El enano errante

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Milo
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El enano errante

Mensaje por Milo »

Un silencio impenetrable rodeaba a la simple figura de un enano en el ala oeste de la imponente ciudad de Agbar. En lo más profundo de la montaña, en el descanso de lo eterno, la esbelta presencia en pie del enano mantenía una posición firme. La columna firme, los pies en paralelo y sus pulgares inferiores rozándose. Mirada al frente. La Postura de la Montaña. Sus botas descansaban cercanas sobre la fría piedra. Los músculos que insertaban cada una de las articulaciones se relajaban en ese estado de meditación. Pasada una hora, cuando el olor a pan recién horneado recorría los pasillos, con movimientos suaves, el cuerpo se enganchó de nuevo a su alma. Botas calzadas. El enano se dirigió a las cocinas.

Piel demasiado pálida. Cuerpo extremadamente esbelto. Voz de agudeza rara. Callado en muchas ocasiones. Depurados movimientos. Afición por la larga lectura. Examen poco común para su raza.
Entrenzada barba, ajustada en su extremo por una arandela de oro. Melena bien peinada y amparada por una coleta que se ceñía a su cabellera con un aro de bronce. Ojos profundos y verdes, tal vez demasiado profundos. Orejas pequeñas y con buena higiene. Manos cuidadas. Uñas recortadas. Ropajes ajustados y bien confeccionados. Paso firme y rápido. Expresión seria, incluso desagradable a primera vista. Huérfana mirada de quien vive sólo, rodeado pero sólo.

Milo caminó silencioso por el corredor que llevaba hasta la Taberna del Dragón. Se sentó en la mesa de siempre. Le sirvieron el desayuno de cada día. Leche fría. Galletas secas de avena. En la bandeja de madera que albergaba la comida, una nota. El enano despegó la mirada de si mismo y abrió el pergamino. Leyó …

“Te espero en la posada El Blasón, de Nevesmortas. Puedes seguir ahí encerrado o acompañarnos en el camino de la vida. Dentro de tres decanas nos encontraremos. Recuerda. No puedes pagar eternamente por los pecados de otros.” Firmado: Tagnar

Estrujó entre sus manos el papel. Un temblor recorrió su cuerpo desde los pies hasta las orejas para después volver a bajar. Su respiración se aceleró. Sus dedos empezaron a temblar. Los pies se golpeaban entre ellos y contra el suelo. Sus músculos se tensaron. Trapezoides. Escalenos. Glúteos. Cada uno de ellos se estremecía. Su pulso se volvió incontrolable. Una ráfaga de viento pareció golpearle por detrás, haciendo que su cuerpo se levantase despavorido, casi enloquecido y saliese en estampida. La silla que lo sentaba cayó hacia atrás. La mesa que le daba apoyo levantó sus patas casi medio metro sobre el suelo. La leche volcó sobre la piedra. Las galletas rodaron bajo las mesas cercanas. Un soplido recorrió la estancia mientras Milo, empujado por movimientos descontrolados abandonaba la habitación rápido, demasiado rápido. Huyó hacia el ala oeste.
El enano se paró en seco sobre la misma piedra de siempre. Contuvo la respiración. Diez segundos… Veinte segundos… Medio minuto… Minuto entero… Sus aurículas y ventrículos se tranquilizaron. Abrió los ojos, que los traía cerrados desde la posada. Miro al frente y suspiró. Dejó que sus párpados cayesen. Trajo su pie derecho hacia adelante, flexionando la rodilla, a la vez que giraba su talón izquierdo hacia adentro y colocaba ambos alineados. Estira su pierna izquierda arrastrándola hacia atrás. Alzó su torso hacia el techo y levantando los brazos con las palmas hacia arriba, inhaló. Empujo sus caderas hacia adelante, hiperflexionando sus músculos. Empezó a bajar sus cuartos traseros, mientras y traía sus costillas hacia adentro. Respiración tranquila, manteniendo la Postura del Caballero.

Transcurrida una hora Milo abrió los ojos. Su cuerpo se fue desperezando. Su alma fue despertando. Abandonó su gesto. Suspiró. Dirigió sus ligeros pies hacia la esquina de la estancia en la que ahora estaba. En el empedregado pavimento una tallada piedra que se mueve. Bajo ella un baúl de los recuerdos. Recogió sus cosas. Una mochila vieja. Comida para viaje. Unos libros. Varios pergaminos con dibujos y anotaciones. Una vieja Kama. Ropa de abrigo, una capa. Sin pensarlo mucho más y con gesto enfadado puso sus pies en camino. Se dirigía a Nevesmortas…
Milo
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El enano errante

Mensaje por Milo »

El tiempo fue transcurriendo y Milo se fue asentando en Nevesmortas.
A través de su confianza en el hermano Bhorgan su fé en Moradin fue creciendo, dedicando su devoción a ese dios en el que encontraba paz y tranquilidad.
Últimamente su interés por buscarse una profesión había aumentado así que decidió emprender el viaje en el mundo de las pieles.
El trabajo de los cueros.. su curado y curtido le ofrecía momentos de relajación que Milo agradecía y le hacían reflexionar sobre su existencia. Utilizaba cada momento de trabajo, entre piel y piel... para buscar un poco de meditación.
Asi... poco a poco.. va perfeccionando el trato de diferentes tipos de pieles.
En el transcurso de todo este tiempo los lazos con los transeuntes de Neves había crecido, pero aún así, se sentía algo desplazado y aislado, sabiendo que esta situación era de su entera responsabilidad y sus hermanos Tagnar y Bhorgan lo sabían y le ayudaban día a día.
Dentro de esta situación había conocido a Daelar, emprendedor peletero con el que podía compartir su afición por las pieles. Habían entablado una relación esencialmente comercial pero Milo buscaba algo más, quizás un amigo...
Luchaba cada día por mantener su fé. Meditaba a menudo para encontrar la armonía entre su alma y su cuerpo y los temas mundanos le pasaban un poco desapercibidos.
Entre tanto, el tiempo pasaba... la vida corría y su barba crecía.
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