El engaño de Ortogush

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Tymora
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El engaño de Ortogush

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Quest de Tymora

El engaño de Ortogush


*Espacio reservado para la introducción de la quest*

-Podeis escribir vuestros relatos aquí, de como vivieron los personajes la primera sesión de la quest. Gracias a todos-
"Lanzadora profesional de bolas infernales"

LARGA VIDA A MIS ENEMIGOS PARA QUE SUFRAN CON MIS VICTORIAS
Alan

Re: El engaño de Ortogush

Mensaje por Alan »

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Bajó las escaleras de madera del Cantor después de haberse bañado. Se dirigió a la barra, pidió una copa de Viejo Tuerto a la dueña y echó un vistazo a su alrededor. Era mediodía y las mesas comenzaban a llenarse con los viajeros y parroquianos de la ciudadela enana. Habían llegado el día anterior después de haber cruzado el Valle de Sundabar. Arveena seguiría durmiendo, Vanna habría ido a dar una vuelta por la ciudad, Ingvar seguramente estuviera por el mercado y el hin los dioses sabían donde.

Dio un trago a la copa y la dejó sobre la barra. Se apoyó en ella de espaldas y sonrió a uno de los hombres que le devolvía la mirada.

Steeleye tendría que hacer acto de presencia para continuar con lo que se habían dejado en el tintero. Aquello tenía su historia, una peculiar, desenfadada, puede que de locos como las que los cuentacuentos solían contar a los ciudadanos a cambio de unas monedas.

Hacía unos días que había decidido formar parte de un trabajo ordenado por un enano en las afueras de Nevesmortas. Los aventureros iban y venían, así que cuando vio a Arveena y Vanna acercándose a uno de los campamentos, también lo hizo él. Allí conoció a Ortogush, un supuesto mercader cuyo trabajo guardaba mayormente en secreto, y aunque la paga no era realmente sustanciosa, el trabajo se limitaba a viajar a Sundabar, poner un pie en la taberna del Cantor y localizar a la dueña -que también estaba metida en el ajo-, para conocer más de la empresa. Galen de siempre había sido curioso, y no solo en el amor. Por un día dejó de lado sus vasos de precipitados y los matraces aforados, aplazó los ungüentos y las destilaciones y sonrió a una aventura con el arrojo de un corazón joven.

El viaje, mientras cruzaban Antiguo Delzûn, se sucedió con relativa tranquilidad. La charla del mediano dicharachero, el maese Ingvar, la señorita Vanna y Arveena era agradable. Por un momento pensó que el resto de la trayectoria sería así de fácil, pero como Beshaba gusta de hacer la contra a su hermana, una moneda de vuelta y media torció en la mesa y el camino de ellos.

Sortearon una marabunta de ojos invisibles en la hojarasca, entre los troncos de los árboles y la noche. Pasaron por encima de cambiaformas aviesos que arañaban el aire con unas garras tan afiladas que cortaban hasta el metal más duro. Y menos mal que no acabaron dándole a él, pero vaya si exigieron su entereza y aliento. Comenzando a cruzar el valle, fueron emboscados por una de aquellas criaturas tan feas que a él le daban repulsa y ganas de cambiar a base de mazazos: trasgos verdes y arrugados, con narices aguileñas y ligeramente hundidas. Después de que casi se convirtiera en un torbellino armado, combatieron con sus congéneres y llegaron, más tarde que temprano, a la ciudadela enana.

Cualquiera diría que aquello era el fin del trayecto, pero parecía que apenas había hecho más que comenzar. Cuando se dirigió a la dueña del local, se dio cuenta de que habían sido engañados por el enano. ¿Pero para qué engañarlos y darles el pago por adelantado? No tenía sentido. No lo tenía, hasta que Steeleye salió de entre las sombras de la taberna y dijo así:

Me temo que ha habido una equivocación. Yo soy quien os esperaba”.

Galen lo observó, curioso. En realidad no le había molestado lo sucedido más de la cuenta, pero aquello acababa de volverse mucho más interesante.

Me alegro”, dijo Galen, y luego sonrió de par en par.
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