Dunkelstinskin
Publicado: Sab Jun 16, 2018 3:39 pm
Como el tic-tac de un reloj, los sonidos metálicos del cincel contra la piedra resonaban y reverberaban en toda la caverna; marcando un tempo discordante pero delicado. La oscuridad ahogaba cualquier resquicio de luz aventurera proveniente de los hongos luminosos que plagaban las paredes de la caverna exterior. En el interior de la cueva no había ni uno, como si hubieran huido del intenso olor a arcilla y azufre de sus entrañas.
Tic-tic-tic. Tic-tic. Tic-tic-tic-tic. El viejo gnomo trabajaba en mitad de ese vacío negro. Con su capucha de quitina flexible, sus anteojos de cuarzo y un pañuelo de cuero de seta marrón que le cubría nariz y boca. Sus manos se movían siguiendo el ritmo que marcaba el cincel, sumido en el trance inducido por la llamada de la tierra. Sus ojos estaban clavados en los hipnóticos patrones luminosos del depósito de zafiros que asomaba tímidamente entre las rocas. Las gemas brillaban con luz propia, iluminando levemente el rostro del gnomo, con los refulgentes rayos que se escapaban entre sus dedos.
Absorto en su trabajo, el gnomo de piel oscura apenas prestaba ya atención a los pesados grilletes de sus pies y manos. Tampoco a sus alrededores. Por eso, la histriónica y aguda vocecilla que le susurró, le heló la sangre súbitamente.
-Dunkelstiiiinskiiin… Dun-kel-stinskiiiiiin… - Susurraba la cantarina y traviesa voz.
-Qué nombre más absurdo. ¡Deja ya de llamarme así! –Protestó el gnomo.
-Ah… Pero es tu nombre, Dunkelstinskin. –Replico entre risillas la vocecilla.
-¡No lo es!
-No lo es, pero lo será.
-¿Qué sabrás tú, estúpida “cosa”! –Zanjó el gnomo, mosqueado.
La criatura, invisible a los ojos de todo aquel que la buscara, reía burlona y maliciosa.
-Ya no pertenezco a la Casa. Me vendieron. ¡Deja ya de molestarme! Tengo mucho trabajo que hacer para mis nuevos dueños.
Las paredes de la cueva le devolvieron sus palabras. Y luego… Silencio. El gnomo volvió al repiqueteo del cincel, al trance lumínico. Escuchando la llamada de los zafiros. Como si le estuvieran pidiendo ayuda. Para escapar. Para salir de allí. Como si quisieran librarse del frío agarre de la roca. El gnomo conocía bien la sensación, quería ayudar, debía ayudar. Desde que tenía uso de memoria había sido un esclavo y había portado pesados grilletes. En su vejez cada vez le pesaban más. Sus muñecas se quejaban. Sus tobillos se desollaban. Pero sabía que él no podía escapar. Y si era así, al menos ayudaría a aquellas piedras brillantes y hermosas a salir de su prisión.
-Dun-kelstinskin… Dunkelstinskin…
-¿Qué quieres! ¿Aún no te has ido? ¡Deja de fastidiarme!
-Deben pesar mucho esas cadenas, Dunkelstinskin. –Se burlaba la criatura.
-¿Has venido a reírte de un gnomo viejo? Eres más perverso de lo que pensaba. –Protestó el gnomo.
-¿Debería quitártelas? –La risilla resonaba en las paredes.
-¿Para qué? ¿Para qué me den latigazos? Pueden ser pesadas, pero también me protegen.
-Oh Dunkelstinskin, qué aburrido eres… ¿Tanto te gustan?
-¡Pues claro que no estúpida cosa!
-Yo podría ayudarte.
-…
-Algún día serías libre.
Durante un instante la cueva quedó muda y ciega. Las paredes no repetían los sonidos, el azufre dejó de supurar de las piedras; e incluso el brillo de los zafiros pareció palidecer. Fue un instante muy largo, y entonces el cincel volvió a perforar el silencio con sus tintineos. Como si hubiera vuelvo a poner el mecanismo en marcha y el tiempo volviera a fluir.
-¿Y a ti qué te importa? Tú sirves al amo. Él no ganaría nada con eso, no lo aprobaría.
-Aaah… Eso es cierto, Dunkelstinskin. Yo sirvo al amo y lo haré mientras viva. Y mientras viva, no permitirá que un esclavo como tu sea libre.
-Entonces deja de molestarme.
-Pero… El amo no vivirá mucho más. Ya puedo sentir su vida apagarse.
-¿…q-qué quieres decir?
-El amo está enfermo. Pronto La Niebla se lo llevará. Y yo volveré triunfal al lugar al que pertenezco. –La malicia escapaba entre los afilados dientes de la criatura en forma de una perversa risa punzante.- Pero me gusta éste lugar, Dunkelstinskin. Quiero quedarme y seguir corrompiendo las negras almas de los elfos.
-¿Por qué iba a ayudarte? Eres un ser perverso.
-Lo soy. Y tú también Dunkelstinskin. ¿O acaso no deseas que esos drow paguen por sus insultos, palizas, asesinatos…?
-…
-Haz un pacto conmigo, Dunkelstinskin. Te ayudaré. Ten enseñaré muchas cosas. Te mostraré los principios de la magia. Te haré libre. Incluso podría castigar a esos drows por ti. Piénsalo. Pasado mañana morirá el amo, entonces seré libre y vendré a por ti. Tienes tres días para pensarlo. Y toda una vida de esclavitud por delante.
Las agudas risotadas de la criatura se apoderaron de la cueva, y poco a poco fueron empequeñeciendo hasta desaparecer por completo; dejando detrás de sí un abismo de silencio y negrura.
Tic-tic-tic. Tic-tic. Tic-tic-tic-tic. El viejo gnomo trabajaba en mitad de ese vacío negro. Con su capucha de quitina flexible, sus anteojos de cuarzo y un pañuelo de cuero de seta marrón que le cubría nariz y boca. Sus manos se movían siguiendo el ritmo que marcaba el cincel, sumido en el trance inducido por la llamada de la tierra. Sus ojos estaban clavados en los hipnóticos patrones luminosos del depósito de zafiros que asomaba tímidamente entre las rocas. Las gemas brillaban con luz propia, iluminando levemente el rostro del gnomo, con los refulgentes rayos que se escapaban entre sus dedos.
Absorto en su trabajo, el gnomo de piel oscura apenas prestaba ya atención a los pesados grilletes de sus pies y manos. Tampoco a sus alrededores. Por eso, la histriónica y aguda vocecilla que le susurró, le heló la sangre súbitamente.
-Dunkelstiiiinskiiin… Dun-kel-stinskiiiiiin… - Susurraba la cantarina y traviesa voz.
-Qué nombre más absurdo. ¡Deja ya de llamarme así! –Protestó el gnomo.
-Ah… Pero es tu nombre, Dunkelstinskin. –Replico entre risillas la vocecilla.
-¡No lo es!
-No lo es, pero lo será.
-¿Qué sabrás tú, estúpida “cosa”! –Zanjó el gnomo, mosqueado.
La criatura, invisible a los ojos de todo aquel que la buscara, reía burlona y maliciosa.
-Ya no pertenezco a la Casa. Me vendieron. ¡Deja ya de molestarme! Tengo mucho trabajo que hacer para mis nuevos dueños.
Las paredes de la cueva le devolvieron sus palabras. Y luego… Silencio. El gnomo volvió al repiqueteo del cincel, al trance lumínico. Escuchando la llamada de los zafiros. Como si le estuvieran pidiendo ayuda. Para escapar. Para salir de allí. Como si quisieran librarse del frío agarre de la roca. El gnomo conocía bien la sensación, quería ayudar, debía ayudar. Desde que tenía uso de memoria había sido un esclavo y había portado pesados grilletes. En su vejez cada vez le pesaban más. Sus muñecas se quejaban. Sus tobillos se desollaban. Pero sabía que él no podía escapar. Y si era así, al menos ayudaría a aquellas piedras brillantes y hermosas a salir de su prisión.
-Dun-kelstinskin… Dunkelstinskin…
-¿Qué quieres! ¿Aún no te has ido? ¡Deja de fastidiarme!
-Deben pesar mucho esas cadenas, Dunkelstinskin. –Se burlaba la criatura.
-¿Has venido a reírte de un gnomo viejo? Eres más perverso de lo que pensaba. –Protestó el gnomo.
-¿Debería quitártelas? –La risilla resonaba en las paredes.
-¿Para qué? ¿Para qué me den latigazos? Pueden ser pesadas, pero también me protegen.
-Oh Dunkelstinskin, qué aburrido eres… ¿Tanto te gustan?
-¡Pues claro que no estúpida cosa!
-Yo podría ayudarte.
-…
-Algún día serías libre.
Durante un instante la cueva quedó muda y ciega. Las paredes no repetían los sonidos, el azufre dejó de supurar de las piedras; e incluso el brillo de los zafiros pareció palidecer. Fue un instante muy largo, y entonces el cincel volvió a perforar el silencio con sus tintineos. Como si hubiera vuelvo a poner el mecanismo en marcha y el tiempo volviera a fluir.
-¿Y a ti qué te importa? Tú sirves al amo. Él no ganaría nada con eso, no lo aprobaría.
-Aaah… Eso es cierto, Dunkelstinskin. Yo sirvo al amo y lo haré mientras viva. Y mientras viva, no permitirá que un esclavo como tu sea libre.
-Entonces deja de molestarme.
-Pero… El amo no vivirá mucho más. Ya puedo sentir su vida apagarse.
-¿…q-qué quieres decir?
-El amo está enfermo. Pronto La Niebla se lo llevará. Y yo volveré triunfal al lugar al que pertenezco. –La malicia escapaba entre los afilados dientes de la criatura en forma de una perversa risa punzante.- Pero me gusta éste lugar, Dunkelstinskin. Quiero quedarme y seguir corrompiendo las negras almas de los elfos.
-¿Por qué iba a ayudarte? Eres un ser perverso.
-Lo soy. Y tú también Dunkelstinskin. ¿O acaso no deseas que esos drow paguen por sus insultos, palizas, asesinatos…?
-…
-Haz un pacto conmigo, Dunkelstinskin. Te ayudaré. Ten enseñaré muchas cosas. Te mostraré los principios de la magia. Te haré libre. Incluso podría castigar a esos drows por ti. Piénsalo. Pasado mañana morirá el amo, entonces seré libre y vendré a por ti. Tienes tres días para pensarlo. Y toda una vida de esclavitud por delante.
Las agudas risotadas de la criatura se apoderaron de la cueva, y poco a poco fueron empequeñeciendo hasta desaparecer por completo; dejando detrás de sí un abismo de silencio y negrura.