En el Gran Salón de Felbarr...
Seda se pasó la mano por la cara cuando el chamán orco cayó finalmente al suelo, golpeado, drogado, sangrando, amordazado, atado cual salchichón y aún así todavía sonriendo, a los pies del grupo de aventureros.
Todavía no sabía exactamente qué había visto, o qué había pasado. Desde que logró activar su tatuaje todo había ido muy rápido, y en cuestión de horas habían cambiado muchas cosas. Incluidos sus aliados.
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Vuela, palomita Daan –le había dicho el chamán en orco antes de caer.
Maldita fuera su estampa y maldito su marrullero patrón. Y malditos los malditos orcos y su maldita palomita de las narices…
Las explosiones resonaron cinco horas después de su llegada a Nevesmortas. Había aterrizado en el suelo de la villa malherida y cabreada, tras haber reventado el Umbral que Talonar estaba usando para desplazar tropas pero no sin que antes Iöna se perdiera en el mismo, invisible entre los orcos.
Talonar había visto a Seda y había sonreído.
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Huye, palomita. Sigue cumpliendo tu papel.
Parecía indiferente ante la separación de su ejército, aunque después no había dudado en curtirla a espadazos, casi enviándola a charlar con La Parca. ¿Qué estaba sucediendo allí? ¿Por qué esa ambivalencia? Tenía un extraño resquemor tras la oreja, piezas que no encajaban, pero estaba tan cabreada y dolorida que no podía pensar bien.
El tatuaje ardía, se encontraba febril, y sólo quería descansar...
La ofensiva orca
Apenas había dormido las horas que su cuerpo necesitaba para recobrarse de las heridas cuando salió a buscar a sus compañeros. La última vez que los había visto, Gregor, Vetra y el traidor de Cuarto habían sacado a un malherido Andy de las cuevas del Paso de la Luna a las que les había llevado su visión. Iöna se había escabullido por el Umbral orco hacia vete tú a saber qué lugar. Max se había quedado esperando a solas en la cueva para cubrir su retirada, y no sabía qué había sido de él. Y apenas había podido cruzar unas pocas palabras con Ransell y con Zalcor.
Por suerte, como era de esperar, el grupo había llevado a Andy a Nevesmortas, y se encontraron en la plaza de la villa. Iöna apareció igualmente, corriendo desde el sur.
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¡Están cruzando en el camino a Sutchard! –les avisó la muchacha.
Y entonces oyeron la explosión.
Avisaron a la guardia de Lanzagélida y corrieron hacia el sur, junto a un amplio grupo de aventureros. Max estaba entre ellos. Se alegraba enormemente de que estuviera vivo, como los demás. Menos Cuarto. A Cuarto le podía partir un rayo.
La presa de Sutchard estaba muy dañada y amenazaba con inundar el valle, incluida la propia Nevesmortas. Grupos de orcos rondaban el lugar, pero consiguieron despejarlo y comenzar unos trabajos… de urgencia.
Muy poco elegantemente, mientras algunos comprobaban el estado de la colonia gnoma, consiguieron derrumbar a base de polimorfias, fuerza bruta y el buen ojo de Vetra una torre para tapar la presa con los escombros. Los ingenieros tendrían mucho trabajo después, pero el peligro inminente había pasado.
La colonia, por su parte, parecía relativamente a salvo, con los gnomos guarnecidos en el interior de las casas. Los orcos habían pasado por encima después de dañar la presa… en dirección a Tornapetra, según los exploradores. No quedaba sino seguirlos, y tratar de boicotear sus planes como pudiera.
Si no le sostenían las piernas, sería la testarudez.
Los ritos de Tornapreta
Llegaron a Tornapetra agotados y mermados, salvo Gregor y Zalcor que habían hecho el viaje oteando desde las alturas con sus medios. El camino estaba además plagado de orcos, fey’ri y tannaruks, en grupos distribuidos, que les obligaron a pelear cada tramo que avanzaban.
Aquello era un poco pesadilla. En algún momento Max desapareció, volando en reconocimiento. Delor, Gregor, Ransell, Dredanor y ella misma avanzaban detrás de Zalcor, que aseguraba el camino. En la medida que podía, ella remataba de virotazos certeros a los fey’ri que no caían bajo las espadas del guardabosques. Delor hacía bailar su estoque, Ransell sus espadas y Gregor lo que quisiera que manejara en cada momento. Pero no siempre salieron indemnes, las heridas y el cansancio se acumulaban y Gregor tuvo que salvarles el culo en unas cuantas ocasiones (era increíble su capacidad para manterse consciente y con vida).
Fue en las profundidades de Tornapetra, sin embargo, donde se dieron cuenta de que los orcos y orogs de Talonar combatían hombro con hombro con los tannaruks y fey’ri de la Ciudadela Puerta del Infierno. Y que estaban realizando allí algún tipo de ritual, que por supuesto ellos no podían dejar que concluyera.
Habían sangrado su camino hasta el altar y la sima donde un orco entonaba sus cánticos repetitivos y repulsivos.
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Abathe indra ergon. Abathon ib Grummsh.
Una neblina roja lo cubría todo mientras el grupo tomaba posiciones.
–
Abk Daan duedndi...
¿Había escuchado su nombre?
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Abk Cuarto duedndi...
Eran nombres, sin duda.
–
Abk Kazaerss duedndi...
Los tres marcados. Estaba claro.
–
Agnunagarr Talonar ageell.
¿Por qué no estaban cortando ya eso, por el amor de Ao?
Saltaron sobre el chamán al mismo tiempo que los tatuajes se activaron, inundando a Ransell y Seda de dolor. El chamán no resistió, los cánticos continuaron, el dolor se acentuaba, y “algo” negro y tentacular comenzó a trepar desde la sima.
Seda hizo un último esfuerzo. Un portal. Un lugar seguro y bien guardado. Un lugar que odiara a los orcos ferozmente. Felbarr. Delor arrastró a Ransell por el portal, Gregor y Zalcor al chamán, y Seda terminó de cruzar apretando las mandíbulas, viendo cómo los tentáculos no cesaban en su progresión.
En mitad del Gran Salón de Felbarr, los guardias sorprendidos vieron cómo un grupo lastimoso y herido arrastraba y forcejeaba con un orco que parecía en algún tipo de trance y comenzaba a conjurar, sin saber exactamente cómo actuar al respecto.
Y entonces… se hizo el silencio a su alrededor durante un instante. Seda sonrió mientras un pergamino se volvía ceniza en sus manos y el orco tragaba saliva, mudo durante unos segundos.
El dolor de los tatuajes se calmó. El ritual se había interrumpido y tenían al orco en sus manos, una valiosa fuente de información si le hacían hablar.
Allí mismo, le drogaron y amordazaron. Era bueno tener un alquimista en el grupo. Pero antes de caer dijo aquella frase, y Seda comenzaba a dudar de que fuera buena idea llevarlo a interrogar a Argluna.
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Vuela, palomita Daan.
Talonar no sólo era un dolor de ovarios casi indestructible, sino que además sabía demasiado.