Hace un año...
Hebras de negrura se arremolinaban perfilando una especie de humanoide encorvado y siniestro. Sus ojos de vacío no enfocaban a ningún sitio y a la vez lo observaban todo.
La criatura permanecía impasible y aun así, su mera presencia era una amenaza a todos los niveles. Amenaza para el cuerpo y para la vida. Una amenaza tal, que hacía la atmósfera irrespirable.
Parecía no moverse, pero se estaba aproximando lentamente y con cada centímetro que avanzaba, la sensación de peligro y angustia aumentaban.
Finalmente, las hebras de sombra dejaron de serpentear y la figura se quedó inmóvil en una terrorífica pausa. Algo estaba a punto de suceder. Más angustia.
Entonces los ojos de vacío, de alguna manera diabólica y antinatural, enfocaron al frente con una mirada fulminante y la criatura habló con voz pavorosa: “Tu sangre te traicionará”
Max se incorporó tan repentinamente que su cabeza golpeó el camastro suspendido sobre su litera. El enano que allí dormía se despertó a su vez sobresaltado.
El resto de los huéspedes del Hospicio de Márzhammor se despertaron también. Aquellos que ya estaban acostumbrados a los sueños intranquilos de Max, buscaron una postura cómoda y retornaron a sus ronquidos. Los demás permanecieron alarmados preguntándose que diantres estaba sucediendo.
-Por Moradin, muchacho, ¿Estás bien? – Preguntó Bunar.
Max se apartó el pelo sudoroso de la cara. Hacía tiempo que el sudor no brotaba de su frente.
-Sólo fue un sueño. Lo lamento… -Empezó a decir el joven.
-Olvídalo chico, lo importante es que estés bien. Por un momento pensé que tu instinto de dragón había percibido un ataque o algo. Hace tiempo que no tenías sueños tan movidos.
-¿Instinto de dragón…? – Max reflexionó un instante. -No, Bunar, todo está en orden. No hay ningún…. “instinto de dragón”. Creo que me iré ya.
Max y Fray llegaron al embalse mucho antes de la hora.
Las temperaturas primaverales llevaban toda la semana descongelando el hielo acumulado en las cumbres colindantes y además había estado lloviendo copiosamente durante toda la noche.
El embalse de Sutchard estaba a punto de desbordar.
Al pie de la gran presa, donde discurría el arroyo, posaron sus pertenencias con cuidado sobre el musgo denso y húmedo.
Aquel rincón era un remanso de paz. Las colinas que cercaban el lugar impedían que el invierno alcanzase con sus ventisqueros el diminuto valle y al mismo tiempo atrapaban el calor del sol y la humedad del arroyo, creando un pequeño paraíso climático cuya vegetación daba testimonio de ello.
Max alzó la vista para observar la imponente construcción de piedra.
El maestro cantero responsable del embalse, se personaría allí para su revisión como cada mañana y con toda seguridad abriría las compuertas para que la presa desahogara gran parte de su agua contenida.
Pero Max quiso llegar antes para preparar algunas cosas.
Extendió la esterilla de dormir sobre el musgo y empezó a revisar todo cuanto llevaba encima. Tenía serias dudas sobre como acabaría la jornada que estaba por venir y quería hacer una pequeña recapitulación de los últimos años de su vida.
Un anillo de cobre reposaba ennegrecido en lo más profundo de uno de los petates. El valiente Will Rogers se lo había regalado poco después de su llegada a Nevesmortas, animándole a aprender el oficio de la herrería. Incontables veces había comparado Max los anillos que creaba con aquella muestra, obsequio de su desaparecido amigo.
Depositó el anillo sobre el saco.
Una botellita de miel estaba envuelta en una tela encerada. La botellita representaba una importante deuda que Max tenía con una singular mujer de larga cabellera verde, amazona de osos y fanática de las arañas gigantes. Cada vez que desenrollaba la tela cerosa para comprobar el estado del contenido, numerosos recuerdos se agolpaban en la mente del joven. Algunos alegres, otros angustiosos; nostálgicos todos ellos. ¿Dónde estaba la valiente Liliana con aquel carácter sincero e inocente que la caracterizaba? ¿Cómo habría sido el final de su hermano, el bueno de Zaro? Max había perdido la esperanza de saldar aquella deuda con forma de alimento pero, aún así, siempre cargaba con una botellita de miel fresca. Nunca se sabe.
Depositó la botellita de miel sobre el saco.
Una gema envuelta en terciopelo estaba en uno de sus bolsillos. Brillaba como el primer día que Pupneeceec la pulió. El gnomo había obsequiado a Fray con aquella joya de su propia manufactura. No es que Max echara de menos al extravagante personaje, pero Fray sí lo hacía. Llegó el día en el que la pequeña hada asumió, que posiblemente no volvería a ver a aquel arcano de sombrero picudo y atuendo verde que la comprendía y divertía como nadie. Cada vez que Fray veía la gema, se quedaba largos minutos contemplando su carita de fata reflejada en ella y echaba el resto de la jornada taciturna y en silencio.
Depositó la gema sobre el saco.
Dos tomos de tapas gruesas exquisitamente decoradas con los símbolos de Tyr y Torm, permanecían atados en otro de sus petates. Había leído tantas veces el contenido de aquellos dos volúmenes que se lo sabía de memoria y sus páginas estaban amarillentas por el uso y desuso. No obstante, siempre los llevaba encima. El aprecio que sentía por aquellos libros era indecible. Cuando Lady Benders se los entregó en persona animándole a unirse a La Orden de Caballeros de Nevesmortas, Max sintió la felicidad colmando su espíritu con tanta intensidad que casi se le atragantó. El mero hecho de llevar ambos volúmenes siempre consigo, le hacía sentir mejor y cada vez que contemplaba aquellas tapas, notaba en su ser un leve recuerdo de aquel cálido sentimiento de dicha.
Depositó los tomos sobre el saco.
Finalmente empezó a desprenderse de todo cuanto llevaba puesto. Entonces reparó en uno de los anillos de su manaza. Una joya mágica de propiedades protectoras. Marshall le había obsequiado con aquella maravilla elaborada por Jennefer, como muestra de buena fe en aras de la sociedad de artesanos que habían decidido formar. Parecía que nada podría frenar aquella prometedora sociedad. Nada...
Depositó el anillo sobre el saco.
Contempló el repertorio de pequeños tesoros. Dos libros, dos anillos, una gema, una botellita de miel... Era como revivir de forma acelerada algunos de los recuerdos más importantes y significativos de su vida después de que abandonara Cumbre. ¡¡Lástima no tener un objeto por cada una de las cosas importantes que le habían sucedido desde aquel entonces!!
-Si algo ocurriera hoy, todo esto es tuyo, compañera. -Dijo a Fray.
Max se metió en el riachuelo llevando a Remigio bajo el brazo. Empezó a fijar el muñeco a los cantos rodados del lecho fluvial. Cuando se hubo asegurado de que el estafermo estaba firmemente sujeto, se dirigió hacia el campamento que habían establecido en la orilla del arrollo y reparó en que Fray no estaba observando la gema de Pupneeceec como cabría esperar. En lugar de eso le miraba a él con carita de preocupación.
-¿Estás seguro de esto, verdad? -La pregunta era retórica.
-¿Todavía no confías en mí? -Repuso el muchacho. -¿A caso no he acertado hasta ahora?
-Acertar es tener éxito con la suerte, no en algo planeado. -Repuso Fray cabizbaja.
-Vamos, socia... Ya hemos hecho esto más veces. En esta ocasión sólo habrá más agua.
Max se acercaba a su compañera para tratar de animarla cuando reparó en una figura que caminaba sobre el embalse.
-Vaya, parece que nuestro amigo se ha adelantado.
Max giró sobre sí mismo y volvió al riachuelo, posicionándose de espaldas a la gran presa y encarado a Remigio.
El responsable de la presa de Sutchard era un maestro de cantería que comprobaba la estructura a diario. Desde que Max había descubierto aquella forma de ejercitarse, siempre había sido aquel hombrecillo mayor y achaparrado el que revisaba el embalse en toda su extensión, en busca de posibles fisuras producidas por la humedad perenne. También era el mismo hombrecillo el que abría la válvula de drenaje cuando el nivel del agua estaba demasiado alto y entonces, toneladas de agua se precipitaban al arroyo.
El maestro cantero observó la escena a sus pies y como de costumbre, se quedó mirando al extravagante personaje de alas y cabello dorado en la base de la presa. Sin saludar, sin decir nada. Tampoco hacía gesto alguno. Únicamente juzgaba con su mirada. "Aventureros chalados" -Parecía que pensaba.
Pero esta vez ocurrió algo inusual.
Momentos antes de girar la rueda de bronce que accionaba la compuerta, el hombrecillo miró hacia Max y titubeó. Nunca titubeaba. Si era necesario abrir la válvula, nada impediría que lo hiciera.
Fray tuvo un mal presagio con aquello. Quiso advertir a su compañero, pero ya era demasiado tarde. El hombrecillo se encogió de hombros y giró la rueda con brío.
El hada gritó, pero todas las bocas del gran muro de piedra empezaron a escupir chorros de agua que se precipitaron en un rugido ensordecedor al arroyo, disipando completamente la vocecilla de la fata.
Fray jamás había contemplado un caudal tan intenso como aquel. Remigio había salido volando con el choque del agua y había desaparecido corriente abajo en aquel arroyo que se estaba convirtiendo en un agitado río por momentos.
La pequeña fata se acercó todo lo que le permitía la espumosa turbulencia del agua y pudo distinguir la silueta de Max, encorvado por el peso colosal de la cascada, pero todavía en pie.
¿Estaría bien? ¿Podría salir de allí si aquello le superaba? Fray había tenido aquellos mismos temores todas y cada una de las veces que el joven había recurrido a aquel disparatado método de entrenamiento y al final siempre había salido bien parado de la situación, pero también era cierto que no recordaba ni una sola vez, que aquel ejercicio no le dejara completamente exhausto… Ahora el embalse estaba a rebosar y la caída de agua era más intensa que nunca.
Con el primer golpe de agua, Max tuvo bien claro que algo no iba bien. Normalmente tenía que estar varios minutos bajo el frío chorro antes de sentir que las piernas le flojeaban, pero esta vez, a duras penas pudo mantener el equilibrio nada más empezar.
El simple hecho de permanecer de pie le suponía un esfuerzo extraordinario y la presión del agua aumentaba por momentos amenazando con aplastarle contra el fondo. Quizá había llevado todo aquello demasiado lejos.
Max sintió verdadero temor y la adrenalina se disparó dentro de su cuerpo. El buen juicio gritaba a voces que tenía que suspender aquella locura antes de que las fuerzas le fallaran y fuera demasiado tarde, pero precisamente esa sensación, esa angustia… era justo el tipo de estímulo que hacía reaccionar su potencial interno.
Aquel sentimiento de desesperación era exactamente lo que había ido a buscar allí. Era justo la clase de situación límite que pretendía alcanzar cada vez que realizaba ese tipo de ejercicio suicida y también era el motivo por el que había decidido intentarlo en ese mismo momento: El apogeo del deshielo.
Decidió que aguantaría hasta el final.
Maximilian hizo acopio de todas sus fuerzas y consiguió erguirse. Sabía por experiencia que la postura vertical ofrecía menos resistencia al agua y haría más fácil soportar aquel castigo.
A continuación, empezó con los ejercicios básicos. En primer lugar, trató de mover los brazos en círculos similares a los gestos de conjuración pero apenas podía levantar las manos a la altura del pecho. En segundo lugar, procuró mover sus pequeñas pero bien formadas alas. Eso resultó simplemente Imposible.
Aquellos esfuerzos enseguida se cobraron una fuerte demanda de oxígeno que no tenía… Pero era consciente de que ese momento llegaría. Era parte del ejercicio.
No hizo otro intento de conjurar. Simplemente se concentró en respirar con todo su ser y el conjuro salió prácticamente por sí solo. De inmediato sintió el renovado vigor en su cuerpo.
Deseó con todas sus fuerzas mover las alas. No lo intentó con las alas, si no con el alma. Esta vez el conjuro de fuerza fluyó de manera natural a pesar de la enorme presión que hacía el agua sobre sus lentos brazos.
Desplegó las alas hasta la mitad de su envergadura y aquello hizo que el cuerpo del joven acusara aún más el peso del agua. Aguantó. Hizo un último esfuerzo y desplegó las alas completamente durante un instante. Quizá medio segundo, tal vez dos.
Las fuerzas le fallaron y cayó de bruces golpeándose contra el fondo pedregoso y turbio. Consciente de que se ahogaría en minutos, empleó sus últimas energías en ponerse de pie, pero parecía imposible extender aquellos brazos mientras toneladas de agua caían sobre su espalda. Lo dio todo en un último esfuerzo titánico. Notó los tríceps apunto de estallar mientras estiraban lentamente los brazos venciendo la descomunal presión del líquido. Notó incluso que sus alas se movían en espasmos rápidos e involuntarios.
-Esto es justo lo que querías… -Pensó. -Has logrado hacer reaccionar tu cuerpo y tu mente más allá de lo que puedes dominar. Y como consecuencia, vas a morir aquí…
Luego vino la oscuridad profunda.
Vio luz por primera vez en varios días. No distinguía muy bien lo que tenía encima. Tal vez era un techo de piedra o quizá la tapa de un sarcófago. Estaba muy desorientado.
El primer impulso fue moverse y entonces notó como si millares de aguijones le perforaran la carne hasta el hueso. Intentó revolverse contra el dolor y fue mucho peor.
Solo cuando se quedó inmóvil, comprendió que tenía las agujetas más horribles que jamás pudiera imaginar.
Tenía un hambre antinatural (aunque eso venía siendo lo común) pero a pesar de ello se volvió a sumir en un sueño profundo.
Recientemente...
Los compañeros oteaban los alrededores arenosos en busca de cualquier peligro acechante. Pero incluso los aventureros más avezados pueden olvidar que en las llanuras de Anaurok el peligro puede venir por tierra, por debajo de esta o…
Áymrith descendió como un inmenso verdugo con el sol a la espalda para ocultar su presencia hasta estar encima de las víctimas. Por fortuna el enorme tamaño del dragón hizo que su sombra alertara a los compañeros el tiempo justo para que ninguno acabara aplastado en el estruendoso aterrizaje.
En medio del torbellino de arena provocado, una gigantesca cola blindada con escamas azules emergió de la nube de polvo para barrer todo aquello que no fuera capaz de apartarse a tiempo, mientras que las garras lanzaban zarpazos a diestro y siniestro. Todo aquello no era más que una forma de agotar las maniobras evasivas de sus contendientes y así poder lanzar el terrible mordisco sobre el primer desgraciado que bajara la guardia.
Pero esta vez, Áymrith no se medía con un grupo corriente.
Yonomen lanzaba "hondonadas" de dagas cada vez que el dragón desprotegía un punto vulnerable, provocando pequeñas pero dolorosas heridas.
Dvalin atormentaba a la bestia con golpes prodigiosos en cuanto alguna de las letales extremidades se ponía al alcance de su arma.
Alma destrozaba escamas de la sierpe con cada hachazo de tal forma que parecía una leñadora reduciendo un tronco a serrín azul.
Idrill luchaba a otro nivel. Combatía las defensas mágicas del dragón y distraía la monstruosa boca con proyectiles arcanos al tiempo que dejaba caer sus conjuros más destructores sobre la bestia.
Pero uno de los compañeros no estaba frente al dragón. Uno de ellos entendía a la criatura mejor que los demás. Maximilian permanecía a su espalda, manteniendo a raya la terrible cola mientras observaba el contorneo del cuerpo de la bestia, intentando predecir cada movimiento.
El inconmensurable castigo que sus compañeros estaban propinando a la sierpe comenzaba a hacer mella. La criatura se volvía lenta, sangraba más y más… Sus defensas mágicas habían expirado. Era el momento.
Max visualizó el golpe. Adoptó la postura exacta, cogió el arma fuertemente con la mano derecha y deslizó dos dedos de la mano zurda a lo largo de la hoja al tiempo que recitaba el hechizo. Todo su ser se concentró entonces en el golpe visualizado, en una especie de comunión marcial entre espada, cuerpo y espíritu.
Se lanzó hacia delante. Saltó sobre la cola de la sierpe cogiendo impulso y desplegó sus alas grandes y doradas bajo el sol de Anaurok. Dio dos fuertes aleteos y alcanzó rápidamente la cabeza de la criatura descargando su golpe preciso e infalible.
EL dragón cayó muerto a los pies de los compañeros.
Nadie victoreó y nadie recibió una enhorabuena. En lugar de eso, se concentraron inmediatamente en el siguiente objetivo que tenían por delante, aún más peligroso que el propio dragón. El grupo de aventureros se adentró en lo más profundo del desierto.
Y es que los héroes... hacen esas cosas.
//Sip, lo sé. Me flipé con este relato. Me flipé mucho. Pero era necesario. Se lo debía al personaje.