Los negocios son los negocios...
Publicado: Lun Feb 10, 2020 4:10 pm
A Daan le gustaba La Moneda Escarlata. Rojo había hecho un buen trabajo trasladando su sede a Eterlund y, aunque La Rosa seguía siendo uno de sus lugares más frecuentados (porque al fin y al cabo les había tomado cariño a Rosa y Jédrick) cada vez pasaba más tiempo en aquel antro, que le recordaba los buenos momentos en el Infrasótano de Puerta de Baldur y los trapicheos de La Sirena Sonrojada. Apuestas, buenos mozos y mozas, alcohol y dolor líquido –ocasionalmente– y esa sensación tan emocionante de no saber cuándo te iban a intentar apuñalar en un callejón al salir. Y, por supuesto, negocios. Negocios bullendo alrededor. ¿Qué más se podía pedir?
Así, cuando escuchó los rumores que pasaban de boca en boca de un nuevo contrato abierto en el local, no pudo resistirse a meter las narices, aunque le desilusionó que no fuera Rojo el contratista, sino un hombre desconocido de rasgos ocultos bajo una capucha gris. Trabajar para Rojo era una cosa –siempre rentable– pero las subcontratas le importaban menos, aunque esperaba sacar algo de emoción y unas cuantas lunas, al menos para compensar las quejas de Gregor, que la acompañaba con más suspicacias que un ternero en una leonera, no dejaba de afirmar que nada bueno podía salir de ese lugar y, para más inri, se había transformado en mediano (cuando no hay nada más pesado que un mediano quejica).
A su alrededor, conforme pasaba el tiempo, se fue congregando un grupo interesante de personas. Korissa estaba allí, soltando maldiciones y conteniendo gestos de dolor ocasionales. Su problema parecía continuar aunque también parecía que comenzaba a aburrirse mucho, al presentarse a esos trabajos. También estaba el pequeño Kiko, que resaltaba como una mosca en un cubo de leche con sus saltitos entre tanto maleante; Crakk, el semiorco que la llamaba “chica oferta”, y un montón de desconocidos cuyas caras fue anotando Daan mentalmente, con su nombre cuando se le escapaba a alguno de los compañeros (en estos lugares, las presentaciones siempre estaban de más). Altris, Edmunt, Sirion, Yashandra… y un tipo con ropajes ostentosos y una elevada capa de maquillaje encima que, poco después, conocería como Cawl.
El Contratista era una incógnita. Un cliente desconocido, tres contratos. Destruir la producción de tres granjas en una sola noche. Vacas, conejos y cerdos. Sin víctimas. Sin preguntas, como hubo que recordarle al mago ostentoso. Y a ser posible sin secuestrar medianos, como hubo que recordarle a Crakk, que casi se lleva a Gregor por la fuerza. Si uno de los tres contratos fallaba, todos perderían su oro. Si conseguían que los tres parecieran accidentes, todos conseguirían un extra.
Algo sencillo… salvo porque muchos no se conocían y nadie confiaba plenamente en nadie. Fue para controlar a Kiko y al semiorco que Gregor accedió finalmente a ir con ellos, y Daan se quedó con Korissa para asegurarse de que su “problema” no acababa con ella (sabía que de lo contrario La Cerilla se pondría muy furiosa, y no quería salir chamuscada). El tal Cawl se unió a su grupo, y los tres decidieron encargarse de las vacas. Pronto se encontraron, de este modo, en el Paso de Eterlund, discutiendo cómo actuar. Mientras Daan insistía en asustar a las vacas, Korissa hablaba de envenenar la comida y Cawl de matarlas a todas.
– Tiene que parecer accidental –repetían las dos mujeres.
– No me interesa el dinero, sólo lo que puedo conseguir de estos contactos.
– ¡Pues entonces te interesa hacerlo bien! –continuaban insistiendo.
Las ideas iban pasando, evaluadas, guardadas y desechadas a gran velocidad. ¿Incendio? Descartado, podría matar a los trabajadores. ¿Veneno? Mmmm ¿Soltar a las vacas y que acabaran en el río? Podría ser. El mago habló pagado de sí mismo:
– Puedo asustarlas, puedo inmovilizarlas, puedo dormirlas, o matarlas…
– Yo que sé, que convoque un lobo o algo así y las espante… –resoplaba Korissa entre expresiones ocasionales de dolor causado por su problemilla personal y de hastío por tratar con magos egocéntricos.
– ¿Qué es lo más gordo que puedes convocar?
– Un tejón. Furioso.
– ¿No me jodas?
– Puedo controlar a cualquier tipo de demonio –sonrió el arcano, que les había salido listillo.
– Un demonio es un accidente común en una granja, sí… pasa cada poco –la ironía de Korissa era más ácida que una daga engarzada con esmeraldas.
– ¿Perro infernal?
Las mujeres suspiraron y negaron con la cabeza.
– Pero que pasara un dragón sobrevolando, quizás, o mejor una manada de lobos...
Cawl fue entonces el que se indignó.
– ¿Voy a rebajarme al nivel de un aprendiz? ¿Invocando osos o lobos? ¿Pudiendo convocar al más poderoso de los demonios y diablos?
– Tío, tienes un problema de ego –le señaló con el dedo Daan.
– Dios, como odio a los putos magos… Deja de respirar que eso también lo hacen los aprendices, a ver si te va a dar mala fama –suspiró Korissa.
En el silencio de la noche, las horas pasaban mientras los tres se miraban indignados los unos a los otros.
– Entonces… ¿osos? ¿lobos? ¿bálor? También podría transformarme en un dragón y despedazarlas todas.
– ¡No tienes que matarlas a todas! Coge un par, te las llevas y las mordisqueas. Algunas escapan, el resto se espantan, y ya no dan leche.
– Incluso podría incendiar la granja...
– ¡Incendios no! ¡Qué manía! –replicaron a coro las dos.
– ¿Y si hay guardias en la granja que ataquen al dragón o a los lobos?
– Los ignoras.
– ¿Y si consiguen herirme?
– Te aguantas. ¿No eres tan gran mago?
– Y yo les pagaré el puto sueldo de su vida a esos guardias –puntualizó Korissa.
Daan suspiró.
– Un accidente es que un dragón hambriento ataque una granja. Mala suerte si mueren un par de vacas y se escapan el resto –repitió con la paciencia de quien habla con una pared.
– Entonces... ¿voy a hacer yo todo el trabajo?
Las dos se llevaron las manos a la cabeza con exasperación.
– Nosotras examinaremos la granja y abriremos las cancelas para que escapen. Así que tendrás que esperar nuestra señal.
Así, cuando escuchó los rumores que pasaban de boca en boca de un nuevo contrato abierto en el local, no pudo resistirse a meter las narices, aunque le desilusionó que no fuera Rojo el contratista, sino un hombre desconocido de rasgos ocultos bajo una capucha gris. Trabajar para Rojo era una cosa –siempre rentable– pero las subcontratas le importaban menos, aunque esperaba sacar algo de emoción y unas cuantas lunas, al menos para compensar las quejas de Gregor, que la acompañaba con más suspicacias que un ternero en una leonera, no dejaba de afirmar que nada bueno podía salir de ese lugar y, para más inri, se había transformado en mediano (cuando no hay nada más pesado que un mediano quejica).
A su alrededor, conforme pasaba el tiempo, se fue congregando un grupo interesante de personas. Korissa estaba allí, soltando maldiciones y conteniendo gestos de dolor ocasionales. Su problema parecía continuar aunque también parecía que comenzaba a aburrirse mucho, al presentarse a esos trabajos. También estaba el pequeño Kiko, que resaltaba como una mosca en un cubo de leche con sus saltitos entre tanto maleante; Crakk, el semiorco que la llamaba “chica oferta”, y un montón de desconocidos cuyas caras fue anotando Daan mentalmente, con su nombre cuando se le escapaba a alguno de los compañeros (en estos lugares, las presentaciones siempre estaban de más). Altris, Edmunt, Sirion, Yashandra… y un tipo con ropajes ostentosos y una elevada capa de maquillaje encima que, poco después, conocería como Cawl.
El Contratista era una incógnita. Un cliente desconocido, tres contratos. Destruir la producción de tres granjas en una sola noche. Vacas, conejos y cerdos. Sin víctimas. Sin preguntas, como hubo que recordarle al mago ostentoso. Y a ser posible sin secuestrar medianos, como hubo que recordarle a Crakk, que casi se lleva a Gregor por la fuerza. Si uno de los tres contratos fallaba, todos perderían su oro. Si conseguían que los tres parecieran accidentes, todos conseguirían un extra.

– Tiene que parecer accidental –repetían las dos mujeres.
– No me interesa el dinero, sólo lo que puedo conseguir de estos contactos.
– ¡Pues entonces te interesa hacerlo bien! –continuaban insistiendo.
Las ideas iban pasando, evaluadas, guardadas y desechadas a gran velocidad. ¿Incendio? Descartado, podría matar a los trabajadores. ¿Veneno? Mmmm ¿Soltar a las vacas y que acabaran en el río? Podría ser. El mago habló pagado de sí mismo:
– Puedo asustarlas, puedo inmovilizarlas, puedo dormirlas, o matarlas…
– Yo que sé, que convoque un lobo o algo así y las espante… –resoplaba Korissa entre expresiones ocasionales de dolor causado por su problemilla personal y de hastío por tratar con magos egocéntricos.
– ¿Qué es lo más gordo que puedes convocar?
– Un tejón. Furioso.
– ¿No me jodas?
– Puedo controlar a cualquier tipo de demonio –sonrió el arcano, que les había salido listillo.
– Un demonio es un accidente común en una granja, sí… pasa cada poco –la ironía de Korissa era más ácida que una daga engarzada con esmeraldas.
– ¿Perro infernal?
Las mujeres suspiraron y negaron con la cabeza.
– Pero que pasara un dragón sobrevolando, quizás, o mejor una manada de lobos...
Cawl fue entonces el que se indignó.
– ¿Voy a rebajarme al nivel de un aprendiz? ¿Invocando osos o lobos? ¿Pudiendo convocar al más poderoso de los demonios y diablos?
– Tío, tienes un problema de ego –le señaló con el dedo Daan.
– Dios, como odio a los putos magos… Deja de respirar que eso también lo hacen los aprendices, a ver si te va a dar mala fama –suspiró Korissa.
En el silencio de la noche, las horas pasaban mientras los tres se miraban indignados los unos a los otros.
– Entonces… ¿osos? ¿lobos? ¿bálor? También podría transformarme en un dragón y despedazarlas todas.
– ¡No tienes que matarlas a todas! Coge un par, te las llevas y las mordisqueas. Algunas escapan, el resto se espantan, y ya no dan leche.
– Incluso podría incendiar la granja...
– ¡Incendios no! ¡Qué manía! –replicaron a coro las dos.
– ¿Y si hay guardias en la granja que ataquen al dragón o a los lobos?
– Los ignoras.
– ¿Y si consiguen herirme?
– Te aguantas. ¿No eres tan gran mago?
– Y yo les pagaré el puto sueldo de su vida a esos guardias –puntualizó Korissa.
Daan suspiró.
– Un accidente es que un dragón hambriento ataque una granja. Mala suerte si mueren un par de vacas y se escapan el resto –repitió con la paciencia de quien habla con una pared.
– Entonces... ¿voy a hacer yo todo el trabajo?
Las dos se llevaron las manos a la cabeza con exasperación.
– Nosotras examinaremos la granja y abriremos las cancelas para que escapen. Así que tendrás que esperar nuestra señal.

En la oscuridad de la noche cerrada, los tres se pusieron finalmente en marcha, desviándose junto al puente de Eterlund hacia un claro con dos edificios, una vivienda y unas cuadras. Sin embargo, algo no parecía ir bien. Tierra removida en el suelo, con huellas nerviosas de ganado que terminaban por organizarse al norte. Una pequeña luz iluminando en una de las ventanas del piso superior de la vivienda, que mostraba gente despierta en su interior. Una puerta de granero rota, y sólo dos vacas atadas de mala manera a un tocón.
¿En serio se les habían adelantado y habían robado las vacas?
Los tres permanecieron escondidos, ligeramente confundidos, hasta que Daan decidió adelantarse a estudiar la casa para obtener información.
Una cerradura sencilla, un salón lujoso, y una mesa con facturas, medicinas y una bolsa de oro que rápidamente acabó en el petate de Daan ante la mirada reprobadora de Korissa. Cawl y ella la habían seguido.
– Eso no va a parecer un accidente… –¬susurró.
– Parece que ya les han robado y están medio arruinados por comprar medicinas. Con eso no podrán comprar más ganado, y si envenenamos los medicamentos de las vacas…
– ¿Y cómo sabes que las medicinas son para las vacas?
Daan parpadeó.
– Pues es verdad –Korissa siempre era la voz del sentido común.
Escucharon toses en el piso superior y los tres levantaron la mirada, escondidos en las sombras y hablando entre susurros. La curiosidad de Daan pudo con ella.
– Voy a ver qué pasa…
En el piso superior, en una habitación tenuemente iluminada, una voz lastimera trataba de calmar a un convaleciente.
– Tranquilo Pit, te pondrás bien. Saldremos de esta, por suerte teníamos mucho dinero ahorrado para tus medicinas. Además, no pasa nada porque nos hayan robado el ganado, aún nos queda Petunia y Elizabeth, son muy buenas lecheras. Y con el dinero ahorrado el tío Fred nos traerá más vacas de la familia… Saldremos de esta.
Asomando levemente la cabeza por la puerta, observó una mano paternal acariciando el rostro de un niño y, tras pegar la espalda a la pared, Daan maldijo un poco en silencio antes de bajar con el rostro serio. Pues no, no eran medicamentos de vacas. Los dos la esperaban impacientes.
– ¿Ya?
– Sí, sin el oro están jodidos.
– Arreglado entonces. Trabajo hecho, vámonos.
Los tres salieron con la misma discreción, mientras Daan no paraba de darle vueltas a la escena que había contemplado. Una idea comenzaba a tomar forma en su mente mientras se escabullían por el corral. Cuando escucharon voces que se acercaban, ya había tomado su decisión.
– ¡Cuidado, se acerca alguien! –susurró, y se escondió junto a las puertas rotas mientras rebuscaba con una mano, con total discreción, en su petate.
Sombras se movían en la noche. Unas voces igual de susurrantes que las suyas se aproximaban.
– Meh, aún no han traído las nuevas vacas.
– Vámonos, volvamos dentro de unos días, a ver cuántas vacas les podemos sacar a estos idiotas antes de que contraten algún guardaespaldas.
Las voces se alejaron mientras se quedaban con cara de idiotas, viendo marchar a quien les había hecho el trabajo y se estaba cebando con los Lechebuena, que cada vez daban más pena. Sin embargo, una sonrisilla bailaba ahora en la comisura de la boca de Daan, mientras movía ligeramente la tierra del corral con el pie.
El regreso fue tranquilo. La misión se dio por cumplida con satisfacción y el contratista sólo puso como pega que uno de los trabajos no había sido accidental sino imprudente. Con la incógnita de quién la había liado, todos partieron sin despedidas con su pago en lingotes de oro y promesas de futuros contratos. No había estado nada mal.
Así, Daan se fue a la barra a emborracharse, apostar y celebrar, satisfecha. Tenía más oro en el bolsillo aunque menos rubíes y el destino de los Lechebuena quedaba ahora en las manos de Tymora… o las de Beshaba. Se le escapó una sonrisilla mientras bebía negro amargo y contemplaba a su alrededor el bullicio de La Moneda Escarlata. Había sido sin duda una incursión interesante.

Los tres permanecieron escondidos, ligeramente confundidos, hasta que Daan decidió adelantarse a estudiar la casa para obtener información.
Una cerradura sencilla, un salón lujoso, y una mesa con facturas, medicinas y una bolsa de oro que rápidamente acabó en el petate de Daan ante la mirada reprobadora de Korissa. Cawl y ella la habían seguido.
– Eso no va a parecer un accidente… –¬susurró.
– Parece que ya les han robado y están medio arruinados por comprar medicinas. Con eso no podrán comprar más ganado, y si envenenamos los medicamentos de las vacas…
– ¿Y cómo sabes que las medicinas son para las vacas?
Daan parpadeó.
– Pues es verdad –Korissa siempre era la voz del sentido común.
Escucharon toses en el piso superior y los tres levantaron la mirada, escondidos en las sombras y hablando entre susurros. La curiosidad de Daan pudo con ella.
– Voy a ver qué pasa…
En el piso superior, en una habitación tenuemente iluminada, una voz lastimera trataba de calmar a un convaleciente.
– Tranquilo Pit, te pondrás bien. Saldremos de esta, por suerte teníamos mucho dinero ahorrado para tus medicinas. Además, no pasa nada porque nos hayan robado el ganado, aún nos queda Petunia y Elizabeth, son muy buenas lecheras. Y con el dinero ahorrado el tío Fred nos traerá más vacas de la familia… Saldremos de esta.
Asomando levemente la cabeza por la puerta, observó una mano paternal acariciando el rostro de un niño y, tras pegar la espalda a la pared, Daan maldijo un poco en silencio antes de bajar con el rostro serio. Pues no, no eran medicamentos de vacas. Los dos la esperaban impacientes.
– ¿Ya?
– Sí, sin el oro están jodidos.
– Arreglado entonces. Trabajo hecho, vámonos.
Los tres salieron con la misma discreción, mientras Daan no paraba de darle vueltas a la escena que había contemplado. Una idea comenzaba a tomar forma en su mente mientras se escabullían por el corral. Cuando escucharon voces que se acercaban, ya había tomado su decisión.
– ¡Cuidado, se acerca alguien! –susurró, y se escondió junto a las puertas rotas mientras rebuscaba con una mano, con total discreción, en su petate.
Sombras se movían en la noche. Unas voces igual de susurrantes que las suyas se aproximaban.
– Meh, aún no han traído las nuevas vacas.
– Vámonos, volvamos dentro de unos días, a ver cuántas vacas les podemos sacar a estos idiotas antes de que contraten algún guardaespaldas.
Las voces se alejaron mientras se quedaban con cara de idiotas, viendo marchar a quien les había hecho el trabajo y se estaba cebando con los Lechebuena, que cada vez daban más pena. Sin embargo, una sonrisilla bailaba ahora en la comisura de la boca de Daan, mientras movía ligeramente la tierra del corral con el pie.
El regreso fue tranquilo. La misión se dio por cumplida con satisfacción y el contratista sólo puso como pega que uno de los trabajos no había sido accidental sino imprudente. Con la incógnita de quién la había liado, todos partieron sin despedidas con su pago en lingotes de oro y promesas de futuros contratos. No había estado nada mal.
Así, Daan se fue a la barra a emborracharse, apostar y celebrar, satisfecha. Tenía más oro en el bolsillo aunque menos rubíes y el destino de los Lechebuena quedaba ahora en las manos de Tymora… o las de Beshaba. Se le escapó una sonrisilla mientras bebía negro amargo y contemplaba a su alrededor el bullicio de La Moneda Escarlata. Había sido sin duda una incursión interesante.
