Memorias de Lothar

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Ark Roywind
Jabalí Terrible
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Memorias de Lothar

Mensaje por Ark Roywind »

(Voy a reescribir e ilustrar los relatos de Lothar, cambiando algunos (la narrativa, no el contenido), obviando otros y añadiendo nuevos. Iré borrando los que vaya añadiendo en este hilo conforme los actualice, hasta poder borrar la entrada de "Crónicas de Lothar". De momento, aquí dejo el primero. Si hay algún problema con esto hacédmelo saber por favor y ya buscaré otro modo de ir haciéndolo)
MALOS TIEMPOS

En una aldea cualquiera, año 1340...
Ahí estaba de nuevo aquel pordiosero, tambaleándose hasta la barra una vez más. El tabernero dejó escapar un suspiro mientras colocaba frente a ese tipo dos botellas del alcohol más barato que podía ofrecer. Verruga de mediano, un licor que nadie bebería por gusto. Tan solo lo servía a hombres como aquel, gente a la que no le importaba lo que tomaba y no tenía dinero para permitirse algo mejor.
Recibió las botellas dibujando una sonrisa demacrada en su rostro lleno de cicatrices. Las monedas con las que pagó estaban llenas de mugre y olían a orina. Era mejor ignorar por qué. Cogió el dinero y se apartó de él, arrugando la nariz al notar el hedor que desprendía.

- Gracias – le dijo el hombre con una voz áspera como la piedra, cogiendo una de las botellas con manos temblorosas. Apenas conteniendo el ansia, arrancó el corcho con los dientes y dio un largo trago, sin mostrar importancia porque el licor se derramara por su barba.

- De nada – respondió con amabilidad. Había que ser agradable incluso con tipos como aquel, con gente a la que en el pasado jamás habría permitido entrar en su negocio. Sobre todo cuando aquel andrajoso hombre tenía a su lado un espadón casi tan grande como él.

Observó con melancolía el salón, donde un grupo de soldados jugaban a los dados mientras bebían entre gritos y carcajadas. Eran malos tiempos, la guerra había convertido su antaño bonita taberna en un antro donde lugareños y guardias iban a deshaogarse del duro día a día, y otros tipos hacían negocios de los que intentaba no enterarse. Suspiró, echando de menos la música, la gente feliz, celebrando la vida, la paz. Ya era demasiado viejo, y todo había cambiado para siempre. Lo único con lo que podía contar es que aún tenía trabajo, y eso le permitía llevarse algo de comida a la boca. Sí, era mejor que siguiera limpiando las jarras y dejara de soñar con los viejos buenos tiempos. Limpiar, asegurarse de que su hija tuviese el guiso listo para cuando los campesinos terminaran la jornada, y mirar que no quedaran manchas de sangre de la última pelea de los campesionos. Esa era ahora su ingrata vida.

Pasó un paño húmedo por la barra, silbando una vieja canción de su tierra natal. Le gustaba, era una melodía alegre que siempre lo animaba. Mientras lo hacía, el borracho se unió a su tonada, aunque en su rostro no había ninguna alegría. El hombre se llevó la mano al parche que ocultaba una horrible cicatriz en su ojo izquierdo, frotándolo como si le molestara algo bajo el pequeño trozo de cuero negro.

- ¿De dónde eres? - le preguntó curioso el tabernero mientras limpiaba.

El hombre dejó escapar una risa ronca y amarga mientras agachaba la cabeza, cubriendo su desagradable rostro bajo una masa de pelo pardo y grasiento, donde ya podían verse algunas canas. De un solo trago terminó con lo que quedaba de la botella, eructando luego de forma sonora. Ya había una segunda botella vacía a su lado. Aquel desgraciado se las había bebido enteras en unos pocos minutos, estaba loco... El tabernero vio el brillo de su único ojo mirándolo fijamente mientras limpiaba el alcohol que le chorreaba por los labios con el dorso de su mugrienta mano.
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- ¿Acaso importa? - respondió el extraño con voz pastosa -. Todos los puñeteros lugares son iguales. Vamos, sé bueno y sírveme otra – dijo de forma severa, arrojando con torpeza sobre la barra una bolsa de cuero de la que cayeron algunas monedas manchadas de sangre.

Miró el dinero con desconfianza.

- No creo que sea buena idea, señor – era mucho dinero. Demasiado para alguien como ese tipo harapiento que ya comenzaba a cabecear. Y su sonrisa... no, había algo en él que dejaba claro que no era buena idea permitirle seguir bebiendo. Llevaba demasiado tiempo en aquel negocio como para no reconocer a alguien desesperado y peligroso.

El borracho golpeó con fuerza la barra, haciendo que la botella cayera y rodara hasta el suelo, rompiéndose en pedazos.

- ¿Mi dinero no vale en este lugar? - su ojo sano continuaba fijo en él, con la intensidad de la ira etílica de aquellos a quienes se les niega una escapatoria.

Los guardias se giraron en sus asientos, observando la escena mientras algunos de ellos echaban mano a las empuñaduras de sus armas. El tabernero hizo gestos de que no ocurría nada y los invitó a seguir divirtiéndose, prometiendo que invitaba a la próxima ronda. Por suerte para él los guardias asintieron y volvieron a lo suyo, como si lo que acababa de ocurrir no les importara, sonrieron felices por la noticia. El borracho se había mantenido tenso, acercando su mano al arma, apartándola cuando todo volvió a calmarse.

- Gracias – dijo aquel hombre con tono sombrío mientras se levantaba -. Y lo siento...

Recogió su bolsa de monedas y dejó un par sobre la barra. Tras ésto recuperó su espada y se dirigió a la salida, tambaleándose y cayendo tristemente al suelo tras tropezar con uno de los taburetes. Los guardias rieron al ver el triste aspecto que mostraba aquel hombre que trataba de ponerse en pie.

La puerta se abrió mientras el tabernero acudía en ayuda del borracho, y por ella entraron tres hombres vestidos de forma sospechosa. Ropas negras y largas que ocultaban parte de sus facciones, pero no sus armas. Sin moverse de la entrada otearon el salón, deteniendo sus miradas en el corpulento borracho. Unas siniestras sonrisas aparecieron en sus semblantes a la vez que se acercaban alegremente al pobre desgraciado que aún no había logrado ponerse en pie.

- ¡Pero mirad a quién tenemos aquí! - dijo uno de ellos mirándolo desde arriba, divertido.

El tabernero regresó tras la barra y, tratando de pasar desapercibido, se movió lentamente hacia uno de los laterales. Aquello le daba mala espina. Sujetó la ballesta pesada que escondía y se mantuvo alerta, observando con temor a los guardias, que habían dejado de jugar y se mantenían el completo silencio. "Mierda", gruñó para sí. No tenía ganas de que se mataran unos a otros en su local. Había conseguido alejar la muerte de su negocio durante mucho tiempo a pesar de la guerra. Soltó la ballesta y cogió una de las botellas de su mejor vino, saliendo de la barra y dirigiéndose a los guardias.

- ¡Lo prometido es deuda, amigos! - dejó la botella sobre la mesa, acompañada de una de sus mejores sonrisas -. Por favor, disfrutad de ella. Viene de la mismísima Aguasprofundas.

Los guardias se miraron entre sí, felices ante el gesto del tabernero, y volvieron a dedicarse a beber y a jugar, olvidándose de la escena que tenía lugar a apenas unos metros, donde dos de aquellos tipos sujetaban de los brazos al borracho, mientras el tercero tiraba de su barbilla obligándolo a mirarle.

- ¿Crees que podrías huir por siempre? Pagan bien por tu cabeza, traidor.

- Yo no... - su voz apenas era audible, y la tonalidad nacida del alcohol que cubría sus palabras no ayudaba a comprenderlo.

- ¿Tú no qué? - respondió con burla el hombre mientras apretaba las mandíbulas del borracho y se acercaba a su boca para escucharlo mejor.

- Yo no... haría eso... - le dijo con un ronroneo áspero mientras sonreía de forma maliciosa.
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Antes de que el matón pudiera decir nada, el borracho embistió con la cabeza contra su cara. El contundente golpe arrancó de su nariz un desagradable crujido, haciendo que el hombre de negro comenzara a sangrar profusamente.

- ¡Defgrafiado! - gritó el matón sujetándose la nariz, retorciéndose de dolor.

Sus compañeros golpearon al borracho, dándole un rodillazo en el estómago que lo hizo doblarse por la mitad y caer al suelo, vomitando poco después.

La risotada de los guardias resonó por todo el lugar, chocando sus copas animados por la escena. Uno de los matones dio un paso hacia ellos alejándose del borracho, pero su cabecilla lo retuvo. "Parece que no quieren problemas", pensó el tabernero. "Con suerte se llevarán al borracho y esto terminará bien". Pero ese pensamiento esperanzador no duró demasiado, terminando de forma súbita cuando el borracho se puso en pie rugiendo como un animal, atravesando con su espadón el pecho del hombre que le había dado la espalda para encarar a los guardias. El pobre no pudo hacer otra cosa que mirar sorprendido como la enorme hoja sobresalía de su cuerpo, tratando de sujetarla sin fuerzas mientras caía de rodillas y su asesino la arrancaba de su cuerpo, apartándolo de una patada y lanzándolo de boca contra la barra.
El espadón rasgó el aire, tiñendo de rojo todo a su alrededor como una tormenta de sangre, partiendo el cuello de un segundo matón e hiriendo seriamente a su líder, que apenas se había recuperado del cabezazo.

- Efto no... termina aq... afí... - trató de decir con el rostro cubierto de sangre -. Amante de lof ...

Antes de que pudiera terminar sus palabras, la hoja del espadón cayó sobre su cabeza, aplastándola como a un melón maduro.

- ¡Ku topígnoag gokahro...!- escupió con desprecio el hombre harapiento en una lengua tosca y gutural. Su pecho subía y bajaba, como un fuelle accionado por afanados enanos. Se llevó la mano ensangrentada a la cabeza, agitándola y dando una profunda bocanada de aire, como si tratara de despejarse -. No sabéis nada... - terminó con tristeza.

De forma inútil, el tabernero trató de frenar a los guardias mientras estos se levantaban y desenvainaban sus armas. Ya no había rastro de diversión en ellos. El tabernero se colocó en su camino, rogando que se detuvieran, que no quería más muertes allí. Sin miramiento alguno, lo apartaron de un empujón que casi lo lanzó contra el suelo y comenzaron a caminar con seguridad hacia el borracho, quién de forma errática levantaba una mano hacia ellos y se apoyaba en su enorme arma para no caer al suelo.

- Esto no... - dijo respirando con dificultad -. No tiene nada que ver con vosotros... Ya me marcho...

- No, no te vas a ningún lado, asesino – respondió uno de los guardias..

Suspirando, el borracho arrancó el arma del cadáver y se preparó para recibir a los guardias. El rechinar del acero contra el acero cantó su triste balada, teñida de muerte y dolor, mientras el espadón arrancaba las vidas de aquellos que trataban de enfrentarlo. En solo unos segundos, el borracho estaba en pie, herido y cubierto de sangre, rodeado de cadáveres mutilados. Su expresión era fría, carente de emoción. Con una nueva arcada vomitó sobre los cuerpos sin vida, tras lo que en su semblante tomó forma una sonrisa amarga como la bilis que escapaba de su boca.

¡¡Fuera!! - gritó el tabernero mientras corría hacia la barra y sacaba su ballesta, apuntando al hombre que acababa de realizar aquella despreciable masacre -. ¡¡No vuelvas aquí, largo!!

El anciano afianzaba con mano firme el arma, no era la primera vez que la usaba, y saben los dioses que, por desgracia, probablemente no sería la última.
Con gesto de dolor el borracho cubrió su cabeza con una capucha, escondiendo su cara. Caminó tambaleándose hacia la mesa en la que habían estado los soldados, cogiendo la botella y dando un trago tan largo que la vació en unos segundos. Eructó y se limpió la boca, llenando su mano de resto de vómito, sangre y alcohol. Tras eso arrojó la bolsa de monedas sobre la mesa en la que estaba el juego de dados y, lentamente y arrastrando el espadón, se dirigió a la salida.

- Lamento que haya tenido que ser así... - dijo antes de desaparecer.
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El tabernero volvió a respirar, mientras la ballesta se resbalaba entre sus dedos y caía a sus pies. Se dejó caer en uno de los taburetes, sintiéndose agotado y tembloroso, mirando horrorizado la escena. Todo volvía a ser como antes... Los tiempos oscuros habían vuelto, y él ya no podía hacer nada para evitarlos.
Última edición por Ark Roywind el Mar Jun 02, 2020 10:21 pm, editado 1 vez en total.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
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Re: Memorias de Lothar

Mensaje por Ark Roywind »

NO PERDAMOS LA CABEZA...


- UNA HISTORIA ASOCIADA A LAS PUERTAS DE GRINZHARKE, EL ORCO OSCURO -

No iba a permitirlo, ni hablar. Por los malditos dioses que ningún hijo de Gruumsh regresaría de la muerte mientras él siguiera en pie. Mientras pudiera seguir sosteniendo un arma…
El guerrero cargaba con su enorme espadón a la espalda, corriendo todo lo que le permitían sus viejas y doloridas piernas. Comenzaba a notar el peso de los años y las malas decisiones, y tenía de sobra en ambas. Maldijo para sí, lamentándose de que la puñetera fisgona tuviese razón. Ya estar viejo para esa vida, joder, pero sabía que no merecía otra.
“¡Condenados árboles!”, gruñó tras casi tropezar con unas raíces que aparecieron de la nada. Ya estaba más que acostumbrado, pero a pesar del tiempo pasado en ocasiones ser tuerto seguía siendo una auténtica mierda.

- ¡Vamos muchacho, no te quedes atrás! - gritó al aire.

Sabía que el joven Santino iba tras él. Era de pocas palabras, eso era lo mejor de él, además tenía buenos ojos y oídos, y los dioses saben que él los perdió hace mucho.

- ¡¡Zuhoh, ohug a bu zhapomba!! - rugió el semiorco que se abría paso junto a ellos entre los árboles como una estampida de una sola persona.

- ¡Nadie se llevará ninguna cabeza! - respondió molesto, notando como le faltaba el aire al hablar.

Habría reído ante su deplorable estado, si tuviera fuerzas para ello. Si no fuese por la rabia que alimentaba su lamentable cuerpo, se habría dejado caer ahí mismo y que todo se fuese al apestoso trasero de un ogro. Ya ni tan siquiera sabía por qué seguía adelante. En el fondo solo quedaban resquicios de odio, de ira… era todo lo que quedaba de él.

Se detuvo a tomar aire junto al río cuando las murallas de Nevesmortas se hicieron visibles a lo lejos. Si el semiorco tenía razón, esos bastardos se dirigían a la villa en busca de la puñetera cabeza. Todo permanecía tranquilo, los orcos no debían haber llegado aún.
Clavó el espadón en el suelo y se arrodilló, o más bien se dejó caer, para sumergir la cabeza en el Lanzagélida. Agradeció que los gritos del semiorco llegaran distorsionados bajo el agua.
“¿Qué hago? Estoy viejo para venganzas. Para redenciones estúpidas.”
Cuando notó que los pulmones estaban a punto de estallar se apartó del agua, dando una bocanada de aire tan grande que durante unos pocos segundos creyó que se desmayaría ahí mismo. “Mucho mejor…”
Ni se molestó en mirar a los otros dos. Llevó las manos temblorosas a una botella de licor barato y bebió hasta asegurarse de que no quedaba gota alguna. “Estás pensando demasiado, viejo idiota. Eso nunca ayuda.”
Volvió a empuñar su arma. La hoja emitió un leve destello rojo, trayendo los incesantes susurros a su mente. “Lo sé… Callaros… ¡Callaros de una vez, ya lo sé!”. Gritó frustado, lanzando la botella al río.

- Ya está ... - cerró los ojos, tratando de calmarse -. Solo necesitaba refres…

Santino le tapó la boca, llevándose un dedo a los labios para indicarles que guardaran silencio, tras lo que señaló algo entre los árboles del sotobosque. El guerrero le apartó la mano, molesto porque el criajo lo tocara, pero entonces le pareció distinguir movimiento en la espesura, a lo lejos, aunque no tenía claro qué diablos era. Ese sitio estaba infectado de apestosos tejones. Por la expresión estúpida del enorme semiorco, él bastardo tampoco sabía qué demonios tenía que mirar.
Sin decir palabra alguna el joven semilelfo clavó la rodilla en la tierra, preparó una flecha, tensó el arco y, tras unos segundos interminables, disparó. La flecha se perdió entre los árboles, arrancando un gemido grotesco de las sombras.
La vegetación se agitó con bravura, y de ella emergió un caballo furioso cabalgado por una hija de Grummsh. La hembra los miró desafiante, orgullosa, pero sin atisbo de rabia en sus ojos. Al guerrero no le gustó nada aquella mirada. La recibía a menudo, había vivido con ella clavada a su espalda. Esa mirada que deja claro que eres insignificante, solo una molestia que no merece la pena.
Dio un nuevo trago a una botella a medio beber, sonrió y, dejando florecer el odio en su interior, que tomara el lugar que le pertenecía en su alma, se arrojó contra ella gritando como un demente.

- ¡¡TREINTAISIETE!! - lo siguió sin pensárselo el semiorco sujetando su enorme hacha por encima de la cabeza.

El caballo se encabritó ante el arrebato repentino de los guerreros que corrían como locos hacia él, quedando sobre dos patas y lanzando patadas al aire. La hembra orco ni se inmutó ante la fiereza del animal que montaba, al contrario, la aprovechó para asestar un lanzazo al semiorco desde su posición elevada y apartarlo de su camino. El pobre solo pudo dejar escapar un grito de dolor al ver como la punta del arma se clavaba profundamente en el vientre. El guerrero recibió una fuerte coz en la cara, quedando algo aturdido, riendo y escupiendo sangre a la vez que aferraba el arma con ambas manos y esperaba a que todo dejara de dar vueltas. “Sí, este es el único modo de sentirse vivo. De que estar vivo tenga un sentido… Bailemos una vez más, desgraciada...”
El caballo giraba a su alrededor, saltando y lanzando coces al aire, sin mostrar miedo alguno ante sus ruidosos adversarios. El maldito animal debía haber sido adiestrado para la batalla e impedía que se aproximaran a su jinete. Se alejaba y acercaba constantemente, obligándoles a jugar su juego.
Las voces que nacían de la espada se volvían más incesantes cuanto más se alargaba el combate, cuantos más golpes intercambiaban, inundando su mente de imágenes de batallas, compartiendo con él las emociones del jinete cuando la hoja cortaba su piel. Le pedían sangre, le pedían sacrificio.
Dejó escapar una carcajada amarga, esgrimiendo el espadón sin gracia alguna pero con una brutalidad animal. El semiorco cargaba de un lado a otro, lanzando golpes con su hacha cada vez que ella se le acercaba. El pobre idiota ya estaba cubierto de sangre, su cuerpo parecía una maldita diana de prácticas. Pero tenía que admitir algo: no desfallecía, seguía luchando incansable, gritando una y otra vez esa maldita palabra. Treintaisiete, Treintaisiete, Treintaisiete.

Una flecha pasó zumbando a su lado, clavándose en un tronco frente a su cara. Maldito Santino...

- ¡Apunta bien, desgraciado! - rugió lanzando un golpe que la jinete evitó por poco y recibiendo un lanzazo en el hombro a cambio.

El dolor solo aumentó su rabia, sus ganas de seguir luchando y destrozarla hueso a hueso. Hasta que solo quedara un amasijo sanguinolento y deforme a sus pies. Pagarían todo lo que le hicieron, pagarían en lo que le convirtieron…

El jinete volvió a tomar distancia para cargar contra ellos. En plena carrera, una flecha se clavó en los cuartos traseros del animal, haciéndolo relinchar y encabritarse.

- ¡TREINTAISIETE! - bramó furioso el semiorco, echando espumarajos sanguinolentos por la boca.

Esgrimió su hacha en un arco frente a él, segando las patas delanteras del animal y haciendo que cayera de bruces contra el suelo. Antes de que la sorprendida jinete cayera, el guerrero descargó su espadón contra ella dejando fluir toda su rabia a través del arma y alimentándola. El golpe fue devastador, una explosión de luz, sangre y sonido que cortó el cuello limpiamente. La espada vibró mientras se abría paso entre carne y hueso, emitiendo un grito de agonía y júbilo y tiñendo su hoja de un rojo intenso y vivo.
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El semiorco rugió victorioso, golpeándose el pecho. El guerrero no podía sentir esa alegría, aún sentía el odio de la hembra a través de su espada. Miró su arma, escuchándola. Los ecos de su voz se apagaban lentamente, como los latidos de un corazón moribundo, pero el odio hacia sí misma por fallar a su dios se convirtió en un eco de resentimiento que se extendió unos segundos más antes de perderse en la maraña de susurros.
Escupió maldiciendo a Grummsh y a cada puñetero dios que pasó por su cabeza. Su pecho subía y bajaba agitado, lleno del fuego de la batalla. Alzó la espada dispuesto a hacer pedazos el cadáver, a descargar sobre ella todo el veneno que alimentaba su viejo corazón. Miró el cuerpo sin vida de la guerrera, y una mano gélida se cerró en su pecho al ver frente a sí algo que no estaba allí... Los recuerdos eran una auténtica mierda. Gritó de forma desgarradora, frustrado y asqueado consigo mismo, descargando su golpe junto al cuerpo, pero sin tocarlo.
Arrancó el tapón de una botella con los dientes y bebió. Bebió hasta que dejó de escuchar esas molestas voces.
A su alrededor Santino daba paz a la vida del pobre animal que se retorcía moribundo, y el semiorco cogía la cabeza del orco tuerto de las pertenencias de la jinete. La cabeza del ungido que esa bastarda había intentado llevar de vuelta a su maldito campamento.

Se echó la espada al hombro, frotándose la cara y notando como el dolor regresaba a su cuerpo. Tanto tiempo, y seguía siendo un perro. Un perro viejo.
No pudo evitar mirar de nuevo el cadáver de la mujer frente a ellos. Su figura atlética, el color de su piel. El hielo se endureció aun más en su pecho. Durante un instante, se vio de nuevo como un joven idiota y cobarde frente a algo que no mereció, frente a uno de sus mayores errores. Se frotó el parche con fuerza, apretando los dientes como si así pudiera sacar esa imagen de su mente.
Era imposible escapar de los pecados del pasado… Dio un nuevo trago para acallar los remordimientos. Sí, era imposible escapar mientras pensara en ello. Por eso olvidar siempre era mejor. Más fácil.

- Treintaisiete, si eres listo aplastarás la cabeza de ese ungido aquí mismo, te mearás en ella y luego le prenderás fuego. Tú decides, muchacho.

Botella en mano se alejó del lugar solo, despidiéndose con un gesto seco.
Le aguardaba una larga noche de alcohol y prostitutas y, con suerte, una muerte solitaria en algún rincón frío y húmedo, envuelto en sus propios orines. Era más de lo que merecía.

Tras de sí, sólo quedó su risa.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Ark Roywind
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Re: Memorias de Lothar

Mensaje por Ark Roywind »

- COSECHA DE SANGRE -
Entre el año 1310 y 1311 ...

Los rugidos y bramidos del clan Colmillos Rotos resonaban como un eco atronador en las montañas. Sus esclavos eran arrastrados al exterior de las cuevas donde habían estado encerrados. Eran séis en total, cada cual en un estado más deplorable y deteriorado que el anterior. Decenas de orcos formaban un círculo caótico alrededor de la arena en la que, uno a uno, los esclavos iban siendo lanzados sin contemplaciones por sus amos. Lentamente la marabunta verde, sucia y ruidosa aumentaba, deleitándose ante los débiles humanos que intentaban ponerse en pie, luchando contra el peso de las cadenas que cargaban. Los huargos ladraban y lanzaban dentelladas en los bordes de la arena, apenas sujetos por sus amos mientras estos disfrutaban de la escena. Las bestias salivaban ansiosas, deseosas de devorar a los lamentables esclavos, como ya habían hecho con muchos otros.

En un montículo elevado, Karshan Thulak, caudillo de la tribu de los Colmillos Rotos, se deleitaba ante el espectáculo. Dio un largo trago de un licor apestoso y espeso, bebiendo directamente del cráneo de un débil elfo que hacía apenas una dekhana osó desafiarlo. Tomó asiento con pesadez, dejando caer su enorme cuerpo sobre el trono de hueso, hierro y piedra, soltando la pesada hacha que portaba a su lado. Hizo un gesto al anciano Terbal, cansado de esperar. El viejo y arrugado tuerto habló a la tribu con su cascada y renqueante voz. Los tambores y cuernos resonaron en la falda de la montaña, un ritmo lento y arcaico que parecía hacer vibrar a las mismísima tierra. Varios orcos comenzaron a clavar las armas del ritual en los límites de la arena. El antiguo hueso y hierro estaba sediento de sangre y vidas una vez más.
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- ¿Ké rhazo oh zhéhaku? - preguntó la semiorca que aguardaba a su lado a que se iniciara el ritual.

[¿Qué hace el chaman?]

La hembra miraba la escena con desconfianza, ignorante de las tradiciones de los Colmillos Rotos. No le gustaba tener a su lado a la sangre sucia, pero tenían un pacto con los suyos. Era alta y atlética, y cubría su figura con la piel de un gran felino negro.
El caudillo mostró sus colmillos en una gran y grotesca sonrisa.

- Bharohu ghak kognhug taugog, rognamha – escupió el caudillo con tono molesto tras dar otro trago -. Ku no bhouzbog, oh n'u hozapahá hu ko ho zuhhogbukto.

[Primero nuestros dioses, mestiza. No te preocupes, el tuyo recibirá lo que es suyo.]

La hembra asintió sin decir nada más. El viejo Terbal ya había finalizado y ascendía con andares lentos y torpes la empinada colina. El sonido de los tambores aumentó, acelerándose, preparándose para dar comienzo al ritual. El tuerto se colocó a la derecha de su caudillo, apoyándose en su arrugado bastón.

El chamán derramó en el suelo una mezcla de ceniza, entrañas y huesos molidos que aplastada con sus largos y arrugados dedos, agachándose y soplando hasta que el polvo dejó una serie de marcas en el suelo que el viejo observó con una sonrisa que fue dibujándose poco a poco en el suelo.

- Gruumsh bato ghakkh – susurró Terbal con una voz tan áspera como su arrugada piel.

[Gruumsh pide sangre.]

Karshan rugió satisfecho y se puso en pie, haciendo que el sonido de los tambores cesará casi inmediatamente. Se golpeó el pecho, dando un último trago y arrojando con desprecio el cráneo del que había estado bebiendo a sus pies, pisándolo y haciéndolo pedazos, tal y como hiciera con su propietario.

- ¡¡Hzhart – rugió con una voz atronadora como una tormenta que arrancó los vitores de su clan -, zahanhag haronahpog!!

[¡¡Luchad, criaturas lamentables!!]

Tomó su hacha y pasó la palma de una de sus manazas por el filo, dejando que su sangre se derramara por la mortal hoja.

- ¡¡Guhu oh ko guphogahga buthá gok tíha rag!! - dicho eso, alzó el arma por encima de su cabeza, tensando sus poderosos músculos y, con una fuerza digna de un gigante, lanzó el hacha a la arena, que quedo clavada en el centro de ésta con un golpe seco que levantó una gran nube de polvo. Volvió a tomar asiento, escuchando con desagrado la voz de uno de los repugnantes mestizos de su tribu que traducía sus palabras a la despreciable lengua de los humanos.

[¡¡Solo el que sobreviva podrá ver un día más!!]

Los gritos se reanudaron con los esclavos aun en pie, confusos y atemorizados, sin saber qué demonios ocurría, hasta que uno de ellos, en su desesperación, tomó la iniciativa. Recogió del suelo un puñal oxidado y de filo romo y, antes de que la joven gnoma que había a su lado saliera de su estupor, le clavó el arma en el cuello, repetidas veces, cada estocada más profunda que la anterior, cayendo ambos al suelo entre forcejeos mientras la vida de la desgraciada llegaba a su fin de forma rápida y violenta, como exigían los dioses. Aquella muerte fue la llama que dio comienzo al infierno, iniciándose una masacre en honor a Gruumsh. Los cuernos resonaron en la montaña, acompañados del retumbar de los tambores de la tribu. Los esclavos se arrastraban por la arena, luchando por sobrevivir poseídos por el miedo y el pánico a la muerte. El caudillo estaba satisfecho, sería una buena cosecha. Aquellos seres lamentables se habían debilitado tanto en los trabajos a los que los habían forzado que ya no eran útiles. Solo les quedaba morir para su divertimento y para satisfacer al dios de un solo ojo.

- Rahha, rognamha – habló el caudillo a la semiorca -, ha Pognaha ognháha ghanagozr.

[Mira, mestiza, la Bestia estará satisfecha]

- Nutug bhahozok tépahog – respondió ella de forma seca, mirando con desprecio la lamentable batalla que tenía lugar bajo ellos -. Ku thahák ok ha zhazohí.

[Todos parecen débiles. No durarán en la cacería.]

Uno de los esclavos humano perdió al enfrentar a un enano malnutrido que lo perseguía gritando como un demente. En su huida saltó a la marea de orcos, desesperado. Un huargo lo atrapó en el aire, aplastándole la pierna de un mordisco y desgarrándole el gemelo y engulléndolo. Los orcos más cercanos saltaron sobre el despreciable humano, convirtiendo al pobre infeliz en un amasijo de sangre, carne y huesos entre gritos y risas.

- Guk hug úkazug ko rhak guphogagatu – dijo entre risas Karshan. Continuó hablando, impregnando cada palabra de satisfacción y crueldad -. Kohígag ha hug rág ohnog, hakí hug naokog – soltó una carcajada, acompañado del clérigo -. Hahkkug rhak nokatu ko hzrhah zuknhha rag ghapogug buh gzurat.

[Son los únicos que han sobrevivido. Querías a los más fuertes, aquí los tienes. Algunos han tenido que luchar con sus manos contra mis sabuesos para ganarse su comida.]

Una lanza perforó el muslo del esclavo que había acabado con la primera vida, haciéndolo caer de bruces al suelo, tras lo que el lanzador e abalanzó sobre él, cogiéndolo del pelo y estrellándole la cabeza contra el suelo varias veces hasta rompérsela. Solo quedaban tres, algunos con más sangre en sus manos que otros. Todos respiraban con dificultad, sin apenas fuerzas para sujetar unas armas pesadas que se escurrían entre sus dedos entumecidos. Se miraban unos a otros, en completo silencio, resollando como peces fuera del agua y con los ojos carentes de vida y cualquier atisbo de reconocimiento. Estaban demasiado cansados para seguir luchando, manteniéndose en pie solamente por el terror a lo que podía ocurrir si dejaban de hacerlo.
El silencio se extendió mucho más de lo que Karshan podía tolerar.

- ¡¡Tépahog ` Zuphagtog!! - bramó el caudillo caminando hacia sus guerreros. Arrancó la lanza de las manos de uno de los orcos y la arrojó con certeza mortal contra uno de los esclavos, que cayó fulminado, retorciéndose en el suelo y desangrándose irremediablemente -. ¡¡Ga ku hzraág gugunhug ug rhanhahé u ragru!! - se golpeó el pecho con fuerza y rugió arrancando gritos de las gargantas de la tribu - ¡¡ Hzrath ok kurpho to Ho'nohn!!

[¡¡Débiles y cobardes!! ¡¡Si no lucháis vosotros os mataré yo!! ¡¡Luchad en nombre del Rey Tuerto!!]

Los semiorcos, la vergonzosa semilla sucia de su tribu, tradujo entre gritos y bramidos. Toda la tribu elevó un cántico a sus dioses, pidiendo que se segara la última vida. Los dos esclavo que seguían en pie, llevados por la desesperación, se lanzaron el uno contra el otro. Extenuados y sin fuerzas, cada golpe los acercaba a la muerte de la que trataban de escapar. Cubiertos de sangre, sudor y tierra rodaban y corrían por la arena casi desnudos, hiriéndose con sus escasas fuerzas el uno al otro. Finalmente uno de ellos se impuso a su rival. Un humano alto, de cabellos claros y físicamente superior a su rival, el cual además era evidente que había luchado en el pasado, terminó colocando una espada roma y desviada sobre el cuello del otro. Llevó su cabeza hacia atrás tirándole de la oscura cabellera del hombre al que tenía sometido, mirándole a los ojos.
Cuando debían luchar y, en el último momento, cuando fue a dar el golpe definitivo, dudó. Miró a su alrededor, como si tratará de comprender qué hacía ahí, soltando finalmente el arma y ofreciéndole la mano a su derrotado contrincante mientras le decía algo. Fue el tiempo suficiente para que el otro humano le lanzara tierra a los ojos y se incorporará estrellando su cabeza contra la otra con fuerza, gritando de forma desgarradora. El humano más corpulento se tambaleó ante el golpe, agitando los brazos a ciegas, con los ojos llenos de tierra. Aquel que había estado a punto de perecer usó los grilletes que le atenazaban las muñecas como arma, haciendo que poco a poco la cabellera rubia del infeliz que podía haber resultado vencedor se cubriera de sangre. El segundo esclavo rodeó el cuello del herido con las cadenas y comenzó a estrangularlo, tirando con fuerza mientra no dejaba de gritar. El humano que ahora parecía dominar el combate, de pelaje pardo y enmarañado y rostro macilento gritaba algo en su incomprensible lengua una y otra vez, dejando que la vida del desesperado hombre contra el que forcejeaba se apagara lentamente, ignorando los arañazos que éste, desesperado, le causaba mientras trataba de zafarse de su presa. En sus últimos segundos de vida se aferró a las cadenas tratando de liberarse, sin éxito, sin oportunidad alguna.
Karshan estaba satisfecho con aquel final. Una muerte lenta, dolorosa y cruel. Los humanos eran animales que solo actuaban como algo parecido a guerreros cuando se les movía por el miedo. El sonido de cuernos y tambores llegó a su clímax, mientras el humano superviviente continuaba golpeando el cadáver del pobre infeliz que yacía bajo él con el rostro hinchado y morado. Llevado por la locura y el pánico continuaba aplastando el cráneo de su víctima, aplastándolo con puños y grilletes, como si no se hubiese dado cuenta de que había vencido.

- Harí naokog ha gognhu ohoak, ghakko gza – le dijo Terbal a la semiorca con un tono burlón ligeramente teñido de amenaza.

[Ahí tienes a tu elegido, sangre sucia.]

El chamán se mantuvo junto al trono, sonriendo con sus dientes amarillentos y rotos, sin dejar de mirarla con su repugnante ojo. La hembra gruñó y se adelantó hacia donde el enorme caudillo animaba a su horda ante la masacre que acababan de presenciar. Karshan estaba satisfecho, el humano finalmente había sido dominado por la locura de la batalla. Ya sin fuerzas seguía golpeando lo que quedaba de la cabeza del esclavo que había asesinado. El suelo a sus pies estaba cubierto de sangre, sesos, huesos y carne hechos pedazos. A un gesto del caudillo, la horda fue silenciando su entusiasmo, hasta que solo se podía escuchar el débil tintineo de la cadena del esclavo, mientras continuaba golpeando lo que quedaba del cráneo del que fuese su rival.

- ¡Hogáknhano rrhaku, ru' gaghahág!

[¡Levántate humano, hoy vivirás!]

La voz de Karshan detuvo los puños del esclavo cuando se disponía a dejarlos caer de nuevo. Sus ojos, rojos y con el brillo que otorga la locura, se clavaron en el poderoso orco. Tras tropezar con el cadáver que había entre sus piernas y caer al suelo varias veces, el humano consiguió ponerse en pie. Respirando de forma agitada, como un animal embravecido, cogió la pesada hacha que el propio caudillo lanzase anteriormente a la arena y, con sus últimas fuerzas, la levantó, tras lo que comenzó a gritar en su propia lengua, escupiendo un hilo de sangre y espuma que se derramaba por sus labios rotos.

- 'U... rhanha... - gritó débilmente en una imitación del orco que arrancó varias carcajadas -. ¡¡Rhanha!! - repitió mientras daba varios pasos arrastrando los pies, goteando sangre a borbotones a cada movimiento de sus múltiples heridas -. Nu... 'U... ¡¡¡HRZHA!!!

[Yo... matar. ¡¡Matar!! Tú... Yo... ¡¡¡LUCHA!!!]

Los rugidos de burla y las risas bestiales restallaron en la montaña. Los orcos observaban a aquel lamentable humano que apenas podía sostener el hacha y caminar a la vez como a una broma viviente. El hombre ignoraba esto, continuando adelante, lenta pero inexorablemente, en dirección al caudillo. Karshan resopló por la nariz mirando a su tribu, y entrechocando sus puños se abrió camino entre sus guerreros, dispuesto a aceptar al desafío del humano. Da igual lo loco que esté tu rival, un líder no debe mostrar dudas, no debe mostrar debilidad, ¡jamás! ¡Y mucho menos permitir que un insignificante humano se crea capaz de poder desafiar a un orco! ¡¡No existía la piedad para los débiles!! ¡¡¡Lo aplastaría con sus propias manos y arrancaría el corazón de su cuerpo sin vida!!!

En mitad de esos pensamientos, una flecha surcó el aire y se clavó en el hombro del humano. Este dejó caer el hacha a sus pies, observando la flecha que sobresalía de su carne con muda sorpresa. Sus piernas temblaban, sus ojos quedaban en blanco. Se tambaleó unos segundos, tratando de hablar, y finalmente cayó al suelo donde comenzó a sufrir violentos espasmos..

Karshan se giró, embravecido, viendo a la semiorca en lo alto de la colina, sujetando un arco largo. Rugiendo, el caudillo ascendió hacia ella, derribando a todo el que estaba en su camino hasta plantarse frente a la hembra.
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- ¡¡¡Ohha ríu, rognamha!!! - gritó en su cara escupiendo, furioso. La rabia bombeaba su sangre, haciéndola hervir. Deseaba reducir a huesos quebrados aquella insultante aberración con sus propias manos, y tuvo que contener su ira con todas sus fuerzas para no hacerlo.

[¡¡¡Era mío,mestiza!!!]

- Ku – respondió ella con serenidad, sin apartar sus ojos de la colérica mirada del caudillo, colgando nuevamente el arco de su hombro -. N'zhéhaku hu rha tazru, haruha og ríu – el caudillo dirigió su mirada a Terbal, el cual asintió. No podía contradecir la palabra de la voz de Grummsh, por más que deseara arrancar la cabeza de aquella hembra engreída. Respirando de forma más relajada, el orco se apartó de ella, que con voz calmada, continuó hablando al irritado caudillo -. Tomhathu harí nahatu. Ga guphogago, gohá takku to ha Pogna.

[No. Tu chaman lo ha dicho, ahora es mío. Déjalo ahí tirado. Si sobrevive, será digno de la Bestia]
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
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