Me han preguntado qué pasa y me han pedido que, por favor, dejemos que ella se quede.

Shafirya observó a los cuatro extranjeros que le devolvían la mirada. No supo identificar qué tipo de mirada era pero sí se fijó en que la mujer que iba con ellos era la que más cerca estaba sentada del anciano y la que hablaba con él en representación de su grupo.

Khalid se hizo a un lado después de mirar al Maestro Aydin unos segundos y que este asintiera levemente. Acompañó a Shafirya con una mano apoyada en su espalda y se sentó de nuevo junto a Hamner, dejando que ella se sentara entre ambos.

-Yo también me alegro de veros, padre...- Susurró Shafirya a su padre mientras la mujer extranjera seguía hablando con Aydin.

Los otros tres comían con avidez y bebían el té sin importarles que estuviera caliente. Tras intercambiar unas cuantas frases más, Aydin se volvió a dirigir al resto en midaní.

-Tras salir del oasis los aguijoneadores les persiguieron hasta hacerlos caer en la tormenta. Ésta los arrastró hasta aquí y les ayudó a despistarlos.- El anciano traducía las palabras de la mujer extranjera al resto con solemnidad y su voz rasposa que amenazaba con un ataque de tos tras pronunciar cada sílaba.

Shafirya lo escuchó al principio pero pronto perdió el hilo de la aventura que habían corrido los recién llegados para centrar su atención en la mujer que hablaba con Aydin. Aunque no entendía sus palabras notó cómo se dirigía a él, con un tono cargado de determinación, casi tan solemne como el del Maestro, segura y sin titubeos. A pesar del cansancio reflejado en sus facciones se veía que era joven, probablemente tuviera su misma edad, pero hablaba como si hubiera vivido cuatro vidas más. Uno de los hombres se dirigió a ella con un tono respetuoso y la mirada ligeramente agachada. Ella lo escuchó con seriedad y asintió despacio apretando las mandíbulas. Cuando se retiró la capucha y se quitó el sudor de la frente, Shafirya alzó las cejas sorprendida al ver una oreja puntiaguda asomar entre los cabellos negros de aquel hombre. Nunca había visto un elfo y aquel, con aspecto de tener unos treinta años humanos, imaginó que debía ser viejísimo.

Aquellos extranjeros ocuparon sus pensamientos durante los días que se recuperaban de sus heridas. Los observaba a escondidas maravillada por la obediencia del grupo hacia aquella mujer. Eran seres extraños que le atraían con esas lenguas desconocidas para ella y que ahora habían despertado su interés. De allá donde fueran, tenía que ser un mundo totalmente diferente y extraño que no lograba imaginar. Comprendió que los relatos de Aydin se habían quedado cortos a su entender, o el anciano no había sabido captar su atención como aquellos desconocidos lo habían hecho. Uno de esos días, su curiosidad la llevó a presentarse en la jaima que habían habilitado para ellos. No sabía expresarse bien en común lo cual la hacía sentirse pequeña y torpe. Se quedó unos segundos frente a la tela cerrada de la abertura de la jaima en silencio. Se mesó los rizos negros. Apretó las mandíbulas. Fue a abrir. Se detuvo. Miró atrás. Volvió a mesarse los rizos. Que se la llevaran los demonios, pero finalmente abrió.

Las sutiles luces arcanas volaban cerca del brazo de uno de los heridos mientras la mujer, que había hablado en nombre de todo el grupo, estaba arrodillada a su lado susurrando. Cuando Shafirya lo vio abrió los labios de par en par, a punto de dar la voz de alarma, pero la mano recia y firme del elfo se apretó contra su boca y la apresó inmovilizándola al instante y obligándola a entrar en la jaima impidiendo que alarmara a la tribu.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

Desconocidos

(Parte 2)

Ningún sonido pudo despertarla, porque no oía nada. Tampoco ningún movimiento. El viento permanecía quieto y la arena cálida que sentía contra su mejilla tampoco se movía. Su mente fue despejándose y empezó a recordar a la mujer desconocida haciendo magia en la jaima. Eso pareció inquietarla y sacudió su consciencia despertándola aun más. Fue a apoyarse en el suelo con una mano pero al moverla, la otra fue detrás. Maldijo entre dientes al comprobar que estaba atada pero aun así se incorporó sintiendo cómo todo daba vueltas a su alrededor.

Finalmente abrió los ojos cuando se quedó sentada y su mirada se pudo fijar en la maga y el elfo que hablaban en susurros delante suya. El sol se estaba recostando perezoso en el horizonte detrás de ellos y el cielo formaba cálidos remolinos naranjas y morados dibujando una estampa que casi le sobrecogió. Los desconocidos se dieron cuenta que se había despertado y la mujer se apresuró a acercarse agachándose frente a ella. Le quitó los rizos negros del rostro y la arena de la cara.

-Shafirya, no te preocupes. No queremos hacerte daño.- El midaní de la maga era impecable.

Se quedó mirándola sin comprender nada. No querían hacerle daño pero sus manos y, ahora había descubierto que también sus pies, estaban atados.

-Sé que piensas que lo que has visto está mal.- Prosiguió la mujer.-Sabemos que tu pueblo no permite la magia arcana y la persigue pero nuestro compañero habría muerto si no lo salvábamos.

Shafirya la observaba con el rostro más sereno, escuchándola sin decir palabra. La maga miró al elfo, con un matiz desesperado al no obtener respuesta, y éste le dijo algo en un idioma que Shafirya no entendió pero el tono la hizo tensarse. Tampoco ayudó a su tranquilidad que la maga le replicara con desaprobación.

-Entiendes que sólo podemos soltarte si nos prometes que no nos delatarás, ¿verdad?.- Como única respuesta recibió un asentimiento titubeante de la cabeza de Shafirya que la miraba con las mandíbulas apretadas, tragando saliva pesadamente.

-¿Podemos confiar en ti?...- Preguntó la maga, que no parecía que fuera a convencerse con un simple asentimiento.

Observó al elfo. Era en general menos alto y más menudo que Khalid pero tenía fuertes brazos y la espalda ancha y el arco más grande que ella había visto colgaba de ella. Como tampoco había visto muchos arcos no pudo llegar a valorarlo pero el rostro de aquel elfo no dejaba lugar a dudas de que la mataría allí mismo si no decía lo que querían oír. La inteligencia manaba de los ojos de los dos extranjeros, no podía engañarlos y podía considerarse más muerta que viva en aquella situación. A su entender, no tenía nada que perder. Sólo quedaba intentarlo.

-No diré nada...- Dijo Shafirya con determinación, mirando a la maga con fijeza.- Pero a cambio tenéis que ayudarme.

Los dos extranjeros se miraron mutuamente algo extrañados. Tal vez la curiosidad fue la única que los impulsó a seguir escuchándola.

-Tenéis que enseñarme común. Quiero aprender a defenderme, aquí no quieren enseñarme. Y cuando os vayáis, me llevaréis con vosotros, lejos. Me da igual dónde me dejéis pero quiero que me alejéis del desierto y poder vivir en vuestras tierras de hierba.- Al pronunciar las últimas palabras el nudo de su garganta se cerró haciéndola emitir un leve sollozo contenido. No hubo lágrimas esta vez, pero el dolor había sido más fuerte que nunca.




Khalid caminaba delante suyo cual fiera enjaulada en unos pocos metros.

-No puedes estar hablándome en serio...

-Es la oportunidad perfecta para vivir nuestra propia vida, lejos de las miradas de esta gente. De la cara amargada de tu mujer. De las caras de decepción de mis padres y de toda la porquería que ahoga este lugar.- No levantaba la voz pero pocas veces la usaba con la firmeza que estaba usándola ahora y menos cuando se dirigía a su esposo. Shafirya lo seguía con la mirada mientras él continuaba caminando de un lado a otro, negando con la cabeza, sin poder creer lo que estaba escuchando.

-Te has vuelto completamente loca. Esta es nuestra vida, no necesitamos otra. ¿Desde cuándo te importan los ojos del resto? Esa panda de descerebrados han llegado aquí a meterte ideas en la cabeza, a enseñarte sus sandeces y a ponerte una espada en la mano como si tuvieras una verga entre las piernas. Olvídate de eso, Shafirya, eres una mujer. Eres mi mujer. Nuestro sitio está aquí y seguirá estándolo.

La ira le subió por las mejillas hasta enrojecérselas de pura impotencia pero trató de serenarse un poco, evitando alzar la voz.

-Si no vienes conmigo me iré yo sola.- Dijo sin poder evitar apretar los dientes.

-Tú sola no vales nada ahí fuera.

-Tal vez no te necesite tanto a mi lado como tú a mí al tuyo...- Lo miró ladeando la cabeza. La ira había empezado a desvanecerse y la situación comenzaba a resultarle divertida.

Su sonrisa suave aun estaba esculpida en sus labios cuando él la agarró con violencia de los brazos hablándole con rabia a escasa distancia de su rostro.

-Óyeme bien, Shafirya, y que te quede bien claro lo que voy a decirte. Tú no vas a ninguna parte. Esa gente te llevará con ellos por encima de mi cadáver.

Ella le devolvía una mirada serena con los ojos negros fijos en los de él. El rostro de Khalid era una pura mueca de rabia, furia, ira y desesperación concentrados en los músculos de su rostro. Ella acercó los labios a los suyos lentamente y dejó un beso tierno sobre ellos.

-Está bien, cariño. No te preocupes.- Le susurró, apoyando la frente sobre la suya, sintiendo que la firmeza de sus manos se iba relajando hasta que sostuvo sus brazos con más delicadeza. -Tienes razón.
Lain

Re: Naja Ramlat

Mensaje por Lain »

Roderick

Una voz me llama.

Es cálida, grave, de mujer. Me está llamando. ¿Por qué no puedo abrir los ojos?.

Vuelve a llamarme y trato de abrirlos de nuevo. Apenas consigo distinguir que es de noche.

No, no es de noche. Estoy en una cueva. Huele a humedad y heces de alguna criatura. La mujer vuelve a pronunciar mi nombre con suavidad, con un acento que no distingo de dónde es.

Abro por fin los ojos y observo el rostro de esa mujer frente al mío. Sus ojos negros parecen sonreírme y sus labios también lo hacen, con una expresión cercana y amable. Parpadeo un poco para tratar de enfocarla en la penumbra.

-Vamos, Roderick, despierta.- Dice mi nombre con familiaridad, como si me conociera, pero no sé quién es.- Debes estar sediento. Bebe un poco.

Sí que lo estoy. Mi boca es áspera como el heno seco y hago una mueca al caer en la cuenta. Bebo con avidez el agua fresca que me da sin poder evitar que se derrame por mi barbilla.

-Shhh, despacio, despacio... Poco a poco. Eso es.

Me habla en susurros con dulzura. Trato de moverme pero algo me lo impide. Miro mis manos y una cuerda fina y resistente las inmoviliza con firmeza, al igual que mis tobillos. La miro de nuevo con la confusión reflejada en el rostro y ella parece ampliar una sonrisa suave mientras prepara algunas cosas sobre una roca.

-Sí, me temo que eso era necesario. Vas a tener que disculparme por mi desconfianza.

Mi ceño se frunce notoriamente y siento que mi pulso empieza a acelerarse por momentos.

-¿Quién eres?... ¿Qué... qué estás haciendo?- Al oír mi propia voz siento que hace horas que no la uso. Suena temblorosa y cargada de nerviosismo, débil y aguda como la de un niño atemorizado.

Deja algunos objetos de metal sobre la roca que no alcanzo a ver y se gira inclinándose hacia mí. Un paño fresco recorre mi frente y me limpia el sudor que el miedo ha empezado a provocarme.

-Lo primero no es nada importante, Roderick. Lo segundo lo descubrirás dentro de muy poco. No te preocupes.

Se levanta. Se mueve despacio. No hace ruido. Recorre la estancia de la cueva y se asoma por detrás de un saliente de la caverna. Puedo distinguir como las telas amplias de sus ropas vuelven a acercarse y mi cuerpo tiembla tratando en vano de apartarme de ella, pegándome contra la pared de roca que hay tras de mí y haciéndome un ovillo trémulo. Al verme puedo oír el tenue eco de su risa suave invadir las paredes sólo un segundo. Apoya un dedo en mi frente y me aparta un mechón con ternura.

-Tranquilízate, cielo. Aun no te he hecho nada.- Me mira girando su rostro como quien mira curioso a un pajarillo recién caído del nido.- Llevo unas cuantas de dekhanas observándote, ¿sabes?. Sí, tienes una mujer preciosa. No, no, no me mires así. Ella está bien. Ha de estar con sus hermanas visitando el templo del Alba en Nevesmortas, ¿verdad?. Sí, son las tres muy fieles a esa iglesia. Se pasan allí varios días ayudando a cuidar a los enfermos, dándoles de comer...

Su voz empieza a tranquilizarme, y saber que mi mujer está bien más todavía. Se mueve despacio, con gestos suaves y fluidos, como si cada uno estuviera hecho para el siguiente, y se sienta cómodamente frente a mí mientras puede notar cómo tiene toda mi atención.

-Bueno, puedo decirte que sus hermanas sí están en esa sala de curaciones con olor a sangre infecta. Pero... me temo que tu esposa no está con ellas.- Me mira negando despacio, como quien se resigna a dar una mala noticia.- Es cierto que está bien pero... En realidad está en Adbar.

Mi ceño vuelve a fruncirse confuso. Adbar... ¿Qué hace en Adbar? No conocemos a nadie de allí salvo a ese enano que nos trae patatas cada mes. Al caer en la cuenta de la existencia del enano vuelvo mis ojos hacia ella que me mira como adivinando el hilo de mis pensamientos y asiente lentamente.

-Exacto, ese enano. Has visto muchas veces cómo le mira el culo y cómo ella ríe con timidez con cada grosería absurda que él dice.- Deja escapar un largo suspiro y me da unas palmadas en la rodilla. A mí empieza a agitárseme la respiración de pura rabia- Debes ser realmente pésimo, Roderick. Vale que el enano ha resultado estar muy bien dotado y que ella parece tener unos gustos algo... excéntricos, pero de verdad tienes que ser más penoso de lo que podría imaginar para que te haga esto.- La miro cuando se levanta con un suave impulso.- En fin, aprovecharemos estos días de placer de tu esposa para solventar lo que tenemos entre manos aquí.

Coge un pergamino y un trozo alargado de carboncillo afilado y envuelto en una tela fina. Se acerca a mí de nuevo y coloca una escribanía en mi regazo con el pergamino encima y me mira con una sonrisa ofreciéndome el carboncillo.

-Vas a escribirle una carta de despedida.- Su sonrisa se amplía mostrando un rostro ilusionado por la idea.

Miro el carboncillo dubitativo y alargo la mano para cogerlo, avergonzado al ver el temblor violento de mi pulso. El miedo y la rabia se mezclan en mi cuerpo y ahogo un sollozo casi sin darme cuenta. Retiro la mano antes de cogerlo y mi cabeza se sacude negando con vehemencia.

-No. No voy a hacerlo... Podemos... Hablaré con ella y trataremos de arreglarlo y...- Su voz interrumpe sin violencia mis palabras trémulas.

-Roderick... es hora de que dejes de ser tan patético. Mírate... Das pena, cielo. Esa mujer te ha estado engañando delante de tus narices y aun quieres arreglar las cosas. ¿Qué cosas? No hay ya ninguna "cosa" entre vosotros. Si hubo algo, hace tiempo que murió.- Su mano hace un gesto con el carboncillo volviendo a ofrecérmelo.- Vamos, cógelo y empieza a escribir.

Mis dedos cogen el carboncillo y cuando voy a empezar a escribir ella detiene el gesto cogiéndome la muñeca con rapidez.

-No, espera. Yo te diré lo que has de poner. "Querida Martha..."- Empieza a dictarme con la seguridad de que voy a escribir pero estoy paralizado, mirándola con las lágrimas corriendo por mis mejillas. Sus ojos negros me devuelven una mirada cargada de paciencia y se desvían hacia el pergamino un segundo volviéndome a mirar, indicándome que escriba.- No me hagas obligarte.

Ahogo otro sollozo y me quito las lágrimas de la mejilla con el dorso de la muñeca, tratando de enfocar el pergamino que veo nublado en mi regazo. La penumbra y las lágrimas velan mi visión y cuando empiezo a escribir los trazos son inseguros y temblorosos.

-Muy bien, Roderick.- Su voz me alienta como si se enorgulleciera de mí.- Va a ser una carta muy dramática con esas letras tan horribles. Estás haciéndolo genial. Bien; "Querida Martha: Cuando leas esta carta podrás comprobar que me he marchado. Te quiero y siempre te he querido así es que me voy para dejar de ser infeliz a tu lado y dejar que..." No, no quites esa lágrima, queda estupenda emborronando las letras... "...y dejar que tú lo seas separada de mí. He hablado con una de tus hermanas y me ha confesado que no estabas con ellas estos días en Nevesmortas, que te habías ido unos días a Adbar con Tromperk y que no es la primera vez. Dejaré la Marca Argéntea y trataré de olvidarte. A ti no te será difícil olvidarme a mí. Con cariño, Roderick".

Su voz va dictando pacientemente, muy despacio, dándome tiempo de sobra para escribir con mis letras atropelladas.

-Va a ser divertido cuando trate de averiguar cuál de sus hermanas te ha soltado el chivatazo.- Una sonrisa se dibuja en sus labios oscuros mientras observa cómo escribo las últimas palabras.

Levanto la vista hacia ella y coge el pergamino revisándolo una vez más mientras se retira un mechón acaracolado del rostro. Lo pliega meticulosamente y lo guarda entre sus cosas volviendo a desviar la mirada hacia mí.

-Ahora nos toca a nosotros, Roderick.- Se levanta quedándose en pie frente a mí y coge algo de encima de la roca de nuestro lado. Un cuchillo largo, afilado y fino de cazador tintinea y su brillo se acerca a mí haciendo que mi cuerpo se sacuda con un respingo.- Va a ser muy fácil, Roderick, esto también lo harás genial. Sólo voy a pedirte que grites, así de sencillo. Lo harás sin problemas y disfrutaré con ello hasta que se te desgaste la voz, momento en el que me veré obligada a matarte porque dejará de ser divertido verte sufrir. En esta cueva los pieles verdes torturan hombres continuamente así es que siéntete libre de dejarte llevar por el pánico. Tienes todo mi consentimiento.
Responder