Las sombras de Hlaungadath

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--Savras--
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Las sombras de Hlaungadath

Mensaje por --Savras-- »

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La gigantesca ciudad envuelta en sombras se situó sobre las antiguas ruinas del desierto, cubriéndola con su sombra. El antiguo cántico había vuelto a resonar después de siglos entre los antiguos salones de Ascore, el camino tanto tiempo olvidado volvía a estar abierto.

Las sombras observaban orgullosas el muro grabado donde un portal brillaba con una luz azul e intensa, como los fuegos feéricos.
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El moribundo desierto se volvió incluso más silencioso de lo que era. En la quietud, figuras oscuras que no temían a las sombras que habitaban las ruinas se reunían. Los antiguos caminos se habían abierto, y ellos estaban dispuestos a cualquier cosa para hacerse con su control.
La Red Negra se disponía a extender sus hilos.
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Daan
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Re: Las sombras de Hlaungadath

Mensaje por Daan »

Aparecieron en los Salones de Moradin, y Bardin cayó de rodillas inmediatamente, rezando por haber llegados sanos y salvos con la reliquia a un lugar seguro pero con el corazón encogido por los últimos acontecimientos antes de regresar. Gregor se dejó caer en un banco del templo con el ceño fruncido de preocupación mientras Daan andaba de un lado para otro y gesticulaba con las manos.

La cagamos… la hemos vuelto a cagar… la madre que nos parió, ¡siempre nos pasa lo mismo!

Primero sagas, ahora sombras… –murmuraba el cambiante con hastío y la mirada perdida.

Daan se sentó a su lado y sacó una botella de negro amargo, pegó un trago largo ante la desaprobadora mirada de los sacerdotes y se la tendió a Gregor, que la imitó intentando que el alcohol le quitara el mal sabor de boca.

¿Crees al menos que la Gran Sombra esa nos deberá un favor? –preguntó Daan indecisa, aunque la mirada escéptica de Gregor era una respuesta más que elocuente.

Bardin se puso en pie con resolución.

Informaremos a la Orden de Caballeros y pondremos solución.

Daan suspiró.

No… la Orden nooo…

La Orden sí. Es mi deber. Y ahora, busquemos a los otros. Deberían estar en algún lugar de la ciudad.

Salieron de los Salones de Moradin con ánimo inquieto y buscaron al resto de su grupo. Al menos habían recuperado una reliquia enana, acabado con un dragón, saqueado un tesoro y obtenido una jugosa recompensa. Qué hubieran liberado algo para el Gran Príncipe de las Sombras en el proceso era solo… un daño colateral.
*****

I. Una nota escrita con sangre…
Aquello les pasaba por meterse donde no les llamaban, pensaba Daan ya en su habitación de La Rosa, jugando con Jinx y un cordón de su bota, perdida en sus pensamientos.

El Rojo pagaba bien y daba trabajos coherentes, aunque fueran peligrosos. Acabar con dos piratas que estaban bloqueando el comercio y el contrabando entre Sundabar y Eterlund, recuperar una caja de material, un extra por los meñiques de los capitanes gemelos, que eran unos hideputas de cuidado… aquello era pan comido para ellos, más puntos con su hombre de negocios favorito y, para los demás, una misión inocente para un tabernero en apuros.

Había sido emocionante el asalto al barco, aunque tuviera las imágenes vagamente difusas tras golpearse la cabeza. El gran navío negro no se esperaba que la cochambrosa barcaza le asaltara a él, y lo demás fue fuego, magia, estirges atacando como una nube su pequeño velero, todos refugiándose en la sentina de la barcaza, todos saliendo afuera para controlarla porque el majara del capitán había bajado también abandonando el timón, Danowl y ella intentando controlar el barco mientras los demás luchaban con las bestias, el rescate de los caídos al agua tras el terrible choque contra las rocas… Divertido. Extremadamente divertido. Y consiguieron averiguar que aquellos mamones eran tan peligrosos porque conocían con pelos y señales las rutas y horarios de los barcos que partían de Sundabar.
Aquello apuntaba a algo más que simples piratas, pero tampoco era su trabajo e iba más allá de lo acordado, aunque Bardin no dejara de insistir en alertar a una guardia que ya sabían que estaba sobornada y en el ajo.

Por suerte, una vez en Eterlund, ellos contaron con la ayuda de Tymora y Aku consiguió localizar rápidamente el antro que buscaban, con sus clientes gemelos de mala catadura moral. De nuevo, hubo que parar a Bardin, que quería entrar de incógnito con su armadura brillante de caballero y su porte de brazo armado de la Ley. Menos mal que Logan lograba siempre convencerle y dejaron que Aku, sigiloso como pocos, Amatista y ella misma comprobaran antes de hacer nada la situación dentro del local; que era, como era de esperar, un antro abarrotado de matones, marineros de mal vivir y sus dos queridos piratas, a los que apodaban Los Carniceros.
Daan meneó la cabeza en la habitación, mientras se repetía que no iba a volver a usar el truco de la seducción en su vida. Hubiera sido fantástico poder sacar a ese par de sádicos del local y apalizarlos fuera como merecían, pero fue imposible. Les traicionara la mirada de mala leche de Daan cuando se pasaron con las manos o la boca de Amatista cuando mencionó el barco de los Carniceros, el asunto acabó mal. A hostias, como siempre.

Bardin y Logan entraron en tromba, Aku comenzó a disparar a diestro y siniestro, Amatista acribilló a varios a pedradas y ella misma sacó sus dagas a trabajar. Minutos después, el local se había vuelto una auténtica carnicería y ella tenía los meñiques de los piratas en el bolsillo, aunque debió dar más importancia al tatuaje que tenían en las muñecas, un dragón cayendo sobre un sol oscuro, al que apenas echó un vistazo.

Después vino la investigación, y el descubrimiento de que la peor carnicería no había sido la que habían iniciado ellos. El almacén con los instrumentos de tortura. Las habitaciones con mujeres degolladas. El cuarto empapelado con piel humana y los escalofriantes cuchillos que usaban para ello. Daan no tenía el estómago sensible, pero la ira estuvo a punto de llevarla a quemar el lugar hasta los cimientos si Bardin y Aku no la hubieran detenido.

Y abajo, entre aparatos repletos de cadenas cuyo funcionamiento prefería no averiguar jamás, aquellas palabras escritas con sangre: “Padre Moradin, perdona mi fracaso. Guía a otro hermano hacia mis pasos. 01003-O”.
De nuevo, no era de su incumbencia, pero la curiosidad le llevó a buscar entre las cajas y encontrar el paquete con esa signatura. Además, Bardin estaba allí, y aquella caja con sello de Adbar era la excusa perfecta para que no les diera más problemas con El Rojo.

Así, mientras un Bardin indignado se dirigía a Adbar con el propósito de entregar la caja a sus dueños y hacer justicia con el pobre enano que había caído en manos de aquellos desaprensivos, los demás acudieron a La Moneda Escarlata con su misión cumplida, a cobrar la recompensa.

Al final todo había salido a pedir de boca, sus bolsillos acabaron llenos y el mundo contaba con dos cabronazos menos. ¿Quién iba a decir que aquello era sólo el principio?
*****
Daan - Perista profesional y lianta ocasional en paradero desconocido
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Daan
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Re: Las sombras de Hlaungadath

Mensaje por Daan »

II. La Ciudad de los Umbra
Bardin había aparecido días después, con su típica mirada resolutiva y una seria propuesta. Había encontrado a la familia del enano que había muerto a manos de Los Carniceros, que le había contado que su pariente, Adalaer del clan Forjapresta, estaba buscando una antigua reliquia de Moradin y necesitaba ayuda para encontrarla y terminar su labor.

A Daan aquello no le sorprendió, porque Bardin era así por naturaleza. Después del oro que se habían llevado con su apoyo estaba a punto de ofrecerle ayuda simplemente por simpatía, pero además mencionó que la familia pagaría una notable suma a los que colaborasen. ¿Qué más se podía pedir? Bueno, quizás que el destino no estuviera en el desierto sino algo más cerca, pero tampoco podía quejarse demasiado.

Por supuesto, no fue la única que se sumó al barco (o a la búsqueda del barco, que era la única pista que la familia había proporcionado), y una comitiva relativamente numerosa se unió a la aventura, como siempre por distintos motivos. Danowl y Logan siempre estaban dispuestos cuando se trataba de ayudar a su amigo enano y Molnar estaba ya incluido en cuanto la palabra reliquia apareció en los labios de Bardin; Ángela y Aethelwyne no iban a dejar solo a su compañero de la Orden y la buena voluntad llevó también a un paladín llamado Arthur, a la clériga Norana y a la elfa Deilara a incorporarse para ayudar en lo que podían.
Con un poco de organización y un rápido viaje en grifo combinado con portales, el grupo llegó velozmente al Oasis del Anauroch para iniciar desde allí la búsqueda, con el añadido de que, en un último instante, el carpintero Elaras cruzó el portal con el resto del grupo. Con su tono siempre alegre, no lo había pensado dos veces al ver a Danowl, el portal y la gente, a sabiendas de que algo interesante se estaba cociendo.

Así, tras aprovisionarse en el Oasis, partieron bajo el sol inclemente en busca del barco de piedra y la reliquia de Moradin que el enano Adalaer jamás había llegado a encontrar, en un desierto que cada vez estaba más infestado de gnolls zhayinos, de aguijoneadores y otros bichejos venenosos con escamas o quitinas, cuyas tormentas de arena dividieron al grupo en numerosas ocasiones. Pero aquello podía retrasarles, pero no detenerles.
*****
Aymrith, la Dragóna Azul de las Arenas. Ella sí que podía ser un obstáculo insalvable. Cuando la observaron extender sus alas frente a ellos al atravesar un barranco, un pavor sobrenatural inundó los corazones de aquellos que no estaban protegidos contra aquella magia poderosa.

Con un grito de batalla, Bardin y Danowl cargaron por delante, mientras los que podían sacaban las armas y se preparaban para vender caras sus pieles. Logan conjuró concentrándose, conjuró de nuevo sobre una pequeña bolita de ámbar, tomó impulso levantando y doblando una pierna, y la lanzó contra el gigantesco dragón, mientras con la otra mano se sujetaba el picudo sombrero.

Aymrith, cubierta de una fina capa de ámbar tan ocre como el desierto. La dragona quedó congelada inmóvil ante los patidifusos luchadores. Daan cayó al suelo riendo por la tensión cuando el pavor mágico desapareció. Bardin y Arthur sujetaban a Molnar, que seguía golpeando ciegamente casi agrietando la prisión de resina, mientras Ángela ayudaba a Norana. Logan se limpió las manos en la túnica.

– Quietecita estás más guapa.

– Si te vuelve a ver, Logan, querrá sacarte las entrañas –le advirtió Daan señalando al lagarto con la mirada, divertida.

El mago rió y se encogió de hombros.

– No es la primera vez… ni creo que sea la última.

Aymrith, ella sí que podía ser un obstáculo insalvable. Pero lo sería para otros, cuando el efecto del conjuro desapareciera varios días después.
*****
Habían recorrido muchos kilómetros desde el encuentro terrible cuando encontraron en la arena el cadáver de un humano semidevorado por unos gnolls y sus hienas. Una víctima más, de no ser porque el tatuaje de un dragón cayendo sobre un sol negro del cuerpo recordó a Daan la marca de Los Carniceros.

– Zhent –indicó al resto del grupo con tono serio, mientras Arthur, Norana y Angela examinaban el cuerpo, descubriendo que no había sido un mordisco gnoll sino una daga mágica la que había acabado con aquella vida. Logan señaló en dirección a su destino, Ascore.

– Umbras.

Zhents y umbras. Y los gnolls de Quilmeash devorando sus restos.

Elaras soltó una pequeña exclamación señalando uno de los precipicios que se hundían en el desierto.

– ¡Algo púrpura se mueve en ese agujero!

Los que habían peleado con los gnolls se alarmaron rápidamente y apresuraron al resto. No querían pelear con un gigantesco gusano de las profundidades salido de aquella grieta repleta de recovecos. El descanso fue breve, lo justo para que los clérigos dieran sepultura al cuerpo. El camino no se extendió mucho más antes de encontrar una patrulla umbra terminando con lo que parecía otro grupo de aventureros.

La lucha fue rápida, breve y salvaje. Los umbras cayeron aunque vendieron cara su piel. Los cuerpos del suelo develaron al ojo atento el tatuaje de los zhentarim y un trozo de piel con unas runas y un nombre: “El Orgullo de Moradin”.

Daan le tendió la piel a Bardin con una mirada significativa. Los zhentarim habían secuestrado al enano de Eterlund buscando algo muy concreto. Los umbras habían salido de su territorio habitual para acabar con los zhents. Las hienas del liche Quilmeash se alimentaban de los despojos y sus gusanos observaban. Y ellos se estaban metiendo en algo que cada vez parecía más grande.

Un escalofrío de tensión y emoción había recorrido la columna de Daan en aquellos momentos, cada vez más cerca del puerto de Ascore. Comenzaban las apuestas altas.
*****
El puerto de Ascore estaba lleno de una inusitada actividad umbra que parecía dirigida a localizar algo muy concreto, rebuscando en los barcos petrificados de un pasado lejano en el que la arena había sido un mar. Parecía que todos los seres inteligentes de aquel rincón del desierto habían decidido salir a la vez tras la misma reliquia, en una carrera desenfrenada; y también violenta, conforme su grupo encontraba patrullas umbras y se enfrentaba con ellas, dejando un reguero de hombres-sombra muertos en el proceso, avanzando de barco en barco. Sudaron y sangraron para conseguir apresar uno con vida que poder interrogar.

Claro está, interrogar significaba algo muy distinto para los distintos integrantes de la comitiva, y Daan apretaba con fuerza su cachiporra mientras Bardin trataba de dialogar con el umbra.

– Si no nos hubieseis atacado, podríamos haber solucionado esto de otra forma...pero vosotros lo habéis querido así… –amenazaba el enano al umbra prisionero.

El umbra devolvió una mirada desafiante.

– ¿Cuánto creéis que tardarán en venir más?

– Si intentan lo mismo, acabaran igual que el resto.

– Os he visto acabar muy mal por una simple patrulla de reconocimiento. Yo no sería tan orgulloso... enano –le escupió sangre a la cara.

Bardin se contuvo mientras Daan se moría por terminar la conversación a cachiporrazos, Elaras intentaba convencer a Bardin de la conveniencia de preguntas contundentes y Danowl se mordía el labio conteniéndose. Pero ni Angela, ni Arthur, Deilara o Noraban iban a acceder.

– Te lo repetiré. Danos la información que poseas, y podrás marcharte.

– Habéis matado al que poseía la información, idiotas.

– No te va a decir nada –maldecía Danowl mientras partía con Molnar a rebuscar información entre los cuerpos.

– Seguro que sabes algo –insistía Bardin.

El umbra rió. Miró al cielo.

– ¿Cuantos crees que somos, enano?

Y entonces todos vieron el punto oscuro que se acercaba desde las alturas a gran velocidad.
*****
Aymrith, la dragona terriblemente enojada que Logan había envuelto en un sarcófago de ámbar. No era ella. Ojalá hubiera sido ella. Era el maldito Castillo de los Umbra entero. La sangre de todos se heló.

– ¡A cubierto!

– ¡Coged al umbra, que no escape!

– ¿A Ascore?

– ¡A los barcos!

– ¿Molnar? ¿Dónde está?

– ¡Venid todos! ¡Escondeos! –gritaba Angela.

Corrieron a buscar resguardo entre los navíos de roca mientras la ciudad tapaba el sol y se situaba sobre las ruinas de Ascore. Daan sujetaba con el cuchillo al cuello y amordazaba al umbra que Arthur había arrastrado, y Elaras había desaparecido sin dejar rastro.
– ¡ELARAS!

– ¡Silencio! ¡Llamaremos la atención!

– Él sabrá cuidarse…

– Tenemos que escapar por portales…

– ¡No podemos dejarlo solo!

– Y yo no pienso dejar la reliquia…

– ¡¡¡Ssssh!!!

Un tenso silencio lo llenó todo durante segundos, sin saber muy bien qué esperar.

Entonces Daan los vio aparecer a través de una grieta del navío, no muy lejos de ellos. Más de una docena de magos umbra, enarbolando disciplinadamente sus bastones, descendiendo en formación acompañados de su respectiva guardia.

– ¡Oh dioses! –exclamó Molnar

– JODER –se estremeció la sacerdotisa.

– ¡¡¡PORTAL!!! ¡¡PORTAL!!! –gritaba Daan.

Y entonces se desató el caos.

La Urdimbre vibraba alrededor, segundos que se perdían para todos paralizado el propio devenir del tiempo por más de quince magos que desataron un infierno mágico alrededor. Se hizo la oscuridad. Llovió fuego, ácido y magia en estado puro, ilusiones que paralizaban los corazones y una lluvia de virotes y terribles ataques afilados que llegaban desde cualquier dirección.

– ¡CORRED! ¡CRUZAD!

– ¡ELARAS!

Bardin y Danowl luchaban resistiendo como podían a los treinta umbras, Daan se escabullía buscando al compañero perdido, Ángela arrastraba a los caídos hacia el portal que Logan mantenía abierto.

– ¡BARDIN, NO PODREMOS CON TODOS, RETROCEDED!

A rastras con los caídos, cubriendo espalda con espalda, conjuros con dagas, consiguieron retroceder hasta el portal.

– ¡No podemos hacer nada por Elaras! ¡Desapareció!

Cubiertos por un santuario, y aún así malheridos por los cincuenta umbra que habían combatido, Logan y Daan fueron los últimos en cruzar.
*****
Aparecieron en Adbar, con un agridulce sabor en la boca. Habían sobrevivido a una de las batallas más terribles de su vida, habían escapado de un pequeño ejército umbra, pero habían perdido en el camino a un compañero y no habían encontrado lo que buscaban, más allá de apenas unas notas en piel entre los cadáveres de las pequeñas patrullas.

Una resolución firme se dibujó en los ojos de Bardin, secundada por todos a su alrededor.

– Volveremos. Encontraremos la reliquia y si hay alguna posibilidad de que Elaras esté vivo…

La frase quedó en el aire, sin duda de lo que implicaba. Volverían. Lo encontrarían o vengarían. Y ni esos umbras ni los zhentarim se saldrían con la suya.

Elaras no había dado su vida para que regresaran con las manos vacías, no había muerto en vano. Y lo cierto es que, cuando le vieron cruzar las puertas del Gran Salón de Adbar, sucio, magullado y sonriente, comprobaron que, simplemente, Elaras no había muerto.

Entonces llegó el regocijo. Las palmadas en la espalda, las felicitaciones, las risas. Y la alegría al descubrir que no sólo estaba vivo, sino que había logrado hacerse con aquello que los umbras tanto deseaban. Un mapa. Con una X marcando un lugar.

Daan nunca supo cómo lo había logrado, pero aquella noche el alcohol de la victoria corrió raudo. Aquel día habían visto a la Muerte a los ojos y habían escapado de ella, haciéndole un corte de manga. Aquel día… sería para recordar.
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varang
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Re: Las sombras de Hlaungadath

Mensaje por varang »

Riesgo y Recompensa
La habitación de la posada de Adbar estaba iluminada por sólo el fuego en la chimenea. Tras compartir las batallitas de aquel día que podía haber acabado tan mal, Élaras se retiró a la soledad a su habitación.

Mientras iba quitándose las protecciones de cuero e iba dejando su equipo lenta y ordenadamente sobre la cómoda, empezó a recapacitar sobre lo que de verdad había pasado ese día y no había compartido con sus compañeros de aventura.

- Una historia que no quiero contar, quién me lo iba a decir…-murmuró mientras revisaba el estado de su arco-.


Cuando el grupo se dio cuenta de que lo que se acercaba por el cielo era un castillo Umbra; Élaras reaccionó rápidamente, en parte por instinto, en parte por terror. Se lanzó un conjuro de invisibilidad y echó a correr hacia uno de los cascarones de barco, escogió el más alejado de los cadáveres de los demás Umbra, pensando que ese sería el más seguro.

Lo siguiente pasó muy rápido, el grupo entero fue a ocultarse en otra dirección, aún quedaban unos segundos para que la mole aterrizase y Élaras escuchaba a algunos del grupo llamarle. Los vio y valoró sus opciones. Ir con ellos podría ser un acierto o un error garrafal. Era un grupo demasiado grande como para no llamar la atención, quizá si alguien se mantenía al margen podría pasar desapercibido escapar, pedir auxilio… o ser el cebo, la distracción.

Decidió quedarse donde estaba, observando. Vio como los magos tomaban tierra, no tardaron en seguir las huellas del grupo por la arena, encontrarlos y desatar el caos. Estaban muy lejos, si les intentaba ayudar, seguramente él caería y lo sabía. A penas se dio cuenta de que uno de los magos pasó por su lado, adentrándose en el cascarón del barco con premura. Su foco de atención cambió y siguió al Umbra.

Afuera se escuchaban gritos, explosiones, incluso escuchó su nombre un par de veces. Pero lo que tenía delante le dio a entender que si volvía con sus compañeros ahora, todo esto no valdría para nada.

La suerte o quién sabe qué dios, le puso delante de lo que estaban buscando. El Umbra había entrado apresuradamente para abrir uno de entre muchos cofres que habían ahí dentro y recoger un cilindro que bien podía contener el mapa que los enanos buscaban. Sólo cogió eso, debía de ser importante. La lucha seguía ya no se escuchaba ahí fuera, ellos habían sido la distracción.

Élaras esperó paciente a que el Umbra se incorporase mientras escogía con mucho cuidado la flecha que pensaba usar. Cuando el mago se encaminaba hacia afuera, un elfo con un arco que apuntaba a su garganta le apareció delante.

- Shhhh… elije bien tus movimientos y tus palabras, y saldrás de aquí con vida -susurró el elfo-.
- ¿sabes cuántos de los míos hay ahí fuera? Si me haces algo, te oirán. Tus amigos ya deben de estar muertos –el mago, aunque inmóvil no parecía intimidado por el elfo-.
- Esta flecha te convertirá en piedra, morirás y yo escaparé con eso antes de que tus amigos entiendan qué ha sido el ruido que va a hacer tu cuerpo cuando se rompa en mil pedazos. –Élaras hablaba tranquilo, más bien parecía que intentaba convencerle, no amenazarle-. Vamos, suelta eso y vete.

El mago dejó lentamente el cilindro en el suelo, Élaras le dejó paso. Destensó la cuerda del arco relajando un poco los músculos.

Cuando el mago le dio la espalda dirigiéndose al exterior, la madera crujió, la flecha silbó y el cuerpo petrificado del Umbra reventó en mil pedazos al caer al suelo.

Élaras cogió el cilindro, tocó la gema de su túnica y desapareció mientras escuchaba como los Umbras entraban en tropel al cascarón del barco.
- Creo que han gritado que iban a Adbar, qué suerte la mía –pensó-.


Se detuvo un momento mirando el grabado que él mismo había hecho en su arco, pensando; "fue a sangre fría, fue necesario… no quiero contar esta historia porque siento vergüenza, vergüenza por mi ausencia total de remordimientos…"

- Quién me lo iba a decir... - volvió a murmurar desviando la vista al fuego-.
Toda la oscuridad del mundo, jamás podrá apagar la luz de una velita.
Brenn / Elaras Nuelaf / Budd / Vulvayn / Deläggerson / Bakuh
D.E.P. Varang Grey, Naralas Nuelaf, Vulzart Klent, Jarol y Bandy. Víctimas del paso del tiempo.
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Re: Las sombras de Hlaungadath

Mensaje por Daan »

III. Tres Hijos de Moradin
Se reunieron en El Descanso de los Páramos unos cuantos días después, tras dar tiempo a Bardin y Molnar a estudiar bien los papeles encontrados. Acudieron pocos del grupo inicial, retenidos quizá por cuestiones importantes, quizá por querer no volver a ver jamás el rostro de un umbra en su vida. El asunto fue que el mapa rescatado por Elaras dirigía a las profundidades de Ascore, y Bardin hizo llamamiento en busca de nuevos aventureros de apoyo, con notable éxito.

Dio la casualidad de que aquel día la posada estaba bien surtida de rostros familiares, y entre ellos Daan y Danowl pudieron distinguir la siempre cambiante pero amigable cara de Gregor. Drum y Santino se unieron al escuchar la palabra recompensa, y dos estudiosos llamados Maelis y Loomyldor por la posibilidad de adentrarse en las profundidades de esa ciudad perdida. Para disgusto de Daan, también estaba allí la problemática Ruavia, que ya había causado problemas en otras ocasiones en las que habían coincidido y que quería ir para vengarse de las sombras por vete tú a saber qué motivo y botines.

Su compañera Laydan insistió en que la mantendría bajo control, Bardin insistió en que no toleraría desacatos, Daan en que Ruavia acabaría atada e inconsciente en una grieta de las ruinas si le tocaba las pelotas y Ruavia en que tendrían que intentarlo. Se planteaba así un viaje agitado, que podía terminar muy mal si un mago umbra conseguía detectarlos y abrir la boca antes de acabar con él. Por suerte, no era la primera vez que Drum y Daan trabajaban juntas infiltrándose y la estrategia no era complicada, si todos se coordinaban bien. La única dificultad… sería coordinarse.

El nuevo grupo se dirigió hacia esas ruinas que controlaban el acceso al desierto pero con intención no de cruzarlas, sino de descender por ellas. No parecía sencillo. El punto señalado en el mapa estaba en lo más profundo de la ciudad, entre los papeles robados a los hombres sombra habían encontrado la orden de “exterminar a cualquier visitante, acabar con la reciente afluencia de zhents y hacerse con lo que buscaban antes que ellos”, y el ominoso Castillo de los Umbras, flotando sobre el lugar, no auguraba un viaje tranquilo.
Daan y Drum se adelantaron, comunicadas mágicamente con Bardin y Loomyldor. Patrulla tras patrulla, localizaban a los magos, aguardaban el momento y les rajaban el cuello saliendo de las sombras antes de que pudieran desatar su poder, dando paso al resto para terminar con los grupos de guerreros y asesinos que atacaban desde la oscuridad. Así llegaron a las ruinas más o menos intactos. Consiguieron escabullirse hacia los niveles inferiores sin dar la alerta o dejar testigos, y tuvieron la suerte de que ningún umbra vio cómo la salvaje Ruavia discutía con Drum casi hasta el punto de que Daan dudó entre cumplir su promesa o controlar a Danowl, cuya vena de la frente parecía casi tan hinchada como cuando atacaba osos.

Sin embargo, la sangre no llegó a la piedra, y avanzaron. Conforme se adentraban la oscuridad se hacía más profunda, las patrullas más numerosas y algunas de ellas las encontraron especialmente alertas, haciendo el trabajo de Drum y Daan más complicado, y el de los otros más peligroso. Estaba claro que se acercaban al lugar señalado.
Cruzaron la negrura más profunda que habían visto jamás en el lugar, siguiendo a sus guías agarrados a la capa del compañero de delante. Se enfrentaron a una docena de guardianes. Y llegaron al escenario de un ritual. Daan se acercó, confiando en que Drum hiciera lo mismo, a los cinco magos que trabajaban junto a una pared, rodeados de sus guardianes. Guardianes que estaban alertas y prevenidos. Cuando se quiso dar cuenta, los magos ya estaban conjurando, las estocadas llovían sobre ella y se hizo la oscuridad.
*****
Despertó dolorida junto a Loomyldor y Molnar, que estaban terminando de vendar unas heridas, haciéndole beber pociones y ofreciéndole cerveza para animarla. Sonrió. Por Tymora, había sobrevivido y por lo que pudo saber le debía una al primo calvo de Bardin.

Los umbras habían muerto, y el grupo contemplaba con asombro la barrera mágica que separaba el Ascore de los umbras del reino de los phaerimm, que se agolpaban aquella vez contra la pared invisible mostrando sus espeluznantes figuras. De no existir aquella barrera, era para preguntarse si La Marca seguiría existiendo.

Muy cerca de allí, donde los magos habían estado investigando, unas runas cubrían la pared con tres sellos dibujados en el suelo. “Tres hijos de Moradin”, rezaban las runas en enano, sin que mecanismo alguno pareciera estar presente. Hogar, Viaje y Camino, representaban los sellos del suelo, como Bardin rápidamente identificó. Y los enanos tenían aquellos retazos de piel obtenidos en el desierto, con fragmentos de una plegaria que completaron con las palabras que hallaron en los cuerpos de los magos umbras. Como Gregor advirtió en su forma de raksasha, tras los sellos había marcas de un portal antiguo cerrado mucho tiempo atrás, y todo pareció encajar.
Tres hijos de Moradin. Les faltaba un enano, pero quizás tenían una forma de solventar eso: los ojos de varios se giraron hacia Danowl, la elfa criada por humanos y fuerte como un semi-orco que adoraba al dios enano Hanseath y bebía alcohol casi como el mismo dios.

Mientras parte del grupo contemplaba la barrera y los phaerimm con una mezcla de repulsión, vigilancia y –algunos– temeridad acercándose a la barrera, otros contemplaron cómo Molnar, Bardin y Danowl se situaban sobre los sellos y entonaban juntos su plegaria.

– Por nuestros nombres y nuestras vidas que los pasillos de nuestros padres perduren por 10.000 años.

Se hizo un silencio incómodo en el que no pasó nada y todos cruzaron las miradas.

– ¿Y si probáis a decirlo en enano? –sugirió Santino.

Un murmullo conforme se elevó en el grupo, dándole la razón. Y los tres recitaron:

– Rhurh r'athkhurth rurlpohath o r'athkhazth gatazth, k'a nurth rhazthannurth ta r'athkhurth rhazthath rh'atazr rhahlazraziath t'hazrka 10000 azñur.

Y entonces el portal se abrió, y Danowl sonrió ampliamente, orgullosa de que Moradin la aceptara entre los suyos.

– No os puedo pedir más... –Bardin miró al resto con decisión–. Si no queréis, no vengáis. Pero yo he de ir…

El resto le miró escéptico.

–¿Te crees que a estas alturas nos vamos a quedar atrás? –sonrió Daan con una curiosidad malsana brillando en los ojos.

Y todos cruzaron el portal.

–Sólo espero que sea bidireccional –murmuró Maelis antes de entrar.
*****
Semanas atrás, unos aventureros en el desierto habían esperado a un dragón vengativo cuando se abalanzó una ciudad de sombras sobre ellos. Aquel día, iban preparados para enfrentar a todos los umbras de la inmensa ciudad cuando se encontraron con un durmiente dragón de sombras.
Aparecieron en una cueva helada, sobre un sello en el que apenas cabían todos ellos, y parecía mentira que tan ruidosa comitiva no hubiera despertado al lagarto nada más llegar. Comenzaron a hablar todos en susurros.

– Joder… eso es muy grande.

– ¡Silencio!

– Nos hemos metido en la boca del lobo…

– Al fin Ruavia puede matar a un dragón..

– Shhhhh…

– No os separéis…

– ¡No salgáis del círculo!

– ¿Por qué?

– Yo que sé, las cosas estas son de protección, ¿no?

– Recordad, nuestra prioridad es encontrar la reliquia… nada de luchar innecesariamente…

Los ojos más avispados la vieron. Brillante, grabado con runas y platead, un yunque de Moradin que, por fuerza, debía ser la reliquia por la que Adalaer Forjapresta había dado su vida. Debajo del dragón.

– ¿Podríamos hacer un trueque?

– ¿Alguno sabe comunicarse con dragones?

– Ruavia sabe…

– ¿Qué no sea a cabezazos?

– Ah, entonces no.

– Yo creo que sabe que estamos aquí y se está riendo de nosotros…

– Esperad a ver que dicen Gregor y los magos del sello…

– Ah, ¿pero ha venido Gregor?

Un raksasha ofendido levantó la mano con el pulgar en el lado opuesto.

– Mrrrr… estoy aquí… y crreo que el círrculo sólo es un conjurrro de viaje, y puede, solo es una especulación, que solo los enanos puedan activarrrrrlo con una palabrrra de mando... Segurrramente une ésta lugarrr con algún otrrro... y si hay algún conjuro de prrrotección lo desconozco.

– Entonces voy hacia allá…

– Que lo coja y corremos…

– Pero ¿sabemos la palabra de regreso?

– ¿No sería más fácil matar al dragón y coger todo?

– No es por ser agorera, pero ¿habéis visto la colección de rapiñadores muertos que tiene el animalito?

– Mrr... aunque los drragones de sombrras sean malignos... son crriaturas inteligentes y se deberria poderr hablarr con él...

– ¡Qué más da! Deseadme suerte…

Los susurros se apagaron un momento mientras Drum pisaba el hielo fuera del sello, silenciosa como un gato. Pero en cuanto su pie tocó el hielo, sin poder evitarlo de forma alguna, éste se llenó de grietas de las que surgieron una multitud de esqueletos. El estruendo del combate inundó la sala mientras el dragón permanecía tumbado y todavía roncando.

El grupo se quedó quieto, jadeante, agrupándose en el sello y hablando en susurros de nuevo. Pero lo que muchos no habían visto era el leve movimiento de un párpado reptiliano.

– Ha abierto un ojo…

– Nos ha visto y nos sigue mirando, aunque el muy cabrón se hace el dormido… –maldecía Drum.

– Bardin, habla con él... –propuso Daan.

– ¡¿Cómo?! –exclamó el enano.

– Que le hables, igual así nos da la reliquia.

– No se hablar dracónico.

– ¡En enano, o en común… qué se yo! Es una reliquia enana la que hay que conseguir...

– Yo se algo de mediano si sirve eso –contribuyó la jefa de la Cofradía Gélida.

– ¡Bardin, por tus barbas! Que el bajito eres tú...

El enano se aclaró la voz, acallando a una Danowl que estaba comenzando ya a saludar a la bestia, mientras Maelis contemplaba pensativa la colección de huesos del reptil.

– Pues yo diría que la colección de huesos es de enanos…

El dragón sombrío bostezó, escupiendo monedas y joyas en el proceso. Aspiró las formas espectrales de los esqueletos que se habían alzado y contempló a Bardin con desagrado.

– Enanos... ¿Aún no os habéis extinguido?

“Mal vamos”, pensaron todos.

La conversación sobre la reliquia continuó infructuosamente en el idioma de los enanos mientras el dragón se levantaba y se acercaba al grupo, bloqueando a una Drum que intentaba escabullirse de nuevo y hasta que el dragón se echó a reír, mostrando su envergadura.

– ¿Crees que me importa quién forjara la reliquia que buscas? ¡Soy Hazgor, el Vuelo Oscuro! ¡He masacrado a los enanos que se han atrevido a venir aquí antes que tú!

– Cojones, ¡esto es una afrenta! –exclamó Molnar.

Fue entonces cuando Daan aprovechó el momento. No le gustaba aquello, pero había aprendido a hacerlo, y ahora lo necesitaba. A la sombra del gran dragón y sus compañeros, desapareció, saltando entre el umbral del plano sombrío hacia la reliquia que había quedado libre del peso del dragón.

– ¡La tengo! –gritó, pero a sus espaldas ya se había desatado el caos.
Molnar había cargado, mientras Ruavia y Laydan aguardaron a que la bestia soltara su aliento antes de lanzarse a por él. Bardin y Danowl formaron un muro intraspasable, mientras Drum clavaba en profundidad sus espadas bajo las escamas y los magos lanzaban todo conjuro posible sobre la bestia, cuyas garras lanzaban a los aventureros por aires rasgando carne y salpicando el hielo de sangre. Pero ellos eran muchos. Y el dragón calló y cayó.

Mientras Ruavia abría la carne de la bestia en busca de su corazón, Maelis se secaba el sudor de la frente y el resto atendía a los heridos, Daan se acercó a Bardin abrazando como podía un pequeño pero pesado yunque plateado con el símbolo de Moradin. Habían encontrado su Orgullo.

– Cuidado Bardin… esto pesa…

E inmediatamente se lanzaron todos al saqueo.
*****
Llegó la hora de regresar. Y fue cuando todos, con los petates cargados de oro y objetos de extraordinario valor, contemplaron de nuevo el sello a sus pies.

– ¿Y cómo salimos de aquí entonces? –se preguntaba Drum.

– Creo que a través del circulo –miraba Bardin confuso.

– Una palabra de mando para el portal… –recordó Gregor.

Bardin probó con varias palabras sin éxito.

– ¿Y por qué no lanzas un portal a Adbar, Daan? –terminó por sugerir Danowl.

Para sorpresa de todos, el portal funcionó, y el grupo comenzó a entrar en la ciudad, cansado pero satisfecho. Sin embargo, mientras desaparecían una forma oscura comenzó a perfilarse junto a los últimos en cruzar.
Gregor abrió mucho los ojos, clavado en su sitio.

– ¡Coño!

– ¿Corred? –preguntó Daan, con las armas en guardia.

Una sombra enorme y arremolinada se inclinó ante ellos.

– Gracias por abrirnos el camino.

– ¡No tan raudo! ¡Por aquí no cruzas! –se enfrentó Bardin, poniéndose en guardia.

La sombra rió, ignorando al otro.

– No necesitamos cruzar por ahí. Podéis marcharos, habéis hecho bien vuestro trabajo. En nombre del Gran Príncipe... gracias por vuestra colaboración.

Y se disipó, como si jamás hubiera estado.

Gregor, Bardin y Daan cruzaron el portal hacia Adbar, que se cerró inmediatamente, con la sensación de que algo iba muy mal. Aunque, en el fondo, todo parecía haber terminado muy bien.
******
En la Rosa y el Martillo, cuando el gato se cansó de ella, Daan se pasó los dedos de ambas manos por el pelo y suspiró. “A saber qué mierdas hemos abierto y liberado ahora. A saber qué querían los umbras, a saber qué querían los zhents... y a saber cómo nos salpica esto esta vez”.

Calándose la capucha echó un trago de negro amargo y se dejó caer en la cama. Abrir esa caja en Eterlund había parecido en principio una buena idea…
Daan - Perista profesional y lianta ocasional en paradero desconocido
Seda - Brujipícara y juerguista en paradero conocido (cualquier taberna)
Troy - Metomentodo a sueldo de pelo verde
Nin - El ki al servicio de Selûne
Talhoffer - Tan sólo una espada
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