Memorias de Lothar
Publicado: Lun Abr 22, 2019 6:43 pm
(Voy a reescribir e ilustrar los relatos de Lothar, cambiando algunos (la narrativa, no el contenido), obviando otros y añadiendo nuevos. Iré borrando los que vaya añadiendo en este hilo conforme los actualice, hasta poder borrar la entrada de "Crónicas de Lothar". De momento, aquí dejo el primero. Si hay algún problema con esto hacédmelo saber por favor y ya buscaré otro modo de ir haciéndolo)
En una aldea cualquiera, año 1340...
MALOS TIEMPOS
En una aldea cualquiera, año 1340...
Ahí estaba de nuevo aquel pordiosero, tambaleándose hasta la barra una vez más. El tabernero dejó escapar un suspiro mientras colocaba frente a ese tipo dos botellas del alcohol más barato que podía ofrecer. Verruga de mediano, un licor que nadie bebería por gusto. Tan solo lo servía a hombres como aquel, gente a la que no le importaba lo que tomaba y no tenía dinero para permitirse algo mejor.
Recibió las botellas dibujando una sonrisa demacrada en su rostro lleno de cicatrices. Las monedas con las que pagó estaban llenas de mugre y olían a orina. Era mejor ignorar por qué. Cogió el dinero y se apartó de él, arrugando la nariz al notar el hedor que desprendía.
- Gracias – le dijo el hombre con una voz áspera como la piedra, cogiendo una de las botellas con manos temblorosas. Apenas conteniendo el ansia, arrancó el corcho con los dientes y dio un largo trago, sin mostrar importancia porque el licor se derramara por su barba.
- De nada – respondió con amabilidad. Había que ser agradable incluso con tipos como aquel, con gente a la que en el pasado jamás habría permitido entrar en su negocio. Sobre todo cuando aquel andrajoso hombre tenía a su lado un espadón casi tan grande como él.
Observó con melancolía el salón, donde un grupo de soldados jugaban a los dados mientras bebían entre gritos y carcajadas. Eran malos tiempos, la guerra había convertido su antaño bonita taberna en un antro donde lugareños y guardias iban a deshaogarse del duro día a día, y otros tipos hacían negocios de los que intentaba no enterarse. Suspiró, echando de menos la música, la gente feliz, celebrando la vida, la paz. Ya era demasiado viejo, y todo había cambiado para siempre. Lo único con lo que podía contar es que aún tenía trabajo, y eso le permitía llevarse algo de comida a la boca. Sí, era mejor que siguiera limpiando las jarras y dejara de soñar con los viejos buenos tiempos. Limpiar, asegurarse de que su hija tuviese el guiso listo para cuando los campesinos terminaran la jornada, y mirar que no quedaran manchas de sangre de la última pelea de los campesionos. Esa era ahora su ingrata vida.
Pasó un paño húmedo por la barra, silbando una vieja canción de su tierra natal. Le gustaba, era una melodía alegre que siempre lo animaba. Mientras lo hacía, el borracho se unió a su tonada, aunque en su rostro no había ninguna alegría. El hombre se llevó la mano al parche que ocultaba una horrible cicatriz en su ojo izquierdo, frotándolo como si le molestara algo bajo el pequeño trozo de cuero negro.
- ¿De dónde eres? - le preguntó curioso el tabernero mientras limpiaba.
El hombre dejó escapar una risa ronca y amarga mientras agachaba la cabeza, cubriendo su desagradable rostro bajo una masa de pelo pardo y grasiento, donde ya podían verse algunas canas. De un solo trago terminó con lo que quedaba de la botella, eructando luego de forma sonora. Ya había una segunda botella vacía a su lado. Aquel desgraciado se las había bebido enteras en unos pocos minutos, estaba loco... El tabernero vio el brillo de su único ojo mirándolo fijamente mientras limpiaba el alcohol que le chorreaba por los labios con el dorso de su mugrienta mano.
Recibió las botellas dibujando una sonrisa demacrada en su rostro lleno de cicatrices. Las monedas con las que pagó estaban llenas de mugre y olían a orina. Era mejor ignorar por qué. Cogió el dinero y se apartó de él, arrugando la nariz al notar el hedor que desprendía.
- Gracias – le dijo el hombre con una voz áspera como la piedra, cogiendo una de las botellas con manos temblorosas. Apenas conteniendo el ansia, arrancó el corcho con los dientes y dio un largo trago, sin mostrar importancia porque el licor se derramara por su barba.
- De nada – respondió con amabilidad. Había que ser agradable incluso con tipos como aquel, con gente a la que en el pasado jamás habría permitido entrar en su negocio. Sobre todo cuando aquel andrajoso hombre tenía a su lado un espadón casi tan grande como él.
Observó con melancolía el salón, donde un grupo de soldados jugaban a los dados mientras bebían entre gritos y carcajadas. Eran malos tiempos, la guerra había convertido su antaño bonita taberna en un antro donde lugareños y guardias iban a deshaogarse del duro día a día, y otros tipos hacían negocios de los que intentaba no enterarse. Suspiró, echando de menos la música, la gente feliz, celebrando la vida, la paz. Ya era demasiado viejo, y todo había cambiado para siempre. Lo único con lo que podía contar es que aún tenía trabajo, y eso le permitía llevarse algo de comida a la boca. Sí, era mejor que siguiera limpiando las jarras y dejara de soñar con los viejos buenos tiempos. Limpiar, asegurarse de que su hija tuviese el guiso listo para cuando los campesinos terminaran la jornada, y mirar que no quedaran manchas de sangre de la última pelea de los campesionos. Esa era ahora su ingrata vida.
Pasó un paño húmedo por la barra, silbando una vieja canción de su tierra natal. Le gustaba, era una melodía alegre que siempre lo animaba. Mientras lo hacía, el borracho se unió a su tonada, aunque en su rostro no había ninguna alegría. El hombre se llevó la mano al parche que ocultaba una horrible cicatriz en su ojo izquierdo, frotándolo como si le molestara algo bajo el pequeño trozo de cuero negro.
- ¿De dónde eres? - le preguntó curioso el tabernero mientras limpiaba.
El hombre dejó escapar una risa ronca y amarga mientras agachaba la cabeza, cubriendo su desagradable rostro bajo una masa de pelo pardo y grasiento, donde ya podían verse algunas canas. De un solo trago terminó con lo que quedaba de la botella, eructando luego de forma sonora. Ya había una segunda botella vacía a su lado. Aquel desgraciado se las había bebido enteras en unos pocos minutos, estaba loco... El tabernero vio el brillo de su único ojo mirándolo fijamente mientras limpiaba el alcohol que le chorreaba por los labios con el dorso de su mugrienta mano.

- ¿Acaso importa? - respondió el extraño con voz pastosa -. Todos los puñeteros lugares son iguales. Vamos, sé bueno y sírveme otra – dijo de forma severa, arrojando con torpeza sobre la barra una bolsa de cuero de la que cayeron algunas monedas manchadas de sangre.
Miró el dinero con desconfianza.
- No creo que sea buena idea, señor – era mucho dinero. Demasiado para alguien como ese tipo harapiento que ya comenzaba a cabecear. Y su sonrisa... no, había algo en él que dejaba claro que no era buena idea permitirle seguir bebiendo. Llevaba demasiado tiempo en aquel negocio como para no reconocer a alguien desesperado y peligroso.
El borracho golpeó con fuerza la barra, haciendo que la botella cayera y rodara hasta el suelo, rompiéndose en pedazos.
- ¿Mi dinero no vale en este lugar? - su ojo sano continuaba fijo en él, con la intensidad de la ira etílica de aquellos a quienes se les niega una escapatoria.
Los guardias se giraron en sus asientos, observando la escena mientras algunos de ellos echaban mano a las empuñaduras de sus armas. El tabernero hizo gestos de que no ocurría nada y los invitó a seguir divirtiéndose, prometiendo que invitaba a la próxima ronda. Por suerte para él los guardias asintieron y volvieron a lo suyo, como si lo que acababa de ocurrir no les importara, sonrieron felices por la noticia. El borracho se había mantenido tenso, acercando su mano al arma, apartándola cuando todo volvió a calmarse.
- Gracias – dijo aquel hombre con tono sombrío mientras se levantaba -. Y lo siento...
Recogió su bolsa de monedas y dejó un par sobre la barra. Tras ésto recuperó su espada y se dirigió a la salida, tambaleándose y cayendo tristemente al suelo tras tropezar con uno de los taburetes. Los guardias rieron al ver el triste aspecto que mostraba aquel hombre que trataba de ponerse en pie.
La puerta se abrió mientras el tabernero acudía en ayuda del borracho, y por ella entraron tres hombres vestidos de forma sospechosa. Ropas negras y largas que ocultaban parte de sus facciones, pero no sus armas. Sin moverse de la entrada otearon el salón, deteniendo sus miradas en el corpulento borracho. Unas siniestras sonrisas aparecieron en sus semblantes a la vez que se acercaban alegremente al pobre desgraciado que aún no había logrado ponerse en pie.
- ¡Pero mirad a quién tenemos aquí! - dijo uno de ellos mirándolo desde arriba, divertido.
El tabernero regresó tras la barra y, tratando de pasar desapercibido, se movió lentamente hacia uno de los laterales. Aquello le daba mala espina. Sujetó la ballesta pesada que escondía y se mantuvo alerta, observando con temor a los guardias, que habían dejado de jugar y se mantenían el completo silencio. "Mierda", gruñó para sí. No tenía ganas de que se mataran unos a otros en su local. Había conseguido alejar la muerte de su negocio durante mucho tiempo a pesar de la guerra. Soltó la ballesta y cogió una de las botellas de su mejor vino, saliendo de la barra y dirigiéndose a los guardias.
- ¡Lo prometido es deuda, amigos! - dejó la botella sobre la mesa, acompañada de una de sus mejores sonrisas -. Por favor, disfrutad de ella. Viene de la mismísima Aguasprofundas.
Los guardias se miraron entre sí, felices ante el gesto del tabernero, y volvieron a dedicarse a beber y a jugar, olvidándose de la escena que tenía lugar a apenas unos metros, donde dos de aquellos tipos sujetaban de los brazos al borracho, mientras el tercero tiraba de su barbilla obligándolo a mirarle.
- ¿Crees que podrías huir por siempre? Pagan bien por tu cabeza, traidor.
- Yo no... - su voz apenas era audible, y la tonalidad nacida del alcohol que cubría sus palabras no ayudaba a comprenderlo.
- ¿Tú no qué? - respondió con burla el hombre mientras apretaba las mandíbulas del borracho y se acercaba a su boca para escucharlo mejor.
- Yo no... haría eso... - le dijo con un ronroneo áspero mientras sonreía de forma maliciosa.
Miró el dinero con desconfianza.
- No creo que sea buena idea, señor – era mucho dinero. Demasiado para alguien como ese tipo harapiento que ya comenzaba a cabecear. Y su sonrisa... no, había algo en él que dejaba claro que no era buena idea permitirle seguir bebiendo. Llevaba demasiado tiempo en aquel negocio como para no reconocer a alguien desesperado y peligroso.
El borracho golpeó con fuerza la barra, haciendo que la botella cayera y rodara hasta el suelo, rompiéndose en pedazos.
- ¿Mi dinero no vale en este lugar? - su ojo sano continuaba fijo en él, con la intensidad de la ira etílica de aquellos a quienes se les niega una escapatoria.
Los guardias se giraron en sus asientos, observando la escena mientras algunos de ellos echaban mano a las empuñaduras de sus armas. El tabernero hizo gestos de que no ocurría nada y los invitó a seguir divirtiéndose, prometiendo que invitaba a la próxima ronda. Por suerte para él los guardias asintieron y volvieron a lo suyo, como si lo que acababa de ocurrir no les importara, sonrieron felices por la noticia. El borracho se había mantenido tenso, acercando su mano al arma, apartándola cuando todo volvió a calmarse.
- Gracias – dijo aquel hombre con tono sombrío mientras se levantaba -. Y lo siento...
Recogió su bolsa de monedas y dejó un par sobre la barra. Tras ésto recuperó su espada y se dirigió a la salida, tambaleándose y cayendo tristemente al suelo tras tropezar con uno de los taburetes. Los guardias rieron al ver el triste aspecto que mostraba aquel hombre que trataba de ponerse en pie.
La puerta se abrió mientras el tabernero acudía en ayuda del borracho, y por ella entraron tres hombres vestidos de forma sospechosa. Ropas negras y largas que ocultaban parte de sus facciones, pero no sus armas. Sin moverse de la entrada otearon el salón, deteniendo sus miradas en el corpulento borracho. Unas siniestras sonrisas aparecieron en sus semblantes a la vez que se acercaban alegremente al pobre desgraciado que aún no había logrado ponerse en pie.
- ¡Pero mirad a quién tenemos aquí! - dijo uno de ellos mirándolo desde arriba, divertido.
El tabernero regresó tras la barra y, tratando de pasar desapercibido, se movió lentamente hacia uno de los laterales. Aquello le daba mala espina. Sujetó la ballesta pesada que escondía y se mantuvo alerta, observando con temor a los guardias, que habían dejado de jugar y se mantenían el completo silencio. "Mierda", gruñó para sí. No tenía ganas de que se mataran unos a otros en su local. Había conseguido alejar la muerte de su negocio durante mucho tiempo a pesar de la guerra. Soltó la ballesta y cogió una de las botellas de su mejor vino, saliendo de la barra y dirigiéndose a los guardias.
- ¡Lo prometido es deuda, amigos! - dejó la botella sobre la mesa, acompañada de una de sus mejores sonrisas -. Por favor, disfrutad de ella. Viene de la mismísima Aguasprofundas.
Los guardias se miraron entre sí, felices ante el gesto del tabernero, y volvieron a dedicarse a beber y a jugar, olvidándose de la escena que tenía lugar a apenas unos metros, donde dos de aquellos tipos sujetaban de los brazos al borracho, mientras el tercero tiraba de su barbilla obligándolo a mirarle.
- ¿Crees que podrías huir por siempre? Pagan bien por tu cabeza, traidor.
- Yo no... - su voz apenas era audible, y la tonalidad nacida del alcohol que cubría sus palabras no ayudaba a comprenderlo.
- ¿Tú no qué? - respondió con burla el hombre mientras apretaba las mandíbulas del borracho y se acercaba a su boca para escucharlo mejor.
- Yo no... haría eso... - le dijo con un ronroneo áspero mientras sonreía de forma maliciosa.

Antes de que el matón pudiera decir nada, el borracho embistió con la cabeza contra su cara. El contundente golpe arrancó de su nariz un desagradable crujido, haciendo que el hombre de negro comenzara a sangrar profusamente.
- ¡Defgrafiado! - gritó el matón sujetándose la nariz, retorciéndose de dolor.
Sus compañeros golpearon al borracho, dándole un rodillazo en el estómago que lo hizo doblarse por la mitad y caer al suelo, vomitando poco después.
La risotada de los guardias resonó por todo el lugar, chocando sus copas animados por la escena. Uno de los matones dio un paso hacia ellos alejándose del borracho, pero su cabecilla lo retuvo. "Parece que no quieren problemas", pensó el tabernero. "Con suerte se llevarán al borracho y esto terminará bien". Pero ese pensamiento esperanzador no duró demasiado, terminando de forma súbita cuando el borracho se puso en pie rugiendo como un animal, atravesando con su espadón el pecho del hombre que le había dado la espalda para encarar a los guardias. El pobre no pudo hacer otra cosa que mirar sorprendido como la enorme hoja sobresalía de su cuerpo, tratando de sujetarla sin fuerzas mientras caía de rodillas y su asesino la arrancaba de su cuerpo, apartándolo de una patada y lanzándolo de boca contra la barra.
El espadón rasgó el aire, tiñendo de rojo todo a su alrededor como una tormenta de sangre, partiendo el cuello de un segundo matón e hiriendo seriamente a su líder, que apenas se había recuperado del cabezazo.
- Efto no... termina aq... afí... - trató de decir con el rostro cubierto de sangre -. Amante de lof ...
Antes de que pudiera terminar sus palabras, la hoja del espadón cayó sobre su cabeza, aplastándola como a un melón maduro.
- ¡Ku topígnoag gokahro...!- escupió con desprecio el hombre harapiento en una lengua tosca y gutural. Su pecho subía y bajaba, como un fuelle accionado por afanados enanos. Se llevó la mano ensangrentada a la cabeza, agitándola y dando una profunda bocanada de aire, como si tratara de despejarse -. No sabéis nada... - terminó con tristeza.
De forma inútil, el tabernero trató de frenar a los guardias mientras estos se levantaban y desenvainaban sus armas. Ya no había rastro de diversión en ellos. El tabernero se colocó en su camino, rogando que se detuvieran, que no quería más muertes allí. Sin miramiento alguno, lo apartaron de un empujón que casi lo lanzó contra el suelo y comenzaron a caminar con seguridad hacia el borracho, quién de forma errática levantaba una mano hacia ellos y se apoyaba en su enorme arma para no caer al suelo.
- Esto no... - dijo respirando con dificultad -. No tiene nada que ver con vosotros... Ya me marcho...
- No, no te vas a ningún lado, asesino – respondió uno de los guardias..
Suspirando, el borracho arrancó el arma del cadáver y se preparó para recibir a los guardias. El rechinar del acero contra el acero cantó su triste balada, teñida de muerte y dolor, mientras el espadón arrancaba las vidas de aquellos que trataban de enfrentarlo. En solo unos segundos, el borracho estaba en pie, herido y cubierto de sangre, rodeado de cadáveres mutilados. Su expresión era fría, carente de emoción. Con una nueva arcada vomitó sobre los cuerpos sin vida, tras lo que en su semblante tomó forma una sonrisa amarga como la bilis que escapaba de su boca.
¡¡Fuera!! - gritó el tabernero mientras corría hacia la barra y sacaba su ballesta, apuntando al hombre que acababa de realizar aquella despreciable masacre -. ¡¡No vuelvas aquí, largo!!
El anciano afianzaba con mano firme el arma, no era la primera vez que la usaba, y saben los dioses que, por desgracia, probablemente no sería la última.
Con gesto de dolor el borracho cubrió su cabeza con una capucha, escondiendo su cara. Caminó tambaleándose hacia la mesa en la que habían estado los soldados, cogiendo la botella y dando un trago tan largo que la vació en unos segundos. Eructó y se limpió la boca, llenando su mano de resto de vómito, sangre y alcohol. Tras eso arrojó la bolsa de monedas sobre la mesa en la que estaba el juego de dados y, lentamente y arrastrando el espadón, se dirigió a la salida.
- Lamento que haya tenido que ser así... - dijo antes de desaparecer.
- ¡Defgrafiado! - gritó el matón sujetándose la nariz, retorciéndose de dolor.
Sus compañeros golpearon al borracho, dándole un rodillazo en el estómago que lo hizo doblarse por la mitad y caer al suelo, vomitando poco después.
La risotada de los guardias resonó por todo el lugar, chocando sus copas animados por la escena. Uno de los matones dio un paso hacia ellos alejándose del borracho, pero su cabecilla lo retuvo. "Parece que no quieren problemas", pensó el tabernero. "Con suerte se llevarán al borracho y esto terminará bien". Pero ese pensamiento esperanzador no duró demasiado, terminando de forma súbita cuando el borracho se puso en pie rugiendo como un animal, atravesando con su espadón el pecho del hombre que le había dado la espalda para encarar a los guardias. El pobre no pudo hacer otra cosa que mirar sorprendido como la enorme hoja sobresalía de su cuerpo, tratando de sujetarla sin fuerzas mientras caía de rodillas y su asesino la arrancaba de su cuerpo, apartándolo de una patada y lanzándolo de boca contra la barra.
El espadón rasgó el aire, tiñendo de rojo todo a su alrededor como una tormenta de sangre, partiendo el cuello de un segundo matón e hiriendo seriamente a su líder, que apenas se había recuperado del cabezazo.
- Efto no... termina aq... afí... - trató de decir con el rostro cubierto de sangre -. Amante de lof ...
Antes de que pudiera terminar sus palabras, la hoja del espadón cayó sobre su cabeza, aplastándola como a un melón maduro.
- ¡Ku topígnoag gokahro...!- escupió con desprecio el hombre harapiento en una lengua tosca y gutural. Su pecho subía y bajaba, como un fuelle accionado por afanados enanos. Se llevó la mano ensangrentada a la cabeza, agitándola y dando una profunda bocanada de aire, como si tratara de despejarse -. No sabéis nada... - terminó con tristeza.
De forma inútil, el tabernero trató de frenar a los guardias mientras estos se levantaban y desenvainaban sus armas. Ya no había rastro de diversión en ellos. El tabernero se colocó en su camino, rogando que se detuvieran, que no quería más muertes allí. Sin miramiento alguno, lo apartaron de un empujón que casi lo lanzó contra el suelo y comenzaron a caminar con seguridad hacia el borracho, quién de forma errática levantaba una mano hacia ellos y se apoyaba en su enorme arma para no caer al suelo.
- Esto no... - dijo respirando con dificultad -. No tiene nada que ver con vosotros... Ya me marcho...
- No, no te vas a ningún lado, asesino – respondió uno de los guardias..
Suspirando, el borracho arrancó el arma del cadáver y se preparó para recibir a los guardias. El rechinar del acero contra el acero cantó su triste balada, teñida de muerte y dolor, mientras el espadón arrancaba las vidas de aquellos que trataban de enfrentarlo. En solo unos segundos, el borracho estaba en pie, herido y cubierto de sangre, rodeado de cadáveres mutilados. Su expresión era fría, carente de emoción. Con una nueva arcada vomitó sobre los cuerpos sin vida, tras lo que en su semblante tomó forma una sonrisa amarga como la bilis que escapaba de su boca.
¡¡Fuera!! - gritó el tabernero mientras corría hacia la barra y sacaba su ballesta, apuntando al hombre que acababa de realizar aquella despreciable masacre -. ¡¡No vuelvas aquí, largo!!
El anciano afianzaba con mano firme el arma, no era la primera vez que la usaba, y saben los dioses que, por desgracia, probablemente no sería la última.
Con gesto de dolor el borracho cubrió su cabeza con una capucha, escondiendo su cara. Caminó tambaleándose hacia la mesa en la que habían estado los soldados, cogiendo la botella y dando un trago tan largo que la vació en unos segundos. Eructó y se limpió la boca, llenando su mano de resto de vómito, sangre y alcohol. Tras eso arrojó la bolsa de monedas sobre la mesa en la que estaba el juego de dados y, lentamente y arrastrando el espadón, se dirigió a la salida.
- Lamento que haya tenido que ser así... - dijo antes de desaparecer.

El tabernero volvió a respirar, mientras la ballesta se resbalaba entre sus dedos y caía a sus pies. Se dejó caer en uno de los taburetes, sintiéndose agotado y tembloroso, mirando horrorizado la escena. Todo volvía a ser como antes... Los tiempos oscuros habían vuelto, y él ya no podía hacer nada para evitarlos.