Re: Cazadores del Norte: el Colmillo Ensangrentado.
Publicado: Mar May 12, 2009 2:54 pm
//Ahí os mando mi visión de la batalla del Bosque. He introducido un narrador y unos espectadores, a ver si os gusta. Como he tardado muchos días en hacerla, he olvidado muchos nombres y puede que hay confundido alguno. Tened en cuenta que es la historia que se cuenta años después, recogida en el diario de un guerrero. Es lo que pasa con las historias, se deforman con el tiempo.
Alog Urien se abrió paso hacia el claro del bosque. La densa maleza cedía ante los golpes de un ligero machete que blandía en la mano derecha, nada que ver con el enorme mandoble que reposaba en su espalda. Su vestimenta oscura le ocultaba casi por completo en la noche cerrada, aunque el metálico sonido de su pesada armadura podía ser oída a distancia. Notó un agudo dolor en la antigua herida que le infligió el troll y se detuvo.Tras una breve pausa la vieja cicatriz decidió dejar de torturarle y llegó por fin al claro.
Alrededor de la hoguera, el siempre notorio Alaír Decos le esperaba junto a Síder Gaal. Alaír era la primera persona en la que uno se fijaba siempre, pues cansado de luchar con su aspecto había abandonado las túnicas oscuras y las capuchas para vestir un jubón de cuero reforzado, decorado con el dedo alzado que conformaba el símbolo de Azuth. Detrás, en su espalda, las blancas alas de plumas que le conferían un angelical aspecto hacían juego con sus extrañamente hermosos rasgos albinos. No estaba de buen humor, pero sonrió al ver a su amigo.
Síder, sin embargo, no había dejado los negros ropajes que lucía desde la pérdida de su amada, y su agrio carácter contribuía a dar una imagen de hosco explorador, sólo rota por dos detalles: la guitarra en su espalda y su horrible mano derecha. Tampoco estaba muy contento, y no cambió el semblante al ver a Alog.
- Llegas tarde -dijo mientras colocaba el negro guante sobre los huesos que un día estuvieron cubiertos de carne-. Los orcos no van a esperar por ti.
Alog sabía que se había retrasado. Sonrió a Alaír antes de esbozar una disculpa.
- Lo siento. Me entretuvo una dama. Debieras probar, Síder, igual se te iba la cara de vinagre.
Síder sonrió forzadamente y se pasó la palma de la mano por la cabeza afeitada. Recordó algo y volvió a su semblante hosco.
- Vaya grupo. Las Marcas de Plata en manos de un sembiano que sirve a un Dios altivo, un extranjero de todas partes que ya no cree más que en el dolor de sus tripas y un guerrero bravucón de Sundabar que aún cree en lo bello del mundo. Me recordáis una historia. Me recordáis a ese tipo, a Leore.
- Vaya, Síder -intervino Alaír, sonriente-, podrías contarnos la historia esa mientras esperamos la señal. Me agrada escuchar tus historias, y pienso que es lo único que te hace recordar quién y qué eres.
Síder, en silencio, retiró un asador de las brasas junto a la hoguera y cortó un trozo de un animal difícil de identificar, pasando el resto a Alog. Respiró hondo mientras éste se servía y le daba el resto al alado. Finalmente, su voz cobró un tono cálido, como siempre que contaba historias, y sus amigos sonrieron. Otra vez estaba allí su admirable amigo.
- Briddo Leore, no es posible que no hayáis oído hablar de él. Alaír, era sembiano como tú, de Selgaunt, y vivió en las marcas. Servía a Tyr, y era tan arrogante como Alog. Se hacía llamar el Puño de Tyr, el majadero. Él también vivía en el mundo de las cosas bonitas, era -sonrió poniendo un deje amargo en su voz- un hombre enamorado.
- Alog, el más joven, asintió. Los tres eran humanos a pesar del curioso aspecto de sus amigos, y él contaría algo más de la tercera década mientras los otros rondarían la cincuentena. Había oído aquella historia de Sheren Keln y Briddo Leore muchas veces, pero dejó que continuase.
- ¿Vas a contarnos - intervino Alaír entre mordisco y mordisco- lo del día que mató a treinta osgos a puñetazos o aquella historia que seguro que alguien inventó del día en que siguió a Lady Setanta a los salones de Kelemvor para rescatar a Iruss Oira de la muerte?
Síder negó con la cabeza y sonrió. Le gustaba su público.
- Os contaré una historia diferente. Os contaré la historia del día que conoció a Felgolos, la Desgracia Voladora. En aquellos días la tribu orca del Colmillo Ensangrentado había invadido la zona oriental de las marcas huyendo de una cazadoras élficas. Su zona de rapiña y saqueo se extendía desde Nevesmortas hasta Adbar, abarcando zonas amplias de la Bifurcación e incluso el llamado tramo de Adbar hasta el paso del orco muerto.
- ¿Son ellos -preguntó Alog- los que mataron a Erik Hachasangrienta y a todo su clan?
Síder sonrió, divertido. No iba a contestar aún a esa pregunta, quería reforzar el interés del relato.
- A su debido tiempo, jovencito. De momento te diré que en el momento en que transcurre esta historia aún no se conocía la suerte de Erik. Los orcos habían causado muchos daños ante la pasividad de la Legión Argéntea, y un grupo de héroes se alzaron para enfrentarse a ellos. Seguramente el más destacado fue Zenhit Ironhands, el Cazador de Brujas, aunque fueron muchos los que intervinieron. Lady Trevan la Dorada, Nerea Krown, el propio Hachasangrienta y su sorprendente hijo, el famoso cronista Astarte, y muchos otros. Briddo Leore se hizo un nombre en aquellos días, desde los primeros combates en los que tenía que ser ayudado por sus compañeros a cada paso, hasta aquel día.
Síder hizo un alto para tomar una taza de un extraño brebaje que, según él, aplacaba el dolor del anillo metálico que quedó en su vientre en un combate aciago. Alaír opinaba que llevaba más alcohol que cualquier otra bebida que conociese, y que eso era lo que de verdad le tranquilizaba.
- Un día que Briddo andaba atareado en Adbar, su amigo Ubbo y su amada Sheren, que por aquel entonces se resistía a los avances del joven Briddo avistaron orcos en el Bosque de Nevesmortas y fueron a avisar a los aventuraros del lugar. Sheren, por aquel entonces, no solía tomar parte en tales combates, y Ubbo tampoco, pero él se sintió muy ofendido por el atrevimiento de los orcos y decidió plantarles cara. Sheren se fue, y no volvió a ver a Briddo hasta poco después, pero esa es otra historia. Una de esas historias que te gustan a ti, Alog, la dejaremos para otro día.
- El caso -prosigue Síder- es que cuando llegó Briddo se encontró una enorme partida dispuesta a echar a patadas a los orcos. El pastor Kirath, el propio Ubbo, Khay (o sir Khay, no recuerdo si era caballero ya entonces), Lady Trevan, Sir White, Nerea Krown, el hijo del bárbaro Erik, que era un soldado muy lejano de los modos de su padre y cuyo nombre era Thorsteinn, el director Nebiros, Damian, Virgi, Zenhit Ironhand, el misterioso Alud y otros muchos que no recuerdo. Inmediatamente sir Jacob White tomó el mando, pues la lider natural del grupo, Nerea, decidió quedarse en retaguardia amparando al grupo con sus alas rojas de dragón al lado de su amiga Radha, la de las alas doradas. El pastor Kirath tampoco intervino demasiado y así las decisiones quedaron en manos de sir White, quien mandó a Ubbo por delante a explorar. Briddo, ajeno a la Orden de Caballeros en aquel entonces, se mantuvo cerca de Khay y de Jacob, acatando sus órdenes en todo momento.
Tras alguna discrepancia entre el gruñón de Ubbo, siempre independiente, y el teniente White, sobre lo que debe hacer o no un explorador, el grupo localizó y destruyó las fuerzas orcas con sorprendente facilidad. Khay y Briddo martilleaban desde sus caballos, Jacob estaba en todas partes, y cuando algo fallaba estaba Nerea. Cuando unos orcos pusieron en serias dificultades al joven Hachasangrienta, ella le salvó el día. Curiosamente eso fue humillante para él, ya que estaba perdidamente enamorado de ella. Otro día Briddo le echó una mano, pero esa es otra historia. Khay hablaba entre combate y combate con Nerea, ante los volcánicos aunque contenidos celos del joven, mientras Briddo contemplaba aquel extraño triángulo con alivio por haber salido del influjo de la muy hermosa Nerea. Sin duda -aquí cambió el tono por uno más íntimo- en todo momento del combate estuvo pensando en Sheren Keln, y en sobrevivir para volver a verla.
Los orcos, sus jabalíes y alguna aberración que les apoyaba, estaban dispersos y fueron sorprendidos con facilidad. Lo más lamentable de esas escaramuzas fue encontrar un círculo druidico profanado por los orcos, que motivó la única emoción visible del día por parte de Kirath.
Jacob ordenó a Briddo ocupar uno de los flancos cuando se acercaban al puente sobre el río, y desde allí esperó a la última batida de la jornada de Ubbo, esta vez acompañado por Alud el Sombrío y alguien más cuyo nombre lamentablemente no recuerdo. Al regresar trajeron sorprendentes noticias.: un dragón de bronce estaba combatiendo a los orcos. Jacob dio orden de carga, y se lanzaron todos como uno solo a ayudar al dragón. El choque fue violentísimo y muy breve, así que los héroes de Nevesmortas arrollaron a los orcos que ya de por sí tenían mucho trabajo contra Felgolos, que así se llamaba el dragón.
Agradecidos, los luchadores ofrecieron a Felgolos quedarse en aquellas tierras el tiempo que gustase, y el dragón decidió hacerlo para ayudarles contra los orcos. A aquel dragón aquellos combates le resultaban divertidos, y advirtió a los de Nevesmortas de que los orcos estaban formando un gran asentamiento militar en el tramo de Adbar. Se comprometió a ayudarles si uno de los aventureros se ligaba a él por un conjuro. Dicho conjuro le facultaría para llamarle al combate cuando fuese preciso. Muchos se ofrecieron para semejante honor: Khay, Alud, el joven Hachasangrienta, Ving Alley y Leore entre ellos. Quién sabe si por capricho, o porque empatizó con Briddo al saber que llevaba, como él, mucho tiempo sin ver a sus padres, pero le escogió a él. Le entregó una escama y le conminó a gritar su nombre cuando el combate se avecinase. Y así, Felgolos, la Desgracia Voladora, se fue volando.
Interesado en la historia, Alaír le animó a continuar.
-¿Qué ocurrió más tarde, Síder? ¿Prevalecieron los héores?
- Pues lo que pasó fue...
Las palabras de Síder se interrumpieron, pues una enorme explosión de luz llegó a ellos desde la distancia: era la señal. Dejando todo en el claro, agarraron sus armas y salieron a la carrera.
De los diarios de Alog Urien, de Sundabar.
Alog Urien se abrió paso hacia el claro del bosque. La densa maleza cedía ante los golpes de un ligero machete que blandía en la mano derecha, nada que ver con el enorme mandoble que reposaba en su espalda. Su vestimenta oscura le ocultaba casi por completo en la noche cerrada, aunque el metálico sonido de su pesada armadura podía ser oída a distancia. Notó un agudo dolor en la antigua herida que le infligió el troll y se detuvo.Tras una breve pausa la vieja cicatriz decidió dejar de torturarle y llegó por fin al claro.
Alrededor de la hoguera, el siempre notorio Alaír Decos le esperaba junto a Síder Gaal. Alaír era la primera persona en la que uno se fijaba siempre, pues cansado de luchar con su aspecto había abandonado las túnicas oscuras y las capuchas para vestir un jubón de cuero reforzado, decorado con el dedo alzado que conformaba el símbolo de Azuth. Detrás, en su espalda, las blancas alas de plumas que le conferían un angelical aspecto hacían juego con sus extrañamente hermosos rasgos albinos. No estaba de buen humor, pero sonrió al ver a su amigo.
Síder, sin embargo, no había dejado los negros ropajes que lucía desde la pérdida de su amada, y su agrio carácter contribuía a dar una imagen de hosco explorador, sólo rota por dos detalles: la guitarra en su espalda y su horrible mano derecha. Tampoco estaba muy contento, y no cambió el semblante al ver a Alog.
- Llegas tarde -dijo mientras colocaba el negro guante sobre los huesos que un día estuvieron cubiertos de carne-. Los orcos no van a esperar por ti.
Alog sabía que se había retrasado. Sonrió a Alaír antes de esbozar una disculpa.
- Lo siento. Me entretuvo una dama. Debieras probar, Síder, igual se te iba la cara de vinagre.
Síder sonrió forzadamente y se pasó la palma de la mano por la cabeza afeitada. Recordó algo y volvió a su semblante hosco.
- Vaya grupo. Las Marcas de Plata en manos de un sembiano que sirve a un Dios altivo, un extranjero de todas partes que ya no cree más que en el dolor de sus tripas y un guerrero bravucón de Sundabar que aún cree en lo bello del mundo. Me recordáis una historia. Me recordáis a ese tipo, a Leore.
- Vaya, Síder -intervino Alaír, sonriente-, podrías contarnos la historia esa mientras esperamos la señal. Me agrada escuchar tus historias, y pienso que es lo único que te hace recordar quién y qué eres.
Síder, en silencio, retiró un asador de las brasas junto a la hoguera y cortó un trozo de un animal difícil de identificar, pasando el resto a Alog. Respiró hondo mientras éste se servía y le daba el resto al alado. Finalmente, su voz cobró un tono cálido, como siempre que contaba historias, y sus amigos sonrieron. Otra vez estaba allí su admirable amigo.
- Briddo Leore, no es posible que no hayáis oído hablar de él. Alaír, era sembiano como tú, de Selgaunt, y vivió en las marcas. Servía a Tyr, y era tan arrogante como Alog. Se hacía llamar el Puño de Tyr, el majadero. Él también vivía en el mundo de las cosas bonitas, era -sonrió poniendo un deje amargo en su voz- un hombre enamorado.
- Alog, el más joven, asintió. Los tres eran humanos a pesar del curioso aspecto de sus amigos, y él contaría algo más de la tercera década mientras los otros rondarían la cincuentena. Había oído aquella historia de Sheren Keln y Briddo Leore muchas veces, pero dejó que continuase.
- ¿Vas a contarnos - intervino Alaír entre mordisco y mordisco- lo del día que mató a treinta osgos a puñetazos o aquella historia que seguro que alguien inventó del día en que siguió a Lady Setanta a los salones de Kelemvor para rescatar a Iruss Oira de la muerte?
Síder negó con la cabeza y sonrió. Le gustaba su público.
- Os contaré una historia diferente. Os contaré la historia del día que conoció a Felgolos, la Desgracia Voladora. En aquellos días la tribu orca del Colmillo Ensangrentado había invadido la zona oriental de las marcas huyendo de una cazadoras élficas. Su zona de rapiña y saqueo se extendía desde Nevesmortas hasta Adbar, abarcando zonas amplias de la Bifurcación e incluso el llamado tramo de Adbar hasta el paso del orco muerto.
- ¿Son ellos -preguntó Alog- los que mataron a Erik Hachasangrienta y a todo su clan?
Síder sonrió, divertido. No iba a contestar aún a esa pregunta, quería reforzar el interés del relato.
- A su debido tiempo, jovencito. De momento te diré que en el momento en que transcurre esta historia aún no se conocía la suerte de Erik. Los orcos habían causado muchos daños ante la pasividad de la Legión Argéntea, y un grupo de héroes se alzaron para enfrentarse a ellos. Seguramente el más destacado fue Zenhit Ironhands, el Cazador de Brujas, aunque fueron muchos los que intervinieron. Lady Trevan la Dorada, Nerea Krown, el propio Hachasangrienta y su sorprendente hijo, el famoso cronista Astarte, y muchos otros. Briddo Leore se hizo un nombre en aquellos días, desde los primeros combates en los que tenía que ser ayudado por sus compañeros a cada paso, hasta aquel día.
Síder hizo un alto para tomar una taza de un extraño brebaje que, según él, aplacaba el dolor del anillo metálico que quedó en su vientre en un combate aciago. Alaír opinaba que llevaba más alcohol que cualquier otra bebida que conociese, y que eso era lo que de verdad le tranquilizaba.
- Un día que Briddo andaba atareado en Adbar, su amigo Ubbo y su amada Sheren, que por aquel entonces se resistía a los avances del joven Briddo avistaron orcos en el Bosque de Nevesmortas y fueron a avisar a los aventuraros del lugar. Sheren, por aquel entonces, no solía tomar parte en tales combates, y Ubbo tampoco, pero él se sintió muy ofendido por el atrevimiento de los orcos y decidió plantarles cara. Sheren se fue, y no volvió a ver a Briddo hasta poco después, pero esa es otra historia. Una de esas historias que te gustan a ti, Alog, la dejaremos para otro día.
- El caso -prosigue Síder- es que cuando llegó Briddo se encontró una enorme partida dispuesta a echar a patadas a los orcos. El pastor Kirath, el propio Ubbo, Khay (o sir Khay, no recuerdo si era caballero ya entonces), Lady Trevan, Sir White, Nerea Krown, el hijo del bárbaro Erik, que era un soldado muy lejano de los modos de su padre y cuyo nombre era Thorsteinn, el director Nebiros, Damian, Virgi, Zenhit Ironhand, el misterioso Alud y otros muchos que no recuerdo. Inmediatamente sir Jacob White tomó el mando, pues la lider natural del grupo, Nerea, decidió quedarse en retaguardia amparando al grupo con sus alas rojas de dragón al lado de su amiga Radha, la de las alas doradas. El pastor Kirath tampoco intervino demasiado y así las decisiones quedaron en manos de sir White, quien mandó a Ubbo por delante a explorar. Briddo, ajeno a la Orden de Caballeros en aquel entonces, se mantuvo cerca de Khay y de Jacob, acatando sus órdenes en todo momento.
Tras alguna discrepancia entre el gruñón de Ubbo, siempre independiente, y el teniente White, sobre lo que debe hacer o no un explorador, el grupo localizó y destruyó las fuerzas orcas con sorprendente facilidad. Khay y Briddo martilleaban desde sus caballos, Jacob estaba en todas partes, y cuando algo fallaba estaba Nerea. Cuando unos orcos pusieron en serias dificultades al joven Hachasangrienta, ella le salvó el día. Curiosamente eso fue humillante para él, ya que estaba perdidamente enamorado de ella. Otro día Briddo le echó una mano, pero esa es otra historia. Khay hablaba entre combate y combate con Nerea, ante los volcánicos aunque contenidos celos del joven, mientras Briddo contemplaba aquel extraño triángulo con alivio por haber salido del influjo de la muy hermosa Nerea. Sin duda -aquí cambió el tono por uno más íntimo- en todo momento del combate estuvo pensando en Sheren Keln, y en sobrevivir para volver a verla.
Los orcos, sus jabalíes y alguna aberración que les apoyaba, estaban dispersos y fueron sorprendidos con facilidad. Lo más lamentable de esas escaramuzas fue encontrar un círculo druidico profanado por los orcos, que motivó la única emoción visible del día por parte de Kirath.
Jacob ordenó a Briddo ocupar uno de los flancos cuando se acercaban al puente sobre el río, y desde allí esperó a la última batida de la jornada de Ubbo, esta vez acompañado por Alud el Sombrío y alguien más cuyo nombre lamentablemente no recuerdo. Al regresar trajeron sorprendentes noticias.: un dragón de bronce estaba combatiendo a los orcos. Jacob dio orden de carga, y se lanzaron todos como uno solo a ayudar al dragón. El choque fue violentísimo y muy breve, así que los héroes de Nevesmortas arrollaron a los orcos que ya de por sí tenían mucho trabajo contra Felgolos, que así se llamaba el dragón.
Agradecidos, los luchadores ofrecieron a Felgolos quedarse en aquellas tierras el tiempo que gustase, y el dragón decidió hacerlo para ayudarles contra los orcos. A aquel dragón aquellos combates le resultaban divertidos, y advirtió a los de Nevesmortas de que los orcos estaban formando un gran asentamiento militar en el tramo de Adbar. Se comprometió a ayudarles si uno de los aventureros se ligaba a él por un conjuro. Dicho conjuro le facultaría para llamarle al combate cuando fuese preciso. Muchos se ofrecieron para semejante honor: Khay, Alud, el joven Hachasangrienta, Ving Alley y Leore entre ellos. Quién sabe si por capricho, o porque empatizó con Briddo al saber que llevaba, como él, mucho tiempo sin ver a sus padres, pero le escogió a él. Le entregó una escama y le conminó a gritar su nombre cuando el combate se avecinase. Y así, Felgolos, la Desgracia Voladora, se fue volando.
Interesado en la historia, Alaír le animó a continuar.
-¿Qué ocurrió más tarde, Síder? ¿Prevalecieron los héores?
- Pues lo que pasó fue...
Las palabras de Síder se interrumpieron, pues una enorme explosión de luz llegó a ellos desde la distancia: era la señal. Dejando todo en el claro, agarraron sus armas y salieron a la carrera.
De los diarios de Alog Urien, de Sundabar.