Publicado: Mié Jun 13, 2007 4:07 am
XXI. Uno.
No puede llover siempre.
Incluso en las agrestes tierras del norte de Faerun hay tiempo para la calma. Hay días en los que luce un brillante sol. Hay espacios para la serenidad y el recogimiento. Incluso en la Marca argéntea existe un resquicio para la paz.
Los sonidos de la noche comenzaban a apagarse, el mundo se pintaba de gris. Cesó la tormenta, calló la brisa, y enorme el sol levantaba el velo incendiando en dorados las copas de los pináculos arbóreos. La luz, al derramarse, descubrió suspendidos en las altas plataformas a los amigos de la Montaraz. Vcho, Will, Galad, Elvandor, Heltzer, Ariel… La Flecha del Destino flanqueaba al elfo salvaje. Junto a ellos Phandaal, Hoerath, Eloril, Sabath… eran muchos los que añoraban volver a ver el brillo cobrizo entre el follaje, escuchar la cascada cantarina de la risa al trote por los caminos. Los primeros rayos de sol arrancaron destellos a la legión de flores que custodiaba el altar donde Artemís, la élfica Ilmanase, permanecía suspendida en la nada.
Phandaal y Ariel se aproximaron al santuario de su preciada amiga, comprobando que todo estuviera preparado para el ritual. Besaron sus manos, acariciaron sus mejillas retirándose hacia la multitud. Elenthyl dio un paso al frente.
Vestía escaso como siempre. Esta vez los cintos que le ceñían el torso eran trenzas de rama viva. La capa que le había protegido del rocío durante la vela interminable de la noche vibraba en un arco iris de flores salvajes. En sus manos la furia cedía su espacio al mechón de cobrizos reflejos. Inseguro pero infalible en su ánimo levantaba las palmas, mirando fijamente el cabello que sostenía. ¿Funcionaría?
Respirando profundamente cerró sus ojos al mundo, dejando caer la primera brizna pelirroja. Apenas tuvo voluntad para abrirlos y comprobar qué sucedía. A su espalda suspiros, agitación disimulada, esperanza mal contenida cuando cabello y cuerpo se fundían con un leve brillo azulado. El resto del mechón se desprendió de él soldándolo a su compañera.
Como si de una telaraña se tratase numerosos hilillos de luz se extendían entre sus brazos y el cuerpo de la Montaraz, uniéndolos mientras Elenthyl exhalaba lentamente el aire reprimido. Levantando la mirada sus ojos aparecieron blancos y sin brillo. El leve resplandor se extendía ahora por los dos elfos mientras la consciencia de Elenthyl se separaba de su cuerpo y viajaba a través del canal de esencia hacia el corazón de Artemís.
Tuvo la impresión de atravesar un largo subterráneo oscuro y sin vida para penetrar tras un instante en la luz de una esfera blanca y translúcida. Sobre su superficie se arremolinaban colores como en un fantástico caleidoscopio esférico que él veía desde su interior. Una imagen comenzaba a formarse en torno a él… un riachuelo… un bosque agreste… algo que se movía entre la espesura. De los matorrales surgía una joven elfa de salvaje belleza. Fiera y dulce era su expresión, como tan bien recordaba. Revivió el momento en que se encontraron.
De nuevo el verde de sus ojos atrapó al explorador en su virtud implacable. Se dejó arrastrar con confianza, zambulléndose en un océano esmeralda mientras el bosque desaparecía a su alrededor y el mundo quedaba atrás. Su alma se estiraba hacia las profundidades aún sujeta en su realidad. Buceando hacia la luz de Ilmanase, penetrando en la esencia de la elfa de los bosques muy lentamente, cada vez más despacio, más lentamente, muy despacio…
En los pináculos arbóreos de la flecha del Destino Ariel ahogaba su sorpresa en un breve gemido. Su misión era atender a su compañero y no permitir que nada le ocurriera. Pero la cresta enhiesta de Elenthyl cambiaba de tonalidad mechándose en un blanco sucio, perdía su fuerza inclinándose hacia un lado. Lanzando una mirada preocupada a Phandaal le instaba a romper el vínculo, a detener aquello que consumía al elfo salvaje. Porque su piel bronceada comenzaba a cuartearse perdiendo elasticidad, arrugándose sobre sus finos músculos de madera tallada. Sin embargo el archimago no permitió interrupción alguna. Su férrea voluntad abrazaba a su aliado.
Casi podía tocarla… la sentía en la punta de sus dedos. El alma de Artemís permanecía anclada en el fondo de su esencia, débil y agotada. Como un pulso de tenue luz respondía a la presencia de su compañero latiendo pausadamente. Sin embargo aún no podía llegar a ella.
Tan cerca, tan lejos. Sin ser consciente del esfuerzo que le suponía Elenthyl se obligó a alcanzarla. Sabía, en el fondo de su ser, que Ilmanase lo necesitaba para salir de allí. De alguna manera lo sabía con certeza. Tuvo la impresión de que no sabía nada, excepto eso. Debía llegar a ella.
Las arrugas suavizaban la acerada expresión del elfo salvaje. Su cresta, antes orgullosa de juventud, caía ahora hacia un lado mudando su color definitivamente al blanco más puro. Su expresión era de una feliz determinación, y nadie intervino pues todos estaban hipnotizados por la sorpresa de lo que esa mañana presenciaban. La luz que unía a los elfos ganó intensidad haciendo difícil una clara percepción de sus formas, solidificándose alrededor de ellos en una esfera de níveo azul.
Se tocaron… Sus almas se unieron un momento, alcanzando la plenitud. Finalmente el esfuerzo dio sus frutos. Ya no eran los compañeros inseparables. Ahora eran Uno.
Apoyándose en la fuerza vital de Elenthyl, Ilmanase luchaba por salir de las profundidades. Su alma pugnaba con fiereza por volver junto a sus seres queridos, por retornar al bosque amado.
Pero no era suficiente. Demasiado débil, destrozada, castigada… apenas si había conseguido brillar para llamar a su compañero en una última despedida. La serenidad del elfo salvaje y su inquebrantable lealtad tranquilizaron a la Montaraz contra toda esperanza, rechazando su adiós. Sabía lo que debía hacer. Estaba preparado para hacerlo. Siempre lo había estado.
Una explosión de luz y el silencio se extendió como una onda sobre el bosque. Elenthyl había comprendido que ella sólo tendría una oportunidad, ésta o ninguna. Y al mismo tiempo pudo entender que sería también la suya. Pues al fin, después de tanto tiempo, vio con claridad que ambos eran… Uno
Un latido de su corazón para tomar la decisión. Otro para reunir toda su fuerza. Y al tercer latido Elenthyl partió su alma en dos, cayendo inconsciente entre sus amigos sobre las plataformas del gran árbol de la Flecha del Destino.
Epílogo
Boquiabiertos y pasmados. Así permanecieron durante largo rato los espectadores de tan extraño ritual. Phandaal y Ariel se lanzaron al unísono sobre su fiel aliado para comprobar su estado. Era terrible… el elfo salvaje aparentaba haber envejecido unos doscientos años. La madurez de sus rasgos se había pronunciado y su piel ya no se mostraba tan tensa como su arco. Sin embargo había nobleza en el rostro de aquel elfo salvaje, ahora casi un anciano que rozaba los seis siglos de existencia. Acariciando su blanquísima cabellera, Ariel constató para alivio de todos que Elenthyl aún vivía. Su pulso era lento pero firme. Y exhibía su característica media sonrisa campeando sobre una expresión de completa paz y felicidad.
Un ligero movimiento sobre el altar volvió a estremecerlos a todos, desviando su atención. Una mano que se movía, un brazo que se alzaba hacia su cabeza. Con un breve gemido, Artemís la Montaraz se incorporaba lentamente sosteniéndose con torpeza. Sentada sobre su lecho de flores abría al fin los ojos después de tanto tiempo, robándole el aliento a los que la miraban estupefactos. Phandaal no cabía en sí de gozo mientras acercaba a sus resecos labios un cuenco de madera con agua de rocío.
- ¡Ilmanase! ¡¡Ilmanase!! ¡¡¡Ilmanase!!!
El archimago no podía dejar de repetir su nombre mientras sonreía como si su cara fuera a partirse en dos. Artemís lo miraba un instante, confusa, para inmediatamente desviar su atención sobre el anciano elfo salvaje que se hallaba derrotado boca arriba a sus pies.
- Uggh… ¿Qué… qué le ha pasado? ¿Y quién… quién es… Ilmanase?
La vida bullía por doquier mientras el sol alcanzaba su cenit sobre las altas copas del bosque de Nevesmortas….
... ¿continuará? Posiblemente, pero... eso sí que es otra historia...
FIN
Elenthyl Quart´Hadast
No puede llover siempre.
Incluso en las agrestes tierras del norte de Faerun hay tiempo para la calma. Hay días en los que luce un brillante sol. Hay espacios para la serenidad y el recogimiento. Incluso en la Marca argéntea existe un resquicio para la paz.
Los sonidos de la noche comenzaban a apagarse, el mundo se pintaba de gris. Cesó la tormenta, calló la brisa, y enorme el sol levantaba el velo incendiando en dorados las copas de los pináculos arbóreos. La luz, al derramarse, descubrió suspendidos en las altas plataformas a los amigos de la Montaraz. Vcho, Will, Galad, Elvandor, Heltzer, Ariel… La Flecha del Destino flanqueaba al elfo salvaje. Junto a ellos Phandaal, Hoerath, Eloril, Sabath… eran muchos los que añoraban volver a ver el brillo cobrizo entre el follaje, escuchar la cascada cantarina de la risa al trote por los caminos. Los primeros rayos de sol arrancaron destellos a la legión de flores que custodiaba el altar donde Artemís, la élfica Ilmanase, permanecía suspendida en la nada.
Phandaal y Ariel se aproximaron al santuario de su preciada amiga, comprobando que todo estuviera preparado para el ritual. Besaron sus manos, acariciaron sus mejillas retirándose hacia la multitud. Elenthyl dio un paso al frente.
Vestía escaso como siempre. Esta vez los cintos que le ceñían el torso eran trenzas de rama viva. La capa que le había protegido del rocío durante la vela interminable de la noche vibraba en un arco iris de flores salvajes. En sus manos la furia cedía su espacio al mechón de cobrizos reflejos. Inseguro pero infalible en su ánimo levantaba las palmas, mirando fijamente el cabello que sostenía. ¿Funcionaría?
Respirando profundamente cerró sus ojos al mundo, dejando caer la primera brizna pelirroja. Apenas tuvo voluntad para abrirlos y comprobar qué sucedía. A su espalda suspiros, agitación disimulada, esperanza mal contenida cuando cabello y cuerpo se fundían con un leve brillo azulado. El resto del mechón se desprendió de él soldándolo a su compañera.
Como si de una telaraña se tratase numerosos hilillos de luz se extendían entre sus brazos y el cuerpo de la Montaraz, uniéndolos mientras Elenthyl exhalaba lentamente el aire reprimido. Levantando la mirada sus ojos aparecieron blancos y sin brillo. El leve resplandor se extendía ahora por los dos elfos mientras la consciencia de Elenthyl se separaba de su cuerpo y viajaba a través del canal de esencia hacia el corazón de Artemís.
Tuvo la impresión de atravesar un largo subterráneo oscuro y sin vida para penetrar tras un instante en la luz de una esfera blanca y translúcida. Sobre su superficie se arremolinaban colores como en un fantástico caleidoscopio esférico que él veía desde su interior. Una imagen comenzaba a formarse en torno a él… un riachuelo… un bosque agreste… algo que se movía entre la espesura. De los matorrales surgía una joven elfa de salvaje belleza. Fiera y dulce era su expresión, como tan bien recordaba. Revivió el momento en que se encontraron.
De nuevo el verde de sus ojos atrapó al explorador en su virtud implacable. Se dejó arrastrar con confianza, zambulléndose en un océano esmeralda mientras el bosque desaparecía a su alrededor y el mundo quedaba atrás. Su alma se estiraba hacia las profundidades aún sujeta en su realidad. Buceando hacia la luz de Ilmanase, penetrando en la esencia de la elfa de los bosques muy lentamente, cada vez más despacio, más lentamente, muy despacio…
En los pináculos arbóreos de la flecha del Destino Ariel ahogaba su sorpresa en un breve gemido. Su misión era atender a su compañero y no permitir que nada le ocurriera. Pero la cresta enhiesta de Elenthyl cambiaba de tonalidad mechándose en un blanco sucio, perdía su fuerza inclinándose hacia un lado. Lanzando una mirada preocupada a Phandaal le instaba a romper el vínculo, a detener aquello que consumía al elfo salvaje. Porque su piel bronceada comenzaba a cuartearse perdiendo elasticidad, arrugándose sobre sus finos músculos de madera tallada. Sin embargo el archimago no permitió interrupción alguna. Su férrea voluntad abrazaba a su aliado.
Casi podía tocarla… la sentía en la punta de sus dedos. El alma de Artemís permanecía anclada en el fondo de su esencia, débil y agotada. Como un pulso de tenue luz respondía a la presencia de su compañero latiendo pausadamente. Sin embargo aún no podía llegar a ella.
Tan cerca, tan lejos. Sin ser consciente del esfuerzo que le suponía Elenthyl se obligó a alcanzarla. Sabía, en el fondo de su ser, que Ilmanase lo necesitaba para salir de allí. De alguna manera lo sabía con certeza. Tuvo la impresión de que no sabía nada, excepto eso. Debía llegar a ella.
Las arrugas suavizaban la acerada expresión del elfo salvaje. Su cresta, antes orgullosa de juventud, caía ahora hacia un lado mudando su color definitivamente al blanco más puro. Su expresión era de una feliz determinación, y nadie intervino pues todos estaban hipnotizados por la sorpresa de lo que esa mañana presenciaban. La luz que unía a los elfos ganó intensidad haciendo difícil una clara percepción de sus formas, solidificándose alrededor de ellos en una esfera de níveo azul.
Se tocaron… Sus almas se unieron un momento, alcanzando la plenitud. Finalmente el esfuerzo dio sus frutos. Ya no eran los compañeros inseparables. Ahora eran Uno.
Apoyándose en la fuerza vital de Elenthyl, Ilmanase luchaba por salir de las profundidades. Su alma pugnaba con fiereza por volver junto a sus seres queridos, por retornar al bosque amado.
Pero no era suficiente. Demasiado débil, destrozada, castigada… apenas si había conseguido brillar para llamar a su compañero en una última despedida. La serenidad del elfo salvaje y su inquebrantable lealtad tranquilizaron a la Montaraz contra toda esperanza, rechazando su adiós. Sabía lo que debía hacer. Estaba preparado para hacerlo. Siempre lo había estado.
Una explosión de luz y el silencio se extendió como una onda sobre el bosque. Elenthyl había comprendido que ella sólo tendría una oportunidad, ésta o ninguna. Y al mismo tiempo pudo entender que sería también la suya. Pues al fin, después de tanto tiempo, vio con claridad que ambos eran… Uno
Un latido de su corazón para tomar la decisión. Otro para reunir toda su fuerza. Y al tercer latido Elenthyl partió su alma en dos, cayendo inconsciente entre sus amigos sobre las plataformas del gran árbol de la Flecha del Destino.
Epílogo
Boquiabiertos y pasmados. Así permanecieron durante largo rato los espectadores de tan extraño ritual. Phandaal y Ariel se lanzaron al unísono sobre su fiel aliado para comprobar su estado. Era terrible… el elfo salvaje aparentaba haber envejecido unos doscientos años. La madurez de sus rasgos se había pronunciado y su piel ya no se mostraba tan tensa como su arco. Sin embargo había nobleza en el rostro de aquel elfo salvaje, ahora casi un anciano que rozaba los seis siglos de existencia. Acariciando su blanquísima cabellera, Ariel constató para alivio de todos que Elenthyl aún vivía. Su pulso era lento pero firme. Y exhibía su característica media sonrisa campeando sobre una expresión de completa paz y felicidad.
Un ligero movimiento sobre el altar volvió a estremecerlos a todos, desviando su atención. Una mano que se movía, un brazo que se alzaba hacia su cabeza. Con un breve gemido, Artemís la Montaraz se incorporaba lentamente sosteniéndose con torpeza. Sentada sobre su lecho de flores abría al fin los ojos después de tanto tiempo, robándole el aliento a los que la miraban estupefactos. Phandaal no cabía en sí de gozo mientras acercaba a sus resecos labios un cuenco de madera con agua de rocío.
- ¡Ilmanase! ¡¡Ilmanase!! ¡¡¡Ilmanase!!!
El archimago no podía dejar de repetir su nombre mientras sonreía como si su cara fuera a partirse en dos. Artemís lo miraba un instante, confusa, para inmediatamente desviar su atención sobre el anciano elfo salvaje que se hallaba derrotado boca arriba a sus pies.
- Uggh… ¿Qué… qué le ha pasado? ¿Y quién… quién es… Ilmanase?
La vida bullía por doquier mientras el sol alcanzaba su cenit sobre las altas copas del bosque de Nevesmortas….
... ¿continuará? Posiblemente, pero... eso sí que es otra historia...
FIN
Elenthyl Quart´Hadast