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Re: La sombra escondida

Publicado: Lun Jun 01, 2009 9:09 pm
por Sevel
La Suma Sacerdotisa Valessa seguía hablando, pero Velussa seguía con su expresión tan irritante, observando a su hermana y a Siriandel por turnos, sintiéndose la dueña de la situación.
Había conseguido desafiar públicamente a su hermana mayor ante todos, auspiciada eso sí, por la matrona N’Kaless.
Contra los deseos de Ylith era una velglarn de Ymrrynm quien guardaría sus espaldas en el ritual, una velglarn que ahora miraba su nuca fijamente, de manera fría. Las sombras escondidas esperaban el momento correcto… y algún día ese momento llegaría.

Un pentáculo inscrito en el suelo señalaba el lugar del ritual. Cada uno de los faerns, seguido por su respectivo guardián ocupó una de las puntas. Valessa ordenaba y daba las últimas explicaciones del ritual: Cada faern representante de cada Casa debía ocuparse de un sello.
Era un momento crucial, un solo fallo y el faern atraería la ruina sobre sí y la Casa que representaba aunque no perteneciera a ella (en el caso de los shebali, quien sabe que castigo recaería sobre ellos). Para los que formaban parte de una Quellar, la desgracia sería doble. Un posible incidente diplomático y la ira de N’Kaless podría caer sobre la faern Tindra.
Siriandel, colocada a la espalda de Velussa, desvió la mirada hacia Tindra, observando el movimiento de sus ojos y sus manos buscando nerviosismo o duda. El fallo de un miembro de la Quellar siempre repercutía en toda la Quellar al completo. La vio susurrar a su espalda, en dirección a Illasera y luego escuchar atentamente a Valessa.
Siriandel ladeó la cabeza hacia el otro lado, observando a la qu’el’faruk Alyssrae. No la sorprendió que se mostrara tranquila y segura, al menos en apariencia.

Los conocimientos arcanos de Siriandel eran básicos y prácticos, nunca hubiera conseguido entender los detalles de lo que los faerns iban a hacer, pero confiaba en los conocimientos de Alyssrae y estaba segura que, si el ritual fallaba, no sería por su culpa.

Parpadeó al escuchar a Velussa tomar la palabra, ella sería la que dirigiera el ritual.

-Debéis concentraros en la apertura del sello y mantener la concentración pase lo que pase.- Miró a su espalda, hacia la velglarn que se erguía a poco más de un metro de su nuca. Pareció que le hablaba a ella pero su voz era claramente audible para los que estuvieran cerca o tuvieran buen oído.- ¿Qué te parece, Siriandel? Puede que hoy acabemos en el Abismo y seamos torturadas en los dolores más indescriptibles jamás imaginados…

Al escuchar su posible destino, la velglarn tan sólo asintió y murmuró:

-Siempre se acepta el destino que la Valsharess elige para nosotros. – Su voz era metálica e inexpresiva como siempre y su rostro inanimado, sin embargo internamente pensó que, si debía sufrir la tortura y el dolor eternos en brazos de las sagradas criaturas de la Ultrine, al menos le quedaría la satisfacción de alimentar su alma ante la tortura de Velussa Olathurl.
-¿Estás preparada? Deberás protegerme bien. Mientras me ocupe del sello nada deberá romper mi concentración.
Siriandel estiró mínimamente los músculos de la espalda y se arqueó después, atenta, con las manos en las empuñaduras de sus armas colocadas firmemente en sus riñones. No sabía qué iba a pasar, ni a qué peligros se refería, pero cualquier cosa que se acercara a Velussa caería a sus pies antes de tocarla o Siriandel moriría en el intento.

Los faern empezaron las retahílas arcanas, que envolvieron la atmósfera de concentración. Casi se podía percibir el zumbido mágico que provenía de los gestos de sus manos y del pentagrama inscrito en el suelo que empezó a brillar cada vez con mayor luz.

-Yo, Velussa Olathurl, en nombre de la Qu’ellar Olathurl rompo el primer sello.- Velussa alzó los brazos, con los músculos claramente en tensión. En su bello rostro empezaban a aflorar pequeñas gotas de sudor que perlaban su frente. Pero sus ojos seguían siendo fijos y llenos de dominación, su voz llena de autoridad.

Siriandel abrió las piernas mínimamente, afianzando su posición a la espalda de la yathallar. Uno a uno, cada faern abrió el sello repitiendo la fórmula de Velussa, revelando su nombre y su posición o a qué qu’ellar representaban.

Siriandel entrecerró los ojos, quizá las luces arcanas la confundían, a su alrededor el zumbido mágico y los destellos la irritaban; a pesar de todo, no dejó de estar alerta a la espalda de Velussa, preguntándose si aquella sombra que había visto era realmente cierta o una ilusión en su mente.

Poco a poco aquella sombra se fue haciendo más nítida y aumentando de tamaño. Finalmente Siriandel vio una presencia arácnida con el torso y la cabeza de una hembra drow… Y al sentir sus ojos en los suyos el aire dejó de llegar a su pecho. Se llevó la mano a la garganta, sorprendida.
De repente una ola de puro dolor le recorrió desde la nuca hasta los pies, sintió como sus brazos crujían y ahogó un gritó. Pero no lo ahogó mucho más por que pocos segundos después cayó al suelo entre alaridos.
Algo apretaba su cabeza como si la quisiera hacer estallar en una presa y cada uno de sus órganos internos se retorcían en el dolor más agudo e insoportable que jamás hubiera imaginado.
Empezó a escupir sangre al poco y sus oídos empezaron a sangrar mientras convulsionaba en el suelo.
Si hubiera sido mínimamente consciente, hubiera sabido que varios de los guardianes estaban sufriendo exactamente lo mismo que ella y se retorcían como reguños inútiles en el suelo.

Lo que supo más tarde, es que aquella presencia era la asesina de Lloth, un engendro del abismo. Su sola presencia provocaba dolor y muerte. El dolor y posiblemente la muerte que iba a experimentar en poco.

Velussa Olathurl ignoró a la velglarn y sus alaridos, inquiriendo a la criatura el nombre del demonio. Conociendo su nombre se le podría llamar y atar.
La Asesina de Lloth reía despectivamente, alimentándose del dolor de los guardianes. ¿Por qué a ella le debía importar nada de lo que allí pasaba? Guardó silencio, tras preguntar por qué deseaban el nombre. Siriandel se revolcaba en el polvo de la caverna escupiendo la sangre de sus órganos destrozados.
Satisfecha ya, quizá, por el deleitante sonido de los gritos, la Asesina de Lloth contestó a la yathallar de Olathurl:

-Kolomaxrumthor…- Tras aquello una risa diabólica siguió a la sombra arácnida hasta que desapareció.

Los faerns volvieron a concentrarse, invocando ahora al demonio que quedaría atado a la ciudad, con la orden de protegerla contra los estúpidos invasores rivvin.
Si es cierto que aquello fue el espectáculo más impresionante que se pudiera recordar en la ciudadela de Bel’Aragh, pero Siriandel Ymrrynm estaba en el suelo.
La sangre de sus lagrimales apenas la dejaba ver y el intenso dolor, a pesar de que la Asesina de Lloth había desaparecido, no había cesado.

Ahora la tortura de sus heridas persistía y el hormigueo lento y doloroso de el encantamiento de regeneración de su anillo la recorría como si la azotaran con un látigo de ácido.
Intentó levantarse y un nuevo vómito de sangre salió de su boca al incorporarse. Era sangre ya, sobrante. Se sintió mínimamente aliviada al deshacerse de ella a pesar de la debilidad y se arrastró a una roca cercana para tomar apoyo.
El ritual acababa ya y debía tomar su posición de nuevo; Si el dolor era mayúsculo, más lo empezaba a ser la sensación de haber fallado a su qu’ellar, gracias a Lloth, su mente estaba demasiado turbia y su cuerpo demasiado torturado para molestarse en pensar demasiado.

Tomó posición a la espalda de Velussa, intentando que las piernas no le fallaran. Miró el círculo donde la poderosa figura del demonio había estado. Parpadeó y se limpió los ojos, que le escocían.

Velussa Olathurl bajó los brazos y miró al techo de la caverna, agotada pero triunfal. El ritual había sido un éxito y la ciudadela contaba con un esclavo poderoso que acabaría con cualquier enemigo que se situara a sus murallas. Y ella había sido la verdadera estrella de aquel momento. Tan sólo su enorme ego la mantenía en pie, agotada como estaba después del tremendo esfuerzo.

-Habéis servido bien a la ciudad.- Sentenció.- Hemos terminado. Con éxito.

Miró hacia atrás y sintió la presencia de Siriandel, a su espalda. Esbozó media sonrisa satisfecha, luego parpadeó por la debilidad y sintió que sus piernas fallaban, cayendo hacia atrás pero su cuerpo se sostuvo en el pecho de la velglarn.
Siriandel se había colocado a su espalda y la sostenía con su propio cuerpo, bastante contrahecho y débil. La asesina no alzó los brazos para sujetarla, tan sólo permanecía en pie, dejando que la yathallar apoyara su espalda en ella para no caer. Un detalle que podía pasar cualquiera por alto, pero no para Velussa.
La asesina le prestaba su ayuda sin dejar que los demás vieran la debilidad de la sacerdotisa.
Por eso a ella y sólo a ella pudo susurrarle sin sombra de duda:

-Llévame al templo, Siriandel.

La velglarn de Ymrrynm enlazó su brazo con el suyo, ayudándola a caminar, sujetando su peso en cada paso pero dejando que la apariencia, una vez más, fuera contraria: Los demás vieron como Velussa caminaba erguida sujetando de manera desdeñosa a su malherida guardiana, cuyo rostro estaba salpicado de sangre.

La pantomima continuó hasta el mismo interior del templo y más allá. Una vez traspasado el umbral que daba paso a las cámaras de las sacerdotisas, Velussa se sujetó a la asesina, sintiendo que sus piernas no la sostenían. Sus ojos se cerraron y se sintió desfallecer, sin fuerzas.
Siriandel parpadeó, sorprendida. Jamás había visto a la yathallar en aquel estado tan frágil e indefenso.

-¿Velussa?- La sorpresa hizo que la abrazara, sosteniéndola contra ella mientras buscaba apoyo en la pared.

La yathallar no contestó y cargó con su cuerpo contra ella, le costó un rato arrastrarla hasta su cámara y la tendió con cuidado en el lecho, observándola en pie después.
Velussa la miraba con los ojos entrecerrados.

-Márchate, voy a descansar…- Su voz apenas sí se escuchaba, cayendo después en un sopor agotado, desmayada.

Siriandel no se movió, mirandola allí tendida, indefensa e inanimada. Se vio a sí misma desenvainar su daga y hundirla en el pecho de la yathallar. Experimentó un leve sentimiento de satisfacción al hacerlo. Sin embargo su mano no se movió, pero sí sus piernas, que comenzaron a caminar hacia la puerta. Si la mataba ahora, se repetía, el delito caería sobre ella. Se lo dijo y redijo una y otra vez, hasta la saciedad, tanto que un pensamiento fugaz le cruzó por la mente. ¿Estaba buscando excusas para no matarla? ¿Por qué no iba a hacerlo?

Se dio la vuelta y miró a la sacerdotisa de nuevo, tendida en el lecho como una muñeca rota. Deseó matarla en ese mismo momento, para probarse a sí misma que no era débil, que era capaz de hacerlo.
Un estertor le recorrió y volvió a toser sangre. La debilidad la arrasó de nuevo y salió precipitadamente de la cámara y del templo, quizá no conseguiría llegar a Ymrrynm sin desmayarse. Se deslizó entre las sombras, apoyándose en lo muros, avanzando hacia la seguridad relativa de su qu’ellar.
Al conseguir llegar a su cámara, se dejó caer en su lecho, pugnando por no perder el sentido. Entre tos y tos logró asir uno de los punzones que escondía en sus abrazaderas. Lo apretó en su mano, llena de rabia.

Aquel día, Velussa Olathurl volvería a descansar indemne y estaría viva para alzarse del lecho. Otra vez.

Re: La sombra escondida

Publicado: Mié Jun 03, 2009 4:07 am
por Sevel
Siriandel apuñalaba con saña los músculos abultados del minotauro.
Lo que había hecho era parte de su rutina, pero en las retinas de un espectador los movimientos de la asesina eran rápidos y plásticos. Había quien no conseguía moverse durante un momento, admirado por la rápida danza mortal de sus saltos y el movimiento silbante de las hojas de sus armas.
Pero la admiración pronto se convertía en un escalofrío y no eran pocos los que lo sentían.
Era entonces cuando el bello rostro de Siriandel se convertía en una máscara de sanguinaria alegría, el puro sadismo que recorría sus facciones era quizá su verdadera faz; abandonada al asesinato, las emociones que había mantenido sujetas bajo la piel emergían ahora. Y el minotauro sentía en su piel el odio, la irritación y la impotencia que había sentido en los últimos ciclos.
¿Le satisfacía a Velussa ver así a la asesina? ¿Era capaz de intuir que la mayor parte de los golpes que recibían sus víctimas iban, en realidad, dirigidos a ella?

La escarcha de su espada goteaba en el suelo y se mezclaba con la sangre.
Velussa había escuchado ruidos al otro lado de la galería y Siriandel se había deslizado por la roca excavada, arropada por las sombras. Varios minotauros recorrían el estrecho pasillo, construido a su escala, soltando bufidos e impregnándolo todo de su desagradable hedor, a sudor y heces.
Uno de ellos, con la piel marcada por extraños símbolos y con sus cuernos anillados, se acercó a la esquina, a poco más de un metro de Velussa y dando la espalda a la Sombra Escondida.

Con un salto, Siriandel emergió de las sombras, rasgando los potentes músculos del cuello del minotauro, que abrió los ojos al sentir la herida pero intentó darse la vuelta en vano. Todo su cuerpo había dejado de responderle y se mantenía inmóvil e indefenso, tan sólo podía mirar sin emitir un grito, cómo surgía al fin la yathallar de su puesto y la satisfecha sonrisa que le cruzó los labios. Velussa desplegó el látigo y comenzó a deshollar al minotauro con encendida diversión.

Siriandel le dio la vuelta al espectáculo, avanzando por la galería, buscando sus múltiples sombras. Dejaría que Velussa se explayara mientras ella limpiaba la galería de aquel asqueroso olor.

Siempre, siempre acababa al lado de la yathallar Olathurl. Era una especie de maldición.
No dejaba de preguntarse por qué siempre debía escoltarla, por qué Velussa se empeñaba de esa manera tan estúpida en andar sola sin los guardias de su qu’ellar, de acá para allá.
La respuesta era simple: Le bastaba la presencia de Siriandel para protegerse y sabía que la velglarn lo haría bien, como siempre. Velussa Olathurl estaba segura de que ella la serviría diligentemente, siendo la servidora perfecta como la habían enseñado desde su nacimiento.

Esquivó el brutal golpe del minotauro dirigido a cercenarla saltando a la pared del túnel para darse impulso y girar en el aire. Se agazapó de nuevo para esquivar el vaivén del hacha y buscó las sombras, desapareciendo.
La bestia rebufó con ira al perderla de vista y se dio la vuelta, avanzando hacia donde los restallidos del látigo de Velussa revelaban la sangría de su compañero.
Siriandel saltó a su espalda y hundió su espada en su nuca, dejándole inmóvil. Le rodeó lentamente, observándole. Tenía sus ojos bovinos abiertos de par en par, aterrorizado.
La asesina frotó las hojas de sus armas la una con la otra, disfrutando del momento de calma, alargándolo.
Luego se dio la vuelta y desapareció en las sombras para aparecer de nuevo ante el minotauro indefenso y hundirle una y otra vez las hojas. La sangre empezó a saltar y salpicarlo todo, esta vez no le importó mancharse.

Cuando el minotauro cayó destrozado en un charco de sangre, Siriandel lo admiró mientras su pecho subía y bajaba con su respiración agitada.
Velussa, más satisfecha de lo normal la observaba a pocos pasos, recogiendo el látigo sobre su brazo.
Le gustaba admirar a la velglarn, saber que aquella habilidad estaba a su total disposición. No había nada en Siriandel que la disgustara aparentemente, tan sólo que fuera una noble de la tercera qu’ellar.
No sólo era eficiente, inteligente y maliciosa, también poseía una presencia atrayente y un humor afilado. Sus manos, que cuidaba con la misma exagerada atención que el resto de su cuerpo, eran tan capaces de acabar con una vida como de dar los mejores masajes de la ciudadela.
Alguien se había tomado muy en serio la educación de aquella drow y Velussa le daba las gracias, al fin y al cabo era ella la que se aprovechaba de ello, fuera una Ymrrynm o no.
La yathallar se sonrió al ver como el rostro de Siriandel escurría regueros de sangre caliente al suelo y la asesina permanecía inmóvil, con su expresión inanimada fija en el cadáver destrozado del minotauro.

-Vamos querida, quiero ver mis rubíes.- Echó a caminar como si el túnel fuera uno de los pasillos de la fortaleza Olathurl, de manera resuelta y despreocupada. ¿Qué debía temer si contaba con la bendición de Lloth y la voluntad de Siriandel era suya? Siriandel había sufrido en su lugar la tortura de la Asesina de Lloth y lo había hecho como siempre lo hacía todo; En silencio, sin expresión, sin preguntas.

La asesina de Ymrrynm avanzó rápidamente para abrir camino, eliminando las pequeñas alimañas que se cruzaban a su paso. No había rastro de minotauros, de momento.
Cuando llegaba a una encrucijada esperaba a la sacerdotisa de Lloth, para que eligiera el camino, cuando lo hacía volvía a adelantarse, vigilando siempre cualquier peligro a una distancia prudencial: Si se encontrara algo que pudiera ser un problema, volvería rápidamente con Velussa para prevenirla.

Mientras esperaba en el último cruce de caminos observaba en silencio a la yathallar que se acercaba con expresión divertida. Se preguntó de nuevo por qué debía escoltarla precisamente ella. Tenía tantas cosas que hacer… Se preguntó también si después la yathallar la ordenaría que se ocupara de ella, que la masajeara y aliviara el dolor de sus músculos, que la untara en aceites mientras le preguntaba por los chismorreos de la ciudadela.
Y ella, con voz suave, le diría que los chismorreos hablaban de Velussa Olathurl, de cómo había llevado el ritual de apertura de sellos, de cómo se había impuesto a su hermana Ylith. También le contaría que temía por ella, que su hermana se sentía amenazada y que más pronto que tarde, decidiría eliminarla.
Lo único que permanecía a su lado de manera segura era Siriandel. Ella no pertenecía a Olathurl, y no le importaba en absoluto Ylith; la hermana de Velussa no podía comprarla y como buena drow que era, Siriandel prefería a Velussa como segunda hija, naturalmente. ¿Cómo no iba a confiar en ella?

La asesina se sonrió. Sabía que eso era lo que pensaba la sacerdotisa. Y ahora era el momento de sacar partido, por fin.

Re: La sombra escondida

Publicado: Vie Jun 05, 2009 5:59 pm
por Sevel
En la animada taberna todo eran gritos y olores para los oidos y el olfato de Siriandel.
El Elfo Empalado era un lugar recurrente en su vida. Cuando había escapado de Menzoberranzan se había unido a los mercenarios de la Kyone Velve, que solían campar por la taberna bajo la mirada de Sombra.

De hecho, fue Sombra quien la había encontrado a ella y desde aquel primer dia el qu'el'velgruk había entrado una y otra vez en su camino.
Y ahora, después de haber tenido la posición de hija de la ilharess N'Kaless, incluso de haber llevado los brazales de qu'el'velgruk de una qu'ellar, volvía al elfo empalado de nuevo, esta vez como la encargada del local.

Se acarició la máscara de adamantita pulida que le tapaba la deformidad de su cara.
Había mandado un molde de sus medidas a Menzoberranzan, al negocio de Sh'aun Darnruel. Aún seguía siendo el mejor comerciante de prótesis. Y por ello el más caro.
Tras un tiempo que le pareció eterno, uno de los sirvientes del rico comerciante había llegado con una medio máscara que podía ajustar con varillas a su cabeza. Era increíble la habilidad drow para las prótesis y aquello tan sólo era una máscara.
Siriandel había visto muchos sartglins en Menzoberranzan, incluso en casa de su madre, con miembros artificiales. Manos, brazos, piernas...
Miembros que se movían como si su dueño hubiera nacido con ellos, mejores incluso que el miembro amputado. Dedos de adamantita capaces de aplastar una pequeña roca; piernas que podían saltar más alto y más lejos que las de un buen velglarn.

Pero ella no deseaba nada de eso, tan sólo ocultar su rostro deformado que tanto la atormentaba. La máscara era un portento de artesanía.
La admantita pulida parecía brillar con el resplandor de una gema semipreciosa y estaba repujada de pequeñas filigranas labradas. El orificio ocular estaba hecho a la medida exácta del rasgado de sus ojos, hacía que la penetrante mirada de la asesina siguiera siendo igualmente felina que antes.
Su melena tapaba las finas varillas que la ajustaban a su cabeza y ahora se sentía suficientemente segura como para prescindir de la capucha. Se sentía enormemente liberada y con la mente más fría. Eso también era una pequeña bendición.
La última vez que había visto su reflejo incluso había creído ver que sus ojos habían retomado su color normal, con su violáceo pálido, sin apenas rastro del rojizo que exhibían cuando... cuando algo la hacía enfadar.

Se había estado comportando de manera completamente irreflexiva desde que la matrona Ymrrynm había marcado su rostro. El dolor la había estado volviendo loca, pero tampoco era excusa.

Ahora era el momento de trazar los planes fríamente. Paseó lentamente la mirada por el local, todo parecía tranquilo.

- Nebril, dame una botella de vino de hongos de Menzoberranzan.- Estiró la mano simplemente, sin dejar de acodarse cómodamente en la barra. No estaba mal el trabajo.
Ocuparse de que los clientes conocieran los servicios del Elfo Empalado, animarles para que dejaran la mayor cantidad posible de gemas, ocuparse de que los sirvientes no ofendieran a ningún cliente importante, azuzar a los masajistas y asegurarse de que no cometían errores... Por supuesto que toda esa "cantidad de trabajo" tenía su parte buena. Siriandel se "sacrificaba" probando los mejores caldos de la taberna (había que conocer los productos antes de darles el visto bueno para ser servidos) y claro está, pasaba muchas luces recibiendo los servicios de los masajistas, no fuera que alguno fuera inútil y pusiera esas manos de rothé sobre algún cuello de una yahtrin.

Alguno había sentido en carnes lo que un mínimo error, en el criterio de Siriandel, podía suponer.

Bebida, placeres y mucha, mucha diversión gratis. Tan sólo debía hacer lo que siempre había hecho.
Siriandel en realidad, estaba en su salsa. Una taberna en lo peor de la ciudadela, rodeada de ladrones, asesinos y mercenarios, donde ella era lo peor.
Y Salat, claro. El silencioso y serio Salat, el encargado de la seguridad del local.
En un lugar como aquel, un buen sartglin era más que necesario. Si algún shebali picaba más de la cuenta en el saco común, si molestaba al cliente equivocado, Siriandel tan sólo se lo comunicaba a Salat y él hacía lo preciso para que se le quitaran las ganas a cualquiera de creer que podía hacer lo que quisiera en el local de Sombra.

El enorme varón no tenía problema ninguno en defender su pequeña parcela de "libertad" más allá de las qu'ellars y servía a Sombra con diligencia.
Siriandel apreciaba su actitud aunque jamás se lo diría. Para ella el proceder del varón era completamente entendible, al fin y al cabo, no era una hembra. El resultado de su modo de vida para Salat era el haber conseguido vivir una vida más que larga para cualquier varón y seguir siendo una presencia temible y poderosa en los bajos fondos. Con él la taberna estaba bajo el poder absoluto de Sombra y con Siriandel, Sombra había conseguido una velglarn competente y dos ojos y dos oidos a cambio de absolutamente nada.

Siriandel se limpiaba la supuración de la herida, que resbalaba por su barbilla deslizándose bajo la máscara. Era lo único que aún le recordaba que la araña de Ymrrynm palpitaba en su maltrecha mejilla.

Erleda, una de las trabajadoras de sombra se acodó a su lado, mirándola. Siriandel la miró de reojo y esbozó media sonrisa. Erleda era una de las trabajadoras de "placer". Por supuesto, también era una bruja despiadada, como todas las criaturas de los bajos fondos. Como cualquier drow, se podía admirar el cuerpo de aquella hembra (tampoco es que llevara encima demasiado como para taparlo) pero también había que tener cuidado con sus intenciones.

- ¿Un masaje, patrona?- Se acercó a ella, acariciándo los hombros desnudos de Siriandel.
- No me parece mala idea.- Le pasó la mano por el talle, acercándola suavemente. Estudió atentamente el rostro de la drow, buscando algún signo de repulsión a pesar de la máscara.

Erleda sonrió y se dejó hacer, acercándose a ella. Siriandel cogió su mano e hizo que posara sus dedos sobre la máscara, para que comprobara el pulido tacto.

- ¿Así mejor, no?
- Es hermosa.- Erleda se pegó a ella de forma insinuante, esbozando una sonrisilla traviesa.- Hay alguien que parece interesado en tí. Incluso me ha pagado una bolsa de gemas de menzoberranzan. Un varón de la ciudad.
- ¿Y para qué te ha pagado?- Siriandel pasó las manos enguantadas por el rostro de la acompañante, mirando como la suave presión de sus dedos dejaba marcas incoloras en su piel.
- Quiere que ocupe tu lugar como encargada.

Siriandel se echó a reir por lo bajo, divertida.

- ¿Vas a matarme, Erleda?
La drow empezó a masajear los hombros de Siriandel como respuesta.
- ¿Quién ese varón?
- Dice llamarse Iphrin.- La asesina arqueó la ceja, algo escéptica. Ese nombre se repetía mucho últimamente.
- Para qué molestarse en matar a alguien que pronto va a morir.- Siriandel sonrió mientras abrazaba la cintura de la drow, pegándose a ella y obligándola a que la mirara.
- Cierto, por eso tan sólo voy a sentarme a esperar.
- Muy inteligente por tu parte. No te preocupes, te aseguro que ocuparás mi puesto y no tendrás que mover ni un dedo para hacerlo. Ni perderlos.

Erleda sonrió de una manera completamente satisfecha de sí misma. No era la única que disfrutaba recordando a Siriandel lo próxima que estaba de su muerte y lo mucho que disfrutaría cuando ocurriera. Sin embargo, como cualquier drow, tampoco rechazaba la cercanía de la asesina, que pasaba sus manos por su cuello, acercándo sus brazales a la nuca de la acompañante.
Se acercó al oído de Erleda y musitó:

- Háblame de ese varón tan acaudalado. Dime qué te dijo exáctamente y cómo era.- Movió ligeramente la muñeca y el suave chasquido de las cuchillas apenas se hizo audible, sin embargo, Erleda tenía que sentir el suave roce de las puntas afiladas sobre su yugular.
La hembra se quedó inmóvil mirando la máscara y tragó saliva de forma casi imperceptible. Por alguna razón, a pesar del peligro, no perdió la mayor parte de su aplomo; Siguió recostada sobre Siriandel susurrando a escasa distancia de la cara de la asesina.

La descripción hizo que Siriandel fuera frunciendo el ceño paulativamente.
El mismo aspecto que Iphrin, su antiguo protector tras la destrucción del Clan Ramdelath. Destrucción que aún no había vengado del todo, sin embargo, había matado a Iphrin hacía tiempo. No era posible que fuera él.
Pero una imagen tan fiel que parecía el mismo Iphrin dueño de las casas de masajes de su madre...
Cuando Erleda describía sus gestos, Siriandel ladeó la cabeza, atenta. Aquello sí que no cuadraba. Iphrin era afectado, casi tanto como el mismo Sombra. Afectado y vanidoso, su estilo era inconfundible y el varón de menzoberranzan del que hablaba Erleda parecía más un varón de Muchagente que un señor del placer.
Finalmente se echó a reir, disimulando su estupefacción.

- El varón del que hablas esta muerto, Erleda. Créeme, muy muerto. Es imposible que sea él.
- Quizá sea un hermano suyo o un truco.- La drow movió la cabeza ligeramente, ni se preocupó en saber más detalles acerca de la afirmación de Siriandel.
- ¿Un hermano? Si esa styrge cochambrosa hubiera tenido hermanos él mismo los hubiera matado. Quizá te engañaron con un disfraz o algun truco arcano.
Erleda se encogió de hombros ligeramente, tampoco es que le importara demasiado, aquel asunto no era cosa suya.

Finalmente Siriandel alejó los brazales del cuello de la drow y deslizó los labios por su mejilla.
- No importa. Ve a prepararte, subiré a ver qué eres capaz de hacer de aquí a un rato.

La drow sonrió y desapareció escaleras arriba, hacia las habitaciones mientras la asesina la miraba de reojo con expresión inanimada. En realidad pensaba si debía matarla o no y deshacerse de una posible molestia dentro del elfo empalado.
Luego se acarició la máscara. Como si no hubiera tenido suficientes problemas... y todos procedían del mismo lugar; Menzoberranzan.
Quizá el misterioso varón tuviera que ver con los mercenarios que estaban campando a sus anchas por la ciudadela. Ella creía que, dada su sentencia de muerte, no iba a tener molestias hasta su sacrificio ante el consejo. Estaba claro que había alguien que no pensaba lo mismo.

Cogió su copa de vino y acabó su contenido de golpe, para empujarla hacia Nebril, que la cogió rápidamente y la guardó aparte, acostumbrado ya a los gestos de Siriandel.

"Eslabones de una cadena, puestos uno detrás de otro... si saltas de uno en uno, llegas al extremo". Repiqueteó los tacones de sus botas sobre el mármol del suelo antes de ponerse en marcha hacia las habitaciones. Quizá haría que alguien sintiera el aguijón de la Sombra Escondida antes de que muriera a manos de la matrona Ynmrrynm en el Consejo.
Una pequeña sangría y algo de destrucción para que no olvidaran a Siriandel en mucho tiempo.

Re: La sombra escondida

Publicado: Vie Jun 05, 2009 7:34 pm
por AdaNthiara
*Se quitó el sombrero de ala ancha sonriente* Gran relato, sin duda alguna.

Re: La sombra escondida

Publicado: Sab Jun 20, 2009 12:33 am
por Sevel
Las guerras de los velglarns.

Capítulo 1. Myrlothar

Siriandel observaba al varón situada a su espalda.
Al verle disparar contra las dianas de una de las salas de entrenamiento se dió cuenta de que aún era más hábil que apuesto. Eso hizo que dejara de pasear sus ojos por la exigua túnica del velgran, que apenas tapaba su torso, para concentrarse en otros detalles más reveladores.

La forma en que cogía el arco, la posición de sus piernas... De momento no le había visto fallar. De momento.

Se acercó a él y se posicionó a su lado, dirigiéndole una sonrisa insinuante.

- Preciosa túnica.- Acompañó las palabras, ya de por sí directas, con una mirada bastante explícita que le recorrió de arriba abajo.- Dime que perteneces a una quellar, jaluk.- Si hubiera sido un simple shebali su aspecto y habilidad no hubieran sido suficientes para sostener su atención.
- Beriynon, de la segunda Que'llar.

Siriandel abrió algo más la sonrisa. Aunque sus propias ropas demostraban su pertenencia a Ymrrynm tan sólo llevaba la insignia de Velglran. Ninguna marca la identificaba como la hija menor de la matrona N'Kaless, de haber sido así cualquier velglarn bien informado hubiera sabido quien era. Tan sólo había dos hijas de Ymrynm que eran Velglran y una de ellas no era Qu'el'velgruk.

- De la segunda Que'llar.. Qué adecuado para mi.- Sonrió de esa manera tan suya, torcida aunque algo más divertida que su habitual desapasionamiento.- Y dime... ¿Dónde te compraste una ropa tan sugerente?
- Es más cómoda para disparar.
Siriandel señaló las dianas, tenía en su mano su arco negro de material retorcido. Sin cuerda ninguna. Tan sólo el arco sin armar.
- ¿Nos jugamos algo?
- Un desafío de diana.- El velgrlan la miró con cierto interés.
- Eso es.- Siriandel asintió y luego miró su propio arco.- No te preocupes, jaluk, por que no tenga cuerda. Dispara muy bien cuando yo quiero.
- Cinco blancos. ¿Qué hay en juego?
- Jugaremos al juego de la verdad.- La drow enarboló una sonrisa resuelta al soltar una barbaridad como la que acababa de decir.

La verdad era algo tan poco visto entre los drow como una luz nítida que no cegara. Algo tan ajeno a su naturaleza que su simple mención era pura provocación; Suficiente como para llamar la atención de cualquiera y más aún de un Velglarn.

- La Reina no lo quiera.- Sonrió burlonamente.
-Tres preguntas el que gane y el perdedor deberá responder quiera o no.
- Una.- El Velglran apuntó, con el mismo tono resuelto que Siriandel, parecía estar acostumbrado a aquellos juegos. O lo disimulaba muy bien.
- Una y si gano te ataré a mi lecho.
- Dos a sí o no. - Parecía que la mención a una pequeña batalla posterior, con menos ropa y otras posturas hacía que la apuesta subiera. El Velglarn sonrió.- Ganaré.
- Veremos.

Siriandel se retiró, dejándole disparar primero. El velglarn tensó la cuerda y disparó, acertando a una mínima distancia el centro geométrico de la diana. Ella amusgó los ojos, rabiosa. Intentó calmarse y tomó posición ante su diana, ignorando la mirada irónica del varón.

Alzó su arco y su mano derecha acarició de forma segura el aire donde debería haber una cuerda. De repente, esta apareció y cuando la velglarn la estiró hacia sí una flecha brillante se materializó a la vista.
Aquel era el secreto de Siriandel, la razón por la que jamás nadie le había visto un carcaj en su espalda o su cintura. No los necesitaba, su arco mágico se encargaba de ello.
Lanzó la flecha y se clavó cerca del centro, a poca distancia de la flecha del velglarn pero en la dirección incorrecta. Un fallo.
El jaluk rió de manera sarcástica y Siriandel tuvo el impulso de acallarlo con una cuchillada en la garganta.

- La primera diana, mía.
- La suerte de la Valsharess es esquiva...- El tono de Siriandel, pese a la rabia, fue el mismo que siempre.
- Segunda diana.- El velglran disparó, esta vez su flecha quedó en el segundo anillo, demasiado desviada.
Siriandel ya apuntaba cuidadosamente, aguantando la respiración para que el arco no sintiera movimiento ninguno. Cuando su flecha se clavó lo hizo aún más cerca que la anterior, a menos de un cuarto de pulgada del centro.
- Lo que la Valsharess da, al instante te lo quita.- La sonrisa artera de la hembra era pura provocación aunque su voz hubiera sido una simple sentencia.

El velglarn simplemente sonrió, pero hizo sonar unas cadenas que llevaba a la cintura, como recordatorio de lo que ocurriría si la hembra perdía la apuesta. Siriandel entrecerró los ojos mínimamente, pero se concentró en la diana de nuevo, ignorándolo.

De nuevo, en la tercera diana, el varón disparó y su flecha se clavó en el segundo anillo. Sin embargo la de Siriandel volvió a colocarse cerca del centro, como la primera que hubo lanzado. En tres dianas, la velglarn de Ymrrynm había vencido y llegaba el momento en que todo drow demostraba lo que era. Era tiempo de las trampas.
El varón disparó de nuevo, clavando la flecha cerca del centro. Siriandel en cambió se echó a reir.

- Vamos, vamos... eres bueno, pero debiste serlo en el momento justo. Ya he ganado las tres dianas. Es lo que llamamos suerte.
- Tres para una pregunta. La apuesta eran cinco.
Siriandel amusgó los ojos y se encogió levemente de hombros. Al hacer aquel gesto se le cayó el arco al suelo. Dejó salir una pequeña maldición ("carne de lloth...") y se agachó para recogerlo.
Sin embargo, en un gesto tramposo y furtivo, la velglarn de Ymrrynm había calculado aquel sutil movimiento, deslizando sobre su antebrazo un brazal mágico que quedó escondido bajo la manga de la túnica. Aquel brazal mejoraba considerablemente su puntería y el velglarn de Myrlothar ni siquiera lo había visto.

Siriandel disparó, pero la suerte es esquiva; aunque el velglarn no hubiera visto cómo deslizaba el brazal, tampoco fue una ayuda pues su flecha se clavó en el segundo círculo. La noble Ymrrynm ahogó una maldición.

- La última y decisiva. Que la Valsharess decida. - El asesino apuntó y disparó. Y la Valsharess, desde luego, no debía estar con el. Su flecha estuvo a punto de no clavarse en la diana quedando en el anillo más exterior, cerca del borde.
Siriandel se permitió un carraspeo, ahogando la carcajada. Apuntó de nuevo acariciando el aire y tomando la cuerda y la flecha mágicas. ¿Qué probabilidades tenía de perder?

Pocas, muy pocas... Sin embargo perdió. Y probablemente hubiera perdido igual, pero lo irritante fue que en el mismo momento de disparar la flecha un horrible chirrido metálico retumbó la habitación. Lo sintió en sus dientes y los apretó hasta casi la sangre al ver como su flecha ni siquiera se clavaba en la diana.
Miró al velgran de manera furibunda.

- La Valsharess ama a sus hijos...- El asesino mostró su sonrisa más triunfal. Había ganado y además había ganado a una hembra, doble satisfacción.
- Claro... y también envía lamentos metálicos para celebrarlo.- Siriandel se llevó la mano a la espalda, a la empuñadura de su espada.
- Qué mala "perdedora".- La miró al ver el gesto, aún sosteniendo su expresión tranquila.
Siriandel soltó suavemente la empuñadura.
- Cierto, hay que saber perder...- Ladeó la cabeza, examinando al varón. El que realmente perdía era el que se sentía perdedor. Y si había algo que sabía un drow y sobretodo, un velglarn es que la suerte no existía, la Valsharess la repartía al más audaz.

El jaluk le mostró las cadenas, anunciando lo que deseaba hacer con ella.
- ¿Vas a atarme?- Siriandel se echó a reir.- ¿Cuando podría moverme? Sería mucho más divertido, sobretodo para tí.
- Tendrás la movilidad que necesito.
- ¿Y la pregunta?- Se estiró los guantes, mirándolo cada vez más divertida. La perfidia de Siriandel quizá fuera tan grande como para disfrutar una situación así.
- Cuando estés inmovilizada.

Ella miró alrededor, a la amplia sala de entrenamiento. No había puerta ninguna que les fuera a esconder de ojos ajenos.

- ¿Aquí?
- Conozco un lugar...- La guió entre los pasillos del Centro, hasta una de las bodegas llena de materiales de la reciente construcción. Al cerrar la pesada puerta le indicó una solitaria silla, abandonada en el dentro del almacén.
- ¿La silla? Que convencional.- La joven drow se sentó y siguió las indicaciones del asesino diligentemente; colocó las piernas en las patas de las sillas y las manos tras el respaldo. El velglarn enredó sus manos en las cadenas y las aseguró con dos cerrojos.

Siriandel lo miraba con sonrisa torcida y vió el cambio de expresión del velglarn, de divertido a firme.
Aquel cambio de expresión que anunciaba el fin del juego. Lástima que fuera a acabar tan pronto. Lástima que por su parte, la asesina de Ymrrynm ya lo hubiera terminado antes, cuando había deslizado por su mano derecha una simple lámina de metal, suficiente para ella como para abrir casi cualquier cerradura.

- Mi pregunta es... ¿Cuáles eran tus tres preguntas?
Siriandel se echó a reir.
- Eso no se responde con un si o un no.
- Tu eres la que estás atada, las normas son cambiantes como la Reina.- La señaló, encadenada a aquella polvorienta silla.
- Pues cambio las reglas, no pienso contestar.- Su tono era resuelto y aunque seguía parecer disfrutar con aquello en realidad sus ojos estaban fijos en el velglarn, intentando adivinar hasta dónde llegaría y cuánto tiempo iba a tardar en matarla.
El asesino la miraba mientras untaba la punta de la daga con lo que contenía un pequeño frasco metálico. Siriandel los conocía, ella utilizaba los mismos viales para sus venenos.

- Aunque...- Se obligó a si misma a mirar la daga con temor, más del que ahora mismo sentía, claro.- Quizá pudiera cambiar de opinión, no obstante.- Parpadeó y empezó a hablar, ladeando la cabeza para alejarla inutilmente de la hoja que el velglarn le acercaba.- Mi primera pregunta era tu nombre real.- Estaba mintiendo, pero necesitaba tiempo, tiempo para huir de aquel veneno, tiempo para un golpe de suerte.

El velglarn le hizo un corte en el cuello expuesto. Era un pequeño corte que empezó a escocer ligeramente, signo inequívoco de que el veneno pasaría a su sangre. Al poco, Siriandel empezó a encontrarse mal y parpadeó. Conocedora de los distintos tipos de veneno intentaba que su mente estuviera lúcida identificando los síntomas para que, quizá, se revelara qué veneno concreto era.

- De nuevo... ¿Cuáles eran las tres preguntas?
- Te lo he dicho...- Siriandel boqueó, intentaba que el velglarn creyera que el veneno había hecho efecto. Si insistía tanto en las preguntas con mucha probabilidad era porque le había aplicado el veneno de la confianza; aquel veneno que usaban las yathrin en sus interrogatorios en el templo. - La primera era tu nombre verdadero...- Se obligó a sí misma a parpadear y parecer algo confusa, como si no hubiera sabido por qué había dicho lo que había dicho. Luego miró de reojo al asesino. Algo en sus ojos le dijo que no se lo había tragado. Era momento pues de decir la verdad y ver hacia dónde la llevaba.
El creería que le estaba mintiendo.

- ¿Y la segunda?
- Dónde está tu qu'el'velgruk.- Siguió el mismo teatro, pero aquella pregunta sí era cierta. El asesino siguió como antes, si creía que le mentía no había cambio en su actitud.
- ¿Y la tercera?
- Lo cierto es que ni se me había ocurrido.- Siriandel sonrió, parpadeando de nuevo. El veneno la había debilitado físicamente y sentía algunas gotas de sudor correr por su frente, pero permanecía lúcida.- Supongo que te iba a preguntar si sabias quién era yo.

El velglarn no hizo mayor comentario y se sentó a horcajadas sobre ella. El brillo de lujuria de sus ojos indicó a Siriandel el momento correcto.
El comenzó a desatar las ropas de la joven y ella se movia lentamente, arqueandose aparentemente en un gesto de complicidad, para ayudarle a desnudarla a pesar de las cadenas.
Sin embargo, aquel movimiento le permitió acercar sus dedos al candando que aseguraba las cadenas de sus manos. El velglarn, demasiado ocupado en luchar con las ropas de Siriandel no se percataba de que la asesina había abierto la cerradura y que sus movimientos ahora estaban destinados a deshacer el amarre de metal y deslizarlo suavemente, sujetándolo con una mano, para que no hiciera ruido.

La visión del torso semidesnudo de la asesina pareció animar al varón.
Se afanó en ese mismo momento en aflojar sus propias ropas, cosa que no era demasiado difícil, puesto que la mínima túnica que llevaba apenas sí le cubría.
Siriandel sujetó la cadena y ladeó la muñeca. Esta vez volvió a moverse de manera sinuosa, mirando al varón. Le estaba invitando a que la liberara de las ropas que le quedaban. El velglarn se inclinó para hacerlo, movido ya sólamente por la lascivia.

- ¿Ves? Puedes moverte lo suficiente. - La sonrisa torcida del varón aumentó cuando sus ojos cayeron sobre el cuerpo de su víctima y sus manos se dispusieron a tomar posesión.
Pero justo en ese momento cuando su mente estaba demasiado ocupada en recoger el fruto del triunfo, cuando la meta estaba tan cercana como para no ser capaz de pensar nada más, Siriandel estrelló la pesada cadena contra su cara.

El varón salió despedido, aullando, con la cara ensangrentada. Tendido en el suelo por unos breves instantes perdió la noción de lugar. El dolor era lacerante, suficiente como para olvidarse de Siriandel e incluso de la impropia postura que tenía, tirado en el suelo apenas vestido. La asesina mientras tanto, daba cuenta del otro candado y se alzaba frente a el, justo en el momento en que el velglarn de myrlothar se incorporaba, mirandose la mano ensangrentada.

- Excremento de rothé...- Siseó y aunque su vista estaba levemente nublada pudo ver la sonrisa retorcida de Siriandel, que le miraba triunfal sin siquiera intención de abrocharse las ropas, mientras se llevaba la mano al pomo de la espada y desenvainaba lentamente.
- Me has respondido a la tercera pregunta con tu actitud, jaluk. No sabes quién soy y me gusta...
- Morirás por esto.
Siriandel le mostró la hoja encantada de su espada. Una espada tan perversa como ella misma; de apariencia delicada y bella pero de frío acero y resplandor eléctrico. Algo para mirar de lejos o de cerca, pero algo que jamás nadie quisiera sentir en carne propia.
- Elige, hablar o morir. Y no voy a ser tan comedida... gracias por llevarme a un sitio donde nadie sabe que estamos.

El velglarn dejó su respuesta cuando se abalanzó sobre ella. Pero sus brazos recogieron aire. Miró alrededor, asustado y desorientado. Era casi imposible ganar en velocidad a la sombra escondida, no al menos, de frente y alerta. Le rodeó lentamente, como una araña a su presa, mientras se deleitaba con la mezcla de emociones en el rostro del velglarn.
Desesperado, el varón se lanzó hacia la puerta en un vano intento de escapar. Pero Siriandel, pese a sus fallos, pese a su juventud, seguía siendo la araña más asquerosamente esquiva y eficiente de buena parte de la ciudadela de Bel'aragh.

Golpeó la nuca del asesino con la parte ancha del filo, dejándolo incapaz de regir sus movimientos. Cayó al suelo fulminado y tras él, Siriandel se echó a reir. Le costó bastante dejar al varón de nuevo en la silla y esta vez fue el quien quedó atado con sus propias cadenas.

- Tengo tiempo, pero no quiero que nadie nos moleste, así que te ataré, pero por delante para ver tus manos. Que es la primera lección que debiste aprender.- Le dió un bofetón, más dedicado a ser la regañina de la maestra al alumno inútil que un verdadero golpe.- Y ahora, hasta que puedas hablar de nuevo, ve pensándolo. Quiero a tu qu'el'velgruk, quiero saber cuántos sois... y quiero saber dónde esta tu señor escondidito, si tanto miedo le tiene a mi hermana mayor.

Los ojos del velglran resplandecían de ira y miedo donde habían estado arrasados de lujuria y lascivia minutos antes. El efecto del golpe estaba dispersándose. Sentiría dolor al recuperar el movimiento.
Siriandel desenvainó su daga. Había sido un regalo de su ahora hermana mayor, Evresskra, al convertirse en Velgrlan de Ymrrynm. Una preciosa daga tan afilada que Siriandel se había cortado accidentalmente la primera vez que la desenvainó.
La colocó en un hueco del hombro del varón, un lugar sumamente doloroso, pero sin ser mortal. La sujetó sin fuerza pero aún con todo, la sangre empezó a brotar mínimamente.

- Tengo muy poca paciencia, como hubieras sabido de haberme preguntado el nombre, menudo Velglran eres...
- ¿Acaso importa? Todos los Ymrrynm sois basura.
Siriandel le cortó el rostro en un movimiento tan rápido que tardó unos segundos en hacer brotar la sangre. Lo hizo por pura diversión, el insulto ni siquiera le importaba.
- Empieza a hablar. Puedo encontrar otra basura Mhyrlotar en cualquier lugar... Pero tú podrías librarte, no tengo por qué matarte, me gustas.
- Rothé... no traicionaré a mi qu'ellar, mi maestro podrá ser bastante peor que tu, asi que, pierdes el tiempo.
Siriandel le acarició la mejilla, mirándolo con atención, casi con ternura. Muchos juzgaban sus cambios drásticos de humor como pura locura.
- Tu maestro puede ser peor... pero no mejor. Y yo...- Le pasó la mano por el torso, un gesto que de haberlo hecho antes, al velglarn le hubiera encendido por completo.- Tengo unas cincuenta gemas preciosas que te harían rico en cualquier ciudad lejos de aqui.
- Suéltame. No te conviene dañarme.
Siriandel seguía susurrando al oido del varón, con su voz sibilina y cambiante, dando alas a sus pensamientos más secretos.
- Piénsalo... Somos velglarn. ¿Qué nos dan? ¿Posición? Con una cantidad así de gemas podrías hacerte un lugar en un lugar más acomodado... Conozco un Clan Comercial que te recibiría con los brazos abiertos. - Su tono era persuasivo y sugerente acompañado de movimientos a su alrededor, como una danza del engaño. Sus palabras hacían que su nueva vida cobrara vida ante sus ojos.
- Mi maestro me seguirá y eliminará.- El tono del asesino no era del todo convencido, casi hubiera hablado pero parecía que el poder de su qu¡el'velgruk era mayor que el de la lengua sibilina de Siriandel.

Era momento de tomar otro camino distinto.
Clavó la daga en el hombro del asesino, con un golpe seco y sin previo aviso. La hoja se abrió paso entre la carne y la articulación, acomodándose hasta la mitad del acero.
El varón gritó por el dolor e intentó liberarse. Al hacerlo, la daga se movió abriendose camino en su carne, lo que hizo que gritara algo más.
Siriandel le puso una tela en la boca para amortiguar sus gritos y esperó pacientemente a que el asesino se calmara.
Cuando el velglarn dejó caer la cabeza sobre su pecho, Siriandel le quitó la tela de la boca.

- Habla o te urgaré hasta llegar al corazón; Tengo hojas más largas que esta pero te aseguro que te dolerán mucho más.
- Se hace llamar "El Velglarn", no da su nombre. Y somos treinta y dos. - El tono ahogado del asesino pasó desapercibido a Siriandel, ocupada en quedarse sin sangre en el rostro.

Era normal que un velglran utilizara un sobrenombre, una especie de apodo "artístico". Ella misma tenía el suyo, tan desconocido a los demás como su nombre real. Pero lo importante, lo verdaderamente importante, era la cantidad que había dicho. Treinta y dos velglarns. "Carne de Lloth, que la luz se te lleve Siriandel..."

- Treinta y dos...- Amusgó los ojos. ¿Qué haría ella o su hermana con un poder semejante?.- Con tantos servidores, ¿Hay algo que haga por sí mismo?
- Prepara su daga para la caza.
- ¿Qué caza?
- A la faeruk de ymrrynm, la candidata a la torre. Alyssrae Ymrrynm.

Siriandel ahogó una maldición rabiosa y colocó un dedo sobre la daga. El simple movimiento y presión hizo que el asesino se revolviera de dolor.
- Quién dio esa orden, velglarn.- El tono de Siriandel había cambiado. Ya no era divertido ni curioso. Tampoco era metálico ni duro. Ya no había ningun velo que ocultara nada y su timbre era claro, duro y directo. Algunos hubieran escuchado aquella voz y hubieran admitido cierto atractivo en su susurro. Pero seguro que el asesino de Myrlotar no era uno de ellos.
- La... la Ilharess...- El varón tragó saliva al escuchar sus propias palabras. Al escuchar la traición a su propia Casa, revelando algo tan importante.- Eso es todo... Dame las gemas y me iré de aqui...
- Una última pregunta. ¿Has visto a Velussa Olathurl hablando con alguno de los miembros de tu Quellar?- Cogió la daga por la empuñadura. un movimiento hacia abajo y el asesino moriría. Un movimiento hacia arriba y puede que sobreviviera a la hemorragia que ahora mismo taponaba la propia hoja de la daga.- Contesta, ¿Malla Velussa Olathurl... Ha estado en tu Quellar?
- Nunca... la he visto...- El varón negó. Se sentí débil y el dolor era inmenso a cada movimiento, a cada respiración, a cada palabra.
- Pero...- Siriandel ladeó la cabeza, escrutando su rostro, animándole a seguir. Tenía la esperanza de que hubiera más, debía haber más.
- Nunca la he visto.- Era definitivo y la drow cogió aire, enfadada. Apretó los dientes, sintiendo la rabia y la terrible impotencia. Quiso matar al velglarn y su mano apretó la daga con fuerza, pero el tirón fué hacia arriba.

Un enorma chorro de sangre siguió a la hoja de la daga y el asesino volvió a lanzar aullidos de dolor mientras el olor acre envolvia el almacen.

Siriandel le lanzó una bolsa de gemas. Zafiros encantados, unos veinte. Su precio era altísimo, suficiente como para tener una pequeña fortuna incluso en un lugar como Menzoberranzan. Pero si era listo, el velglarn no iría allí.

- Si vuelvo a verte en Bel'aragh, con un poco de suerte acabaré contigo antes que tus velglarn o tu maestro.
- Me iré.. me iré...- El dolor era insoportable y la pérdida de sangre daba paso ya a una considerable debilidad.

Liberado de cadenas, recogió las gemas y trastabilló lejos de aquella hembra.
Una última mirada llena de temor y rabia. Luego desapareció corriendo lejos. Lejos de la asesina de Ymrrynm y lejos de los que, hasta ahora, eran sus compañeros en Myrlothar. Había traicionado a su que'llar al no morir antes de revelar sus secretos; en su traición había nombrado a su propia Ilharess, la luz le cegaría por siempre si volvía a pisar Bel'aragh.

Siriandel no paladeaba su triunfo, y vio como el asesino escapaba sin que la información quedara en su mente. Qué podía importar si de repente sentía cómo su corazón se encogía.
La segunda que'llar de Bel'aragh buscaba la muerte de malla Alyssrae, la candidata a ul'faruk de Ymrrynm. Buscaban eliminar la posibilidad de que la tercera casa, la suya, consiguiera uno de los puestos preeminentes de la ciudadela. Y si era cierto que Velussa no estaba detrás de todo aquello, había algo más, algo más oscuro y más retorcido. Y lo peor es que no se había dado cuenta aún, convencida como estaba que la ambición de Myrlotar se centraría en el puesto de ul'velgruk.

Siriandel escuchaba la voz de su madre, de su verdadera madre, susurrar en su mente. "Tu sentido común será tu perdición, por que la verdad de nuestro pueblo es que el raciocinio está alejado de nuestros impulsos. No se puede llegar a entender algo que carece de reflexión"

Treinta y dos velglrans... Ahora treinta y uno... Por las sagradas llamas del Abismo... Puede que sean los ciclos que nos quedan a todos los Ymrrynm...

Como velglarn su deber era conocer y hacerse con la verdad. La verdad era la fuente básica con la que manipular y tejer. Pero aquella ocasión era la prueba fiel de que, a veces, Siriandel prefería la mentira a cualquier verdad.
Y la verdad es que Ymrrynm estaba más cerca que nunca de su completa caida.

Re: La sombra escondida

Publicado: Sab Jun 20, 2009 9:51 am
por AdaNthiara
*Se quita el sombrero* Fabuloso! :idea:

Re: La sombra escondida

Publicado: Mié Jul 01, 2009 7:51 pm
por Sevel
- ¿Cuántos has dicho?
- Treinta y dos... bueno, treinta y uno ahora.

Siriandel permanecía en pie con la mirada baja y la capucha negra en la mano. Evresskra se quedó inmóvil en la mesa, apoyando ambas manos con los brillantes brazales de qu'el'velgruk expuestos. Naturalmente estaba preocupada; La famosa frase que ambas solían decir "Mejor la calidad que la cantidad" ahora se emborronaba, difusa. Ellas eran dos; Los Myrlotar, más de treinta.

- Quieren matar a nuestra qu'el'faruk...- Siriandel asintió con gesto grave.- Eso quiere decir que tienen un candidato que desean que consiga la torre. Pero los principales candidatos a la Torre son malla Alyssrae y Velussa.- Siriandel volvió a asentir.
- Sin malla Alyssrae sería Velussa quien tendría el voto para la Torre.
- ¿Seguro que Velussa no está detrás de todo esto?
- El velglarn dijo que no había visto a la yathallar por Myrlotar, pero eso no es ninguna garantía, él sólo era un velglarn, habilidoso, pero sólo un velglarn. Velussa podría haber hecho tratos igualmente con el qu'el'velgruk de Myrlotar.
Evresskra aún emsombreció ligeramente el rostro algo más. Siriandel estaba cada vez más convencida de que odiaba a aquel varón. Como odiaba a Sombra.
- Planear la muerte de malla Alyssrae para quedarse la Torre o simplemente... por que le gusta controlar y tejer.- Siriandel asintió de nuevo a sus palabras.
- Tengo otra posible teoría, maestra.- Evresskra la miró, dando su consentimiento de que hablara.- Pudiera ser que no fuera Velussa sino su hermana Ylith la que estuviera detrás de esto. Si la yathallar Velussa fuera la ul'faruk de Bel'aragh pasaría de ser una "respetable yathallar" a una "respetable faern". Se la quitaría de encima de un plumazo y la yathallar Ylith tendría el camino libre.
- En ese caso la primera Qu'ellar tendría que dar a cambio algo a la segunda.
- El voto a qu'el'velgruk para su "el velglarn". De esa manera los poderes estarían repartidos. La Qu'ellar Yoloth tendría el puesto de Ul'saruk, la segunda Casa tendría el Centro de Seguridad y la primera Qu'ellar tendría la Torre.

Evresskra amusgó los ojos ambarinos ligeramente, pensando.

- Debemos saber quién es el candidato de Myrlotar a la Torre. Debemos llegar al fondo de todo este asunto y actuar. Malla Alyssrae esta relativamente a salvo, ahora debemos hacer lo posible por saber qué ocurre. Quiero que vigiles a Velussa.- La miró.- No estoy segura de que todo esto no sea idea suya y tú eres la única que puede acercarse a ella debido a su...- "A su maldito juego" pensó Siriandel- "actitud" contigo.

Siriandel asintió.

- Pudiera ser que Myrlotar tuviera otro candidato, quizá ése shebali, Abissail.- Evresskra seguía inmóvi y seria, salvo por el movimiento de su mano sobre el pomo de su katana.- Fue su faern en la apertura de sellos.
- Según mis informaciones sería más bien al contrario y Myrlotar desearía al shebali muerto.- Evresskra la miró con un brillo de pregunta en los ojos y esperó a que continuara.- Por lo que sé el shebali tiene una palabra perfecta para definir sus actuaciones y es "demasiado". Se cree "demasiado" listo, "demasiado" poderoso y "demasiado" importante. Lo que le ha llevado a jugar "demasiado" con "demasiadas" qu'ellars. En vez de aliados sólo se ha creado "demasiados" enemigos. La última noticia que tuve es que iba a recibir un correctivo por parte de una qu'ellar y creo que era Myrlotar quien estaba detrás de todo eso. O quizá varias.

Evresskra asintió.

- De todos modos no hay nada seguro y podrían haber cambiado de opinión. Pégate a Velussa e intenta saber algo acerca de todo esto. Con treinta velglarns, Myrlotar puede tener en vigilancia a todos los Ymrrynm a cualquier hora y con dos velglarn o más cada uno.
- Podría mantener cada esquina vigilada y les sobrarían velglarns.- Murmuró Siriandel.
- Nadie de la qu'ellar debería ir sin escolta y mucho menos la yathrin Thren'dei.
- Como deseéis, maestra.- Siriandel se inclinó ante su hermana.- Si no ordenáis nada más, señora, me pondré a ello.
Evresskra asintió de nuevo, de aquella manera tan suya, tan grave. Pero esta vez no era para menos. Siriandel salió de la sala de mapas con las manos en la espalda y cerró la puerta a su espalda. Paseó hasta sus habitaciones lentamente, concentrándo la mirada en cada paso de sus pies.
Había algo que se les estaba escapando y quizá era el momento de zarandear el nidos de styrges para que salieran todas. Alguien tenía que saber más sobre aquel tema y ella iba a descubrirlo o la qu'ellar Ymrrynm caería porque la sensación gélida de su nuca le decía que la amenaza sobre la qu'el'faruk tan sólo iba a ser el comienzo; tras ella irían los demás.