Recuerdos de Karthas

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Karthas

Recuerdos de Karthas

Mensaje por Karthas »




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Hace años, en las zonas más oscuras de Neverwinter...


- Por favor, ayúdame...

La pordiosera se retorcía en el suelo, sangrando como un cerdo. A su alrededor dos jóvenes la golpeaban entre risas. Hedían a alcohol y maldad. La pobre desgraciada miró a Karthas, suplicando entre lágrimas. Los borrachos detuvieron su paliza, girándose hacia él. Llevaban máscaras y guantes de cuero. Uno de ellos mostró una daga, con una mirada divertida que le invitaba a unirse a la fiesta a cambio de una puñalada. Karthas no hizo nada, tan solo se quedó ahí, en la oscuridad del callejón, apoyado en su cayado.

- ¿Tú también quieres, desgraciado? - amenazó uno de los matones agitando su arma.

El segundo dio una última patada al despojo llorica, dejándola tumbada en el suelo, envuelta en su miseria. Cogieron las pocas monedas que tenía, contándolas.

- ¿Hay suficiente? - preguntó su compañero.

- Para hoy sí.

Se guardó el dinero, anunciando a la mendiga que volvería a la noche siguiente. La pisotearon un poco más y desaparecieron en la oscuridad, dejando tras de sí un eco de carcajadas. El miserable despojo se arrastró, removiendo sus pertenencias con manos temblorosas. Cuando comprendió que había perdido lo poco que tenía su llanto hizo ocupó el hueco que habían dejado las risas. La mirada de suplica hacia Karthas se tornó en odio. Él no hizo nada, se mantuvo ahí, mirando como la mujer se hacía un ovillo en el suelo, tosiendo y temblando, cubriéndose con una manta andrajosa cuando comenzó a llover.


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- ¿Otra vez ese bastardo?

Los matones miraron con hostilidad a Karthas, pero éste se mantuvo tranquilo, exactamente en el mismo sitio que la noche anterior, y en la misma posición. Los hombres bufaron, pero decidieron no prestarle atención. Después de todo solo era otro mendigo harapiento. Cubrieron sus rostros con las mascarillas y enfrentaron a su indefensa víctima, que estúpidamente había decidido permanecer allí un día más.

- ¿Dónde está nuestro dinero?

- Por favor, ya os pagué... No me queda nada... - la mujer se arrastró ante ellos,humillada, desolada.

- Pagamos las medicinas de tu familia. Yo diría que aún nos debes... bueno, todo lo que tengas – los matones rieron, rodeando a la infeliz que temblaba aterrorizado ante ellos.

- Pero no sobrevivieron – respondió ella con un hilo de voz.

- ¿Acaso es nuestro problema? La malgastaste en unos críos moribundos cuando deberías haberla tomado tú. Ahora es tarde también para ti – le escupió con crueldad -, así que haz algo útil con lo poco que te queda y consíguenos algo más. A los santurrones les encanta ayudar a las inútiles como tú.

- Tal vez podamos conseguirte algo de medicina – dijo con sorna el segundo matón.

La mujer se mantuvo inmóvil, sin esperanza. Los hombres comenzaron a destrozar lo poco que había en aquel rincón oscuro que la desgraciada había convertido en su hogar. Ella los perseguía, pidiendo que se detuvieran, pero ellos la apartaban con violencia. Viendo la insistencia de la mujer, uno de ellos se dedicó a golpearla hasta tumbarla, azotándola con una porra y marcándola con oscuros cardenales.

- Vaya,¿qué es esto? - preguntó con voz burlona el matón al encontrar un joyero entre un montón de basura.

- No, por favor, deja es...

La mandíbula de la mujer crujió ante el impacto del puño de su agresor.

- Cierra la boca, zorra – le dio otro golpe, hasta dejarla inmóvil, como una muñeca rota.

El matón abrió el joyero, y la alegría que había asomado a sus ojos desapareció de golpe. Tiró la caja al suelo, furioso, desperdigando su contenido por el fango. Una muñeca de trapo y un caballito de madera.

- ¡¿Qué clase de broma es esta?! ¡¡Quiero mi dinero!!

Con una rápida zancada llegó a su lado, pisándole el vientre con rabia. La mujer tosió, vomitando mientras se retorcía como un pez fuera del agua. Los gritos y amenazas de los matones aumentaron.
El tintineo del metal les hizo enmudecer. Ambos vieron como una daga se deslizaba por el suelo, deteniéndose junto a la mano de la mujer. Los hombres se giraron hacia Karthas, confundidos. Antes de que pudieran reaccionar, la mujer gritó de rabia y dolor, clavando la daga en el vientre del hombre que tenía encima. Éste sujetó incrédulo el arma, arrancándola de su cuerpo y cayendo fulminado después. La mujer trató de recuperarla, pero el segundo matón la apartó de ella de una patada. Furioso, golpeó la cabeza de la pordiosera con su porra, haciéndola caer como un saco pesado. Luego se giró hacia Karthas, desenvainando su espada corta.

- Desgraciado, has firmado tu sentencia de muerte.

Se arrojó contra él, espada en mano. El mendigo lo esperó, inexpresivo, dócil. Cuando apenas estaba a un metro, un destello plateado apareció ante los ojos del matón. Un dolor punzante le atravesó la mano, obligándolo a soltar el arma. Un segundo fogonazo de dolor le hizo mirar su abdomen, donde un elegante estoque atravesaba su cuerpo. Karthas arrancó el arma con elegancia, envainándola de nuevo bajo sus humildes harapos. Con lentitud metódica, mientras veía al matón caer arrodillado ante él, recogió su cayado y fue hacia la mujer. Ésta daba bocanadas desesperadas, con el cráneo ligeramente aplastado. Sería una muerte muy lenta y dolorosa.

- Por... por favor... - la mujer lo miraba con ojos vidriosos, empañados de lágrimas y sangre.

- No olvides este dolor, saborea cada instante. Si sobrevives, te hará más fuerte.

Dejó un puñado de monedas entre las dedos fríos y manchados de sangre de la mujer, le limpió los labios y, antes de abandonarla, besó su frente con ternura. Luego fue hacia el segundo matón. Se había asegurado de que no fuese una herida mortal. Le quitó la máscara, le abrió la boca y restregó la sangre de la mujer por su lengua. Sin más ceremonia, cargó el cuerpo del hombre sobre sus hombros y desapareció en las sombras.


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Durante las siguientes noches, los habitantes de los barrios bajos aseguraron escuchar gritos de dolor que se extendían durante horas. Las últimas noches que los estertores resonaron bajo la luna, las toses y los lamentos acompañaban los aullidos y el sufrimiento.
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