//La visión de Gregor de lo que pasó, por contrastar con las de Daan
Memorias de Gregor Serpenthelm.
De leones y dagas.
Era un día más, tirados en la taberna frente a la chimenea mientras concienzudamente (como se debe hacer) prensaba mi pipa para disfrutar de una agradable velada de humo y cerveza. Estaban allí Daan, Danowl y Sugnar, otras tres criaturas de tugurio como yo. Poco después se nos unió Aylith, una muchacha a quien... no le hacen sombra con facilidad, aunque estoy adelantando acontecimientos.
Como iba diciendo, la tarde prometía ser tranquila hasta que una muchacha lloricosa de nombre Shalinani nos importunó explicándonos que su hermano del alma había desaparecido, nos ofreció una jugosa recompensa -bastante más de lo que un siervo cualquiera puede permitirse pagar- por ir a buscarlo y se me apagó la pipa. Las única pista que teníamos era que había salido dirección suroeste de Nevesmortas de forma que, para no hacer esperar más la recompensa, nos pusimos en marcha.
Al salir de la villa, lo primero y tremendamente inusual que nos ocurrió fue que una decena de leonas nos acecharon y asaltaron con un instinto suicida. Aunque no lo expresé en su momento aquello me parecía cosa de druidas, y como se descubrió más adelante no iba muy desencaminado.
Danowl con sus ojos de elfa nos guió hasta la orilla de un río dónde la tierra parecía removida y Aylith nos puso en el rastro de un campamento abandonado. A ésta altura era obvio que algo o alguien nos observaba y fue confirmado cuando escuché como un árbol cercano se movía. Observé e interpreté la situación: algo parecía haber saltado ágilmente desde la copa y huído. Raudos nos encaminamos en la dirección del misterioso espía y la cosa empezó a ponerse espinosa.
Una figura se dibujaba a lo lejos mientras nos acercabamos al saliente de un monte que sobresalía sobre la parte baja del bosque. Conforme avanzabamos, la voz de aquel hombre comenzó a resonar en los árboles y plantas como si todos vibraran a un mismo son. Tenía claro que no era más que un truco druídico, sin embargo no dejaba de ser impresionante. Al llegar al individuo, éste se calmó en formas pero no en humos y nos espetó la exigencia de darnos la vuelta; pero nosotros éramos más tercos que él, sobre todo Daan, a quien escuché escurrirse por la loma y reapareció después detrás del druida, amenazándolo con un cuchillo muy cerca de la garganta.
La negociación parecía ganada, pero el bosque se estremeció y hasta la hierba parecía que nos quería atravesar la suela de los zapatos. El druida o no era el único o era muy poderoso y, por suerte, Daan, que aunque no lo supiera tenía nuestra vida en sus manos, lo comprendió. La situación se relajó al menos ligeramente hasta el punto de poder parlamentar como las criaturas civilizadas que todos éramos.
El druida nos explicó que Thomas era el hermano de nuestra contratista, Shalinani, y había huído de su tiránica familia con una importante reliquia familiar, un amuleto de naturaleza mágica pero del que no se nos dió a conocer sus propiedades. Se negó en redondo a permitirnos visitarlo, alegando que estaba herido y debía recuperarse y, como no teníamos nada con lo que hacer exigencias, nos fiamos de su palabra y acordamos una audiencia con Thomas en cuanto fuera posible.
Finalmente volvimos a la Villa y los otros le explicaron a la muchacha que su hermano había muerto. Yo no dije nada pues, aunque no voy a entrar en las implicaciones morales que derivan de cobrar un dinero ilegítimo aún creyendo perseguir una buena causa, me desagrada mentir. De todas formas no me arrepiento por el dinero ganado.
Y así es como salvamos el día una vez más.