Historia de Ginger Seed
Publicado: Dom Ene 21, 2007 10:41 pm
Ginger Seed procede de una prolija familia de enanas. Sí, enanas. Puesto que en su familia sólo han nacido hembras. Ningún varón. Trece hermanas que con sus dotes habían llevado a su pobre padre a la ruina. Basil Seed, su padre, trabajaba en la mina el doble que cualquier enano, pero disponia de la fortuna mas exigua de todos ellos.
La última de ellas, Ginger Seed, estaba prometida a un joven de Adbar, pues no era tarea fácil emparentar a sus últimas hijas con enanos de la misma mina o cercanas, ya que las mayores de ellas habían continuado con la tendencia familiar de engendrar sólo hembras y los que lo sabían, no accedían a casarse con enanas que no les podrían dar ningún hijo varón.
Cuando todo estaba preparado para el casamiento de la pequeña Ginger, una desgracia desbarató los planes de boda. Ya fue un mal augurio la tormenta que estalló el dia de la boda, pero los padres de Ginger, ansiosos como estaban, hicieron caso omiso. Asi pues, el apuesto enano, enfundado en su mejor armadura de gala, de acero bruñido y reluciente plata enana, se dirigía hacia el hogar de su prometida, en Minas Gor, en medio de la tempestad, y justo a la entrada de la mina dónde aguardaba impaciente Ginger junto a su padre para la pedida de mano, un rayo cayó del cielo cual maldición divina partiéndolo en dos.
Ginger quedó sumida en la más profunda tristeza y ya no quiso saber nada más de casamientos. Su padre ante aquél funesto suceso decidió partir a la batalla, en las cada vez mas frecuentes escaramuzas con los orcos, dónde fácilmente podría descargar su furia ante las injusticias de la vida. Ginger no estaba dispuesta a quedarse en casa a soportar los chismorreos de las vecinas y las burlas, destinada cómo estaba a ser una solterona aburrida. Así que, temiendo por la vida de su progenitor, decidió huir y seguir a su padre a la batalla, camuflada bajo la apariencia de otro enano.
Luchó junto a su padre, siempre anónima a éste, defendiéndolo en todo momento y arriesgando su vida ajena al peligro. Aquel era el destino que los dioses querían para ella, puesto que le habían negado el poder tener una familia de la que sentirse orgullosa. Fue en el auxilio de la cercana aldea de Acebeda, donde en el asalto de los orcos, cayó gran parte de la tropa de la que formaba parte, muriendo su padre en combate contra un capitán orco. No obstante, la fiereza de los enanos, junto a la valentía de los defensores de la villa, logró rechazar el ataque orco.
Aún así, Acebeda quedó destrozada, fue tal el destrozo producido por los orcos y las perdidas sufridas que la pequeña comunidad comenzó a disolverse casi de forma espontánea. Ginger volvió a la mina y le dio la mala noticia a su madre. Las perspectivas eran poco halagüeñas. La mina, con sus combatientes diezmados y sin los suministros de la aldea, eran presa fácil para el siguiente embate de los orcos. Los enanos optaron por tomar el mismo camino que los habitantes de la aldea. La mayoría marcharon a la ciudadela de Adbar, unos cuantos a las minas del sur. Entre estos se encontraba la madre de Ginger, que, como viuda que era, se acogió a la protección de su hija mayor. Fue en ese momento cuando tomó la decisión: no acompañaría al resto de los enanos a una vida al servicio de sus hermanas. Había demostrado su valía en la batalla, y haría honor a las barbas de su padre buscando fortuna en el camino.
A las pocas semanas, cuando el contingente enano marchó y cerró la mina, puso rumbo al oeste a comenzar su nueva andadura. Al poco de rebasar la ya desierta y calcinada Acebeda, un elfo endeble se debatía con denuedo pero poco éxito contra unas bestias enloquecidas. Fue así como conoció a Isenfindur, un elfo joven pero entristecido por lo sufrido en el asalto, al que decidió acompañar en su búsqueda del saber (algo le decía que llegaría a ser alguien aquel elfo, pero que necesitaba una mano fuerte a su lado que le ayudara en el combate). Y así emprendieron camino hacia Nevesmortas, en busca de lo desconocido.
La última de ellas, Ginger Seed, estaba prometida a un joven de Adbar, pues no era tarea fácil emparentar a sus últimas hijas con enanos de la misma mina o cercanas, ya que las mayores de ellas habían continuado con la tendencia familiar de engendrar sólo hembras y los que lo sabían, no accedían a casarse con enanas que no les podrían dar ningún hijo varón.
Cuando todo estaba preparado para el casamiento de la pequeña Ginger, una desgracia desbarató los planes de boda. Ya fue un mal augurio la tormenta que estalló el dia de la boda, pero los padres de Ginger, ansiosos como estaban, hicieron caso omiso. Asi pues, el apuesto enano, enfundado en su mejor armadura de gala, de acero bruñido y reluciente plata enana, se dirigía hacia el hogar de su prometida, en Minas Gor, en medio de la tempestad, y justo a la entrada de la mina dónde aguardaba impaciente Ginger junto a su padre para la pedida de mano, un rayo cayó del cielo cual maldición divina partiéndolo en dos.
Ginger quedó sumida en la más profunda tristeza y ya no quiso saber nada más de casamientos. Su padre ante aquél funesto suceso decidió partir a la batalla, en las cada vez mas frecuentes escaramuzas con los orcos, dónde fácilmente podría descargar su furia ante las injusticias de la vida. Ginger no estaba dispuesta a quedarse en casa a soportar los chismorreos de las vecinas y las burlas, destinada cómo estaba a ser una solterona aburrida. Así que, temiendo por la vida de su progenitor, decidió huir y seguir a su padre a la batalla, camuflada bajo la apariencia de otro enano.
Luchó junto a su padre, siempre anónima a éste, defendiéndolo en todo momento y arriesgando su vida ajena al peligro. Aquel era el destino que los dioses querían para ella, puesto que le habían negado el poder tener una familia de la que sentirse orgullosa. Fue en el auxilio de la cercana aldea de Acebeda, donde en el asalto de los orcos, cayó gran parte de la tropa de la que formaba parte, muriendo su padre en combate contra un capitán orco. No obstante, la fiereza de los enanos, junto a la valentía de los defensores de la villa, logró rechazar el ataque orco.
Aún así, Acebeda quedó destrozada, fue tal el destrozo producido por los orcos y las perdidas sufridas que la pequeña comunidad comenzó a disolverse casi de forma espontánea. Ginger volvió a la mina y le dio la mala noticia a su madre. Las perspectivas eran poco halagüeñas. La mina, con sus combatientes diezmados y sin los suministros de la aldea, eran presa fácil para el siguiente embate de los orcos. Los enanos optaron por tomar el mismo camino que los habitantes de la aldea. La mayoría marcharon a la ciudadela de Adbar, unos cuantos a las minas del sur. Entre estos se encontraba la madre de Ginger, que, como viuda que era, se acogió a la protección de su hija mayor. Fue en ese momento cuando tomó la decisión: no acompañaría al resto de los enanos a una vida al servicio de sus hermanas. Había demostrado su valía en la batalla, y haría honor a las barbas de su padre buscando fortuna en el camino.
A las pocas semanas, cuando el contingente enano marchó y cerró la mina, puso rumbo al oeste a comenzar su nueva andadura. Al poco de rebasar la ya desierta y calcinada Acebeda, un elfo endeble se debatía con denuedo pero poco éxito contra unas bestias enloquecidas. Fue así como conoció a Isenfindur, un elfo joven pero entristecido por lo sufrido en el asalto, al que decidió acompañar en su búsqueda del saber (algo le decía que llegaría a ser alguien aquel elfo, pero que necesitaba una mano fuerte a su lado que le ayudara en el combate). Y así emprendieron camino hacia Nevesmortas, en busca de lo desconocido.