La Señora Totenkinder

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Don Nadie
Tejón Convocado
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La Señora Totenkinder

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APARIENCIA

Imagen


Doña Totenkinder es una mujer enana de constitución rotunda. Tiene anchos hombros, piernas cortas y manos grandes, callosas tras décadas de trabajo manual. Su pelo es canoso, quizás prematuramente, y todavía envidiablemente espeso. Lo lleva trenzado en un moño más práctico que elegante. Tiene una nariz bulbosa, labios gruesos y pequeños ojos negros enterrados bajo cejas espesas. Su expresión es, la mayor parte del tiempo, amable... Aunque algunos podrán detectar la arrogancia implícita que los adultos usan con niños e imbéciles. Basta que abra la boca para confirmar la impresión: la señora Totenkinder se expresa con brusquedad aún cuando está intentando ser amable.

Sus ropas son una acumulación desgastada de distintas capas de lana, piel y tela calientes. La mayor parte del tiempo usa medias de lana y tres capas de faldas, todo coronado por una capa de piel. Aunque la combinación no adule su figura, la mantiene caliente, y la señora Totenkinder es el tipo de mujer que valora la comodidad por encima de la estética. Quizás por la misma razón, no lleva nada de joyas, aunque hay varios extraños saquitos y piedras colgando de su cinturón. Exuda un aroma peculiar, no necesariamente desagradable, a especias y tabaco.

Doña Totenkinder camina con la ayuda de un simple bastón. Al verla vadear la nieve como si fuera un buey particularmente testarudo, eso si, uno no puede evitar pensar que el bastón no está ahí para darle apoyo, sino para aporrear cualquier obstáculo en su camino.

PERSONALIDAD


La señora Totenkinder es una mujer despiadada de convicciones fieras.

Sabe lo que la vida ofrece a los buenos, los débiles, los amables. Cree que la bondad, la legalidad, la merced y la fe en los dioses son cosas estupendas cuando uno vive al borde de un bosque encantado donde los malditos unicornios y las hadas te traen cada almuerzo... Pero en el mundo real, uno debe estar listo para usar métodos escabrosos por buenos (o, simplemente, necesarios) fines.

En sus mejores momentos, doña Totenkinder es protectora y maternal, rescatando jóvenes problemáticos y manteniéndolos a salvo con la fiereza de un dragón. Ha salvado a muchos enanos de muertes seguras y les ha ayudado a encontrar la justicia que clérigos y jueces eran demasiado tiquismiquis para ofrecer. Totenkinder suele mantener su palabra porque sabe que hay valor en ello, no porque esté esencialmente en contra de las mentiras. Le disgusta la crueldad gratuita, eso sí, y no tolera a aquellos que usan la violencia y la intimidación para sentirse poderosos.

Sin embargo, la señora Totenkinder también es cabezona, brutal, y más que capaz de guardar rencores. Siempre elegirá el método más efectivo para lograr sus objetivos, independientemente de cuán inmoral sea, y perseguirá sus metas con constante e incansable dedicación. Quienes traicionan a Totenkinder habrán encontrado una enemiga de por vida, aún si se arrepienten de sus acciones. También le habrán ganado una enemiga a sus familiares y aliados. Tiene poca paciencia por los escrúpulos, las costumbres y las tradiciones que muchos enanos adoran. También a diferencia de muchos enanos, no es particularmente devota, aunque siente algo de afinidad con Abbathor, el dios de la codicia.

TRASFONDO


I. Una familia unida


Marla era la hija de una familia mercantil altamente respetada. Su padre era un abogado sabio, amable y piadoso, defendiendo no a los fuertes o los débiles, sino a la Ley. En las fronteras de su hogar, sin embargo, el padre de Marla también era un hombre agresivo que maltrataba a la madre de Marla por no darle un hijo y a ella por no ser varón. Nunca llegó a hacerles sangrar. Era, sin embargo, controlador y dado a usar su bastón para establecer lo que consideraba una adecuada disciplina. "Esto me duele", decía, "Pero sabes que te lo mereces. Sabes que las acciones deben tener consecuencias." Marla sentía hacia él el respeto dado a los tiranos que, cuando tu mundo es estrecho, puede confundirse con el amor. Conocía su sitio en aquel pequeño mundo, y por la mayor parte de su juventud no se hubiera atrevido a admitir que su familia estaba podrida.

Hizo falta el suicidio de su madre para despertar a Marla. Para cuando su madre se rindió y tomó veneno, sin embargo, Marla había sido casada con uno de los colegas de su padre y la nueva pareja estaba viviendo en la mansión familiar. Marla ni quería ni apreciaba a su marido, que aún no era violento pero demostraba una preocupante tendencia a imitar a su padre. Embarazada de su primer hijo, Marla no sentía el instintivo cariño que, a decir de los clérigos de Berronar Argéntica, eran naturales en una madre. Sólo se sentía asqueada. Marla se sostuvo con nauseas durante el funeral, a duras penas conteniendo las ganas de vomitar cuando su padre describió la muerte de su madre como “el resultado de una trágica enfermedad”. Sus lágrimas le ganaron una dura mirada del padre, mirada que predecía un castigo. A duras penas podía respirar. Fue entonces que decidió salir corriendo.

Escapó en el medio del funeral, corrió a través de los corredores de la Fortaleza de Adbar hasta llegar al exterior y desaparecer en una tormenta de nieve. Estaba desesperada, y lista para morir. Camino al azar en la ventisca, hasta que los gritos de los guardas fueron devorados por el vendaval. Se dejó caer al suelo, agotada, dejando que su cuerpo se zambullera en el cálido abrazo de la hipotermia. Allí habría terminado su historia.

No lo hizo.

II. Cosas Antiguas

Hay cosas en lo salvaje. Cosas que olfatean y tienen hambre, como los lobos. Cosas que esperan y escuchan, como los ciervos. Hay también cosas antiguas, que olfatean, escuchan y tienen hambre, pero carecen de orejas, patas o dientes. Cosas ancianas y peligrosas.

Una de estas cosas encontró a Marla.

“Estás aquí”, dijo. Su voz era una calidez en el pecho de Marla, tenía un tono de sorpresa. Marla abrió los ojos, pero sólo podía ver una alta sombra humeante. ¿Eran esas curvas cuernos? ¿Era aquello una única ala? Y esa línea blanca como una sarta de perlas, ¿eran sus ojos o sus fauces?

“Te han hecho mal”, continuó. “Tienes un deseo. Hay cosas que quieres y no tienes”, dijo. ¿Como era posible que un susurro, tan leve, tan dulce, se oyera en medio de la ventisca?

“Hay cosas que tienes y no quieres”, añadió. Aquellas palabras hicieron que Marla sintiese un dolor en su vientre, pero la calidez era tan tranquilizadora… Y, a su modo, el dolor parecía correcto, lógico, adecuado. Como si la fuese a liberar de una carga innecesaria. “Es posible”, dijo la Cosa Antigua con lentitud, dejando que cada palabra cayese sobre ella como una piedra en un pozo profundo.

Se hizo el silencio. El corazón de Marla latió más y más lento: una, dos, tres veces antes de que volviera a susurrar.

“Puedes decir que no. Puedes decidir que no quieres que tu deseo se haga realidad. Que estás satisfecha con este final. Entiende esto: puedes rendirte o puedes salvarte”

“Esta vez, eres tú quién elige”.

Marla abrió de nuevo sus ojos, pero la sombra se había marchado. ¿Había sido su imaginación? ¿Qué querían decir sus palabras? Por un momento la respuesta flotó justo al borde de sus pensamientos conscientes, el movimiento levantando ondas sobre una superficie serena. Marla luchó contra el deseo de reprimirse. De esconderlo de sí misma, de esconderlo de todos, de continuar como se supone que debía de ser, como le habían enseñado a ser, como era aceptable y tradicional y correcto. Estaba avergonzada de su deseo… Pero era su elección.

“Lo deseo”, dijo al fin.

Conforme habló el dolor cruzó de nuevo su vientre, su pelvis, sus huesos. Dolor como si se estuviese partiendo en dos. Con el dolor, sin embargo, vino también una nueva forma de energía, de poder. No se sentía fría y entumecida. Sus pensamientos y su voluntad se habían vuelto nítidos, afilados como una daga. Empujó sin vacilación, encontró una piedra afilada que pudiera servirle de cuchillo, una roca plana que pudiera servirle de altar. Tenía un deseo. Poder, libertad, venganza. Tenía un deseo, y lo iba a hacer real.

Podía sentir en la nuca el aliento de la sombra. Rápido y ansioso. Hambriento e invisible.

III. La bruja piruja

La Cosa Antigua le concedió su deseo. Marla sobrevivió la ventisca. Su padre, marido e hijo, no. La niña Marla guardó su nombre, renunció a sus apellidos, se dio a conocer como Totenkinder. “Niñomuerto”, en una de las lenguas humanas habladas por los bárbaros distantes.

Durante las décadas siguientes, Totenkinder vagó por bosques, montañas y asentamientos. Comulgó con cosas antiguas y peligrosas, les ofreció tributo a cambio de poder. Este poder lo utilizó para sobrevivir y prosperar, para convertirse en mucho más de lo que su padre jamás habría permitido. Para convertirse, por encima de todo, en una mujer libre.

Pasó a convertirse en un elemento incómodo pero necesario en las comunidades. Vivó al borde de asentamientos por varias décadas hasta que algún bienpensante, bienintencionada y enteramente errónea autoridad la expulsaba por crímenes contra le decencia, la moral o la tradición. Asentada, ofrecía los servicios tan necesarios como prohibidos: el veneno para una esposa desesperada, el abortivo para una niña, la curación para un leproso, el refugio para un ladrón hambriento. Protegió y maldijo como hizo falta, guiada siempre por su propio sentido de la justicia. Valoró el respeto, castigó la intimidación. Usó cuantos métodos consideró necesarios sin preocuparse por lo que otros considerasen seguro o legal.

Quienes llegaron a conocerla en aquel entonces sabían que doña Totenkinder conseguía resultados. Sabían también que el precio era siempre alto.
Hace un año, sin embargo, las cosas cambiaron para peor. Por lo general, doña Totenkinder abandonaba pequeños asentamientos por unos años cuando se le echaban encima los clérigos y otros bienpensantes sin nada mejor que hacer, que consideraban que sus ideas eran maliciosas, sus acciones pecaminosas y su mera presencia “una mácula impura en el alma de nuestra comunidad”. Esta vez, sin embargo, doña Totenkinder fue condenada legalmente y por razones bastante tenues.

El dueño de la mina local había exigido una poción para recuperar su virilidad y juventud. Totenkinder no solo era incapaz, sino que no tenía la más mínima gana de seguir una orden así. Al fin y al cabo, uno de sus más férreos principios era negarse a obedecer idioteces, especialmente por imbéciles del estatus de su (“misteriosamente”) fallecido padre. El dueño, por su parte, estaba furioso. No se había quejado de Totenkinder cuando aparcó su carromato a las puertas de la ciudad, ni cuando varios miembros del comité dados a golpear a sus esposas habrían muerto de una sospechosamente similar “indigestión”, ni cuando uno de los profesores más encantadores, uno que continuamente cuidaba de los niños más tímidos y silenciosos, se había suicidado justo antes de descubrirse ciertos datos un tanto preocupantes. Pero faltarle al respeto, ¡a él!

Pronto, Totenkinder se encontró con un guardia en la puerta. Por fortuna, el hombre era un idiota que aceptó un té antes de llevársela a la cárcel. Té evidentemente sazonado con un poderoso somnífero. La señora Totenkinder recogió sus cosas y, dejando atrás su caravana, abandonó la ciudad.

Temiendo los contactos del rico dueño de la mina, Totenkinder decidió dirigirse al sur, a las tierras humanas. Confiaba en así escapar de la draconiana justicia enana. En su mente, no había cometido crimen alguno, y por ende no iba a ser castigada. Confiaba en que al sur encontraría un nuevo refugio, un lugar donde ser respetada, temida y rica, sin inclinarse ante costumbres antiguas y absurdas. Un lugar donde empezar, otra vez, su vida.
Aédas - Caballero fallido * Earil - Hilavientos de Shóndakul * Eos - Magistrado de Gárgozh * Marla Totenkinder - Bruja piruja * Zahara Al'Farasha - Cambiaformas
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