Lavainn Kille'Mitore

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Lavainn Kille'Mitore

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Había caído la noche, y el bosque de Nevesmortas estaba terriblemente tranquilo: ni caravanas nocturnas cruzando, ni aventureros viajando, ni siquiera osgos en busca de una presa. Si alguien se hubiera adentrado entre los árboles, habría acabado por llegar a un tronco caído sobre el que había apoyados una armadura, una capa, y una lanza con un escudo, todos de colores azulados. No muy lejos, habría visto un elfo pálido, desnudo, echado sobre la hierba, mirando al cielo, tan silencioso como el resto del bosque. El nombre de aquel elfo era Lavainn, y aunque alguien realmente lo hubiera estado observando, él no le habría prestado atención: estaba concentrado, no en trance pero tampoco lúcido, realizando una meditación que llevaba sin repetir desde su juventud. Mientras sus ojos apuntaban al cielo, él, teniendo las hojas y las estrellas como fondo translúcido en su mente, ordenaba sus pensamientos.
Hacía unos días que habían asaltado, o mejor dicho destrozado, Sutchard. Unos días más atrás, lo mismo había ocurrido en el Hospicio. En ambos casos, había sido una matanza, era posible contar los supervivientes con las manos, y en ambos casos los asaltantes habían aparecido sin previo aviso. Ni la Orden de Caballeros, ni la guardia, fuera de Sutchard o de de Nevesmortas, ni él mismo con sus compañeros pudieron hacer nada para evitar la catástrofe. Y eso sólo era el comienzo: un liche, magos rojos, gnolls con tatuajes de números que se parecían demasiado a los de uno de sus compañeros… Y el hecho de que esto había ocurrido antes, sólo que en otro lugar. Lavainn se repetía todo aquello ya por quinta vez aquella noche, no por tratar de comprenderlo, pues con sus años uno sabía bien cuando a un puzzle le faltaban piezas, sino para justificar lo que había decidido unas horas atrás.
Pensó en la sonrisa del drow, los ojos que le decían que no obraba por caridad, y sus palabras, que confirmaban las de su mirada. En otro tiempo, lo habría atacado y empalado o muerto en el intento. En otras circunstancias, le habría obligado a volver al fondo de la tierra, por las buenas o por las malas. Lo cierto es que se sentía algo orgulloso de haber podido controlarse como lo hizo, significaba que su entrenamiento en Adbar no fue para nada, pero eso no cambiaba el hecho de que había pactado con el enemigo. “Estamos en el mismo bando, es algo temporal, y no le deberé nada una vez acabemos con esto” se dijo, sin convencerse. Durante un instante, notó la mirada decepcionada de Anghárradh, la de la una y la de las tres, y entonces fue que se levantó y notó la furia de su juventud volver a él.
“¡No queráis juzgarme, porque sabéis bien por qué lo hice!” gritó, aunque las palabras no llevaban consigo una ira avivada, sino más bien un enfado calmado. “Si no fuérais tan severa, si aún tuviera mi fuerza de antaño, yo mismo me encargaría de ellos, pero no es el caso. Necesitamos más ayuda, toda la que sea, de otra forma, ellos acabarán con nosotros, con todos.” No hubo respuesta, ¿y por qué tendría que haberla? Bien podría haber sido una imaginación suya aquella mirada, como tantas veces antes. Lavainn miró al suelo, y vio su torso, con quemaduras y cicatrices, y palpó su espalda, en similar, quizás peor, condición. No era el que fue, en muchos sentidos. Se dirigió hacia su ropa, su armadura, y se las puso calmadamente. Se echó su lanza y su escudo a la espalda, de forma que estuvieran a su alcance aun con la capa puesta. Se colocó su brazalete, con extremo cuidado de no ensuciar o romper el símbolo en él dibujado. Finalmente, por costumbre, miró una única vez al cielo, y vislumbró, entre las nubes, la Luna creciente. “La unidad y la diversidad traen la fuerza. Esa es tu primera enseñanza, mi señora” Murmuró, sin esperar respuesta, y marchó hacia la ciudad, pensando cómo le diría a los demás lo que aquella noche había ocurrido, y si no lo sabrían ya por voz de Dvalin.
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Re: Lavainn Kille'Mitore

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Sentado en lo profundo del bosque, tras una sesión de meditación, Lavainn levantó la vista al cielo. “He pensado mucho, ¿sabéis?” dijo, a pesar de que nadie estaba allí con él. ”Mucho, y en muchas cosas… Cómo solucionar nuestros problemas es la que más pero… No le he dado vueltas sólo a eso”. Parpadeó lentamente, y con similar lentitud bajó la vista, hasta mirar al frente, pero a ningún punto en concreto.
“Estuve recordando el pasado. Tratando de recordarlo, sabéis, cuando era joven” No hubo respuesta, sólo el ulular de los búhos, y el viento entre las ramas de los árboles. Lavainn sonrió. “Siempre hablo de ello a mis compañeros… Cuando era joven esto… Cuando era joven lo otro… Pero lo cierto es que todo eso, es como si lo hubiera leído en un libro. No sé si me explico” Suspiró, abatido, y comenzó a negar con la cabeza. “Eres un egoísta Lavainn… Sí, eso pensaréis, está claro. Pero, siendo franco, lo cierto es que me importa bien poco lo que penséis”. En cuanto dijo aquello, todo sonido se detuvo: ni cantos, ni murmullos, ni siquiera las hojas secas crujían bajo su cuerpo. Podría ser que se lo estuviera imaginando. Fuera como fuere, continuó.
“Quiero volver a vivir mi pasado. No quiero cambiar nada, no quiero mentiras ni condolencias. Necesito que me permitáis volver a hace tantos años, y que compruebe una cosa. A cambio, prometo no volver a pediros nada, y serviros sin rechistar. Nunca volveréis a verme quejarme de vos, jamás volveré a quejarme de nada que podáis decidir. A partir de ahora, nunca desobedeceré una orden que me deis, pero sólo si me ayudáis en esta ocasión.”
Un loco, sin duda, es lo que habría pensado cualquiera que hubiese escuchado al elfo decir aquello. Otro siervo de los dioses le habría mirado incrédulo, seguro de que se imaginaba cosas. Él mismo se planteó retractarse, a sabiendas de que estaba tentando a la suerte y que bien podía perder ahí mismo lo que había recuperado tras tanto tiempo. Aún estaba a tiempo de pedir perdón. Pero no lo hizo. Hacía no tanto que se prometió no dar marcha atrás en una decisión, y no iba a romper la promesa. Por una vez en su vida, no iba a flaquear.
Así que esperó, largo y tendido. Pasó una hora, y otra, y el continuó sentado, un brazo sobre su rodilla, el otro reposando en el suelo mientras su espalda estaba colocada contra un árbol. Sus ojos volvían a mirar al cielo encapotado, centrados en cualquier brillo entre las nubes. Pasó otra hora, y sus músculos comenzaban a quejarse de aquella posición extraña, pero él no se movió. Otra hora más, y su conciencia le gritaba que jamás recibiría respuesta, pero continuó quieto. A la quinta hora ya era noche absoluta, y tan sólo podía contemplar la negrura de las nubes, quizás preparativos de otra tormenta brutal como la de hacía unos días. Y, sin embargo, el elfo sabía que aunque las mismísimas deidades de la furia buscaran quebrarlo, antes prefería afrontarlas que ceder, aun si su muerte era segura.
Y así siguió, hora tras hora, creyéndose ciego de tanto ver oscuridad sin luz, creyéndose inválido de tanto negar el movimiento de sus extremidades, creyéndose demente de tanto hacer oídos sordos de su propio sentido común.
De pronto, Lavainn volvió a sonreír, y entonces cerró sus ojos por fin, y se reclinó permitiendo hundirse en aquel trance profundo que tan pocas veces se permitía. ¿La razón? Muy simple: por un instante, vio un haz de luz clara filtrarse entre las nubes opacas, directamente a sus ojos. Por primera vez en más de un siglo y medio, la Luna, en vez de renegar de él, lo había tocado con sus dedos pálidos.
Y eso fue suficiente: quizás fuera la última, pero al menos sabía que le habían dado otra oportunidad.
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Re: Lavainn Kille'Mitore

Mensaje por PonyAmistoso »

Maglubiyet… Desde el momento en que Maximillian lo mencionó en la plaza de la fuente, desde el instante en que le mostró el símbolo con el hacha ensangrentada, Lavainn supo que era el mismo mal que había enfrentado en su juventud. Y, por mucho que continuara deseando que fuera una coincidencia, era imposible engañarse hasta ese punto, incluso para él. Las palabras de Marshall le vinieron a la cabeza: “Sólo son trasgos”. Soltó una risa amarga, porque esas mismas las había pronunciado él hacía ya muchas décadas, cuando le llegaron noticias de grupos de esas criaturas cerca de su poblado. Los desdeñó como un mal menor, su consejo fue el de llevar un par de grupos de exploradores, a lo sumo, para acabar con ellos. Su padre pensaba distinto, y decidió reforzar las defensas de la aldea, además de aumentar las partidas de exploración. Por supuesto, aquella fue la decisión acertada. Pocos días tras los primeros avistamientos, los mensajes de los exploradores se amontonaron, contándose por la decena. Todos hablaban de lo mismo: cientos de trasgos, reunidos, organizados, llevando personas vivas por el bosque como si fueran prisioneros. Uno de los mensajes, incluso, tenía la presunta localización de adónde los llevaban. Se trataba de una cueva, en la parte noreste del bosque, que se adentraba en una colina de gran tamaño y que bien podría haberse llamado una pequeña montaña.

Lavainn recordaba que su padre organizó una expedición a dicha cueva, para la que se llevó un total de 30 hombres y mujeres de gran habilidad y dotes. Él mismo los acompañó, a pesar de su juventud, por su cercana relación con la Diosa Trina, casi como si fuera un amuleto protector, y por las habilidades curativas excepcionales que tal hecho le proporcionaba.
Cabe reiterar que esto ocurrió hace ya muchas décadas, cuando Lavainn todavía necesitaba un par de ellas para ser reconocido como adulto. Y, aun así, la situación con la que se encontraron por aquel entonces no fue muy distinta a la que vivían ahora en Nevesmortas: docenas de trasgos, cayendo sobre ellos en su viaje, aumentando a cada paso que daban, en ataques mucho más sutiles y comandados que los habituales, tan toscos. Al llegar a la cueva que, por cierto, había sido excavada con velocidad asombrosa por los trasgos, pues ni Lavainn ni sus compañeros recordaban tal entrada en la colina, descubrieron que su interior era enorme y estaba infestado. Cerca de doscientos trasgos cayeron sobre ellos nada más entrar, esperándoles, probablemente por algún superviviente de las escaramuzas previas, y la batalla fue terrible. El propio Lavainn creyó ver cómo su padre, en su gran destreza, era abrumado por las alimañas. Si no hubiese sido por el rápido pensar del padre y los gritos inspiradores del hijo, toda la partida habría caído, sin duda alguna, ante la ola de goblinoides. Cuando terminó la masacre, tan sólo seis de los elfos seguían en pie, el resto degollados, destrozados, en el suelo, hasta el punto que ni la magia divina podría ayudarlos ya.

Y, lo peor de todo no fue eso, sino lo que vieron al adentrarse más en la cueva, una vez se aseguraron de que no hubiera más de esas criaturas al acecho: alrededor de diez cadáveres, pertenecientes a elfos en su mayoría pero también a algún humano, todos abiertos en canal, colocados en pequeños altares de piedra sobre los que se veían dibujos de un hacha con rojo corriendo de su filo, pintado con la misma sangre de aquellos muertos. Más aún, los restos del suelo indicaron, una vez examinados, que esa actividad impía llevaba desarrollándose durante un tiempo considerable.
Fue una visión terrible, el despertar de un Lavainn más joven a los horrores que el mundo podía esconder, y, ahora que lo pensaba, el origen del odio que hacía tan poco había aprendido a controlar. Uno de sus compañeros informó a su padre de una marca cercana, una especie de nombre de una deidad, y el mismo que había vuelto a escuchar en Nevesmortas, hacía tan poco.

Volviendo al presente, Lavainn alzó la vista hacia el cielo, parcialmente cubierto, como era costumbre. Observó la Luna, que parecía volver a posar sobre él su luz, tras tantos años, y se preguntó: ¿verdaderamente se lo merecía? ¿Él, que en el pasado fue incapaz de impedir tal horror y otros tantos más, de veras se merecía ser perdonado? Parecía que sus señoras creían que sí.
El elfo cerró los ojos, pensando de nuevo en todos los males que los atenazaban a sus compañeros y a él, y cómo aquella noche había presenciado otro más que parecía nacer de nuevo. Pero, sobretodo, pensó en si aquella vez sería lo bastante fuerte para afrontarlos.
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Re: Lavainn Kille'Mitore

Mensaje por PonyAmistoso »

Siempre se habla de la calma antes de la tormenta, pero pocos hablan de la que la sucede. La sensación de desasosiego, al ver las muertes, los destrozos… La derrota. En aquel momento, Lavainn estaba sintiendo los estragos de la segunda. Hacía tiempo que no sentía aquella sensación, desde que su aldea fue arrasada. Aquel día, sin embargo, no fue exactamente igual… Una desesperación tranquila, absoluta, el saber que había perdido todo y que quizás nunca lo recuperaría. Aquel día, gritó y gritó al cielo, implorando la ayuda de su diosa entre lloros, hasta que casi se revienta los pulmones y desgarra la garganta. Había corrido como el criminal que trata de escapar de la flecha ejecutora, mirando con ojos aterrorizados a todo lo que encontraba: árboles, animales, riachuelos… Aquella noche, no había necesitado mirar atrás para ver de nuevo las llamas que destruyeron su hogar, su cuerpo, las alas que fueron regalo de su diosa…

Y ahora, nada de eso era así. Rezaba, arrodillado sobre el suave manto de hojarasca y hierbas varias, notaba la lluvia caer sobre las quemaduras de su torso y espalda, y el aire frío de la Marca penetrar en sus fosas nasales, pequeñas púas invisibles. Respiraba muy lentamente, apenas si parecía vivo. Cualquier ser con intenciones hostiles se podría haber acercado al elfo y degollarlo sin resistencia alguna, pero tampoco temía tal cosa. Simple y llanamente, estaba calmado, sosegado como nunca antes. Era una serenidad que rozaba la apatía, que lo atenazaba y amenazaba con consumirlo por completo. Pero nunca llegó ahí.
Hacía tantos años, su mundo se había terminado, y había sido lanzado al vacío más absoluto. Ahora, su mundo estaba herido, quizás para siempre, pero seguía existiendo, y él también. Debía tomar una decisión: hundirse en la desgracia, o seguir hacia delante y afrontar su presente. Tenía claro que deseaba seguir el segundo camino, pero para ello debía hacer algo primero, y ya no tenía sentido retrasarlo más.

Así que comenzó a recitar en su mente, siguiendo en ese trance tan especial, obviando todo menos lo más inmediato del mundo exterior:
“Ilfael Dursiar, cabeza del clero de mi hogar, que descanséis junto a vuestros hermanos y hermanas bajo la protección de la reina de Arvandor… Nuovis Dursiar, maestra de las hermanas totémicas de mi hogar, que descanséis junto vuestros hermanos y hermanas bajo la protección de la reina de Arvandor…”

Y así, uno a uno, recitó los nombres de todos y cada uno de sus compañeros, los mismos que habían perecido en su aldea, rezando por sus almas como debió hacer tantos años atrás. Continuó durante largo rato, horas, quizás días. No notaba el hambre ni la sed que atenazaban su cuerpo, ni tampoco el cansancio que lo acechaba, y tampoco cedió a ellos. Del mismo modo, no fue atacado, por fácil que fuera como blanco. Sólo siguió rezando, acompañado por nada más que la nieve que se acumulaba sobre él, y la luz de la Luna que lo iluminaba en las noches. Y, tras mucho tiempo de rezos…

“…Y vos, Lineval Kille’mitore, capitán de los exploradores de mi hogar, y querido padre mío, que descanséis junto a vuestros hermanos y hermanas bajo la protección de la reina de Arvandor. Que todos descanséis en paz y unidad, por siempre.”

Para cuando abrió los ojos de nuevo y volvió al mundo terrenal en mente además de en cuerpo, estaba cubierto casi por completo de nieve, plumas de aves que pasaron por el lugar durante su trance, e incluso alguna hoja rezagada que decidió caer entonces. Mirando al cielo, no podría decir cuánto pasó así, pues era noche de Luna llena de nuevo, y ella lo iluminaba como cuando empezó el proceso, aunque no se hubiera dado cuenta de ese detalle hasta ahora. La fatiga y la falta de sustento, por otra parte, sí se ocuparon de informarle del paso de los días. Tardó unos momentos en bajar la vista, hipnotizado por aquella luz lunar tan plena y que ya no le resultaba tan distante, pero cuando finalmente miró a sus rodillas, le sorprendió un ave: una pequeña lechuza de plumaje blanco como el de las nubes gentiles, y traía en su pico unas pocas bayas que dejó en el suelo. Antes de que pudiese hacer nada, Lavainn vio al ave retomar el vuelo, y perderse en el bosque, para volver poco después con nieve limpia sobre su cuello, que ya comenzaba a derretirse en agua de igual pureza. El elfo sonrió y, agradeciendo con un gesto de su cabeza, tomó ambos regalos y los ingirió, mientras el ave observaba expectante. Cuando terminó, la lechuza retomó el vuelo dejando tras de sí una única pluma impecable, que Lavainn tomó con cuidado, a sabiendas de que era objeto valioso de una de sus señoras. Se levantó, con cierta dificultad, dejando caer aquella capa que se había formado sobre él, y descubrió que, al comer, el cansancio había remitido con el hambre y la sed, y que hacía mucho que sus músculos no estaban tan a gusto, que su piel no lucía tan bella. Aquello, lo tomó como un pequeño obsequio de otra de sus señoras. Entonces, miró de nuevo al cielo, a la Luna, y comprendió que la protección se la había dado la tercera de ellas, que lo reconocía de nuevo al dejarle ser tocado por su luz.
En señal de respeto, asintió, sin más, y recitó una simple plegaria de gracias. Entonces, se dirigió hacia sus posesiones, también intactas, y se enfundó en su armadura, con cuidado de no dañar el brazalete con el triángulo y los tres anillos, a sabiendas de que ahora aquel símbolo cobraba verdadero significado de nuevo. Una vez terminado, comenzó a caminar rumbo a la villa, deseoso de ver qué habría cambiado en su ausencia, como solía ocurrir.

¿Bueno, malo? Sin duda, seguía sintiendo aquella sensación extraña. Y tampoco podía negarse que grandes problemas se avecinaban. Pero, fuera como fuere, él deseaba afrontarlo, dudando, fallando, pero al menos intentar ayudar a aquel lugar que ahora creía que podría llamar hogar. Y ahora lo haría sin temer estar solo otra vez.
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