Re: Los orcos que están por venir
Publicado: Vie Sep 23, 2022 5:54 pm


Música ambiental:
Creo que en estos instantes puedo permitirme escribir unas pocas líneas, aunque a mis ojos les cueste abrirse para tal cometido, necesito de algún modo expresar todo lo que estoy experimentando en estos instantes junto a mis compañeros, desfallecidos finalmente a mi vera y mi persona derrumbada junto a ellos. Mi mano a penas puede sostener la pluma que empuño para explicar por lo que hemos vivido, pero intentaré ser concisa.
Felbarr está sumida bajo el yugo orco que tiempo atrás, hace escasas lunas, en el evento que yo misma presencié, había tomado el control de la fortaleza enana, llevándose no sólo parte de la conquista de este territorio, sino la muerte de su amado rey y esa fuerza que arraigaba en el pueblo. Debido a nuestra entrada en Felbarr para su rescate mediante un portal abierto, acudimos en su grito de auxilio, pero no fue suficiente y parte de esa horda de enemigos accedió a través de dicha brecha causando estragos en Nevesmortas, villa inicial en donde comenzamos.
Tras ver con nuestros propios ojos cómo el rey Eremus fue ejecutado a mano de uno de los cabecillas enemigos, comprendimos el duro golpe que asestó a la moral general, convirtiéndose en una victoria parcial que hizo eco y mella en aquellos quienes ofrecimos ayuda pero sobre todo en sus gentes... De ningún modo significaba el fin de esta guerra, que pronto estallaría con mucha más intensidad, pues los orcos avanzaban y se expandían en sus inmediaciones.
Debo admitir que en pocas ocasiones he presenciado un combate masivo, pero eso no me detuvo en mi decisión de partir de inmediato a la fortaleza y retomar mis pasos hacia la misma en pos de ofrecer mis dones, Madre sonríe siempre y allí acudiré portando la luz cálida de su palabra y obra, Felbarr no estará sola.
Con amabilidad, Durevenrald se ofreció como guía y batidor en esta encomienda, siempre está ahí cuanto más le necesito y agradecida acepté su compañía grata. Gran Colt también se unió como escolta, su nombre parece ensalzar realmente su naturaleza caritativa. Y Eolas, un hermano gentil guiado por la senda de Madre, no dudó en ser partícipe, ambos reunimos plantas varias, vendajes, ungüentos y viales para actuar como sanadores. Esperando que fuera suficiente, prestos decidimos tomar un carromato hacia Sundabar y desde allí continuar a pie hacia la fortaleza, pues no sabíamos si otras patrullas enemigas vigilaban estos caminos cercanos.
El destino es curioso en su capricho y quiso depositar a un tercer sanador entre nosotros, se hacía llamar Wotan, y al escuchar nuestra historia y empeño decidió acompañarnos por senderos que ascendían a las montañas del norte, hogar de gigantes y ettins que amenazaban en nuestro avance pero gracias a nuestros custodios pudimos darles esquiva y por fin llegar a lo alto de la entrada al primer fortín de Felbarr.
Temíamos que los enanos fueran reticentes con nosotros, pues sus filas mermaron y mostraban un agotamiento extremo y aflicción en sus facciones. Fue de nuevo, Durevenrald quien fue nuestro portavoz para con ellos, explicando nuestra misión, pero para mi sorpresa los maeses nos cedieron paso al abrir sus grandes portones y aceptando. Dentro de sus murallas podía admirar el desolado ambiente que batallas anteriores habían provocado, no advertíamos a vigías en sus puestos, a excepción de los pocos en sus puertas ya mencionadas. En los establos, tan sólo se encontraban animales desnutridos y casi abandonados, dentro de sus respectivos habitáculos, creo haber visto a Eolas tomando algunas bayas para ellos.
Atravesamos la salida por un camino angosto y serpenteante, por encima de las cumbres que separaban el fortín y de la misma Felbarr, engullida en la oscuridad profunda que la noche de aquel día nos proporcionaba, a excepción de algunas luces titilantes en su lejanía, antorchas probablemente, seguramente el resto de ellas se hayan extinto por el temporal y azote de los vientos, llevando consigo una alta nieve copiosa.
Pese a mi visión, no pude distinguir lo que las colinas deparaban a nuestros laterales o donde Durevenrald y Gran Colt se habían adelantado. De pronto, algo atravesó el aire con un zumbido agudo y noté el impacto de un proyectil en uno de mis antebrazos, retrocediendo a duras penas a un saliente que me permitió ocultarme y a Gran Colt atenderme ante mi estado y shock pronunciado. Eran orcos, un grupo pequeño, pero apostados en un nivel alto aprovechando su gran visibilidad, pude advertir que estaban en nuestra anterior diestra en los caminos y el resto pudo abatirles afortunadamente. Cuando pude percatarme, Gran Colt ya había hecho cerrar mi perforación sin problemas y el dolor había desaparecido, pero la sangre en mis atuendos aún permanecía y su olor profundo inundaba mis sentidos, estaba asustada, pero emprendimos la marcha de inmediato, no quedaba mucho para llegar al puente colgante próximo y una villa bajo este en un desnivel inferior.
Durevenrald de nuevo avanzó oculto entre las sombras para asegurar nuestro paso, pero este se interpuso en el puente impidiéndonos avance alguno y señalando la villa anteriormente mencionada, advirtiéndonos con un susurro, que esta estaba atestada de orcos que habían tomado la zona y decidimos aprovechar los viales de invisibilidad con la intención de no ser vistos y evitar confrontamientos. Pero no pude evitar mirar abajo y observar con horror que era cierto, el enemigo resultaba una plaga destructora que arrasaba todo a su paso, tan sólo dejando muerte y vacío. No vimos superviviente alguno y esperaba realmente que no lo hubiera entre dicha maraña de crueldad.
Alcanzamos las minas por fin, un pequeño hueco y entrada en una de las paredes de la montaña a nuestra siniestra, el camino finalizaba y bifurcaba allí o en unas escalinatas que ascendían hasta la última entrada y principal de Felbarr, situadas a nuestra diestra. Sentimos curiosidad por ver si los mineros estarían a salvo, pues un silencio sepulcral reinaba en sus entrañas, bisbiseándonos para convencernos e invitarnos a entrar, no obstante negamos, no, había que continuar con la misión y subimos los peldaños escarchados hasta lo alto.
De nuevo dos guardias se encontraban a la espera, siempre con sus armas al ristre y con el cansancio acumulado durante días sobre sus hombros. Al igual que los primeros, nos preguntaron a cerca de nuestras intenciones y repetimos estas, aceptando de buen grado cualquier ayuda que podríamos aportar. Por último alegaron que la plaza central había sido organizada de forma improvisada como una zona para antender a los heridos y aquellos muertos que con cada batalla dejaban atrás. Ya teníamos dónde comenzar, pero antes pregunté a cerca de la mina próxima y sus trabajadores, las buenas nuevas llegaron y pudieron evacuar de inmediato sin pérdida alguna, pero no sólo eso, añadieron que el rey Eremus estaba vivo y que sus sacerdotes habían logrado regresar su alma de entre los muertos, algo que alegró nuestros corazones y sin duda fue clave para que el ánimo de las tropas subiese como la espuma.
Ya en la entrada de la misma Felbarr, aquella habitual bienvenida que recordábamos, con antorchas cálidas junto al gentío que caminaba despreocupadamente por su estructuras empedradas, había sido sustituida por lamentos, algún que otro grito en alza y mandatario, lechos improvisados con todo tipo de prendas y yacientes cuerpos sobre ellos, algunos cubiertos por sábanas maltrechas con varios tipos de manchas impregnadas, la mayoría con oscuros tonos escarlatas. Allí era nuestro lugar para comenzar, organizar todos nuestros enseres y hablar con los sanadores y sacerdotes que estuvieran implicados para organizarnos, pero Durevenrald y Gran Colt tuvieron que marchar a la sala del trono para intercambiar algunas palabras con el rey Eremus. Quedé preocupada por ello, antes en los mismos portones se ofreció para acudir durante las batallas venideras, esperaba realmente que se quedase con nosotros en la plaza.
Wotan y Eolas fueron de mucha ayuda durante nuestra estancia inicial, se mostraban muy implicados en su labor y colaborativos, preocupados hasta el más ínfimo detalle, tanto incluso más que yo misma, ellos se molestaron en recoger algunas provisiones y alimentos, no sólo para los maeses que descansaban de sus heridas sino para nosotros mismos, quedé muy sorprendida y agradecida por su participación. Por fortuna, también pudimos disponer de ambos cuando tuve que acudir a la cámara del rey, momento en el que no tenía más remedio que dejar mis quehaceres para con los constantes heridos que llegaban a nosotros y tanto uno como otro retomaron sus puestos supliendo el mío, benditos enviados de Madre.
Durevenrald fue quien envió los deseos del rey, solicitando mi presencia lo antes posible para poder tratar su herida, aquella que el orco cabecilla le había infligido en su cuello. Junto con mi compañero nos dirigimos al lugar en cuestión, aferrándome a una de las muñecas del astado, nunca había visto a un rey o tratado con él ¿Cómo debía comportarse uno? ¿Y si no podía sanarle? No sé si podré hacerlo... Mis dudas se disipaban a cada paso que dábamos, estrechando la distancia lentamente hacia nuestro destino, fue Durevenrald con amables palabras quien me incitó a tener más confianza, siempre dije de él que era un Oso Guardián y lo mantendré, siempre relucía junto a mi persona como un candil cercano, mostrándome el camino correcto y velando mi bienestar. A penas me percaté que llegamos a la gran sala del trono y no tuve más remedio que desligar mis manos de él, pero supe que confiaba en mí y todos en aquella estancia.
El sacerdote encargado, me explicó con amabilidad que había intentado por todos los medios cerrar aquella herida que padecía, una sangrante que no cesaba de emanar y que se encontraba cubierta de vendajes cada vez más impregnados en sangre. Asentí comprendiendo y aguardé al noble gesto que el gran Eremus ejecutó débilmente con su mano diestra, invitándome sin habla alguna y así lo hice. Primero hablé hacia Eremus con todo el respeto que pude ofrecerle, que estábamos allí para otorgar calma a él y a sus gentes, esperanza en días tan aciagos, unas breves palabras antes de proceder y retirar sus vendajes con mis propias manos.
Me sorprendió que Eremus aún viviera, la fe de sus gentes e incluso la de su propio dios le mantenían consciente entre los suyos, devoción que no logró en parte subsanar del todo el mal que aún retenía en su cuerpo. Algo no estaba bien, advertí rastros oscuros por encima de la superficie de su herida sangrante, algo que no identificaba por mi escasa experiencia pero que no dudaría en intentar expulsarlo. Para comenzar coloqué las palmas de mis manos, sin llegar a tocar la misma, para determinar si se trataba de algún envenenamiento o incluso cualquier enfermedad, pero bajo las oraciones que entregué a Madre no pude detectar algo así... Tan sólo quedaba una posibilidad y es que dicha hoja, con la cual Eremus fue ejecutado, estuviera impregnada con algún tipo de maldición, pero no tuve tiempo para comprobarlo pues este había expirado, el resto del sacerdocio tenían que intervenirle en sus tratamientos diarios, no teniendo otro remedio que marcharme. Siento de algún modo que fracasé en mi cometido, pues la salvación del rey hubiera aportado más a la moral del pueblo, espero tener más éxito en el improvisado campamento, rezaré a Madre para que envíe fuerzas a Eremus y a su pueblo.
Y aquí continuamos tras tres días, donde creo que la última batalla ha finalizado o eso deseaba, pues aún sigo aguardando la presencia de Durevenrald, atravesando los seguros portones junto con Gran Colt, pero con temor a que acudan como un herido más o algo peor. Escucho vítores lejanos desde la plaza central a altas horas de la noche, no advierto al astro rey desde los días que ya he remarcado pero creo que mi sentido me indica que aún el manto nocturno y sus estrellas aún nos acompañan.
La algarabía de conversaciones y voces comienzan a aproximarse, mezcladas con sonidos metálicos y pisadas pesadas. Dejo mi escrito actual, debo saber si se encuentra bien, por fin han llegado.
