
La noche se tornó silenciosa, una brisa helada surcaba los árboles y el crepitar de la madera ardiendo era lo único que reconfortaba en la oscuridad de Bosque Frío. La hoguera proyectaba varias sombras contra los árboles, éstas se movían constantemente, reflejando la actividad del pequeño campamento. Un áspero y repetitivo sonido acompañaba al de la hoguera, una piedra de afilar pasaba una y otra vez por el borde de una espada. Si se prestaba la suficiente atención podían escucharse algunas pisadas, sacos abriéndose y cerrándose y el burbujeo de un caldero.
El ambiente estaba impregnado por un olor suave y aromático, del caldero surgía el vapor de un guiso puesto sobre la lumbre. Empezaba a bullir y sus ingredientes empezaban a danzar al son de las burbujas. Sin duda ésto comenzó a llamar a los estómagos de los exploradores que se reunían en torno a él. Los cuatro elfos seguían con sus tareas al calor del fuego, Otihorn sellaba sus botas con cera caliente, Alithana reparaba un puñado de flechas y Elhorn simplemente aguardaba sentado. Algo más alejada del fuego estaba Aliora, la encargada de la expedición, preparando sus armas para cuando asomara el alba. Una vez tuvieran todo listo descansarían, el día había sido extenuante y era el momento de llenar el estómago, tantos kilómetros obligaban a ello.
Poco antes de que se empezara a servir la cena, Aliora guardó su piedra de afilar, envainó la espada y se alejó adentrándose en la oscuridad del bosque sumida en sus pensamientos.
- Por qué ha de ser todo tan difícil… – decía para sí mientras se alejaba dando un paseo.
Era ya la cuarta vez que habían salido a patrullar la parte norte del bosque, en dos ocasiones solo encontraron unas pocas huellas y en la última se toparon con una pequeña incursión orca, nada que no pudieran manejar. Pero ésta vez sería distinto, ninguno esperaba que el final de la noche resultara de aquella manera.
No eran pocos los relatos de viajeros sobre las incursiones orcas en el norte y todas siempre terminaban igual, muertos, muchos muertos y luego ni un solo rastro de ellos. Druidas preocupados, comerciantes que yacen sin vida junto a sus carromatos desvalijados, viajeros desafortunados colgados de las ramas de árboles… todo ello debido a la pesadilla orca.
Aliora se miraba en el reflejo del agua, el pequeño riachuelo discurría tranquilo y se perdía entre los árboles. Pasaba una y otra vez su mano por el cabello ensimismada, no podía evitar esa idea en su mente dando vueltas de un lado para otro. Haciéndola vibrar.
- (¿ya es la hora? Es mi momento…no aún no, aguanta un poco más) – pensaba.
Pasó una hora, Aliora seguía junto al riachuelo sentada en una roca con los codos sobre las piernas mirando una pequeña pieza tallada en hueso. Lo mecía en sus manos, observando cada uno de sus rincones desde infinidad de ángulos. El pequeño silbato estaba tallado de forma abrupta con poca dedicación, era práctico pero no bonito. La noche ya había caído hace tiempo sobre la espesura, una oscuridad inusual empapaba los alrededores y apenas se podía ver más allá de unos pocos metros, incluso para un elfo.
Sus compañeros seguramente ya se habrían acostado hace rato, ella era quien montaba guardia la primera mitad de la noche y no la habrían echado en falta creyendo que andaba cerca oculta en las sombras. Nada más lejos de la realidad, Aliora se encontraba a unos minutos del campamento y mucho menos vigilando, estaba absorta en otro mundo, el de sus pensamientos.
- Si sigo así llegará el alba y seguiré aquí sin haber hecho nada – decía para sí misma.
Entonces en el silencio de la noche un sonido se alzó, era más fuerte que ningún otro e iba en aumento. En ese momento a Aliora se le heló la sangre y sus orejas se tensaron. Mientras, el sonido se hacía cada vez más intenso y agudo hasta que paró y un segundo después reapareció.
- No me jodas, no puede ser… – exclamó al viento.

Salió corriendo con el corazón queriéndose salir del pecho, las ramas le azotaban el cuerpo y la garganta se le helaba. Sus sospechas se confirmaron al ver la luz que emitían las llamas en donde antes estaba el campamento.
- Malditos cerdos orcos – gritó mientras cargaba contra dos de ellos que la esperaban armas en ristre.
Poco pudieron hacer esos desgraciados ante los golpes asestados por Aliora, sin dudarlo siguió avanzando buscando a sus compañeros.
Unos pasos más adelante encontró el arco quebrado de Alithana y su cuerpo sin vida apoyado sobre un árbol. Un acero atravesaba su costado y la joven elfa yacía con la mirada puesta sobre el cielo. La desesperanza la inundó al ver que más adelante también se encontraba el cuerpo de Otihorn, o al menos lo que quedaba de él, junto con un orco tambaleante. Creyó que le explotaría la cabeza al sentir la sangre palpitar en su sien y sin demora embistió al orco con sus espadas.
Cayendo sobre él, el frenesí se apoderó de Aliora que golpeaba una y otra vez el cuerpo del desdichado orco, entonces alzo la vista, se incorporó y buscó a Elhorn. Su miraba escrutaba toda sombra a cada paso que daba, gritaba su nombre y no obtenía respuesta. Un puñado de orcos se cruzaron en su camino pero se hizo paso hasta que se detuvo al ver la figura de un orco increiblemente corpulento. Aferró fuertemente sus espadas y dio un paso al frente, justo cuando escuchó el crujir de una rama tras de sí, intentó volverse pero la cabeza le retumbó, la vista se nubló, y la consciencia la abandonó.
A LA MAÑANA SIGUIENTE…
El frío recorría y agarrotaba todos sus músculos pero lo peor sin duda era el dolor de cabeza. Dando una bocanada profunda, Aliora, se puso bocarriba y empezo a mirar a sus alrededores. Ya no había fuego, solo cenizas, y podía escuchar el relinchar de unos caballos no muy lejos de donde estaba. Haciendo acopio de fuerzas se fue incorporando, pasó la mano por su nuca y su mano se manchó de sangre.
- ¿Cómo puede haber pasado esto? ¿Y por qué sigo viva? – se preguntaba.
De pronto se fijó que no estaban sus espadas ni tampoco su bolsa, solo llevaba lo puesto. Dio unos pasos hasta el árbol en el que yacía el cuerpo de Alithana y se sorprendió, el acero que lo atravesaba ya no era el de antes…era una de sus espadas. De la empuñadura de la misma colgaba un silbato, y no uno cualquiera, era el idéntico al que ella portaba y que seguía teniendo colgado al cuello, escondido en el escote. Poco tiempo tuvo para intentar comprender lo que pasaba porque una flecha paso a escasos centímetros de su rostro. Sin saber cómo pudo, se apresuró a esconderse tras el tronco del árbol y miró a su alrededor. Un montón de gritos se escucharon entonces, eran en élfico, y hablaban de su posición. Sin perder más tiempo comenzó la huida usando los árboles como cobertura ante la gran cantidad de flechas que empezaron a surcar el aire.
- ¡Alto el fuego! – gritó mientras se retiraba en carrera - ¡Fuego amigo! – Exclamó sin que las flechas pararan de intentar alcanzarla.
- ¡Allí, hacia el río, que no escape! – gritaba uno de sus perseguidores en la lejanía.
Y estaba en lo cierto, a escasos metros se encontraba el río, justo pasada la pendiente que acaba de empezar a bajar en carrera. Lo tenía difícil, en esa época del año el cauce estaba crecido, era profundo y sus aguas heladas. Entonces llegó a la orilla y se detuvo, su mente empezó a pensar como no lo había hecho desde que había despertado. Sin perder ni un solo segundo se desnudó rápidamente, dejó sus botas al borde de la orilla y arrojó su ropa a unas plantas que crecían en el agua. Aún mareada y sin fuerzas empezó a trepar hacia la copa del árbol mas cercano confiando que sus cazadores no la vieran hacerlo.
- Dioses dejad que vea un nuevo amancer – pensaba mientras se le desollaban las manos trepando por la rugosa corteza del árbol.
En cuestión de poco tiempo aparecieron sus perseguidores, los primeros a caballo y después otros a pie. Entonces se pararon junto a la orilla y recogieron las ropas de Aliora.
- ¡Valiente estúpida! Que las aguas heladas acaben con tu vida de la forma más lenta posible – exclamó un elfo que vestía una elegante armadura de cuero.
Aliora aguantaba como podía los gritos que deseaba dar por el frío y por el dolor que padecía su cuerpo expuesto a la intemperie.
Desde unos metros por encima de sus cabezas, y rogando que no la descubrieran, pudo reconocer los emblemas que lucían las armaduras de los soldados. La casa Arborshyte, la casa Wyniol y también uno que le resultaba demasiado familar…Sylverian, la casa a la que pertenecía y de la que era heredera. Los soldados se debatían entre hacer una batida río abajo o dejar que el río acabara con ella, pensando que se había adentrado en sus aguas.
- Mi señor, llevamos días a paso forzado para llegar hasta ellos – decía un soldado al que debía ser su superior – nuestros hermanos están cansados, el daño ya está hecho y la traidora…bueno, seguramente este muerta o a punto de morir.
- Lo entiendo, no seguiremos adelante, volveremos a informar de su muerte – asintió el jefe de expedición. Acto seguido ordenó la retirada.
Pasado un tiempo prudencial, Aliora descendió del árbol como pudo y se quedó de pie junto al tronco. Abrazaba su cuerpo desnudo para mantener el calor, su mirada quedó perdida en la pendiente por donde se fueron y su mente quedó en blanco.