Ander Matilsol, un día cualquiera.
Publicado: Vie Jul 13, 2018 8:56 pm
El monasterio Ilmanterita, el lugar donde me había criado antes de emprender viaje hacia Nevesmortas. Desde que tengo uso de razón vivia entre sus paredes.
Los monjes en ese monasterio nos levantaban con la oscuridad, antes de que amaneciera. Dedicábamos una hora de meditación, y después salíamos al patio del monasterio para realizar los ejercicios rituales que calientan y estiran los músculos. Acto seguido tomábamos un desayuno magro. Se nos exigía la existencia de todos los monjes al desayuno, puesto que durante él se discutían los asuntos del monasterio.
Al final de la tarde la dedicábamos a la práctica de un combate con o sin armas. Los monjes sabemos que el mundo es un lugar peligroso y, aunque practicamos y siguimos los preceptos de hermandad con todas las razas, comprendemos que la paz se debe mantener a veces por la fuerza, y que para proteger nuestras vidas y las de otros debiamos estar tan dispuestos a luchar como a orar. Todas las noches –aunque lloviera o nevase- los monjes nos reuníamos en el patio exterior para entrenarnos.
A todo monje se nos exigía asistir al entrenamiento, desde el Maestro generalmente un anciano, hasta al más joven de los novicios. La única disculpa para no asistir al entrenamiento era encontrarse enfermo.
El entrenamiento se llevaba a cabo desnudos hasta la cintura con los pies descalzos resbalando en el suelo helado en invierno o embarrado en verano, y duraba varias horas. El entrenamiento tenia como objetivo entrenar por igual cuerpo y mente en la lucha.
Los monjes en ese monasterio nos levantaban con la oscuridad, antes de que amaneciera. Dedicábamos una hora de meditación, y después salíamos al patio del monasterio para realizar los ejercicios rituales que calientan y estiran los músculos. Acto seguido tomábamos un desayuno magro. Se nos exigía la existencia de todos los monjes al desayuno, puesto que durante él se discutían los asuntos del monasterio.
Al final de la tarde la dedicábamos a la práctica de un combate con o sin armas. Los monjes sabemos que el mundo es un lugar peligroso y, aunque practicamos y siguimos los preceptos de hermandad con todas las razas, comprendemos que la paz se debe mantener a veces por la fuerza, y que para proteger nuestras vidas y las de otros debiamos estar tan dispuestos a luchar como a orar. Todas las noches –aunque lloviera o nevase- los monjes nos reuníamos en el patio exterior para entrenarnos.
A todo monje se nos exigía asistir al entrenamiento, desde el Maestro generalmente un anciano, hasta al más joven de los novicios. La única disculpa para no asistir al entrenamiento era encontrarse enfermo.
El entrenamiento se llevaba a cabo desnudos hasta la cintura con los pies descalzos resbalando en el suelo helado en invierno o embarrado en verano, y duraba varias horas. El entrenamiento tenia como objetivo entrenar por igual cuerpo y mente en la lucha.