Gagdush - El origen del semiorco

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Rod

Gagdush - El origen del semiorco

Mensaje por Rod »

Fue algo más o menos así...


Cada verano llegaba el circo del viejo Jausen a la ciudad. Cada año corríamos junto a todos mis amigos a ver el show de músicos y bufones. Mi parte favorita eran el show del viejo Jausen, un diestro semi elfo domador de animales que tenía un show con monos y perros amaestrados.

Usualmente sus carruajes transportaban animales salvajes de tamaños o razas fuera de lo común, pero poco a poco la sorpresa de su teatro itinerante dejó de sorprender, los artistas envejecieron y con los años su agilidad y energía fue apagándose junto con la riqueza de Jausen.

Varios años pasaron antes de que supiéramos de Jausen y su caravana, hasta que un verano cualquiera nuevamente apareció. Sin embargo esta vez su caravana no traía animales ni bufones. Sus carruajes eran enormes negros y lujosos, cada uno tirado por 4 caballos negros.

Nunca vimos algo como eso antes, Niebla era una isla pacífica y pequeña en la que lo más novedoso que vimos jamás fue el enorme pez que consiguió atrapar el pescador en el muelle Trebol.

“Acérquense al circo de las bestias” gritó Jausen, con su voz característica, todos vimos asombrados las oscuras carrozas y su espectáculo, en lugar de animales habían hadas, enanos, elfos blancos y negros, e incluso algunas mezclas de razas, ya no había animales si no monstruos.

Gagdush, decía el letrero de un enorme semiorco, su figura sombría nos hacía pensar en un hombre fuerte y enorme, sin embargo sus facciones toscas y su piel naranja acusaban su ascendencia. Tocaba los tambores con un puso peculiar, cada “tum tum” sonaba dentro de mi pecho como si el corazón se alinease a cada golpe del tambor. Junto al orco había una dríada, una de las críaturas más hermosas que he visto jamás, juntos hacían un show único transformando el lugar un frondoso espectáculo de plantas que florecían al ritmo del tambor.
Un día me levanté temprano, para cazar y me quedé embobado viendo la dríada aprovechar los primeros rayos de sol. Jausen estaba en pie preparando el show del día, con su látigo despertó a las bestias una a una, sin excepción. Gagdush no parecía reaccionar al dolor del latigazo, sin embargo hacía una mueca cada vez que su amiga recibía uno de ellos, al notarlo, Jausen se ensaño con ella. Cada latigazo apagaba la luz en los ojos de la dríada y el semiorco desesperado comenzó a golpearse contra su jaula mientras Jausen reia.
Ese día, la dríada no hizo su show, y los tambores llenaron de tristeza a los pobladores que abandonaron el show antes de terminar el espectáculo. Esperé a que anocheciera y me acerque a la carroza de la dríada, ella seguía ahí, en la misma posición dolorosa en la que quedó en la mañana. Había una débil raíz que se extendía hasta la carroza del semiorco. Que miraba una débil hoja en la punta de la raíz.
Ayúdanos.- me dijo Gagdush.
Ayúdanos a escapar de este lugar.- Repitió, con la mirada baja y pesada.
Me sentí sorprendido de que el semiorco hablase perfectamente bien, su voz era grave y a ratos sonaba a flema, pero su ejercicio de lengua común era perfectamente comprensible.

¿Qué podía hacer yo? ¿Que se supone que hiciera?[/justificar]
Yo se que puedes, Dijo el orco nuevamente.

Te he visto ocultarte de Jausen al amanecer, y ahora te haz escabullido hasta aquí.-

Eres un buen hombre, con habilidades innatas en las sombras, conoces este lugar y sabes como moverte sin hacer ruido. Jausen guarda las llaves en su chaqueta, en la última carroza. Puedes hacerlo, confía en mi. –
De alguna manera el breve discurso del orco me hizo pensar que podía hacerlo, me sentí mas sigiloso que nunca. Y sin saber muy bien porqué caminé en dirección a la carroza de Jausen. Mientras me iba, Gagdush tocó un suave ritmo con su tambor, movió mis pies a ritmo y sincronización. Pasé en medio de los guardias sin dificultad. Sentí que podía moverme a travez de ellos incluso con los ojos cerrados. Revisé los bolsillos de la chaqueta de Jausen y saqué las llaves sin dudar. Nunca sentí tanta adrenalina antes en mi vida.
Cuando venía de vuelta dejé de escuchar el tambor. En ese momento Gagdush gritó, como si su alma se hubiese rasgado. La dríada había muerto y el dolor de Gagdush llenó el espacio de una tristeza que me hizo tropezar. Veíamos acercarse las antorchas mientras abría la jaula del semi-orco.

Huí.

Al otro día el show no tenía tambores, ni flores...
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