En el Año de las Hoces, a sus 39 años, fue ascendido a Martillo de Moradin durante el festival del Recuerdo, el más joven en lograrlo. Su clan le agasajó plantando en su corazón la semilla de la soberbia.
Tardaría un tiempo en darse cuenta de lo bajo que había caído y cuan desmesurado era su orgullo.
Tras el ataque de los orcos , la ciudadela estaba protegida, nada le retenía allí y había oído que sundbarr corría serio peligro. No podía quedarse de brazos cruzados, ni vivir sabiendo que otros no tendrían la misma suerte, No lo pensó, cogió su Mazalma y partió.
//Quest ya iniciada. Quedan un par de sesiones y os avisaré en este mismo post. Podeis escribir aquí lo que han vivido vuestros personajes.
"Lanzadora profesional de bolas infernales"
LARGA VIDA A MIS ENEMIGOS PARA QUE SUFRAN CON MIS VICTORIAS
Subió la tela manchada de barro y sangre que cubría su cuello para mantener a raya el nauseabundo olor, mientras el joven oficial de la guardia explicaba la situación sin apartar sus ojos de la humeante tapa de alcantarilla, rodeada por un jardín de extrañas plantas que se abrieron camino hacia la superficie encontrando huecos donde antes del terremoto solo había roca sólida y tierra compacta.
Abajo les esperaba un río de cuerpos sin vida fácilmente rastreable, víctimas de un cazador que no tenía miedo a ser encontrado, una criatura insondable sin otra motivación aparente que destruir toda forma de vida. Intuyó la naturaleza destructiva de su presa y un repentino impulso le empujó a huir escaleras arriba, rápidamente frenado por la resolución de sus compañeros.
Ya fuera por la fuerza de su fe o la constricción del código, los caballeros y escuderos de la Lanza Helada no tenían ninguna intención de abandonar su misión, e inspirado por su valor siguió adelante, guiándolos por el laberíntico canal de aguas fecales.
El rastro les llevó hasta un desprendimiento en la pared de ladrillos, el terremoto había abierto una pequeña abertura hacia una caverna subterránea, profundamente excavada bajo las sórdidas calles de Sundabar. Se abrieron paso entre los escombros, casi a ciegas, hasta alcanzar la cueva. Bajo tierra no se oía más que un murmullo amortiguado. Se estaban acercando, su objetivo estaba ahí delante, al acecho. Avanzaron con cautela, de un saliente a otro, con los cinco sentidos alerta. Las paredes se separaron abruptamente abriendo ante ellos una caverna de amplitud catedralicia, mejor iluminada que las galerías que les precedían y no enteramente natural. En la pared rocosa se adivinaba la mano de los enanos, ruinas de una antigua cripta con símbolos de Moradin.
Se detuvo en seco. En medio de la cueva, un ser amorfo y repugnante los observaba con detenimiento mientras avanzaba despacio hacia ellos, levitando. Retrocedió hacia un lugar resguardado, echando mano del arco, mientras sus compañeros se preparaban para la batalla, templando su acero con la convicción de su fe.
